SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.66 número242La crisis del sistema de la vida. Reflexiones para una ecología política de la esperanzaLa explosión de lo social en la sociedad contemporánea índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

Links relacionados

  • No hay artículos similaresSimilares en SciELO

Compartir


Revista mexicana de ciencias políticas y sociales

versión impresa ISSN 0185-1918

Rev. mex. cienc. polít. soc vol.66 no.242 Ciudad de México may./ago. 2021  Epub 22-Oct-2021

https://doi.org/10.22201/fcpys.2448492xe.2021.242.79332 

Reseñas. Notas de investigación

¿Crisis epocal? Apuntes para una reflexión1

Epochal Crisis? Notes for Reflection

Gilda Waldman* 

*Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, UNAM, México. Correo electrónico: <gwaldman18@gmail.com>.


En una de las escenas finales de la película Joker (Phillips, 2019), Ciudad Gótica está sumida en el caos y la violencia. Una multitud de manifestantes disfrazados de payasos han tomado las calles, incendiando edificios y coches, y colocando barricadas que impiden el paso. Enojados, frustrados y hartos, su ira incontenible hace estallar todo orden. Habitantes de una metrópolis decadente y corrupta, cuya economía se encuentra colapsada, la basura se pudre en las esquinas por una huelga de recolectores (y por las deficientes políticas públicas), los muros se encuentran vandalizados, las ratas deambulan por doquier, y abundan los asesinatos, los manifestantes -pertenecientes a los sectores sociales más precarizados, marginados y abandonados- han sido humillados por las palabras del magnate y candidato a alcalde con ambiciones políticas, Thomas Wayne, menospreciando a quienes “no hacen nada con sus vidas y a quienes siempre veremos sólo como payasos”, han convertido las calles en un aterrador carnaval de fuego, furia y destrucción. Tras las máscaras de clowns, que disuelven la identidad particular, se evidencia su invisibilidad ante la ley, y se manifiesta un anonimato y un hartazgo colectivo. Su presencia callejera no incita ahora a la diversión o la risa, sino que es una expresión de rabia e ira ante la desigualdad social, la reducción de los apoyos y los servicios gubernamentales, y la insatisfacción y desconfianza hacia unas instituciones desprestigiadas, a las que ya se les ha perdido el respeto y el miedo. Si bien la posibilidad de explosión social estaba labrada a lo largo de muchos años de exclusión y negligencia social por parte de los gobernantes, la chispa que desencadena el estallido en Ciudad Gótica son las palabras en un programa de televisión del payaso Arthur Fleck, un comediante fracasado que padece una enfermedad neurológica y un trauma psicológico, acosado al mismo tiempo por la pobreza y las deficientes políticas públicas, denunciando la falta de empatía con el Otro vulnerable social y la ausencia del Estado para proteger a los más desposeídos. Fleck pregunta públicamente: “¿Qué obtienes cuando cruzas un solitario mentalmente enfermo con una sociedad que lo abandona y lo trata como basura?¡Te diré lo que obtienes! ¡Obtienes lo que te mereces!” mientras asesina en vivo al presentador Murray Franklin, quien lo ha exasperado con su rudeza y agresividad al evidenciar la irrelevancia e invisibilidad social del comediante.

La flama encendida por Fleck encuentra una caja de resonancia en el clima social convulso de Ciudad Gótica. En un paisaje casi nihilista, la urbe se ha vuelto la decantación pura de un estado de anomia: debilitamiento de los vínculos sociales, fractura del contrato social, inexistencia de reglas normativas, imposibilidad social para dar a los ciudadanos un sentido de pertenencia, invalidez de la legalidad, quebrantamiento de toda lógica de autoridad. En la escena final de la película, Ciudad Gótica se colapsa en una ardiente anarquía. Todo ha explotado través del fuego (¿purificador?) de una violencia destructora e irrefrenable, de una ira dispersa, para la cual ya no existen códigos éticos ni claridad hacia dónde conducirá el impulso del estallido y sus posibles efectos.

