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Diánoia

versión impresa ISSN 0185-2450

Diánoia vol.56 no.67 Ciudad de México nov. 2011

 

Reseñas bibliográficas

 

Reflexiones sobre la postmodernidad. Una conversación de David Sánchez Usanos con Fredric Jameson

 

Francisco Martorell Campos

 

Edición de David Sánchez Usanos, Abada, Madrid, 2010, 134 pp.

 

Universidad de Valencia. Francisco.Martorell@uv.es

 

Así pues, con una lágrima para el tenebroso pasado, volvámonos
hacia el deslumbrante porvenir, velemos nuestros
ojos, y marchemos adelante.

E. Bellamy, El año 2000

 

La esencia no es la preteridad; por el contrario, la esencia
del mundo está en el frente.

E. Bloch, El principio esperanza

 

Con respecto a la posmodernidad, es oportuno reparar en las cuatro fechas siguientes, ya que designan, sucesivamente, los eventos estéticos, económicos, filosóficos y políticos a través de los cuales llegó a irrumpir, cimentarse, conceptualizarse y, finalmente, imperar. 1) 15 de julio de 1972. Pruitt-Igoe (complejo de viviendas edificado en St. Louis con arreglo a los parámetros funcionalistas de Le Corbusier y Mies van der Rohe) es demolido por las autoridades competentes tras las repetidas e irascibles quejas de los huéspedes. Su voladura supone un golpe mortal para el utopismo racionalista arquitectónico y constata algo que ya se venía barruntando en el mundillo de la teoría del arte: el fracaso de las vanguardias y, por añadidura, del espíritu redentor/transgresor de lo Nuevo. 2) 1973. La sobreacumulación de excedentes colegida de la recuperación de Europa y Japón, la inflación al alza y el aumento del precio del petróleo alientan (con la gran recesión de 1966 en el horizonte) la necesidad de imprimir cambios profundos en el modelo productivo fordista/keynesiano heredado de los años cincuenta, cambios que, personificándose a corto plazo en los gobiernos de Thatcher y Reagan, alumbrarán —cuenta David Harvey en La condición de la posmodernidad— el capitalismo mundializado, redimido merced a su ubicuidad, flexibilidad y naturaleza apátrida de regulaciones y aranceles estatales. 3) 1979. Lyotard publica La condición postmoderna, análisis de las modificaciones producidas en la naturaleza del saber a consecuencia de la mundialización capitalista y la tecnología informática. Conforme a Lyotard, la posmodernidad es la era donde el saber muta en información, mercancía de máximo valor geoestratégico emitida desde infinidad de focos dispersos cuya legitimidad ya no descansa sobre el ítem ilustrado/universalista de la emancipación humana de la ignorancia, sino sobre la capacidad para incrementar el poder, suceso que socava la autoridad de los Grandes Relatos y del otrora productor/difusor privilegiado de conocimientos, el Estado-nación. 4) 9 de noviembre de 1989. Cae el muro de Berlín y, acto seguido, caen en el descrédito el marxismo y el resto de ideologías anticapitalistas mesiánicas. Simultáneamente se extiende, en fiel sintonía, el sentir (complaciente/derrotista) de que el futuro será, política y económicamente cuando menos, análogo al presente.

