Introducción
En 1563 el capitán vizcaíno Francisco de Ibarra, junto con indios auxiliares y laboríos (mexicas y purépechas), esclavos africanos y algunos franciscanos, fundó lo que sería la capital de la Provincia de la Nueva Vizcaya,1 la Villa de Guadiana -hoy Victoria de Durango-. Con ello comenzó el devenir de la conquista espiritual2 y militar3 de los tepehuanes, acaxees y xiximes, grupos que habitaban gran parte de la actual Sierra Madre Occidental (véase el mapa 1).4 De inmediato se inició el repoblamiento y el repartimiento de nuevas tierras adjudicadas a la Corona española y se fundaron dos centros poblacionales de trabajo: uno agrícola conformado por los misioneros y nativos, y el otro minero, habitado por vizcaínos, nahuas, tarascos y africanos. Estos centros de trabajo impulsaron dos sistemas coloniales el misionismo y el minerismo.5

Fuente: Ralph Beals, Obras, 1. Etnohistoria del noroeste de México, pról. de Robert V. Kemper, trad. de Victoria Schussheim (México: Siglo XXI, 2011)
Mapa 1 Grupos étnicos del norte de México
En este periodo de expansión europea, la economía del virreinato se basó en la explotación minera,6 lo que sirvió para que la Corona pudiera integrar nuevos fieles a su religión. El pretexto era que, gracias al descubrimiento de minas y a su aseguramiento, la religión podía llegar a los indios; es decir, el descubrimiento de minas expandía la religión y no al revés.7 De hecho, los misioneros reclamaban ante la Corona que existía más el deseo por desentrañar las minas y sus tesoros que el aprovechamiento de las almas.8
Desde 1554 la presencia española estuvo en tierra tepehuana, y desde 1563 en tierra acaxee;9 sin embargo, sólo pocas ciudades estuvieron controladas por franciscanos evangelizadores y mineros que se dedicaban a la explotación de las vetas con el trabajo de los indios laboríos y algunos acaxees. Esta relativa paz serrana con poca presencia europea se vio afectada por los misioneros ignacianos, ya que desde 1590 comenzaron a llegar para sustituir a los franciscanos en la enseñanza del evangelio (véanse los mapas 2 y 3, y el cuadro 1).10

Fuente: Autor desconocido, Chorographia de las Misiones Apostolicas q administró antes en Topia y la Tepeguana, y actualmente administra en Nayarit, Tarahumara, Chinipas, Cinaloa, Sonora, Pimeria y California, la Compañia de Jesus en la America Septemtrional (detalle). Papel marca manuscrito acuarelado, 66 × 79 cm, en Mapoteca Orozco y Berra, tomado de http://bdmx.mx/detalle/?id_cod=53. Este mapa no registra autor ni año, pero debe de ser del siglo XVIII. Quizás un poco antes de 1767, que es el año de la expulsión de los jesuitas.
Mapa 2 Corografía de las misiones apostólicas
Cuadro 1. Cronología de la fundación de pueblos de misión*
Año | Pueblos fundados | Nombres de los pueblos de misión | Misionero fundador |
---|---|---|---|
1591 | Entrada | Topia | Gonzalo de Tapia |
1591 | Entrada | Cuencamé y río Nazas | Gerónimo Ramírez |
1594 | Entrada | Cuencamé y la Laguna | Gerónimo Ramírez y Juan Agustín de Espinoza |
1594 | Entrada | Parras | Juan Agustín de Espinoza y Francisco de Arista |
1596 | Entrada | La Sauceda | Gerónimo Ramírez |
1597 | 3 | Santiago Papasquiaro, Santa Catarina y Guanaceví | Gerónimo Ramírez |
1598 | 3 | Parras, Santa Ana y San Pedro de la Laguna | Juan Agustín de Espinoza |
1600 | 10 | Santa Ana, San Martín, San Pablo, San Diego, San Juan Naspeces, San Jerónimo, San Telmo, Otatitlán, Acapa, Ayepa | Hernando de Santarén y Guillermo Ramírez |
1604 | 1 | Tizonazo | Juan Forte |
1604-1606 | 3 | Tenerapa, Santos Reyes y Santa Cruz | Juan Forte |
1614 | 1 | Santa Cruz de la Sierra (Yamoriba) | Hernando de Santarén |
1623 | 1 | San Miguel de Bocas | Martín Larios |
1624 | 1 | San Sebastián de Guaimino, San Francisco Xavier y Santiago Apóstol | Diego González de Cueto |
1631 | 1 | San Ignacio Otatitlán | Diego González de Cueto y Diego Ximenez |
1632 | 4 | Santa Apolonia, La Concepción San Juan Bautista y San Luis | Diego González de Cueto y Diego Ximenez |
1634 | 2 | San Pablo y San Pedro Guarisamey (?) | Pedro Gravina |
1650 | 1 | San Pablo Tepehuanes | Cornelio Godinez |
1650 | 3 | San Ildefonso de los Remedios, San Gregorio y Santa María de Otáez |
Fuente: José de la Cruz Pacheco Rojas, El sistema jesuítico misional en el noroeste novohispano. La Provincia Tepehuana, Topia y San Andrés (1596-1753) (Durango: Instituto de Cultura del Estado de Durango, 2015), 293.
* Sobre la “red de misiones jesuíticas” para la región de mi estudio he encontrado los términos “pueblo”, “visita” y “cabecera” a veces sin especificar a qué se refiere cada uno; es decir que muchas veces se usaban indistintamente o simplemente no se especificaba, sobre todo en fechas tempranas de la presencia misionera.
