Introducción
En 2019, Nayib Bukele se alza con la victoria presidencial en El Salvador, poniendo fin al bipartidismo de 30 años entre Alianza Republicana Nacionalista (ARENA) y el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN). Una de las principales características a destacar en dichas elecciones presidenciales fue el uso de las plataformas sociodigitales como principal herramienta de comunicación política (Grassetti, 2020).
La victoria del mandatario, así como su gestión, está enmarcada en un contexto de desapego y crisis del modelo democrático en Latinoamérica1, en el cual se ven inmersas las nuevas tecnologías que transforman la comunicación política (D’Adamo et al., 2015). En estos nuevos escenarios, ha resurgido el fenómeno del populismo (De la Torre, 2020; Moffitt, 2022; Rosanvallon, 2020; Urbinati, 2023), el cual es importante analizarlo desde las lógicas de interacción digital.
Uno de los líderes que ha cambiado la dinámica de comunicación y gestión de gobernar desde las plataformas sociodigitales es, precisamente, el presidente de El Salvador, Nayib Bukele (Roque, 2021). El mandatario ha buscado representar una imagen fresca y moderna, así como de mano dura, la cual lo ha llevado a manejar la crisis de violencia que padecía el país centroamericano. No obstante, Bukele ha estado envuelto en distintas polémicas durante su gobierno. Actualmente, se encuentra en un proceso de reelección. Derivado de lo anterior, consideramos importante analizar la gestión del presidente Bukele a partir de las siguientes preguntas de investigación: ¿Cuál es la naturaleza de su discurso en la plataforma X en el contexto de la reelección? ¿Cómo construye su liderazgo político por medio de las plataformas sociodigitales? ¿Representa un caso populista? Para este trabajo se eligió una investigación de carácter cualitativo ya que esta permite una mayor profundidad en la descripción de los fenómenos sociales (Sánchez, 2019). A su vez, se efectuó un análisis de discurso de las publicaciones realizadas por el mandatario en su cuenta de X (antes llamada Twitter) a partir del 16 de septiembre de 2022 (día en que anuncia su aspiración a reelegirse) hasta el 26 de junio de 2023 (día en que formaliza su candidatura). Se ha elegido la plataforma de X por su utilización para fines de comunicación política (González y Petersen, 2010), además de ser una de las principales plataformas que utiliza el presidente Bukele. Se estudió la cuenta del presidente salvadoreño (@nayibbukele), debido a la injerencia que esta tiene en asuntos la agenda política de El Salvador (Mila-Maldonado et al., 2022), así como por la posibilidad que esta brinda de construir categorías de análisis que permitan entender el discurso del gobernante.
El objetivo del presente trabajo es aportar a la literatura académica nuevos análisis que contribuyan a comprender temas novedosos como el populismo y su relación con el contexto digital; así como los escenarios de fatiga democrática y la aparición de nuevos liderazgos políticos. El artículo inicia con el marco teórico sobre comunicación política. Le sigue el análisis del contexto de la situación política reciente de El Salvador para comprender la llegada de Bukele. Posteriormente, profundizamos en la carrera política del mandatario hasta su ascenso como presidente y los principales conflictos que ha tenido durante su gestión. En seguida, se plantea el debate conceptual sobre el populismo, así como de la relevancia de X dentro de la política. En la última parte se muestran los resultados del análisis de discurso de las publicaciones, para cerrar con las respectivas conclusiones sobre el tipo de populismo que representa Nayib Bukele y el diagnóstico acerca de una posible ola populista en Centroamérica.
Comunicación política en la era digital
Los medios de comunicación se desarrollaron velozmente durante el siglo XX. En ese siglo aparecieron la televisión y la radio como dos de los más influyentes, mismos que fueron aprovechados como herramientas de difusión de mensajes a gran escala y bajo un formato nunca antes realizado. Esta transformación intervino en distintos ámbitos, entre ellos el campo político. Estos nuevos escenarios construyeron lo que se denominaría comunicación política, entendida desde la relación entre el espacio político y mediático (Canel, 2006; Olmedo-Neri, 2021).
Si la política es tomar decisiones, dirigir a grupos humanos para favorecer la organización y entendimiento de una colectividad; la comunicación, a través de transmisión de información y de intercambio de símbolos, signos y señales, es, por tanto, la principal herramienta para llevar a cabo lo primero (Canel, 2006). Lo anterior se amplificó con los medios de comunicación masiva como componentes para evaluar el nivel democrático de un país (Olmedo-Neri, 2021).
Los actores políticos que se consideraban dentro de la comunicación política eran bastante limitados. Se incluía únicamente a quienes tenían o buscaban el poder, de modo que se dejaba afuera a las ONG, sectores empresariales, o a los mismos ciudadanos (Canel, 2006). Conforme avanzaron las nuevas dinámicas de interacción entre los medios de comunicación, estos últimos dejaron de ser vistos como vías meramente de transmisión de información. El concepto de comunicación política se amplió hasta integrar nuevos actores, como también nuevos roles de participación, hasta entonces reducidos a un carácter pasivo, por tanto, la ciudadanía se involucró más en el proceso de comunicación (Muñoz, 2018).
Estos cambios estuvieron enmarcados en tres etapas (Blumler y Kavanagh, 1999, en Muñoz, 2018): la primera vino después de la Segunda Guerra Mundial, en donde los partidos políticos eran los que predominaban en la comunicación política. Con la rápida incorporación de la televisión como un medio para penetrar e influir en amplios sectores del electorado se consolida la segunda etapa de la comunicación política.