No es casual, entonces, que la figura del Joker se haya convertido en inspiración e ícono de lo que fueron las imprevisibles, intensas e inesperadas movilizaciones de protesta y agitación social de los últimos años, inclasificables para antiguas categorías sociológicas o ideológicas (Lianos, 2019), carentes de líderes, independientes de organizaciones e instituciones políticas, autoconvocadas a través de redes sociales, y surgidas de manera espontánea en los más diversos espacios geográficos, en distintos contextos sociopolíticos y por los más diversos motivos, y como respuesta a las más diversas tensiones económicas, políticas o étnicas. Manifestantes vestidos con la indumentaria roja y el cabello verde del Joker, o portando caretas de este personaje, o alzando pancartas o grabando graffitis en muros y monumentos con la leyenda “Todos somos payasos”, acompañaron recurrentemente las recientes revueltas sociales, que expresan el creciente descontento civil de vastos sectores de la sociedad. Se trata de un descontento focalizado tanto hacia el sistema político como hacia la desigualdad social, la exclusión política y económica, el deficiente funcionamiento de los servicios públicos, la corrupción, la pérdida de protección por parte del Estado, la ruptura del tejido social, la violencia (tanto la visible como la subterránea), la insatisfacción ante la falta de oportunidades, la discriminación, el insuficiente reconocimiento de las diversidades identitarias, la ruptura de la relación de confianza con las instituciones políticas, o incluso la indiferencia social que invisibiliza. París, Beirut, Santiago, Hong Kong, La Paz, Mineápolis, Barcelona o Bagdad se transformaron en nuevas “Ciudades Góticas” en las que las barricadas y el fuego constituían el reflejo descontrolado de una ira social, no mediada a través de cauces institucionales que -apropiándose de la geografía de la ciudad y convirtiendo a las calles en su fuente de poder- cuestionaba todas las formas de autoridad y los pilares de un orden social, político, económico y cultural visualizado como esclerosado e inoperante, abrazando la búsqueda de nuevos horizontes para construir una vida distinta, de características aún indefinidas.

Vivimos un momento de inflexión histórica, que implica una transformación profunda en la configuración del mundo, y en el que incluso certezas asumidas como inamovibles se tambalean. Así, por ejemplo, las mujeres, al interpelar la arquitectura del poder patriarcal, cuestionan una de las formas más profundas sobre las que construyó una desigualdad estructural: la que existe entre hombres y mujeres. Al denunciar rabiosamente el “mandato de masculinidad” que exige a los hombres demostrar permanentemente ante los ojos de los demás sus atributos de potencia bélica, sexual y económica (Segato, 2018), impugnan todo un orden sociocultural ancestral que, construido desde una perspectiva patriarcal, reproduce las distintas modalidades de violencia contra la mujer (acoso sexual, lenguaje discriminatorio, violencia física, reproducción de los roles tradicionales, brecha salarial, feminicidio, etc.) presente en todas las esferas de poder (gobiernos, medios de comunicación, tribunales de justicia, ámbitos laborales y educativos, policía, etc.).

