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Estudios de historia novohispana

versão On-line ISSN 2448-6922versão impressa ISSN 0185-2523

Estud. hist. novohisp  no.71 Ciudad de México Jul./Dez. 2024  Epub 22-Out-2024

https://doi.org/10.22201/iih.24486922e.2024.71.77905 

Obituario

Pilar Gonzalbo Aizpuru

Jaddiel Díaz Frene* 

* Instituto Nacional de Antropología e Historia


Existen maestros que, con grandes dosis de pasión, bondad y esfuerzo, logran convertirse en instituciones humanas o -refiriendo a José Martí- en evangelios vivos. Éste fue el caso de Pilar Gonzalbo Aizpuru, historiadora nacida en Madrid, en 1935, pero eternamente mexicana, a quien familiares, amigos y estudiantes despedimos en fecha reciente.1

Pilar fue hija de Pablo Gonzalbo Doñelfa, aragonés y exseminarista, y de la guipuzcoana Joaquina Aizpuru Aizquibel. Ambos se dedicaban al comercio. Como muchos de sus contemporáneos, su infancia estuvo marcada por los acontecimientos de la guerra civil. Uno de los recuerdos que la acompañó toda la vida fue la imagen de su padre cuando llegó a casa una madrugada, tras escapar de los franquistas.

Para salvaguardar la integridad de sus hijas, doña Joaquina debió abandonar la capital y refugiarse con sus pequeñas en su tierra natal. Primero, se instalaron en Bilbao, pero en 1938 se mudaron a un pequeño pueblo donde había un balneario de aguas termales. Haber residido estos primeros años de su infancia en el País Vasco le permitió a la pequeña Pilar disfrutar de la vida campestre y conocer la cultura de su madre, sobre todo aprender el euskera. Mientras se nutría de estas experiencias tempranas, su padre permaneció en Madrid. Sus ideales republicanos y su esperanza en el triunfo sobre el franquismo lo impulsaron a persistir en la ciudad. Los desenlaces del conflicto trajeron otros resultados, pero a pesar de la derrota, don Pablo quedó con vida y pudo reencontrarse con su esposa y sus hijas.

La familia se reunió nuevamente en Madrid, en 1939, cuando el espíritu de la guerra continuaba envolviendo la ciudad, lacerada por los bombardeos. Como medida ante la crisis económica, los Gonzalbo Aizpuru tuvieron que mudarse al barrio de Chamberí, a una vivienda y un entorno más modesto. Fue en esta nueva etapa de su infancia que Pilar enfermó de tuberculosis, padecimiento que la obligó a permanecer encerrada postergando su entrada a la escuela primaria.

Debido a estas circunstancias adquirió sus primeros conocimientos con el profesor particular que impartía clases a su hermana mayor. Necesitó esperar a los siete años para ir por primera vez, “muerta de vergüenza”, a una escuela. Sin embargo, esta situación cambió dos años más tarde cuando, por “algún error burocrático” y sus avances académicos, se le permitió ingresar un año antes al bachillerato. De esta forma, se convirtió en la estudiante de menor edad durante las siguientes promociones.

Cursó el bachillerato en dos instituciones. Durante los primeros cuatro años estudió en el colegio de religiosas (no monjas) teresianas de Poveda, reconocidas como Pía Unión. Según la agradecida alumna, “eran excelentes maestras y la instrucción efectivamente sólida”. Sin embargo, su familia no pudo continuar costeando la educación recibida bajo la égida de esta reconocida asociación “puramente franquista” y, a los 13 años, la adolescente madrileña se vio obligada a continuar sus estudios en un instituto público. El nuevo recinto, además de ser completamente gratuito, sólo contaba con matrícula femenina, ya que a mediados del siglo XX todavía no existían en España las escuelas mixtas. Durante los tres años que permaneció en este recinto, la estudiante Gonzalbo Aizpuru disfrutó de las clases de ciencias impartidas por un profesor a quien conocían como “el señor Del Pan”, pero fue la asignatura de Historia, a cargo de Fernando Arranz, la que más despertó su interés, porque, como ella misma atestigua: “el programa oficial añadía en sus textos y explicaciones las cuestiones de vida cotidiana que me parecieron apasionantes”. Las razones que fundamentaban su predilección por aquel curso harían germinar años más tarde su entrega por rescatar los discursos, las identidades y las prácticas de los sectores populares.

