Desde hace décadas se ha ido conociendo la complejidad de los mecanismos que generan la mezcla de contaminantes acumulados en las grandes ciudades y que incluye contaminantes primarios de vehículos e industrias; en general, productos de la combustión incompleta y de manera adicional polvos de diverso origen, en el Valle de México tradicionalmente las tolvaneras y contaminantes secundarios generados en la atmósfera por acción de los rayos ultravioleta como el ozono.
Por añadidura, las condiciones geográficas contribuyen a la acumulación de tóxicos como son las ciudades en alturas moderadas o altas, con más exposición a la luz ultravioleta, o bien lugares rodeados de montañas que dificultan la dispersión de los contaminantes, sobre todo en épocas soleadas, secas y sin vientos. Además, en la altura el incremento en la ventilación minuto de los habitantes deriva en una mayor exposición.
De manera similar se han ido conociendo poco a poco los diversos daños a la salud que generan (Tabla 1), y que van desde modificaciones moleculares tempranas reversibles que experimentan una alta proporción de los expuestos pero de cuestionable trascendencia, hasta la muerte en un número limitado de los expuestos, asociada ya sea a episodios con niveles altos de contaminantes como p. ej. la famosa niebla de Londres de 1952. (1) En este año, la ciudad de Londres vivió el episodio de contaminación ambiental más conocido de la historia en términos de impacto a la salud pública y las regulaciones gubernamentales. De manera menos dramática, las oscilaciones rutinarias en los contaminantes en las ciudades se ven acompañadas de cambios en el número de defunciones, demostradas con amplitud y que afectan sobre todo a los pacientes con enfermedades crónicas y en un estado precario de salud; aunque, esto pudiera presentarse también en poblaciones libres de enfermedades crónicas. Entre los extremos en el impacto descritos están los incrementos de síntomas, de exacerbaciones de enfermedades respiratorias y cardiovasculares crónicas, de hospitalizaciones y mayor uso en general, de los servicios de salud y medicamentos.
Los efectos adversos de los contaminantes atmosféricos se suman a los de otras exposiciones comunes presentes en la población, como el tabaquismo activo o pasivo, la exposición a contaminantes intradomiciliarios y a agentes ocupacionales; siendo con mucho, la exposición directa al tabaco la que más dosis y efectos adversos ocasiona.
El conocimiento de los efectos a la salud por contaminantes atmosféricos, ha permitido establecer la importancia de desarrollar programas para la reducción de los mismos, así como sistemas de vigilancia y normas de niveles permisibles de contaminantes basados en efectos a la salud. Estos programas han sido exitosos en muchas ciudades, lo cual se ve reflejado en el nivel de contaminantes con respecto a 20 años previos en las grandes ciudades incluyendo a la Ciudad de México.
Más interesante ha sido la descripción de mejoras a la salud que los descensos de contaminantes ya sea por programas de las ciudades, o por experimentos que se han generado en diversas regiones (Tabla 2).
Tabla 2: Algunos estudios e intervenciones en contaminación que documentan resultados benéficos a la salud.

En resumen, la reducción de los contaminantes atmosféricos impacta positivamente en la salud de la población, mejorando su calidad de vida, sobrevida y control de enfermedades crónicas, por lo que las organizaciones médicas, científicas y gubernamentales deben respaldar medidas estrictas para su vigilancia. Los estándares de contaminantes deben irse reduciendo paso a paso ya que para varios de ellos, como el material particulado, no se ha demostrado que exista un umbral arriba del cual inicie el daño a la salud. Asimismo, recordar que el impacto en la salud es consecuencia de la sumatoria de todas las exposiciones adversas y que se debe tener una visión incluyente que permita mejorar el aire que se respira en todos los ambientes.