Así, a partir de 1600 los ignacianos comenzaron la guerra contra el “demonio”, que se vio reflejada en la destrucción de las representaciones de las deidades acaxees.11 Aunado a esto, las condiciones de los trabajadores en los yacimientos argentíferos eran poco diferentes a las de la esclavitud, con cargas de trabajo pesadas en inhumanas condiciones que en muchos casos les provocaba la muerte. El padre Albizuri atestiguó que los dueños de las minas hacían trabajar como esclavos a mujeres y niños y que, incluso, los mercaderes españoles se metían a las casas de los indios y abusaban de sus esposas.12
Las enfermedades también influyeron sobremanera en el sentimiento de malestar que los nativos tenían hacia la presencia europea, ya que en 1594 se propagó la epidemia de viruela y sarampión que afectó a tepehuanes, conchos, laguneros, acaxees y xiximes, y que coincide con el levantamiento armado en Teboropa, Sinaloa. Seis años más tarde, en 1600, llega la malaria junto con la disentería, y de 1601 a 1602 la viruela y el sarampión, justo en las fechas en que los acaxees se levantaron en armas. Finalmente, en 1610 la viruela atacó nuevamente a los acaxees, año en que se da la guerra xixime contra los cristianos (véase el cuadro 2).13
Cuadro 2 Epidemias que azotaron el área nuclear de Nueva Vizcaya
Año | Epidemia | Área afectada |
---|---|---|
1530-1534 | Sarampión | Nayarit y Sinaloa. |
1545-1548 | Matlazáhuatl (tifo) | Toda Nueva España, Nueva Galicia, Sinaloa y zona chichimeca-guachichil. |
1576-1581 | Tifo, tifoidea y disentería | Durango, sur de Chihuahua, Mapimí y Parras. |
1587-1588 | Cocoliztli (viruela y sarampión) | Sinaloa, Durango y La Laguna. |
1594-1600 | Disentería y malaria | Sinaloa, Durango y la Laguna. |
1601-1602 | Viruela y sarampión | Sinaloa, Durango y Parral. |
1604 | Viruela | Tarahumaras y tepehuanes, Sinaloa. |
1606-1607 | Viruela | Acaxees, xiximes, tepehuanes, la Laguna devastada. |
1612-1615 | Tifo | Sinaloa y acaxees. |
1623-1625 | Viruela, neumonía, tifo o influenza | Acaxees, xiximes y devastación entre tarahumares, tepehuanes y laguneros. |
1630-1634 | Sarampión | Culiacán, acaxees y xiximes. |
1636-1641 | Viruela | Tarahumaras, tepehuanes, conchos, tobosos y ópatas. |
Fuente: Pacheco, Sistema jesuítico, 293.
Fue en este contexto que los serranos expresaron prácticas ante el poder dominador que no se vieron reflejadas abiertamente en las crónicas occidentales, en su mayoría las cartas anuas elaboradas por los ignacianos. Estos escritos servían de comunicación entre el prepósito general que residía en Roma y los misioneros jesuitas. Se informaba sobre las actividades pastorales llevadas a cabo en los colegios y las residencias de las diferentes provincias, así como acerca de su tarea evangelizadora. El jesuita en el que principalmente me apoyé para este escrito fue Hernando de Santarén (1567-1616),14 quien estuvo en contacto directo con los serranos. Otro ignaciano importante fue Andrés Pérez de Ribas,15 quien además de estar evangelizando en la sierra, recopiló las cartas del primero para escribir una obra por demás clásica referente a los grupos del noroeste novohispano y que se publicó en 1645. Su título, además de enaltecer el trabajo de la Compañía de Jesús, sintetizaba todo el pensamiento occidental referido a los indios septentrionales, “gentes las más bárbaras y fieras”.16
Si bien es cierto que el conocimiento de nuestro objeto de estudio está sesgado por clasificaciones y criterios normativos fuera de la cultura del mundo indio,17 al ser creados en un contexto colonial, que atendieron a las motivaciones de los narradores y a los fines de la Compañía de Jesús, éstos sí plasmaron algunos datos útiles que nos ayudan a analizar un dinamismo indígena mediante el contacto interétnico y la construcción de espacios, porque ello tendió a imponerse sobre la ideología y la administración colonial.18
Existen pocos estudios dedicados al tema de las resistencias armadas en el ámbito del noroeste novohispano en la Nueva Vizcaya. Esto, en gran medida se debe a la escasez de fuentes en periodos tan tempranos para los oficios jesuitas.19 El pionero en el tema fue el historiador Woodrow Borah,20 quien dio a conocer en la historiografía la rebelión tepehuana de 1616. Le siguió Guillermo Porras Muñoz,21 quien en el capítulo referente al tema de la “defensa” se enfocó en las guerras que hicieron los grupos acaxees, xiximes, tepehuanes y tarahumaras en contra de los españoles y sus diferentes causas.
Hay otros autores que abordaron la misma guerra tepehuana. Por ejemplo, Christophe Giudicelli22 no utilizó en su estudio los conceptos de “sublevación” o “rebelión” por tratarse de términos que impusieron los colonos y que generaron un discurso en el que los tepehuanes fueron vistos como los villanos de la historia; por lo que decide utilizar el término “guerra” para explicar lo que gira en torno a ella como son las estrategias y las alianzas. Chantal Cramaussel en su trabajo menciona que, en las fuentes, “alzamiento”, “levantamiento” o “sublevación” eran todo acto de desobediencia, ya fuera en el trabajo, en el campo, en las misiones, o en las minas, pero sólo los menciona sin abundar al respecto, se enfoca únicamente en la guerra.23 De esa forma concluye que las causas fueron varias: el trabajo forzado, la esclavitud, la imposición de nuevas costumbres y una nueva religión, sin dejar a un lado la participación de los dioses serranos que ante la mirada europea eran el demonio. De ahí que subraye el hecho de que todos los jefes de las rebeliones eran hechiceros o chamanes. En cambio, José de la Cruz Pacheco Rojas tuvo al respecto una interpretación muy peculiar;24 para él los chamanes, además de apropiarse de las imágenes religiosas cristianas, fueron “profetas y mesías”. Sin embargo, deja de lado el análisis sobre la figura sacerdotal de tales personajes, quienes transmitían losmensajes divinos a los habitantes al ser los intermediarios entre dioses y seres terrenales.
La obra de Susan Deeds se enfoca en los procesos de conquista que se dieron en la Sierra Madre Occidental con los tepehuanes, tarahumaras, acaxees y xiximes, las enfermedades adquiridas y las respuestas que dieron ante el contacto con los europeos.25 En su investigación nos expone el motivo por el cual dos grupos indígenas desaparecieron y los otros dos pervivieron en la historia. Subraya que esto se debió a que grupos como los acaxees y xiximes, quienes al momento del contacto tenían un sistema más estructurado culturalmente hablando, además de ser sedentarios, fueron afectados drásticamente por el cambio impuesto por los colonos, a diferencia de los tepehuanes y tarahumaras, quienes ocupaban una extensión más grande de territorio y se adaptaron mejor a las imposiciones culturales, ya fuera mediante la migración o el aculturamiento.
