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Revista mexicana de ciencias políticas y sociales

Print version ISSN 0185-1918

Rev. mex. cienc. polít. soc vol.63 n.234 Ciudad de México Sep./Dec. 2018

https://doi.org/10.22201/fcpys.2448492xe.2018.234.65557 

1968, Historia y memoria

1968 en la memoria de América Latina y el mundo

1968 in the Memory of Latin America and the World

Adalberto Santana 1  

1Consejo Académico del Área de las Humanidades y de las Artes, UNAM, México. Correo electrónico: <asantanah@ hotmail.com>.


Resumen

En el trabajo se presenta un recuento de las situaciones y coyunturas políticas que durante el año trascendental de 1968 se manifestaron en el mundo y de manera particular en la región de América Latina y el Caribe. Se exponen las expresiones políticas que estuvieron interconectadas en torno a las protestas estudiantiles y juveniles que se dieron en aquellos momentos. De la misma manera, a cincuenta años de los sucesos, se destaca la relativa importancia y trascendencia del 68 que ha llegado hasta nuestros días.

Palabras clave: 1968; América Latina; Caribe; rebelión estudiantil; protestas

Abstract

This article presents an account of the political conditions and situations that took place throughout the world in 1968, particularly in the Latin American and Caribbean region. The author describes the political expressions interconnected with student and youth demonstrations that werw developing at that time. Also, fifty years after the 1968 events, their relative importance having transcended until today is highlighted.

Keywords: 1968; Latin America; Caribbean; student rebellion; protests

Una parte de la generación de estudiantes que hicieron el movimiento de 68,

una pequeña parte, no más de 7 u 8 millares en medio millón de estudiantes de

enseñanza media y superior, se había construido en un caldo de cultivo

político-cultural que tenía la virtud de la globalidad. Esa locura integral nos rodeaba

por todas las esquinas de la vida. Tenía que ver con las lecturas, los héroes, los

mitos, las renuncias, el cine, el teatro, el amor, la información. Vivíamos

rodeados de la magia de la revolución cubana y la resistencia vietnamita.

Paco Ignacio Taibo II (1998: 16)

Introducción

A 50 años de 1968 es necesario revalorar el impacto que tuvo aquel año en el imaginario político y cultural de América Latina y el mundo. Las protestas y actos de rebeldía de los estudiantes y jóvenes partícipes no fueron exclusivos de México. Tampoco es posible reducir los acontecimientos históricos de ese año trascendental al “Mayo francés” o a la “Primavera de Praga”. En diferentes partes del mundo y de manera particular en América Latina y el Caribe se experimentaron una serie de sucesos que agitaron políticamente a varios países del orbe. No sólo se trataba de alcanzar libertades políticas y establecer un nuevo orden democrático. El derrocamiento de gobiernos, la resistencia al imperialismo estadounidense y a dictaduras militares, la búsqueda de alternativas por vía pacífica o armada, la reivindicación de derechos laborales, fueron algunas de las motivaciones que causaron convulsiones políticas.

Los diversos movimientos juveniles y estudiantiles tuvieron características específicas y sus interacciones con grupos sociales, organizaciones y partidos políticos jugaron un papel importante en el devenir histórico de sus países. Todo ello en el contexto de la Guerra Fría, la influencia de la Revolución cubana y de las luchas en Vietnam, así como las manifestaciones de la contracultura. De esta manera, en las siguientes líneas se busca destacar y reflexionar sobre la importancia que tuvo el 68 en distintos escenarios del mundo y de nuestra América.

El mundo en 1968

Algunas voces han reconocido a 1968 como un año axial en la historia del mundo. Esto fue así para la historia política de ciertos países, aunque no para todo el orbe; sin embargo, se puede reconocer que en varios escenarios políticos, sociales y culturales 1968 tuvo amplias repercusiones. Sin duda, para el caso mexicano, fue cardinal en el desarrollo de su vida política, como probablemente lo fue en otros, tales como Francia, por el impacto que tuvieron las protestas estudiantiles y obreras de mayo de aquel año. Recordemos que la rebelión estudiantil francesa se extendió por diversas provincias del país europeo, incluyendo el estallamiento de una huelga general, pero generó al mismo tiempo una ruptura con la izquierda tradicional y un cuestionamiento a las formas políticas de gobierno imperantes en ese momento en Francia.

Se sabe que hubo tres Mayos: el levantamiento estudiantil (“la revolución juvenil”), el movimiento reivindicativo de los trabajadores (la huelga general) y el Mayo de los políticos (la crisis del régimen). De su encuentro, más que de su fusión, nació el Movimiento. Pero lo que hizo decisiva o explosiva esa concordancia fue una discordancia latente y súbitamente revelada, donde la “crisis de Mayo” resultó a la vez síntoma y remedio. Tres hicieron una porque una hacía dos (Debray, 2009: 41).

El gobierno del general Charles de Gaulle se vio obligado por las circunstancias a convocar a un referéndum en todas las regiones de Francia a fin de ganar más legitimidad, ya que en las elecciones de 1965 había perdido muchos votos, así como por el impacto de las revueltas de mayo, cuando la policía ocupó distintos centros universitarios en el territorio galo.

En ese escenario europeo, surgió también en Berlín la protesta estudiantil y juvenil que venía acumulando fuerzas desde 1967. En esa ciudad de la entonces República Federal de Alemania, el 2 de junio de aquel año muere el estudiante Benno Ohnesorg, por los disparos que realizó la policía cuando arremetió contra una marcha de protesta de universitarios por la visita del Sha de Irán. Este hecho agudizó el malestar y la rebelión no sólo del movimiento estudiantil alemán contra el autoritarismo del gobierno del presidente Heinrich Luebke (1959-1969), a quien se le acusaba de haber colaborado con el arquitecto Albert Speer en la construcción de campos de concentración, sino también contra los medios de comunicación hegemónicos por la manipulación de los hechos. Así, en abril de 1968, sufre un nuevo atentado el principal dirigente estudiantil del momento, Rudi Dutschke (activista que impulsaba un movimiento contra la guerra y por la paz, así como un férreo defensor de la emancipación femenina) cuyo autor fue un ultraderechista de nombre Josef Bachman. Años más tarde, en la década de 1990, Dutschke se convertiría en un activo dirigente del Partido de los Verdes, junto con Joschka Fischer, quien llegó a ser ministro de Relaciones Exteriores en la administración del canciller Gerhard Schroeder (1995-2005), con la alianza del Partido Socialdemócrata de Alemania y el Partido de los Verdes.

