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Estudios de historia novohispana

versión On-line ISSN 2448-6922versión impresa ISSN 0185-2523

Estud. hist. novohisp  no.62 Ciudad de México ene./jun. 2020  Epub 04-Dic-2020

https://doi.org/10.22201/iih.24486922e.2020.62.70020 

Reseñas

Patricia Gallardo Arias y Cuauhtémoc Velasco Ávila, coords., Fronteras étnicas en la América colonial

1 Universidad Nacional Autónoma de México, México. Instituto de Investigaciones Históricas. Correo electrónico: osante@unam.mx.

Gallardo Arias, Patricia; Velasco Ávila, Cuauhtémoc. Fronteras étnicas en la América colonial. México: Secretaría de Cultura, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2018.


El libro en cuestión, aunque ciertamente es colectivo, contiene sólo cinco capítulos que giran en torno de una temática muy bien articulada dirigida a desentrañar “el proceso a partir del cual se definieron las fronteras antes y después de la conquista española, tanto en México como en el sur del continente americano”; enlazado a este proceso está el de la adaptación de los indígenas al sistema colonial. Los pobladores civiles, militares, religiosos e indígenas de cultura sedentaria, a partir de su encuentro con otros grupos nativos, fueron creando en el imaginario colectivo un conjunto de ideas que terminaron por moldear su propia conducta y establecer el trato que para ellos merecían esos indígenas que calificaban como “salvajes, infieles o bárbaros”. El concepto de frontera, manifiesto en toda la obra, es el de un espacio cambiante, inestable y peligroso, producto de la confrontación permanente entre grupos sociales disímiles que se disputan tanto el territorio como sus recursos. Es importante señalar que en todos los capítulos contenidos en este libro se estudian, desde distintos ángulos, fronteras imperiales tendientes a expandir los “dominios de un poder” para someter, expulsar y en caso necesario exterminar a los indígenas que consideraban irreductibles.

La ruptura de la frontera norte mesoamericana es analizada por Rosa Brambila y Beatriz Cervantes, autoras del capítulo primero. Para su investigación utilizaron fuentes bibliográficas, históricas, antropológicas y arqueológicas; entre estas últimas destacan las representaciones rupestres. Es a través de los dibujos que se ha podido modificar la concepción de los indígenas cazadores-recolectores que se fue forjando a lo largo del siglo XVI. Con dichas representaciones y con la escasa información que existe acerca de la forma de organización de los grupos nómadas, Brambila y Cervantes reinterpretan las relaciones que los genéricamente llamados chichimecas establecieron con los indios sedentarios en la franja de la frontera mesoamericana. Por ejemplo, las autoras señalan cómo los indios nómadas interactuaban con los grupos sedentarios mediante la convivencia o a través del intercambio, lo que denota que los chichimecas no fueron ajenos a la economía de la región. Por el contrario, éstos llegaron a coexistir con grupos indígenas como otomíes, nahuas y michoacanos que tenían diferentes maneras de relacionarse con el mismo territorio.

La llegada de los españoles y su ganado, junto con otros grupos de indígenas sedentarios, rompió el equilibrio existente que había entre las distintas etnias originarias de la región centro-norte de la Nueva España, a grado tal de tener que cambiar sus relaciones sociales y culturales y adoptar nuevas estrategias para sobrevivir.

La invasión de su hábitat, la falta de alimentos y la incapacidad de negociar empezaron a generar hostilidad y resistencia entre los grupos chichimecas hasta provocar una fractura definitiva de la frontera centro-norte de Mesoamérica; fractura que fuera reforzada por la creación de poblados estables y permanentes ordenada por el virrey Luis de Velasco, padre, entre 1550-1564, con el propósito de contener las embestidas de los entonces llamados también “bárbaros del norte”.