Vivimos hoy tiempos convulsos y vertiginosos, en el que también se van desplomando los cimientos, coordenadas, ejes y paradigmas, así como los marcos organizativos, valóricos y normativos, que construyeron y organizaron la vida política, social y cultural a lo largo de los últimos siglos, al tiempo que nos adentramos en un nuevo e inesperado escenario, cuyo horizonte de futuro es aún nebuloso. En esta tesitura, la herencia iluminista moderna, que construyó el paradigma filosófico y civilizatorio de Occidente ha experimentado un profundo quiebre en una atmósfera de descrédito y desconfianza hacia algunos de sus principios básicos. Los ideales iluministas que privilegiaban el uso de la razón como mecanismo para el desarrollo de la ciencia, así como la valoración del patrimonio del saber, se han resquebrajado en aras de un discurso político, cuya lectura de la realidad sustituye el discernimiento crítico y el análisis sustentado en datos y hechos objetivos, por prejuicios e ideologías que exaltan las emociones y los actos de fe. De igual modo, el principio iluminista de una ética civil y ciudadana que asumía la esfera pública como un lugar de debate y encuentro entre ciudadanos, se ha transformado ahora en la valoración de una forma de organización social en la que la plaza pública se ha trasladado a las redes sociales, y los ciudadanos son desplazados al mundo de lo privado, convirtiéndose en seres políticamente indiferentes y altamente individualizados (Lipovetsky, 1998), cuya subjetivación reemplaza las relaciones sociales por conexiones digitalmente autorreferenciales (Han, 2014). Asimismo, el optimismo en torno a un futuro utópico y promisorio, que alcanzó una renovada relevancia y fuerza después de la caída del Muro de Berlín en 1989, se ha desgastado hasta niveles inimaginables. Los relatos ideológico-político modernos, que crearon su propia visión de futuro, se han desdibujado en el marco de “un presente omnipresente” (Lechner, 2002: 36) anclado en la temporalidad de lo cotidiano o en el logro de aspiraciones próximas (Augé, 2015) y ante un futuro que se visualiza aún más incierto, frágil, inseguro, fluido, volátil y precario que el presente (Bauman, 2002). La desconfianza ante el futuro ha reactivado la añoranza por un tiempo, un lugar o un hogar perdidos que han dejado de existir, o que quizá no existieron nunca (Boym, 2015) y que se idealizan como un paraíso perdido o inalcanzable (Boym, 2015; Bauman, 2017). Tales son los casos del Brexit en Inglaterra (de Vries y Hoffman, 2018; Gaston, 2018), o la nostalgia del pasado comunista en lo que fuera la Unión Soviética o en los países de la órbita soviética (Matos, 2018), o incluso la nostalgia del zarismo alentada por el gobierno de Vladimir Putin.

De igual manera, en este proceso de transformación profunda en la configuración del mundo moderno, es indudable que la democracia se encuentra en un estado de suma fragilidad. A contrapelo de las promesas esbozadas después de la caída del Muro de Berlín y que auguraban la expansión y fortalecimiento de los valores democráticos, así como el auge de las libertades civiles y de los derechos humanos en el marco de un proceso globalizador que profundizaría los procesos de integración mundial y alentaría la libre circulación de recursos, bienes y capital, los ejes de la estructura política e institucional de la democracia viven también tiempos críticos y, desafortunadamente, no se visualizan claramente otras alternativas político-ideológicas en el horizonte.

Ciertamente, la globalización permitió un mayor crecimiento económico en distintos países y regiones. A modo de ejemplo, el Producto Interno Bruto mundial aumentó, de alrededor de cincuenta billones de dólares en 2000 a setenta y cinco billones de dólares en 2016 (AGNU, 2019). Pero la globalización, ligada entre otros factores al paulatino desmantelamiento del estado de bienestar, así como a políticas públicas desregulatorias y afines a criterios de competitividad, y a nuevas formas de organización productivo-tecnológica traducidas en reformas laborales, profundizó la precariedad económica de vastos sectores ligados a la economía industrial, afectando también a las clases medias y dejando a la intemperie a quienes hasta entonces gozaban de educación asegurada, protección contra el desempleo, y pensiones de retiro garantizadas ampliando, en un periodo de tiempo muy limitado, las desigualdades sociales, tanto entre países como al interior de estos. La crisis financiera mundial de 2008 evidenció las falencias de la globalización, disminuyendo las perspectivas globales de crecimiento y ralentizando el crecimiento de la economía (como sucedió en Alemania, Italia, Francia e Inglaterra), incluso antes de la aparición de la pandemia del año 2020, la cual ha significado una contracción económica global estimada, por ahora, en -4.4 %. Estados Unidos redujo su pib en -2.4 %, la Eurozona en -5.1 % y América Latina en -8.1 % (García-Sayan, 2021). El impacto de la pandemia sobre la globalización produjo la ruptura de las cadenas de producción a nivel global, lo cual se tradujo en la aparición de vientos proteccionistas en la escena pública, profundizando al mismo tiempo las desigualdades entre países y entre individuos de diferentes estratos socio económicos a nivel nacional, al gravitar fuertemente entre quienes pueden acceder a las ventajas tecnológicas del mundo globalizado en términos laborales y educativos y quienes no pueden hacerlo.

