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Estudios políticos (México)

versión impresa ISSN 0185-1616

Estud. polít. (Méx.)  no.20 Ciudad de México may./ago. 2010

 

Reseñas

 

Entre colegas

 

Marcela Bravo Ahuja*

 

* Doctora en Ciencias Políticas y Sociales por la UNAM. Profesora de Tiempo Completo en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, UNAM.

 

Carmen Solórzano y Karla Valverde (coords.), Estrategias de enseñanza en Ciencias Sociales. Una aproximación desde la experiencia docente, México, UNAM/FCPyS/Gernika, 2009

El año pasado varios colegas me invitaron a presentar y comentar sus libros, lo cual les agradezco. La productividad del Centro de Estudios Políticos de la Facultad ha venido en ascenso. Hoy en día publicamos textos que se ubican en importantes temas de la disciplina, por lo que resulta natural que entre en debate con mis amigos. A continuación transcribo mis comentarios.

Hace tres años y medio, cuando supe del inicio del Seminario de formación docente sobre estrategias didácticas, debo confesar que —con escepticismo— dudé sobre su utilidad; sin embargo, heme aquí ahora comentando este libro producto del mismo. También debo reconocer que en este lapso de tiempo asistí a un curso que organizó el PAPIME, del que el Seminario en cuestión era parte también, así como a un Coloquio en el que expuse un trabajo. ¿Qué pensaba en un principio y cómo ha cambiado mi opinión, a raíz de estas experiencias y sobre todo a raíz de la lectura de los artículos aquí recopilados?

En un principio recordaba yo que si bien es cierto que algunos profesores eminentes duermen a sus alumnos y que no por eminentes son buenos profesores, los profesores que saben menos pero manejan buenas técnicas didácticas tampoco son mejores. Yo personalmente prefería a los primeros y mantenerme alerta, que los segundos a los que los sentía adecuados para el nivel preuniversitario. Por eso creía yo que valía más la pena que dedicáramos nuestro esfuerzo en mantenernos al día en nuestras especialidades que en mejorar nuestras técnicas de enseñanza. Que los pedagogos hablen de pedagogía y nosotros de ciencia política, decía yo.

Finalmente había dado clases por cerca de veinticinco años a mi buen entender, transmitiendo mis reflexiones sobre ciertas lecturas que fui acumulando y contrastando a lo largo del tiempo. Nunca traté de establecer vínculos emocionales con mis alumnos. ¡Ni sus nombres alcanzaba yo a retener!

Así llegué al curso del PAPIME. Sí era cierto que yo no me había aprendido el nombre de mis alumnos, pero nuestro vínculo había rebasado la ciencia política. Por años les había entregado mucho más que mis tristes conocimientos, les había entregado —creo— mi alegre persona a través de la cual inconscientemente les había querido indicar para qué sirven los conocimientos y cómo integrarlos a uno.

Luego vino el Coloquio y el artículo que escribí a raíz de mi intervención en él. Partí, como los autores que hoy comento, de mi experiencia. La manera en que había yo venido planeando mis cursos, los había dado y la forma en la que había venido evaluando. Encontré que lo había hecho de forma diversa, en principio no conservadora, pero que también me gustaban las clases magistrales y los alumnos oyéndome, que era yo flexible pero con límites. Yo sin saber pedagogía podía defender la clase magistral que tantos reniegan, a afirmar —horror para muchos— que los alumnos aprenden a través de su experiencia pero que tienen que esperar el contar con conocimientos básicos para hacerlo, y que antes de que los tuvieran —anatema— yo no quería que pensaran por su cuenta.

Si eso descubrí de mi experiencia personal, cómo no me iba a interesar ahora en la de mis colegas y leer este libro del que hoy hablo. De entrada me daba curiosidad cómo le habían hecho ellos para sobrevivir su vocación, su imponente deseo de mantenerse en contacto con jóvenes porque ellos representan lo moderno y están al día.

Con este libro aprendí de mis colegas y hoy vengo a comentarlos. Los invito a mi diálogo con ellos, el cual espero promueva la lectura de esta singular obra.

Son cuatro los apartados: Enseñanza y procesos sociales, Recursos y estrategias a través de actividades en el aula, Metodología y formación profesional y El individuo y su futuro. Lo primero que quiero decir es que no entiendo cuales fueron los criterios que guiaron esta división, ni aquellos a través de los cuáles se clasificaron las distintas colaboraciones. Los busco en la introducción y no los encuentro. A mí se me hubiera ocurrido, es sólo un ensayo, empezar primero con las reflexiones sobre la educación y el individuo, pasar luego a los trabajos sobre las particularidades de la enseñanza en ciencias sociales y el perfil profesional, juntar todos los trabajos sobre formación metodológica y dejar al final los artículos sobre actividades muy concretas en clase.