Tras aprobar un examen de reválida, la ahora joven de 16 años logró ingresar en octubre de 1951 a la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Complutense. Durante los dos primeros años cursó asignaturas del cuerpo común como Geografía, Literatura Española y Universal, Historia del Arte, Griego y Latín. Entre los maestros que perduraron en su memoria figuran Emilio García Gómez, profesor de lengua árabe, Francisco Javier Yela, a cargo de la clase de filosofía y más importante aún Jesús Pabón, catedrático especializado en la historia universal de la edad contemporánea. Recuerda su estudiante que aquella materia “le interesaba menos que otras, pero él me impresionó por su ferviente y apasionado monarquismo que, pese a no compartir en absoluto, me sedujo porque me hizo comprender que la historia podía apasionar como el gran amor de una vida”. A pesar de la impronta de estos educadores, su “modelo” a imitar en el arte de la enseñanza del pasado fue Manuel Ferrandis, quien, durante las horas de Historia de la Cultura, “hablaba de las técnicas de embalsamamiento de los egipcios, de las corveas de los campesinos medievales, de las intrigas en las cocinas y corredores palaciegos, y la orgullosa ostentación de ignorancia de los nobles en las cortes de los monarcas europeos”.

Durante esta etapa de aprendizaje, Pilar aprovechó para ahondar en cada lectura sugerida y visitar exposiciones. Mientras las referencias a los libros la condujeron a las bibliotecas y librerías, el Museo del Prado se convirtió en su salón de clase sobre la historia del arte. En 1953, al concluir este ciclo de materias comunes, debió elegir un área de especialización y optó por Historia de América, una decisión que auguraba nuevos horizontes a la proa de su destino. El “nuevo continente” representaba un área desconocida con un pasado seductor, lejos de los “prejuicios” y las “pasiones políticas” de una compleja realidad:

Fueron años interesantes, de rumores e inquietudes en que se fraguaba un descontento ante la situación política de España, con una dictadura que se eternizaba. En la Universidad había protestas y marchas, reprimidas con violencia, mítines y panfletos clandestinos que circulaban bajo sospechas de denuncias.

En el último tramo de su carrera se dedicó a cursar asignaturas especializadas y se unió al grupo de Manuel Ballesteros Gaibrois, connotado estudioso de América prehispánica. No obstante, se sintió más identificada con el profesor José Alcina Franch, “que se ocupaba de Mesoamérica, y era el único que había estudiado fuera de España, precisamente en México, con los maestros que fueron fundadores de la ENAH”. En la primavera de 1956 se graduó presentando como tesina una etnohistoria de los indios chocó de Colombia, fruto de un complejo proceso de entrega y esfuerzo, en el que se vio obligada a combinar la redacción y la pesquisa con largas jornadas docentes.

Los días y las noches apenas me alcanzaban para estudiar e impartir clases, que me dejaban unos meses de tregua, pero de falta de ingresos, más o menos de octubre a diciembre, para acumularse a partir de enero, cuando todos los niños y adolescentes veían aproximarse los exámenes de sus escuelas.

Con la obtención del título, la recién graduada iniciaría otra etapa laboral sin dejar a un lado la superación constante. Además de trabajar como becaria del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, impartió docencia como ayudante del doctor Ballesteros en la Facultad y tomó cursos en el Instituto de Cultura Hispánica. De forma paralela, preparó oposiciones a cátedra de enseñanza media y asumió la dirección de un pequeño colegio privado. En 1959, mientras se dedicaba a esta agotadora y enriquecedora rutina de actividades en Madrid, recibió una propuesta que marcaría un parteaguas en su vida. Fue seleccionada para participar, como representante de España, en el Congreso Indigenista Interamericano que se llevaría a cabo en Guatemala. La asistencia al evento le permitió conocer América e interactuar con relevantes intelectuales como William Townsend, Darcy Ribeiro, Doris Stone y Natalicio González.

Ese mismo año pudo entrar a territorio mexicano presentando, en su trámite migratorio, avales del Instituto Nacional de Antropología e Historia y del Instituto Panamericano de Geografía e Historia. Pronto comenzó a laborar en el Departamento de Investigaciones Históricas del INAH, con sede en el Castillo de Chapultepec, por invitación de Wigberto Jiménez Moreno. Mientras impartía conferencias en el Club España, conoció a su futuro esposo con quien tuvo cuatro hijos, a cuyo cuidado y crianza dedicaría las próximas dos décadas de su vida.

En 1978, retomó la travesía académica iniciada a mediados del siglo XX en las aulas de la Complutense, al ingresar a una maestría en Historia, en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Obtuvo el grado en 1983, con una tesis titulada “La educación femenina en Nueva España. Colegios, conventos y escuelas religiosas de niñas”, bajo la supervisión de Juan Ortega y Medina. Para ese entonces ya se había vinculado al Seminario de Historia de la Educación, con sede en El Colegio de México y dirigido por Josefina Zoraida Vázquez. Continuó con esta línea de investigación en su tesis doctoral desarrollando una pesquisa sobre la labor educativa de la Compañía de Jesús, esta vez bajo la asesoría de Elsa Frost.