En marzo de aquel año de 1968 se suscitaron una serie de protestas en Varsovia por la censura de la obra Dziady (Los antepasados, 1823), del poeta romántico Adam Mickiewicz (1798-1855), con la justificación de que dicha obra del siglo xix contenía referencias anti-rusas y contra el socialismo. La obra había sido dirigida por Kazimierz Dejmek y fue escenificada en catorce ocasiones, la última el 30 de enero de 1968. Junto con la censura Dejmek fue purgado del Partido Comunista y despedido del Teatro Nacional de Varsovia. Esto dio motivo para que el 2 de marzo la Unión de Escritores y la Unión de Actores condenaran la prohibición. Mientras tanto, el 8 de marzo, en la Universidad de Varsovia las protestas de los estudiantes llevaron a una serie de enfrentamientos con la policía antidisturbios y con brigadas de trabajadores, lo que provocó que se extendieran las protestas a ciudades como Breslau, Cracovia, Gdansk, Gliwice, Lublin, entre otras. La rebelión juvenil estalló tras la expulsión de dos alumnos de origen judío, Adam Michnik y Henryk Szlajfer, por su crítica al régimen político dominado en aquel momento por el Partido Obrero Unificado Polaco. La coyuntura fue aprovechada por las dos tendencias prevalecientes al interior del partido gobernante para dirimir sus contradicciones. Resultó hegemónica la corriente “nacionalista”, de lo que resultó una depuración del partido y una purga en el seno de la sociedad polaca contra los ciudadanos de origen semita, acusándolos de sionistas. Alrededor de trece mil polacos de origen judío se exiliaron de Polonia, principalmente hacia los países occidentales, más que hacia Israel.

El movimiento estudiantil italiano en 1968 tuvo como elementos centrales la convergencia de dos expresiones políticas de la época. Por un lado, las juventudes neofascistas y, por el otro, las de origen maoísta, las cuales convergieron en la lucha contra la Reforma Universitaria que llevó a la ocupación de las facultades de Arquitectura, Filosofía y Letras, y Estadísticas. Así, el 1 de marzo de aquel año se desarrolló un fuerte enfrentamiento entre los estudiantes universitarios y la policía, en lo que se conoció como la “Batalla de Valle Giula”. Allí se encontraba la Facultad de Arquitectura de la Universidad de La Sapienza, que había sido ocupada desde el mes de febrero por los estudiantes y que, al intentar ocuparla nuevamente, llevó a un choque con las fuerzas del orden:

Frente a las cargas de la policía, los estudiantes reaccionaron como nunca habían hecho antes, con lanzo [sic] piedras y resistiendo con fuerza. En los choques eran presentes tanto grupos de izquierdas cuanto grupos de la derecha neofascista (El Itañol, 2018; Milá, 2008).

De igual manera, aquel año de 1968 contó con la trascendencia política de la desaparecida República Socialista de Checoslavaquia, en donde se desarrolló la llamada “Primavera de Praga”, movimiento impulsado por el bloque reformista y dirigido por Alexander Dubček, quien intentó desarrollar un “socialismo con rostro humano”. Dicho movimiento político generado en ese país de Europa del Este logró la erradicación temporal de la censura, la autonomía en la creación artística y el inicio de una liberación de las formas socialistas del poder político, así como una temporal reforma económica en el marco de una administración centralmente planificada. Sin duda fue una situación que impactó de manera relevante en los países socialistas europeos.

Fue tal la crisis que provocó ese movimiento en el modelo soviético que el 21 de agosto de 1968 tropas del Pacto de Varsovia,1 a excepción de Rumania, ocuparon militarmente Checoslovaquia para, de acuerdo con la Doctrina Brézhnev, hacerla volver a la estabilidad planificada en el Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME).2 Recordemos que dicha doctrina, también identificada como Doctrina de la Soberanía Limitada, fue una política insertada durante el mandato de Leonid Brézhnev en 1968, como una estrategia de defensa mutua cuando alguno de los países del llamado Pacto de Varsovia buscara transitar del socialismo al capitalismo.

Así, la llamada “Primavera de Praga” llevó a que fuera desplazado del poder Alexander Dubček y reemplazado por Gustavo Husák, convirtiéndose este último en el nuevo Secretario General del Partido Comunista de Checoslovaquia, lo que garantizaba mantener la unidad monolítica del bloque de países socialistas.

En la entonces República Federativa Socialista de Yugoslavia, la noche del 2 de junio de 1968 los alumnos de la Universidad de Belgrado comenzaron una huelga que duró una semana, suscitando enfrentamientos entre la policía y los estudiantes. Las protestas se originaron por reformas económicas que ocasionaron el crecimiento del desempleo y la migración. La huelga estudiantil se extendió a otras ciudades de la antigua Yugoslavia, como Sarajevo (capital de la República Socialista de Bosnia y Herzegovina), Zagreb (capital de la República Socialista de Croacia) y Ljubjana (capital de la República Socialista de Eslovenia). Las protestas estudiantiles yugoslavas, semejantes a las de Checoslovaquia, Francia y México, fueron apoyadas por destacados intelectuales y artistas nacionales. Entre ellos la poeta Desanka Maksimović, el cineasta Dušan Makavejev y el actor Stevo Žigon, así como diversos profesores universitarios. En un inicio, el gobierno yugoslavo obtuvo en voz del presidente Josip Broz Tito una respuesta favorable para los huelguistas, al reconocer frente a las cámaras de televisión, el 9 de junio, que “los estudiantes tienen razón”. Se dio así solución a las demandas del movimiento estudiantil que en su momento tuvo un auge inusitado en ese país socialista. Recordemos que al inicio de los años sesenta en Belgrado se realizó la primera cumbre del Movimiento de los Países No Alineados (MPNA), alentado por el mismo mandatario yugoslavo. Este Movimiento ha continuado hasta nuestros días teniendo su más reciente cumbre en 2016, en Caracas, Venezuela.

A su vez, 1968 fue el año en el que la República Popular China celebró el ix Congreso del Partido Comunista, periodo en el que se profundizó la llamada Gran Revolución Cultural, circunstancia en que Mao Zedong, apoyado e instigado por un sector del partido (la llamada “Banda de los Cuatro”) y por una extraordinaria movilización estudiantil (Guardias Rojos), lanzó una ofensiva contra lo que se consideraba el ala derecha del PC de China (Liu Shaoqi, Peng Zhen y Deng Xiaoping). Aquella política cultural se extendió a amplios núcleos de la clase obrera y al interior del Ejército Popular de Liberación. Esta situación se prolongó hasta 1978, cuando asume el poder Deng Xiaoping y se da un nuevo rumbo que hasta nuestros días se configura en lo que se conoce como socialismo con características chinas. Es decir, tal como lo afirmó el actual presidente chino, Xi Jinping:

El socialismo con peculiaridades chinas es el socialismo y no otros ismos, y si se pierde el principio fundamental del socialismo científico, tampoco es socialismo. En cuanto a qué ismo aplica un país, lo importante radica en si este ismo puede o no resolver los temas históricos que aquél enfrenta. La historia y la realidad nos hacen saber que sólo el socialismo puede salvar a China y sólo el socialismo con peculiaridades chinas puede ayudar al país a desarrollarse. Esto es una conclusión histórica y opción del pueblo. A medida que se desenvuelva el socialismo con peculiaridades chinas, nuestro sistema ganará en madurez cada vez más, su superioridad se hará obvia en mayor grado y nuestro camino a seguir será más amplio (Xi Jinping, 2014: 28).

