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Diánoia

Print version ISSN 0185-2450

Diánoia vol.60 n.74 Ciudad de México May. 2015

 

Reseñas bibliográficas

 

Jürgen Habermas, Im Sog der Technokratie. Kleine Politische Schriften

 

José Fernández Vega

 

vol. XII, Suhrkamp, Berlín, 2013, 193 pp.

 

Universidad de Buenos Aires, Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. joselofer@gmail.com

 

Se le reprocha a la reflexión política contemporánea, y en especial a sus múltiples versiones de inspiración liberal y republicana, brindar más soluciones para los días de sol que para las jornadas tempestuosas en las que precisamente la brújula de la teoría se vuelve más necesaria. Desde 2007 el mundo desarrollado, y la llamada eurozona en particular, vive inmerso en una crisis económica como no había experimentado desde el crack de 1930. Los quebrantos financieros fueron el detonante, pero la onda expansiva alcanzó muy pronto la existencia social y la esfera política. Los efectos de la crisis son innumerables. ¿Qué clase de soluciones se están aplicando?

Por momentos vibrantes, las intervenciones reunidas en Im Sog der Technokratie (En el remolino de la tecnocracia, podría traducirse) parten de un diagnóstico claro: el escenario político europeo acusa un enorme déficit de legitimidad. El destino de la Europa comunitaria se encuentra en manos de una élite que fija políticas a espaldas de los ciudadanos y se halla sometida a las exigencias del capital. Los políticos europeos —tanto en su desempeño nacional como comunitario— carecen de la visión y del valor necesarios para formar mayorías electorales que contrapesen la descarada influencia de los intereses financieros que fueron los principales responsables de la debacle y acabaron como sus beneficiarios netos, según afirma Habermas.

Ante la crisis general que la afecta, Europa apuesta a una salida tecnocrática antes que política, a la governance más que a la democracia. Este desatino entraña el riesgo inmediato de alimentar el crecimiento de las alternativas populistas de derecha que ya prosperan a lo largo de casi todo el continente. un ánimo euroescéptico, sugiere el autor, quizá sea lo único que comparten los europeos de nuestros días.

Un escenario tan complejo representa una prueba de fuego para la teoría política que Habermas ha forjado desde hace décadas y cuyo hito fue la publicación, en 1981, de su Teoría de la acción comunicativa. En su nuevo libro, que se anuncia como "probablemente el último" de su serie Pequeños Escritos Políticos (iniciada también en 1981, y que con éste alcanza la docena de títulos), Habermas recopila sus "intervenciones" (para diferenciarlas de su trabajo como estudioso y profesor) entre los años 2009 y 2013 orientadas a "contribuir al desarrollo del proceso de formación pública de la opinión". Sus preocupaciones prolongan aquí en parte las que expuso en su trabajo anterior, La constitución de Europa (2011), donde argumentó en favor de la necesidad de un nuevo pacto europeo y denunció a la oligarquía política que domina en Bruselas, expropiadora de la soberanía ciudadana, pero a la vez oportunista, sin imaginación, sometida al discurso economicista y obsesionada por las encuestas de las que depende la estabilidad personal en los cargos. Los ciudadanos fueron complacientes con los manejos de esta élite mientras que la economía florecía. Con la crisis, las miserias políticas que ella encarna salen a la luz y generan todo tipo de resentimientos y desconfianzas, aunque no una respuesta política estructurada.

En Im Sog der Technokratie el pensador alemán asegura que en Europa impera un "federalismo ejecutivo posdemocrático", aún determinado por la puja de intereses nacionales en conflicto. A cien años del estallido de la Primera Guerra Mundial, los países de la Unión parecen virar de nuevo hacia un nacionalismo cuyos extremos condujeron a los desastres del siglo pasado. Alemania, por sus responsabilidades históricas en esas catástrofes, pero también por su actual papel de liderazgo en el continente, derivado de su peso demográfico y de su potencia económica, debe asumir un compromiso muy especial y evitar actuar, como lo hace el actual gobierno de la canciller Angela Merkel, considerando sólo la reivindicación de sus intereses particulares. El gobierno alemán tiene "en su mano la llave del destino de la Unión Europea", escribe Habermas. Debería impulsar la integración pero, con su estrecha perspectiva, revive fantasmas del pasado y pone en peligro el legado europeo forjado con tantas dificultades en la posguerra. La alternativa está clara: o se asiste pasivamente al daño, quizá irreparable, al tesoro de esa herencia, o se encara su profundización.

Para Habermas resulta imprescindible establecer una "solidaridad europea". El primer paso es evitar que los países del norte de Europa descarguen las consecuencias de la crisis sobre los del sur; se trata de compartir esfuerzos en un contexto de economías desiguales. El segundo paso es impulsar una profundización de la democracia en las instituciones continentales, esto es, lograr una verdadera democracia transnacional que genere una opinión pública europea cuyos representantes en el Consejo vuelvan a fundar el modelo de gobierno vigente que, en la actualidad, no surge de ninguna elección. Dicha solidaridad implicaría un entrelazamiento de la moral con la política. La solidaridad, sin embargo, no se puede imponer. ¿Cómo estimular su desarrollo?

