Temperamento infantil
Pese a los debates y diversos enfoques sobre el temperamento, las diferentes posturas concuerdan en considerar que el temperamento es una disposición básica y relativa-mente consistente, inherente a todas las personas, y que subyace y modula la expresión de la actividad, reactividad, emocionalidad y sociabilidad. Los elementos que conforman el temperamento están presentes desde el nacimiento, están altamente influenciados por factores biológicos, y en la medida que el niño crece pasan a verse influidos por aspectos del contexto y de la experiencia (McCall, 1987; en Shiner et al., 2012). Además, la mayoría de los investigadores están de acuerdo en que el temperamento refleja diferencias individuales que se basan en un sustrato biológico, que emergen tempranamente en la vida y que luego permanecen relativamente estables (Gaias et al., 2012). Estas diferencias predisponen a las personas hacia ciertos pensamientos, maneras de sentir y de comportarse, y predicen cómo los niños interactúan y se adaptan a su ambiente durante distintos períodos de su desarrollo (Fu & Pérez-Edgar, 2015; Rothbart & Bates, 2006).
Investigaciones actuales en el campo del temperamento han aportado nuevas evidencias sobre este constructo. Al respecto, se ha visto que no todos los rasgos tempera-mentales son estables en los primeros años de vida, quizá debido a que ciertos sistemas temperamentales que inhiben o controlan aspectos más reactivos al temperamento emergen más tardíamente en la infancia (Rothbart, 2011). Además, nuevas dimensiones del temperamento no consideradas anteriormente han cobrado relevancia, como por ejemplo la atención y la autorregulación, reconociéndose actualmente que los procesamientos cognitivos y afectivos son sistemas altamente integrados (Rothbart, 2011). Finalmente, la dicotomía entre las influencias biológicas y ambientales es más compleja de lo que se pensaba inicialmente, factores genéticos y ambientales influyen el temperamento desde muy temprano, y nuevas influencias genéticas sobre los rasgos del temperamento emergen más tardíamente en el desarrollo (Saudino & Wang, 2012).
Considerando estas nuevas evidencias, una definición alternativa y actualizada del temperamento propone que los rasgos temperamentales son disposiciones básicas en los dominios de la actividad, afectividad, atención y autorregulación, que emergen tempranamente en la vida, y que son producto de interacciones complejas entre factores genéticos, biológicos y ambientales, a lo largo de la vida (Shiner et al., 2012).
Considerando las distintas aproximaciones tradicionales al temperamento, la perspectiva de Rothbart era la más amplia, poniendo el énfasis tanto en la reactividad motora y emocional, así como procesos atencionales que ayudan a regular tendencias reactivas iniciales. Así, el temperamento fue conceptualizado por Rothbart (1981) como el conjunto de diferencias individuales en reactividad y autorregulación, teniendo una base constitucional, es decir, manteniéndose relativamente estable a través del tiempo, y siendo influenciado por la maduración biológica, la herencia y el contacto con el ambiente. Mientras la reactividad temperamental refiere al arousal del sistema de respuestas motoras, afectivas y sensoriales a cambios en el ambiente interno y externo, la autorregulación refiere a procesos que sirven para modular la reactividad, especialmente aquellos de atención ejecutiva y control con esfuerzo (Rothbart, 1981; Rothbart, Ahadi, Hershey & Fisher, 2001). La autorregulación, se define entonces, como la habilidad de regular la conducta y la atención, de manera voluntaria (Rothbart & Rueda, 2005).
Nuevos desarrollos en esta aproximación se han focalizado recientemente en integrar influencias biológicas y ambientales del temperamento con el desarrollo de la conciencia, personalidad y psicopatología (Shiner et al., 2012). Además, las diferentes mediciones desarrolladas durante estos años por este equipo de investigadores han demostrado su confiabilidad y validez, permitiendo contar con una importante herramienta a la hora de realizar investigaciones en temperamento infantil.
Dentro de las mediciones desarrolladas por Rothbart y su equipo se encuentran cuestionarios que abarcan las distintas etapas de la vida, desde la infancia hasta la adultez, y sus distintas escalas se organizan en los tres mismos factores o dimensiones, lo cual es una ventaja para los estudios longitudinales en temperamento. Así, el cuestionario orientado a infantes de 3 a 12 meses (Infant Behavior Questionnaire, IBQ y IBQ-R; Garstein & Rothbart, 2003) consideró primero 6 y luego 14 escalas; aproximación, reactividad local, alta intensidad del placer o goce, sonrisa o risa, nivel de actividad, sensibilidad perceptual, tristeza, estrés ante limitaciones, temor, disminución de la reactividad, baja intensidad de placer, ternura/afiliación, duración de la orientación y capacidad para tranquilizarse. Dichas escalas se agrupan en tres dimensiones del temperamento: extraversión, afecto negativo y orientación/regulación. La dimensión de extraversión se refiere al grado en que un niño se muestra feliz en general, es activo y busca la estimulación, y contiene las escalas de aproximación, reactividad vocal, alta intensidad del placer o goce, sonrisa o risa, nivel de actividad y sensibilidad perceptual. La dimensión de afecto negativo alude al nivel de irritabilidad del niño y la facilidad o dificultad en calmarlo; congrega las escalas de tristeza, estrés ante limitaciones, temor y disminución de la reactividad. Por último, la dimensión de control con esfuerzo o autorregulación se refiere al grado en que el niño enfoca la atención, evita distracciones y planifica, a través de mecanismos atencionales e inhibitorios que facilitan la inhibición de una respuesta dominante para dar lugar a una respuesta preferida o corregida. Esta dimensión incluye las escalas de baja intensidad de placer, ternura/afiliación, duración de la orientación y capacidad para tranquilizarse (Garstein & Rothbart, 2003; Rothbart, Ahadi & Evans, 2000).