Las organizaciones políticas, al notar la influencia de la televisión en la ciudadanía, se adaptaron a las lógicas de funcionamiento de esta, adoptando nuevas tácticas y lenguajes que tuvieran más repercusión en el electorado, tales como la personalización de la figura de un líder. La tercera etapa se concreta con la irrupción del Internet y, posteriormente, con el auge de las plataformas sociodigitales como herramientas para las campañas electorales. En un principio, los nuevos contenidos en el espacio digital eran bastante básicos. Predominaba el texto sobre la imagen, y el usuario estaba limitado a leer la información que el dueño del portal colocara ahí. Esto sería denominado como la Web 1.0. Con la incorporación de nuevos espacios de interacción, la introducción de herramientas audiovisuales y plataformas sociodigitales, se consolida la Web 2.0 (Latorre, 2018).
Contemplado lo anterior, retomamos la definición de comunicación política planteada por Canel que la entiende como la “actividad de determinadas personas e instituciones (políticos, comunicadores, periodistas y ciudadanos), en la que, como resultado de la interacción, se produce un intercambio de mensajes con los que se articula la toma de decisiones política así como la aplicación de éstas en la comunidad” (Canel, 2006, p. 27).
Aun cuando el uso de las plataformas sociodigitales beneficia en gran medida el éxito de una campaña electoral, no se limita solo a este periodo, sino que se extiende a un uso en el poder o desde la oposición (López-Rabadán et al., 2016, en Muñoz, 2018). Uno de los ejemplos más relevantes de cómo utilizar las plataformas sociodigitales para las interacciones políticas en campaña electoral, es el de Barack Obama en Estados Unidos, calificado como uno de los casos pioneros en combinar estrategias en línea y en el espacio físico. Obama supo integrar a la ciudadanía, particularmente a los jóvenes, como difusora de mensajes y como recolectora de fondos. Por otro lado, esa campaña no solo modificó la manera de construir a un candidato, sino que también se convirtió en una estrategia para mantener una imagen positiva ya en el poder. Así, pasamos de una construcción desde lo ideológico, hasta una donde lo prioritario es el factor emocional, con la finalidad de construir vínculos más fuertes y directos con la ciudadanía (Olmedo-Neri, 2021).
La participación ciudadana, como dijimos anteriormente, ya no se limita al rol de espectador ni únicamente al voto electoral, sino que se expande a una mayor injerencia en la opinión pública, en la que se discuten los distintos programas políticos e ideológicos. Plataformas como Facebook o X han servido para comentar, compartir, denunciar y participar en sus respectivos contenidos. Esto ha provocado que tanto los medios de comunicación predominantes, como actores políticos, se trasladen hacia los espacios digitales con la finalidad de que su mensaje logre mayor alcance y fuerza (Olmedo-Neri, 2021).
Aunque Internet ha traído beneficios, también ha supuesto una mayor polarización. Las personas que piensan igual suelen agruparse conforme a sus propios intereses, generando una especie de burbuja en donde no existe otra información que no sea la que ya creen de antemano, lo cual provoca conflictos cuando llegan a enfrentarse a otras posturas políticas o ideológicas. Aunado a lo anterior, en las plataformas sociodigitales suele existir bastante desinformación, que puede tanto beneficiar como perjudicar a los partidos, actores políticos o gobiernos en turno (Olmedo, 2021).
El contexto salvadoreño
A finales de los años setenta se produce un golpe de Estado por parte de militares salvadoreños, esto debido a la inestablidiad política acontecida en El Salvador. Este hecho marcó el inicio de la guerra civil que sacudió al país centroamericano hasta 1992, año en el que se firman los acuerdos de paz, dando pie a la transición democrática con las elecciones de 1994 (Turcios, 1997 citado por Díaz González et al., 2021).
Los acuerdos, conocidos como acuerdos de Chapultepec, buscaban refundar el Estado salvadoreño, de manera que este pudiera por fin consagrarse dentro de marcos democráticos formales. Los dos protagonistas en este nuevo contexto de posguerra fueron los partidos más grandes del país, ARENA y el FMLN, este último, antigua guerrilla, ya como partido consumado. El primero de centroderecha, mientras que el segundo de tendencia izquierdista. Prácticamente, desde el inicio del periodo de Posguerra hasta 2019, han sido esos dos partidos los que han alternado el poder (Díaz González et al., 2021; Roque, 2021).
La firma de los Acuerdos de Paz recibió aceptación internacionalmente. No solo lograron acabar con enfrentamientos armados, sino que, además, trajeron consigo un amplio abanico de mejoras que concretaron el ingreso de El Salvador al modelo democrático: elecciones competitivas, libertad de expresión, mayor independencia del poder legislativo, entre otras. Es importante destacar que dichos acuerdos, por la propia transformación del aparato electoral y de seguridad pública, representan el accionar democrático más relevante en la historia reciente de El Salvador (Roque, 2021; Tobar, 2020).
