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Andamios

versión On-line ISSN 2594-1917versión impresa ISSN 1870-0063

Andamios vol.18 no.46 Ciudad de México may./ago. 2021  Epub 17-Ene-2022

https://doi.org/10.29092/uacm.v18i46.859 

Reseñas

La crueldad política de Nietzsche

Pablo Tepichín* 

*Profesor investigador en el Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información Teatral “Rodolfo Usigli” (CITRU) en el CENART y profesor de asignatura en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM y de la Universidad Iberoamericana, México. Correo electrónico: pablotep@hotmail.com

Blanco, J. 2020. Anti-Nietzsche. La crueldad de lo político. España: Taugenit


a Keyla

El 25 de agosto de 1900 se disipaba para siempre el magma de uno de los filósofos más importantes de todos los tiempos: Friedrich Nietzsche. Empero, el influjo de su impronta siguió irradiando hasta en nuestros días por la fuerza telúrica de sus aforismos, sus metáforas y sus afrentas a pálidos convencionalismos y opacas sabidurías, martillando todo aquello que suene a permanencia, a estabilidad y a toda concepción, racionalista, teleológica o metafísica de la historia.

En Anti-Nietzsche. La crueldad de lo político el filósofo español Jorge Polo Blanco se coloca contra Nietzsche con la intención de dilucidar, sin barandillas, varias preguntas y levantar ciertos argumentos, con el objetivo de mostrar que la filosofía del pensador alemán también es una filosofía especialmente política, y, a partir de ahí, responder de qué signo sería ésta. A la sazón, al pensador español le interesa destacar, paradójicamente, una inquietante tendencia hermenéutica suscrita por el “culto a Nietzsche” la cual cruzaría la segunda mitad del siglo XX y que estaría sellada por una despolitización, la cual, cuando no encubre, simplemente soslaya las consideraciones más corrosivas del Nietzsche históricamente determinado.

Al inicio de su ensayo, Polo Blanco avienta la primera cuestión que persigue al filósofo de Röcken, ¿Fue Nietzsche un pensador peligroso, el más peligroso de todos?, la respuesta en el libro es afirmativa, pero ¿peligroso para quién?, se pregunta Polo. Entre otras interrogantes que el autor elabora a lo largo del texto, destacan las siguientes: ¿es posible localizar en las ideas del filósofo alemán algunas propuestas normativas, es decir, propuestas ético-políticas?, ¿Habría una ontología en su obra?, ¿podría considerarse a Nietzsche como el “último metafísico”?

Para iniciar su itinerario, Polo Blanco realiza una breve arqueología por algunas estampas biográficas de Nietzsche, reconstruyendo el ambiente sociopolítico de su época, desde el cuarto congreso de la Asociación Internacional del Trabajo celebrado en Basilea en 1869, la Comuna de París de 1871, el lugar protagónico de los socialistas o las huelgas de los trabajadores que anunciaban vientos de cambio en Europa. En estos pasajes destaca un Nietzsche en contra del movimiento obrero y contra todo aquello que tuviese una demanda popular, rasgo que se anudará con otras visiones que van delineando claramente un diagnóstico sobre la política. Y es que, para el filósofo alemán, su forma de pensar, desde ya, se desplegaba bajo el amparo de un elitismo que despreciaba a las masas, y con ellas, la idea de una nivelación que se acercara a una isonomía en cuya característica descansa en un tipo de democracia. De ahí que, sin necesidad de anunciarlo explícitamente, Nietzsche se inclinará por cierta estructura sociopolítica.

Pero ¿a qué se hace referencia cuando se habla de crueldad de lo político? Jorge Polo explica cómo para Nietzsche habría en el mundo principios antivitales irradiados por la aparición de las posturas morales socrático-platónica, judeocristiana, pero también reproducidas por el pensamiento ilustrado, todas estas contraviniendo el fondo último de la vida, que no es sino esencialmente cruel, el cual contaría con la primacía de ciertos instintos como afán de dominio, ansia de venganza y sed de poder. En este sentido, una moral de conmiseración con los menos favorecidos, los débiles o los pobres serían una afrenta intolerable para la reproducción de la vida según Nietzsche. Polo refiere que la vida saludable no coopera, “no confraterniza; la vida saludable compite y ataca, una vez tras otra, para seguir creciendo todavía más. Vida contra vida, en una lucha ineluctable e interminable” (Blanco, 2020, p. 222). En suma, la crueldad es la verdad primaria de la vida.