Los estudios realizados en el temperamento en la infancia temprana, han demostrado su relación en predecir aspectos del desarrollo posterior del niño, como problemas de conducta (Kagan & Fox, 2006; Pérez-Edgar, 2012), y su rol moderador entre experiencias tempranas y el posterior ajuste psicosocial (Wachs, 2000; Zentner & Bates, 2008). A su vez, la literatura ha mostrado relaciones significativas entre estas tres dimensiones del temperamento y los contextos tempranos en la vida del niño, las estrategias parentales y tipos de crianza en los que se encuentran los niños (Bates & Petit, 2007; Rothbart & Bates, 2006), aspectos que van modulando la manifestación de dichas dimensiones en la medida que el niño va creciendo. Dentro de estos factores, el nivel socioeconómico (NSE) familiar es una variable que impacta diversos aspectos del desarrollo infantil, y es por tanto relevante de ser estudiada en relación a posibles diferencias en el temperamento.
Nivel socioeconómico familiar
Se han observado marcadas diferencias entre los distintos NSE existentes en Chile en una serie de aspectos relativos al desarrollo de los niños así como en las competencias parentales, debido a los diversos contextos, características y factores de riesgo en los que se encuentran inmersos. La desigualdad no ha disminuido a lo largo de los últimos años, siendo éste el país de la OCDE con mayor desigualdad de ingreso (Larrañaga & Valenzuela, 2011; Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, 2015). Los datos actuales de nuestro país señalan que el 37.1% de los chilenos y chilenas pertenecen al nivel socioeconómico bajo - niveles D, E1 y E2 en la más reciente metodología -, el 60.1% es clasificado bajo el subtítulo clase medio - niveles C1a, C1b, C2 y C3 -, y solo el 2.9% de la población pertenece al nivel alto - actuales niveles B1, B2 y A. El NSE bajo, en su conjunto, se caracteriza porque su jefe de hogar en la mayoría de los casos no ha completado la enseñanza media, su nivel ocupacional es pobre, y sus hijos estudian en colegios públicos. El NSE medio presenta mejores niveles educacionales pero su nivel ocupacional no siempre permite un mejor acceso a oportunidades, asistiendo sus hijos tanto a escuelas públicas como privadas. Finalmente el NSE alto presenta en su mayoría educación universitaria completa en sus jefes de hogares, excelentes niveles ocupacionales, e hijos que asisten a colegios privados (Asociación de Investigadores de Mercado, 2015).
El estudio realizado por Cabello, Ochoa y Filp (1992), muestra que las familias de NSE bajo están expuestos a muchos factores de riesgo, tales como el alcoholismo paterno, la carencia de apoyo y afecto parental, y el maltrato físico y verbal, entre otros. Además, según estos autores, en la mayoría de estas familias está arraigada la idea de que el cuidado del hijo recae en la mujer, ya que el hombre por lo general tiende a preocuparse de los cuidados principalmente económicos de la familia, provocando que los hijos, especialmente los más pequeños, sean considerados generalmente por los hombres como una interrupción a su descanso tras llegar del trabajo. Además, existe la creencia por parte de los padres de que sus hijos antes de los ocho o diez meses de vida, no tienen necesidades afectivas ni psíquicas, sólo de tipo físico tales como sueño, aseo y alimentación.
El NSE medio en los países latinoamericanos, de acuerdo con Franco, Hopenhayn y León (2011) y datos ya presentados, se encuentra constituido por más de la mitad de la población. Durante los últimos años ha visto incrementada su capacidad de consumo. Sin embargo, parte importante del presupuesto familiar es ocupado principalmente en salud y educación. Además, se observa una amplia heterogeneidad en este segmento, la cual se asocia a la ocupación del miembro asalariado del grupo. Se observa también una alta presencia de mujeres de este sector en el mercado laboral, lo que crea una tensión entre tiempo, trabajo y familia para aquellas mujeres que son madres (Raczynski, 2006). Por otro lado, el capital educacional sigue siendo importante para incorporarse a este nivel socioeconómico, específicamente al terminar la educación secundaria. No obstante, el nivel educacional a su vez se ha visto devaluado, ya que las remuneraciones de acuerdo a éste se homogeneizan con aquellas del nivel bajo. Sin embargo, la diferencia entre los NSE medio y bajo es que el medio se caracteriza por su capacidad de consumo, y no necesariamente por el nivel de remuneraciones que tiene (Franco et al., 2011). Por último, el NSE alto es el grupo que se ha visto más beneficiado por el desarrollo económico del país, ya que es el segmento de la población que cuenta con el suficiente patrimonio que le asegura bienestar, cualquiera sea su desempeño en la vida (Barozet & Fierro, 2011).
Desarrollo infantil y NSE
Ciertos indicadores del contexto socioeconómico del niño permiten caracterizar condiciones que pueden afectar directamente al desarrollo infantil, entre los cuales se encuentran la estructura familiar, características de los padres y/o cuidador del niño, condiciones de la vivienda, condiciones sociales y económicas generales de la familia y su acceso a servicios (Myers, 2003). A nivel general, el NSE tiene efectos en el desarrollo cognitivo, en los logros académicos, en el desarrollo emocional y en la salud mental, a través de factores prenatales, la interacción entre padres e hijos y la estimulación cognitiva (Hackman, Farah & Meaney, 2010).