Sin embargo, quedaron asignaturas pendientes, víctimas del recién ingreso a la constitucionalidad. Desde los años en los que inicia el periodo de Posguerra hasta la llegada de Bukele al poder, El Salvador tuvo avances bastante limitados en la reducción de la pobreza y en la gestión económica; como tampoco se erradicó la cultura autoritaria heredada de regímenes anteriores, reflejada en las medidas desleales y de luchas internas entre ARENA y el FLMN. Por su parte, el poder judicial se vio inoperante ante los desafíos de ofrecer un escenario de legalidad efectivo. Pero quizá el problema más grande que enfrentó el país, agravado por la gestión económica y de medidas de seguridad, fue el de las “maras”, pandillas que sometieron al Estado salvadoreño y a la población en general a un clima de violencia hostil (Perelló y Navia, 2022; Roque, 2021).
El agravamiento de este clima adverso se agudizó en 2012, señala Roque (2021), luego de que el presidente Mauricio Funes propuso dialogar con las pandillas, hecho que:
[...] no sólo terminó normalizando las extorsiones, legitimando a cabecillas criminales como líderes políticos, sino que inmediatamente después, cuando hubo de retractarse de este descabellado plan, propició la militarización de la seguridad pública y permitió el retorno de prácticas de violencia institucional como las ejecuciones extrajudiciales y las desapariciones forzosas, que se creía estaban superadas desde el final del conflicto armado (Roque, 2021, p. 240).
En un escenario de violencia, de insatisfacción económica y de corrupción (con expresidentes de ARENA encarcelados y el autoexilio de uno de los presidentes por parte del FMLN), los Acuerdos de Paz, si bien representaron un avance democrático, no trajeron consigo soluciones ante los principales problemas que surgieron una vez terminada la guerra civil. Es en este ambiente de malestar social donde aparece Nayib Bukele (Brown y Casullo, 2023).
Bukele: ascenso y llegada
Antes de su ingreso por completo a la política, Nayib Bukele era dueño de la distribuidora Yamaha en El Salvador y director de la empresa publicitaria Orbermet, perteneciente a su padre Armando Bukele Kattán. En dicha empresa se dedicó, por alrededor de 12 años, a realizar la publicidad política del FMLN (Grassetti, 2020).
La imagen de outsider que el mandatario mantuvo en las elecciones presidenciales no se sostiene si revisamos su carrera política. Si bien de corta trayectoria, su primer gran triunfo político fue la alcaldía de Nuevo Cuscatlán en 2012, representando al FMLN, es decir, perteneciente a un partido que, como hemos subrayado, formaba parte del bipartidismo instalado en El Salvador (Roque, 2021).
Su gestión como alcalde destacó por las obras sociales que implementó, precedidas de su buena relación con empresarios. En este periodo se presenta como un político vinculado a la izquierda, lo que, años después en la contienda presidencial, cambió (Perelló y Navia, 2022; Roque, 2021).
El siguiente gran salto político fue la victoria de la alcaldía de San Salvador, bastión importante para aspirar a la silla presidencial y, una vez más, representando al FMLN. Nuevamente, su mandato sobresalió por la revitalización de espacios públicos, así como por una innovadora gestión por plataformas sociodigitales. Sin embargo, Bukele enfrentó varios obstáculos dentro de su partido. En 2017, luego de culparlo de dividir al partido, así como de agredir a una concejala de la alcaldía de San Salvador, el FMLN lo expulsó. Bukele aprovechó este acontecimiento para armar una campaña a su favor, en la que se presentó como víctima del sistema bipartidista, mismo que perdía fuerza. Frente a la inviabilidad de inscribir su nuevo partido (Nuevas Ideas) por cuestiones de tiempo de inscripción, Bukele formó parte de la estructura del partido del ala derechista, Gran Alianza por la Unidad Nacional (GANA), y logró alzarse con la victoria presidencial poniendo fin al bipartidismo entre ARENA y el FMLN (Grassetti, 2020; Perelló y Navia, 2022; Roque, 2021).
En el poder
El Salvador había transitado hacia la democracia con una gestión económica débil, con ligeros avances de combate a la desigualdad que no implicaron una mejora considerable (Tejerina y Muñoz, 2015). Igualmente, el apoyo a la democracia desde la Firma de los Acuerdos de Paz fue en picada, siendo en el 2018 el país latinoamericano con menor apoyo hacia esta.
En la Figura 1 se muestra el contexto en el que se encontraba El Salvador antes de la llegada de Bukele.
Como podemos ver, la victoria de Bukele se sitúa en un contexto de inconformidad con el sistema político en El Salvador. El trabajo de Perelló y Navia (2022) es esclarecedor, en tanto concluye que, precisamente, fueron los salvadoreños que se encontraban más insatisfechos con la democracia quienes apoyaron al mandatario.
La imagen de Bukele como presidente electo, entonces, se resumía en una postura anti-establishment, que había acabado con el bipartidismo y que se distanciaba de cualquier ideología política; así como de perfil joven (contaba con 37 años cuando accedió al poder) que aprovechó para proyectar una imagen fresca, esto con la intención de buscar a la juventud salvadoreña que había nacido en el régimen de la posguerra, alejada del contexto de la guerra civil. Como hemos señalado, utilizó con gran acierto las plataformas sociodigitales y que, ya en funciones, las implementó como una manera de gestionar el gobierno: desde la plataforma de X dictaba órdenes a distintos funcionarios (Grassetti, 2020).