En ese mismo año (2003), salió a la luz la tesis doctoral de Irene Elizabeth Vásquez en la que examina los patrones de cambio cultural, resistencia y persistencia entre los pueblos tepehuanes, acaxee y xixime.26 Su estudio se enfoca en la segunda mitad del siglo XVII y el XVIII. En cuanto a las fuentes no consultó los documentos del Archivo General de la Nación -en su lugar revisó los archivos locales del estado de Durango y varios que se encuentran en el estado de California-, asimismo la historiografía con la que dialoga está cargada únicamente con la de los académicos estadounidenses.
Exceptuando los trabajos de Deeds y Vásquez, hasta ahora sólo se habían hecho estudios enfocados en las resistencias armadas, donde la guerra era el concepto a debatir y la acción a analizar. El aporte de esta investigación está en el enfoque que retomo. Para indagar en las acciones indígenas de resistencia pacífica, utilicé la propuesta de los “discursos ocultos” de James C. Scoot, que manifiestan un lenguaje no hegemónico, disidente y de oposición.27 Además, analizo la aceptación del catolicismo como una estrategia de supervivencia. Con ello pretendo devolverle protagonismo sociohistórico a los que alguna vez habitaron la sierra, sujetos que, a pesar de haber sido conquistados, se mantuvieron reacios a los invasores, mostrando diferentes rostros de resistencia pacífica.
En los siguientes tres apartados recuperó la propuesta de Mario Humberto Ruz para analizar las resistencias indígenas.28 Comienzo con el rostro religioso, el cual consiste en todas aquellas acciones que los indios tomaron para conservar su propia religión al momento que se imponía el catolicismo. Continúo con el rostro cotidiano, el cual se mostraba siempre que los nativos actuaban en oposición a las actividades impuestas por los colonizadores, ya fuera en el trabajo -con la siembra, las minas, la construcción de casas- o en el rechazo a su presencia y la huida. No abordé el rostro aguerrido del propio Ruz porque ése lo traté en el tema de las resistencias armadas;29 sin embargo, he agregado otro, el rostro de la supervivencia, el cual consiste en la aceptación de lo impuesto con la finalidad de sobrevivir, de eludir las muertes y evitar la guerra pues, como lo dijo Nathan Wachtel, la cristianización no fue conversión a secas ni abandono de las tradiciones ancestrales.30
El poder de la memoria y la tradición: el rostro religioso
El sacerdote
La sociedad serrana, al igual que todas las culturas prehispánicas, reconocía formas de autoridad dual: la política-religiosa, es decir que la vida civil se regía por leyes divinas y sagradas.31 Los rituales, los sacrificios, los dioses, formaban parte de la vida cotidiana; sin embargo, había una línea delgada entre lo civil y lo religioso que no podía ser transgredida; no cualquiera era especialista en religión ni podía estar en contacto con las deidades, sólo los chamanes o sacerdotes indígenas,32 a quienes en lengua náhuatl se les llamó tlamatini33 cuyo significado es “sabio”.34 Desafortunadamente no contamos con su traducción a la lengua acaxee o xixime.
En general, en las sociedades antiguas y en particular en esta área de estudio, los ancianos eran los únicos que ocupaban los cargos sacerdotales, eran los que tenían mayor importancia, además de que poseían el conocimiento de su pasado, de su historia, de los cimientos de su cosmovisión, de tradiciones y costumbres. Estos sacerdotes indígenas, al igual que los cristianos, estaban inmersos y actuaban en el ámbito de lo sagrado, por lo que debían tener actividades específicas que los alejaran de las profanas, como el ayuno.35 Se comunicaban con sus dioses a través del uso de psicotrópicos, en sueños y/o directamente escuchaban sus voces; tenían revelaciones (mensajes) que debían interpretar. El sacerdote era el único capaz de hacer los sacrificios (ofrendas), y en el acto, al representar a la deidad, era necesario que consumiera la parte que le correspondía al dios y de esa forma tener el vínculo.36 Por lo tanto, “dios y hombre se mezclan formando una pareja en un solo recipiente”; se transformaban en un hombre-dios, un personaje con la capacidad o el poder de ver y cambiar el futuro o el pasado, controlar los elementos, curar, matar, entre otras cosas.37 Por ejemplo, en el caso particular de los serranos, el sacerdote, desde la perspectiva cristiana, curaba las heridas chupándolas -tal vez succionando la maldad o la energía negativa- hasta que sanaran sin otro tipo de medicina.38
Aunque el estamento sacerdotal cumplía varios cargos dentro de la religiosidad, los caciques forzosamente ejercían los cargos de sacerdote y guerrero, era una condición de necesidad. Pero la función del guerrero y el sacerdote podían ejercerse por separado y de forma independiente. Dentro de las guerras y rebeliones los caciques tuvieron papeles de suma importancia;39 sin embargo, la historiografía contemporánea los ha interpretado erróneamente, los ha concebido como seres que se autoproclamaban dioses cuando en realidad eran los representantes e intermediarios de ellos, es decir, los caciques en su dualidad de sacerdotes.40
Pérez de Ribas señaló que, en la guerra de 1600, al cacique Perico del grupo sobaibo, hablante del acaxee, se le presentó su dios y que, posteriormente en la guerra xixime de 1610, al cacique que nombró “reyezuelo de Guapijuje” también se le apareció su deidad.41 Seis años después, en la guerra tepehuana, se registró también que otro dios adjudicado a la tierra se presentó frente “al cacique Gogojito”, con un espejo sobre el vientre, “en figura resplandeciente, con un arco y dos flechas en las manos” y que además hablaba varias lenguas. En los tres casos el mensaje era que veneraran a su respectivo dios patrón y regresaran a su antigua religión.42
Rechazo al cristianismo
En el año de 1597, a siete años de la presencia jesuita, en una carta anua en la que no se registró ni pueblo, ni nombre del autor, el jesuita trató de explicar la razón del porque los indígenas de la sierra no acudían a la iglesia, y nos dice que esto se debía a que la concebían como la “casa de los muertos”. Lo anterior se entiende porque los cristianos enterraban a sus difuntos en ese lugar y los indios pensaban que, si entraban, la muerte les llegaría, decían que los vivos no podían estar seguros en casa de los muertos. De tal suerte que, para quitarles esa percepción, el padre en turno les enseñaba lo que significaba morir en vida cristiana e ir al paraíso junto a su dios; les daba una cruz para que la veneraran y le mandaba a un niño temachtian (maestro) para que les enseñara la doctrina.43
En septiembre de 1599, hubo una temporada de sequía. Tras ese problema, un grupo de indios fue a consolarse con los padres. Estos últimos pidieron a los nativos que oraran el padre nuestro, hicieran procesiones y cantaran letanías. El acto lo hicieron tres días antes del 8 de septiembre (día de la celebración del nacimiento de la Virgen); cargaron su imagen desde una ermita hasta la casa de los jesuitas. Ese mismo día, nos cuenta el padre Váez que, “estando el cielo sereno y raso” se nubló y cayó “un aguacero” que duró dos horas y, según él, los indios quedaron consolados y agradecidos con los padres y dios. Sin embargo, una india se mostró enojada con los cristianos y dijo que “porque ella no quería, no llovía; y que con ciertas palabras deshacía y ahuyentaba los nublados”, lo que ocasionó que la llevaran a la iglesia y, delante del pueblo, el fiscal mandó castigarla y obligarla a mostrarse culpable de querer engañar a los demás.44 El documento no nos dice si fue asesinada o la dejaron con vida.
