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Diánoia

Print version ISSN 0185-2450

Diánoia vol.59 n.73 Ciudad de México Nov. 2014

 

Reseñas bibliográficas

 

Guillermo Hurtado, México sin sentido

 

Mario Teodoro Ramírez

 

Seminario de Investigación sobre Historia y Memoria Nacionales-UNAM/Siglo XXI, México, 2011, 83 pp.

 

Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. marioteo56@yahoo.com.mx

 

La esperanza —tan honda como una convicción— es que
México saldrá de su crisis cuando los mexicanos decidan
cambiar su realidad y tomar su destino en sus manos.

Guillermo Hurtado

 

Si un filósofo presocrático viviera en el México actual (o en casi cualquier otra parte del mundo actual) no le quedaría más que concluir que el Ser es violencia, esto es, muerte, destrucción, irracionalidad, nada, puro no Ser. Quizá renunciaría a inventar la filosofía y no le quedaría más remedio que permanecer en el mito, en la inconsciencia y la irreflexión. Nosotros no podemos renunciar a la necesidad de pensar, ni quizá a la necesidad de reinventar la filosofía a partir de las condiciones extremadamente negativas en que nos encontramos. A la manera como nuestro estimado maestro Luis Villoro sostenía hace unos años, en nuestro caso no podemos partir de una "teoría de la justicia", como hacen Rawls y otros pensadores modernos, sino que debemos hacerlo de una "teoría de la injusticia", esto es, de una teoría de las condiciones reales que mortifican y laceran a la mayoría de las sociedades del planeta.1 No podemos darnos el lujo de partir simplemente de una teoría de las condiciones ideales de un pretendido filosofar universalista. No obstante, si pensamos en una universalidad no formal, sino real, nos damos cuenta de que lo que prevalece universalmente no es la justicia, sino la injusticia, no la positividad, sino la negatividad, no la racionalidad, sino la irracionalidad. Quedarse solamente en el plano ideal sin sopesar responsablemente las condiciones efectivas de la existencia puede sonar simplemente a una forma de huir de la realidad (el peligro intrínseco que asedia de siempre a la filosofía) y de terminar construyendo un mero instrumento de falsa legitimación y justificación de la realidad existente (la peor función de la filosofía, la pura autonegación del pensar). En este sentido, consideramos que afrontar sin reticencias, sin temor ni evasivas la realidad que nos circunda, en toda su complejidad y problematicidad, resulta ser la mejor tarea de la filosofía, pues sólo ella, en cuanto ejercicio del pensamiento sin condiciones, sin restricciones ni predeterminaciones de ninguna especie, en cuanto valentía de un pensar que no se atiene sino a sí mismo, puede permitirnos enfrentar lo que hay, lo que nos toca, y tratar de contribuir a la comprensión y al encuentro de posibles salidas a nuestra situación, a la situación de un país preso de la violencia pero, sobre todo, y lo más preocupante, preso del desánimo, del desconcierto, del nihilismo. Ese nihilismo puramente reactivo, emparejador, que no se deja tocar por ningún llamado al razonamiento, por ninguna luz, es el desesperante y último enemigo de la filosofía. Es ahí que ella tiene que poder mostrar su valía y su necesidad.

 

1. Filosofar desde el "aquí"

En el contexto de esta reflexión, el libro de Guillermo Hurtado, México sin sentido, nos ofrece un punto de referencia preciso y un punto de partida inmejorable, pues tiene el valor tanto de invitarnos a reflexionar desde la filosofía sobre las condiciones de nuestro país como evocar la tradición filosófica mexicana, particularmente aquella, propia del siglo XX, que no reculó ante la exigencia de mirar reflexivamente el entorno local del filósofo. Así lo vemos desde los fundadores de la filosofía mexicana del siglo XX, los maestros José Vasconcelos y Antonio Caso. Esta tarea la continuaron magistralmente Samuel Ramos y el grupo Hiperión,2 y fue mantenida en los últimos años en la comprometida y admirable labor intelectual de Luis Villoro. Sólo mencionamos, por mor de la brevedad, a algunos de los pensadores más conocidos, aunque muchos otros se han ocupado en mayor o menor medida de responder a este ingente reto (y, claramente, lo han hecho intelectuales de otras disciplinas distintas de la filosofía como literatos, sociólogos, historiadores, economistas, políticos, científicos, etc.). En breves pero sustanciales páginas, Hurtado reaviva la tradición filosófica de pensar sobre México, bajo el principio, expuesto en sus textos anteriores,3 de que la filosofía no podrá asentarse en nuestro contexto mientras no construya una tradición de pensamiento crítico y mientras no forme una comunidad de discusión atenta a las realidades concretas que la circundan.