Mientras tanto, desde comienzos de 1968, los combates y las ofensivas guerrilleras en los territorios ocupados por las tropas estadounidenses de Vietnam del Sur fueron de la mayor relevancia. Así, se desató una poderosa insurrección popular (la llamada Ofensiva del Tet) por parte de las fuerzas del Frente Nacional de Liberación de Vietnam, situación que permitió liberar a una destacada porción del territorio vietnamita que obligó a la ocupación militar estadounidense a replegarse hacia los alrededores de Saigón. El general Vo Nguyen Giap, uno de los principales estrategas de la lucha de liberación del Vietnam en aquellos años, afirmó:

Nuestra resistencia se ha convertido en la vanguardia de la lucha de los pueblos del mundo contra el imperialismo yanqui agresor. Los pueblos de los países socialistas, los pueblos progresistas del mundo consolidan aún más su unión con nosotros en la lucha contra el enemigo común. La simpatía, el apoyo y la importante ayuda de la humanidad progresista constituyen uno de los factores determinantes en la victoria de nuestra resistencia (Vo, Nguyen 1974: b159).

Esta situación incidió a tal punto que presionó a Washington a aceptar el inicio de las conversaciones con Hanói en París.

A pesar de estos enormes esfuerzos, el Vietcong logró lanzar, en febrero de 1968, una ofensiva que capturó alrededor de 80% de todas las poblaciones y aldeas; aunque más adelante perdieron mucho terreno, aquella ofensiva convenció a gran número de estadounidenses de la inutilidad de la lucha y se presionó al gobierno para que se retirase de Vietnam. Esto no figuraba en los planes de Johnson, si bien suspendió el bombardeo de Norvietnam (marzo de 1968) (Lowe, 1992: 352).

Paralelamente, en Estados Unidos se generó un fuerte movimiento pacifista frente a la intervención que se incrementó en Indochina. Dentro del territorio estadounidense se gestaron fuertes disturbios juveniles y estudiantiles contra la guerra en Vietnam y la resistencia de los jóvenes a ser reclutados militarmente. De esa manera, presionado por la opinión pública, Washington tuvo que reconocer en los primeros meses de 1968 que su gobierno no ganaría la guerra de Vietnam, como sucedió con la salida de los últimos marines en 1973.

En ese contexto de protestas antibelicistas en Estados Unidos, ocurrió el homicidio del líder afroamericano Martin Luther King, el 4 de abril de 1968, en la ciudad de Memphis, Tennessee. Luther King había encabezado el movimiento por los derechos civiles de los afroestadounidenses y participó de manera muy activa en las protestas contra la guerra de Vietnam, así como en el combate a la pobreza en la mayor potencia militar del mundo, campañas que lo hicieron merecedor del Premio Nobel de la Paz, en 1964. Por otro lado, en medio del proceso electoral, fue asesinado el candidato del Partido Demócrata a la presidencia de Estados Unidos, Robert Kennedy. El atentado aconteció el 4 de junio de 1968 y falleció dos días después en la ciudad de Los Ángeles. En ese escenario finalmente ganó las elecciones el aspirante republicano Richard Nixon, quien ya siendo mandatario en 1969, por medio del FBI, le declaró la guerra al Partido de las Panteras Negras (bpp, por sus siglas en inglés). Recordemos que el 25 de junio de 1968,

[… ] el escritor y exconvicto Eldridge Cleaver llevó a las Naciones Unidas el caso de las Panteras Negras (sus muertos, presos políticos, perseguidos) mucha agua había corrido en poco tiempo, y la herencia más explosiva de la liberación negra ya era un hito mundial (Bellinghausen, 2018).

De igual manera, en aquel año, en Ginebra, Suiza, el gobierno estadounidense de Lyndon B. Johnson (1963-1969) y de Leonid Brézhnev de la URSS (1964-1982) firmaron el Tratado de No Proliferación Nuclear. En tanto que, en Medio Oriente, el Estado israelí atacó a Jordania y bombardeó las refinerías del Canal de Suez. El 21 de marzo de 1968 se libró en la ciudad de Karameh, Jordania, una guerra entre las tropas israelitas y la alianza de las fuerzas de la Organización de Liberación de Palestina (OLP) y las Fuerzas Armadas de Jordania. Para los palestinos aquel combate simbolizó un acontecimiento de fuerza e identidad nacional ya que la OLP comenzó a crecer, hasta convertirse en la entidad más consolidada de la nación palestina. Fue también la época en la que se formó la Federación de Emiratos del Golfo Pérsico (30 de marzo de 1968), la cual consta en la actualidad de siete emiratos, conocidos como Emiratos Árabes Unidos.

En ese panorama político global también se desarrollaron en 1968 una serie de expresiones culturales que ejercerían una destacada influencia a nivel planetario. Por ejemplo, se publicó el texto Psicoanálisis y política, de Herbert Marcuse, así como Para leer El Capital, que el filósofo francés de corte marxista-estructuralista, Louis Althusser, escribió con Étienne Balibar. Asimismo, el autor marxista de origen griego, Nicolás Poulantzas, edita su obra Poder político y clases sociales; el dirigente estudiantil Daniel Cohn-Bendit dio a conocer su ensayo El izquierdismo, remedio a la enfermedad senil del comunismo, en el que alude al título de la obra de Vladimir Illich Lenin, La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo. También aparece la obra de Marshall McLuhan, Paz y guerra en la aldea global. En las pantallas figuraba una serie de obras cinematográficas de gran trascendencia, tales como Teorema, de Pier Paolo Pasolini, y en el cine de ciencia ficción, la cinta de Stanley Kubric, 2001: Odisea del espacio. Por otra parte, desde la lógica comercial se proyectó en las pantallas estadounidenses El planeta de los simios, del director Franklin James Schaffner. Un fenómeno en el mundo occidental en esos años, que acompañó a la protesta, fue la relevancia de la música y las canciones de Joan Baez, Janis Joplin y Bob Dylan, así como de los Rolling Stones y los Beatles.

1968 es un año en el que gran parte de los países del orbe concurrieron a la mayor fiesta del deporte amateur: los xix Juegos Olímpicos de Verano, que se celebraron en la Ciudad de México y que por primera vez se transmitieron por televisión a color a todo el mundo.

Los sesenta también vieron nacer la irrupción del color en la vida cotidiana, cuya expresión máxima fue el paso de la televisión en blanco y negro a la de color; lo mismo pasó en el cine, situación que abrió la oportunidad de ver la realidad con la luminosidad del color (González, 2011: 291).

Aquella gesta deportiva contó con la participación de 112 países, representados por 5 516 atletas (4 735 hombres y 781 mujeres). Esta Olimpiada fue la primera que se realizó en un país no desarrollado y de la región de América Latina y el Caribe. Además, se realizó la primera Olimpiada Cultural y se llevaron a cabo pruebas de género y controles antidopaje. Incluso, durante el desarrollo de los Juegos se presenciaron las protestas de dos deportistas (Tommie Smith y John Carlos), quienes el 16 de octubre, durante la ceremonia de premiación tras haber ganado los primeros lugares en la competencia de 200 metros, levantaron uno de sus puños envuelto en un guante negro, como símbolo del poder y la resistencia del movimiento afroestadounidense frente a la segregación negra en Estados Unidos. Asimismo, destacó que los atletas más condecorados procedían de dos países de Europa del Este, Věra Čáslavská (seis medallas), de la República Socialista de Checoslovaquia, y Mijaíl Voronin (siete medallas) de la URSS. Los Juegos Olímpicos se inauguraron el 12 de octubre de 1968, en el Estadio Olímpico de la Universidad Nacional Autónoma de México, institución que, al igual que otras universidades mexicanas, protagonizó las protestas estudiantiles de aquel año, que culminaron el 2 de octubre con los trágicos acontecimientos de la matanza de estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas, de la moderna Unidad Habitacional de Santiago Tlatelolco, en la Ciudad de México.