Ejemplos similares fueron asentados por los padres, en los que se ve reflejado el rechazo, y la población intenta alejarse o apartar a los neófitos de la religiosidad cristiana. Por ejemplo, se registró el caso de un indio que prohibía a su esposa asistir a misa y aunque fue reprendido por los jesuitas, por “el pecado que estaba cometiendo”, el indio no hizo caso y cada vez que su mujer iba a la iglesia, la regresaba a la fuerza “a la cueva donde vivían”. Cuenta el padre que escribió la carta anua que “esa misma noche quiso dios que muriera, castigando la inhumanidad del bárbaro” y así dejaba libre a su mujer.45
Otros ejemplos los encontramos en los ataques que se realizaban a los nuevos cristianos. Antes de las guerras contra los europeos, era normal que entre los diferentes grupos serranos hubiera combates, ya que desde su cosmovisión se consideraba una práctica necesaria; sin embargo, esto aumentó cuando ciertos grupos decidieron aceptar el cristianismo. Por lo tanto, dejó de ser una costumbre por tradición y se transformó en una por altivez; y es que al parecer el hecho de que los indígenas se convirtieran al cristianismo hizo que hubiera un gran desprecio hacia ellos por parte de quienes lo rechazaban. Esto provocaba que algunos grupos hicieran la guerra a los indios cristianos y no necesariamente a los colonizadores civiles. Tal fue el caso de los indios xiximes de Guapijuje, Xocotilma y los de la Campana Grande.46
Otro acto de desprecio hacia la nueva religión y sus dioses lo encontramos en la rebelión tepehuana acaecida de 1616 a 1618. En Santiago Papasquiaro, los indios sacaron de la iglesia la imagen de la virgen y la de un crucifijo; a la primera le dieron azotes como si se tratara de una persona, y a la segunda la hicieron pedazos, de la misma forma que los misioneros lo hacían con su dios. A esta cruz la “arrastraron a vista de los españoles, llamándole […] ladrón, borracho y diciéndole otros mil oprobios”. A otra cruz que estaba en el cementerio de la iglesia la arrancaron y la hicieron pedazos para posteriormente ofrecer los restos como ofrenda a dos indias, una nahua y la otra tepehuana, a quienes habían colocado sobre las andas en las que estaban las imágenes católicas.47 Esto nos permite ver que hubo un sentimiento de venganza al realizar los mismos actos que los europeos hacían con sus dioses.
Discursos y huida: rostro cotidiano
Para todo el siglo XVI no existen informes en esta área que provengan de la propia mano de indios sobre agravios y daños que recibían de los colonizadores civiles; éstos empezaron a surgir en el siglo XVIII y aunque ellos no los escribían, sí los firmaban.48 Asimismo, existieron múltiples formas de manifestar su inconformidad con el sistema; por un lado encontramos las arengas con las que se buscaba la emancipación, y por el otro, las migraciones que se hacían con la finalidad de alejarse del control europeo. Sin embargo, debido a la escasa documentación no fue posible rastrear la resistencia cotidiana en aspectos como el culinario, la vestimenta, las relaciones sexuales, los cambios en la organización del tiempo o de la siembra; sólo la encontramos en acciones y discursos que para los ojos de los cristianos implicaban atraso en su labor misional.
Discursos serranos hacia una emancipación
Podemos estudiar el poder de la palabra a través de las distintas arengas o tlatollis49 que los caciques tuvieron ante los coterráneos de la sierra para persuadirlos de lo necesario que era el desprendimiento del dominio español. Estos discursos se tienen gracias a que los misioneros jesuitas escribieron lo que les confesaban ciertos indígenas, lo que sabían de oídas, y/o hasta lo que ellos mismos en ocasiones presenciaban. Es importante resaltar que, aunque no podemos tomar literalmente las palabras que encontramos en las crónicas por ser registros en castellano de lo que expresaron o creyeron que expresaron los serranos en su lengua, sí podemos retomar y resaltar el sentido que cobraron en ciertos momentos dentro de una sociedad históricamente determinada.
Los tlatolli usualmente eran proclamados por ancianos que tenían mayor autoridad en la sociedad y se daban dentro de una plaza o espacio donde se concentraban a escucharlo. El anciano que hablaba caminaba alrededor de la plaza y “conforme crecía el calor de su discurso, aumentaba la velocidad del paso y el tono de su voz. Al terminar [le decían]: Mi abuelo, has hablado con acierto. Tu corazón y el nuestro están de acuerdo”.50 Por lo que nos damos cuenta de que el discurso conmovía y persuadía a los oyentes de querer lo que el orador aludía. Probablemente estos tlatolli se decían no sólo para informar, sino para incitar o convencer a la comunidad a ejecutar algo, como la guerra. Es por ello que en este apartado utilizaremos ese término para referirnos a las arengas que emplearon ya no sólo los ancianos sino otros personajes, para incitar a la emancipación.