Me hago varias preguntas. Por ejemplo: ¿por qué no se ubican las reflexiones en torno a la formación profesional de Luis Alberto de la Garza en el tercer apartado sobre formación precisamente? ¿Por qué la experiencia de Enrique Suárez-Iñiguez sobre el arte y el cine como complemento de la enseñanza de las ciencias sociales, o los comentarios de Elvia Méndez Aguilera sobre el cine como un recurso para el aprendizaje, no están en el segundo apartado de recursos y actividades en el aula? Diría lo mismo del artículo de Manuel Villa que por su título, Las entrañas del método, parecería pertenecer más al tercer apartado, pero que en tanto se refiere al análisis de prensa desarrolla el tema de otro recurso y tipo de actividad didáctica.

Me imagino que las coordinadoras del libro pensaron que una pieza musical, como una obra de teatro, una novela, un editorial o una película ofrecen discursos sobre objetos de estudio, sobre procesos sociales —de aquí que los englobaran—, que el científico social también aborda. En este sentido su presentación a los estudiantes de nuestras especialidades es ciertamente útil; son otras visiones que pueden enriquecer su mirada. Sin embargo: ¡Cuidado! La nuestra es o debe ser otra mirada. Nuestras disciplinas contactan con otras disciplinas, pero no se funden en ellas. Existen desde luego temáticas propias de estudios interdisciplinarios, los cuales son muy deseables pero en los que las disciplinas; sin embargo, no se funden. A mí, en especial, me preocupa que el uso del arte o del cine para reflexionar problemas sociales con nuestros estudiantes, al cual no me opongo —entiéndalo— sino que también promuevo, relaje nuestras reflexiones y se convierta en una manera laxa de dar clase. Estas actividades siempre deben ser complementarias y sólo eso; no debe abusarse de ellas. En este sentido estoy totalmente de acuerdo con Luis Alberto de la Garza cuando dice, y yo creo que entra en contradicción con otros autores aquí reunidos, que es importante que nuestros estudiantes aprendan a reflexionar como sociólogos, comunicadores, politólogos, administradores públicos o internacionalistas.

Hay tantas y tantas ideas interesantes en estos artículos. Son las experiencias de muchos años de profesores que han venido haciendo su trabajo a través de ensayos y errores, por lo que saben que no hay mejor manera de aprender que haciendo. Éste es uno de los ejes de este trabajo colectivo, como lo es el reconocimiento que además de saber y saber hacer, hay que saber ser y saber convivir.

En este libro se encuentran reunidas ciertamente experiencias útiles para otros profesores; son experiencias que no nos habíamos siempre contado entre nosotros, y hoy lo hacemos porque hemos perdido miedo y acumulado seguridad. Pero no es un libro dirigido sólo a esta generación de profesores que somos, o a profesores más jóvenes. Yo lo considero también dirigido a los alumnos, para que ellos también promuevan actividades en sus clases que les amplíen el panorama, que hagan los cursos más divertidos y útiles, que los mantengan a ellos activos, más partícipes de su propio aprendizaje.

Por esta razón me gustaron en particular los artículos de Francisco Reveles sobre el trabajo en equipo, el de Karla Valverde y compañía sobre el aprendizaje participativo precisamente, o el de Cristina Medina sobre formas de evaluación. Imagínense que yo, ignorante en temas pedagógicos, me encontré en este último que Piaget concebía el aprendizaje en espiral, en donde el individuo adquiere estructuras cada vez más complejas. Con los años de dar clases yo he sentido eso. De hecho, mis programas han tenido cada vez más, intuitivamente, esa forma espiral. Así he llevado a los alumnos a volver y volver sobre lo mismo, cada vez con más lecturas, con más información. Confieso que muchas veces me he sentido repetitiva, como que confundo a los alumnos con tantas opiniones encontradas (un alumno me dijo recientemente que era yo esquizofrénica, que decía, me auto-criticaba, me desdecía en largos monólogos), pero he creído que si al final de mis cursos terminan mis alumnos confundidos pero interesados en seguir aprendiendo sobre los temas que les he presentado, ha valido la pena.