Permítaseme ondear fecha orwelliana para entrar en materia: 1984. Fredric Jameson, filósofo marxista estadounidense dedicado, hasta entonces, al cultivo de la teoría literaria, alcanza renombre internacional gracias a El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo tardío, uno de los textos más importantes brotados de la vasta actividad filosófica desplegada en torno a la posmodernidad. Conjugando los usos materialistas de la crítica de la cultura con no pocos protocolos postestructuralistas, Jameson hilvana un diagnóstico del presente, lúcido e inspirador, diríase que canónico. Reiterado, ampliado y en lapsos puntuales revisado a lo largo de su producción postrera (Teoría de la postmodernidad, Las semillas del tiempo, Arqueologías del futuro...), dicho diagnóstico parte de la premisa de que la civilización ha entrado en un nuevo periodo histórico —el bautizado con el epíteto de posmodernidad— coincidiendo con la llegada del capitalismo tardío o multinacional, la forma más pura de capitalismo que haya existido jamás. ¿Por qué la más pura? Porque, a diferencia de las dos etapas anteriores de su desarrollo (la etapa mercantil y la etapa del monopolio), coloniza la integridad del orbe y se vuelve indistinguible de la vida misma, no dejando ningún resquicio allende su potestad, operando la mercantilización suma, incluida la mercantilización de la cultura, otrora entera o parcialmente externa a lo económico y ahora absorbida por el mercado global. Paralela a ello, la desintegración de la naturaleza en cuanto otredad (o sea, en cuanto esfera no mercantilizada/culturalizada) del capitalismo, totalidad irrepresentable de la que emerge la "lógica cultural" (la superestructura) del momento actual, el posmodernismo. Cuantiosos son los rasgos que Jameson —entendiendo y explorando los productos culturales a modo de reflejos de las contradicciones sistémicas— atribuye al posmodernismo (ausencia de profundidad, erosión de la diferencia entre cultura superior y cultura de masas, disolución de las lindes entre las disciplinas académicas, ocaso de los afectos, muerte del yo diferencial, dificultad de crear "mapas cognitivos"...), pero uno de ellos destaca por encima de los demás: la primacía de lo espacial en detrimento de lo temporal, sacudida subyacente a la instauración de un presente eterno en cuyo seno los individuos sucumben a la instantaneidad del tiempo real y se muestran incapaces de conectar las experiencias vividas en una secuencia lineal coherente que las rescate de la fragmentariedad típica de la ruptura esquizofrénica de la cadena significante. Presente, a la par, sumido emocionalmente en la nostalgia y estéticamente en el pastiche y la moda retro, signos de la conversión del pretérito en museo de cartón-piedra colmado de estereotipos y del porvenir en referente obsoleto. Signos, a fin de cuentas, del final de la historia, de una época revisionista y vuelta de espaldas al futuro que ha extraviado a través de la posmodernización la facultad de pensar en términos históricos. Y lo que es peor, la aptitud de imaginar alternativas al orden establecido e innovar en derredor suyo.

Otra fecha: 11 de septiembre de 2001. En Terror tras la postmodernidad, Félix Duque ata los cabos de St. Louis, Berlín y Nueva York, y aventura (escrutando con su habitual erudición la diferencia entre horror y terror) que la posmodernidad ha terminado. Y ha terminado, asevera, reproduciendo el acto que le permitió iniciar andadura y alcanzar el punto máximo de crecimiento, con una explosión. Eso sí, al contrario de las precedentes, atroz, no controlada ni realizada en pos de una vida mejor. El veredicto de Duque (el 11-S acabó con la posmodernidad) ejemplifica una corriente de opinión nutrida y poderosa, potenciada por la sensación (preliminar a los atentados) de que la discusión del particular (una moda pasajera a juicio de muchos pensadores) ya dio todo lo que tenía que dar.