El inicio de su gobierno comenzó con enfrentamientos a casos de corrupción de gobiernos anteriores, con destituciones de dirigentes del FMLN al frente de cargos públicos. Por su parte, se puntualizó en políticas sociales, principalmente en medidas de seguridad (Roque, 2021). Sin embargo, un hecho que marcó la primera etapa del gobierno de Bukele fue su irrupción a la asamblea legislativa en febrero de 2020. El presidente ingresó acompañado de militares y policías con la intención de presionar a las distintas bancadas para que aprobaran fondos para su plan de seguridad o, de no hacerlo, destituir a la mayoría opositora del congreso, alentando una posible insurrección por parte de la ciudadanía. El presidente se retiró del lugar después de realizar una oración y, una vez fuera frente a múltiples simpatizantes, dijo que:
Si estos sinvergüenzas no aprueban esta semana el plan control territorial, nos volvemos a convocar aquí el domingo, le volvemos a pedir sabiduría a Dios y le decimos: Dios, tú me pediste paciencia pero, estos sinvergüenzas no quieren trabajar para el pueblo (Euronews (en español), 2020, 41s).
Este hecho evidenció rasgos autoritarios, además de representar un alto riesgo para el Estado de Derecho salvadoreño, así como la independencia de los órganos del Estado, lo cual significó un grave retroceso democrático en el país centroamericano (Martínez, 2020; Nilsson, 2022).
Otra de las críticas realizadas durante su mandato, fue el manejo de la pandemia del COVID-19. El presidente ordenó el cierre de fronteras y estableció una dura cuarentena que, señala Roque (2021, p. 249), “no fueron acompañadas de una estrategia sanitaria consistente que permitiera localizar y contener los contagios. Fueron más bien un despliegue del poder represivo del aparato policial y militar, para imponer el poder “soberano” del presidente sobre los gobernados”.
El presidente ordenó la detención de personas que no cumplieran con las medidas de confinamiento. Según Human Rights Watch (2021, citado por Mila-Maldonado et al., 2022), se detuvieron a más de 16 000 personas, y se reportaron más de 1600 denuncias de violaciones de derechos humanos (Mila-Maldonado et al., 2022; Nilsson, 2022).
A pesar de este escenario, algo destacable en la gestión de Bukele es la reducción de los homicidios (Bukele solicitó al Congreso en 2022 decretar un régimen de excepción, que terminó por oficializarse), un enorme pendiente desde la Firma de los Acuerdos de Paz. Según el informe de 2022 del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD, 2022), El Salvador cerró 2022 con una tasa oficial de 7.8 homicidios por cada 100,000 habitantes, siendo el registro más bajo desde 1994.
Brown y Casullo (2023) señalan que después de los Acuerdos de Paz, en el país salvadoreño quedó sembrada la mirada hacia el futuro y de desapego con la política tradicional. Esto se consumó con la ruptura planteada por Bukele y con el megaproyecto de su gobierno “Bitcoin City”, anunciado en 2021 en la que se refleja gran parte de la visión del presidente, así como su estilo discursivo. De este modo, el mandatario:
[…] apareció en el escenario como si descendiera de una nave espacial, al ritmo de la canción “You shook me all night long” de la banda de rock AC/DC. Hablando un inglés fluido y vestido completamente de blanco, excepto por sus zapatos, anunció la construcción de una ciudad con una enorme plaza central que, vista desde el aire, parecería el símbolo del bitcoin. Se anunció que Bitcoin City tendría su propio aeropuerto, áreas residenciales, bares, restaurantes y un tren, entre otras “amenidades” […] Bitcoin City tendría todo lo que actualmente no está disponible para la mayor parte de la población de El Salvador […] Cuatro meses antes, la Asamblea Legislativa de El Salvador había aprobado sin deliberación el uso del bitcoin como moneda de curso legal, con lo que se convirtió en el primer país del mundo en hacerlo. Aunque el presidente Bukele declaró que la decisión crearía empleos, inclusión financiera, e impulsaría a la humanidad en la dirección correcta, la implementación de la nueva legislación generó las primeras grandes protestas contra el gobierno. Bukele acusó a “la oposición” y a “la comunidad internacional” de promover las protestas (Brown y Casullo, 2023, pp. 102-103).
Respaldado por un 81% de la ciudadanía hasta abril de 2022; con una mayoría en la Cámara, entre cuestionamientos de medios internacionales y opositores; y con fuertes críticas de aprovecharse de vacíos en la constitución salvadoreña, Bukele anunció el 16 de septiembre de 2022, día que se conmemora la independencia de El Salvador, que buscaría la reelección en 2024 (García, 2021; Gobierno de El Salvador, 2022; Maldonado, 2023; Nilsson, 2022).
El regreso del populismo
El debate actual sobre el populismo tiene en sus múltiples aristas, un consenso sobre la falta de una definición precisa y su factibilidad como uso analítico. Debido a su connotación peyorativa, nadie se proclama como populista (Mudde y Rovira Kaltwasser, 2019). Sin embargo, es innegable la aparición constante del populismo entre los distintos medios de comunicación, la política y dentro de la propia academia, por lo que no se puede dejar de lado su discusión y la búsqueda por comprenderlo (Urbinati, 2023).
El inicio del populismo, situado con los casos rusos y estadounidenses a principios del siglo XX, se desarrolla con mayor amplitud, al menos con las características que persistieron a lo largo del tiempo, en Latinoamérica, con los gobiernos de Perón en Argentina, Cárdenas en México y Vargas en Brasil. En aquella época, en el transcurso de la década de los años treinta y cuarenta, el populismo emerge en una era de modernización socioeconómica, en la que amplió derechos para los sectores populares (De la Torre, 2020; Urbinati, 2023).