Ante todo, el texto de Hurtado aporta un diagnóstico implacable, preciso, sin concesiones, de la situación de nuestro país. Lo que tenemos es una "crisis de sentido": nuestro país ha perdido el rumbo, la sociedad mexicana está desorientada en modo extremo; las ideas y los valores se diluyen y destruyen en el embrollo de unas relaciones sociales que parecen ir al garete por los puros intereses, las ventajas, la negación y la destrucción. "Dicho en pocas palabras: hemos perdido el sentido de nuestra existencia colectiva" (p. 3). Todo esto trae como consecuencia la pérdida de la confianza, la solidaridad, las formas básicas de comunidad; la ruptura del tejido social, como se dice, y, finalmente, la inevitable aparición de todo tipo de patologías sociales, de modo destacado y escandaloso, el desbocamiento de la criminalidad y la delincuencia que hemos vivido desde hace unos años, el envenenamiento de las instituciones por obra de una corrupción sin freno, la reproducción y ampliación de diversas formas de violencia: exacerbación de la violencia machista, de la violencia social, violencia o enfrentamientos en las formas de la interrelación humana, etc. Frente a este panorama nada alentador se nos plantean dos cuestiones: tratar de comprender las razones de la situación en que nos encontramos y tratar de delinear algunas posibles soluciones o tareas.

Hurtado relaciona la crisis de sentido de México con una crisis cultural, que incluye una crisis de la cultura política. Central en su análisis de nuestra problemática es la cuestión educativa, la propia crisis del sistema educativo nacional y sus implicaciones en todos los planos. Nuestro autor se enfoca particularmente en la educación media superior y toma posición en la discusión sobre las reformas que se han buscado promover y que pretenden, bajo una chata e ilusa concepción utilitarista, eliminar la presencia e importancia de las humanidades y la filosofía en la educación de la juventud mexicana. Hurtado defiende el valor de la enseñanza de la filosofía y de las humanidades en su función no meramente "cultista", informativa, sino como un medio para enseñar a los jóvenes a razonar y a pensar adecuadamente, a comprender y practicar valores de convivencia y vida democrática pues, ciertamente, el problema de nuestro país, su acceso a un régimen político y social válido, no se ha resuelto simplemente con el establecimiento de las formalidades y los procedimientos democráticos. Se han mantenido vicios y deficiencias del antiguo régimen monopartidista y antidemocrático y, en algunos casos, se han reforzado descaradamente. No tendremos un verdadero Estado democrático mientras no construyamos una sociedad democrática, una comunidad en armonía con los valores y las prácticas de la democracia, es decir, mientras no llevemos "las prácticas y los valores de la democracia a todos los rincones del espacio público" (p. 37). Tarea compleja, sin duda, en la que todos debemos contribuir, día a día, en todos los lugares, para su realización, para su logro pleno.

Para llevar a cabo la transformación democrática del país requerimos conducirnos con una actitud correcta y eficaz. Hurtado considera que es necesario superar tanto las posturas optimistas de hace tiempo como las pesimistas que parecen dominar hoy día. Ambas son modalidades de una visión fatalista, según la cual los procesos de la realidad se encuentran determinados de suyo, ya en un sentido positivo o ya en uno negativo, independientemente de nuestra voluntad y capacidad de actuar. Nuestro autor propone como opción válida lo que llama meliorismo, es decir, "la doctrina de que podemos estar mejor si nos esforzamos en ello" (p. 29). Esto significa que la actitud con la que afrontemos nuestra realidad no puede fundarse en el puro conocimiento de datos objetivos, sino que requiere necesariamente la puesta en juego de una decisión de la voluntad, incluso de un acto de fe. Dice Hurtado:

Para salir de la crisis debemos tener fe en nosotros mismos, por mal que nos encontremos; fe en nuestros valores e ideales, por oscuro que sea el horizonte; fe en nuestra capacidad para transformar nuestras vidas para bien, por débiles que sean nuestras fuerzas. En este momento aciago para México no pueden paralizarnos ni el miedo, ni las dudas, ni el desconsuelo. Estamos obligados a creer y a actuar. (p. 29)

No se trata, ciertamente, de un mero acto de fe irracional, pues lo que Hurtado propone como tema u objeto de la fe no es ningún ente o potencia extrahumano o sobrenatural, sino simplemente esas posibilidades que forman la condición humana y que, en cuanto tales, pueden devenir reales en la medida del compromiso del individuo para realizarlas.