Entre los aspectos más interesantes del libro de Jorge Polo, está, a mi juicio, aquel relacionado con la posibilidad de una ontología nietzscheana fundamentada en la “voluntad de poder” y que hallaría como principio último de la realidad una lucha agonística permanente la cual se develaría en el radical pesimismo propio del autor de Más allá del bien y del mal, “porque sin crueldad no hay fiesta; así lo enseña la más antigua historia de los hombres” (Blanco, 2020, p. 208). En relación con esta ontología, Polo sostendrá puntualmente que en la filosofía de Nietzsche hay un vínculo indisoluble e indisociable entre un determinado “tipo de hombre” dominante y una forma específica de organización social, en donde el espíritu del aristocratismo de una cultura superior cruzaría todos los ámbitos de la existencia.

Empero, a pesar de que el filósofo alemán no se decantará empíricamente por una forma de gobierno, “sí sabía a la perfección qué deriva sociopolítica debía ser frontalmente combatida” (Blanco, 2020, p. 243), a saber, la democratización, el sentido de equidad y de justicia. Con base en ciertos argumentos de Mayer, Polo concluye que, dentro de las coordenadas del liberalismo político, el pensamiento de Nietzsche fue consistentemente antiliberal, antidemocrático y antisocialista. Fuerte y claro, Polo insiste un “socialdarwinismo ontológico” imposibilita cualquier proyecto político de corte igualitarista o progresista.

En torno a la idea de hombre en el apartado “¿Acaso podemos extirpar lo inextirpable?”, el filósofo español explica:

Suspira Nietzsche por recuperar de algún modo la potencia lúdica de ese animal que todavía late en el fondo de algunos hombres; sueña con la revivificación de aquella criatura que no se devoraba a sí misma con el mejunje del remordimiento compasivo, que no se enfurecía consigo misma por resultar victoriosa y arrolladora, que no se sentía mal por desplegar su mordiente fuerza (Blanco, 2020, p. 208).

En todo caso, la paradoja que subraya el autor de este libro es que en Nietzsche hubiese un principio último de la realidad: la Voluntad de Poder y aquello inextinguible sería una lucha, eterna con rasgos cósmicos, un pólemos inextinguible. En suma, una ontología de la guerra. Polo aquí responde, entre otros, a Vattimo, “cuando sostienen que Nietzsche abrió una nueva era de ‘pensamiento posmetafísico’, esto es, como si en él y a partir de él ya no hubiera posibilidad de hallar un ‘fundamento último’” (Blanco, 2020, p. 200). En ese sentido, es que de acuerdo con Rorty, Polo también coincide que en la figura de Nietzsche podríamos encontrar, la verdad sea dicha, al último de los metafísicos. Lo que se presentaría como una tesis normativa en torno a Nietzsche está referido a la imposibilidad de un afuera del escenario ontológico sellado por la multitud de voluntades de poder en descarnada lucha, es más, como explica Polo en una hermenéutica nietzscheana, “es que no debe existir ese afuera” (Blanco, 2020, p. 223).

Otro de los interesantes aspectos que Jorge Polo desarrolla en el libro es sobre la relación entre derecho y ley. Para ello trae el diálogo Gorgias, así como el Libro I de la República, donde respectivamente, Calicles y Trasímaco sostienen que naturaleza (physis) y ley (nomos) se encuentran en un mismo plano. Ambos personajes defendían la ley natural del más fuerte en oposición a las leyes artificiales o más específicamente antinaturales. La justicia, en este sentido, no es otra cosa que lo que le conviene al más fuerte. Pues, precisamente, Nietzsche estaría en esa misma línea argumentativa, pues el filósofo alemán se inclinaría por ese impulso profundo de voluntad de dominar, oponiéndose a todo lo que constituye antivalores y afrenta a la vida, por ejemplo: la piedad, el altruismo, la compasión, la conmiseración, la fraterno, etc., son pura voluntad de nada, dice Polo.

