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Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas

versión impresa ISSN 0185-1276

An. Inst. Investig. Estét vol.33 no.98 Ciudad de México nov. 2011

 

Obras, documentos, noticias

 

La revitalización necesaria del Monumento a la Revolución

 

Peter Krieger

 

A primera vista, la estructura metálica del nuevo elevador del Monumento a la Revolución estorba. La mirada que penetraba libremente por los arcos desde los cuatro ángulos posibles tropieza ahora con un elevador rectangular que se encuentra colocado en medio, mas no en el centro geométrico del monumento, cuyas vigas metálicas están cubiertas con cristales transparentes y reflejantes. Sin embargo, tanto a los ciudadanos que recorren ese espacio cotidiano como a los expertos en arquitectura y restauración de monumentos históricos no debería bastarles esta "primera vista", sino provocar una reflexión más profunda sobre el porqué del choque estructural y sobre la finalidad de esta intervención contemporánea, inaugurada el 20 de noviembre de 2010, día oficial del Centenario de la Revolución mexicana. La interrupción de lo cotidiano —de una vista establecida, hasta ignorada del monumento— tiene la ventaja innegable de romper rutinas de la producción y recepción de la ciudad, en un lugar emblemático, pero por mucho tiempo también olvidado: la Plaza de la República. Sólo basta comparar esta plaza dedicada a la res publica con la de otro país y capital que celebra continuamente su revolución: París y su Place de la République, para entender que este espacio urbano con su iconografía política esencial necesitaba una revitalización.

La imposición de la nueva estructura del elevador llama la atención, por supuesto también denota contradicción —una calidad innegable de los discursos democrático-republicanos. Es comprensible que para aquellos habitantes de la ciudad que mantienen cierta sensibilidad visual, el obstáculo del elevador les cause turbación, hasta enojo: ¿cómo se explica que esta intervención fuera autorizada por las instituciones correspondientes, el Instituto Nacional de Bellas Artes y el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes? Es una pregunta razonable, principio de una indagación más profunda que transmuta la primera reacción emocional en comprensión racional.

Para convertir el impacto resultante de la transformación del Monumento a la Revolución en ilustración productiva —y un paso más allá—, en identificación espacial-política de los mexicanos, conviene perfilar algunos puntos esenciales que explican la colocación del elevador en su lugar asignado, así como especular sobre su futuro potencial en el paisaje urbano de la capital. Sin adelantar los resultados de esta indagación —la cual debe ser un proceso plural discursivo, que escuche las voces de los actores y usuarios urbanos—, verifico que fue un impacto necesario en contra de la agonía del lugar.

Quienes recorrieron los alrededores de la Plaza de la República durante las décadas pasadas notaron su considerable degradación. No era un paseo agradable: las banquetas casi rotas flanqueadas por espacios abandonados (utilizados como estacionamientos); fachadas mediocres de edificios, y el uso excluyen-te de una zona roja que por la noche predominó, materializada por la acumulación de hoteles de paso a su alrededor. Entre los fuertes polos urbanísticos como la avenida Insurgentes, el cercano Paseo de la Reforma, el camino a la Alameda y su Hemiciclo a Juárez, hasta llegar al corazón político de México, el Zócalo, se generó casi un vacío, donde circulaban los vientos, pero no los espíritus republicanos ni revolucionarios.

El monumento mismo, a pesar de su apariencia colosal y su calidad arquitectónica, casi fue borrado de la memoria colectiva de la ciudad, condición que el escritor Robert Musil (en otras circunstancias culturales e históricas) capturó con la frase célebre: "Nada más invisible que un monumento" que refleja un pasado olvidado y su presencia se limita a bastidor empolvado, intercambiable, despojado de "sentido", disponible, en nuestro caso, como envoltura vacía del evento político más importante en México para el siglo XX: la Revolución.

