Nota introductoria
La conmemoración de acontecimientos fundacionales permite reconocer a nuestras comunidades como parte de una cadena intergeneracional que asocia antecesores, contemporáneos y sucesores2 en un entramado que atraviesa distintos tiempos y espacios, múltiples formas de concebir cada presente y sus respectivos pasados y futuros. El tiempo de la conmemoración suspende, provisionalmente, el tiempo sincrónico de las rutinas y nos recuerda nuestra relación con aquellos que nos precedieron en el tiempo y a los que, en palabras de Ricoeur, debemos una parte de lo que somos (Ricoeur, 1999). La significación que para las comunidades disciplinarias tiene fijar la atención en un tiempo de experiencia pasado radica en que puede dar lugar a una mayor autocomprensión de los caminos recorridos, las continuidades, rupturas, desconocimientos y olvidos ligados a la generación que fundó y dio perspectiva de futuro, en este caso, a la Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales (RMCPYS) a partir de 1955 y que, en paralelo, contribuyó a consolidar la primera forma institucional que tuvo la hoy Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (FCPYS). No es necesario abundar en el estatus fundacional que tienen para las ciencias sociales en México, tanto la Escuela Nacional de Ciencias Políticas y Sociales (ENCPYS) como la primera revista periódica de orientación multidisciplinar que hubo en México y que ha sido su órgano de expresión desde 1955. Hasta ese momento, la única revista especializada en ciencias sociales que existía en México era la Revista Mexicana de Sociología (RMS).3 El peso que ambas han adquirido con el tiempo les ha dado una significación especial, no solo como medios de comunicabilidad científica, sino también como objetos de investigación de gran importancia para la escritura de las ciencias sociales en México, en un orden de observación que abarca4 tanto etapas de institucionalización temprana como de consolidación, profesionalización y especialización.
En este registro, la preservación de todos y cada uno de los 225 números que la RMCPYS ha publicado a lo largo de un arco temporal que abarca ya sesenta años, representa una base empírica invaluable para profundizar en el estudio de las rutas intelectuales, temáticas y conceptuales seguidas por nuestras ciencias en estos sesenta años en México e, indirectamente, en América Latina. Este universo documental5 es una marca material relevante que los antecesores han dejado a los practicantes contemporáneos de las ciencias políticas y sociales en México, un patrimonio de conocimiento que articula distintos estratos de experiencia y una multiplicidad de horizontes societales. El mundo escriturario acumulado en estas seis décadas es un legado colectivo de la hoy Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, producido por un amplio espectro de autores pertenecientes a varias generaciones, con adscripciones disciplinarias y nacionalidades de diverso signo, con lenguajes conceptuales, mapas del mundo y proyectos diversos, que reinterpretaron, recolocaron, transmitieron, olvidaron y reenunciaron diferencialmente herencias, tradiciones teóricas, métodos, temas, conceptos y problemas, con el propósito de generar un conocimiento con pertinencia científica y político/práctica para la sociedad. Esta experiencia favoreció el arribo a la etapa actual de esta publicación periódica, caracterizada por la profesionalización y la especialización, por su reconocimiento como revista científica de alto nivel, por su apertura a nuevas agendas de investigación y de reflexión multidisciplinar, así como por el cambio cualitativo en el alcance de la transmisión y recepción de sus contenidos, que le han dado los soportes electrónicos, pues recientemente acompañan su existencia como objeto cultural impreso que integra un universo escriturario en el que es posible rastrear las realidades extratextuales que han sido la razón de ser de la RMCPYS como publicación especializada durante más de medio siglo.
La fijación y recolocación de los orígenes de la RMCPYS a más de medio siglo del inicio de su publicación no significa regresar a la idea de historia como magistra vitae , de la que podemos extraer orientaciones y certezas; se trata de apuntar, en todo caso, a la elaboración selectiva de nuestros pasados disciplinarios para llevarlos al campo de la historia entendida como un saber fijado escriturariamente que debiera acercarse a la integración de un conocimiento del espacio de experiencia pasado, su resignificación contemporánea y alguna capacidad de orientación para el futuro.6 En este sentido buscamos, partiendo del orden de la conmemoración de estas seis décadas, llevar del olvido al recuerdo del presente un espacio de experiencia con el que mantenemos como comunidades de conocimiento una relación de familiaridad y extrañeza. Familiaridad en tanto que en nuestras prácticas de docencia, investigación, lectura, escritura y publicación; en los énfasis temáticos, en las orientaciones teóricas y en la elaboración de objetos de investigación; en la transmisión intelectual, resignificación de tradiciones y legados, actuamos parcialmente los efectos de los proyectos de los antecesores; extrañeza, porque estamos adscritos a horizontes posteriores a los de ellos y, en consecuencia, en los contenidos implicados en este conjunto de prácticas disciplinarias está también presente la huella de nuestro propio presente/pasado/futuro como contemporáneos, así como presiones prácticas de signo distinto a las que tuvieron las comunidades que fundaron y dieron un primer sostén a la RMCPYS.
Bajo estas coordenadas, el propósito de este artículo es efectuar una lectura contemporánea del primer tramo de la experiencia contenida en el espacio textual de la etapa fundacional de la RMCPYS; este arco temporal abarca un intervalo que comienza en 1955 y cierra, aproximadamente, en 1969. La selección de esta periodización obedece a dos límites: el primero relativo a los registros y selecciones implicados en una línea de investigación de historia de las ciencias sociales en México que tiene como uno de sus ejes el análisis historiográfico y sociológico de sus revistas especializadas en las etapas de precursores e institucionalización inicial y consolidación; el otro, condicionado por la complejidad y amplitud de un acervo de conocimiento contenido en 60 años de una producción de corte multidisciplinar que, además, en los hechos es inseparable del estudio de las tendencias, debates, conflictos y cambios del entramado institucional que ha sido su cimiento permanente, la FCPYS, referente ineludible de los itinerarios seguidos por estas disciplinas en México a lo largo de sus casi 65 años de haber iniciado la formación universitaria de practicantes de las ciencias sociales y políticas. Un estudio a profundidad de la RMCPYS solo puede efectuarse en función de un proyecto de investigación amplio que, por razones evidentes, tendría que ser de mediano plazo y de carácter colectivo. Reconociendo estas limitaciones es que únicamente nos proponemos analizar el acotado temporal que representan los años fundacionales de esta publicación, como una primera entrada al vasto mundo pasado/presente que el conjunto de estos sesenta años puede dar a conocer en nuestras coordenadas actuales.7
En el primer apartado se plantea un registro de observación que puede hacer, desde nuestro punto de vista, inteligible y pertinente una lectura contemporánea de este primer período de la RMCPYS como universo escriturario. Las principales dimensiones de este ángulo de observación son: los significados y posibilidades cognitivas que abren los ciclos conmemorativos institucionales para nuestras comunidades disciplinarias; la centralidad que tiene para la observación del pasado/presente disciplinar el reconocimiento de los distintos estratos de experiencia contenidos en sus universos textuales, de las múltiples experiencias del tiempo que los atraviesa, de las de expectativas de futuro que fueron el estímulo para su producción y publicación; algunos de los conceptos que fueron parte de su andamiaje y la forma como éstos fijaron lingüísticamente experiencias histórico/sociales que dieron lugar a la definición y redefinición de las ciencias sociales en nuestro país; la importancia de las revistas especializadas como vía de acceso a un saber sobre los itinerarios seguidos por las ciencias políticas y sociales en México. En la medida en que las revistas especializadas que más permanencia tienen en el tiempo innovan -pero también están adscritas a genealogías y vínculos intergeneracionales con iniciativas editoriales precedentes- consideramos conveniente hacer aquí un esbozo mínimo de la deuda que tuvo la RMCPYS con aquellas revistas que consideramos son las antecesoras de las publicaciones periódicas especializadas en ciencias políticas y sociales en México de más larga vida y prestigio, entre ellas, la RMS y la propia RMCPYS: Ethnos (1920), Revista de Ciencias Sociales (1922) y la Revista Mexicana de Economía (1928).