América Latina y el Caribe en 1968

En América Latina y el Caribe el año de 1968 atestiguó una serie de acontecimientos que impactaron de manera extraordinaria el curso de la historia regional de aquel año. Un hecho trascendente fue el triunfo de la Revolución cubana (el 1 de enero de 1959), que había influido en las expectativas de transformaciones sociales a las que aspiraban distintos grupos guerrilleros surgidos en casi todos los países latinoamericanos, donde la lucha insurreccional figuraba como un punto cardinal para las ideas de la emancipación regional. En ese contexto aconteció la caída en combate del comandante Ernesto Che Guevara, en Bolivia, el 9 de octubre de 1967. Su imagen y sus ideas se hacían presentes en diversos escenarios de protesta juvenil y estudiantil no sólo de América Latina, sino del mundo entero.

Al respecto nos dice el historiador Sergio Guerra Vilaboy que en los años sesenta la región latinoamericana estuvo signada por una serie de acontecimientos políticos, entre los que destacan los siguientes:

El mantenimiento del bloqueo y la intensificación de las incursiones armadas contra Cuba, los golpes militares reaccionarios de Brasil (caída de Goulart en abril de 1964), Bolivia (deposición de Paz Estenssoro en noviembre de 1964), Argentina (derrocamiento de Arturo Illia en junio de 1966 junto a la salida de Cheddi Jagan del gobierno de Guyana (diciembre de 1964) y la anulación de las leyes democráticas en Uruguay por el régimen de José Pachecho Areco en diciembre de 1967, fueron otros momentos de ese mismo proceso de derechización, en el que también debe incluirse la matanza de estudiantes mexicanos -más de 300 muertos y dos mil heridos- por el ejército en la Plaza de las Tres Culturas (Tlatelolco) el 2 de octubre de 1968. La contraofensiva encaminada a frenar el impetuoso avance de las fuerzas populares y de las luchas revolucionarias se aceleró desde 1964 en la medida en que se esparcía la rebeldía de los pueblos latinoamericanos. Los brotes guerrilleros más importantes de los años sesenta se produjeron en Venezuela, Guatemala, Colombia, Perú y Bolivia, aunque prácticamente ningún país latinoamericano quedó al margen de ellos. El fracaso de la Alianza para el Progreso y la plena ebullición del movimiento revolucionario a escala hemisférica, llevaron a Washington a formular lo que se llamó la doctrina Johnson, complemento de la Mann, que proclamó el supuesto derecho de Estados Unidos a intervenir en cualquier país en donde se consideraran amenazados sus intereses. Esta política anacrónica, extrapolada de los tiempos del big stick, se había hecho sentir cuando los marines yanquis masacraron al pueblo panameño, que reclamaba su soberanía en la zona del canal en enero de 1964 y llevada aún más lejos con la ocupación militar de Santo Domingo (Guerra, 2015: 460 y 461).

En este contexto también se apunta la incidencia de los intereses económicos en la región. Al respecto, se indica que las políticas desestabilizadoras y la injerencia de Estados Unidos mostraron la generación de conflictos en la década del 68.

Ello vino aparejado con nuevas ampliaciones del dominio del capital estadounidense en América Latina y el notable crecimiento de la deuda externa, que pasó de menos de 3 millones de dólares en 1945 a casi 17 mil millones en 1968. Además, la participación de los países latinoamericanos en el mercado mundial descendió de 8.5%, en 1955, a sólo 5.3% en 1970. Ya en este último año, la brecha entre el nivel de vida de los estadounidenses y el de los habitantes del resto del planeta se había convertido en un gigantesco abismo: con sólo 6% de la población mundial, Estados Unidos ya producía y gastaba más de 70% de los bienes del consumo del mundo (Guerra, 2015: 474).

De esta forma, la región de América Latina y el Caribe se vio orientada por una serie de acontecimientos que fueron surgiendo a lo largo de 1968. En el caso de Guatemala, se produjo un cisma político al interior de la izquierda como resultado de la ruptura entre las Fuerzas Armadas Rebeldes (FAR) y el Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT). La organización guerrillera, que tenía entre sus principales dirigentes a Marco Antonio Yon Sosa (caído en combate en 1969) y Turcios Lima, entre otros, había nacido dentro de un grupo de 20 oficiales jóvenes del Ejército, en el año de 1961, que radicalizados por el influjo de la Revolución cubana formaron inicialmente el Movimiento Revolucionario 13 de Noviembre. En ese periodo de auge de la lucha guerrillera y en la coyuntura de la presidencia de Julio César Méndez Montenegro (1966-1970), Guatemala se vio envuelta en una campaña contrainsurgente en la que fueron asesinados más de diez mil ciudadanos.

La lucha guerrillera se recrudeció en 1968, tras el secuestro, tortura y asesinato de Rogelia Cruz Martínez, quien había sido Miss Guatemala una década antes y que más tarde se unió a la guerrilla, luego de participar en las jornadas estudiantiles de 1962. Su cadáver apareció el 11 de enero de 1968 en la ciudad de Escuintla. Ante ello, el PGT respondió con una operación armada contra personal militar de la embajada estadounidense. En ese ambiente, el 8 de junio, la insurgencia guatemalteca llevó a cabo una operación contra el embajador de Estados Unidos, John Gordon Mein, ante lo cual las tropas guatemaltecas respondieron asesinando, en poco más de un año, a 2 800 intelectuales, estudiantes y líderes campesinos y obreros. Fue una coyuntura en la que el movimiento estudiantil guatemalteco alcanzó una destacada emergencia, incluso influenciado por el movimiento estudiantil mexicano, especialmente en la Facultad de Arquitectura de la Universidad de San Carlos de Guatemala. Así lo señala el siguiente testimonio:

Por demás está decir que la casualidad jugó su parte en la relación que los estudiantes de arquitectura guatemaltecos tuvieron en este proceso. Por esta época, Pedro Asturias, que jugaría un papel destacado en el proceso de restructuración de la Facultad, se encontraba en México y vivió buena parte de la experiencia de 1968. Entusiasmado, saturado de perspectivas, las llevó a Guatemala y las esparció por toda la Facultad con su proverbial capacidad para ganar adeptos. La semilla germinaría pronto (Castañeda, 2002: 209).

Mientras tanto, en Cuba, la Revolución cobraba nuevos ímpetus con las reformas nacionalizantes que se realizaban ese año, en particular sobre las empresas monopólicas de los servicios comerciales.

En este marco se produce la ofensiva revolucionaria (marzo de 1968) que destruyó a los pequeños comercios creados a partir de la escasez de productos y de su deficiente distribución, como un resurgir de elementos residuales de la burguesía que intentaba reproducirse como “solución” a las dificultades que ellos mismos acentuaban con sus actividades, frecuentemente ilegales y siempre opuestas a la prioridad que tenían en la acción revolucionaria los intereses de las masas (Le Riverend, 1981: 69).