En términos técnico-constructivos, el nuevo elevador cumple la función de subir a las masas de visitantes a la cúpula y al mirador (por cierto, existió un elevador, pero con capacidad muy reducida y que no llegaba hasta el mirador). Dada la ubicación interior de las escaleras metálicas y la posición de la cúpula, fue imposible integrar el nuevo elevador a una de las "patas" del monumento. Los planos elaborados bajo la supervisión cuidadosa de la Secretaría de Desarrollo Urbano y Vivienda lo comprueban sin lugar a dudas. También hay que tomar en cuenta que cualquier intervención actual tiene que cumplir con los altos estándares de seguridad y accesibilidad para personas con capacidades diferentes. Todo ello provocó que quienes lo planearon colocaran un nuevo elevador externo y no integrado.*

Esta situación fue un desafío, no sólo porque los responsables del proyecto sabían que el nuevo elevador externo desencadenaría una controversia, sino también porque de qué otro modo se reanima un monumento con un plan integral que restaure y restablezca su olvidado museo subterráneo y revitalice el entorno con un buen diseño paisajístico. El resultado de estas complejas consideraciones es visible: plantaron filas de palmas, conjuntos de otros árboles existentes, recuperaron la loseta original de la plaza y de las banquetas, y como herramienta de atracción crearon una rampa que desemboca en el nivel subterráneo del museo, donde hay una taquilla y está el acceso al elevador que lleva al mirador. Aunque ningún buen diseño arquitectónico-paisajista garantiza el éxito socio-espacial prometido, será más probable que la plaza se convierta en un espacio de tranquilidad y de respiro dentro de una megalópolis densa y contaminada: el paso del automóvil se restringe a un carril, liberando suficiente espacio para el peatón, y permanece únicamente una traza para el autobús, con el fin de generar un efecto urbano positivo que irradie el efecto de la acupuntura en el tejido de la ciudad.

Dentro de esos contextos cultural-urbanísticos, simbólico-políticos y socio-espaciales, se levanta el elevador como una estructura simbólica del acceso a una nueva experiencia del paisaje urbano. Como en otros elevadores transparentes en monumentos públicos —el de la Grande Arche en París, por ejemplo—, la "elevación" es una experiencia cinematográfica moderna, una ascensión a las esferas no espirituales sino laicas y republicanas de la capital, donde el cuerpo de la ciudad se ofrece como prueba visual de una sociedad posrevolucionaria (no está garantizado que la vista crítica a una megaciudad descompuesta y segregada resista esta prueba).

Una vez que la cabina transparente llega a su destino, el ciudadano interesado vislumbra una enorme cúpula cubierta de cobre que lo abarca todo, impresión tan intensa como la que produce la visita al Panteón en Roma o al metro neobarroco en Moscú, este último también producto de una revolución. Por su espectacularidad cinética, el nuevo elevador hasta puede convertirse en un eye catcher, en un hito para toda persona que se deje seducir por la estética contemporánea y no sólo por la memoria petrificada. Todo ascenso en el elevador permite vivir una transición entre la ciudad actual y el "panteón" de la Revolución. Son cambios escenográficos entre el brillo fascinante del vidrio y lo oscuro y patético de la cúpula. Después de esta enorme impresión, el visitante baja media escalera curvada, pegada a la bóveda, para llegar a un mirador que posibilita vistas interesantes. En este camino, el observador atento también ve las estructuras internas de hierro, elaboradas como las de la Torre Eiffel en la capital francesa. Será cuestión de una adecuada didáctica explicar las sutilezas (bien restauradas) del diseño arquitectónico de Carlos Obregón Santacilia, quien remodeló (entre 1933 y 1938) la estructura inconclusa del Palacio de Legislación, originalmente planeado por el arquitecto francés Émile Bernard para la dictadura porfiriana, una década antes del inicio de la Revolución.

La vista del mirador es un valioso instrumento de educación urbana colectiva. ¡En cuántos libros escolares aparece el famoso cuadro de Juan O'Gorman de la vista desde el monumento al paisaje urbano de 1949! Desde entonces, la ciudad de México se ha convertido en megalópolis infinita, con vistas al horizonte obstaculizadas por el smog. Lo que el pintor ya capturó entonces como peligro latente para la calidad urbana se extremó: congestión vial en grandes dimensiones, aglomeración de edificios altos y triviales y el paisaje rural todavía existente en la ciudad de mediados del siglo XX que se cubrió gradualmente con una alfombra de autoconstrucciones no sustentables. Son vistas críticas, pero necesarias, para construir la conciencia colectiva de los capitalinos y sus visitantes; además, aun la vista crítica, como la conocemos desde la Torre Latinoamericana, nunca pierde su fascinación.