Este trabajo se complementa con el de Patricia Gallardo Arias, quien se centra en el grupo de frontera conocido como pames, quienes, antes de la llegada de los españoles, habitaban la zona que separaba la Huasteca del norte mesoamericano. El grupo de cazadores-recolectores genéricamente conocido como pames mostraron características propias de un pueblo de frontera que compartió algunos atributos con sus vecinos mesoamericanos. La autora define a los pames como un grupo indígena en transición entre el nomadismo y el sedentarismo, por su movilidad por el territorio y su adaptación a las situaciones cambiantes, como sería primero la convivencia con los grupos indígenas de cultura sedentaria nahuas, otomíes y tarascos, referidos también por Brambila y Cervantes, de los que adoptaron ciertas técnicas agrícolas, convirtiéndose en un pueblo horticultor, esto es, que se alimentaban principalmente de plantas domesticadas, aunque la importancia de la recolección persistiera. Posteriormente llegarían los españoles acompañados de otros indígenas sedentarios del centro de la Nueva España a los que también se habrían de acoplar, no sin constantes enfrentamientos, prueba de ello es la desaparición de gran parte de la llamada pamería de los antiguos residentes de la Sierra Gorda queretana. No obstante, a los grupos pames, que mostraron habilidad para relacionarse y acoplarse a las nuevas circunstancias, se les ha facilitado, hasta hoy en día, sobrevivir como grupo, conservando algunas características propias de los cazadores-recolectores para conseguir sustento, principalmente.

El marco histórico que presenta Patricia Gallardo Arias explica de manera puntual cómo el apelativo chichimeca fue aplicado por los españoles a grupos con economías y formas de organización diferentes, desde nómadas y sedentarios hasta sociedades agrícolas estratificadas, pasando por las comunidades culturalmente mezcladas. Asimismo, nos hace ver la autora que el “ser chichimeca” era impuesto por los españoles a todos los grupos que tenían un origen geográfico común, que era el de estar ubicados en la frontera norte novohispana.

Hace notar la autora que, pese a que muchos de los pames efectivamente lograron adaptarse al dominio español, los hubo también en cantidades importantes que rechazaran el sistema que se les pretendía imponer en las misiones. Los indígenas que no fueron exterminados por las autoridades, militares, civiles y eclesiásticas, o por los mismos vecinos, encontraron la estrategia de empatar las nuevas formas y creencias de los españoles con sus antiguas prácticas de cazadores-recolectores. Inconformes los pames de su reducción en las misiones buscaban la forma de volver al campo, aunque para ello tuvieran que protagonizar cruentos enfrentamientos en los que arriesgaban su propia vida, como solía suceder, no sin antes acabar con cuanto enemigo se cruzaba por su camino. Pero más que en las misiones, el intercambio entre los pames, españoles y mulatos de la región se dio, principalmente, en las haciendas donde realizaban un trabajo asalariado. Concluye Patricia Gallardo que “el proceso de cambio e interacción de los pames con los otros grupos de la colonia, tuvo tres consecuencias: la reducción, la movilización y el cambio cultural”.

Por su parte, Cuauhtémoc Velasco Ávila, Antonio Cruz Zárate y Joaquín Rivaya-Martínez se centran en dos sucesos interesantes ocurridos en la región meridional del entonces septentrión novohispano, es decir, en la región norte de Coahuila y en las Grandes Llanuras. En el capítulo “El ‘escándalo de la república’ de la misión de Vizarrón, 1775-1788”, Cuauhtémoc Velasco y Antonio Cruz plantean la problemática que se vive en la zona de frontera, echando mano de la querella que en su momento presentaran los indios julimeños de dicha misión al gobernador de la provincia de Coahuila Pedro Tueros, por la imposición de su alcalde mayor de parte del misionero, sin respetar sus elecciones y votos.

El caso aquí estudiado es un valioso ejemplo acerca del trabajo misional que se llevaba a cabo en una de las misiones septentrionales de la Nueva España, fundada en 1737, a 50 leguas de Monclova, entre los ríos Sabinas y Grande del Norte. En efecto, en la queja interpuesta, así como en los numerosos documentos que emanaron de ella a lo largo de trece años, es posible evaluar hasta qué punto tuvo efectividad la labor misional en la misión de Vizarrón, y si ésta se convirtió en punta de lanza para sedentarizar a los grupos nómadas del norte, tal y como esperaban las autoridades españolas. Otro asunto importante que se puede apreciar en dichos documentos es la influencia de la política reformista aplicada en esa región norteña novohispana, de cara al trabajo evangelizador de mediados del siglo XVIII, y, por consiguiente, el tipo de apoyo económico que, en su momento, brindaron a los establecimientos misionales. Asimismo, permite medir la relación que mantenían entre sí las autoridades locales, militares y misionales, así como la visión que tenían sobre los indios de misión los más altos funcionarios del gobierno virreinal y regional, quienes manifestaban los pros y los contras sobre la permanencia o la secularización de los establecimientos religiosos en el norte.