Las desigualdades y brechas sociales, que han constituido una de las consecuencias más graves de la globalización, han erosionado las condiciones de vida de la ciudadanía, y han impedido el cumplimiento de la promesa democrática de inclusión social. La lógica globalizadora, que sobrepasa la centralidad y capacidad del Estado para dar respuesta a las demandas sociales, se ha traducido en un malestar y descontento con el quehacer de la política, una situación que ni el Estado ni la clase política, a menudo sumida en escándalos de corrupción y carente de credibilidad moral, parece ser capaz de conjurar.

El déficit social se ha traducido en un déficit democrático y el descontento social en una crisis de legitimidad de las normas, discursos y valores de la democracia liberal. También ha producido una ruptura de la ciudadanía con la política e institucionalidad del Estado (Castells, 2017). En palabras de Norbert Lechner: “La democracia actual no cumple los postulados de soberanía popular y de representación política, no respeta la autonomía del individuo y el protagonismo del ciudadano y, por sobre todo, está lejos de ser un ‘gobierno del poder público en público’” (Lechner, 2002: 25-26).

En esta misma línea, el deterioro de las condiciones económicas ha tenido implicaciones sobre la estabilidad social y política, en términos de una creciente desintegración social, debilitando los vínculos solidarios entre los ciudadanos, propugnando la inexistencia y relativización de valores y orientaciones normativas que cohesionen a la sociedad y den sentido a la vida en común. La apatía y desafección política frente a grandes proyectos históricos, en particular entre las generaciones jóvenes, insertas en el marco del anhelo de vivir plenamente desde la subjetividad, pero también desconfiadas con el legado cultural y social heredado, y afligidas ante lo que perciben como una sociedad colapsada social, económica y ecológicamente, se traduce no sólo en ansiedad y desencanto sino también en ira, cada día más ardiente, crítica y disruptiva.

La crisis de legitimidad democrática ha abierto la puerta, por una parte, a los movimientos sociales de protesta, que cuestionan radicalmente al sistema político y estatal y al orden social existente. Pero, asimismo, ha promovido el ascenso de oleadas de “hombres fuertes” (Bauman, 2017), de vocación antiliberal y nacionalista quienes, al alcanzar el poder por medios relativamente democráticos, socavan los principios fundamentales de la convivencia democrática: respeto a la ley y a la división de poderes, certidumbre institucional, pluralismo político, respeto a los derechos individuales, libertad de expresión y estado de derecho, entre otros.

Vivimos, ciertamente, una situación crítica de carácter global y sistémico, que abarca de manera simultánea múltiples dimensiones y niveles. Así, por ejemplo, el sistema de seguridad global se ha vuelto altamente vulnerable y frágil: a las guerras convencionales se han agregado las guerras cibernéticas, así como una creciente carrera armamentista, que incluye nuevas armas creadas con tecnologías muy sofisticadas y de gran capacidad letal. De igual modo, la competencia entre las principales potencias económicas y militares (Estados Unidos, Rusia y China) se ha traducido en una feroz competencia geopolítica tanto para disponer de recursos y tecnología como para establecer zonas de influencia en los más diversos espacios geográficos (de lo cual la producción y distribución de vacunas contra el coronavirus es un buen ejemplo). Por otra parte, la crisis ecológica global no sólo está generando riesgos sociales y políticos al desplazar a poblaciones enteras de sus lugares de origen generando procesos migratorios que aún no han tenido respuestas eficaces, sino que también la contaminación y el calentamiento global están poniendo en grave riesgo a toda la humanidad.