El propósito de Im Sog der Technokratie es crear una conciencia europeísta en camino hacia una democracia cosmopolita. La crítica se dirige tanto contra el derrotismo cínico que Habermas ve imperar a su alrededor, como contra el mero realismo que tampoco busca una transformación. Los gobiernos temen iniciar un proceso de ampliación de las bases de legitimación del proyecto europeo y el electorado se encuentra desmovilizado. Las elecciones quedaron reducidas a cálculos y encuestas. En ellas nunca se plantean cuestiones verdaderamente programáticas. Ningún político actual asume el liderazgo necesario ni se atrevería a entablar una lucha electoral polarizante para movilizar mayorías. Y ésta es, según Habermas, la única vía de salvación para una democracia deliberativa: recuperar el proceso de mutuo esclarecimiento de la opinión en la discusión pública que contribuya a formar una voluntad popular a salvo de las extorsiones del dinero y el poder.

La propuesta resulta, por cierto, totalmente coherente con los principios que la filosofía de Habermas ha desplegado y defendido a lo largo de los años. Puesto que en la serie Pequeños Escritos Políticos no habla el académico, sino el intelectual comprometido, cabe preguntarse si esa propuesta es, además, operativa. En la última década, Habermas se acercó a la fe religiosa buscando en ella una motivación que no encontraba entre los ciudadanos de las democracias prósperas, cuyos intereses se hallaban acaparados por el consumo y la desconfianza hacia la participación pública. Su acercamiento a la Iglesia tuvo un momento magnífico en su discusión de 2004 con el entonces cardenal Ratzinger (publicado como Dialéctica de la secularización), y continuó con jesuitas de Múnich en 2007 (editado en castellano con el aberrante título comercial Carta al papa, mientras que el original alemán se traduciría como La conciencia de lo que falta).

Habermas no expresaba con ello inclinaciones religiosas personales (a Ratzinger le confió —la expresión la tomó de Weber— que carecía de "oído musical para la fe"); más bien se aproximaba a los creyentes en busca de estímulos para la solidaridad que veía debilitada en la sociedad civil. Sin un impulso semejante, cuyos fundamentos podían provenir de la religión, pero que luego debían traducirse al lenguaje de la razón secular, la ambición de reparar unas lánguidas democracias occidentales no parecía tener mayor futuro. El discurso religioso, secularizado, podía erigirse en antídoto contra el derrotismo y la desmovilización de los electores. Además, tenía como ventaja impulsar unos valores universales, no sólo locales.

Habermas inició un debate con los católicos tras dejar de lado su intento de identificar la conciencia democrática posnacional con un cuerpo jurídico, tal como intentaba expresar con el lema "patriotismo constitucional", que lanzó a comienzos de los años noventa. Pero la consigna no tuvo otras repercusiones que las académicas.

En Im Sog der Technokratie Habermas no identifica ninguna fuerza motivadora para la solidaridad que propugna más que la que idealmente se derivaría de la convicción racional generada en los debates públicos. Éstos, según reconoce, son débiles o no existen; con todo derecho, tampoco confía en liderazgos políticos que los alimenten. ¿De dónde surgiría esa solidaridad sin la cual el proyecto europeo de una democracia posnacional carece de perspectivas? Habermas sería el primero en reconocer que el derrotismo no se combate con expresiones de deseos.

El núcleo político de este libro se enmarca en secciones dedicadas a celebrar diversas personalidades y a recuperar momentos de la historia intelectual alemana. Ralf Dahrendorf, Michael Tomasello, Jan Philipp Reemtsma y Kenichi Mishima son las figuras a quienes brinda cálidas palabras de homenaje en la última parte. En la primera, el tema son los judíos alemanes y su trágica historia de persecución. Un capítulo se consagra al regreso de los grandes intelectuales sobrevivientes a su Alemania de origen tras el colapso del nazismo; otro a Martin Buber y el tercero al gran poeta del siglo XIX, Heinrich Heine. Aquí se condensan, con tono lírico, las intenciones del libro, su espíritu utópico y los ambiguos presentimientos sobre el futuro. Las convicciones democráticas vanguardistas de Heine recibieron un duro revés en 1848 con la derrota de la revolución; Alemania sólo pudo empezar a estabilizar un sistema político democrático cien años después. Las decepciones políticas, insinúa Habermas, pueden ser muy duras para los individuos, pero las comunidades terminan superándolas. El joven Heine abrigaba esperanzas de fraternidad humana inspiradas en el cristianismo originario. Creía en una "civilización europea" que suprimiera los egoísmos y prejuicios asociados con las nacionalidades, sin dañar las bellas particularidades de cada pueblo. En nuestros días, nos limitamos a lamentar el despotismo de la economía sobre la política, que arruina el, para el autor, equilibrio necesario entre ésta y el mercado. Pero la razón económica tiene sus ironías, asegura Habermas. La globalización que arrasa con las fronteras estatales, también puede terminar despejando el terreno para un futuro político cosmopolita.

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