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Revista mexicana de ciencias políticas y sociales

Print version ISSN 0185-1918

Rev. mex. cienc. polít. soc vol.63 n.234 Ciudad de México Sep./Dec. 2018

https://doi.org/10.22201/fcpys.2448492xe.2018.234.65861 

Testimonios, conversaciones y entrevistas

El 68, tiempo de distintos despertares

1968, A Time of Diverse Awakenings

Rosaura Ruiz Gutiérrez1 

1 Departamento de Biología Evolutiva, Facultad de Ciencias, UNAM, México. Correo electrónico: <rosaura@ciencias.UNAM.mx>.


Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales (RMCPS): ¿Cuál fue su inserción institucional y su experiencia personal durante el movimiento de 1968?

Rosaura Ruiz (RR): El movimiento estudiantil que emergió en 1968 en distintas partes del mundo, pero que ya llevaba fraguándose un tiempo, tuvo distintas características en cada país, pero en todos los casos resultó de una importancia inconmensurable. En particular, en México fue, al mismo tiempo, un suceso extraordinario y un fenómeno de profundas bases y repercusiones en diversos ámbitos de la vida cotidiana.

En mi caso, sin duda el 68 es un parteaguas, pues el movimiento y sus efectos posteriores no sólo curtieron mi carácter, sino que re-cursaron el camino que habría de seguir a lo largo de mi vida. Fue en ese momento en que mis propias proyecciones hacia el futuro se definieron y aclararon. Para decirlo en una frase a la que vuelvo constantemente: ese año alcancé, junto con otros miles de mexicanas y mexicanos, mi mayoría de edad.

Muchas veces he dicho, y cada vez con mayor convencimiento, que los eventos y las experiencias vividas en el marco del movimiento estudiantil fueron fundamentales en lo que devendría mi historia personal. Sin ellas no me explicaría, no sería lo que hoy soy, ni de forma ni de fondo. Al movimiento que inicia en el 68 debo el origen de mis convicciones, el foco de mi pensamiento, muchos de mis sueños y temores, gran parte de mi fuerza y la conciencia de mis propias capacidades.

Y todo esto no obstante que mi participación en el movimiento, como alumna de la Prepa 4 de la UNAM, fue un tanto en los márgenes, un tanto lejos del vórtice principal, pero lo suficientemente cerca como para que mi activismo fuese tan comprometido y entusiasta como el que más. Entonces, mi perspectiva es la de una participante de base y la de un integrante del amplio conjunto de estudiantes de preparatoria que en esos días se despidieron de su juventud temprana para devenir cabalmente mujeres y hombres, pero aún más, ciudadanos comprometidos con la construcción de una sociedad más justa y democrática.

En particular, en mi condición de mujer, el 68 también significó mi integración plena a la lucha por la liberación femenina. Un esfuerzo que aún persiste y debe permanecer en resistencia hasta que se vean cumplidas plenamente sus demandas de equidad y justicia social, algo que definitivamente aún no sucede por más que se haya avanzado en ello.

RMCPS: ¿Existiría algún tipo de periodización de la forma en que se fue gestando el movimiento y su participación en él?

RR: Claramente, referirse al movimiento del 68 es hablar, más que de un año, de una época. No se puede entender al 68 como un evento aislado encuadrable en una fecha específica que aconteció por generación espontánea o en la que nació y murió un espíritu revolucionario. Hay que entender las raíces y ampliar la visión para comprender la fase histórica que va desde el comienzo de la Revolución cubana y su triunfo el 1 de enero de 1959, hasta quizá el 11 de septiembre de 1973, con el asesinato vil de Salvador Allende. Un evento traumático y atroz que mostró al mundo entero que el retorno y la toma del poder por parte de las fuerzas opresoras, reaccionarias, capitalistas y elitistas era un hecho incontestable. Lo que significó la llegada de algunas de las peores dictaduras que haya sufrido la humanidad en América latina, África, Asia y Europa del este por igual.

Y ya que se reflexiona sobre la duración del movimiento del 68, también cabe no homogeneizar las diversas expresiones que tuvo el mismo, pues en Estados Unidos o Europa el matiz era anticapitalistas, pacifista, antirracista, antiimperialistas y por los derechos civiles, pero en México, al inicio, era simplemente un movimiento que surge contra la represión de la juventud, lo que se ve claramente en los seis puntos del pliego petitorio, bastante moderado y puntual, pero que después devino el despertar de la sociedad civil en contra de un sistema antidemocrático, autoritario y patriarcal, luchando por principios más grandes, como la democracia, la dignidad, la justicia y el respeto a los derechos sociales de todo el pueblo.