Vivimos hoy tiempos desconocidos y trepidantes que nos adentran en un nuevo e inesperado escenario, cuyo horizonte de futuro es aún nebuloso. En apenas un lapso histórico muy breve se han erosionado las coordenadas que permitían dar un orden a nuestra vida contemporánea, como también los marcos interpretativos que le daban inteligibilidad a nuestro mundo. Hoy, desmoronadas las certezas, nos encontramos “en un viaje a la deriva, sin mapa y sin brújula” (Lechner, 2002: 27) incursionando en territorios nuevos, ante los cuales carecemos de “mapas cognitivos para orientarnos en el nuevo paisaje” (Lechner, 2002: 27).

Vivimos hoy un proceso de profundas transformaciones epocales, que indudablemente encuentra en la revolución científico-tecnológica su epicentro. Desarrollada por “mentes revolucionarias” (Baricco, 2019: 35) de ingenieros, especialistas en informática, inventores, emprendedores y científicos rebeldes y visionarios -quienes cuestionaron los cimientos de un mundo político y cultural de creencias y fronteras inamovibles para construir otro alternativo de tecnologías digitales sin fronteras ni mediaciones que favorecen una movilidad sin límites como principio de una nueva forma de vida- ella ha “cambiado al mundo probablemente más que ningún otro factor” (Harari, 2018: 17), transformando “nuestra percepción del mundo” (Baricco, 2019: 22) así como “la faz misma de las sociedades y los individuos” (Maldonado, 2019: 118), y en cuyos espacios nos hemos acostumbrado a interactuar de manera creciente, como bien lo ha demostrado la pandemia. La inteligencia artificial, el crecimiento exponencial de las redes sociales, la Internet de las cosas (IoT), la ingeniería genética, la robótica y la computación cuántica, la aceleración de la automatización, la nanotecnología, los coches sin chofer, los drones, la impresión 3D, han convertido a la ciencia ficción en nuestro distópico presente modificando la textura de la vida económica, social, política y cultural a nivel global en el lapso de apenas una generación. La normalización de términos como Wikipedia, Facebook, YouTube, Netflix, iPhone, Uber, WhatsApp o Tinder (Baricco, 2019: 17), inexistentes al inicio del siglo XXI, ha revolucionado la vida social y humana e invadido todas las esferas de la vida social (Nacach, 2019), modificando radicalmente nuestra vida cotidiana y nuestra experiencia en el mundo, incidiendo en nuestra sensibilidad, procesos cognitivos, subjetividad y hasta en nuestra más privada intimidad (Harari, 2018). El impacto de la revolución científico-tecnológica ha sido especialmente notable entre las nuevas generaciones de jóvenes que, nacidos en la era digital, crecidos entre las redes sociales y la virtualidad, relacionados con el mundo a través de una pantalla, comunicados entre sí a través de sus dispositivos móviles con los cuales expresan sin filtros sus ideas, funcionan con códigos y lógicas distintas a los de generaciones previas. Criados en democracia y en la reiteración del lenguaje de los derechos humanos, la libertad de expresión, la dignidad personal y la mayor democratización de las relaciones sociales, cuestionan de manera natural la obediencia a la jerarquía y las formas de relación fuertemente verticales. Moldeados por una “modernidad líquida” que privilegia valores como la flexibilidad, la capacidad de adaptación, la competencia, la individualidad, los vínculos fluidos y poco duraderos, su inserción en el mundo se sustenta en la inmediatez y horizontalidad de una palabra que desafía las relaciones de poder institucionalizadas, pero que también los imposibilita para pensar en proyectos de vida de largo plazo.