Enseguida se reconstruyen las coordenadas generales en las que surge la revista Ciencias Políticas y Sociales (CPYS), primera denominación que tuvo la RMCPYS, como publicación orientada a la formación profesional de científicos sociales; el tipo de comunidad que la hizo posible; sus contenidos iniciales; su relación con las demandas extradisciplinarias provenientes del contexto político práctico de México a mediados de los años cincuenta; el paso de los formatos, tipos de escritura y contenidos propios de los años del predominio de los abogados en las ciencias políticas y sociales, hacia orientaciones y registros que implicaron un deslinde definitivo de éstos, para entrar a una etapa de transición marcada por el incremento del peso de perspectivas provenientes de la historia, la filosofía, la ciencia política, así como de una conciencia creciente del tipo de entramado regional y mundial en el que estaba inserto el país hacia finales de los años cincuenta.
Cerramos este artículo con un trazo mínimo y provisional sobre las tendencias dominantes en la RMCPYS en las etapas posteriores, hasta llegar a su época actual, marcada por la consolidación profesional y disciplinar, la especialización, la estandarización de sus principales formatos escriturarios, la tendencia a la internacionalización, la coexistencia de los soportes materiales de lo escrito con los electrónicos, las transformaciones de la textualidad y la intertextualidad, la ampliación de las posibilidades de la transmisión y recepción de sus contenidos, entre otras condiciones y retos.
La rememoración como práctica orientada a la rearticulación pasado/presente/futuro y el legado de las revistas antecesoras
Los calendarios contienen las marcas temporales que organizan los ciclos anuales del recuerdo; contienen lapsos que condicionan rutinas y olvidos, con intervalos episódicos reservados a la rememoración de pasados compartidos (Zerubavel, 1982). Puede decirse, metafóricamente, que son lugares de memoria que construyen presente, que dan materialidad al pasado común y lo hacen significativo para nuestra contemporaneidad. Desde el punto de vista de una observación diacrónica, la conmemoración de acontecimientos considerados fundacionales para un grupo o comunidad está movida por la búsqueda de continuidad y orientación espacio/temporal, de un equilibrio entre olvido y recuerdo, entre pasado y presente. En otras palabras, su valor radica en que se dirige a la generación intersubjetiva de un sentido que franquee simbólicamente las divisiones y contribuya a la formación de expectativas compartidas y viables; el resultado es el reconocimiento selectivo de legados que confirman identidades, sentidos de pertenencia, y distinciones entre nosotros/ellos. Así, las prácticas conmemorativas movilizan un potencial cohesionador al servicio del presente de los proyectos e iniciativas de los contemporáneos. Cada comunidad recuerda, olvida, desconoce, transmite o no sus herencias en función de requerimientos que responden a las necesidades y proyectos del presente entendido como un tiempo que no está autocontenido -aunque podamos percibirlo así- sino articulado tanto con el pasado como con el futuro. De ahí la pertinencia de anudar la etapa fundacional de la RMCPYS con el encadenamiento experiencial del que forma parte, no solo dentro de sus propios límites como revista periódica, sino también con sus antecesoras.
Las revistas especializadas en sociología y ciencias sociales más reconocidas en México y América Latina forman parte de un denso tejido temporal que abarca casi un siglo. Publicaciones como Ethnos (1920),8 Revista de Ciencias Sociales (1922),9Revista Mexicana de Economía (1928), Revista Mexicana de Derecho Penal (1930) y El Trimestre Económico (1934) fueron pioneras en la formación de acervos de conocimiento fijados textualmente que dieron lugar a formas de sociabilidad intelectual (transferencias internacionales de conocimiento, nuevas prácticas de lectura y escritura, etcétera), que favorecieron la posterior institucionalización de las ciencias sociales en México como disciplinas autónomas y profesiones, así como la fundación de otras revistas de ciencias sociales ya en plena etapa de construcción de espacios estables para su cultivo, como la Revista Mexicana de Sociología (1939), Revista de Investigación Económica (1942), Jornadas (1943) y Ciencias Políticas y Sociales (1955). Con la excepción de Jornadas (Moya López, 2013), habiendo comenzado como medios de institucionalización de nuestras ciencias, con el paso del tiempo se convirtieron en instituciones en sí mismas. En buena medida, por su permanencia en el tiempo, por su contribución a la fijación de las agendas temáticas de las ciencias sociales, a la elaboración de los primeros lenguajes conceptuales, al impulso que dieron a la recepción y transmisión de conocimiento local e internacional, así como a la consolidación de formas de comunicabilidad estables.
Los propósitos a los que trataron de responder las revistas pioneras de los años veinte del siglo pasado fueron variados y no es posible establecer relaciones de identidad unívocas entre ellas; sin embargo, debe señalarse que estuvieron atravesadas por un interés común, que en muchos sentidos fue un legado para las revistas especializadas con las que cuentan actualmente la sociología y las ciencias sociales en México: producir un conocimiento científico de las estructuras, procesos, grupos y problemas político-prácticos de la sociedad mexicana que pudiese ser un insumo para la elaboración de proyectos dirigidos a promover mejoras societales. Se trató de poner el conocimiento científico al servicio de la nación para que las demandas sociales acumuladas pudieran ser solucionadas con la celeridad que requerían los tiempos que se estaban viviendo. El régimen político surgido del movimiento armado de 1910 convirtió a la revolución en un concepto de movimiento, en una categoría política de acción, en indicador y factor de cambios que abrió un horizonte de futuro que favoreció la apertura de espacios intelectuales e institucionales para la sociología y las ciencias sociales. En este proceso, la aportación de las primeras revistas de ciencias sociales cumplió un papel fundamental en el reconocimiento público de la necesidad de que México contara con un saber científico sobre sus problemas.
La antropología, la etnografía, la economía, la criminología y la sociología en el México posrevolucionario emprendieron la tarea de redefinir sus propósitos cognitivos a la luz de la agenda del programa social de la Revolución de 1910, con todas las limitantes de la época, que no fueron pocas. La mayoría de estas ciencias aportaron, junto con el derecho, los liderazgos, las protocomunidades de practicantes y los primeros esbozos y proyectos de descripción empírica de la realidad social del México de los años veinte y treinta. Una dimensión fundamental de esta herencia fue, precisamente, la instauración de publicaciones periódicas como medio editorial/escriturario que permitió que los resultados de estas indagaciones iniciales estuviese a disposición de un público lector/receptor que abarcó un amplio rango de actores: practicantes incipientes de las ciencias sociales, estudiantes, abogados, profesionistas de diverso signo, funcionarios universitarios, funcionarios del gobierno y algunos segmentos del público en general. Asimismo, estas publicaciones dieron lugar a la difusión y acumulación de información sobre la existencia y contenidos de las literaturas especializadas en estas ciencias, procedentes de países donde su cultivo tenía ya una larga historia, como Francia, Bélgica, Italia, Alemania y otros países europeos y, desde luego, Estados Unidos.