De esta manera, el autor se dedica en las secciones intermedias del libro a discutir algunos recursos fundamentales para la transformación de nuestra situación: la filosofía, la educación y la democracia. Es la amalgama de estos tres componentes socioculturales lo que finalmente aparecerá como la propuesta o la alternativa de solución que Hurtado vislumbra para México, para la superación de nuestra "crisis de sentido"; se trata, pues, de una rearticulación del sentido desde el aporte del pensamiento filosófico, mediado por la educación y realizado a través de una concepción sustantiva y una práctica virtuosa de la democracia.

En primer lugar, Hurtado analiza el problema de la democracia mexicana. Considera que nuestra democracia ha resultado ser insuficiente o que es fallida, que no nos ha permitido solucionar nuestra crisis de sentido. Según él, es necesario emprender una reforma moral de la sociedad mexicana que no sólo se realice en el plano de las leyes, las doctrinas o los valores, sino que se construya desde la base, con la promoción de hábitos, conductas y virtudes moralmente adecuados. Se trata, en particular, de promover valores que superen los antivalores dominantes en nuestra situación de crisis: corrupción, in-solidaridad, individualismo, nihilismo, desencanto, etc. La reforma moral que propone Hurtado no puede ser impuesta coactivamente —pues se negaría a sí misma—; debe ser el producto de una decisión libre y responsable: "la reforma moral debe involucrarnos a todos y debe hacerlo de una manera en que todos nos sintamos responsables de su éxito o de su fracaso" (p. 43).

Como adelantábamos, el medio que Hurtado propone para la reforma moral de México es la vinculación de la filosofía con la vida sociocultural y, particularmente, con la acción educativa. Nuestro autor recupera ideas de la tradición filosófica mexicana en figuras señeras como Gabino Barreda, Antonio Caso y Luis Villoro para fundamentar su insistencia en vincular la filosofía con la democracia. La forma básica de este vínculo es práctica, es decir, no se trata solamente de que los filósofos se ocupen del tema de la democracia desde el punto de vista teórico-conceptual (a veces incluso con una actitud arrogante), sino de que sepan aplicarla en su ejercicio de la actividad filosófica, desde abajo y con el resto de los ciudadanos. Dice Hurtado: "la filosofía debe ser una obrera de la democracia" (p. 56); es decir, una constructora de democracia en todos los espacios en que pueda desenvolverse. Como sabemos, la filosofía básicamente tiene o puede tener una incidencia fundamental a través de la acción educativa, específicamente en la educación media superior y superior. Por esto, nuestro autor establece lo siguiente:

Mi propuesta es que la filosofía debe instruir a los jóvenes en las diversas habilidades conceptuales, argumentativas, críticas y hermenéuticas que son centrales para la práctica democrática. Para ello es indispensable que en la escuela de nivel medio superior se enseñen materias o, por lo menos, los contenidos de la filosofía. (p. 58)

Hurtado aclara que su propuesta no niega la posibilidad de que la filosofía pueda y deba enseñarse en todos los niveles educativos (educación básica, media, superior, etc.). Ciertamente, este proyecto implicaría transformaciones fundamentales de toda la política educativa nacional y contar con los recursos humanos para llevarlo a cabo. Esencialmente lo que nuestro autor propone es hacer de la filosofía el instrumento fundamental de la gran transformación que nuestro país requiere. No podemos sino loar esta propuesta —que para algunos resultará simplemente utópica— y convenir con ella en todos sus términos. Ciertamente, como aclara Hurtado, la filosofía no podrá cumplir su ponderada tarea si no empieza por transformarse a sí misma. "Una comunidad filosófica organizada para el impulso de la democracia tendría que ser ejemplarmente democrática" (p. 60).