Se ha encontrado abundante evidencia internacional que vincula el NSE con problemas conductuales. Específicamente, se encuentra una mayor tasa de problemas conductuales en niños provenientes de familias de menor NSE (McCoy, Frick, Loney & Ellis, 1999). Asimismo, se ha comprobado el impacto del NSE en el desarrollo cognitivo, encontrando que a mayor tiempo en que se ha experimentado la pobreza, se aprecian menores niveles de desarrollo cognitivo (Najman et al., 2009). Esta desigualdad en el desarrollo cognitivo, producto del NSE (Tong, Baghurst, Vimpani & McMichael, 2007) y del ingreso familiar (McLoyd, 1998) afecta principlamente al lenguaje y las habilidades vinculadas al razonamiento (Najman et al., 2004), junto con la presencia de problemas atencionales en niños de bajo NSE (Döpfner et al., 2008; Froehlich et al., 2007). Por otro lado, hay evidencia de que altos ingresos familiares actúan como factores protectores en la salud, incluso en la juventud (Plenty & Mood, 2016). El NSE subordina condiciones de vida, que a su vez influencian la salud de las personas de manera significativa (Adler & Rehkopf, 2008).
Estudios latinoamericanos avalan lo mencionado. En cuanto al desarrollo cognitivo, los autores Orozco-Hormaza, Sánchez-Ríos y Cerchiaro-Ceballos (2010) realizaron un estudio con muestra colombiana, a partir del cual plantean que el NSE de las familias no incide en forma aislada en las habilidades y logros del infante, sino que la incidencia se da en las configuraciones de los niveles de pobreza, las prácticas y las expectativas de los padres. Así, la pobreza extrema impide que los padres logren llevar a cabo con sus hijos prácticas de mayor riqueza y variedad, lo que conlleva a un nivel de desarrollo menor.
En cuanto a la población chilena, Jadue (1997) menciona que las características que se dan en los hogares chilenos de NSE bajo tales como hacinamiento y ausencia de estrategias de aprendizaje, merman la experiencia cognitiva de los infantes, poniendo en riesgo su desarrollo psicobiológico y psicosocial. Estas diferencias de NSE en relación al desarrollo psicomotor existirían desde el nacimiento, generando consecuencias más notorias mientras más precoz es la etapa de la vida; principalmente se identifica alta prevalencia de trastornos de lenguaje y neurodesarrollo infantil, que podrían ser explicados por la carencia sociocultural y por una inadecuada relación de los infantes con su medio ambiente (Schonhaut, Rojas & Kaempffer, 2005).
Estudios realizados en Chile muestran que al año de edad el desarrollo del lenguaje infantil ya se relaciona con el nivel educacional de la madre y el ingreso per cápita familiar (Farkas & Corthorn, 2012) y que a los 18 meses de edad el coeficiente de desarrollo psicomotor varía según el NSE de la familia, donde a mayor nivel mayor desarrollo psicomotor de los niños (Eyzaguirre & Le Foulon, 2001; Valdés & Spencer, 2011). Estos resultados se explican desde el efecto de las pautas de crianza y de la estimulación ambiental que reciben los niños sobre su desarrollo psicomotor (Schonhaut, Schönstedt, Álvarez, Salinas & Armijo, 2010). Por último, Rosas y Santa Cruz (2014) plantean que uno de los factores que influencian el capital cultural de las personas es la educación y el capital cultural que reciben de su familia de origen. Esto según los autores estaría perpetuando un sistema en el cual el NSE de la familia determina el desarrollo cognitivo de sus individuos.
El presente estudio
Los antecedentes anteriormente revisados indican una clara influencia del NSE sobre distintos aspectos del desarrollo infantil, por lo que es pertinente preguntarse si el NSE también afecta el temperamento infantil, y de qué manera. Aunque no existen estudios que hayan vinculado ambos aspectos, sí hay una amplia literatura que avala diferencias culturales entre estas dimensiones temperamentales desde temprana edad. Así, se ha observado que niños norteamericanos tienden a obtener mayores puntajes en escalas que conforman la dimensión de extraversión, y menores puntajes en escalas de las dimensiones de afecto negativo y autorregulación, en comparación a niños europeos y asiáticos (Gaias et al., 2012; Gartstein, Slobodskaya & Kinsht, 2003; Gartstein et al., 2006; Gartstein, Slobodskaya, Zylicz, Gosztyla & Nakagawa, 2010; Montirosso, Cozzi, Putnam, Gartstein & Borgatti, 2011; Sung, Beijers, Gartstein, de Weerth & Putnam, 2015). En un estudio realizado con niños chilenos y norteamericanos de un año de edad, se apreció que los niños chilenos obtenían mayores puntajes en autorregulación y menores puntajes en afecto negativo en comparación a sus pares norteamericanos, no observándose diferencias en extraversión (Farkas & Vallotton, 2016).
Los estudios mencionados muestran el efecto de la cultura en la manifestación del temperamento desde temprana edad, debido probablemente a distintas visiones de la crianza infantil, lo cual incide en aquellos aspectos que se fortalecen en los niños desde un inicio. Si consideramos que distintos grupos socioeconómicos al interior de un país difieren en sus visiones de la crianza infantil y por tanto prácticas relacionadas, así como en los recursos a los cuales pueden acceder lo cual genera influencias ambientales diferenciadas, podemos suponer entonces posibles diferencias en el temperamento de los niños. Así, el primer objetivo de este estudio es analizar si existen diferencias en el temperamento infantil de niños chilenos según su NSE, y en qué consisten dichas diferencias. Considerando además lo expuesto anteriormente respecto a que la relación entre genética y ambiente sobre el temperamento es más compleja de lo pensado inicialmente, y que diferentes influencias aparecen en distintos momentos del desarrollo, se plantea el segundo objetivo que es analizar cómo se comportan estas diferencias en dos momentos evolutivamente diferentes en el tiempo, a los 12 y a los 30 meses.