Cuauhtémoc Velasco y Antonio Cruz no escatiman en su investigación el análisis sobre las circunstancias de la fundación de la misión de San Francisco Vizarrón, así como las vicisitudes que padecieron tanto el misionero fundador José Antonio Rodríguez y los mismos indios que se integraron a ella. El ambiente de inestabilidad y desconfianza campea en la región, en la que los jumileños son calificados por las autoridades españolas como “incendiarios y facinerosos”. Este grupo, además de cargar con dicho estigma durante su reducción, también tuvo que lidiar con las permanentes disputas por las tierras, así como por el dominio y explotación de los indios, entre las autoridades -militares y civiles-, los vecinos y los mismos misioneros. En las últimas décadas del siglo XVIII era evidente la decadencia de las misiones. Para los misioneros la reducción de los indios nómadas, salvo raras excepciones, fue un fracaso. Los autores muestran a lo largo de su trabajo cómo la misión de Vizarrón no se pudo consolidar como espacio productivo autosuficiente y mucho menos integrarse al circuito agrícola o ganadero de la región. El relajamiento entre los evangelizadores y el fortalecimiento de la política antimisional de los Borbones transformaron esencialmente en militar la política colonizadora del norte novohispano.

Mucho más al norte de la misión de Vizarrón, el caso atípico del establecimiento de la población comanche de San Carlos de los Jupes, en las Grandes Llanuras, hoy valle de Arkansas, le da a Joaquín Rivaya-Martínez elementos de sobra para analizar, desde una perspectiva etnohistórica, las circunstancias que favorecieron para que las autoridades españolas accedieran a fundar dicho poblado, a partir de la solicitud que hiciera en 1787 el principal líder de los comanches jupes llamado Paruanarimuco, así como la efímera existencia de dicho poblado. Dice el autor que San Carlos de los Jupes “nació condenado por motivos medioambientales, culturales y geoestratégicos”. Antes de entrar en materia sobre estos dos puntos nodales, Joaquín Rivaya, apoyado en una amplia bibliografía, mayoritariamente estadounidense, y en los archivos parroquiales de Nuevo México y del Archivo General de la Nación de México, ofrece un rico panorama de las principales características de los comanches que habitaban las tierras ubicadas al norte y nordeste de Nuevo México y al norte y noroeste de Texas. Grosso modo se trataba de grupos nómadas cazadores-recolectores que dependían del bisonte y del caballo para alimentarse, guerrear y practicar el comercio entre otros grupos tanto indígenas como españoles que habitaban en lugares circunvecinos a su hábitat. Los comanches emigraron desde las tierras del actual Wyoming hacia las Grandes Llanuras, conocidas por los españoles como “la Apachería”, donde llegaron a convertirse en uno de los grupos indígenas más influyentes del norte novohispano y, posteriormente, en el siglo XIX, de la Unión Americana.

Asimismo, hace ver el autor cómo el establecimiento de San Carlos de los Jupes se inserta, por un lado, en el acercamiento diplomático y la firma de tratados de paz entre los españoles y 23 líderes comanches, así como la reforma de la frontera norte prevista por Carlos III. De hecho, el autor piensa que bien pudo ser una actitud de complacencia del líder jupe para con las autoridades españolas, con el fin de fortalecer la alianza que se acababa de sellar entre ambos grupos, además de asegurar la continuidad del comercio en la región y recibir la ayuda militar hispana en caso de ataque de algún grupo indígena contrario. Ciertamente, la ubicación de San Carlos prometía a los jupes defender sus intereses comerciales y estratégicos, así como el acceso a la cacería del bisonte por ambos lados del río Arkansas.

