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Estudios de cultura maya

versión impresa ISSN 0185-2574

Estud. cult. maya vol.32  Ciudad de México ene. 2008

 

Reseñas

 

Alfonso Arellano, Tortuguero: una historia rescatada

 

Martha Ilia Nájera C.*

 

México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Filológicas, Centro de Estudios Mayas, 2006.

 

* Centro de Estudios Mayas, IIFL.

 

Alfonso Arellano, estudioso de la cultura maya, presenta en esta obra una monografía muy completa del sitio arqueológico denominado Tortuguero, localizado en las húmedas Tierras Bajas de Tabasco dentro del municipio de Macuspana. Según nos relata, las primeras noticias del sitio acontecieron a fines del siglo XVIII; durante el siglo XX algunos estudiosos lo mencionan de forma tangencial en sus investigaciones, pero no existía un estudio tan completo como el que ahora nos presenta el autor.

Como buen historiador, el autor ubica el sitio en su contexto histórico-arqueológico, geográfico, lingüístico, epigráfico y etnográfico. Para ello revisa minuciosamente varias fuentes coloniales, en especial las Relaciones histórico-geográficas del siglo XVI, así como estudios contemporáneos sobre el área, que según nos reseña, está habitada por mayas, chontales y ch'oles, nahuas, zoques, así como otros grupos en menor número.

Su análisis abarca el municipio de Macuspana con la idea de brindar al lector un marco de referencia comparativo para acercarse con posterioridad, al enclave prehispánico; por ello aborda el tema des-de diversas perspectivas como las variaciones en las tazas poblacionales; productos relevantes como el cacao, que le proporcionó ingresos significativos a la región, tanto en la época prehispánica, como durante la Colonia, en especial en el partido de la Chontalpa; rescata, en pocas líneas, un dato sugestivo, la mención en las fuentes coloniales del chapopote, origen hoy día de la riqueza de la zona.

El desarrollo por la historia de la Chontalpa continúa con la incursión constante de los piratas y en respuesta a los cambios en la organización política, con reacomodos de la población española, mestiza e indígena. Con las nuevas fundaciones, Macuspana consigue su auge durante el siglo XVII, y su posterior declive sucede en la segunda mitad del XVIII.

Con base en diversas descripciones arqueológicas, principalmente en los trabajos de Blom, rands y Hernández Ponce, arellano muestra una mirada a los monumentos arquitectónicos, e infiere que se trata de una ciudad organizada jerárquica y socialmente, con la existencia de sectores dedicados a la actividad ritual, otros a la habitación y desde luego al comercio. En relación con la cerámica, apunta que la mayor abundancia pertenece al Clásico Tardío y que muestra afinidades con el estilo alfarero de la costa, más que con el Petén, no obstante conserva lazos con las sierras de Chiapas. La alfarería de Tortuguero, si bien recibe influencia a través de Palenque durante el Clásico Tardío, se mantuvo como un sitio marginal a las tradiciones alfareras centrales mayas, además de que hereda una costumbre cerámica local de pastas finas del Preclásico Tardío.

En Tortuguero se han localizado pocos vestigios del Preclásico así como del Posclásico temprano; en el siglo XII ya se había abandonado. A través de otros materiales como la obsidiana, el ónix o bien de la mención de un yugo en el lugar, infiere que mantuvo un fuerte contacto con otras áreas mesoamericanas.

Una vez presentado un panorama general, el autor analiza sus "monumentos". Encuentra la existencia de 17 y los analiza con el siguiente criterio: localización original, actual, descripción y transcripción, y comenta que es un infortunio que por el estado actual de los textos, sólo 10 son accesibles a su lectura. El autor al transcribir las inscripciones descubre que un gobernante, el Ahau Ahpo Bahlum del linaje de la Garza de la casa de Palenque, es descendiente de ah K'uk', quien vivió a mediados del siglo IV d. C. el citado Ahpo Bahlum se entronizó a los 31 años, efectuó varias batallas, marcó su triunfo con algunos sacrificios de decapitación y realizó otros rituales relacionados con ciertos movimientos de los astros. Dichos acontecimientos ocurren entre 644 d.C al 669 d. C. Ahpo Bahlum enfatiza que estaba emparentado con la dinastía de Palenque al emplear un glifo emblema de este sitio. Según Matheus, Tortuguero formó parte de la égida de Palenque, pero arellano, de acuerdo con sus datos epigráficos, sugiere que el Ahpo Bahlum era miembro de la nobleza reinante en Palenque y que por ello Tortuguero cobraría importancia política.