Método
Diseño
Este estudio utilizó un diseño descriptivo, comparativo, longitudinal y relacional. Se describen las dimensiones temperamentales de extraversión, afecto negativo y autorregulación en niños a los 12 y 30 meses de edad, se analiza su variabilidad entre ambas edades, y se comparan de acuerdo al NSE, tomando en consideración ambas edades.
Muestra
La muestra estuvo compuesta por 103 niños de ambos sexos, de distinto NSE, residentes en la ciudad de Santiago, Chile. Todos los niños asistían a sala cuna al inicio del estudio, habiendo sido captados en 24 salas cuna diferentes, ubicadas en 17 comunas. Un 66% asistía a salas cuna públicas y un 34% a salas cuna privadas. El promedio de edad de los niños al inicio del estudio fue de 12.05 meses (DE = 1.34, en un rango entre 10 y 15 meses), mientras que en la segunda medición fue de 29.34 meses (DE = 1.24, en un rango entre 27 y 33 meses). La pérdida muestral entre ambas mediciones fue de un 19.4% (20 casos). El NSE de las familias estuvo distribuido en un 56.3% de NSE bajo, 23.3% de NSE medio y 20.4% de NSE alto.
Respecto a los apoderados de los niños, un 82.5% eran las madres, un 12.6% eran los padres y el 4.9% restante eran las abuelas. La media de edad era de 29.29 años (DE =8.347, en un rango de 15 a 54 años). Un 22.3% de los apoderados no había completado su escolaridad mientras que el 77.7% restante contaba con enseñanza media completa. Un 36.9% contaba además con alguna formación técnica o universitaria completa o incompleta, y un 7.8% contaba con estudios de postgrado. El detalle de caracterización de la muestra según NSE se encuentra en la Tabla 1. Estudios comparativos entre los distintos NSE mostraron que los tres grupos no diferían entre sí considerando la edad o sexo de los niños, así como el tipo de apoderado que respondía los cuestionarios. Los grupos sí diferían en cuanto a la edad de los apoderados (F = 6.591, p = .002), tipo de sala cuna (x 2 = 76.998, p < .000) y nivel educativo de los apoderados (x 2 = 73.780, p < .000). Así, en el NSE bajo los apoderados eran de menor edad y nivel educacional y todos los niños asistían a salas cuna públicas, mientras que en el NSE alto los apoderados tenían mayor edad y mayor nivel educativo, y todos los niños asistían a salas cuna privadas.
NSE bajo (n = 58) | NSE medio (n = 24) | NSE alto (n = 21) | p | ||||
---|---|---|---|---|---|---|---|
Min-max | Media (DE) | Min-max | Media (DE) | Min-max | Media (DE) | ||
Edad niños | 10-14 | 11.9 (1.35) | 10-14 | 12.1 (1.21) | 10-15 | 12.4 (1.43) | .296 |
Edad apoderado | 15-54 | 27.2 (9.63) | 20-38 | 29.8 /5.03) | 28-44 | 34.5 (4.55) | .002** |
n | % | n | % | n | % | ||
Sexo niños | .434 | ||||||
Femenino | 33 | 56.9 | 16 | 66.7 | 10 | 47.6 | |
Masculino | 25 | 43.1 | 8 | 33.3 | 11 | 52.4 | |
Sala cuna | .000** | ||||||
Pública | 58 | 100 | 10 | 41.7 | 0 | 0 | |
Privada | 0 | 0 | 14 | 58.3 | 21 | 100 | |
Tipo de apoderado | .081 | ||||||
Madre | 44 | 75.9 | 20 | 83.3 | 21 | 100 | |
Padre | 9 | 15.5 | 4 | 16.7 | 0 | 0 | |
Abuela | 5 | 8.6 | 0 | 0 | 0 | 0 | |
Nivel educativo apoderado | .000** | ||||||
Primaria incompleta | 3 | 5.2 | 0 | 0 | 0 | 0 | |
Primaria completa | 4 | 6.9 | 0 | 0 | 0 | 0 | |
Secundaria incompleta | 14 | 24.1 | 2 | 8.3 | 0 | 0 | |
Secundaria completa | 27 | 46.6 | 7 | 29.2 | 0 | 0 | |
Formación técnica o universitaria incompleta | 9 | 15.5 | 7 | 29.2 | 2 | 9.5 | |
Formación técnica o universitaria incompleta | 1 | 1.7 | 7 | 29.2 | 12 | 57.1 | |
Postgrado (master, doctorado) | 0 | 0 | 1 | 4.2 | 7 | 33.3 |
Nota: ** p ≤ .01
Instrumentos
Cuestionarios de temperamento de Rothbart. Para la medición del temperamento de los niños a los 12 meses, se utilizó el Infant Behavior Questionnaire, Revised, Very Short Form (IBQ-R-VSF) (Putnam, Helbig, Gartstein, Rothbart & Leerkes, 2014) y a los 30 meses se usó el Early Childhood Behavior Questionnaire, Very Short Form (ECBQ-VSF) (Putnam, Jacobs, Gartstein & Rothbart, 2010; Rothbart et al., 2001). Estos cuestionarios son respondidos por el principal cuidador del niño, y aluden a la frecuencia de conductas relativas al temperamento del infante durante los 7 días previos a la aplicación. Constan de 37/36 ítems que son respondidos en una escala Likert de 7 puntos, y sus puntajes se agrupan en tres escalas o dimensiones: Extraversión, afecto negativo y autorregulación. Ambos cuestionarios han presentado índices de una adecuada consistencia interna, de .71 a .90 para el IBQ-R-VSF (Putnam et al., 2014), y de .70 a .72 para el ECBQ-VSF (Putnam et al., 2010), una adecuada validez de constructo, y la estructura factorial se mantiene para ambos instrumentos. Han sido traducidos en una gran variedad de idiomas, incluido el español. Ambos cuestionarios han sido adaptados a la realidad chilena, y el IBQ-R-VSF ya ha sido validado en Chile, mostrando una adecuada consistencia interna, en un rango de .70 y .75 (Farkas & Vallotton, 2016).