Claro, el aprendizaje es en espiral; claro, el aprendizaje puede ser divertido, incluso las evaluaciones. También eso último lo he sabido yo, eso sí de siempre: que dar clases y tomar clases debe ser divertido. Me encuentro a mis exalumnos y dicen recordarme no por lo que aprendieron conmigo, sino por divertida. Y yo vengo a reconfirmar, ahora todavía más leyendo a mis compañeros, que yo que justo con racionalidad acabo de sostener que debemos alentar en nosotros y en nuestros alumnos una visión especializada, más que conocimientos he entregado a lo largo del tiempo una manera de ser, una experiencia de vida. Sin aprenderme los nombres de mis estudiantes he establecido con ellos una relación afectiva, una relación íntima muy particular pese a que curiosamente no aborda detalles personales, y si bien tiene carácter profundo y deja huella es efímera por lo que constantemente se renueva en caras nuevas. Mis alumnos al principio casi tenían mi edad, luego —y cómo luché inútilmente contra eso— me empezaron a hablar de usted y yo terminé aceptándolo como mis canas, luego tuvieron la edad de mis hijos y ahora son menores que ellos.

Sigamos. El artículo de Cristina Medina, el cual detalla la técnica de una particular actividad de evaluación, por su referencia teórica a lo que implica aprender, a lo que significa aprender que en última instancia implica el desarrollo integral de cada persona, se encuentra más cercano aún al artículo de Ángeles Sánchez sobre las emociones y las creencias en todo proceso didáctico, que a los trabajos sobre estrategias didácticas a los que se agrega.

En efecto, en su trabajo Ángeles Sánchez nos explica cómo en la medida en la que el conocimiento es una obra individual y subjetiva, lo que los estudiantes sienten y creen de sí mismos afecta el alcance de los objetivos que nosotros profesores nos proponemos. En especial habla del miedo que le tienen los alumnos a la investigación y cómo los limita, haciéndoles pensar que entienden menos de lo que entienden, saben menos de los que saben y pueden hacer menos de lo que pueden hacer. Frente a su angustia e inseguridad se saturan de información, con la cual no saben qué hacer ni hacia a dónde dirigirse.

A este último artículo se suma y aquí sí estoy de acuerdo con que aparezcan juntos el de Guillermina Baena, sobre los retos de la educación en la sociedad contemporánea. Sin embargo, yo creo que debería ir antes y quizá ser el primero del libro, en la lógica que ya había mencionado. De hecho, es la reflexión de mayor envergadura al abordar el contexto de la educación en la actualidad y tratar de entender su sentido último. Hoy la humanidad no debe quedar inmovilizada en la era de la información, debe construir la era del conocimiento, de donde la importancia del desarrollo no sólo de mentes sintéticas sino también de mentes creativas con sentido ético.

¿Qué más hay en este libro que hoy les recomiendo? Están un conjunto de artículos sobre experiencias para enseñarles a los alumnos a investigar: desde cómo iniciarlos en metodología, que es lo que trata el de Silvia Cabrera; cómo enseñarlos a hacerse preguntas, como el de Manuel Villa que ya mencioné; cómo construir objetos de investigación, tema tan importante que aborda en lo general Enrique Gutiérrez y particularmente a través de la construcción de escenarios Carlos Gallegos y Eduardo Alfonso Reyes. Sí, desde mi punto de vista, estos dos últimos artículos mencionados más que complementarios —como dice la introducción que lo son— , abordan el problema global del análisis político uno, y una técnica particular otro. Otra reflexión global como la de Enrique Gutiérrez pero expuesta como propuesta y específica sobre la enseñanza-aprendizaje de metodología en ciencia política, es la de Rosa María Lince. Finalmente el trabajo de Carmen Solórzano ese sí es un artículo complementario y más técnico, sin ser menos relevante, pues se refiere a la manejo de bases de datos; en efecto, debemos seriamente reflexionar sobre la necesidad que tienen nuestros estudiantes de que la formación que adquieran en esta Facultad no los ponga en desventaja con otros estudiantes; es nuestro deber que tengan conocimientos y que sean críticos, pero también que adquieran las habilidades necesarias para todo científico social de nuestros tiempos, de suerte que se puedan integrar al mercado de trabajo.

