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Estudios de historia novohispana

versão On-line ISSN 2448-6922versão impressa ISSN 0185-2523

Estud. hist. novohisp  no.71 Ciudad de México Jul./Dez. 2024  Epub 22-Out-2024

https://doi.org/10.22201/iih.24486922e.2024.71.77904 

Obituario

David Brading In memoriam

Alicia Mayer* 

* Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas


La muerte es una triste coyuntura que incita a quienes continuamos en la espera de su inminente llegada a reflexionar sobre la trascendencia y el legado de aquellos que han marchado, especialmente cuando se trata de personas que de una u otra forma han influido en nuestra vida y en nuestra profesión. Desde el pasado 19 de abril en que nos dejara el destacado historiador británico David Anthony Brading (1936-2024), al fallecer en su hogar en la ciudad de Cambridge, Inglaterra, a unos meses de cumplir sus ochenta y ocho años de existencia, me sobreviene un inmenso caudal de recuerdos, de inspiración y de gratitud. Tengo el honor de escribir ahora estas líneas, pero sé muy bien que son varias las voces que inmerecidamente represento y muchas de ellas se encuentran en un mejor posicionamiento personal y académico que el mío con nuestro recordado y admirado historiador. Pienso en Eric Van Young, Susan Deens Smith, Clara García Ayluardo y tantos otros que se formaron bajo el amparo de este generoso y bondadoso mentor y que pueden dar y ya han dado amplio testimonio de su notable trayectoria.

Es imposible hacer un recuento en este breve espacio de ese legado magnífico y fecundo que el historiador británico dejó a su paso por su larga y fructífera vida. Para dimensionar su trayectoria, basta decir, como solemos en ocasiones hacerlo, que “se nos fue un grande”. Brading permanecerá como uno de los más importantes mexicanistas de habla inglesa, y su pérdida se suma a la de otros notables hispanistas británicos: Hugh Thomas (2017), John Lynch (2018) y John H. Elliot (2022), lo que comprende casi un Decennium luctuosum para la disciplina de la Historia.

Brading enseñó historia de América Latina en la Universidad de Cambridge, Inglaterra, donde ejerció la más noble y generosa labor Burckhardtiana del eros pedagógico por más de treinta años hasta su retiro en 2003. Antes de su nombramiento como Lecturer en dicha universidad, había sido un novel docente en la Universidad de California en Berkeley y en la Universidad de Yale, en los Estados Unidos, donde el destino pudo haberle llevado al estudio de temas de historia europea o estadounidense. Pero no fue así. En cambio, el joven historiador británico, aspirante entonces al grado de doctor, se enamoró de México y de su historia durante un viaje de ocho semanas a nuestro país, en 1961, que lo orientó hacia otros caminos. En 1965, David Brading eligió para su tesis doctoral estudiar la industria minera de plata en Guanajuato en el siglo XVIII. Para realizar este trabajo de investigación, caló hondo en los más emblemáticos archivos de España y de México donde encontró un aljibe refrescante y sugestivo. A su formación como católico, ya que había estudiado con los jesuitas en el Saint Ignatius College de Londres, se sumó el haber visto de forma presencial las imponentes iglesias del México barroco, su arte, las ricas tradiciones coloniales y el colorido de una sociedad variopinta. Su sensibilidad, enriquecida con la feliz conjunción de la lectura de las fuentes que revelaban el devenir del mundo hispánico e hispanoamericano, resultó en una atrayente experiencia para el estudioso británico que marcó su vida y su rumbo para siempre. En 1966 contrajo matrimonio con la historiadora peruana Celia Wu, quien se convertiría no solamente en su apoyo amoroso y constante, eje de su vida familiar y madre de su hijo Christopher James, sino también el respaldo necesario para sus investigaciones y una interlocutora igualmente erudita y comprometida con la investigación. Esa coyuntura propició también las investigaciones de Brading sobre el mundo peruano, y el cariño y la admiración de los académicos de ese país al sabio británico, donde fue reconocido como Honoris causa por la Universidad de Lima. México supo también corresponder al profesor de Cambridge con la Orden del Águila Azteca, mientras que la Universidad de Guanajuato y la Michoacana de San Nicolás de Hidalgo le otorgaron respectivamente un doctorado honorario.