Cuestionario sociodemográfico. Este cuestionario aborda antecedentes del desarrollo del niño y características de su familia, que permiten su caracterización. De este cuestionario se obtuvieron dos indicadores, nivel educacional y nivel ocupacional del principal sostenedor económico que vive con el niño, a través del índice ESOMAR (Adimark, 2000), para caracterizar el NSE de la familia.
Procedimientos
Cabe mencionarse que el presente estudio se encuentra inserto en un macro estudio longitudinal, que estudia la influencia de diferentes competencias parentales sobre el desarrollo socioemocional de los niños entre los 12 y 30 meses. Para el estudio, primeramente se contactó a las salas cunas, para invitarlas a participar del estudio. Una vez que los centros educativos aceptaron participar, se estableció contacto con todos los apoderados cuyos hijos se ubicaban en un rango de edad de 10 a 15 meses a través de reuniones grupales con la presencia de la educadora, o con invitaciones individuales y contactos telefónicos. Una vez que los apoderados accedían a participar se les informaba sobre los objetivos y características del estudio, y se les solicitaba la firma de un consentimiento informado. Cuando los niños se ubicaban en un rango entre 10 y 15 meses se les pedía a los apoderados que respondieran primeramente el cuestionario sociodemográfico y luego el IBQ-R-VSF. Luego cuando los niños se ubicaban entre los 28 y 33 meses se les solicitaba a los apoderados que respondieran el ECBQ-VSF. Dichos cuestionarios fueron aplicados por un equipo de evaluadores (psicólogos o estudiantes de psicología) previamente entrenados por el equipo de investigación, en una sala de cada centro educativo habilitada para tal fin. Los cuestionarios de temperamento eran respondidos por los propios apoderados, y el evaluador intervenía en aquellos casos donde el apoderado solicitaba ayuda. La respuesta de los cuestionarios ocupaba entre 10 a 20 minutos. El cuestionario sociodemográfico era aplicado por cada evaluador, solo al principio del estudio, y ocupaba entre 10 y 15 minutos.
Durante el estudio se tomaron en cuenta todos los resguardos éticos necesarios y tanto el estudio como la carta de consentimiento de los apoderados fueron visados por el comité de ética de la Escuela de Psicología de la Pontificia Universidad Católica de Chile y por el comité de ética del Fondo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico (FONDECYT).
Análisis de datos
Inicialmente, ya que se trabajó con datos provenientes de dos cuestionarios distintos (IBQ-R-VSF y ECBQ-VSF), los puntajes fueron transformados a puntajes z. A través del software SPSS se obtuvieron los estadísticos descriptivos de las dimensiones de temperamento para luego comparar con correlaciones de Pearson los puntajes arrojados por las mediciones a los 12 y 30 meses, de modo de ver si las dimensiones eran estables en el tiempo. Considerando que los datos obtenidos a los 12 y 30 meses eran desiguales así como su distribución por NSE, se optó por utilizar análisis no paramétricos. Para los análisis comparativos de las dimensiones de temperamento entre los 12 y 30 meses se optó por el test de Wilcoxon, y el test de U Mann-Whitney para comparar las dimensiones de temperamento según NSE a cada edad. Finalmente se analizó cómo se comportaba el cambio entre los 12 y 30 meses entre los tres grupos socioeconómicos.
Resultados
Análisis descriptivos de las dimensiones del temperamento infantil a los 12 y 30 meses
A los 12 meses y considerando los puntajes brutos arrojados por cada instrumento, los niños obtuvieron una media de 5.53 (DE = .73) en extraversión, 4.27 (DE = 1.01) en afecto negativo, y 5.38 en regulación (DE = .66). A los 30 meses, sus medias son de 5.56 (DE = .65) en extraversión, 3.31 (DE = .77) en afecto negativo, y 4.96 en regulación (DE = .59) (ver descriptivos en detalle en la Tabla 2, y su distribución en Figura 1).
N | Mínimo | Máximo | Media | Desv. típ. | |
---|---|---|---|---|---|
Escala extraversión Medición 1 | 103 | 3.54 | 7.00 | 5.530 | 0.733 |
Escala afecto negativo Medición 1 | 103 | 1.57 | 6.50 | 4.268 | 1.008 |
Escala regulación Medición 1 | 103 | 3.71 | 6.55 | 5.375 | 0.659 |
Escala extraversión Medición 2 | 83 | 3.83 | 6.92 | 5.562 | 0.653 |
Escala afecto negativo Medición 2 | 83 | 1.45 | 5.33 | 3.309 | 0.772 |
Escala regulación Medición 2 | 83 | 3.31 | 6.31 | 4.961 | 0.585 |
Análisis comparativos de las dimensiones del temperamento infantil entre los 12 y 30 meses
Inicialmente se realizaron correlaciones de Pearson entre los puntajes z arrojados por las mediciones a los 12 y 30 meses, observándose correlaciones significativas para las tres dimensiones (r = .278, p = .011 para extraversión, r =.358, p = .001 para afecto negativo, y r = .370, p = .001 para regulación). Ello evidencia que nos referimos a constructos que son estables en el tiempo.
Posteriormente se utilizó el test de Wilcoxon para mediciones repetidas, y así comparar ambas mediciones en el tiempo. Los resultados muestran que no hay diferencias entre ambas edades en la dimensión de extraversión, mientras que sí se observan diferencias para afecto negativo (Z = -6.157, p ≤ .000) y para regulación (Z = -4.377, p ≤.000), en términos de una disminución en los puntajes a los 30 meses.