Sin embargo, estos populismos tuvieron derivas autoritarias. Así, Perón se presentó como la auténtica democracia y servidor del pueblo, mientras reducía la capacidad de acción de los distintos poderes y sometía a opositores (Rosanvallon, 2020).
En los primeros trabajos sobre el populismo se encuentra la obra de Gino Germani, quien identifica en el fenómeno una etapa de transición de una sociedad tradicional, agraria, hacia una sociedad urbana, industrial, con ampliación democrática, es decir, una sociedad moderna. El autor concluyó que debido al choque de comportamientos y estructuras entre las masas rurales recién incorporadas a la ciudad, dichos sectores apoyaban de manera irracional a los caudillos autoritarios. Cabe destacar que el escenario latinoamericano de principios de los años treinta y los años siguientes, se encontraba en un marco democrático lejos de estar consumado. Había instituciones débiles, cuando no ambientes políticos hostiles, lo que permitió el surgimiento de liderazgos que aprovecharon ese vacío de poder y control para representar a los sectores populares que no habían encontrado soluciones a sus demandas (Aguerre, 2017; De la Torre, 2020; Salmorán, 2021).
El calificativo de populistas a los líderes como Perón, Vargas o Cárdenas, que llegó hasta los años sesenta, se produjo debido a que no se adecuaban a ninguna de las categorías analíticas de la época, sorprendiendo con un discurso y estilo de campaña que no había sucedido previamente (Rosanvallon, 2020).
Después de los análisis de los sesenta con Germani a la cabeza, y de los setenta con las discusiones del primer Laclau y su obra Política e ideología en la teoría marxista (1977), llegamos al trabajo de Canovan (1981), en donde la autora, pionera también en los análisis del populismo, distingue la relación entre el concepto de pueblo con los regímenes políticos como base para entender al populismo (Urbinati, 2023).
En los años ochenta y noventa, en un periodo de integración de las llamadas medidas neoliberales, aparecen los que serían catalogados como “neopopulismos”, con Alberto Fujimori en Perú, Collor de Mello en Brasil y Menem en Argentina. En este contexto, los trabajos de los años sesenta perdieron fuerza. El fenómeno ya no es analizado desde la centralidad socioeconómica por encima de lo político, ni desde las teorías de modernización, de desarrollo o independencia (Salmorán, 2021).
A partir de este periodo, el populismo podrá ser de derecha o izquierda, y será entendido como una especie de legitimación política (Salmorán, 2021). De ahí que Weyland (2001 definiera al populismo como una estrategia política en la que “el líder personalista busca o ejerce el poder gubernamental con el apoyo masivo, directo y no institucional de una masa de seguidores, de modo que el líder populista tiene que promover una conexión cercana y carismática con sus seguidores” (Weyland (2001, pp. 12-14, citado por González de Requena, 2021)
Con la llegada al poder de Hugo Chávez, Evo Morales, Rafael Correa y de los Kirchner en Argentina, se instala una nueva ola de populismo latinoamericano, esta vez con el neoliberalismo (como consecuencia de los gobiernos de los años noventa) y al imperialismo estadounidense, como principales enemigos. El Estado buscó recuperar protagonismo en la ejecución de medidas para reducir la pobreza y desigualdad (Aguerre, 2017; De la Torre, 2020).
Los principales representantes de esta nueva oleada, Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa, recibieron críticas durante su gestión por el enfrentamiento hacia otros poderes, así como por la intención de permanecer en el poder (Aguerre, 2017; Urbinati, 2023).
La obra de Laclau, La razón populista (2005), fue el trabajo de cabecera en este nuevo entorno populista. El autor argentino observó al populismo desde una lógica política -y no como ideología o política económica-, así como una articulación discursiva frente a un poder antagónico, que genera identidades populares, a través cadenas de equivalencia, es decir, demandas que no encuentran solución por el canal institucional y que se vinculan con la figura de un líder que las encarna (un significante vacío que engloba las diversas propuestas y aspiraciones) (De la Torre, 2020; González de Requena, 2021).
Surge la visión antagónica entre dos polos y la apelación a los sectores marginales, a los de abajo contra las élites y el statu quo (González de Requena, 2021).
El debate central se concentra en entender al populismo como un fenómeno de ampliación democrática o como un problema para las democracias. En este sentido, la postura de Laclau recibió críticas sobre una posible justificación de gestiones autoritarias y populistas. Así, señala De la Torre (2020, p. 72):
Si lo político se concibe como la lucha entre amigo y enemigo, es difícil imaginarse rivales con espacios institucionales o normativos legítimos. Los populistas desde Perón a Chávez manufacturaron enemigos en el sentido existencial que los caracterizó Schmitt, enemigos que tenían que ser contenidos.
Otro de los trabajos recientes de mayor relevancia es el de Cass Mudde, quien entiende al populismo como una ideología delgada que va junto a otras ideologías fuertes. Esta visión entiende la política como una disputa moral entre el pueblo y las élites por la soberanía popular (De la Torre, 2020).
Englobamos los trabajos contemporáneos sobre populismo en la Figura 2.