Me he querido centrar en presentarles los textos que contiene esta obra cuestionando el orden en el que se presentan, a la vez que abordando su contenido, porque estoy convencida que estos artículos suman experiencias que contactan entre sí, porque son, ya lo dije antes, las experiencias de una generación de profesores que nos hemos tenido que adaptar a los nuevos tiempos, a las nuevas tecnologías. Profesores que tuvimos en un principio alumnos generalmente radicales, hoy alumnos más escépticos y desencantados a la espera de interpretaciones de su realidad y de modelos útiles para explicarla. Profesores con alumnos que antes necesitaban que les sugiriéramos nosotros lecturas y hoy nos las sugieren, porque todo pueden ellos encontrar en Internet y lo que necesitan es saber qué buscar y para qué. Profesores con alumnos para los cuales siempre hemos seguido aprendiendo y de los que siempre hemos aprendido. Con alumnos para los que hoy tenemos que aprender con mayor intensidad y que hoy nos enseñan más que nunca. Con alumnos que necesitamos más que nunca, porque más que nunca los necesitamos para retardar nuestro envejecimiento e irremediablemente darle sentido.

Por lo menos eso digo yo, que tanto aprendí al leer el libro el cual recomiendo, con cuyos autores sentí identificarme.

 

Héctor Zamitiz Gamboa, Transición política, alternancia y procesos de gobierno 2001-2006, México, UNAM/FCPyS/Gernika, 2008

Este trabajo se inscribe dentro de la tradición de aquellos libros que llevan a cabo el análisis de los distintos gobiernos presidenciales, en el supuesto que el corte sexenal es todavía básico para entender la vida política en México. Esta tradición se remonta a Don Daniel Cosío Villegas, quien durante el régimen de partido hegemónico en el país sostenía la existencia de verdaderas monarquías sexenales. Hoy no tenemos por lo menos monarquías, pero todavía sí estilos de gobernar que marcan su momento y explican la coyuntura política.

En este sentido, llevar a cabo este tipo de trabajos es una garantía, porque sin duda se está tocando un tema clave, más en el caso de este libro que aborda el estudio del primer gobierno de la alternancia a nivel federal. El tema es una garantía pero tocarlo no es fácil y por tanto es encomiable que el resultado sea, como lo es, de buena calidad, por lo que se recomienda su lectura.

Hay que considerar lo importante que resulta para el éxito de una obra de este género la decisión sobre los aspectos del sexenio que se van a tratar. En este caso fueron aspectos variados; igual se analizan aspectos administrativos del gobierno foxista, de agenda política, de eficiencia política, de políticas sociales, que asuntos relativos a partidos políticos y evolución electoral. Quizás, a mi parecer, hubiera sido conveniente incluir un artículo sobre el Congreso y otro sobre política económica, pero la selección es bastante completa y buena.

¿Qué descubrimos?

Que fueron más los desaciertos que los aciertos, que hubo más decepción que buen gobierno, más ingobernalidad y continuismo que cambio y evolución política.

A Fox no le fue tan bien como se esperaba. Acertadamente, dice Héctor Zamitiz, el coordinador del libro, que gobernó sin el PAN o en conflicto con el PAN. Al respecto destaca la falta de sincronía con su partido y la no incorporación de los panistas a los puestos de gobierno.

En un momento dado, en la contienda federal intermedia de 2003, pareciera incluso que el PAN es perjudicado por el presidente. En general, los resultados electorales fueron pobres durante el sexenio, una vez que se dejó atrás el beneficio que representó en este renglón el efecto Fox, como lo marca Francisco Reveles en su artículo.

Bueno, a Fox le fue tan mal que ni siquiera pudo poner a su favorito, Santiago Creel, de candidato presidencial de su partido. Aquí discrepo con Zamitiz cuando compara esta situación con lo que le sucedió a Zedillo. Zedillo sí quería a Labastida de candidato del PRI, cabe sin embargo preguntarse si lo apoyó. Más bien la comparación se debe hacer con Salinas, a quien le mataron a su candidato Colosio y tuvo que contentarse con Zedillo, quien no era su primera opción.

Aciertos del gobierno ciertamente los hay: la política de vivienda, la conformación del IFAI luego de la aprobación de la Ley de transparencia y acceso a la información. Pero son más los resultados mixtos como en educación y salud, pobres como en materia de servicio profesional de carrera, o nulos como en materia de erradicación de la corrupción y de reforma del Estado.

Ahora bien, mi crítica a este libro proviene del hecho que se inserta en el paradigma de la transición. Con base en este paradigma se entiende que con el arribo del PAN al gobierno federal, México daba un paso más en su transición a la democracia y se sostiene que esta transición fue inconclusa. Por una parte, se menciona la falta de un gran acuerdo para romper las inercias del viejo régimen, y por otro lado también se afirma que no hubo incentivo suficiente para una transformación constitucional de fondo del país. Sin una arquitectura legal renovada, se dice, no se avanzó en la transición a la gobernalidad democrática que México requiere.