Análisis comparativos de las dimensiones de temperamento infantil a los 12 y 30 meses, según NSE
El test de U Mann-Whitney mostró que a los 12 meses de edad se aprecian diferencias significativas en la dimensión de regulación, donde los niños de NSE bajo aparecen como menos autorregulados que los niños de NSE alto (U=427.000, p = .043). Además se aprecia una tendencia no significativa en la dimensión de extraversión (U = 442.500, p = .065), donde los niños de NSE bajo se muestran menos extrovertidos que los de NSE alto (ver Figura 2).
A los 30 meses en cambio, se observan diferencias en la dimensión de afecto negativo, donde los niños del NSE bajo aparecen con un mayor afecto negativo que los niños de NSE alto (U = 254.000, p = .027). Además se aprecia una tendencia no significativa en la dimensión de regulación (U = 315.500, p = .062), donde los niños de NSE bajo se muestran menos regulados que los de NSE medio (ver Figura 3).
Análisis comparativos de las dimensiones de temperamento infantil considerando el cambio entre los 12 y 30 meses y el NSE
Para estos análisis se calculó un delta de cambio para lo cual a cada dimensión del temperamento a los 30 meses se le restó el valor obtenido a los 12 meses (considerando los puntajes z), y luego se compararon los distintos grupos de NSE con el test de U Mann-Whitney, para analizar si diferían en su delta de cambio entre ambas edades. Además, se compararon los valores obtenidos entre los 12 y 30 meses cada grupo socioeconómico por separado con el test de Wilcoxon, para ver si dentro de cada grupo el cambio entre ambas edades era significativo.
Los análisis mostraron que para la dimensión de extra-versión el delta de cambio era significativamente diferente entre el NSE bajo y alto (U = 267.000, p = .044, M NSE bajo =0.20, M NSE alto = -0.37), indicando un mayor cambio en extraversión en los niños de NSE alto. No obstante, al analizar cada grupo por separado, no se apreciaron diferencias estadísticamente significativas al interior de cada NSE entre los 12 y los 30 meses (ver Figura 4).
En cuanto a la dimensión de afecto negativo, el delta de cambio era significativamente menor en el NSE bajo en comparación al NSE medio (U = 250.000, p = .005, M NSE bajo = 0.36, M NSE medio = -0.48), pero mayor en comparación al NSE alto (U = 272.000, p = .050, M NSE bajo = 0.36, M NSE alto = -0.30). Al analizar cada grupo por separado, se pudo observar un incremento significativo en esta dimensión a los 30 meses en los niños de NSE bajo (Z = -2.074, p = .038), mientras que los niños de NSE medio exhibieron una disminución significativa en su afecto negativo (Z = 2.012, p = .044). Los niños de NSE alto también muestran una disminución en esta dimensión, pero dicho cambio no alcanza a ser significativo (ver Figura 5).
Finalmente, para la dimensión de regulación se observaron diferencias significativas entre los niños de NSE medio y alto (U = 90.000, p = .023, M NSE medio = 0.50, M NSE alto = -0.35), donde los niños de NSE medio mostraron un mayor cambio en su regulación. Al analizar cada grupo por separado, no se apreciaron diferencias estadísticamente significativas al interior de cada NSE entre los 12 y los 30 meses, solo una tendencia no significativa en los niños de NSE medio a mostrar una mayor regulación a los 30 meses (Z = -1.650, p = .099) (ver Figura 6).
Discusión
El objetivo del presente estudio era analizar posibles diferencias en las dimensiones del temperamento de extra-versión, afecto negativo y regulación, en una muestra de niños chilenos en dos momentos específicos - a los 12 y 30 meses de edad - según el NSE familiar. Cabe mencionarse que las tres dimensiones obtuvieron correlaciones leves pero significativas entre los dos momentos evaluados. Si se considera que en cada edad se aplicó un cuestionario diferente, este análisis es relevante ya que establece que estamos hablando de los mismos constructos y aporta validez a ambos instrumentos.
Respecto a la primera dimensión evaluada, extraversión, es la dimensión más estable entre los tres aspectos del temperamento evaluado. A los 12 meses los niños del NSE alto muestran una tendencia no significativa a ser más extravertidos que los niños del NSE bajo, pero al mismo tiempo ellos manifiestan un delta de cambio mayor por lo que a los 30 meses no hay diferencia entre los grupos, así como tampoco entre ambas edades según NSE. Lo anterior indica que la extraversión es un constructo que se mantiene estable, al menos entre estas edades, y que no se ve influenciado por el NSE. Este resultado se condice con estudios similares, que han demostrado la estabilidad de la emocionalidad positiva evaluadas a través de la sonrisa y la risa durante el primer año de vida, tanto a través del reporte de los padres como observaciones en el hogar (Rothbart, 1986). El miedo social o timidez también ha demostrado estabilidad a través del tiempo (Rothbart, 1989), y aspectos que se relacionan o predicen la extra-versión han mostrado estabilidad entre el año y los 7 años de edad (Rothbart, Derryberry & Hershey, 2000).