Tras su ingreso como académica al Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México, la doctora Gonzalbo se consagró a esta casa de estudios. Su labor se distinguió en diferentes rubros. Como formadora de jóvenes investigadores asesoró a varias generaciones de historiadores latinoamericanos interesados en explorar diversos episodios de la vida cotidiana como la historia de las mujeres marginales, la familia en Puerto Rico, la poesía popular en Cuba, la identidad y la alimentación en Nueva Granada, la vida conventual en Puebla, el divorcio eclesiástico, las mentalidades en Nueva España y los avatares de los mineros zacatecanos.

Esta amplia trayectoria como docente y tutora fue acompañada por una prolífera producción académica ilustrada en cientos de artículos, ensayos y libros. Entre los volúmenes más destacados podemos señalar los siguientes títulos: Las mujeres en la Nueva España. Educación y vida cotidiana (1987), La educación popular de los jesuitas (1989), Historia de la educación en la época colonial. El mundo indígena (1990), Historia de la educación en la época colonial. La educación de los criollos y la vida urbana (1990), Familia y orden colonial (1998), Vivir en Nueva España. Orden y desorden en la vida cotidiana (2009), Los muros invisibles: las mujeres novohispanas y la imposible igualdad (2016), Del barrio a la capital: Tlatelolco y la ciudad de México en el siglo XVIII (2017) y Seglares en el claustro. Dichas y desdichas de mujeres novohispanas (2018). Su libro Introducción a la historia de la vida cotidiana, publicado por El Colegio de México en 2006, se convirtió en un referente para aquellos lectores que intentaron acercarse a los límites y las posibilidades de esta atractiva línea de trabajo.

No menos relevante ha sido el papel que ha desempeñado como editora y coordinadora de decenas de libros dedicados a reflexionar sobre los problemas metodológicos y factuales de historiar el amor, el gozo, el sufrimiento, el miedo, el humor, el honor y la honra, mediante un amplio cúmulo de fuentes impresas, orales, manuscritas y visuales y altas dosis de imaginación y rigor. Su producto editorial colectivo de mayor relevancia fue la publicación de la serie Historia de la vida cotidiana en México, editada en seis tomos por El Colegio de México y el Fondo de Cultura Económica. En gran medida, estos textos han tenido como motor impulsor el trabajo realizado en el Seminario de la Historia de la Vida Cotidiana, coordinado por la doctora Gonzalbo y en el que participan colegas de diferentes universidades y centros de investigación.

Por su trascendente carrera académica, Pilar Gonzalbo Aizpuru recibió en 2006 el nombramiento como investigadora emérita del Sistema Nacional de Investigadores del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología de México (Conacyt). Un año más tarde, le fue otorgado el Premio Nacional de Ciencias y Artes en el área de Historia, Ciencias Sociales y Filosofía.

Mis palabras sobre esta incansable investigadora, exigente profesora y fraternal tutora no pueden ser más personales. Durante cinco años tuve la oportunidad de ser su estudiante en el Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México y conté con sus consejos y recomendaciones durante más de una década, años en los que acompañó mi carrera y encauzó mis pasiones. Recuerdo su emocionante sonrisa ante el encuentro de un nuevo documento, un proyecto de publicación, el parto de una idea destinada a convertirse en sendero. Nunca demoró más de un día en enviar las correcciones de un texto sin importar su amplitud y siempre me exhortó a interrogar en profundidad cada fuente, aunque el volumen de información me desbordara. Su sensibilidad hacia lo popular le brotaba del corazón. Le emocionaba más la copla de un campesino, el impreso de Posada, la vida del obrero, la resistencia de las mujeres olvidadas y la creatividad del artesano, que la escritura culta y la vida política de los poderosos. “Siempre sé generoso con tus compañeros de trabajo”, me dijo muchas veces. De ella aprendí que la historia para ser seria no tiene que ser aburrida y me enseñó, sobre todo, a querer a México desde las entrañas, este México en el que vivió, fue feliz, construyó una familia y se convirtió, pletórica de bondad y sabiduría, en una maestra de generaciones.

JADDIEL DÍAZ FRENE Instituto Nacional de Antropología e Historia

1 Una versión reducida de este texto fue incluida en el Diccionario biográfico de mujeres de El Colegio de México. Las generaciones constructoras, publicado en 2024. Agradezco a Gabriela Cano y Saúl Espino Armendáriz, coordinadores del referido volumen, por invitarme a escribir brevemente sobre mi querida profesora Pilar Gonzalbo Aizpuru.

Publicado: 28 de Junio de 2024

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