No me cabe duda de que el Monumento a la Revolución revitalizado se perfilará, a lo largo de los siguientes años, como un hito indispensable en la megaciudad de México. Es una conjunción poderosa de memoria histórica y atracción actual que devuelve una manifestación de la iconografía política mexicana a la agenda del festejo centenario, pero sin el espíritu momificador. Para todos los que exploran la ciudad y su historia, la Plaza de la República remodelada se presenta como un oasis de tranquilidad y descanso dentro de las redes semánticas que ofrece el centro de la ciudad de México. Y de hecho, esta revitalización se integra a los esfuerzos y logros por restablecer una cultura peatonal en el Centro Histórico, donde desaparecen factores contaminantes como el tráfico vehicular, pero también la economía informal de los vendedores de chatarra, los ambulantes y las grandes cantidades de basura que diariamente se tiran a las calles.

Cabe mencionar que el mirador del Monumento a la Revolución se inauguró casi al mismo tiempo que se cerraba al público la Grande Arche en París. En este edificio emblemático, erigido para la conmemoración de los 200 años de la Revolución francesa, hubo fallas técnicas de los elevadores, mismas que las autoridades tomaron como pretexto para clausurar dicho mirador y, en su lugar, instalar oficinas de gobierno —es decir, ese monumento dedicado a la libertad ciudadana se convierte en un edificio kafkiano, brillante pero inaccesible, y de esta manera se simboliza la erosión de cualidades republicanas, democráticas, no sólo en Francia. En comparación, el caso mexicano se presenta como una iniciativa popular educativa en un lugar y un tiempo significativos.

No obstante, la comparación con las vistas de la Grande Arche de París revela también aspectos preocupantes para México. Mientras el eje visual de los bulevares parisinos ostenta un modelo del urbanismo histórico exitoso, altamente atractivo hasta hoy, destaca la vista desde el Monumento a la Revolución por múltiples cuestionamientos que surgen de ella. ¿Por qué se convirtió un ensemble de edificios coloniales en una acumulación infinita de trivialidades arquitectónicas de la megaciudad? ¿Por qué obstaculizan los rascacielos —la mayoría de calidad menor, como la Torre Mayor con su diseño anacrónico— la vista al Palacio Nacional y la Catedral como hitos del pasado? ¿Por qué casi no hay bulevares con altura y contornos homogéneos —como en las secciones históricas de París—, sino la acumulación heterogénea de edificios, terrenos abandonados, que generan una cacofonía visual inaceptable? El grado de deterioro de la imagen urbana se observa en el contexto inmediato del monumento, donde se abren rupturas y brotan atrocidades arquitectónicas. Esta vista provoca un debate sobre los valores del desarrollo urbano, en particular, sobre si debería haber una clara definición de la "propiedad obliga" (como lo establece, por ejemplo, la Ley Orgánica en Alemania); es decir, una obligación de no abandonar un terreno visible para convertirlo en estacionamiento, o un convenio en el que se establezca que ninguna construcción alrededor de este monumento pueda rebasar la altura del mismo, o garantizar la transparencia pública en las plantas bajas (como es costumbre en muchas zonas vitales de Manhattan), entre otros parámetros más del diseño urbano. Es una ganancia contar con una plaza revitalizada, con árboles y bancas, pero también conviene "educar" a los inversionistas y explicarles su responsabilidad con respecto a la construcción de la imagen urbana, que no es un asunto superficial, sino la prueba visual de cómo se organiza una sociedad.

Como la ciudad de México compite con otras urbes mundiales, es posible obligar a los que desean invertir y construir en entornos sensibles, como alrededor del monumento, a respetar una altura máxima, y convocar a concursos arquitectónicos que eleven la calidad de los edificios. Es decir, la revitalización puede detonar el inicio prometedor de una nueva cultura arquitectónico-espacial capaz de competir con otras ciudades, en especial las europeas (como París, Barcelona, Berlín). Por supuesto, aquella utopía de la sustentabilidad cultural urbana no se logra de un día a otro; es más bien un camino largo, complejo y difícil, donde hay cambios permanentes de los parámetros de desarrollo, pero la educación podría empezar en el mirador del Monumento a la Revolución. Y su nuevo elevador, tan cuestionado, de hecho, sirve como acceso material a esta posibilidad.

 

Notas

* N.B. Creo que ningún ciudadano mexicano hubiera aceptado remover los restos del general Cárdenas y otros políticos revolucionarios de los espacios asignados en los soportes terrestres de la bóveda a cambio de una instalación técnica como lo es un elevador.

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