La literatura plantea que el infante debería a la edad de los 12 meses establecer un compromiso placentero interactivo con el cuidador, así como en un estado confortable la prevalencia de un sentimiento de interés y placer en el mundo. Posteriormente, llegado al tercer año, se espera que el niño presente un estado emocional variable pero que gradualmente se estabilice dentro de un modelo organizado de seguridad y optimismo (Armus, Duhalde, Oliver & Woscoboinik, 2012). Puede hipotetizarse así que el que un niño sea más extravertido o introvertido, es parte de una característica propia del niño, pero no se concibe dentro de las tareas de la crianza el promover durante el desarrollo del niño una mayor extraversión, como sí ocurre con el logro de una mayor regulación y el control de la emocionalidad negativa. Por otra parte, también podría ocurrir que a esta edad esta dimensión del temperamento sea relativamente independiente de la socialización del contexto familiar, y que posteriormente interactúe y se vea modificada por las experiencias familiares del niño y otras influencias contextuales (Kochanska, 1993).
En relación a la segunda dimensión, afecto negativo, se apreció en este estudio una disminución entre los 12 y 30 meses, es decir, los niños eran percibidos por sus padres como menos irritables y más fáciles de calmarse a los 30 meses de edad. El NSE no influía a los 12 meses pero sí a los 30 meses, observándose que los niños de NSE bajo mostraban un mayor afecto negativo que los de NSE medio y alto. Al analizar el cambio en cada grupo por separado, los niños de NSE medio presentaban una disminución significativa en esta dimensión a los 30 meses, mientras que los niños de NSE bajo presentaban un incremento.
La disminución observada con la edad puede relacionarse con un cambio evolutivo, donde se produce el desarrollo del control inhibitorio a partir de los 24 meses de edad (Korzeniowski, 2011), lo cual provee al niño de la habilidad de suprimir pensamientos o acciones que no son relevantes para el objetivo de su conducta (Carlson & Wang, 2007). Además, esta dimensión puede ser dependiente del proceso de socialización de manera más temprana (Kochanska, 1993) y a ello puede contribuir la asistencia de estos niños a la sala cuna desde temprana edad. En dicho contexto se van desarrollando habilidades de socialización, apertura favorable a los estímulos, y herramientas de adaptación al entorno, planteándose que entre los 1 y 4 años de edad se favorece en los niños el desarrollo de la capacidad de comunicar con claridad sus sentimientos y necesidades, así como la autodisciplina y la expresión de rabia y frustración (Chile Crece Contigo, 2008).
En cuanto a la diferencia entre los grupos socioeconómicos, ella podría explicarse a partir de diferencias de exposición a factores de riesgo, siendo las familias de NSE bajo las que presentan una mayor exposición (Cabello et al., 1992). Además, se ha encontrado evidencia de la relación entre mayores conductas agresivas por parte del niño, y altos niveles de deficiencias en la crianza, los cuales son más frecuentes en el NSE bajo (Valles, 2012). Preocupa a la vez el incremento observado desde el reporte de los padres en la irritabilidad y capacidad de calmarse en los niños de NSE bajo a los 30 meses, lo cual puede relacionarse con las causas ya revisadas así como un mayor estrés parental observado en grupos más desventajados socioeconómicamente (ver por ejemplo Farkas & Valdés, 2010), lo cual incide en una mayor presencia de conductas de riesgo en este NSE. A la vez, se ha observado una relación significativa entre un mayor afecto negativo e irritabilidad en los niños y una disciplina inconsistente en los padres, los cuales a su vez son predictores relevantes de problemas de ajuste del niño (Lengua & Kovacs, 2005).
Finalmente respecto a la tercera dimensión del temperamento evaluada, la regulación, el estudio mostró una disminución entre los 12 y 30 meses, es decir, los niños eran percibidos por sus padres como menos autorregulados a los 30 meses de edad. A los 12 meses los niños de NSE bajo eran percibidos como menos regulados que los niños de NSE alto, y a los 30 meses mostraban una tendencia no significativa a ser menos autorregulados que los niños de NSE medio. Al analizar el cambio entre ambas edades por cada grupo por separado, los niños de NSE bajo y alto muestran disminuciones en su autorregulación entre ambas edades, pero dicho cambio no es estadísticamente significativo. Los niños de NSE medio en cambio muestran una tendencia que no llega a ser significativa, en cuanto a incrementar su autorregulación, logrando valores similares que los niños de NSE alto.
Llama la atención que esta dimensión en general disminuya con la edad, cuando lo esperable en términos evolutivos es que los niños vayan logrando una mayor regulación de su conducta. Pero cabe recordar que este cuestionario evalúa el temperamento de acuerdo a la percepción de los padres, y las características de un bebé de 12 meses son bastante diferentes a las de uno de 30 meses. A los 12 meses el niño recién está comenzando a adquirir el lenguaje y la marcha, por lo que su autonomía y exploración se ve limitada, mientras que a los 30 meses ha aumentado su capacidad de explorar su entorno y presentan un comportamiento desafiante, el cual se manifiesta a través de pataletas y conductas oposicionistas (Sroufe & Susana, 2000), lo cual puede ser percibido por los padres como una menor capacidad por parte del infante de autor-regularse y por tanto son evaluados de esa manera.
Las creencias de los padres que influyen al responder los cuestionarios pueden abordarse desde el concepto de prolepsis planteado por Cole (2003). A través de este, los padres interpretan y asignan significado a los distintos aspectos de la vida de sus hijos a partir de sus propias expectativas. A su vez estas interpretaciones y proyecciones están mediadas por su experiencia personal y contexto cultural de la infancia, señalando que “los padres proyectan un futuro probable para el niño (...) asumiendo la continuidad cultural” (Cole, 2003, p. 168). A partir de la prolepsis se puede inferir que las expectativas que tienen los padres sobre el comportamiento de sus hijos hacen que sus respuestas se basen en sus propias creencias de las etapas de desarrollo del niño, que pueden ser distintas al desarrollo real. Además, se ha observado que las expectativas de los padres influyen en el desarrollo “real” de sus hijos (Daniels, 1999) y que dichas expectativas se ven influidas por el nivel de ingreso familiar (Pollock, 1993).