De esta forma, artículos,10 reseñas, notas y listas bibliográficas, traducciones y clasificaciones temáticas, fueron parte fundamental de los formatos y mapas cognitivos que las primeras generaciones de practicantes de las ciencias sociales en México obtuvieron de estas revistas y que utilizaron para trazar coordenadas intelectuales, proyectos e iniciativas dirigidos tanto a crear un clima favorable en la sociedad para la apertura de espacios institucionales para estas ciencias, como a generar un conocimiento experto útil para el país. Esto significa que, a diferencia de Europa y Estados Unidos, donde las revistas especializadas surgieron como una respuesta frente al exceso y la lentitud en la difusión de libros científicos,11 en México se fundan como una solución a la escasez tanto de libros como de saberes sobre la realidad local. Pero nuestras revistas pioneras comparten con las primeras revistas científicas que existieron en Europa desde el siglo XVII por lo menos un rasgo: se orientaron también a la divulgación de libros y a informar con celeridad a los públicos lectores. En el horizonte abierto por la revolución de 1910, la correspondencia privada y los folletos ya no eran formas eficientes de sociabilidad intelectual; la urgencia práctico-política del contexto de los años veinte y treinta fue un poderoso estímulo externo para la aparición de las primeras revistas especializadas de lo que hoy conocemos como disciplinas sociales. La historia efectual12 de estas revistas antecesoras muestra claramente la huella de este conjunto de orientaciones. La experiencia intelectual y práctico-política aportada por estas revistas antecesoras fue un sólido punto de partida para lo que, retroactivamente, podríamos llamar revistas sucesoras, entre ellas, la RMCPYS.13
El contexto de enunciación de las ciencias políticas y sociales y sus aportaciones en su etapa fundacional
En los años de la fundación de la ENCPYS y de la revista CPYS ya habían quedado cerradas las tensiones que atravesaron las relaciones entre los universitarios y el gobierno en los años treinta, por lo cual estaba fijada una de las condiciones que favorecieron la instauración de las ciencias sociales en el país, como disciplinas y profesiones. La consolidación de los regímenes posrevolucionarios abrió un horizonte práctico-político que favoreció la profundización de los procesos de modernización de las estructuras económicas, generando con ello una demanda de saberes expertos con los que no contaba el país y que se consideró urgente promover para potenciarlos. Aunque estos requerimientos extradisciplinarios no eran nuevos, en los años del germanismo adquirieron una densidad mayor. La redefinición de los vínculos entre conocimiento y poder público en esas coordenadas encontró fijaciones discursivas que permiten rastrear cómo concibieron los universitarios de mediados de siglo XX su nuevo papel en la sociedad, así como sus dimensiones normativas. Surgió un modelo de universidad comprometida con la nación, entendida como concepto colectivo de corte normativo orientador de proyectos dirigidos a colmar la distancia entre las promesas derivadas del programa social de la Constitución de 1917 y la realidad de un país todavía lejano al progreso.14 En este sentido, se proyectó una investigación científica que pudiese efectuar el descubrimiento integral de estructuras, procesos y problemas ignorados, bajo la convicción de que el saber resultante permitiría salvar al país. Eran los años de la transformación de la economía, de los lazos sociales, de la elaboración de proyectos viables de futuro, de identificación entre conocimiento y poder público, entre ciencia y nación. Años en los que se abrió paso la convicción de que el conocimiento científico tenía que ser un instrumento para el cambio y la mejora societal que permitiría a México acercarse a lo que era ya presente y pasado para los países adelantados y que, para nosotros, estaba aún en el futuro. Radicaron aquí, dicho en breve, las razones locales profundas de la apertura de la Escuela Nacional de Ciencias Políticas y Sociales en 1951 y, poco después de la revista CPYS.
Los condicionamientos señalados se entrecruzaron con el contexto internacional de la posguerra, en el que organismos internacionales como la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) impulsaron la promoción de instituciones de enseñanza e investigación en ciencias sociales, no solo en México y América Latina, sino en la mayor parte de los países subdesarrollados. Esta agenda, como es sabido, incluyó además el apoyo a la formación de asociaciones científicas, de contactos e intercambios intelectuales, de servicios de traducción y documentación, de normalización de la terminología técnica, de estudios en el extranjero, de bibliotecas y bibliotecarios, de listas bibliográficas nacionales, de libros y revistas especializadas (UNESCO, 1950). Vale la pena señalar que el fundador de la ENCPYS, Lucio Mendieta y Núñez, desde 1942 había elaborado un programa de desarrollo para las ciencias sociales en México y América Latina que tenía grandes similitudes con el emprendido por la UNESCO; casi diez años antes de que la UNESCO lo postulara como proyecto metanacional, este líder institucional sostuvo que el cultivo de las ciencias sociales y, particularmente, de la sociología implicaba un conjunto de condiciones con las que ni el país ni la región contaban: escuelas dedicadas a la formación profesional, centros de investigación, métodos y técnicas de investigación "unificados", difusión de las teorías y lenguajes conceptuales acumulados por estas ciencias en los países donde su cultivo tenía ya una larga tradición, formación de comunidades, asociaciones, publicación de obras sociológicas fundamentales, traducciones, colecciones, bibliografías, formas de comunicabilidad propias, organización de reuniones y congresos para discutir trabajos, investigación de los grandes problemas de cada país (Mendieta y Núñez, 1942:131-132). Nueve años después, justamente en el entrecruce de las demandas locales y las metanacionales, se logró la apertura de la primera escuela que ofreció licenciaturas en ciencias sociales y políticas en México.15
Fue en este horizonte que surgió la revista Ciencias Políticas y Sociales (CPYS) en un primer momento (1953) como un proyecto editorial nacido entre los alumnos de la ENCPYS que, posteriormente, fue asumido por la dirección de esta escuela, con lo que comenzó la existencia oficial de CPYS como su órgano de comunicación. El antecedente referido fue una publicación de corte estudiantil que, bajo el mismo nombre, editaron Gustavo Sánchez Vargas, Óscar Uribe Villegas y Gustavo Leyva Ochoa. En esta primera modalidad fue pensada como un medio periódico estable para comunicar las experiencias de los estudiantes de la institución. Su formato se desprendió de la estructura de las carreras de la ENCPYS y dio un peso importante a secciones dirigidas a la difusión de bibliografías e información general relativa a las rutinas estudiantiles y universitarias. Se presentó el proyecto de publicación al director Raúl Carrancá y se editó durante 1953, aunque sin el estatus de órgano oficial de la escuela.
Las colaboraciones de esta publicación se debieron a las plumas de Raúl Carrancá, Ernesto Rodríguez Coyro (exdirector de la escuela), Lucio Mendieta y Núñez, Wigberto Jiménez Moreno (director del Museo Nacional) y Horacio Labastida. Los temas que trataron tuvieron un registro indudablemente de signo juridicista: la oratoria política, la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la soberanía nacional, la historia del derecho y de la ciencia política en México. Aun así, estaba inscrita ya la vocación multidisciplinar y la orientación hacia la formación profesional que ha acompañado desde entonces a la revista. La adscripción de los autores de los primeros textos publicados muestra, asimismo, la fragilidad de los límites cognitivos de estas disciplinas en esos años, así como sus lazos y deudas con el derecho, la antropología y la criminología.
Según el testimonio de Raúl Carrancá (1956), estos números llegaron a manos de Kurt Forcart, funcionario de la UNESCO "que expresó juicios favorables" acerca de la revista. El aval de este organismo internacional fue fundamental para dar estabilidad a la publicación y replantearla fuera de los estrechos límites que representaba su estatus de revista estudiantil e institucionalizarla como órgano comunicativo de la ENCPYS. La aparición del primer número de CPYS con este cobijo institucional en 1955 significó la apertura de un espacio editorial en el que se mostraría a especialistas, maestros, alumnos, a la comunidad universitaria, funcionarios y a la opinión pública en general, el tipo de saber que producirían los profesores y egresados de la primera institución responsable de formar profesionalmente a los practicantes de las ciencias políticas y sociales de México. En este sentido, el propósito en estos años fue promover tanto a los egresados de la ENCPYS y el saber experto que generarían, como mostrar la valía político-práctica de la propia escuela para un país en pleno proceso de modernización de sus estructuras económicas. A estos objetivos se refirió Raúl Carrancá en su colaboración en este número, cuando señaló que en la nueva publicación se examinarían problemas concretos, a tratar en "colaboraciones específicas, despertando así el interés de los alumnos [...] y de los hombres de seria preocupación social y política, en presencia del coro de voces distintas, pero selectas, que representará la Revista" (Carrancá, 1956: 10).