Yo discrepo de esta interpretación y la considero un abuso del paradigma de la transición. La alternancia a nivel federal no fue ni la culminación ni el inicio de una transición.

Si bien es cierto que durante el sexenio de Fox el país cambió poco, lo cierto también es y esto rompe totalmente con el esquema del libro, que cambió mucho menos que durante los tres sexenios anteriores.

Cuando el PAN llega al poder, del viejo régimen ya no quedaba nada. Ni el presidencialismo exacerbado que lo caracterizó, ni el partido hegemónico que fue su eje, ni su clase política, ni su modelo de desarrollo. El Estado había perdido la esencia del Estado posrevolucionario que funcionó por décadas, había perdido sus clientelas con la decadencia del Estado benefactor. Gracias a una serie de reformas electorales, el país se había liberalizado políticamente y con ello emergió una nueva realidad tras elecciones críticas en las que el voto se movió masivamente, dando luz a un sistema político competitivo y plural, esencialmente tripartidista. México vivía ya una nueva era.

Sí, los sexenios panistas y aquí incluyo el del actual Presidente Calderón, se parecen mucho más a los últimos sexenios priístas, que éstos a los anteriores.

¿Más allá de esta crítica, qué hay de cierto en las tesis de este libro? Mucho, creo yo. El libro contiene información valiosa y fundamentalmente un análisis pertinente en torno a la ineficiencia e ingobernalidad producidas por un gobierno inexperto que expuso al PAN a perder el poder en 2006. Lo salvó el que Calderón supo entender que tenía que manejar su campaña más allá de su propio partido y de Fox, quien además fomentó la inequidad que caracterizó la contienda abriendo paso a un gravísimo conflicto poselectoral por lo cerrado de los resultados y a un problema de legitimidad que debilitó de entrada al siguiente gobierno.

Pero eso es entrar demasiado al análisis del sexenio presente, que seguramente será tema de otros libros de este corte, cuya lectura siempre se aprecia.

 

Gustavo López Montiel, Rosa María Mirón Lince y Francisco Reveles Vázquez, Los estados en el 2009: lucha política y competencia electoral, México, UNAM/AMCEE/IEEM, 2009

Comentar un libro en el que uno participa es un reto, en la medida que uno puede tener la tendencia y el interés de analizarlo con benevolencia, exagerar sus alcances y no hablar de sus limitaciones.

Coordinado por investigadores que han dado múltiples pruebas de gran empuje y capacidad de trabajo, el texto es producto de reflexiones que se dieron inmediatamente después de las elecciones de este año, al calor de los datos que apenas empezaban a aflorar. Yo, por ejemplo, presenté mi primera versión sin información oficial, con impugnaciones aún en curso. El resultado es más que bueno y tiene la gran ventaja de salir de la imprenta el mismo año de las elecciones. No es un logro menor.

Nos pidieron que estudiáramos los comicios de julio pasado a partir de una perspectiva regional. El enfoque tiene y no tiene de novedoso.

Empiezo por lo segundo, el por qué lo que hicimos no es exactamente original, a partir de un recuento de lo que ha sido la investigación sobre el voto y las elecciones en México.

Los estudios sobre el voto y las elecciones son relativamente nuevos en México; su desarrollo se encuentra asociado a las transformaciones políticas de los últimos decenios, particularmente a la mayor apertura y confiabilidad en las cifras electorales.

En la década de los años setenta, los escasos trabajos de investigación sobre el tema buscan explicar el comportamiento electoral a partir de indicadores socioeconómicos y de la distribución de la población en regiones urbanas y rurales.

Una década después viene el auge de ensayos que interpretan la participación electoral como una variable dependiente de la cultura política, a la luz del trabajo seminal de Almond y Verba acerca del ciudadano-súbdito. Entonces es cuando, frente a la falta de apertura política del sistema, se llega a hablar del "reclamo democrático" de la sociedad mexicana.

No va a ser sino hasta la década de los años noventa que los estudios electorales van a dar un giro que lleva, por un lado, a los enfoques sobre coyuntura electoral que pretenden interpretar el voto mediante el análisis de campañas electorales, candidatos y encuestas de opinión, y por otro lado, a los trabajos de recopilación e interpretación de series de resultados electorales para entender la estabilidad y el cambio en las preferencias políticas y en la distribución del voto.

Ni duda cabe que el primer tipo de trabajos es el que ha tenido mayor desarrollo, debido probablemente al interés de los partidos políticos por entender la lucha electoral y tomar decisiones de las que cosechen beneficios. En cambio, los estudios que asocian las preferencias ciudadanas a variables estructurales han experimentado menor auge, aún cuando su capacidad explicativa sobre el voto es en realidad mayor que aquella que se queda deliberando sobre la coyuntura.