El ignaciano Diego González de Cueto registró en 1609 que, debido a la libertad que tenían algunos de los cristianos de tener contacto con otros pueblos aun entre “tierras de infieles”, dos años atrás, en 1607 habían recibido de los xiximes “malos tlatolli”, lo que había desencadenado entre los fieles el aborrecimiento de la paz y el rechazo a la construcción de iglesias. Pero también nos informa que estos discursos se fomentaron en parte por los malos tratos que los españoles habían dado a los xiximes.51
Fue por eso, continúa el padre González de Cueto, que un xixime recorrió la sierra y al ver que un grupo de cristianos se encontraba haciendo los preparativos para la construcción de iglesias en San Hipólito, les “hizo tal retórica entre ellos” y les informó que un misionero le había confesado llorando, que hasta entonces todos habían vivido engañados sobre “las cosas de la otra vida” y les señaló que los muertos y sus almas se quedan en el lugar donde los entierran (que no se van a otro lado). Y que por lo tanto era mejor no terminar la construcción porque la iglesia, los padres y los españoles eran los causantes de la hambruna, el cocoliztli y otras enfermedades.52 Con este discurso no sólo los retrajo y apartó de hacer las iglesias, sino que, además, motivó a otros indios cristianos a levantarse en armas, y aunque el padre de San Hipólito envió a otro indio cristiano para evitar el amotinamiento, no pudo convencerlos de continuar con la edificación de la iglesia. Estos nuevos apóstatas, quienes se habían convencido del discurso del xixime, les dijeron a sus coterráneos que el estilo de los cristianos era echar por delante al padre para convencerlos de recibir la nueva religión, pero una vez bautizados entraban los soldados a darles tequio y trabajo sin paga, y les quitaban a sus mujeres e hijas. Los indios se aferraron a esto, así que el xixime y otros acaxees recorrieron parte de la sierra para amenazar de muerte a los que quisieran hacer iglesias.53
Hubo otros padres que registraron que el demonio -los dioses indígenas- les había puesto en la cabeza que no se hicieran amigos de los cristianos ni se bautizaran, porque haciéndolo se iban a morir.54 Y es que los nativos sabían que los propagadores de las enfermedades eran los españoles y que las muertes por ellas eran el agente número uno en diezmar a la población. Aunque ahora sabemos que los virus llegaban antes del contacto físico con los occidentales.55
El padre Diego de Acevedo registró en una carta que en un pueblo de los sicurabas, hablantes del acaxee, se juntaron dentro de “una casa”, probablemente un templo, para pedirle a su dios patrón que los protegiera de la epidemia de la viruela. Acevedo menciona que, en respuesta a sus rezos, pronto se hicieron presentes cinco dioses, quienes escucharon las súplicas del sacerdote principal o chamán que tenía la estatura de un niño de diez o doce años. Este sacerdote les pidió a los enfermos que fueran a morir a los picachos, que huyeran lejos de los españoles porque no se acostumbraba que los antepasados fueran enterrados en sus iglesias.56
Otro ejemplo interesante sobre los discursos serranos se dio a finales de la guerra tepehuana, cuando los humes, hablantes del xixime, se encontraron por primera vez con los españoles e indios auxiliares; los humes expresaron lo siguiente:
que no se espantase de aquel miedo y recato con el que se llegaban a ver y hablar a españoles porque además de que no los habían visto en su vida, por no haber salido en su vida de aquella quebrada, donde vivían contentos, los tepehuanes les habían dicho [que] eran [los] españoles una gente cruel feroz y carnicera que a modo de leones todo cuanto encontraban destrozaban y despedazaban y que se persuadían a ello por la matanza que pocos años antes hizo el gobernador pasado en los indios xiximes sus vecinos en Tocotilma.57
En este ejemplo se trastoca el rol del observador y son aquí los indígenas quienes juzgan y describen a los españoles como gente bárbara y cruel que aniquilaba todo lo que a su paso encontraba. Y si tuviéramos más fuentes que hablaran sobre los españoles desde el punto de vista nativo americano, probablemente muchas se expresarían de la misma forma con adjetivos no favorables.
En busca de tierras sin europeos
La resistencia más común a la labor de los misioneros fue la huida a los montes y a las regiones desérticas. Desconocemos el número de indios que optaron por esto, pero sus huellas aparecen en las cartas jesuitas.58 Se tiene registro de que las curaciones que les obligaban a hacer los misioneros a los indios con algunas sangrías, purgas y sudores fueron motivo para que algunos escaparan de las misiones.59
Los indios disidentes, “sublevados o rebelados” como aparecen en las fuentes, además de expresarse con los levantamientos armados, también lo hacían negándose a trabajar, ya que escapaban antes de cumplir con los plazos establecidos.60
En el caso de los indios cristianos acaxees, cuando se vieron afectados por los ataques de los no cristianos, les dijeron a los padres que si no los defendían “abandonarían las tierras de misión”, o en su defecto, se pasarían al bando de sus enemigos los xiximes para contraatacar a los españoles, pues sabían que, al haberse convertido en sus fieles vasallos, era deber de la Corona defenderlos.61
En el año de 1617, en la guerra tepehuana, el gobernador don Gaspar de Alvear había salido a la lucha con gente de la villa de Guadiana dejando a ésta prácticamente deshabitada. Fue entontes que los tepehuanes de ahí hicieron una junta con 700 indios y resolvieron irse a un pueblo llamado El Tunal, que distaba una legua de Guadiana. Sin embargo, la noticia llegó al teniente general y maestre de campo Rafael de Gascue quien, junto con el capitán Gonzalo Martín de Soria y 15 soldados más, fue en busca de ellos.
Al final, bajo amenazas y forzados, muchos tepehuanes regresaron a Guadiana, pero otros huyeron.62 Vemos así que con el paso del tiempo y a consecuencia de la invasión europea se van generando tierras despobladas fuera de los reales de minas y de los pueblos de misión.