El formato de la Ciencias Políticas y Sociales en 1955 se organizó en función de las licenciaturas impartidas en la ENCPYS, por lo que sus secciones fueron: ciencias sociales, periodismo, ciencias políticas y ciencias diplomáticas. Seguía a éstas una sección bibliográfica, una hemerográfica y una sección informativa que fueron deudoras directas de la estructura de las revistas antecesoras a las que se hizo referencia en el apartado anterior. El consejo técnico de la revista incluyó tanto a profesores como a estudiantes y a representantes de éstos ante el Consejo Universitario; figuró entre ellos el primer titulado de la ENCPYS, Moisés Ochoa Campos, y coeditor de Ciencias Políticas y Sociales como revista estudiantil en 1953, como se ha señalado ya. El comité editorial, por su parte, estuvo formado por el director de la escuela, Raúl Carrancá y Trujillo, y por el profesor José Carrillo. Contra lo que sugiere la existencia de instancias formales en la revista -como el consejo técnico y el comité editorial- en realidad la responsabilidad de su edición no descansó en órganos colectivos, sino en individualidades que resolvían como podían los avatares de la publicación, como lo hizo Enrique González Pedrero (1955-1957) en su calidad de responsable del cuerpo de redactores.
Se publicaron colaboraciones de los profesores y egresados, conferencias que habían sido dictadas en la propia escuela y, en algunas ocasiones, alguna traducción. Por ejemplo, los temas examinados en los escritos publicados en el primer número fueron el genocidio, el pensamiento griego, un ensayo de Jean Sirol sobre el "término del capitalismo", así como un texto de Luis Garrido -en cuyo rectorado se fundó la ENCPYS- en el que argumentó la pertinencia de las ciencias sociales como instrumento para que las relaciones sociales se fundaran sobre bases de "sinceridad, de claridad, de buen método, de armonía" (Garrido, 1955: 16). La tarea que pensó para la revista aquí el ex rector Garrido fue ser el medio que contribuyera a aportar a la patria y a la humanidad conocimientos útiles para encontrar el camino para una sociedad libre de conflicto.
El tipo de orientaciones contenidas en la revista dio una gran importancia programática a la formación de profesionistas aptos para identificar científicamente los principales problemas del país, bajo la convicción de que ello era condición indispensable para que el gobierno contase con los insumos cognitivos adecuados para elaborar políticas eficientes. Hubo, desde luego, conexiones estrechas aquí entre saber y poder público, las mismas que habían presidido la instauración de espacios estables para la investigación social en 1930, con el Instituto de Investigaciones Sociales (IIS). El efecto de sentido que produjo la revista en estos primeros años, fue la percepción de que efectivamente se estaban generando conocimientos empíricos sobre la realidad nacional; sin embargo, una revisión de sus contenidos, de sus registros escriturarios y formatos, dan cuenta de que no fue así: la mayor parte de las colaboraciones en estos años son de corte ensayístico, programático, o bien directamente normativo, lejos de la investigación empírica y el análisis científico. A su vez, en sus páginas se hizo una aportación que en modo alguno puede decirse que fuera menor, particularmente si la valoramos en sus propias coordenadas y nos abstenemos de aplicar retroactivamente criterios provenientes de las nuestras: la justificación de la existencia y expansión institucional de la ENCPYS, del valor que para el país revestía la formación universitaria de practicantes profesionales de las ciencias políticas y sociales. El concepto colectivo central aquí fue la nación, que funcionó como categoría política de movimiento y de acción generadora de proyectos dirigidos a acelerar los cambios societales que hipotéticamente llevarían a México a una mejora que, programáticamente, quedó fijada lingüísticamente en muchas de las colaboraciones de estos años como "progreso". Otros conceptos subordinados a éstos, que aparecieron recurrentemente en la revista en estos años con un contenido semántico claramente adscrito al horizonte de futuro abierto por la revolución, fueron "unificación", "integración", "patria", "pueblo", "nacionalidad". Desde luego, algunos de ellos aparecerían en otras etapas de la revista (como nación o pueblo) pero reenunciados y reinterpretados bajo expectativas diferentes, como puede observarse en el universo de las colaboraciones de los años sesenta y buena parte de los setenta.
Los conceptos "nación" y "progreso" se entramaron con otro, "revolución", redefinido en las coordenadas de la modernización de mediados del siglo XX, como una categoría política que daba sentido nada menos que al conjunto de la empresa cognitiva que representó en ese momento la formación de científicos sociales. Los dirigentes de la ENCPYS y de la propia CPYS buscaban volver a dotar de significado y capacidad de convocatoria un concepto de movimiento que hacía referencia a acontecimientos que estaban lejos de la experiencia directa de los jóvenes estudiantes de la escuela, por lo que la veían como un acontecimiento distante con el que no mantenían una relación inmediata de identificación política. En este sentido es que puede interpretarse una colaboración de Luis Garrido de 1956, en la que afirmó que los jóvenes se habían alejado de la inacabada obra revolucionaria, sin percatarse de que gran parte de ella estaba "por hacerse". Defendió la necesidad de que los jóvenes lucharan por los principios de justicia social y los reinterpretaran en su propio tiempo como criterios orientadores de la acción social y política, con base en las herramientas que adquirirían en la ENCPYS. Sostuvo que esta convicción fue la que había llevado en su rectorado a impulsar la apertura de la ENCPYS porque de ahí egresarían los nuevos expertos en la estructura social y política de México, "hombres que encarnen el principio de la revolución en cuanto una actitud permanente para estimular la acción que crea positivos valores humanos [...] para elevar las actuales condiciones de vida" (Garrido, 1955: 17). El tiempo futuro apareció en este escrito como un tiempo promisorio que encontraría en la ENCPYS y en su revista, medios para recortar la brecha entre los propósitos sociales derivados de la consolidación de los regímenes revolucionarios y sus resultados.
Cabe señalar que, junto con el referente identitario nacional el registro de un orden regional también tuvo un peso importante en la revista, en el sentido de que se concibió a América Latina como una especie de unidad cultural territorial con la cual la nación mexicana tenía múltiples interrelaciones. Esto fue más notorio, por razones relativas a su demarcación profesional, en el caso de las colaboraciones publicadas en la sección correspondiente a ciencias diplomáticas, aunque también en la de ciencias políticas, muestra de ello fue una colaboración de Maurice Halperin en la que destacó que:
La característica más significativa de la América Latina es que constituye un área subdesarrollada [...] esta región sufre el mismo proceso de cambio acelerado y doloroso que se observa en otros países y regiones, por ejemplo, la India, los países del Oriente Medio, o las dependencias coloniales del continente africano (Halperin, 1955: 86).
Surgió de aquí un diagnóstico que enfatizó la asimetría entre los países adelantados y los atrasados o no desarrollados, atados a los condicionamientos de la dependencia colonial y a la falta de madurez política. Aun así, en este escrito de Halperin se pueden observar las huellas de la confianza en el futuro de esta generación, la certeza de que se hallarían soluciones a nuestros problemas, siempre y cuando la acción estuviese dirigida por el conocimiento científico. Este autor insistió -como en su momento lo hicieron también los economistas en los años treinta- en la necesidad de que la región se deslindara de los patrones propios de los países que la habían antecedido en el camino del desarrollo económico y político, y de que trazara sus propias rutas para alcanzarlo plenamente.
Aunque aquí no es posible profundizar en los contenidos de cada trabajo publicado en estos años, vale la pena señalar algunos temas típicos que abordaron y que dieron su sello de identidad a este primer tramo de la revista. En este sentido destacan, por ejemplo, los orígenes del periodismo, el indigenismo y el hispanismo, la política internacional de la revolución mexicana, la India entre oriente y occidente, la Organización de las Naciones Unidas, el crédito agrícola, la mujer y el periodismo, los derechos de autor, periodismo y criminalidad, entre otros. Mención especial merece en este conjunto un trabajo de Óscar Uribe Villegas que puede considerarse la primera aportación de CPYS a la generación de descripciones empíricas bajo referentes derivados de los métodos y técnicas de las ciencias políticas y sociales de aquellos años. En este trabajo, Uribe Villegas lleva a cabo un ejercicio de distinción conceptual elemental entre nivel de vida y estándar de vida con el propósito de acotar un problema empírico; aparecen indicadores sociodemográficos, se discuten sus aspectos técnicos, si se refieren a realidades o posibilidades, a medios o fines, etcétera. Hay también aquí un intento de clasificación (macroindicadores, microindicadores, indicadores personales, indicadores colectivos, dinámicos, estáticos) que derivó en una reflexión de corte metodológico que fue, en su momento, un avance en un contexto en el que los contenidos de los artículos eran claramente ensayísticos (Uribe Villegas, 1956).