A nivel personal creo que uno de los momentos más significativos de ese año fue que se dieron a un mismo tiempo distintos despertares: el de la juventud, encabezando una lucha de varios frentes; el de la sociedad civil, como un conjunto diverso con metas comunes; el de los universitarios, como la reserva moral del pueblo mexicano, y el de las mujeres, como ciudadanas, entre otros más o menos visibles.

Esta profunda revolución fue, entonces, más que un movimiento de la juventud, uno jovial, pues buscó renovar, visibilizar y poner en evidencia a un sistema social opresor, intolerante, discriminador, dictatorial, machista y misógino. En México el 68 cambió la forma de relacionarnos unos con otros y con las instituciones, con nuestros padres, entre compañeros y entre las mujeres mismas. En este último aspecto se dio un cambio radical en toda una generación que tuvo que reaprender y reajustar su actitud hacia la vida y hacia uno mismo. El ejemplo más claro de esto es el de algunas mujeres que tuvimos el privilegio de comenzar a conquistar el control de nuestra propia vida, incluyendo el modo de ejercer la sexualidad, lo que se vio fuertemente impulsado por la aparición y auge del uso de la píldora anticonceptiva.

Entonces, podría decir que la periodización de mi participación en el movimiento del 68 y de la lucha por la defensa de los derechos humanos, de la autonomía universitaria, de la libertad y por la construcción de una sociedad más justa comenzó en ese mismo año y continúa hasta el día de hoy.

RMCPS: ¿Cómo definiría o entendería el desarrollo de una conciencia estudiantil de frente a un movimiento que tuvo aspectos tanto de protesta como de rebelión y la necesidad de manifestación pública? ¿Cómo se extendió esa conciencia (o no) a otros sectores?

RR: En ese año los jóvenes hicimos que se escucharan nuestras demandas y adquirimos una voz propia. Entre los aspectos más relevantes para mí de ese movimiento, como ya he dicho, fue la lucha por la liberación femenina contra el dominio masculino en todos los aspectos de la vida social. Quizá una de las mayores rebeliones fue la de las mujeres contra la ideología de género predominante, de tradición judeocristiana y capitalista, que subordina a las mujeres al poder masculino.

Lo interesante es que el movimiento se articuló gracias a la identidad grupal y de clase compartida por los estudiantes de instituciones públicas, sobre todo, pero no sólo, que se transformó poco a poco en una conciencia política y crítica hacia el papel que cada uno tiene como individuo, pero también como integrante de una comunidad más vasta y diversa. En mi experiencia, estoy convencida de que es gracias a lo que creamos en el 68 que hoy día, al fin, tengamos un sistema democrático plural en el que se respeta el voto popular y en el que no sólo se ha de elegir a los gobernantes, sino al tipo de nación que queremos tener.

El 68 le permitió a toda una generación de mexicanas y mexicanos aprender a luchar, a triunfar y a perder. En una palabra, a resistir, a sacrificarse por el bien común sin perder la esperanza. Ese año se revelaron las raíces ocultas de la solidaridad, la empatía y la generosidad del pueblo mexicano que después veríamos en el 85, en el 88 y, recientemente, en los temblores de 2017 y en la elección de este año [2018].

Quizá el movimiento del 68 fue la escuela en la que muchas personas aprehendimos a la vida como política y a la política como práctica. El ejemplo de los líderes y de toda una juventud organizada, comprometida y valiente resultó, para mí y para muchos otros, la mejor educación cívica y una experiencia invaluable.

En esos días comprendí también que la única manera de hacer política es a partir de principios irrenunciables, de claridad en los objetivos, del respeto la diversidad, del diálogo, el consenso, la negociación y el acuerdo. Que la fuerza está en el convencer con la razón y nunca en el vencer por medios violentos y la imposición de la fuerza, que anteponer los intereses comunes a los individuales es el origen de la justicia y la dignidad, pero también, que en la defensa de los derechos individuales universales se juegan los derechos sociales y viceversa. El movimiento del 68 transformó la conciencia crítica propia de la realidad juvenil y estudiantil a la indignación ante la injusticia, la convicción en los actos y a la necesaria congruencia de estos con ciertos principios inviolables. A ser consecuentes en la vida y, sobre todo, a ser solidarios pues como bien se ha de saber, ninguna persona se libera sola ni en soledad se llega a ninguna parte.