Encontramos otros ejemplos similares en el alzamiento de los acaxees, quienes migraban a rancherías donde brillaba la ausencia europea, lo que produjo despoblamiento en los pueblos donde sí la había.63
A pesar de este rechazo a la presencia europea, las autoridades civiles y religiosas aparentaban encontrar en los diversos asentamientos indígenas una estabilidad y una armonía que reflejaban en sus crónicas. Sin embargo, “esta construcción ideal contrastaba con la dinámica real de la provincia, donde los indígenas reducidos se comunicaban frecuentemente con los gentiles” y no cristianos, incluso “los pueblos de indios no estaban habitados exclusivamente por gente congregada, pero eso no impedía que continuaran funcionando como tales”.64
Al respecto tenemos un registro del corregidor Pedro Antonio Queipo de Llano sobre el tema de los apaches en el siglo XVIII. Nos cuenta que los sospechosos de robos dijeron que los indios asentados se movían, los alojaban y participaban en asaltos, de la misma forma que ellos, para después regresar a su lugar de asentamiento. “Esta dinámica de salida y retorno a pueblos y misiones convivía con la estrategia de quienes se iban para no volver y se asentaban de manera definitiva en las sierras ásperas y fragosas”. Ante esto, los religiosos tuvieron que prohibir la entrada a forasteros y averiguar de dónde provenían. Incluso existían permisos para ir a otros pueblos. Por tanto, nos damos cuenta de que lo que sabemos de los pueblos de misión es una construcción social idílica, ya que no estaban habitados exclusivamente por indios asentados. El asesor de la comandancia general Manuel Merino nos dice que existían dos destinos en la época: quedarse como población flotante en haciendas y/o ranchos, o formar cuadrillas que se asentaban en las barracas de la sierra.65
La huida de los reales de minas también formó parte de las estrategias serranas. El virrey Marqués de Montesclaros informó en 1606 que la explotación de los reales de minas de la Nueva Vizcaya tenía “grandes dificultades, siendo las mayores falta de gente, distancia grande, leguas y poca estabilidad de los naturales por cuya mano se han de beneficiar”.66 La falta de trabajadores indígenas se explica, en gran medida, porque se rehusaban a estar sometidos y a trabajar para los españoles. En ese sentido, los españoles preferían trabajar con delincuentes a no tener producción mineral. Y así se decía que en estas tierras no se practicaba la ley castellana que prevalecía en la Nueva España, ni se les obligaba a ir a misa67 y entonces cualquiera que quisiera alejarse, aislarse o huir de las ordenanzas se iba a los reales de minas de las sierras. De esta forma, el funcionamiento de los reales mineros recayó en los “vagos”, los forasteros, los sirvientes y los indios de repartimiento, quienes recibían un salario.
Dejar de ser para permanecer: rostro de la supervivencia
Apropiación del catolicismo
Los serranos, obligados por la necesidad pero conscientes de su decisión, introdujeron en su civilización aspectos de la cultura española, lo que significó que hubo una transformación cultural en la que se dio un proceso de “anomia”, aun cuando el daño colateral fuera la degradación de sus valores y su identidad.68
Ya hemos hablado de lo que significó para los serranos resguardar su memoria, su identidad, sus creencias, sus dogmas, y transmitirlo mediante la oralidad por generaciones. Sin embargo, esta herencia histórica los perjudicó con el paso del tiempo. En esta nueva época de transición en la cultura, lo que conocían sobre el funcionamiento de lo sobrenatural y el cosmos eran transgresiones respecto a las nuevas normas e instituciones que se estaban forjando. Y ese legado ancestral, poco a poco se iba desvaneciendo a falta de incentivarlo, a causa del miedo provocado por los europeos y de la imposición de una nueva religiosidad que, a fin de cuentas, habían terminado por hacer suya a fuerza de soportarla. Por tal razón, tenemos que “los agentes sociales adaptan sus comportamientos a situaciones novedosas, en momentos de crisis, o a transformaciones profundas en la larga duración. En tales casos la adaptación llega a ser sinónimo de supervivencia material y social”.69
Para los indios de la Nueva Vizcaya, adueñarse del cristianismo fue la oportunidad que tuvieron consciente o inconscientemente de rechazar la muerte y permanecer con vida. En el devenir de la conquista espiritual y militar que se dio a lo largo de la segunda mitad del siglo XVI y principios del XVII, acaxees, xiximes y tepehuanes tuvieron como destino la muerte ante su intento por combatir a los militares. Se dieron cuenta de que, si querían sobrevivir, era innecesaria la guerra y optaban por congregarse con los misioneros, ya que en un primer momento encontraron en ellos refugio y ausencia de guerras. Tal fue el caso de los tepehuanes en 1596, quienes se congregaron en las iglesias para estar cerca de los padres “por el miedo que le tenían a morir enfrentados a lucha armada con los soldados españoles”.70 De hecho, algunos misioneros sabían que era mejor que las conversio nes se hicieran sin necesidad de capitanes, ni soldados, para evitar la guerra y con ello la muerte de aquellos a quienes se pretendía convertir. De ahí que surgieran en 1597 las tres primeras misiones jesuitas en la Nueva Vizcaya; dos de ellas a cargo de los propios tepehuanes: Santiago Papasquiaro y Santa Catalina.71
Los ignacianos sabían que si se evitaba la guerra se ahorrarían capital y así ese dinero proveería las necesidades de la evangelización, como salarios para más sacerdotes y recursos para subsistir. Además, sabían que los nativos gustaban más de ver a los sacerdotes solos que acompañados con soldados.72
Acaxees, xiximes y tepehuanes no tardaron en darse cuenta de que, si realizaban las actividades cristianas, tenían la posibilidad de permanecer con sus prácticas sagradas, y las llevaban a cabo bajo las prácticas católicas. Por ejemplo, el padre Francisco de Arista, sin ser consciente de ello, menciona que en ceremonias, cuando se hacía el baile, se acompañaba con cantos y éstos los pronunciaban en su lengua; los serranos le decían que eran dirigidos hacia el dios cristiano.73 Quizá era una forma de engañar a los religiosos para ocultar en los cantos mensajes a sus dioses sin que se los prohibieran.