Entre las colaboraciones de 1956 destacó una de Raúl Carrancá para conmemorar los primeros cinco años de esta institución, así como el de Teófilo Olea (Olea, 1956). Ambos señalaron el egreso de la primera generación de licenciados en ciencias sociales, ciencia política, ciencias diplomáticas y periodismo como uno de los principales aportes visibles de la escuela; estos personajes presentaron este acontecimiento como el indicador más importante del paso del conocimiento lego sobre la realidad social, al saber científico, del tránsito del sentido común al discurso experto. En palabras del propio Olea, se trataba sobre todo de reconocer en este primer quinquenio la forma como se abría paso el conocimiento sobre la improvisación y el sentido común. Vale la pena señalar que ese año la joven revista trató de identificar un primer tramo acumulativo y rememorarlo con la finalidad de fijar metas y proyectos de futuro para las ciencias políticas y sociales en México.
El número doble 5-6, correspondiente a julio-diciembre de 1956, fue el último cuyo formato coincidió con la estructura institucional de las licenciaturas impartidas en la ENCPYS.16 Los temas que trataron los artículos fueron, entre otros, el pensamiento político de José Martí, la integración de la cultura nacional, la estadística social y su importancia para la investigación (Uribe, 1956), el periodismo chino, criminalidad y periodismo, la guerra de castas en Yucatán, la política exterior de El Salvador y el valor de la oratoria. En la sección informativa se da cuenta de eventos que, aparentemente sin importancia, son indicadores de cambios de corte experiencial, tanto a nivel social como de las expectativas de los estudiantes; por ejemplo, una visita al Valle de Chalco a la que asistieron algunos de los estudiantes que serían destacados integrantes de una generación que desarrolló sus carreras académicas en la etapa de expansión institucional de las ciencias sociales en los lustros siguientes, como Raúl Benítez Zenteno y Fernando Holguín.17
A principios de 1957, Pablo González Casanova asumió la dirección de la ENCPYS y, en paralelo, la de CPYS, con lo que comenzó una transición hacia prácticas, formatos, escrituras y orientaciones que modificarían no solo la identidad editorial de esta publicación, sino también de todo el entramado institucional de la única escuela universitaria de formación de científicos sociales con la que contaba México en ese momento. El primer número publicado bajo su dirección tiene, en este sentido, un claro registro programático. Su contenido documenta una serie de eventos que se celebraron en la ENCPYS, con la finalidad de reflexionar sobre las carreras de ciencias políticas y sociales en México y su utilidad nacional. En estas colaboraciones predominaron integrantes de la generación fundadora de los abogados, como Lucio Mendieta, acompañado de Jesús Reyes Heroles y José López Portillo, junto con un escrito de Pablo González Casanova en el que plantea un primer esbozo de lo que sería el punto de partida del posterior y definitivo deslinde identitario de las ciencias políticas y sociales del legado juridicista. En este artículo, el autor asumió que el acelerado desarrollo industrial y social del país exigía preparar a los estudiantes para que pudieran manejar el nuevo México. Buscaba que la sociología, las relaciones internacionales, el periodismo y la ciencia política fuesen especialidades profesionales, oficios de alto nivel capaces de producir, ya no un saber ensayístico, sino un conocimiento científico que realmente fuese aplicable de forma eficiente a la solución de los problemas reales de México.
En la inauguración de este ciclo de conferencias, Pablo González Casanova señaló que el país había cambiado y seguiría cambiando "vertiginosamente" en los siguientes años. Hacer que este cambio fuera favorable a los intereses de la nación, afirmó, era un propósito central de quienes hacían de la sociología, de las relaciones internacionales, el periodismo y la ciencia política un oficio, una especialidad, una profesión:
La Escuela tiene así que preocuparse no solo por los problemas de la teoría social y política [...] sino por los problemas reales del México contemporáneo, su evolución posible y sus posibles soluciones. La preparación de los estudiantes debe estar acorde con esta realidad, para que ellos tengan éxito como profesionales y ciudadanos, y México lo tenga como país (González Casanova, 1957: 1).
Insistió en que el México moderno exigía la eficiencia del conocimiento, el fin del pensamiento especulativo, la escritura ensayística, la recepción y adaptación crítica del legado que las ciencias sociales habían generado ya en los países adelantados, que era necesario enviar a los jóvenes egresados de la ENCPYS a formarse en el extranjero para enriquecer la cultura nacional y "contribuir a la superación de nuestras ciencias sociales bajo criterios internacionales" (González Casanova, 1957: 5).
Formalmente, esta contribución de González Casanova no se apartaba mucho de la de Lucio Mendieta, pero una revisión detallada puede advertir las marcas de una redefinición conceptual y práctica por parte del primero en la que, aunque figuran conceptos ya señalados aquí como "patria", "nación", "progreso" o "desarrollo", no son portadores de los mismos contenidos semánticos ni se adscriben a las mismas coordenadas normativas de los abogados de la generación anterior. En su lugar, se inscriben en otro espacio de experiencia, un espacio en el que emergían nuevos actores y movimientos sociales a nivel local, en el que eran visibles las asimetrías entre las promesas de la revolución de 1910 y sus consecuencias; a nivel internacional, las coordenadas eran las de la guerra fría, los movimientos anticolonialistas, la víspera de la revolución cubana, etcétera. En este sentido, es posible afirmar, retroactivamente, que González Casanova enunció conceptos que se estaban redefiniendo para dar lugar a orientaciones y proyectos que romperían con los discursos y prácticas precedentes. Prueba de ello es el énfasis que hizo en la necesidad de que los profesionales de las ciencias sociales formados en la ENCPYS se ocuparan no solo de problemas abstractos, sino sobre todo de investigar los problemas reales del México de esos años, así como de plantear posibles soluciones. Llamó a producir datos sobre el país, a avanzar en la definición de problemas de investigación acotados, a elaborar un conocimiento operante que profundizara en sus causas, pero también en la técnica científica que podría resolverlos (González Casanova, 1957:2-3). Se trataba de que las ciencias políticas y sociales -sin renunciar al conocimiento universal- enriquecieran la cultura nacional y aportaran elementos cognitivos para hacer progresar a la nación y acotar las injusticias sociales. La agenda planteada fue, simultáneamente, moral y ética, en tanto que puso en el centro de sus preocupaciones políticas la investigación y la reflexión sobre el problema de la injusticia social y sus consecuencias (González Casanova, 1957:5).18
Una comparación entre los escritos de Lucio Mendieta y González Casanova permite constatar la amplitud de la brecha existente entre sus formas de concebir lo que podían y debían ser las ciencias políticas y sociales en el cierre de la década de los años cincuenta. Mientras el primero fijaba una nueva ruta para la consolidación de las ciencias sociales como disciplina y profesión que realmente tuviera relevancia práctica para la sociedad, Lucio Mendieta se mantuvo lejos de la especificidad de los problemas sociales de la época, así como del reconocimiento de las transformaciones del horizonte regional e internacional en general; en su lugar, se dio a la tarea de regresar a una discusión abstracta sobre las diferencias entre las ciencias sociales y las naturales, así como de enfatizar a la humanidad entera como sujeto de los cambios históricos sociales. Mendieta pasó de largo frente al problema de la definición del campo cognitivo y profesional en el que estarían adscritos los egresados de ciencias sociales, periodismo, diplomacia y ciencia política; señaló que la patria los requería, pero no quedaba claro exactamente para qué. En este contenido puede advertirse el mantenimiento de una tendencia típica del liderazgo de Lucio Mendieta y Núñez en el IIS y en la RMS, desde los años cincuenta hasta su salida de la dirección de estas instituciones en 1965, y que tuvo un gran sentido en su momento (Olvera, 2004) pero que en los años cincuenta perdió capacidad de orientación: el vuelco hacia una reflexión incipiente de conceptos y métodos que omitió el examen de los problemas por los que atravesó la sociedad mexicana en ese período, como puede verse en los contenidos de la propia RMS, en los libros y colecciones que se publicaron y, en general, en los acervos escriturarios acumulados bajo su liderazgo (Olvera, 2004).