Dentro del populismo, la comunicación es una herramienta fundamental. Distintos populistas, como Chávez con su programa Aló presidente, han buscado tener un propio medio de comunicación. Desde ahí, tratan de denostar a sus adversarios, como también instalar agenda política. Los populistas mantienen una relación paradójica con los medios de comunicación: si estos son contrarios a sus intereses, o asumen una postura crítica, son vistos como parte de una élite que trata de engañar al pueblo o derribar al gobernante populista. Por el contrario, aquellos medios que asumen una actitud servil, son catalogados como aliados (Muñoz, 2018).
La irrupción de las plataformas sociodigitales ha tenido un peso importante en las estrategias comunicativas de los populistas. Al respecto, señala Muñoz (2018, p. 63): “La simplificación, la personalización, la emocionalización o la escandalización son algunas de las técnicas propias de la mediatización adoptadas por la política para captar la atención de la ciudadanía”. En estos espacios, los políticos populistas esquivan a los medios convencionales, y, bajo el argumento de la democratización de internet, conducen sus mensajes directamente a sus seguidores sin necesidad de intermediarios. De esta manera, para el populismo de izquierda o derecha, es más sencillo lanzar sus proclamas que posiblemente en los medios tradicionales les sería difícil al tener que pasar por distintos filtros. Así mismo, desde el espacio digital pueden llamar la atención de los medios tradicionales (Muñoz, 2018).
Es importante mencionar que los cambios que internet ha traído consigo no son los culpables de la aparición de fenómenos populistas; sin embargo, la mediatización de estos nuevos espacios ha maximizado su fuerza y alcance (Muñoz, 2018).
Para este trabajo el populismo será analizado como un fenómeno político que no se concentra en una ideología o política. Si bien partimos del análisis del discurso para interpretar cómo se construye la narrativa populista, nos interesa subrayar que no solo nos detendremos en este rubro, sino que, por su parte, examinaremos qué hacen los líderes populistas. Cuando hablamos de populismo entendemos que se desarrolla en y se opone a las democracias liberales y, a su vez, busca modificarlas (sin socavarlas por completo, puesto que si esto sucede hablaríamos de otro tipo de régimen) una vez llegado al poder (Casullo, 2019; De la Torre, 2020; Mudde y Rovira Kaltwasser, 2019; Urbinati, 2023).
Con la finalidad de hacerlo operativo, estableceremos las características dentro del populismo. Podemos reconocer el discurso antiestablishment, que bien puede ser hacia distintos grupos y que no necesariamente se basa en cuestiones socioeconómicas. El líder (auto presentado como un outsider) identifica, según el contexto en el que se encuentre, a los que se consideran los enemigos del pueblo. Por consiguiente, la mayoría del líder no es otra más: es la auténtica, y se justifica, más allá de la cantidad, por una superioridad moral (Urbinati, 2023).
En este espacio dicotómico de la sociedad se encuentran, por un lado, todos aquellos que el líder populista considere pertenecientes al pueblo y, por el otro, los grupos que sean críticos a su gobierno. Como mencionamos anteriormente, el populismo mantiene una relación difusa entre izquierda y derecha, por lo que puede modificar su postura (Aguerre, 2017).
Los populistas ven las elecciones como recurso para celebrar su legitimidad y su mayoría. Hay que tomar en cuenta que los populistas son, valga la redundancia, bastante populares durante su mandato, a pesar de que existan grupos críticos a su gestión. Por lo tanto, no es de sorprender que, al contar con un amplio respaldo, logren legitimarse democráticamente.
Los líderes populistas modifican o intentan modificar las leyes e instituciones democráticas para su beneficio. Incluso pueden buscar permanecer más tiempo en el poder, así como reducir la capacidad de acción de los contrapesos a los que se enfrentan (De la Torre, 2020).
El populismo tiene como base la presencia de un líder carismático con gran capacidad de influencia. Esto se vincula con los fuertes sistemas presidenciales que hay en América Latina, en donde se le otorga un peso considerable a la figura presidencial. Derivado de esto, se puede comprender la constante aparición del fenómeno en la región (Díaz González et al., 2022).
Los populistas aparecen en momentos de crisis. Ante demandas insatisfechas, el líder populista busca representar, como señaló Laclau, a los sectores que no han encontrado solución ni respuestas a sus problemas.
X, la política en digital
X es la plataforma por excelencia cuando se habla de un territorio político digital (Freire, 2019). Luego de que su uso se popularizó gracias a la campaña de Barack Obama en 2008 (González y Petersen, 2010), en la actualidad es utilizada por distintos actores políticos, entre ellos el expresidente estadounidense Donald Trump y, como hemos apuntado, el propio Nayib Bukele.
La relevancia de X como análisis se centra en la posibilidad que esta tiene de personalizar y difundir breves mensajes a grandes escalas. Gracias a su capacidad de bidireccionalidad y retroalimentación, estos mensajes pueden generar gran repercusión en el entorno digital (Freire, 2019; Mila-Maldonado et al., 2022). Sin embargo, por la propia lógica de funcionamiento de X, frecuentemente se da lugar a todo tipo de comentarios y respuestas que pueden llegar a ser ofensivos y que se alejan sustancialmente de cualquier oportunidad de diálogo (D’Adamo et al., 2015).
El presidente Bukele ha agudizado la confrontación con los medios de comunicación, pero, como veremos más adelante, suele sortear los posibles cuestionamientos directos de distintos medios de comunicación, al elegir sólo a aquellos que están a favor de su gobierno (Grassetti, 2020).