También señala Arellano que de acuerdo con varios investigadores, Tortuguero muestra ciertas peculiaridades en su escultura, lo que la convierte en un sitio sui generis, por lo que se propone delimitar sus elementos propios con la finalidad de definir si se incorpora o no a la tradición maya clásica. analiza cada una de las imágenes de Tortuguero y compara con motivos en otras expresiones de la cultura maya; por ejemplo, al jaguar del monumento 1, lo vincula con GIII de la Triada palencana y según supone, el gobernante de Tortuguero se identificó con él, como lo hacen los gobernantes de otras ciudades mayas; observa a su vez serpientes bicéfalas vinculadas en el imaginario de los mayas con el amanecer y anochecer, por las que el gobernante se sitúa en el centro del cosmos; o bien el monumento 10 al que otros habían identificado con un murciélago y Arellano aclara que se trata de un ave rapaz nocturna, posiblemente el búho, conocida entre los mayas como mwan, asociado al dios L, cuyo ámbito es el inframundo. Difiero en algunas de sus interpretaciones, como que el personaje de la caja de madera del "monumento" 15, realmente se esté autosacrificando el miembro viril, la escena no es clara y no guarda la actitud de otros regentes en actitudes similares; el tipo de tocado que Arellano señala como un elemento para confirmar su interpretación, no necesariamente lo usaban los gobernantes durante este ritual, sino que era habitual en otros personajes. En relación con la vasija de tecalli, el monumento 17, considera que es un individuo que penetra al inframundo para comunicarse con las deidades; concuerdo con él, y agregaría que si esta interpretación es adecuada, sería un ritual iniciático en el que el ser humano penetra a una cueva, sufre una muerte ritual al ponerse en contacto con esa otra realidad; al regresar de este espacio, del útero materno, renace ritualmente pero con una modificación ontológica que le permite, por ejemplo, ascender al trono. Escena que también es común en otras representaciones mayas.

El autor concluye que en Tortuguero subsiste una permanencia de fórmulas comunes a los mayas tanto en la imaginería sagrada como en la vinculada con el poder; no obstante, florecen variaciones en el tratamiento formal y cambios en la apariencia externa que le otorgan un valor sui generis, lo que se explica por desarrollos propios y quizá por la situación fronteriza en el occidente del sitio. Él propone, de forma por demás valiente, un "Estilo Tortuguero", pues hay ciertos elementos evidentes en el tratamiento formal de la escultura que no coinciden con el área maya ni con el Istmo de Tehuantepec, con lo que da pie a futuras discusiones.

En sus conclusiones, que desde mi óptica resultan las más sugestivas, el autor intenta con los datos expuestos reconstruir diversos aspectos de la historia de Tortuguero. Reitera la dificultad de la lectura de las inscripciones debido a su deterioro; no obstante, logra rescatar a través de sus monumentos la existencia de cinco Ahpoob y algunas de sus actividades, aunque no se conoce en su totalidad a qué edificio pertenecían. Infiere un patrón de asentamiento disperso con las casas agrupadas en conjuntos de cuatro o cinco habitaciones que formaban unidades familiares, similar al patrón de otros pueblos chontales, los hablantes que predominaron en esta zona; esta idea la deduce, no sólo porque las inscripciones contienen numerosos elementos de esta familia lingüística, sino a su vez porque los documentos coloniales están en esta lengua, y en adición los asentamientos contemporáneos revelan la existencia de chontales en el área de Macuspana; infiere una densidad demográfica relativamente alta que tenía a su alcance los recursos necesarios para su subsistencia.

La población, continúa arellano, utilizó material perecedero para sus construcciones, aún las elaboradas sobre los basamentos piramidales de piedra. En cuanto a la organización social, subsiste el patrilinaje y la matrilocalidad. Debido a su ubicación, mantuvo escasos contactos con el Usumacinta y el Petén y más hacia las planicies costeras tabasqueñas, lo cual se revela en la alfarería, y sin atreverse a hablar de estilos, considera que mantiene rasgos escultóricos peculiares.

Supone que Tortuguero fue fundado por hablantes de chontalano, que procedían del sur y del este de las Tierras Altas guatemaltecas y que son ellos quienes provocaron el auge del sitio al sobreponer su cultura sobre la de los residentes de la zona, que mantenían una tradición vinculada con la costa. Este apogeo tiene lugar entre los siglos VII y VIII y se logró por su ubicación estratégica, situado cerca de la entrada del valle del Tulijá, y por conformarse como un camino a las Tierras Altas desde las planicies costeras.

Durante el Clásico tardío sus habitantes, agrega, reciben influencia de la metrópoli palencana, y el gobernante de Tortuguero se enorgullecía de ser del linaje de la familia dirigente palencana, llamándose a sí mismo "Sagrado señor del linaje de la Garza", "Divino señor de la Casa de la Garza". Arellano discute otras relaciones familiares con linajes de Palenque, cuestión que se las dejo comentar a los epigrafistas.

El autor logra una serie de interesantes inferencias al agrupar diversos acontecimientos rituales, políticos y bélicos y relacionarlos con las actividades vinculadas a la siembra y a la cosecha; confirma que la mayoría de los actos de la elite gobernante en los que necesitaba la concurrencia de la población, se desarrollaban durante los periodos de baja labor pues no la distraían de sus labores agrícolas. Si bien es un supuesto que se ha afirmado a través del tiempo, arellano lo constata al comparar las fechas que obtiene de sus lecturas epigráficas con los periodos agrícolas, ejercicio mental que resultó muy estimulante.

La obra termina con una certera denuncia por la destrucción sistemática del sitio arqueológico y del ecosistema desde principios del siglo XX, que por supuesto es palpable en una multitud de sitios prehispánicos, al igual que el deterioro de su entorno.

Si bien el libro puede dar lugar, por sus múltiples propuestas, a diferentes discusiones y objeciones, es loable la labor de Arellano al recrear a través de diferentes disciplinas la imagen, el medio ambiente y la historia de un sitio maya, que aunque hoy día se encuentra destruido, guardó una parte de la cultura mesoamericana.

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