En los números siguientes la revista se desplazó hacia zonas de reflexión y análisis cada vez más distantes del registro juridicista, de la especulación de corte ensayístico para abrir espacio a colaboraciones derivadas de ejercicios de investigación de campo y, en paralelo, a artículos con contenidos centrados en aspectos metodológicos y técnicos. Esto permitió que se fuera delimitando un terreno propio para las ciencias políticas y sociales en el que se investigaron problemas sociales de época como la familia urbana, el mercado indígena, la urbanización en Ciudad Sahagún, los presidentes y las elecciones, los trabajadores en Tijuana, los estudios económicos regionales, la relevancia de los censos de población, la familia y la habitación, la industria de la construcción, el estatus de las mujeres en el mundo indígena, el movimiento obrero, la cultura de las vecindades en la Ciudad de México, la fertilidad en el campo y la ciudad, entre muchos otros. Los autores de estas colaboraciones fueron parte fundamental de la generación que desplazó a los abogados del cultivo de las ciencias sociales en México bajo el liderazgo de González Casanova, entre ellos, Ricardo Pozas Horcasitas, Rodolfo Stavenhagen,19 Diego López Rosado, Hugo Rangel, Isabel Pozas, Fernando Holguín, Raúl Benítez Zenteno, Jorge Martínez Ríos, Gilberto Loyo,20 Julio de la Fuente, José Iturriaga. La mayor parte de ellos fueron notables integrantes de la generación que consolidó a las ciencias políticas y sociales en México a través de la docencia y la investigación, así como de la escritura y la publicación. Ninguno de ellos era abogado, unos cuantos eran sociólogos y, los demás, tuvieron como disciplinas de adscripción original la antropología, la filosofía, la historia, la economía; cultivaron el trabajo de campo, practicaron la idea de que era necesario salir al "terreno" y conocer la realidad de los problemas sociales que tomaron como objeto.
Esta comunidad realmente pensó que las disciplinas sociales por fin lograrían concretar, a través de estas prácticas y orientaciones, los propósitos que conformarían su razón de ser como carreras universitarias, como disciplinas y como profesiones. La revista de la ENCPYS fue un espacio privilegiado para la transmisión y recepción de estas contribuciones -sobre todo por parte de sus estudiantes y profesores-. El alcance programático de su influencia traspasó estos límites y, a través de diversos medios de transmisión intelectual en los que no es posible abundar aquí, llegó posteriormente a las instituciones especializadas en ciencias sociales que se instauraron en los años setenta alrededor de agendas de investigación y docencia afines a las impulsadas por la ENCPYS y por CPYS; varios de estos nuevos espacios ganaron reconocimiento rápidamente, como el Centro de Estudios Sociales de El Colegio de México (1973),21 cuyo primer director fue Rodolfo Stavenhagen y del cual varios egresados de la ENCPYS fueron estrechos colaboradores, como José Luis Reyna, Ricardo Cinta y Manuel Villa.22
Mención especial merece el contenido que en estos años de consolidación de la revista tuvieron las secciones dedicadas a las reseñas y listas bibliográficas. Se redujeron notablemente los comentarios de libros dedicados al derecho y aumentaron los que se ocupaban de la antropología y el indigenismo, de la teoría del desarrollo, el poder, e incluso de la psicología social. Hubo notas sobre libros de Malinowski, Alfonso Caso, Wright Mills, Evans Pritchard, Georg Lukács, Ralph Linton, Henry Lefebvre, Santiago Ramírez, Miguel León Portilla y Óscar Lewis. En paralelo, comenzó una lenta pero constante recepción de clásicos fundamentales de las ciencias políticas y sociales, como Max Weber, Robert Merton y Erich Fromm.
En buena medida, este giro en el mundo escriturario de la revista fue consecuencia de las transformaciones institucionales que puso en marcha González Casanova en la ENCPYS en su período como director: se modificaron los planes y programas de estudio fundacionales (1959), se abrieron los célebres cursos de verano y de invierno,23 los grupos de estudio dirigido, se fundó el Centro de Estudios Latinoamericanos (CELA), aumentaron las prácticas de campo y las observaciones semidirigidas para la identificación de problemas sociales nacionales, aumentó el número de ayudantes de profesor, y se incrementó a doce el número de profesores de tiempo completo, entre otros cambios relevantes que transformarían la fisonomía de la sociología, la ciencia política, las ciencias diplomáticas y el periodismo en esta institución, así como sus lenguajes conceptuales y orientaciones prácticas.24 Los beneficiarios inmediatos de todo esto fueron los poco más de 500 jóvenes que integraban la comunidad estudiantil de la RMCPYS, casi cuatro veces más que los 142 que formaron parte de su primera generación en 1951.
Aunque los tiempos de los calendarios no coinciden necesariamente con los cambios en las tendencias en las disciplinas sociales, en este caso el cierre de la década de los años cincuenta y el inicio de la siguiente coincidió con una definición más clara de las adscripciones disciplinarias, con cambios en los registros de observación, con nuevas agendas temáticas, con preocupaciones de orden teórico que estaban muy lejos de las definiciones conceptuales del período de los abogados y, en general, con transformaciones profundas que marcaron un antes y un después en CPYS como publicación periódica. La revista registró en sus artículos, en sus secciones y en el abandono del formato articulado alrededor de las carreras este conjunto de cambios: ganaron peso las colaboraciones dedicadas a América Latina, comenzó la discusión del derecho electoral, se comenzó a escribir sobre comunicación de masas, energía nuclear y relaciones internacionales, la evolución política del sistema mexicano, movimientos sociales y sindicalismo. En los años siguientes, estas tendencias se profundizarían hasta cristalizar en el primer cambio de época que experimentó CPYS y cuya marca más significativa fue su transformación en Revista Mexicana de Ciencia Política 25 en el número 51 publicado en el emblemático año de 1968.26 Quedó fijado así, en su nuevo nombre, un giro intelectual, teórico, temático y normativo que puso en el centro del análisis y de la reflexión a los excluidos de la modernización, así como una conciencia creciente de las dimensiones regionales y mundiales en las que estaba inserta la sociedad nacional. De esta forma, se cerró un ciclo en el que la revista cumplió con la función de dar una primera identidad institucional y sentido de pertenencia a profesores y estudiantes, de crear formas de sociabilidad intelectual y referencias compartidas, así como de demarcar formalmente campos profesionales propios para cada una de las carreras que se impartían en la escuela, la cual adquirió el estatuto de Facultad precisamente en ese año.
Los años posteriores. Un trazo general
El número ejemplar en el que la publicación se transforma en Revista Mexicana de Ciencia Políticas es un claro indicador de la búsqueda de otro tipo de registros de análisis, énfasis disciplinarios, lenguajes y temáticas que buscó la publicación hacia fines de esta compleja década. La relevancia dada al término "políticas", representa un énfasis que es posible comprender en el entramado de las modificaciones societales que experimentaron no solo México y América Latina, sino el mundo en general, así como en la densidad de sus relaciones con el poder y el Estado. El nuevo nombre de la revista dio forma lingüística a esta experiencia histórico social que implicó, además, un desplazamiento radical en la valoración del pasado, así como de la fijación de nuevas expectativas de futuro a nivel mundial, regional y local.