RMCPS: Hoy, a 50 años, ¿cuál considera que fue el impacto del 68? ¿Cuáles sus aportes, cuáles sus (o nuestras) deudas?

RR: Medio siglo no es poca cosa, pero pensando desde la óptica de los procesos sociales y culturales es apenas la fracción de un largo camino. Cinco décadas no han sido suficientes para borrar la honda huella del 68 ni han bastado para frenar sus ondas expansivas que, como ya he dicho en las preguntas previas, siguen avanzando y generando cambios que poco a poco, a veces con retrocesos pero irrefrenablemente han ido transformando la cultura en nuestro país y en tantos otros.

Sin embargo, no podemos ignorar que aún seguimos teniendo los mismos lastres y retos como sociedad. Los gobiernos déspotas siguen presentes en muchas latitudes del mundo dañando la vida de las mayorías y poniendo en riesgo la vida planetaria; la represión y la violencia brutal al servicio de los grupos de poder que, en muchos casos, están coludidos con los gobiernos o incluso son parte de ellos, siguen explotando los bienes públicos en beneficio de una minoría; la equidad de género sigue sin ser una realidad plena en todas las esferas sociales o, por poner un último ejemplo, las desapariciones forzadas y la discriminación hacia la juventud siguen siendo una realidad en México.

No cabe duda que de aquel entonces a la actualidad se ha avanzado mucho y en muchos aspectos pero, por ejemplo, la democracia real sigue siendo incipiente, hoy tenemos un Presidente electo que verdaderamente fue la opción de las mayorías, pero eso no significa que las prácticas fraudulentas hayan desaparecido o que el sistema mismo esté ya depurado de corrupción y sus vicios del pasado; también la justicia social y la instauración de un Estado de derecho siguen siendo promesas sin cumplirse y la impunidad es aún la regla y no la excepción en este país en el que las muertes violentas se cuentan por decenas de miles cada año, y así podríamos seguir hasta el cansancio.

Como mujer tampoco puedo callar que aún hoy las mexicanas tenemos que enfrentar cotidianamente todo tipo de violencia misógina, empezando por los feminicidios y hasta la publicidad sexista, pasando por el acoso en sus múltiples expresiones. Así también hemos de reconocer que gracias a la escuela y las secuelas del movimiento del 68 se ha avanzado en la instauración de cierta equidad de género en muchos espacios de la vida, aunque no aún en las de mayor trascendencia. Esta deuda histórica avanza lentamente y a contracorriente en su liquidación, pero aún no se puede decir que ya nos deshicimos de ella. Aún no se ha visto que una mujer llegue a ser rectora de la UNAM, presidenta del país o que estén fielmente representadas en las altas esferas del poder.

Por todo lo anterior, lo positivo y lo pendiente, no podemos olvidar la esperanza, la fuerza y los sueños que dieron vida al movimiento del 68, menos aún podemos perdonar u olvidar la matanza del 2 de octubre, pues, como se vio en el reciente y terrible caso de Ayotzinapa, la barbarie en todas su formas, incluida la institucional, sigue siendo una amenaza que hemos de erradicar. Recordar el movimiento del 68, sus enseñanzas, deudas y demandas debe seguir siendo un ejercicio cotidiano que nos guíe en la construcción de la nación que queremos ser y del futuro anhelado donde reinen la justicia, la paz, la libertad y la razón.

Rosaura Ruiz Gutiérrez es licenciada en Biología por la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), donde también cursó la maestría y el doctorado en Ciencias Biológicas. Desarrolló una estancia posdoctoral en la Universidad de California (Irvine) y ha sido profesora invitada de esa institución, así como de la Universidad del País Vasco. Es profesora de carrera y tutora en los programas de posgrado en Ciencias Biológicas, Filosofía, Pedagogía y Filosofía de la Ciencia. Además se ha desempeñado como titular de la Dirección General de Posgrado (2000-2003); de la Secretaría de Desarrollo Institucional (2004-2010), la Facultad de Ciencias (2010-2017) y fue nombrada miembro de la Junta de Gobierno de la UNAM, en 2018. Sus aportaciones más importantes al desarrollo de la Filosofía y la Historia de la Ciencia incluyen sus investigaciones sobre introducción del darwinismo en México. Su obra publicada incluye más de 70 artículos de investigación, docencia y difusión; 39 capítulos de libros y 44 libros coordinados, dirigidos o en los que forma parte del comité editorial.

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