Ciertamente, la tecnología digital y las redes sociales han abierto horizontes insospechados de creatividad y comunicación expandiendo asimismo la posibilidad de acceder a información, y, sin duda, permitieron la continuidad de la vida educativa y la actividad laboral y social durante la pandemia (Harari, 2021). Sin embargo, no se puede negar que ellas también han permitido, por una parte, la expansión de fake news y mensajes de odio, racismo e intolerancia, y por la otra, han profundizado las desigualdades geográficas, socioeconómicas, educativas, laborales y de género (OCDE, 2019), golpeando claramente a las generaciones jóvenes amenazados por las dificultades de incorporación al mercado laboral, la carencia de prestaciones sociales o la dureza del desempleo, y cuyo único destino parece ser la “irrelevancia” (Harari, 2018: 18).

Por otra parte, los medios digitales y redes sociales han incidido de manera significativa en la discusión pública, tendiendo a manipular la información y generar noticias falsas, pero también a través de mecanismos de vigilancia cada vez más sofisticados tecnológicamente (satélites, drones, scáneres biométricos, cámaras de vídeo, teléfonos celulares, tarjetas bancarias inteligentes, localizadores gps, etc.) que las democracias liberales han implementado en aras de la seguridad, pero violentando las garantías, derechos y libertades de los ciudadanos. Estos mecanismos de control ciudadano hacen realidad las peores pesadillas literarias de George Orwell o de Phillip K. Dick. La “vigilancia total” en nuestras sociedades democráticas se ha expandido y consolidado como una realidad indiscutible, abriendo también las puertas, aunque por otra vía, para la emergencia de regímenes autoritarios. Ciertamente, la hipervigilancia se ha reforzado y expandido con la pandemia. Como afirma Yuval Harari:

Si no somos cuidadosos, la epidemia puede marcar un hito en la historia de la vigilancia, no tanto porque podría normalizar el despliegue de herramientas de vigilancia masiva en países que hasta ahora las han rechazado, sino más bien porque representa una dramática transición de vigilancia ‘sobre la piel’ a vigilancia ‘bajo la piel’ (Harari, 2020).

En esta misma línea, las elecciones y procedimientos democráticos tendrían poco sentido ante un régimen de vigilancia global, con capacidad de seguimiento de las actividades de sus ciudadanos e incluso, con la capacidad de conocer y controlar emociones, sentimientos, actividades e incluso nuestra memoria, como lo anticipó el capítulo The Entire History of You de la distópica serie inglesa Blak Mirror (Welsh, 2011). Al mismo tiempo, otro de los factores que amenaza y debilita a los sistemas democráticos lo constituye la incorporación de los medios digitales y las redes sociales en la discusión pública, cuya incidencia no sólo tiende a manipular la información y generar noticias falsas, sino también, a través de guerras cibernéticas, amenazando desde los sistemas financieros hasta los resultados de elecciones, como bien lo demuestra el documental Nada es privado (Amer y Noujaim, 2019), que evidencia la apropiación de datos por parte de la firma Cambridge Analytica para incidir, entre otras, en la campaña electoral de Donald Trump. La fragilidad democrática se ve agravada también por el ritmo acelerado con que operan los sistemas tecnológicos de información, que deja rezagada a la lógica democrática del debate, la deliberación y el consenso. La solidez del debate democrático y la actuación de los actores políticos institucionalizados genera un conflicto con una ciudadanía que, cada vez más moldeada por las redes sociales, exige respuestas inmediatas y ágiles. De igual modo, la banalización de los debates políticos en la “sociedad del espectáculo” (Debord, 1998) y el lenguaje de los medios digitales que, por su simplicidad, apela más a lo emocional y a la inmediatez que a la reflexión analítica, son realidades que enfrentamos a diario.

Vivimos hoy un profundo quiebre de época cuyos alcances y envergadura todavía no alcanzamos a discernir, pero que implican una honda conmoción antropológica en nuestros modos de vivir, estar y relacionarnos con el mundo, intensificados ciertamente por la pandemia. Vivimos tiempos de inflexión histórica en los que dejamos atrás una etapa histórica y nos encontramos en los albores de otra, que al parecer todavía no podemos nombrar y que aún no comprendemos cabalmente ni sabemos todavía cómo describir. El filósofo Yuval Harari se pregunta: “¿Cómo se vive en una época de desconcierto cuando los relatos antiguos se han desmoronado y todavía no ha surgido un relato nuevo que los sustituya?” (Harari, 2018: 11), y el escritor y ensayista Amin Maalouf afirma: “la humanidad se metamorfosea ante nuestros ojos” (Maalouf, 2019: 14).