Las páginas de la revista del número 51 se organizaron alrededor de un formato en el que figuraron secciones fijas dedicadas a artículos, notas y múltiples reseñas bibliográficas que fijaron nuevas posibilidades para la transmisión y recepción potencial de saberes producidos en Europa y Estados Unidos.27 Los temas de los artículos dieron cuenta de la teoría estructural funcionalista, la dinámica psicológica de la familia revolucionaria de principios del siglo XX, las técnicas estadísticas, la teoría y la práctica del desarrollo en América Latina. Las reseñas se dedicaron a un libro de Bottomore sobre las élites, al libro de López Cámara sobre la estructura económica y social de México en la época de la Reforma y a uno de Miguel Wionczeck sobre inversión extranjera y nacionalismo. Este conjunto de materiales da una buena idea del nuevo horizonte que articuló los contenidos del mundo escriturario de la revista y del tipo de aportación que trató de hacer a la acumulación potencial de acervos de conocimiento especializados para las ciencias políticas y sociales de finales de los años sesenta.
En los números siguientes, estas tendencias se consolidaron con artículos sobre Mannheim y Freud, la publicación de resultados de diversos estudios de caso, el movimiento estudiantil, la teoría marxista de las clases sociales, la iglesia católica, las teorías sobre América Latina, así como sobre temas relativos a los problemas de la región y la sociedad internacional. Los autores en esta etapa fueron mexicanos y extranjeros, entre los más destacados figuraron: González Casanova, Moisés González Navarro, Roger Hansen, Karel Kosik, Raúl Béjar Navarro y Joseph Hodara, entre otros. Las reseñas se ocuparon de obras de Maurice Duverger, Antonio Gramsci y Herbert Marcuse. Sin duda, podemos ver aquí las marcas de las orientaciones normativas con las que se identificaron las ciencias sociales y políticas del período.
A partir del número 62 (1970)28 tuvo lugar una reestructuración del formato de la RMCPYS que marcó el inicio de una de las etapas más interesantes de su existencia como publicación periódica y que está pendiente de investigación puntual. Se dio comienzo a una fase caracterizada por números temáticos y una especialización mayor, así como por perspectivas y registros de observación que, a pesar de mostrar un peso importante de enfoque críticos ligados al marxismo, dio cabida también a otras tradiciones de las ciencias sociales de la época. El primero de ellos estuvo dedicado a la reflexión sobre nuevos enfoques de la sociología; los autores de los artículos fueron Raúl Olmedo, Claudio Stern, el propio Careaga y Alvin Gouldner, quienes examinaron en sus colaboraciones la sociología del conocimiento, el concepto de función y el funcionalismo, el estructuralismo y la sociología, y la crítica de la sociología libre de valores. Entre el número 62 y el 14729 la revista abordó temas de interés multidisciplinario, pero en muchas ocasiones también de significación práctica para la sociedad. Los artículos30 se ubicaron en un abanico de registros que incluyó la reflexión teórica, trabajos empíricos acotados de corte exploratorio e, incluso, escritos ensayísticos cuya identidad cognitiva era muy difusa. Algunos de los temas más relevantes fueron sociedad y política (64), el futuro de América Latina (67), el sistema político mexicano (70), el colonialismo: Vietnam y Sudáfrica (71), universidad y política (73), cultura y comunicación de masas (76), imagen y comunicación (79), Estado y política en América Latina (82), los intelectuales y la política (84), el campo en México (88), el sistema universitario (90), la metodología de las ciencias sociales (93-94), la familia (98), la cuestión étnica en América Latina (103), historia de la prensa en México (109), regionalismo y sociedad (113-114), las ciencias sociales en América Latina (117-118), elecciones y reforma política (120), desastre y reconstrucción (123), perspectivas teóricas sobre el estado y la democracia (125), sociología y ciudad (128), elecciones, partidos y reforma política (120), universidad (133), la crisis de las ciencias sociales (135), la crisis de las ciencias sociales/el debate de la democracia (136-137), el discurso del amor (143), comunicación y juventud (144), la Ciudad de México (145), la tierra, México y su ecología (146), religión y esoterismo hoy (147).
Desde luego, la mera enunciación de los temas de los que se ocupó la revista entre 1970 y 1992 no puede dar cuenta de la complejidad y profundidad de los cambios teóricos, metodológicos, temáticos y normativos que representaron para las ciencias políticas y sociales dentro de la propia FCPYS, como en México y América Latina, pero permiten identificar algunas de las tendencias que caracterizarían a estas disciplinas en los años de su entrada abierta a las etapas de profesionalización y especialización, así como su relación con las transformaciones del espacio de experiencia y de las expectativas societales que fueron su objeto de reflexión. Muestra de ello son, por ejemplo, los números dedicados a la democracia y cuestiones electorales, la ciudad, la universidad, los jóvenes o el amor. En general, a medida que la revista entró de lleno a la década de los años ochenta,31 aumentaron los temas de coyuntura, las discusiones sobre temas centrales para las disciplinas sociales, como la diversificación de las perspectivas teóricas y epistemológicas. En este tramo hubo un período -hacia finales de los ochenta y principios de los noventa- en el que la revista mostró una difusividad del perfil adquirido, para publicar una variedad de colaboraciones que no tenían un perfil disciplinar claro, por lo que el espectro de los contenidos publicados se expandió hacia zonas que trataron, incluso, temas literarios.
A partir del número 148, publicado en abril de 1992, la revista nuevamente modificó su formato, su orientación editorial y, en paralelo, su publicación quedó a cargo de la División de Estudios de Posgrado. Sus secciones inicialmente fueron "sociedad y política", "perspectivas", "documentos" y "reseñas", así como información sobre los colaboradores, para decantarse ya en el número 152 hacia una estructura estable en la que las secciones que organizaban los escritos eran "cuestiones contemporáneas", "perspectivas teóricas", "sociedad y política", "conferencias magistrales", "documentos", "reseñas". Este período fue resultado de una reestructuración total del consejo editorial de la FCPYS que dio lugar al establecimiento de normas claras relativas a la estandarización de los formatos de los artículos, la regularización de las fechas de aparición de la revista, la exigencia de dictaminación de los materiales bajo criterios específicos, los lineamientos de trabajo, la demarcación de responsabilidades en la edición de la revista, cuyo estatus se reiteró como de carácter multidisciplinar. Esto resultó en que se dejó a cargo de la División de Estudios de Posgrado (RMCPYS, 1994), con lo que finalizó la práctica de dejarla en manos de las coordinaciones de las carreras.32 Este conjunto de modificaciones fue pensado no solo para la RMCPYS, sino para todas las publicaciones periódicas de la facultad, que incluían en ese momento a Acta Sociológica , Estudios Latinoamericanos , Estudios Políticos y Relaciones Internacionales .
La aparición de otras revistas en la facultad posibilitó que la RMCPYS entrara de lleno en una etapa de especialización y profesionalización creciente en la que los artículos que publicó dieron a conocer resultados de investigación sobre cuestiones teóricas, como la polémica Kuhn/Popper, modernidad y teoría crítica, la diversificación de perspectivas teóricas dentro de las ciencias sociales, hermenéutica, liberalismo y neoliberalismo, la recepción de autores como Habermas, Giddens y Luhmann, la resignificación de las discusiones sobre posmodernismo y posmodernidad, Voltaire, Rousseau y la teoría política, la globalización como concepto y como tendencia societaria, entre muchos otros temas que no es posible siquiera enunciar aquí. Al mismo tiempo, las páginas de la publicación fueron un espacio de discusión de problemas contemporáneos diversos, a nivel nacional, regional y mundial, como los problemas de la transición a la democracia, el papel de los partidos políticos, la rebelión zapatista en Chiapas, los nuevos actores y movimientos sociales, la liberalización del mercado en los noventas, ciudadanía y Estado, las relaciones México-Europa, las consecuencias sociales de la guerra de los Balcanes, los conflictos étnicos a final del milenio, los efectos culturales de los procesos migratorios a nivel global, las nuevas geografías electorales, las agendas de las ciencias políticas y sociales al comienzo del tercer milenio, multiculturalismo y sociedad, cuestiones ambientales y de género, democracia y gobernabilidad en América Latina, entre muchas otras cuestiones disciplinarias relevantes que fueron, en paralelo, valiosos materiales para la investigación de la cada vez más amplia comunidad de practicantes de ciencias sociales en México y para la formación profesional de los estudiantes de la FCPYS.