Reflexiones sobre la postmodernidad, volumen que recopila las conversaciones que Jameson mantuvo con David Sánchez Usanos a finales de 2008 y mediados de 2009, viene a impugnar la corriente de opinión y la sensación señaladas. Ordenadas en cinco secciones ("Experiencia temporal", "Cultura", "Medios de comunicación de masas y el 11-S", "Arte, cultura y el orden mundial" y "Coda: Sobre filosofía, literatura y la dialéctica"), las declaraciones de Jameson reproducen casi sin variaciones (salvedad hecha de varios temas tratados en la "Coda"; por ejemplo, la vindicación de la dialéctica o las relaciones entre filosofía y literatura) los topoi que anunció hace más de veinticinco años en El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado, como son los casos de la fulminación de la frontera edificada entre la alta y la baja cultura (pp. 77-80), el de la despedida de la naturaleza (p. 89) o el del reemplazo de la alienación por la fragmentación (pp. 53-54). De episodio estelar, en efecto, pueden catalogarse las especulaciones que brinda alrededor del 11-S, conflu-yentes en varios aspectos con las esbozadas por autores como Bauman, Zizek y Baudrillard: "Creo que la gente tiende a pensar que aquello fue el comienzo de algo realmente nuevo. . . En mi opinión no supuso nada de eso" (p. 93); "el fundamentalismo —añade— es algo postmoderno" (p. 94), y el 11-S, concluye, "me parece un fenómeno postmoderno" (p. 97). Por desgracia, Jameson se muestra gris (no ocurre lo mismo con el entrevistador, a menudo incisivo) en un punto tan esencial para sus intereses, limitándose a sugerir más que a argumentar por extenso las razones por las que eso es así (vagas alusiones a la ausencia de temporalidad en el fundamentalismo o al carácter meramente reactivo del susodicho y poco más). Pero el mensaje queda claro si se atiende al conjunto del libro. El 11-S no cambió nada. De hecho, el capitalismo tardío ni se inmutó. Por consiguiente, tampoco la posmodernidad ni el posmodernismo lo hicieron. Concretemos. La patología inmanente a la temporalidad posmoderna (la abolición presentista de la prospectiva en aras de la retrospectiva) no sanó ni mejoró a raíz del shock. Diríase que perpetuó su curso como si tal cosa, hasta volverse crónica y severa. Pruebas palpables, no me resisto a apuntar, el aumento mayúsculo de remakes cinematográficos, la reposición de viejos programas televisivos, el éxito de la novela histórica y la irrupción del retrofuturismo, amén de la obsesiva atracción que sienten, por mor de aspiraciones diversas, las instituciones, la industria y el gentío hacia el jubileo, la conmemoración y la efeméride. Por no hablar, en el plano musical, de la inefable moda remember, o del retorno a los escenarios de innumerables bandas de rock extintas en los años setenta u ochenta. Seguimos, pues, instalados en un presente perpetuo (pp. 126-127) tremendamente hostil al futuro (pp. 61, 92) en el que, bajo soberanía sincrónica (pp. 67-68), lo nuevo-subversivo (el cambio digno de ese nombre) nunca florece y sólo queda la opción de revivir éste o aquel segmento inconexo, higienizado y descafeinado de (pseudo)pasado. No, los atentados del 11-S no reactivaron la historia ni interrumpieron al estilo de "un antes y un después" la "huelga de acontecimientos" realmente revolucionarios que define, según el cáustico argot baudrillardiano, a la posmodernidad. Sirvieron, por contra, para saciar el "apetito de pasado en boga" (p. 103) y apuntalar todavía más, si cabe, la dominancia material e ideológica del status quo (p. 97).

Frente a esta panorámica dominada de arriba abajo por el revival, el vintage y la "persistencia de lo Mismo", Jameson aboga por practicar una filosofía temporal/histórica que, criticando el sistema desde dentro (a la manera de un cuerpo extraño, asumiendo la no existencia de un "afuera" (p. 81)), haciéndose cargo (a lo Marx) de lo bueno y lo malo del mismo (pp. 58, 60) y desafiando la mercantilización vigente, perpetre una "acción utópica en el ámbito de la cultura" consagrada a la reinvención del futuro (de ahí la relevancia estratégica de la ciencia ficción) y a la constitución de alternativas a lo dado (p. 110). El programa no yerra el tiro. Aunque la tesis vertida por el también marxista Eduardo Grüner en El fin de las pequeñas historias esté en lo cierto y el 11-S haya impugnado sin remisión diversos fetichismos posmodernos —a saber: la fragmentación, el pensamiento débil, la democracia global y el multiculturalismo—, la posmodernidad (entendida en los términos, creo que acertados, de Jameson) continúa plenamente operativa. No en balde continúa plenamente operativo el modo de producción que la fundamenta. Y operativa continúa, además, la tara de hondo calado político que deriva de su completa supremacía: el hecho, escribe Jameson al inicio de Las semillas del tiempo, de que "hoy día nos resulte más fácil imaginar el total deterioro de la tierra y de la naturaleza que el derrumbe del capitalismo". Mientras tamaña "debilidad de la imaginación" (legado supremo del final de la historia) prevalezca, permaneceremos estancados en la posmodernidad, sin poder restaurar la alteridad radical sita en el porvenir utópico ni proyectar sobre el mañana lejano regímenes ideales que inspiren cambios inmediatos y saboteen la interesada resignación en virtud de la cual ningún régimen socioeconómico diferente es posible ni deseable. Visto esto, resulta vital (advierte David Sánchez en la introducción, pp. 36-37) que la filosofía sortee la mera archivística acrítica y piense críticamente en la posmodernidad, auténtico "tema de nuestro tiempo" cada vez más olvidado por el gremio intelectual, lo que no deja de ser sospechoso.

