Y un fenómeno que se observa cada vez más, tanto en la vida diaria como sobre todo en los viajes, es que los individuos, en particular los turistas, no van a un viaje para disfrutar el viaje, van a grabar el viaje; aprovechando que los teléfonos actuales no sólo sirven para comunicarnos sino para tomar fotografías, videos o filmar, no se solazan con el espectáculo de la naturaleza, fotografían lo que está ocurriendo, de modo que se pierden de la oportunidad única de adentrarse en el lugar y el momento, de captar no sólo con los ojos sino con los oídos, con el tacto y con el olfato, los colores, aromas, perfumes, esencias, temperaturas, etc., que ofrece un viaje.
¿De qué nos estamos perdiendo? Del desarrollo de la capacidad de ver, de compenetrarnos de lo que nos rodea, ya sea una flor, una ola, un platillo o los ojos de la persona amada; porque en ellos hay mucho más que una imagen, hay más que lo que puede atrapar la cámara fotográfica más perfecta. Y esto es particularmente importante para nosotros los médicos, que podemos perder la capacidad de observar a nuestros pacientes, analizar su rostro, su mirada, sus gestos, su actitud, la entonación de sus palabras, la descripción de su enfermedad, sus miedos, etc., que nos permitirán hacer un diagnóstico más preciso; de otra forma, la consulta médica será como una foto instantánea en la que se pierde una gran cantidad de información.
¿Está usted hablando de la Clínica, la “vieja Clínica”? Sí, en efecto, los buenos médicos, hoy como antes, aprenden a ver, a escrutar cada detalle del paciente que está frente a ellos, y su relación no sólo es más humana, sino más útil para lograr el diagnóstico correcto.
Es el momento de aprender a ver, y a percibir en toda su dimensión el mundo que nos rodea.