La actual etapa de la RMCPYS inició en el número 217 de enero de 2013 como resultado de una política general de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) tendiente a fortalecer, profesionalizar y consolidar sus revistas científicas para potenciar su proyección y difusión, no solo a nivel local y regional, sino internacional. En el avance para la concreción de este propósito, la revista ha contado con el sólido punto de partida que representa la formación de acervos de conocimiento especializados a lo largo de estos sesenta años que hemos abordado aquí de forma panorámica. A pesar de los problemas de definición disciplinar que es posible observar en la revisión general de estas seis décadas, de la complejidad de los entramados intelectuales, normativos e ideológicos que han atravesado la historia de la revista y de la diversidad de las comunidades de autores que le han dado vida, esta publicación periódica es una institución en sí misma, un espacio multidisciplinar vivo que se ha fortalecido y mantenido su potencial como ámbito escriturario, no solo para publicar y discutir resultados de investigación y de reflexión, sino para impulsarla propositivamente hacia procesos de transmisión y recepción que tienen ahora un alcance cualitativamente distinto. Es esta experiencia la que podemos ver detrás de la inclusión de la RMCPYS en el Índice de Revistas Mexicanas de Investigación Científica y Tecnológica (IRMICYT) del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT) en el período 2013-2018, del que también formó parte en 2011.
Los esfuerzos institucionales, individuales y colectivos implicados aquí no han sido menores, dado que estamos hablando de una revista que, desde su fundación, se definió como multidisciplinar y que está al servicio no solo de la investigación, sino también de la formación profesional en cada una de las carreras de la FCPYS, lo que nos da una buena idea de la complejidad, densidad y estratificación diferencial del saber que ha fijado escriturariamente en sus páginas en un amplio arco temporal. Lo que queremos decir es que los indicadores no valen por sí mismos, sino por lo que dan a conocer de la experiencia acumulada y del potencial que ésta otorga a las instituciones y comunidades científicas para proyectarse hacia un futuro viable para sus actuales practicantes y para las generaciones sucesoras. El indicador está detrás de la realidad, no delante de ella. Hay señales de que la actual época de la revista (su "Nueva Época") está logrando la integración selectiva de la experiencia acumulada, con innovaciones disciplinarias que, junto con los nuevos formatos y soportes electrónicos, muy probablemente contribuirá a la fijación de agendas de investigación que respondan a los cambios experienciales del mundo contemporáneo y a la complejidad societal y disciplinar de nuestro presente/futuro como practicantes de las ciencias sociales y políticas.
Muestra de este potencial son los contenidos de la revista entre los números 217 y 225. A lo largo de este tiempo, se amplió el número de colaboradores de otras nacionalidades e instituciones de reconocido prestigio, se abrió espacio para las nuevas generaciones, se diversificaron sus contenidos y se revitalizaron los ejes teóricos y epistemológicos, a la luz de las transformaciones más relevantes del mundo global. En sus distintas secciones se ha dado cabida a la discusión de autores, problemas y perspectivas contemporáneos, con artículos sobre Giddens, Castoriadis, Zizék, Laclau, constructivismo y sociología del riesgo, la crítica del neoliberalismo desde la perspectiva del sistema-mundo, gobernabilidad, la calidad democrática en América Latina, análisis del discurso, democracia deliberativa. O bien, trabajos sobre la crítica del Estado, el pasado represivo argentino, las raíces antisistémicas del Partido de Acción Nacional, las castas en la India, el contexto de la guerra contra las drogas en México, pobreza y violencia, la carga fiscal en México, clase política y medios de comunicación, la democracia y sus descontentos, la desigualdad latinoamericana en el contexto global, modernidad y drogas, medios de comunicación y definición del voto.
Una de las aportaciones de mayor relevancia en este corto período transcurrido, por el alcance de la reflexión que promueve, es la parte que la revista reserva al dossier . En este espacio se han publicado artículos sobre cuestiones de orden regional y mundial que son fundamentales para la actual discusión sobre los grandes temas de los que pueden y deben ocuparse la ciencia política, las ciencias de la comunicación, la sociología y la administración pública, si pretenden tener relevancia no solo científica, sino también práctico-política para la sociedad: los poderes fácticos mediáticos, América Latina y el problema de las modernidades múltiples, el espacio metanacional y las diásporas, migración y globalización, memoria y ciencias sociales, las nuevas élites, la desigualdad social en el siglo XXI, las regiones en el mundo global, las perspectivas basadas en agentes y su utilidad para la investigación.
Nota final
La etapa actual de RMCPYS, desde un punto de vista diacrónico, es resultado de una historia efectual construida por una comunidad de profesores y de investigadores que atraviesa generaciones, tiempos, temas, objetivos, perspectivas y orientaciones muy distintas, ligadas a grupos amplios de practicantes e instituciones que rebasan los límites de la RMCPYS y de la propia FCPYS. Es, desde este punto de vista, el último eslabón de un espacio de experiencia acumulado a lo largo de sesenta y cinco años, si tomamos como punto de partida la fundación de la ENCPYS en 1951. En otro registro temporal, el arco se amplía hasta llegar a las revistas antecesoras de las ciencias sociales en México que señalamos en el primer apartado de este escrito. Desde la lógica de la experiencia presentista del tiempo típica de nuestras sociedades en las que predomina la percepción de que el pasado carece de capacidad de orientación y el futuro, por su parte, se mira con cautela o directamente como amenaza, hemos visto mermada la capacidad de reconocer nuestra posición como legatarios de las consecuencias de lo que han hecho quienes nos anteceden en el tiempo. Por otra parte, la profesionalización y la especialización dentro de nuestras disciplinas, si bien tienen la enorme ventaja de permitir producir un conocimiento acotado y específico sobre el mundo social en múltiples registros y dimensiones, tiene frecuentemente el costo de presiones prácticas que condicionan tanto la dispersión y el desconocimiento como el olvido de aquello que no forma parte de nuestros objetos de investigación. El riesgo que esto implica es perder de vista que podemos innovar, proyectar, resignificar e imaginar nuevos futuros para nuestras ciencias gracias a las condiciones institucionales e intelectuales con las que contamos y que damos por sentadas, cuando en realidad existen gracias a la cadena antecesores/contemporáneos/sucesores de la que formamos parte.
La RMCPYS ha recorrido un largo trecho desde los años en los que la formación profesional y la investigación de la realidad del país eran expectativa pero no experiencia cabal. Terminó la época de las grandes ideologías y utopías, de los liderazgos fuertes y dilatados en nuestras disciplinas a nivel local; el horizonte nacional de la modernización y la confianza en el futuro de la generación de mediados del siglo XX dio paso a cambios que nos condujeron a otro, en el que el contexto es global y en el que las expectativas se han recortado. A pesar de estos cambios, la pertinencia del llamado que hicieron los autores que publicaron en la revista desde 1955 hasta finales de los años sesenta a producir un conocimiento válido sobre nuestras realidades y problemas nacionales y regionales, útil para la formación profesional y con pertinencia potencial para generar insumos cognitivos y así recortar la brecha entre experiencia y expectativa, sigue saturado de pertinencia. La conmemoración de estos sesenta años de la RMCPYS puede ser una oportunidad para reflexionar sobre estas cuestiones en nuestras comunidades disciplinarias y para reconocer el anudamiento pasado/presente/futuro que subyace en la formación de nuestras iniciativas y proyectos. A esto nos referimos al principio, cuando señalamos que la rememoración de una experiencia acumulada no obedece a que estamos adheridos a la idea de historia como maestra de la vida, lo cual significaría magnificar las estructuras de repetición que subyacen a la realidad histórico social, sino a la convicción de que la elaboración reflexiva del pasado disciplinar puede incrementar las probabilidades de orientación y de reorientación para que nuestras ciencias formen expectativas de futuro viables.