Incluso, en ese periodo revolucionario se intensifica la zafra azucarera “cuya meta de 10 millones de toneladas había requerido grandes inversiones preparatorias en 1968 y sobre todo en 1969” (Le Riverend, 1981: 69).

En ese paisaje regional contrainsurgente, en San Salvador, el 5 de julio de 1968 se realizó una reunión de presidentes de la región centroamericana, a la que concurrieron el coronel Fidel Sánchez Hernández, de El Salvador; el general Anastasio Somoza Debayle, de Nicaragua; el general Oswaldo López Arellano, de Honduras; el profesor Joaquín Trejos Hernández, de Costa Rica; el licenciado Julio César Méndez Montenegro, de Guatemala y el mandatario estadounidense, Lyndon B. Johnson. Como ha quedado anotado, eran momentos en los que la Revolución cubana impulsaba importantes reformas sociales y su influencia ideológica y política en América Latina generó la reacción de Washington, orientada a propuestas sociales para el desarrollo. En aquel cónclave se destacó

[… ] su reconocimiento por el apoyo de los Estados Unidos a la Alianza para el Progreso, la cual recogía el pensamiento latinoamericano más avanzado en materia económica y social, y pusieron de relieve que los Estados Unidos han mantenido este apoyo (Documento Final, 1968: 143-148).

En otros países centroamericanos, como Costa Rica, se fortaleció la presencia del Estado. La política desarrollista se apoyó en la “industrialización sustitutiva de importaciones”, claro está que dentro del marco de una economía agroexportadora. En El Salvador, en ese mismo marco de una economía de postre (producción de bananos, café y azúcar, entre otros productos de agroexportación), la industria azucarera se vio relativamente beneficiada por el bloqueo establecido en Cuba. Pero la producción cafetalera seguía manteniendo el rubro principal de la economía.

En la cuestión política seguían gobernando los militares, como era el caso de Nicaragua (Anastasio Somoza), Honduras (Oswaldo López Arellano) y Haití (Jean Claude Duvalier), así como en El Salvador, donde el coronel Fidel Sánchez Hernández resultó electo para el periodo de 1967 a 1972, por el Partido de Conciliación Nacional.

En 1968, en Honduras, como producto de la crisis que afectó al Mercado Común Centroamericano y en especial a ese país del istmo, estalló una huelga general de sectores empresariales y sindicales en la costa norte. El movimiento de los trabajadores y sus organizaciones sindicales se organizaron para frenar el alto costo de la vida, ya que el gobierno decretó un aumento al impuesto de 10, 20 y 30% a las importaciones y al consumo. La Federación Sindical de Trabajadores Nacionales de Honduras (FESITRANH), inició la huelga general el 18 de septiembre y concluyó una semana después, disuelta por la fuerza militar. Al estar paralizada la economía en la zona norte, el gobierno militar de López Arellano ejerció una violenta represión, encarcelando a diversos dirigentes obreros e incluso a empresarios dedicados a las importaciones. Esto obligó a la FESITRANH a firmar un convenio con el gobierno para levantar finalmente la huelga el 25 de septiembre de 1968.

En el caso mexicano, durante el gobierno del presidente Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970), se vivió uno de los periodos más críticos desde la perspectiva política, ya que se seguía manteniendo una gestión relativamente populista en lo social. Entre 1965 y 1970 el reparto agrario continuó beneficiando a 370 mil campesinos, con más de 23 millones de hectáreas. Sin embargo, se señaló que muchos de esos repartos fueron más simbólicos que reales, o bien, se repartieron tierras de baja calidad.

En este contexto, el régimen de Díaz Ordaz mostró tendencias autoritarias desde antes de 1968; no sólo reprimió las movilizaciones populares, sino que también ejerció formas más sutiles de represión política e ideológica contra la izquierda e incluso contra ciertos círculos liberales. Después de 1968 estas tendencias se acentuaron: aparecieron grupos paramilitares, se toleró o estimuló la multiplicación de grupos de ultraderecha y se incrementó la hostilidad hacia los medios liberales, particularmente a la prensa independiente (Labastida, 1981: 352 y 353).

El desarrollo del movimiento estudiantil y popular abarcó un periodo que inició el 26 de julio, con dos marchas estudiantiles, una encabezada por estudiantes del Instituto Politécnico Nacional y, la otra, por agrupaciones estudiantiles, de jóvenes y políticas, en solidaridad con la Revolución cubana. La culminación de ese movimiento finalmente ocurrió dos meses después de la matanza de estudiantes del 2 de octubre, cuando en el mes de diciembre se ordenó el levantamiento de la huelga estudiantil, al desaparecer el Consejo Nacional de Huelga (CNH). Es también una etapa que se vive en medio de un clima ferozmente anticomunista, propio de la época de la Guerra Fría. Tal ambiente quedó plasmado de manera gráfica en la prensa escrita y en otros medios de comunicación, como la radio y la televisión, donde figuraba una serie de expresiones que retrataban fielmente el discurso oficial de aquellos momentos. Tal como el que se describe en la sección editorial de uno de los diarios más aduladores del gobierno encabezado por Gustavo Díaz Ordaz, donde se señalaba, acusaba y denostaba lo acontecido durante los enfrentamientos entre los estudiantes y la policía, ocurridos en el centro de la Ciudad de México aquel 26 de julio de 1968:

El viernes último vivió nuestra metrópoli unas horas de escándalo y vandalismo en las más céntricas avenidas de la urbe. A la sombra de una manifestación estudiantil se produjo otra, de comunizantes y profesionales del desorden, que se dedicaron al asalto de autobuses, apedrear y robar establecimientos comerciales, injuriar y agredir a los transeúntes y provocar la represión de las fuerzas policiacas. El resultado del zafarrancho fue de numerosos heridos, dos camiones convertidos en piras, aparadores destruidos e incalculables daños y perjuicios para el vecindario.

Desde luego hay que señalar y destacar que en la acción depredatoria de los manifestantes, hubo grupos de escolares azuzados por agitadores de etiqueta roja; pero que principalmente el desorden fue provocado por extranjeros de filiación comunista, en su mayor parte huéspedes ilegales de nuestro país y sobre quienes debe recaer con mayor rigor el castigo por las fechorías realizadas. Aparte de sus pasaportes, unos auténticos y otros falsos, los motineros se identificaron plenamente como peones de ajedrez del marxismo-leninismo por sus arengas, sus excitativas de destrucción y los cartelones en que hacían profesión de fe a favor del Che Guevara, Fidel Castro, Mao y demás apóstoles del odio y la anarquía (El Sol de México, 1968: 67).

En el caso de Nicaragua, la resistencia a la dinastía somocista en 1968 provenía básicamente de dos bloques políticos: uno, representado por los políticos tradicionales de corte conservador, como el que encabezaba Pedro Joaquín Chamorro, así como por sectores empresariales y liberales antisomocistas y, relativamente, por el Partido Socialista Nicaragüense. Por otro lado, la vertiente guerrillera formada en 1963 por el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). Ambas tendencias lograron, gracias a su alianza, el derrocamiento de la dictadura el 19 de julio de 1979 y el triunfo de la Revolución Popular Sandinista.