Una última fecha: 2008. David Sánchez no interroga a Jameson acerca del desplome del sistema financiero internacional acaecido el mes de octubre de ese año. La entrevista duplicada en la "Coda" tuvo lugar a finales de julio de 2009, y sorprende que no se pusiera el tema sobre la mesa. Al fin y al cabo, era el capitalismo tardío lo que aparentaba tambalearse a la vista de todos, salpicando de lleno al diagnóstico jamesoniano. Y, desde luego, nadie mejor que Jameson a la hora de hablar de ello e interpretar lo que estaba pasando. Sea como fuere, no parece que el capitalismo tardío vaya a desmoronarse a corto o medio plazo precisamente. Quien va camino de hacerlo es lo poco que sobrevivía del Estado de bienestar, asediado por doquier. Lejos de sentirse responsable del estropicio y suavizar su robinsónica cosmovisión, el neoliberalismo monopoliza —aprovechando que sus adversarios potenciales (Jameson lo denuncia en abundantes pasajes de su obra) prefieren no hablar de economía (enredados como están en luchas culturales e identitarias)— los mandos de decisión con mayor dogmatismo que nunca, maximizando los recortes del gasto público y minimizando la ya de por sí exigua regularización de los mercados. Al igual que sucediera con el 11-S, la crisis financiera del 2008 redunda, al día de hoy, en beneficio de la hegemonía. Ni la trágica materialización de sus contradicciones (desempleo, pobreza, despidos masivos, proletarización de las clases medias...) ni las nocivas medidas adoptadas para superarlas (desmantelamiento de los servicios sociales, rebaja de los salarios, financiación estatal de la banca...) despiertan a las gentes de la zozobra nostálgica y las empujan a discurrir un mundo mejor para las generaciones venideras. Cosas, y qué cosas, de los tiempos posmodernos.

 

A la memoria de Antonio Espí Soler

 

BIBLIOGRAFÍA

Baudrillard, J., "Lo virtual y lo acontecedero", Archipiélago, no. 79, 2007, pp. 85-98.         [ Links ]

Duque, F., Terror tras la postmodernidad, Abada, Madrid, 2004.         [ Links ]

Grüner, E., El fin de las pequeñas historias. De los estudios culturales al retorno (imposible) de lo trágico, Paidós, Barcelona, 2002.         [ Links ]

Harvey, D., La condición de la posmodernidad. Investigación sobre los orígenes del cambio cultural, trad. Martha Eguía, Amorrortu, Buenos Aires, 2004.         [ Links ]

Jameson, F., Arqueologías del futuro. El deseo llamado utopía y otras aproximaciones de ciencia ficción, trad. Cristina Piña, Akal, Madrid, 2009.         [ Links ]

----------, El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado, trad. José Luis Pardo, Paidós, Barcelona, 1991.         [ Links ]

----------, Las semillas del tiempo, trad. Antonio Gómez, Trotta, Madrid, 2000.         [ Links ]

----------, Teoría de la postmodernidad, trad. Celia Montolío y Ramón del Castillo, Trotta, Madrid, 1996.         [ Links ]

Lyotard, J.-F., La condición postmoderna, 5a. ed., trad. Mariano Antolín, Cátedra, Madrid, 1994.         [ Links ]

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