Metodología
En el presente trabajo se toma como objeto de estudio la plataforma sociodigital X. Se analiza el perfil del presidente salvadoreño, Nayib Bukele (@nayibbukele). Esta plataforma es la que más utiliza el mandatario para expresar opiniones y establecer agenda política.
Para este trabajo se eligió una investigación de carácter cualitativo ya que esta permite una mayor “profundidad a los datos, dispersión, riqueza interpretativa, contextualización del ambiente o entorno, detalles y experiencias únicas” (Hernández Sampieri et al., 2010, p.17).
El análisis de discurso será a partir de la propuesta de Casullo (2019, p. 50), la cual analiza al populismo “como un tipo de discurso performativo (es decir, que tiene efectos sobre la realidad)” de donde se deriva el mito populista. Los mitos políticos son narrativas que describen el origen de un pueblo (cómo se formó, en qué contexto y quienes lo construyeron). El mito puede tener múltiples contenidos, según la situación, necesidades e intenciones que le de el hablante. Las narrativas son una herramienta fundamental dentro del populismo, mismas que sirven como proceso de identificación entre el líder y sus seguidores (Casullo, 2019).
La construcción del mito populista se presenta en las siguientes interrogantes: ¿Quién es el héroe y quién es el traidor (el otro)? ¿Cómo se presentan ambos? ¿Cómo se articula la figura de outsider por parte del líder? ¿Cómo se describe al movimiento que encarna el líder, es decir, como narra los hechos, visiones y figuras del pasado, presente y futuro? (Casullo, 2019).
Se han analizado los 189 tuits que el mandatario salvadoreño ha publicado en el periodo que abarca del 16 de septiembre de 2022 (fecha en la que declara que buscaría la reelección) hasta el 26 de junio de 2023 (día del registro oficial como candidato). Con ello buscamos responder las preguntas que derivan del mito populista. Por otro lado, la etapa permite observar cómo se configuró su discurso durante una coyuntura polémica.
La población en El Salvador en 2023 es de 6.35 millones, de los cuales 4.55 millones tienen acceso a internet, lo que representa al 70.8% de la población. Aproximadamente el 75% de la población vive en centros urbanos, mientras que el 25% restante está ubicado en áreas rurales. Si bien la plataforma más empleada por el presidente Bukele es X, esto no sucede entre los salvadoreños, quienes tienen como plataforma principal a Facebook con alrededor de 3.6 millones de usuarios, mientras que X cuenta tan solo con 708.7 mil usuarios (DataReportal, 2023).
Analizar el discurso permite comprender de mejor manera la realidad. Si bien el mito populista se concentra en aspectos narrativos, también deja cimentada la posibilidad de una acción futura. No se limita a aspectos retóricos únicamente, tal y como hemos reiterado, este análisis va de la mano con la postura de entender qué acciones realizan los populistas (Casullo, 2019).
Resultados
En la Figura 3 se muestran los principales conceptos presentes en los tuits realizados por Bukele.
La mayoría de los tuits (36%) por parte de Bukele son para informar resultados y/o medidas en su gobierno (Figura 3), así como de exponer una imagen de mano dura hacia el combate contra las pandillas, en la que se apoya de recursos audiovisuales para hacerlo más explícito (Figura 4).
En esta fabricación del “héroe”, el presidente Bukele se presenta como un gobernante capaz de tomar medidas estrictas, y que se encuentra al tanto de cada una de ellas. Busca reforzar esta idea al compartir videos de personas que aprueban su gestión. En un tuit realizado el 06 de octubre de 2022, Bukele compartió un video de un hombre que aplaudía su capacidad de movilizar a militares para atender un homicidio.
En la construcción de liderazgo no solo interviene la imagen del presidente presente en las adversidades o problemas del país (Figura 5), sino también el perfil de hombre de familia (Figura 6). Aparece una teatralización de su vida privada, aunada a su intención de mostrar una gestión transparente y eficaz (Grassetti, 2020).
Otro tema recurrente entre los tuits de Bukele es la crítica hacia los sectores que considera contrarios a su gobierno (Figura 7 y 8). En este sentido, la categorización del otro es fundamental en el mito populista. El líder encarna las aspiraciones y deseos del verdadero pueblo (su mayoría es la auténtica), por tanto, todo aquel crítico no formará parte de ese pueblo. El problema dentro del populismo es que la polarización que desencadena termina por ser perjudicial dentro de los marcos democráticos, debido a que establece un clima de desconfianza hacia el futuro.
Si bien hay señalamientos hacia los medios de comunicación, los líderes populistas suelen relacionarse con aquellos que los respaldan. En el periodo analizado, el presidente Bukele sostuvo entrevistas con el periodista estadounidense Tucker Carlson, el cuál ha mostrado simpatías hacia su gobierno (Figura 9).
Bukele desdeña las gestiones pasadas en El Salvador, así como también descalifica los acuerdos de paz, los cuales considera falsos (Figura 10). Dentro del mito populista, es importante analizar la construcción de distanciamiento hacia la política tradicional que realiza el líder. En el caso de Bukele aparece una ruptura con el pasado y con los gobiernos anteriores (Figura 11), mismos que son vistos como parte de una historia que no es la historia . Su gobierno, al igual que su mayoría, no es uno más: es el auténtico (y quizá el único posible). La ruptura que presenta con el pasado, enmarcando su gobierno como histórico responde a las preguntas que planteamos antes: ¿Cómo se describe al movimiento que encarna el líder, es decir, como narra los hechos, visiones y figuras del pasado, presente y futuro? Su rechazo hacia el pasado histórico de El Salvador, así como el encuadre de su gobierno como el inicio del verdadero camino que debe seguir el país centroamericano con miras al futuro, convierte a Bukele en un caso de mito futurista (Brown y Casullo, 2023).