Ahora bien, el texto que nos ocupa, pese a sus bondades, es un texto que cae precisamente en el tipo de trabajos que elección tras elección han venido presentando diversos estudiosos interesados en la materia, pero sus coordinadores afortunadamente cuidaron de incluir textos con miradas más longitudinales y miradas a futuro sobre electores, partidos, así como instituciones.

Voy a lo primero. El libro es sin duda original no sólo porque a pesar de enfocar las coyunturas las rebasa, sino además porque mantiene en todos los autores, en tanto no muchos libros colectivos lo consiguen, una misma perspectiva y diría yo una misma metodología a pesar de que por lo menos hasta donde sé no nos reunimos todos los que participamos en él. En este sentido su estructura es sólida.

A qué me refiero. Por una parte todos los artículos tienen en común el privilegiar afirmaciones sustentadas en datos duros, la mayoría sobre la selección de los candidatos, las plataformas propuestas, el desarrollo de las campañas y las cifras electorales. De hecho, es un esquema de trabajo que coincide en todos los estudios de caso.

Pero además se eligió reflexionar sobre las elecciones desde la perspectiva estatal y esto —los que tenemos esta línea de investigación— sabemos que se ha hecho bien poco por desgracia, si bien sabemos que el resultado de una elección a nivel nacional no puede verse como el agregado de las opiniones de los ciudadanos en cada localidad. Las elecciones  nacionales y las elecciones locales obedecen a lógicas distintas. Los temas en ambos tipos de elección son distintos, así como la personalidad y el mensaje de los candidatos, la eficacia de los partidos políticos, y los sistemas de elección. Esto, por ende, produce resultados que deben explicarse atendiendo a los contextos de cada caso.

Con ello se supone que la política local no es una copia al carbón de la política nacional. Las elecciones locales reflejan las preferencias de los votantes con respecto a las variables que interactúan sobre todo a nivel local. Así, cada entidad mantiene una autonomía en cuanto al desarrollo de su sistema político local, con respecto al sistema político nacional. Consecuentemente se puede mantener una política estatal distinta del desarrollo de la política a nivel nacional, o del resto de las entidades del país, como lo demuestran varios acontecimientos.

En este sentido, su enfoque estatal es lo mejor de la obra. Sus apartados son muy acertados, primero una perspectiva de mayor alcance, luego el estudio de las elecciones en las entidades en donde se renovaba gobernador, más adelante el análisis de los comicios en aquellas entidades en donde hubo elecciones locales, y al último algunos artículos que, como dije, van más allá.

Quiero señalar lo siguiente. El haber elegido para los trabajos de los estados un mismo esquema, tiene sin duda la ventaja de la coherencia y también la de poder hacer comparaciones. Sin embargo, creo que hasta cierto punto impidió una mayor interpretación de la información. Este esquema no permitía ir mucho más allá de una primera lectura de lo que sucedió. Me digo que quizás es esto nuestro libro: una primera lectura que debe ir más allá incluso dentro de la perspectiva regional y no sólo al final en artículos añadidos.1 Espero que me esté explicando.

Estoy de acuerdo que en el estudio de los resultados de estas elecciones estatales se debe hacer referencia a las campañas políticas que les precedieron, y que incluso se requiere considerar los procesos internos de los partidos para llevar a cabo sus postulaciones, en la medida en la que tanto estos procesos como las campañas influyeron decisivamente en las cifras finales. En efecto, estas elecciones se definieron, y algunos parecen olvidarlo, por un porcentaje pequeño de los votantes (en ninguna de ellas la diferencia entre el primer y el segundo lugar fue mayor a 7%; por eso hay que entender, según yo, que pese haber llegado a tres alternancias no cambió en ninguna entidad drásticamente la correlación de fuerzas, en contra de lo que sugiere el artículo sobre Querétaro). En este sentido considero que los candidatos y las campañas, más que la identidad partidista, fueron determinantes. En efecto, la identidad partidaria, entendida como el grado de vinculación de un individuo con un partido específico, ha sido la variable más abordada por los estudiosos del voto y por mucho tiempo se consideró que determinaba la evaluación de los candidatos. Sin embargo, se ha llegado a cuestionar su estabilidad y por tanto su alcance. Asimismo, se entendió que cada vez son más los electores que han dejado de compartir la identidad partidaria de sus padres y se consideran independientes (Carmines, McIver y Stimson, 1987). Por otra parte, también quedó claro que la identidad no es sinónimo de intención de voto. De esta manera se entendió que más allá de esta variable, el voto estaba siendo impactado de manera relevante por los candidatos y el debate político (Page y Jones, 1979; Fiorina, 1981).