El feliz y promisorio instinto de Brading por descubrir lo mexicano pronto dio frutos. Aquella tesis doctoral fue la base de su primer libro, publicado en 1972, bajo el título Miners and Merchants in Bourbon Mexico, que le valió el Premio Herbert E. Bolton ese año. Para fortuna nuestra, Brading no dejó quieta la pluma durante su larga y prolífica vida de historiador. Con gran sensibilidad y agudeza, supo desentrañar, analizar y explicar numerosos elementos que han conformado por siglos la identidad nacional, y pudo describir seria y metódicamente nuestros mitos fundacionales. Brading entendió que, para mejor explicar la historia económica y social en la época colonial, había que dar el inevitable salto para entender, primero, las ideas imperantes en los círculos letrados del mundo Atlántico. Así, bajo el amparo metodológico de la historia intelectual, buscó comprender el pensamiento detrás de la construcción de realidades tangibles como las minas y metales, pero también de las iglesias barrocas y el arte, la cultura política, la religión y la cultura en general. Difícil reseñar aquí el amplio repertorio que es el resultado de su larga y fecunda producción. El interesado puede encontrar este amplísimo catálogo en línea. Sólo quiero mencionar dos libros que son considerados un referente para todo estudioso del pensamiento hispánico e hispanoamericano: Orbe indiano, un ameno y erudito paseo historiográfico de fuentes mexicanas, apareció antes en inglés con el sugerente título de First America (1991), con el que Brading defendía el apelativo continental frente a la apropiación conceptual estadounidense del término, y Mexican Phoenix (2001), una aguda interpretación de los fundamentos teológicos del culto a la virgen de Guadalupe, cuando se podía pensar que no había ya más vericuetos que descubrir para ofrecer algo novedoso en el tópico guadalupano. De manera brillante David Brading se ocupó en su madurez de este asunto tan caro y entrañable de la mexicanidad, para sumar su propia interpretación a la producción sobre el tema de una pléyade de historiadores, como Francisco de la Maza (1953), Jacques Lafaye (1974), Edmundo O’Gorman (1986), Richard Nebel (1995) y William Taylor (1999), por mencionar algunos.

Desde su partida, hace casi un mes, tiempo en que escribo estas líneas, no dejo de ver con nostalgia la fotografía de David que fue tomada en 2009 en el Centro de Estudios de Historia de México en Chimalistac, un lugar para él cálido y entrañable, donde realizó repetidas estancias de investigación. La instantánea refleja muy bien esa flema tan distintiva de Brading, un verdadero arquetipo del gentleman inglés que tan magníficamente retrató el novelista francés André Maurois en su conferencia en la Université des Annales en 1937, donde destacó, además de esa fisonomía elegante propia de los británicos, su “imparcialidad, solidez y buen sentido”. Con las manos entrelazadas y la mirada seria y circunspecta, fija en la cámara, él aparece como cortado sobre el patrón de Maurois. Mas el momento pudo muy bien haber cambiado súbitamente una vez terminada la sesión fotográfica, al despliegue de otro lenguaje corporal que era también muy propio de él, para descubrir a un Brading más relajado, con su ingenua y tierna sonrisa que delataba siempre su buena disposición y gentileza. A pesar de su reconocida sapiencia, fue un ser sencillo, de gran modestia personal, con la discreción de un dechado que provocaba en todos respeto. Los mexicanos sin duda tendremos siempre una deuda de gratitud con David A. Brading. Que en paz descanse.

ALICIA MAYER Universidad Nacional Autónoma de México Instituto de Investigaciones Históricas

Publicado: 28 de Junio de 2024

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