Una vez puesto en marcha el proyecto que para los españoles representara un experimento para sedentarizar a los jupes, la población se vio amenazada desde el inicio por diversos obstáculos y muchos peligros potenciales. Ejemplo de ello fueron los factores medioambientales como el clima extremo de la región, las sequías y las hambrunas que se llegaron a padecer, así como la imposibilidad de alimentar en un mismo espacio los miles de caballos que los comanches tenían en su poder sin agotar los pastos y las cortezas de los álamos. También desde el punto de vista geoestratégico, un poblado permanente hacía más vulnerables a los jupes ante las epidemias, los enemigos y los ladrones de caballos. La gran distancia que mediaba entre San Carlos y Nuevo México fue otro de los elementos que influyeron en la efímera permanencia del poblado. Sin embargo, afirma Rivaya-Martínez, el mayor obstáculo fue el propio ethos comanche, es decir las innumerables prácticas y creencias tradicionales contrarias a la vida sedentaria, entre ellas la poligamia muy extendida entre los comanches. Tras el abandono de San Carlos, concluye el autor, las autoridades españolas intentaron aprovechar la infraestructura para crear una población fortificada para tratar a los comanches. El proyecto no sólo fue rechazado por el virrey Manuel M. Flores, sino que prohibió cualquier financiamiento para establecimientos de gentiles.

El libro cierra con otro atractivo capítulo centrado en las misiones establecidas en la pampa bonaerense, elaborado por María Cristina Bohn Martins. La autora concluye en su investigación que el proceso de conformación de las misiones en dicha región fue de suyo complicado, debido a que en él convergen los múltiples intereses y expectativas creados por las autoridades de la capital de la gobernación, así como por los jesuitas del Colegio de Buenos Aires y por los mismos grupos pampas y serranos reducidos en las misiones. La problemática de estos asentamientos religiosos, en muchos aspectos se identifica con las misiones ubicadas en el norte novohispano. Para las autoridades españolas, las reducciones sureñas también representaban puestos de avanzada para extender la frontera de la ocupación española más allá del río Salado, al sur de la gobernación bonaerense, a la vez que esperaban que se convirtieran en bastiones defensivos contra las incursiones de los indígenas conocidos como “malones”, para capturar ganado y cautivos. Era evidente que el control de la frontera, concepto este último que ya para la primera mitad del siglo XVII circulaba entre todos los protagonistas, terminó por imponerse en las decisiones políticas y empezó a aparecer en la documentación de la época. Tal vez se podría catalogar entre lo que define Florence Roulet, “fronteras de papel”, como una realidad virtual e indefinida. Asimismo, las relaciones entre los grupos interesados corresponden a un objetivo estratégico bien planeado por los funcionarios reformistas y por los indígenas involucrados.

Del mismo modo, la postura asumida por los indígenas norteños congregados en los asentamientos misionales novohispanos embona muy bien con las reacciones de los nómadas de las pampas bonaerenses frente a la llamada “misión por reducción”. En ambos polos del imperio español hubo indígenas que repudiaron la reducción como los hubo también que aceptaron negociadamente la vida en los poblados. Ni qué decir de la similitud entre los nómadas del norte de Nueva España y los australes bonaerenses, respecto de la estratégica relación de conveniencia establecida con los religiosos de las misiones, de acuerdo con las circunstancias que los rodeaban, por ejemplo, la facilidad de continuar con el intercambio comercial, asegurando el alimento cotidiano, mientras se guarnecían de los ataques de los enemigos, indígenas o españoles; todos estos intereses obviamente no coincidían con los de los misioneros. En resumen, señala María Cristina Bohn que la efímera existencia de las misiones australes se explica a través de la conjunción de diversos factores, entre los que sobresalen: “el cambio de política del gobierno en relación con la frontera, los intereses de la sociedad hispanocriolla bonaerense y los grupos indígenas implicados”.

Todos estos procesos que hemos visto a lo largo de esta presentación, asociados con las misiones que ahora se están estudiando para la América meridional, tienen fuertes puntos de semejanza con numerosos estudios e interpretaciones que se han realizado para fenómenos semejantes y durante el mismo periodo en el septentrión novohispano. Sin duda, trazar conexiones y comparar esas dos fronteras es un asunto de amplio desarrollo historiográfico­ al que contribuye muy positivamente el libro que hoy se presenta, el cual no hace sino rescatar a los “infieles”, a los “salvajes” y a los “bárbaros” de los diversos márgenes del mundo hispánico.

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