Reconociendo esto: ¿qué es lo que hay que estudiar para entender las pasadas elecciones? Éste es el punto. A mi parecer debe analizarse la lucha interpartidista para obtener las candidaturas, cierto, y también el contenido de las campañas y en especial el efecto de los escándalos políticos, y desde luego el contexto político nacional y local, pero también deben considerarse los liderazgos que influyeron en las candidaturas y en la manera en que se planteó la lucha electoral (en este sentido, más que el contenido de las campañas, sus formas), la fortaleza o debilidad de los distintos partidos y la manera en que se vieron afectados por la lucha política, en particular las posibles escisiones que precipitaron en ellos y el efecto de los buenos o malos gobiernos para los partidos en el poder. Hay mucho de coyuntural sí, pero hay mucho de estructural también. La cuestión es que aceptarlo permite ver nuevos elementos para explicar lo sucedido en las elecciones de este año.

Les avanzo mi lectura de las elecciones para gobernador que contempla este enfoque que mezcla lo coyuntural y lo estructural, contrariamente a lo que hacen la mayoría de los autores aquí reunidos y justifica explícitamente Juan Poom Medina en su artículo sobre Sonora para estas elecciones.

Tomando en cuenta únicamente el PAN y el PRI, en estas elecciones hubo igual número de candidatos de unidad que candidatos surgidos de elecciones internas, aunque el PRI optó más por candidaturas de unidad quizás a sabiendas que las elecciones internas debilitan a los candidatos que de ellas resultan. Sobre este punto cabe mencionar a Colomer (2002) quien llega a la quizá paradójica conclusión de que los candidatos presidenciales seleccionados sobre la base de elecciones primarias tienden a ser relativamente poco populares o perdedores en las elecciones a las que compiten.

 Sin embargo, los candidatos por elecciones internas no siempre salieron de ellas debilitados, aunque sí fue lo que sucedió con los candidatos panistas de las dos entidades en que perdió el PAN estando en el gobierno estatal. Así, en Querétaro y San Luis Potosí, las postulaciones de Manuel González Valle y Alejandro Zapata Perogordo respectivamente terminaron en escisiones que le beneficiaron al PRI: Armando Rivera Castillejos, un precandidato panista derrotado, se convirtió en el candidato del PRI a presidente municipal de Querétaro y con él se llevó a sus seguidores y de la misma manera varios panistas se adhirieron en San Luis Potosí a la candidatura de Fernando Toranzo Fernández, candidato del PRI y exfuncionario del actual gobierno estatal del PAN.

Sin embargo, cabe señalar que en Sonora el PAN también eligió a su candidato, Guillermo Padrés Elías, en un proceso interno que lo golpeó, si bien a la postre ganó. Pero este caso se explica, sin duda, por el manejo equivocado del gobernador Eduardo Bours del escándalo producido por el incendio de la guardería ABC, un mes antes de la jornada electoral, aunado a su aislamiento político, que por cierto no aparece en el modelo explicativo del estudio del caso y no puede ser entendido como un asunto coyuntural. El gobernador Bours tenía años tejiendo lo que le sucedió. En este sentido no acudieron a defenderlo ni los dirigentes nacionales priístas por su problema con Manlio Fabio Beltrones, ni su aliada en la elección de 2006, Elba Esther Gordillo, con quien la unía su enemistad con Roberto Madrazo, ni el Presidente Calderón, con quien había mantenido una estrecha relación como la que tuvo con Fox. El incendio fue un evento coyuntural, no el aislamiento de Bours tras él, ni la característica de alta competitividad y de resultados reñidos en las elecciones de la entidad desde años atrás, la cual curiosamente sí se menciona si bien se niega la importancia de la explicación estructural de esta elección y se dice contradictoriamente que ahora inicia la disputa real por el poder en Sonora.

Ahora bien, haber elegido bien a su candidato no aseguró siempre éxito electoral a los partidos. En esto no hay reglas como parecen creer algunos. No es que cuando las cosas se hacen bien salen bien, como parece entenderse en el artículo de Nuevo León, no siempre es así de fácil. Tal es el caso de Nuevo León o de Colima para el PAN. En Nuevo León, con un candidato como Rodrigo Medina del Cruz, fuertemente apoyado por el gobierno estatal y los medios de comunicación, como acertadamente señala el artículo sobre este estado, el PRI remontó la votación que inicialmente se esperaba a su favor y le ganó al candidato del PAN, Fernando Elizondo, nada menos que un exgobernador de la entidad. En Colima, el PRI le ganó a la candidata del PAN, la senadora Martha Leticia Sosa Govea, expresidenta municipal de Manzanillo, mujer de prestigio, incluso con un candidato como Mario Anguiano Moreno, al que se le asociaba al narcotráfico por un hermano y al que en principio la dirigencia nacional no quería.