Años más tarde se dio el caso de una curandera que con sus remedios sanaba bajo el nombre del Dios cristiano. Así, aunque se valía de las tradiciones ancestrales para curar, al hacerlo en nombre de la religión cristiana evitaba cualquier tipo de represalias.74
Otra forma de apropiación fue la aceptación de los sacramentos, particularmente la llamada unción de los enfermos. Los indígenas eran persuadidos por los misioneros, con base en el miedo, de que al recibir los sacramentos escaparían del infierno y ganarían el paraíso. Fue así como encontraron en los sacramentos un auténtico bálsamo para paliar el sufrimiento provocado por la explotación a la que eran sometidos. Respecto de esto nos dice el padre Báez que cuando caían enfermos tenían la necesidad de pedir el sacramento de la penitencia; “porque no solamente hallan en él medicina para las enfermedades del ánimo, sino también, lo cual se ha experimentado, para las del cuerpo”.75 Es decir, las confesiones les creaban -quizás en su imaginario- estabilidad mental y corporal. Los casos más representativos fueron los de los ancianos, quienes a más de conservar su cosmovisión, terminaban por aceptar -en el discurso- el cristianismo. Al respecto nos cuenta el padre Pérez, citando a Santarén, que hubo un hechicero, de más de ochenta años, a quien los indios reverenciaban como al dios del cielo y la tierra; éste cayó enfermo “por castigo divino” así que pidió ser bautizado. Santarén le mostró la efigie del Niño Jesús, le dijo que “era la imagen del Señor que había venido del cielo a la tierra para redimirnos”, a lo que el hechicero respondió: “Señor ya te he hecho mi señor”.76
En 1595, otro ignaciano quiso convencer a otro indio viejo de que se bautizara, pero éste se negó rotundamente. El padre le manifestó que si no se hacía cristiano se iría al infierno cuando muriese. El indio respondió que no temía por eso, porque él era inmortal y no podía morir, creía que al abandonar la vida terrenal la vida trascendía y continuaba. Ante esta respuesta el padre lo amenazó “con el castigo eterno del infierno, y el indio se marchó”. Tiempo después éste regresó a causa de una herida que le había hecho un animal; le dijo al padre que se había dado cuenta de que era mortal como todos. Y entonces le rogó que lo bautizara para que no se perdiera su alma.77 Este ejemplo nos deja vislumbrar el poder del miedo sobre los serranos.
Al año siguiente un jesuita buscando enfermos que confesar en Santiago Papasquiaro, se encontró en el camino a unos nativos que llevaban a un indio ladino envuelto en telas con una cruz hecha de palo. El padre descubrió el cuerpo y lo encontró vivo, aunque a punto de morir, buscó a un cristiano que pudiera darle oración en su idioma, “aunque fuera uno de los indiecillos ladinos que solía traer en su compañía”, mas no encontró a ningún cristiano. Sin embargo, el enfermo comenzó a dar muestras de vida y habló y escuchó “lo necesario para confesarse” (porque ya estaba bautizado) y “acabándole de absolver, espiró como quien no aguardaba sino aquel último efecto de su predestinación para ganar del fruto de ella”.78
Otro de los métodos que utilizaron los sacerdotes para persuadir a los nativos de que aceptaran la nueva religión fue por medio de privilegios, otorgándoles algunos bienes como herramientas y cargos políticos.79 Encontramos casos en los que acaxees, xiximes y tepehuanes aceptaban la nueva religión valiéndose de los alimentos otorgados por los indios laboríos, quienes a su vez trabajaban para los misioneros. Por mencionar un ejemplo, todos los domingos y los días de fiesta, algunas administraciones de las iglesias daban de comer a los que llegaban de lejos a escuchar las misas. Los peregrinos llegaban al templo cantando la doctrina y algunos himnos con su cruz levantada, adornada de flores y plumas.80
Otra de las razones que ayudaron a los indios a aceptar con mayor facilidad el cristianismo fue la conversión de los caciques-sacerdotes, pues al ser una figura emblemática, sus acciones eran ejemplo para los demás. Se tiene noticia de un cacique tepehuán, quien sentía aprecio por la fe cristiana por lo que participaba en la catequización y comunión de los neófitos cristianos.81 En uno de los pueblos donde jamás se había entrado a hacer labor misional, Santarén dio su sermón por vez primera en lengua indígena y nos dice que sus palabras animaron a dos de los principales acaxees a que le pidieran el bautismo junto a “6 adultos, de los más principales” y 40 niños. A uno en particular lo convencieron de elegir y quedarse con sólo una mujer de las tres que tenía; eso sirvió de ejemplo para aquellos que estaban en la misma situación.82
Hubo ocasiones en que la devoción de los nativos fue tanta que, en lugar de que se alegraran los misioneros, les provocaba pavor el hecho de que la iglesia y el espacio de convivencia se prestaran para la organización de una sublevación. El padre Juan Bautista Velazco escribió que luego de que convenció a los indios de ir a misa, “viendo cómo se juntaban todos en la iglesia para hacer disciplina, la cual tomaban con tanto rigor” y acudían con tanta puntualidad que era necesario “estorbarles que no la hiciesen cada día, como intentaban, porque no cobrasen después miedo y horror a un tan santo y loable ejercicio”.83
Pueblos de misión y cómo aprenden el cristianismo
Los misioneros tenían una premisa que fijaban como meta: hacer a los indios primero “hombres y luego cristianos”; esto implicaba que los patrones de comportamiento y el modus vivendi de los “gentiles” debían seguir las normas impuestas por los occidentales cristianos.84 Las consignas que debían cumplir los misioneros para crear pueblos de misión eran: persuadir a los nativos de recibir la religión y de reconocer al dios cristiano. Se debía incentivar a que habitaran en pueblos cerca de ellos, apostando a su defensa ante los daños provocados por los no reducidos. Una vez congregados, se debía procurar la paz y la amistad con los demás indios vecinos. Debían apartarlos de los indios que tuvieran “vicios y […] malos usos”. Ya después los hacían construir sus propias casas donde habitarían, así como los campos donde tendrían sus sementeras para el cultivo. Y no debían cobrarles tributo por espacio de diez años.85