Cabría, entonces, interrogarse: ¿cómo construir un nuevo Contrato Social que conjugue reconciliar igualdad y libertad en un mundo que se extiende de lo físico a lo virtual? ¿Están la democracia y su modelo de representación heridas de muerte? ¿Cómo pensar de nueva la democracia en la era digital? ¿Podría reinventarse el liberalismo? ¿Se pueden reconstruir los cimientos de la globalización? ¿Cómo enfrentar los desafíos que nos plantea a futuro la revolución científico-tecnológica? ¿Cómo reconstruir el tejido social en términos de una mayor justicia y equidad? Por otra parte, en un momento histórico marcado por la fractura de significados que nos permitían aproximarnos a la realidad, así como por una creciente incertidumbre en un mundo que se modifica a una velocidad vertiginosa, ¿cuál es hoy el alcance de los parámetros analíticos, teóricos y conceptuales del pensamiento social cuando, “no hay palabras para capturar las nuevas imágenes que aparecen frente a nuestros ojos” (Bauman y Mazzeo, 2019: 106) ¿No resultan ya insuficientes los lenguajes teóricos tradicionales? ¿Han llegado las Ciencias Sociales a un punto en el que efectivamente, su “lenguaje ha dejado de hablar?” (Brunner, 1998: 30).

Vivimos tiempos de desconcierto y perplejidad. Tiempos en los que, acentuada por la pandemia, se han desnudado, como señala el escritor Martin Caparrós, nuestra fragilidad, nuestros miedos, nuestra vulnerabilidad. Tiempos ante los que carecemos de respuestas nítidas y en los que sólo podemos afirmar que “el futuro no está escrito” (Caparrós, 2021).

Referencias bibliográficas

Amer, Karim y Jehane Noujaim (2019) Nada es privado (The Great Hack). Estados Unidos: Netflix. [ Links ]

Asamblea General de las Naciones Unidas (AGNU) (2019) Cumplir la promesa de la globalización: promover el desarrollo sostenible en un mundo interconectado [en línea]. 26 de julio. Disponible en: <https://undocs.org/sp/A/74/239> [ Links ]

Augé, Marc (2015) ¿Qué pasó con la confianza en el futuro? Buenos Aires: Siglo XXI. [ Links ]

Baricco Alessandro (2019) The Game. Barcelona: Anagrama. [ Links ]

Bauman, Zygmunt (2002) Modernidad líquida. Buenos Aires: FCE. [ Links ]

Bauman, Zygmunt (2017) Retrotopía. Ciudad de México: Paidós. [ Links ]

Bauman, Zygmunt y Ricardo Mazzeo (2019) Elogio de la literatura. Barcelona: Gedisa. [ Links ]

Boym, Svetlana (2015) El futuro de la nostalgia. Madrid: A. Machado Libros. [ Links ]

Brunner, José Joaquín (1998) “Sobre el crepúsculo de la sociología y el comienzo de otras narrativas” Revista de Crítica Cultural (1). [ Links ]

Caparrós, Martin (2021) “El año del desastre” El País, 2 de enero. [ Links ]

Castells, Manuel (2017) Ruptura. La crisis de la democracia liberal. Madrid: Alianza editorial. [ Links ]

Debord, Guy (1998) La sociedad del espectáculo. Santiago de Chile: Ediciones Naufragio. [ Links ]

de Vries Catherine e Isabell Hoffmann (2018) The Power of the Past. How Nostalgia Shapes European Public Opinion. Berlín: Fundación Bertelsmann Stiftung. [ Links ]

García-Sayan, Diego (2021) “La covid-19 y los “locos años veinte” El país, 4 de febrero. [ Links ]