La presencia de un filósofo como Roberto Esposito resulta elocuente para analizar aspectos del pensamiento de Nietzsche pues en este habría una tendencia a desplegar el paradigma inmunitario, pues la semántica de “infección”, “contaminación”, “parásito”, “contagio”, “higiene”, “pureza”, “patología”, “salud”, “enfermedad”, “malformación” o “degeneración”, llevada a los lazos sociales puede tener consecuencias inaceptables. Lo que es innegable es que aquí yace una férula terminológica biopolítica y tanatopolítica, esta última entendida a la vez como reverso negativo y destino último del biopoder.

Anti-Nietzsche. La crueldad de lo político es una profunda obra en la que Jorge Polo Blanco no solo trae directamente las metáforas, las parábolas, las referencias y las ideas de Nietzsche para sostener y levantar sus argumentos en torno a la relación que sostuvo explícita o implícitamente con la política, además es una pieza generosa la cual se complementa con teóricos imprescindibles que le han dedicado mucha reflexión a la gran contrafigura, al “atroz vértigo de la Modernidad”, como se refiere Polo al escritor del Zaratustra. Solo para mencionar algunos entre el amplio abanico de autores que trae Jorge Polo y que han discutido, retomado o cuestionado en más de un aspecto al filólogo de Röcken: Gianni Vattimo, Martin Heidegger, Gilles Deleuze, Richard Rorty, Germán Cano, F.G. Jünger, Mazzino Montinari, Mónica Cragnolini, Peter Sloterdijk, Rudolf Steiner, Olivier Reboul, Rüdiger Safranski, David Harvey, Jesús Conill, J.M. Romero, Karl Jaspers, Diego Sanchez Meca, José E. Esteban, Giorgio Colli, Roberto Esposito y Fernando Savater.

En una de las importantes hermenéuticas protagonista de una cierta izquierda nietzscheana versa en torno a la desmitificación radical de todas las formas de logocentrismo. En esta perspectiva, un nihilismo, pero más bien “activo”, operaría para desarticular los “grandes relatos” que según esto llevarían a formas totalitarias. En efecto, la recuperación de este nietzscheanismo anarquizante y esteticista, supone derrumbar las doctrinas de estabilidad epistémica pues precisamente lo que no hay desde este punto de vista, es núcleo de sentido. Polo explica cómo un “abanico polimorfo” sustituiría la racionalidad unívoca y jerárquica, abriendo “un espacio fractal y poliédrico carente de centro; un devenir en el que los sentidos y los significados se recrean constantemente, sin sedimentar jamás (Blanco, 2020, p. 299).

Es harto conocida en esta perspectiva posmoderna según la cual no hay Historia, sino microhistorias, fragmentos, pedazos, fractales que no pueden ser introducidos en un relato unificados. Empero, el filósofo español hace un apunte necesario sobre la posmodernidad, pues ésta, llevada al límite podría acarrear “otro peligro no menor, a saber: el hundimiento de lo histórico en el abismo de lo inefable” (Blanco, 2020, p. 299), pues no puede soslayarse que la “debilidad” del pensamiento posmoderno, que sostiene la ausencia de fundamentos sólidos, podría desembocar en lo siguiente: “la explicación teórica de la violencias históricas se torna inviable; el dolor de las víctimas aparece como ininteligible y, en consecuencia, como inenarrable” (Blanco, 2020, p. 301).

Entre las lecturas que se pueden hacer a Anti-Nietzsche, una es clara, no nos podemos quedar solamente con la exégesis nietzscheana del “psicólogo de la cultura”, valiosa sin duda, o con hermenéuticas de exoneración, pero tampoco con el culto a Nietzsche que soslaya los elementos sociopolíticos efervescentes en buena parte de su itinerario por un voluntarismo hermenéutico despolitizador. Polo Blanco es lapidario para ciertos espíritus dulcificantes: resulta imposible conjurar “Nietzsche” y “emancipación política”.

El magma de Nietzsche, aquel que también corría para el pensador alemán en las honduras del “espíritu alemán” que lo diferenciaba de las otras naciones europeas, es una potencia vigente a veces explícita, a veces implícita, en nuestro devenir mundo y en las múltiples configuraciones de nuestra época. Si ese magma es eterno e inolvidable, también el mineral que conserva viva la llama.

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