En la República de Panamá, en 1968 se desarrolló uno de los acontecimientos políticos más impactantes en la historia del país istmeño. En ese año, precisamente el 5 de octubre, fue depuesto el presidente Arnulfo Arias Madrid por un levantamiento de la Guardia Nacional encabezado por el coronel Omar Torrijos Herrera, Boris Martínez y José H. Ramos. Inicialmente, José María Pinilla Fábrega se proclamó presidente, pero en virtud de una serie de cambios en la nueva estructura de poder, el liderazgo lo ocupó Torrijos Herrera (1968-1981), dando así lo que más tarde se conocería como la Revolución torrijista. El nuevo gobierno tomó una serie de medidas, tales como la abolición de los partidos políticos existentes en ese momento, el rechazó de los anteproyectos diseñados por Washington en 1967 relativos a la Zona del Canal de Panamá y el acercamiento con Cuba y con los gobiernos progresistas de la región latinoamericana, incluyendo el apoyo a la Revolución sandinista. Toda esta política reformista y alternativa llevó finalmente a Panamá, conducida por Omar Torrijos, a firmar en 1977 el tratado definitivo con el presidente estadounidense James Carter para la entrega de la soberanía sobre el Canal de Panamá. “Estos tratados derogaron explícitamente el antiguo acuerdo de 1903 y todos los otros tratados posteriores relativos al canal de Panamá” (Peña, 1989: 67).

En el caso de Puerto Rico, al calor de las acciones guerrilleras urbanas de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN), que buscaban la independencia, el 5 de noviembre de 1968 tuvieron lugar las elecciones generales, donde resultó electo como gobernador Luis A. Ferré, del Partido Nuevo Progresista (anexionista). En tanto que en la Cámara de Representantes también dicha entidad partidaria obtuvo la mayoría, mientras que el Partido Popular Democrático (estatista) logró controlar el Senado de Puerto Rico. En esas elecciones se contó con una participación que rebasó 78% de los votantes. El Partido Independentista Puertorriqueño (PIP) no alcanzó representación. En el resto del Caribe, particularmente en las Pequeñas Antillas, el régimen colonial prevaleció relativamente en la década de los años sesenta, en especial por el control que tenían Gran Bretaña, los Países Bajos y Francia. La relativa subordinación de los territorios de ultramar se ha prolongado hasta los inicios del siglo XXI, quedando excluidos Cuba, Haití, República Dominicana y Puerto Rico. “La geografía política caribeña -demasiado tiempo a la sombra de los intereses hegemónicos de las potencias occidentales- espera todavía la hora de su plena maduración” (Peña, 1989: 125).

En los países sudamericanos el año de 1968 fue una época que también estuvo signada por una serie de acontecimientos políticos que fueron cardinales para el desarrollo de los procesos electorales, así como para los gobiernos de facto prevalecientes en el área. En el caso de Venezuela, el candidato del partido socialcristiano (COPEI), Rafael Caldera, ganó las elecciones presidenciales ese año de 1968, lo cual impactó en la división del Partido Acción Democrática (socialdemócrata), y que dio origen al nacimiento en ese momento del Movimiento Electoral del Pueblo (MEP). Esa fue una de las elecciones más reñidas en Venezuela en el siglo xx, con una diferencia de apenas poco más de 32 mil votos. Fue en ese proceso electoral cuando perdió la socialdemocracia venezolana y se dio inicio a la llamada “democracia bipartidista”.

En el país vecino, Colombia, se recibió por vez primera la visita del Papa Pablo VI, el 22 de agosto de 1968. La visita del pontífice católico a suelo colombiano aconteció un año después de que se había publicado la Carta Encíclica Populorum Progressio (Pablo VI, 1968). Es necesario señalar que habían pasado dos años desde la caída en combate del sacerdote y guerrillero colombiano Camilo Torres Restrepo, integrante del Ejército de Liberación Nacional (ELN). Esta organización guerrillera, que seguía combatiendo, mantuvo conversaciones para un acuerdo de paz con el gobierno del presidente Juan Manuel Santos en 2018, en La Habana. En los años sesenta, en Colombia se presentaba un panorama de gran desigualdad social, donde cien niños morían diariamente por falta de alimentos. La acumulación de la tierra cultivable -70%- estaba en manos de 2% de la población, mientras que la mayoría de la población (74%) poseía únicamente 4% de las tierras (Darío, 2017).

En 1968 en Ecuador gobernaba José María Velasco Ibarra por quinta ocasión, con una política favorable a los sectores dominantes y tradicionales en las estructuras de poder. Fue derrocado cuatro años después.

Paralelamente, al sur del territorio ecuatoriano, en Perú se inicia un movimiento reformista encabezado por el sector modernizador y nacionalista de las fuerzas armadas nacionales. El 3 de octubre de aquel año, al filo de la madrugada y pocas horas después de la matanza estudiantil del 2 de octubre en México, en Lima, los militares encabezados por el general Juan Velasco Alvarado derrocan al presidente Fernando Belaúnde Terry. Velasco Alvarado inició, en medio de la crisis que padecía el país, una serie de políticas de carácter desarrollista apegadas a los planteamientos de una reforma agraria, con la afectación a sectores oligárquicos y adhiriendo a su proyecto a políticos y militares de corte progresista. Seis días después de asumir el poder, Velasco Alvarado realizó su primera expropiación petrolera, a la vez que ordenó la expulsión de la trasnacional International Petroleum Company. En esa ocasión manifestó lo siguiente:

El Gobierno Revolucionario después de declarar la nulidad de la indigna acta de Talara y el lesivo contrato celebrado por el régimen que la Fuerza Armada ha depuesto [… ] acaba de promulgar un decreto ley que ordena la inmediata expropiación de todo el complejo industrial de La Brea y Pariñas (Rafael, 2017).

En el caso de Bolivia, tenía como antecedente el foco insurreccional que había creado en 1967 el Ejército de Liberación Nacional, dirigido por el comandante Ernesto Che Guevara cuya muerte el 9 de octubre acontece en el marco de una ofensiva contrainsurgente del gobierno del general René Barrientos Ortuño. Finalmente, tres combatientes de la guerrilla dirigida por el Che (Harry Villegas, Pombo, Daniel Alarcón, Benigno, y Leonardo Tamayo, Urbano), lograron evadir el cerco militar y llegar a la frontera con Chile, donde fueron protegidos por el senador Salvador Allende. El arribo clandestino de los guerrilleros a territorio chileno sucedió el 17 de febrero de 1968. Inicialmente fueron retenidos por una patrulla de carabineros, hasta que Salvador Allende y otros dirigentes de la izquierda lograron que el gobierno democratacristiano de Eduardo Frei Montalva les diera garantía de que no serían expulsados a Bolivia y podrían retornar a Cuba.

La salida de los cubanos fue planificada minuciosamente por Salvador Allende, quien informó al embajador cubano en París, Baudilio Castellanos, que Chile los dejaría en Tahití. El propio presidente del Senado chileno se embarcó con ellos en un avión lan rumbo a la isla francesa (Cubadebate, 2009).