Finalmente, Hurtado precisa en qué debería consistir la función de la enseñanza de la filosofía en la educación media, particularmente con el propósito de contribuir a la formación de una sociedad democrática. No se trata, desde luego, de enseñar contenidos muy específicos de la filosofía, sino de enseñar los modos del pensamiento filosófico, del filosofar, que son los medios del pensamiento crítico, racional, dialógico: condiciones y procedimientos imprescindibles en la construcción desde abajo de una sociedad democrática. Según Hurtado:

Los ciudadanos de una democracia tienen que saber hablar, escuchar y discutir con validez y corrección: tienen que ser capaces de exponer sus razones y de entender las de los otros, distinguir los argumentos buenos de los malos, saber dialogar en paz y con ánimo constructivo y, sobre todo, saber cómo llegar a acuerdos de manera colectiva que tengan como fin el beneficio de todos. (p. 61)

Quedan reunidos en este propósito los aspectos lógicos, éticos y sociales de la práctica filosófica, el hecho de que el razonamiento correcto implica de suyo actitudes y compromisos morales y a la vez favorece procesos adecuados y pacíficos de integración sociocultural.

 

2. Sinsentido e injusticia

Como una forma de contribuir a las tareas que propone el libro de Hurtado mediante la multiplicación y profundización de la acción reflexiva, quisiéramos plantear algunos desarrollos que complementan sus propuestas. Primero, consideraremos otros aspectos que nos ayuden a entender la crisis de sentido, el "México sin sentido" que él analiza. En segundo lugar, delinearemos, a partir de lo anterior, algunas vías adicionales de resolución de nuestra problemática.

Retomamos aquí el antecedente de la reflexión culturalista de Luis Villoro. Según este pensador, una de las funciones fundamentales de lo que llamamos cultura es proporcionar sentido a la existencia de los individuos que participan en ella, tanto individual como colectivamente.4 Una cultura enajenada —el tema crítico de la filosofía de la cultura mexicana, desde las reflexiones de Samuel Ramos—5 es aquella que es incapaz de cumplir esa función, es decir, es aquella cultura que se encuentra desfasada con respecto a la realidad y la vida efectiva de los sujetos. En el caso de México, este desfasamiento es históricamente constitutivo de nuestro ser como sociedad y como ordenación político-institucional. Es el resultado ineludible del proceso de colonización —del brutal proceso de colonización— que formuló y formó el país que somos.

La colonización como proceso de dominación e imposición cultural de un poder externo sobre la cultura y la vida de un grupo social previamente conformado y, particularmente, las modalidades propias que adquirió la colonización en nuestra historia, no pudo producir a la larga sino una sociedad en la que: a) el sector colonizado, dominado, se siente en principio excluido de todo el orden institucional establecido, en la medida en que lo percibe como una estructura ajena, como uno más de los instrumentos de control y expoliación económica y cultural; b) el sector colonizador, dominante, se siente ajeno a la sociedad real, no siente ningún compromiso ni responsabilidad social y no tiene otra consigna que enriquecerse lo más que pueda, extrayendo el máximo de ganancias en el menor tiempo posible y con el mínimo de esfuerzo e inversión; no le cabe, por ende, ninguna responsabilidad social, cultural, medioambiental; ningún sentido de institucionalidad verdadera ni de congruencia normativamente vinculante. Así, los principios, valores, normas, leyes y regularidades resultan palabras huecas para todos. Para unos porque no se sienten auténticamente identificados con tal orden; para otros porque sólo lo asumen y creen en él en la medida que puedan utilizarlo a su conveniencia.

En situaciones de crisis social o de crisis económica, ese descrédito del orden normativo-institucional puede llevar a la sociedad —como sucede en la actualidad— a la predominancia de las formas más extremas de lo que Émile Durkheim conceptualizó como la "anomia" social, es decir, modos de ruptura sistémica de las estructuras de la integración social y comunitaria. Pues bien, lo que tenemos en nuestro país actualmente es el crecimiento sistemático de las formas de la anomia social, esto es, la explosión de comportamientos irracionales que atentan contra toda posibilidad de una vida social medianamente llevadera. Algunos actos de la delincuencia tienen el sello de actos verdaderamente demenciales, en los que parece que ya no hay ningún límite ni restricción.

El desfase social que atraviesa a la sociedad mexicana es, pues, más que de clases y grupos sociales, un desfase cultural, estructural. México son dos Méxicos. No hay, en verdad, una comunidad nacional, una sociedad integrada. Nadie siente un compromiso con nadie. En particular, no poseemos una élite, un grupo social dirigente, que asuma una responsabilidad hacia la colectividad y actúe en conformidad con las problemáticas y necesidades del país. Hay, en general, una desarticulación permanente entre el grupo gobernante, el gobierno mismo, y la sociedad en general y sus diversos grupos. En las últimas décadas este desfase se ha acentuado de modo extremo. El desgajamiento entre el Estado y la sociedad, y el desgajamiento en la propia sociedad, es cada vez más manifiesto.