El padre Aquaviva, en una carta del 10 de junio de 1598, insistía en que en los colegios la prioridad era plantar virtud (buenas acciones, buen comportamiento) entre los párvulos y después la enseñanza de las letras. Lo que sin duda se hacía con el apoyo de los indios nahuas y tarascos.86 Sin embargo, había la convicción de que durante el proceso de aprendizaje del evangelio y de las leyes cristianas, “no puede existir un pagano que renuncie de un solo impulso a sus cadenas todas y ponga en práctica las virtudes cristianas, si todavía no ha recibido los medios para ello”.87 En ese sentido, los misioneros pretendieron cerciorarse de que los indios entendieran lo que estaban recibiendo para asegurar su compromiso con la nueva fe.88 Sin embargo, muchos de los supuestos convertidos al catolicismo no entendían el significado de las palabras que pronunciaban en los rezos, cantos y/o confesiones; como era el caso de los tarahumaras quienes podían decir: “Santa María, ora pro nobis”, y al mismo tiempo pronunciaban otras palabras como “Mantequilla, Perro, Señor y otras al tono”, sólo para tratar de satisfacer a los misioneros.89
De alguna manera, esa ausencia de entendimiento por parte de los indios era justificada en el caso de los ancianos y enfermos, pues según los cristianos: Dios no les pedía que supieran tanto de la religión por la alta probabilidad que tenían de morir; así que eso se tenía que compensar con los “mosos y sanos” quienes debían trabajar más, pues tenían tiempo y capacidad para saber las cosas de la fe.90
Tenemos el caso de un indio “gentil” xixime, quien cuenta que lo “despertó Dios” de la ceguera del demonio y así pudo hablar con sus coterráneos sobre la doctrina cristiana, de tal forma que incluso los indios ladinos y doctrinados cristianos se admiraron de él al ver su fidelidad. Este xixime junto con los ladinos, decidió cambiarse de residencia e irse con los acaxees cristianos dado que donde habitaba corría riesgo de ser atacado por sus propios coterráneos que aún no estaban convertidos. A él se le unieron otros veinte de su grupo. Hizo su sementera en un puesto donde él había escogido, ahí construyó una iglesia. Y según el registro que quedó de él, expuso que antes de ser cristiano bautizado, lo era en su corazón. Y que si el Creador le había dado esa capacidad siendo un infiel, mejor estaría si lo practicara en el nuevo lugar donde se había mudado. Finalmente, esta reducción se agregó a la Misión de San Andrés.91
Por supuesto, aquellos que adoptaban la nueva religión adquirían con ello las leyes que se implementaban a todos los bautizados. Por ejemplo, la embriaguez o borrachera era considerada delito, por lo cual se castigaba.92 Existe registro del caso de cuando Santarén castigó con azotes a todos los que estaban en un real de minas como penitencia para que rezaran en nombre de los cinco indios que se habían embriagado.93
Los nuevos católicos fueron dejando las prácticas rituales, entre ellas la antropofagia, como lo mencionó el padre Alonso Ruiz, “comían gente y bebían sangre de cristianos”, pero ahora “la derraman con gran devoción por sus pecados”;94 es decir que les enseñaron el acto de flagelarse hasta sangrar para mostrar arrepentimiento ante el Dios cristiano.
En 1608 se registraron casos de neófitos en los que, luego de recibir la doctrina cristiana, acudían a decir sus oraciones libremente sin ser obligados. Los adultos tepehuanes se bautizaban junto a sus hijos y los llevaban a la iglesia. Según el autor, muchos vivían tranquilamente bajo la administración cristiana porque no estaban en contacto con los españoles, por lo que podemos pensar que hubo casos similares entre los acaxees y xiximes. En esta misma carta se menciona que los tepehuanes celebraban la Pascua y las fiestas del año dentro de los atrios de las iglesias; hacían una rueda en la que danzaban y cantaban con letras cristianas y ritmos sonoros que bailaban sin derramamiento de sangre ni bebidas embriagantes. Según el misionero, dentro de esta comunidad tepehuana ya sólo se escuchaba pregonar el nombre del dios cristiano en comparación con otras comunidades en donde no sucedía.95
Conclusiones
Se han mostrado, a partir del análisis de la escasa documentación que tenemos, tres rostros de resistencia pacífica de los grupos serranos acaxees, xiximes y tepehuanes; tres formas de actuar sin armas ante el dominio colonial, múltiples y variadas que muestran la capacidad inventiva y los diversos caminos tomados por los nativos para lograr una nueva configuración de identidades. Estas acciones tuvieron repercusión y trascendencia no sólo a nivel administrativo en el orden colonial, sino además en el aspecto ideológico.
Primero vimos la resistencia religiosa, donde la figura sacerdotal nativa tuvo un papel importante, porque defendió y mantuvo viva la memoria ancestral mediante la práctica y la continuidad de rituales y costumbres, aun con las prohibiciones y castigos que ello implicaba. La defensa de su religión y el rechazo de la fe cristiana fueron las primeras manifestaciones de resistencia. La huida y el aislamiento fueron otras prácticas congruentes con la idea de la emancipación.
En un segundo momento hablamos sobre la resistencia cotidiana. Un ejemplo de ello se estudió a través de los discursos de los disidentes que intentaban persuadir a los neófitos de alejarse y rechazar el cristianismo. Hubo otros casos en los que el repudio al cristianismo se vio reflejado en los ataques que se les hacían a los indios cristianos, no necesariamente a los europeos. Y finalmente encontramos otras acciones en las que simplemente se decidía alejarse de la presencia occidental y del trabajo en las minas, al tiempo que buscaban tierras donde no estuvieran ellos.
En un tercer momento se mostró la resistencia a la muerte, y es que la apropiación del catolicismo también figuró como una forma de resistencia, ya que, para poder seguir siendo, era menester dejar de ser, es decir que para no morir tuvieron que dejar paulatinamente sus conocimientos y todo aquello que les daba identidad. Aquellos que aceptaron el cristianismo cambiaron su forma de organización social y alteraron sus patrones de vida. Y aunque hubo casos en los que fueron atraídos mediante algunos beneficios y prebendas, también el miedo inculcado y los castigos motivaron a los serranos a aceptar la nueva religión.
De esta manera, mediante la apropiación de lo ajeno en beneficio de la supervivencia, se inició el proceso con el que desaparecieron dos culturas a finales del siglo XVIII, los acaxees y los xiximes, mientras algunos tepehuanes pudieron refugiarse en la Sierra Madre y lograron conservar su identidad hasta encontrarse actualmente con una densidad mayor en el municipio del Mezquital, Durango, como grupo que mantiene viva su cultura frente al asedio cada vez mayor de los valores propios del mundo occidental.96