En Brasil se vivía, el año de 1968, bajo el poder de la dictadura militar, producto del golpe militar del 64. Se gestó así un régimen de gobierno de:

[… ] excepción que suspendió la antigua constitución de 1945 y que se basaba en actas institucionales. En 1967 fue promulgada una nueva Constitución que incorporó estas actas constitucionales; en seguida el Acta institucional núm. 5 dictada en 1968 contenía características típicas de un régimen totalitario (Bambirra y Dos Santos, 1986: 165).

Es una época en que buena parte de los cuadros de la izquierda se vuelca a la lucha armada como una opción para terminar con la dictadura. En ese contexto, el movimiento estudiantil que se desarrolló, específicamente en la Universidad Estatal de Río de Janeiro (UERJ), padece las embestidas del régimen militar, generando un clima de fuerte represión en medio de lo que se pretendió implantar como el “milagro brasileño”. Así, el movimiento estudiantil va a irrumpir masivamente, como una forma de respuesta contra la dictadura: “fue la primera muestra de rechazo público y masivo al golpe que enlutó al país por más de dos décadas” (Donoso, 2002: 67).

En la UERJ, decenas de alumnos fueron apresados, dos de ellos raptados dentro de las propias facultades. Algunas salas de los directorios y de los centros académicos fueron invadidas por la policía y el material de impresión y los archivos confiscados. Hacia fines de 1968 y a partir de ese momento, el clima de la UERJ era de terror. Conforme a las declaraciones de exalumnos, diversos profesores y directores eran responsables de pasar informaciones directas a los órganos de seguridad del gobierno, incluso fotos y grabaciones del conflicto ocurridas en la Universidad; alumnos “espías” cumplían funciones semejantes y hasta altos dirigentes de la UERJ estaban comprometidos con estas prácticas (Mancebo, 2002: 184).

En tanto, en Uruguay, a fines de 1967 fallece durante el ejercicio de la presidencia Oscar Diego Gestido, por lo que asume el poder en su carácter de vicepresidente Jorge Pacheco Areco, quien establece de facto una dictadura apoyada por el Parlamento. Este mandatario hizo pleno uso de “organismos policiales y paramilitares (aunque no se apoya en las fuerzas armadas como aparato específico)” (De Sierra, 1986: 449). De ahí que se haya caracterizado ese periodo y a ese gobierno como una “dictadura constitucional”. Esta situación condujo a que en los años finales de la década de 1960 y principios de la siguiente tomara fuerza la actividad descollante del Movimiento de Liberación Nacional (Tupamaros), como una guerrilla urbana. Asimismo, producto de la crisis política y de la resistencia de sectores populares, estudiantiles y políticos, se gestan las condiciones para que surja el Frente Amplio (5 de febrero de 1971), alianza política de diversos actores y organizaciones de la izquierda uruguaya, que finalmente llegará al poder en los inicios del siglo XXI durante tres sucesivos gobiernos: Tabaré Vázquez (1 de marzo de 2005-1 de marzo de 2010 y 1 de marzo de 2015-) y José Mújica (1 de marzo de 2005-1 de marzo de 2015).

Argentina tuvo un 68 que en realidad estalló hasta el año siguiente, en 1969, cuando en medio de la dictadura militar de Juan Carlos Onganía emergen las protestas estudiantiles por la censura del régimen militar en diversos órdenes y se desarrolla la ocupación de distintas universidades. Ejemplos de esas protestas son las que surgieron durante el segundo aniversario de la muerte del estudiante y obrero Santiago Pampillón, mártir juvenil que simbolizó la alianza del movimiento estudiantil con el movimiento obrero. Durante la jornada conmemorativa de aquel suceso ocurrido en Córdoba (donde cincuenta años antes había emergido la más impactante rebelión estudiantil latinoamericana por la Reforma Universitaria), el régimen militar ejerce una fuerte represión. Meses después, en marzo de 1969, se eleva la protesta por la privatización de los comedores universitarios en la ciudad de Corrientes. La policía, al reprimir el movimiento estudiantil asistencialista, cobró la vida del alumno de medicina Juan C. Cabral. Así, las protestas se extendieron a otros territorios argentinos, como Buenos Aires, Tucumán, Rosario y la misma ciudad de Córdoba. La Confederación General del Trabajo (CGT) convocó a un paro nacional el 30 de mayo de 1969, que comenzó de hecho desde el día 29; la policía arremete contra la manifestación obrera, acompañada por estudiantes y pobladores, provocando la muerte de un obrero de la industria automotriz (Máximo Mena), lo que radicaliza las protestas. Para el 30 de mayo la ciudad de Córdoba se encontraba ya ocupada por el ejército y se suscitaron diversos enfrentamientos, con un saldo de alrededor de 60 muertos. Esta ola de violencia por los militares llevó a la conclusión del llamado Cordobazo. Sin embargo, esa situación desató el arribo de un nuevo estamento militar. “El general Oganía termina por ser depuesto sin que nadie, dentro y fuera de las fuerzas armadas, haga el más mínimo movimiento para defenderlo, y es remplazado en 1970 por el general Levingston” (Kaplan, 1986: 63).

En Paraguay, en la década de 1960, al igual que en otros países latinoamericanos, emergieron diversos grupos guerrilleros para hacerle frente a las embestidas de la dictadura de Alfredo Stroessner (15 de agosto de 1954-3 de febrero de 1989), quien tuvo en sus manos una de las dictaduras personales más prolongadas en América Latina y el Caribe. Convirtió a Paraguay en una especie de gran hacienda, para servicio propio y de los intereses de las compañías estadounidenses. “Si buscáramos un parecido al régimen de Stroessner no hallaríamos otro mejor que la tiranía vitalicia impuesta por los Somoza al pueblo nicaragüense” (Díaz, 1986: 374).

En Chile, el año de 1968 estuvo marcado por la aparición de distintas formaciones políticas de izquierda. Una de ellas fue el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), que nace en 1967 en gran medida como producto de la influencia de la Revolución cubana. Otra de las organizaciones progresistas destacadas fue el Movimiento de Acción Popular Unitario (MAPU), el cual surgió de la “escisión producida en la Democracia Cristiana en 1969 como culminación de un proceso de crítica interna a la descomposición del gobierno de Frei” (Elgueta y Chelén, 1986: 261). La acumulación de fuerzas que logran capitalizar los sectores progresistas de Chile en los años sesenta hizo posible la integración de la Unidad Popular, alianza estratégica de los partidos de izquierda que logró el triunfo electoral de la candidatura de Salvador Allende, en 1970, cuyo gobierno proponía la transición pacífica al socialismo. Esa propuesta sin duda mostraba las expectativas generadas en América Latina y el Caribe en el decenio de los sesenta y tuvo como paradigma los efectos de la llamada revolución del 68.