Nuestro problema no es simplemente que tengamos una sociedad sometida a la lógica económica del capitalismo, sino que vivimos bajo un capitalismo atroz y voraz, totalmente irresponsable, que vive de producir y reproducir las formas más extremas de injusticia y desigualdad: los mayores extremos de riqueza y pobreza conviven en él. Nada es tan riesgoso como juntar esos extremos. Ahí donde existe una sociedad que limita esos extremos, bien porque la mayoría vive medianamente bien o bien porque todos son pobres, no hay lugar para la ambición excesiva, para el deseo exacerbado, para violentar con facilidad el orden compartido. Por el contrario, la condición de desigualdad extrema, casi infinita, como la que se da en México, resulta el caldo de cultivo perfecto para los estallidos sociales, el resentimiento, la rebeldía nihilista, la delincuencia sin freno; es la condición inmejorable para que toda ambición y todo deseo de posesión se sienta legitimado, así recurra a las peores artimañas, a las acciones más inaceptables, más oprobiosas, más criminales. No se podrá avanzar un ápice en la superación del desorden social e institucional de nuestro país si no se agenda en la discusión pública y política el tema de las condiciones estructurales del orden socioeconómico y cultural que nos rige.

Ésta sería nuestra tesis o hipótesis con respecto a la provocación en el libro de Hurtado: cuando en una sociedad la injusticia se convierte en la figura sistémica, en la forma generalizada de las relaciones sociales, esa sociedad no puede sino producir el "sin sentido", vidas sin sentido, acciones y visiones sin sentido; nihilismo y destrucción. Cualquiera de nosotros, si viviera una situación de injusticia ilimitada, sin solución (despojo, violencia, impunidad, ausencia de oportunidades, porvenir oscuro), no encontraría otra opción que la rebeldía sin sentido, el acto irracional que, al fin, atenta contra el propio sujeto que lo ejecuta. La condición de la violencia sin freno es, precisamente, que el sujeto que la ejecuta se asume ya a sí mismo como un ser sin sentido, sin valor, sin realidad ni verdad. Cualquier catástrofe puede suceder.

¿Qué podemos hacer? Ciertamente, está claro que nuestro país requiere con urgencia cambios estructurales. Retomar la línea de las políticas económicas, sociales y culturales de forma comprometida y eficaz. Reasumir, por parte del Estado y de la sociedad en su conjunto, las responsabilidades sociales, comunitarias. Cierto, nadie quiere regresar a los tiempos del "estatismo revolucionario", a sus mecanismos clientelares, represivos y antidemocráticos. La pluralidad de la sociedad mexicana es un hecho y es un valor que no podemos negar ni cancelar, como señala el propio Hurtado en la parte final de su texto. Sin embargo, en el seno de esa pluralidad se pueden asumir responsabilidades colectivas en beneficio de todos.

Transformaciones estructurales, cambios en la mentalidad nacional, modificación de actitudes, crítica a nuestros desfases socioculturales, búsqueda de la justicia, proceso educacional generalizado: tales son las tareas abiertas para superar el México sin sentido que Hurtado diagnostica con inteligencia y contundencia, tales son las tareas necesarias para reconstruir o construir un país con verdad, razón y justicia; un México con sentido.

 

Notas

1 Cfr. L. Villoro, "Una vía negativa hacia la justicia" y "De la idea de justicia", Los retos de la sociedad por venir. Ensayos sobre justicia, democracia y multiculturalismo, Fondo de Cultura Económica, México, 2007, pp. 15-113.         [ Links ]

2 Cfr. G. Hurtado (comp.), El Hiperión: antología, México, Coordinación de Humanidades-UNAM, 2006.         [ Links ]

3 Cfr. G. Hurtado, El búhoy la serpiente. Ensayos sobre la filosofía en México en el siglo XX, Coordinación de Humanidades-UNAM, México, 2007.         [ Links ]

4 Cfr. L. Villoro, Estado plural, pluralidad de culturas, Paidós/Facultad de Filosofía y Letras-UNAM, México, 1998.         [ Links ]

5 Cfr. M.T. Ramírez (coord.), Filosofía de la cultura en México, Plaza y Valdés, México, 1997.         [ Links ]

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