Al este último respecto, cabe decir que los triunfos del PRI2 en buena medida se debieron a que la dirigencia nacional supo respetar las fuerzas estatales y se apoyó en su poder territorial. ¡Qué mayor explicación estructural de los resultados electorales que ésta! Así, en los estados en manos del PRI, los gobernadores tuvieron un peso decisivo en la nominación de los candidatos. Por ejemplo, en Nuevo León, José Natividad González Parás impuso a su secretario de gobernación. En Sonora, Alfonso Elías Serrano, abanderado de este partido, se decía el delfín de Bours y pese a su poca experiencia (la cual ciertamente no ayudó en el momento en la que el gobierno federal aprovechó una desgracia para arremeter contra ellos) resultó nominado. En donde sí intervino Beatriz Paredes, presidenta del PRI, para la selección del candidato fue en San Luis Potosí, incluso contra el favorito del senador Manlio Fabio Beltrones, Jesús Ramírez Stabros, y claro que el candidato seleccionado no era un extraño en política, como se sostiene.3 En Querétaro, la selección del candidato, Jesús Rodríguez Hernández, la determinó más bien el gobernador del Estado de México, Enrique Peña Nieto. Sobre este caso hay que precisar que además de este importante apoyo, el triunfo de Rodríguez Hernández, quien remontó casi 20 puntos las preferencias iniciales, se debió al desprestigio del gobernador panista en turno, Francisco Garrido Patrón, cuestión que parece ignorar el artículo que se ocupa del caso.

En efecto, los resultados electorales también son claramente producto de los contextos políticos locales y nacionales. En Campeche, el candidato del PAN, Mario Ávila Lizárraga, empresario ligado a la familia Mouriño, contó tras una reñida contienda interna con un gran apoyo federal que incluso llegó a desatar una protesta contra la compra de propaganda a su favor por parte de la Lotería Nacional, apoyo que le valió remontar las preferencias alrededor de 10 puntos,4 los cuales no le bastaron —sin embargo— para vencer al candidato del PRI, Fernando Ortega Bernés, pese a que incluso en los últimos días se le unió el candidato del PRD, Francisco Brown Gantús.

En suma, en las campañas para gobernador que se llevaron a cabo este año contó mucho el poder de los gobernadores priístas,5 a la cabeza de un partido con gran maquinaria y capacidad de penetración, y que además tenía la crisis económica por la que atraviesa el país y el manejo que  se ha hecho de ella a su favor. En los estados que no gobernaba contó mucho, asimismo, la estructura de un PRI que en la oposición no se había desfondado. A este partido no lo supo contraatacar ni el PAN por su falta de experiencia, ni el gobierno federal que optó por una estrategia equivocada y hoy paga las consecuencias de sus errores de 2009, año del cual con razón Calderón se congratuló que felizmente terminara.

 

Notas

1 Cuyo gran interés y aporte no desconozco, como el artículo de Luisa Béjar sobre los componentes del nuevo sistema político o el de Irma Méndez sobre competitividad, que introduce un índice que le permite ver una tendencia en la que yo insisto como ella y contra corriente: la disminución de la misma.

2 Disiento con Francisco cuando dice que su ventaja fue ligera. Ligera en tanto se ganó por poco, pero contundente en triunfos.

3 Esta elección, la de San Luis Potosí, por cierto no fue de restitución como se dice en el trabajo que la analiza. No hay que confundir alternancia con movimiento del voto. En el estado hubo alternancia sin tanto movimiento del voto.

4 No es cierto, como sostiene el artículo sobre Campeche, que el electorado de ese estado sea cautivo del PRI y con fuerte identificación partidista.

5 Incluso en Campeche, contrariamente a lo que se dice. La fuerza de los gobiernos locales en general fue un factor realmente importante en la contienda electoral, se dice en la introducción. Estoy de acuerdo. Los gobernadores cuyos partidos perdieron la elección se habían debilitado por mal gobierno como el de Querétaro y también por escisiones, como sucedió con el de San Luis Potosí, o por aislamiento político, como el de Sonora.

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