Gaston, Sophie (2018) At Home in One’s Past. Nostalgia as a Cultural and Political Force in Britain, France and Germany. Londres: Demos. [ Links ]

Han, Byung Chul (2014) En el enjambre. Barcelona: Herder. [ Links ]

Harari, Yuval Noah (2018) 21 lecciones para el siglo XXI. Zaragoza: Titivillus. [ Links ]

Harari, Yuval Noah (2020) “The World after Coronavirus” The Financial Times, 19 de marzo. [ Links ]

Harari, Yuval Noah (2021) “Lessons from a year of Covid” The Financial Times, 25 de febrero. [ Links ]

Lechner, Norbert (2002) Las sombras del mañana. La dimensión subjetiva de la política. Santiago de Chile: Lom. [ Links ]

Lianos, Michel (2019) “La política experiencial o los chalecos amarillos como pueblo” eldiario.es [en línea]. 16 de noviembre. Disponible en: <https://www.eldiario.es/interferencias/política-experiencia-chalecos-amarillos-pueblo_132_1289123html> [ Links ]

Lipovetsky, Gilles (1998) La era del vacío. Barcelona: Anagrama. [ Links ]

Maalouf, Amin (2019) El naufragio de las civilizaciones. Madrid: Alianza editorial. [ Links ]

Maldonado, Carlos Eduardo (2019) “Tres razones de la metamorfosis de las ciencias sociales en el siglo XXI” Cinta de Moebio (64). [ Links ]

Matos Franco, Rainer (2018) Limbos rojizos. La nostalgia por el socialismo en Rusia y el mundo poscomunista. Ciudad de México: El Colegio de México. [ Links ]

Nacach, Pablo (2019) Ver y maquinar. La emergencia de una nueva sensibilidad. Barcelona: Anagrama. [ Links ]

OCDE (2019) How’s Life in the Digital Age? Opportunities and Risks of the Digital Transformation for People’s Well-Being. 26 de febrero. [ Links ]

Phillips, Todd (2019) Joker. Estados Unidos: Warner Bros Pictures. [ Links ]

Segato, Rita (2018) Del borde al centro: refundar el feminismo para refundar la política. Ciudad de México: El Rebozo Palapa Editorial. [ Links ]

Welsh Brian (2011) “The Entire History of You” Black Mirror. Inglaterra: Netflix. [ Links ]

1Quiero expresar mi reconocimiento al doctor Luis Gurovich, profesor de la Pontificia Universidad Católica de Chile, por su valiosa contribución a la escritura de este texto. El diálogo mantenido con él a lo largo de varios meses nutrió muchos de los argumentos e interrogantes aquí planteados y su avezado ojo crítico aligeró una escritura en ocasiones farragosa y repetitiva. Luis, como siempre, gracias.

Recibido: 11 de Enero de 2021; Aprobado: 16 de Marzo de 2021

Gilda Waldman es doctora en Sociología por la Universidad Nacional Autónoma de México. Es Profesora de Tiempo completo en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Sus líneas de investigación son: teoría social, literatura y sociedad, historia y memoria. Entre sus publicaciones más recientes se encuentran: “Memoria y literatura: el pasado que no pasa. Resonancias de la dictadura en tres generaciones de escritores chilenos contemporáneos” (2019) Verbum et Lingua (13); “Cuando las Ciencias Sociales y la literatura se reconcilian. “Historia de los abuelos que no tuve” (Ivan Jablonka). Un itinerario de lectura” (2018) en Alberto Trejo y Gilda Waldman, Pasaporte sellado. Cruzando las fronteras entre Ciencias Sociales y literatura. Ciudad de México: UAM-Xochimilco; “Caleidoscopio de cuerpos en la sociedad contemporánea. Apuntes para una reflexión” (en prensa) en Maya Aguiluz, Comparecen los cuerpos. Materias y fronteras. Ciudad de México: Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades, UNAM.

Creative Commons License Este es un artículo publicado en acceso abierto bajo una licencia Creative Commons