El año de 1968 fue un momento trascendental en el imaginario cultural de América Latina. Un año antes, como parte de la trascendencia de lo latinoamericano en el mundo, aparece en las librerías la gran novela de Gabriel García Márquez, Cien años de soledad. Su primera edición con ocho mil ejemplares se hace en Buenos Aires, por parte de la Editorial Sudamericana. Hasta nuestros días se estima que se han publicado más de 30 millones de ejemplares y ha sido traducida a más de 35 idiomas. Al poco tiempo de ese acontecimiento cultural, en 1968 se publica la primera edición del Diario del Che en Bolivia, la cual incluía una introducción del comandante Fidel Castro Ruz. Otros intelectuales de la época dieron a conocer destacadas obras que son producto de un momento trascendental de la historia latinoamericana. Por ejemplo, el antropólogo brasileño Darcy Ribeiro publicó El proceso civilizatorio, y su compatriota Paulo Freire terminó de escribir en 1968 su ensayo Pedagogía del oprimido, obra editada en 1970. A la vez, Tomás Gutiérrez Alea estrena la película Memorias del subdesarrollo y Humberto Solás dirige Lucía, dos joyas de la cinematografía cubana y latinoamericana. Mientras tanto en Chile, Miguel Littín llevó a las pantallas su filme El chacal de Nahueltoro. Es el momento en el que el poeta Octavio Paz renuncia a su cargo diplomático, en protesta por la matanza de estudiantes en Tlatelolco.

Reflexión final

Para las visiones del mundo occidental 1968 fue un escenario de protestas en Europa y Estados Unidos que tenían en común el rechazo a una modernización de la sociedad capitalista desarrollada:

[… ] la misma se identifica con nada más allá de la planificación, la racionalización y la producción de bienes de consumo según las necesidades del capitalismo organizado. Diatribas análogas contra la tecnocracia industrial, la ideología del progreso y de la rentabilidad, los imperativos económicos y las “leyes de la ciencia” están presentes en muchos de los documentos de la época (Löwy, 2009: 110).

Por otro lado, se reconoce que 1968 es la emergencia de la protesta juvenil y estudiantil. Si se prefiere, es la irrupción de proyectos revolucionarios por la vía pacífica o armada en los países periféricos, como una respuesta crítica y contestataria al predominio del poder de las dictaduras militares, de las oligarquías locales y del predominio de las políticas neocoloniales de Washington. Así también, en Europa del Este emergió la resistencia al poder de la burocracia, en países con una economía centralmente planificada. Al respecto, Michael Löwy apunta que:

A lo anterior hay que añadir las protestas contra las guerras imperialistas y/o coloniales, y una poderosa ola de simpatía -no exenta de ilusiones “románticas”- hacia los movimientos de liberación en los países oprimidos del Tercer Mundo. Finalmente, last but not least, tenemos que en muchos de estos jóvenes militantes existía una profunda desconfianza hacia el modelo soviético, considerado como un sistema autoritario-burocrático y, para algunos, como una variante del mismo paradigma de producción y consumo de Occidente capitalista (Löwy, 2009: 110).

El mismo filósofo franco-brasileño agregó sobre aquellos sucesos del movimiento del 68, especialmente en las sociedades desarrolladas, que con ellos se gestó una especie de utopía social, contestataria e irreverente:

Está cargado también de esperanzas utópicas, de sueños libertarios y surrealistas, de “explosiones de subjetividad” (Luisa Passerini), en resumen, de eso que Ernest Bloch llamaba Wunschbilder, “imágenes-deseos”, que no están solo proyectadas hacia un futuro posible, una sociedad emancipada, sin alineación, reificación y opresión (social o de género), sino también experimentadas, inmediatamente, en diferentes formas de la práctica social: el movimiento revolucionario como fiesta colectiva y como creación colectiva de nuevas formas de organización, la tentativa de inventar comunidades humanas libres e igualitarias, la afirmación compartida de su subjetividad (sobre todo de parte de las feministas), el descubrimiento de nuevos métodos de creación artística, desde los afiches subversivos e irreverentes hasta las inscripciones poéticas e irónicas sobre los muros (Löwy, 2009: 110-111).

Según nuestro entender, lo que pasó en 1968 en los países latinoamericanos fue una especie de convulsión política que se gestionó en el segmento más sensible de la sociedad, que fueron los núcleos de la rebeldía juvenil plasmados en los campus universitarios. Los movimientos estudiantiles mexicano, brasileño, argentino, guatemalteco y, en general, el latinoamericano fueron el eslabón más dúctil para conducir una protesta social. Los años de 1960 constituyeron un momento de crecimiento demográfico, periodo que puso de relieve a la juventud como propulsora del cambio y de las transformaciones políticas y sociales que arribarían en la década 1970 en varios escenarios de la región latinoamericana, con el arribo a la presidencia en Chile de Salvador Allende, Omar Torrijos en Panamá, Velasco Alvarado en Perú, y de los sandinistas en Nicaragua. Dicha situación paradójicamente generó las reacciones opuestas al cambio con los golpes de Estado y la implantación de dictaduras militares en varios países de América Latina, como medida preventiva frente a una potencial insurrección juvenil y popular, como sucedió con los regímenes de facto que se impusieron en Guatemala, Honduras, El Salvador, Perú, Brasil, Ecuador, Bolivia, Chile, Uruguay y Argentina, principalmente, en la década de 1970 y parte de los ochenta. Cincuenta años después de 1968, el momento actual nos permite revalorar esa etapa de la historia política latinoamericana y del mundo, a la vez que se abre un espacio de reflexión para abrevar de la memoria histórica de aquellos acontecimientos y encontrar una nueva luz para marchar por nuevos rumbos y mejores derroteros, especialmente en los inicios del siglo XXI en nuestra América, que en el momento actual se orienta por la senda de nuevos gobiernos progresistas.

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1El Pacto de Varsovia fue establecido el 14 de junio de 1955 entre la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas; República Popular de Albania; República Democrática Alemana; República Popular de Bulgaria; República Socialista de Checoslovaquia; República Popular de Hungría y República Popular de Polonia.

2Al CAME pertenecieron como estados miembros: Bulgaria, Checoslovaquia, Hungría, Polonia, Rumanía, Unión Soviética (enero de 1949); Albania (febrero de 1949); Alemania Oriental (1950); Mongolia (1962); Cuba (1972). Como estados asociados: Yugoslavia (1964); como estados observadores: República Popular China (1950-1961), República Popular Democrática de Corea (1956). A dicho organismo se sumarían en años posteriores a 1968, como estados miembros: Cuba (1972), Vietnam (1978), en tanto que en la categoría de estados observadores: Finlandia (1973), Irak y México (1975), Angola (1976), Nicaragua (1984), Mozambique (1985), Afganistán, Etiopía, Laos y Yemen del Sur (1986).

Recibido: 30 de Junio de 2018; Aprobado: 02 de Julio de 2018

Adalberto Santana es doctor en Estudios Latinoamericanos, investigador del Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe, profesor del Programa de Posgrado en Estudios Latinoamericanos y Coordinador del Consejo Académico de las Humanidades y las Artes de la UNAM. En 2003, recibió la Mención Premio Casa de las Américas, género histórico-social, en La Habana (Cuba). Es autor y coordinador de más de treinta libros, entre ellos: El pensamiento de Francisco Morazán (1992, 2000, 2003, 2007); El narcotráfico en América Latina (2004 y 2008); José Martí y Nuestra América (2013); e Interacción de los exilios en América Latina y el Caribe (Siglo XX) (2017). Asimismo, fue director de la revista Cuadernos Americanos (2008 a 2016) y editorialista de Telesur.

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