La investigación realizada por Pollock (1993) se condice con el estudio desarrollado por Chile Crece Contigo (Ministerio de Planificación, 2006), en donde se identifican las creencias y expectativas de los padres de NSE bajo. Según este estudio, estos padres tienden a sentir frustración por su situación social y educacional, por lo que las expectativas sobre el desarrollo y desempeño de sus hijos se vuelven más altas, esperando que los niños puedan superarlos. Ello también se ve apoyado por la descripción de las dinámicas familiares que hacen Cabello et al. (1992), donde las historias de vida de los padres de NSE bajo están marcadas por el dolor vivido en la infancia, y de esta manera su mayor preocupación en la crianza de sus hijos es brindarles una vida diferente. Aquellas creencias implican una crianza enfocada en altas expectativas de autorregulación hacia los niños para que puedan adaptarse y afrontar los fuertes obstáculos y riesgos ambientales, característicos de grupos de NSE bajo, y así alcanzar una mejor calidad de vida. Asimismo, los padres de estos grupos dan gran importancia a habilidades sociales relacionadas a la autonomía (Delgado & Ford, 1998), la cual, como ya se ha visto, se vincula con la regulación. Los antecedentes anteriores permitirían entender el que los niños de NSE bajo sean percibidos por sus padres como menos autorregulados a los 12 meses, en comparación a los niños del NSE alto, al ser mayores las expectativas.
Esta hipótesis es contradictoria a la hipótesis del “déficit”, que plantea que los niños de NSE bajo presentarían una menor regulación, por déficits en su situación de vida, lo cual se observa en otras áreas de desarrollo (como por ejemplo un menor desarrollo del lenguaje o desarrollo cognitivo), y por lo mismo nos parece interesante plantearla, como una forma de desestigmatizar a los niños de este grupo socioeconómico y reconocer más bien su diversidad cultural y de pautas de crianza. Otra forma de entender las diferencias a favor de una mayor regulación en los niños de NSE alto a los 12 meses es el planteamiento de que en este grupo los padres tenderían a incluir predicciones evolutivas más precoces sobre sus hijos en comparación con los otros grupos sociales (Palacios, 1988), donde los padres estimulan más tempranamente conductas de regulación, predicciones que luego se compensarían a los 30 meses, desapareciendo las diferencias, como lo es el incremento observado en los niños de NSE medio, igualando a los niños de NSE alto a los 30 meses.
Estas diferencias observadas entre los niños de los distintos grupos socioeconómicos reflejan no solo diferencias entre los niños según su contexto, sino diferencias en las percepciones y expectativas de los apoderados respecto a los niños, las cuales pueden verse influidas por factores como la edad y nivel educativo de los adultos así como características específicas de los contextos socioeconómicos y educativos a los cuales dichos adultos tienen acceso, y en los cuales estos grupos difieren. Se hace por tanto interesante estudios futuros que continúen el análisis de estos aspectos en niños de mayor edad que aporten al análisis de patrones evolutivos diferenciales en el temperamento de los niños.
Considerar en conjunto las diferencias individuales del niño reflejadas en su temperamento, así como la influencia de distintos contextos, pautas de crianza y procesos de socialización que son propios a cada grupo socioeconómico, es relevante por su efecto tanto en las expectativas que se tenga del desarrollo del niño, como en el mismo desarrollo de éste (Orozco-Hormaza et al., 2010; Palacios, 1988; Pollock, 1993).
Cabe considerar que este estudio padece de algunas limitaciones, como el tamaño muestral que hace que sus resultados deban ser tomados con cautela. Además, la evaluación de temperamento fue realizada a través de la percepción de los padres y no incluye observaciones directas de la conducta del niño, por lo que es difícil separar las características “reales” del niño en estas dimensiones, de las percepciones de sus padres, que pueden estar sesgadas por sus creencias y expectativas, por lo que futuros estudios debieran considerar otras formas de evaluación del temperamento infantil y ver si los resultados aquí reportados se mantienen. Otro aspecto importante es que parte importante de la bibliografía sobre los NSE en Chile es de larga data, por lo que es posible que estemos ante pautas de crianza diferentes a aquellas que fueron consideradas en los estudios que sustentan esta investigación. Finalmente, todos los niños de este estudio asistían a sala cuna, por lo que estaban insertos no solo en el proceso de socialización de la familia, sino de un contexto educativo inicial. Futuras investigaciones debieran incluir niños que no asistan a sala cuna, así como niños mayores.
Es necesario considerar que en general no hay estudios en este tema, y que la mayoría de los estudios abordados se han realizado en otros países, existiendo poca investigación nacional. Es por esto que es necesario considerar las características distintivas de cada nación, debido a que la desigualdad en los diversos países tiene distintas intensidades. En comparación por ejemplo a Estados Unidos, que es donde se han realizado los estudios de Rothbart, Chile es un país que presenta una mayor inequidad socioeconómica (Banco Mundial, 2015). Así, los resultados de este estudio son novedosos en cuanto a abordar diferencias entre distintos contextos socioeconómicos, cuyas diferencias son más marcadas y generan más desigualdad para el desarrollo de los niños.
Finalmente, los resultados de este estudio aportan evidencia a la relevancia de estudiar el temperamento de los niños a edades tempranas no solo por su impacto posterior en el desarrollo del niño en aspectos relacionados con su inserción escolar, relaciones interpersonales y ajuste socio-emocional, sino que el considerar variaciones e influencias del contexto familiar y socioeconómico en el cual se encuentran insertos los niños puede ayudar a identificar tempranamente factores de riesgo y diseñar estrategias de promoción temprana e intervención que sean específicas a dichos contextos familiares.