Entre los conceptos menos presentes de los tuits analizados se encuentra el de reelección. No obstante, el presidente ha compartido videos de personas que aprueban la ampliación de su mandato. De igual manera, se pronunció en contra de quienes criticaron al arzobispo de El Salvador, quien se manifestó a favor de la reelección (Figura 12). En este hecho, surge otra vez la mención del otro como enemigo, presente en el relato del mito populista. Con el aparato gubernamental a su favor, y con modificaciones cuestionadas por la oposición por ser un intento de tener mayor poder (Página 12, 2023), el mandatario es el claro favorito en las elecciones de 2024.
Conclusiones
El presidente Bukele entra en las carácterísticas del mito populista. No obstante, no nos hemos detenido únicamente en aquello que dice, sino en las medidas, como la reelección, que busca conseguir. A diferencia de otros líderes como Trump que ven en el pasado la solución, el mandatario salvadoreño siente un rechazo hacia los gobiernos y gestiones anteriores, descalificando, incluso, a los Acuerdos de Paz. Otros enemigos son los medios de comunicación, los partidos políticos y distintas organizaciones no gubernamentales. Bukele ha sabido aprovechar las plataformas sociodigitales para presentarse como un político jovial, borrando la línea entre su vida privada y pública, con el fin de generar una imagen cercana hacia su electorado. Lo interesante en esto es que, si bien hay un alto alcance de internet en la ciudadanía salvadoreña, todavía hay bastante población excluida. Es necesario matizar que el escenario digital no es culpable ni del fenómeno populista, como tampoco de una posible releección de Bukele. Sin embargo, reconocemos el importante papel que desempeña en la construcción de narrativas favorables a discursos populistas.
La pregunta es si Bukele terminará por destruir lo conseguido en el breve recorrido democrático que transitó El Salvador desde los Acuerdos de Paz2. Hasta el momento podemos ver que cada vez tiende a una deriva más autoritaria que populista (Nilsson, 2022). Lo que resulta también sumamente complejo es que, en el breve periodo de democratización en el país centroamericano, hubo cuentas pendientes que Bukele llegó a cumplir, de ahí que según Mitofsky (2023) hasta junio de 2023 era el presidente mejor evaluado del mundo con alrededor de 91%. Los gobiernos del periodo bipartidista se vieron superados por los desafíos que presentó la transición democrática, los cuales se agudizaron por el inoperante manejo de la violencia por parte de las pandillas. Con esto no justificamos las formas y medidas que ha tomado. Lo que queremos reconocer es que, si bien los gobernantes pueden tener gestiones eficaces, debemos concentrarnos en qué medidas adoptan, cómo las llevan a cabo, y, por último, qué país dejan una vez que se van, y si es que lograron sentar las bases para una continuación de medidas eficientes o, por el contrario, buscan perpetuarse en el poder, con el argumento de que cualquier camino próspero que siga el país es solo posible bajo la tutela de su mandato.
El debate sobre populismo sigue vigente y despierta polémicas. Aparecen nuevos gobiernos con características populistas, algunos de corte autoritaria, que son importante analizar y contextualizar para no caer en simples calificativos (sin que esto suponga una justificación de dicho tipo de gobiernos), sino, más bien, entender qué es lo que falla o qué no se está cumpliendo en nuestros sistemas políticos para que liderazgos así accedan al poder.
Los populistas latinoamericanos, desde Perón hasta Chávez, si bien ampliaron derechos a los sectores populares, sus gobiernos tuvieron características autoritarias. Atacaron a todo aquel crítico a su régimen, y sometieron la idea de pueblo conforme los ideales y conveniencias del líder. Si bien el populismo no socava la democracia si surge en un contexto de instituciones fuertes, en un escenario de instituciones debiles es muy probable que dinamite al aparato democrático (De la Torre, 2020).
Por consiguiente, lo preocupante de la gestión de Bukele es la búsqueda de una mayor permanencia en el poder, algo que, señala Urbinati (2023), sucede dentro de una lógica populista respaldada por mayorías o referéndums.
A pesar del reconocimiento regional de Bukele, para Brown y Casullo (2023, p. 110) no parece ser suficiente para consolidar un proyecto atractivo a nivel Latinoamérica o, incluso, en Centroamérica, ya que tal y como señalan: “La vocación de liderazgo debe ir acompañada de recursos suficientes para armar y sostener un proyecto regional”. Sin embargo, consideramos que esto no tendría que descartarse por completo, puesto que la elevada aprobación que Bukele tiene puede propiciar a que otros gobernantes se sientan justificados de adoptar las medidas o posturas del presidente salvadoreño.
Por último, el trabajo de Brown y Casullo (2023) nos advierte sobre una posible oleada de populismo en Centroamérica que está pasando inadvertida. Si bien, concluyen los autores, estos fenómenos populistas no son tan fuertes como los que acontecieron en otras latitudes latinoamericanas, es importante no dejar de lado el análisis de los gobiernos centroamericanos, ya que pueden darnos pistas y respuestas, como hemos observado a lo largo del presente trabajo, de cómo operan los populismos actuales.