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Papeles de población

versión On-line ISSN 2448-7147versión impresa ISSN 1405-7425

Pap. poblac vol.7 no.30 Toluca oct./dic. 2001

 

Aproximaciones para una teoría de la violencia urbana

 

José Luis Cisneros

 

Universidad Autónoma Melropolilana-Xochimilco.

 

Resumen

La expresión de las múltiples realidades de la violencia que se vive en una ciudad como la nuestra, oculta y hace difícil comprender la asociación de factores que la propician. En estas líneas, intentaremos precisar algunas de las peculiaridades que obstaculizan la cristalización de los generadores de la violencia urbana, particularmente nos centraremos en explicar los temores que despierta la ciudad como uno de estos obstáculos. Para ello se exponen las diversas perspectivas desde las que se han construido explicaciones de fenómeno de la violencia sin dejar de lado la importancia que adquiere la relación entre el espacio público y la vida cotidiana en la ciudad, como un contexto expoliador y excluyente que condiciona, produce y reproduce un contexto cultural de violencia. Así, los tiempos, el espacio y la dinámica de la ciudad estructuran y condicionan al sujeto a la percepción y producción de significados acerca de la violencia. En la ciudad, el miedo y la violencia son dos figuras contrastantes que forman parte de una misma moneda en el imaginario urbano.

 

Abstract

The manifestation of the different and multiple realities related to violence that exist in a city such as ours, both hides and makes it difficult to understand the association of factors that make it emerge. In the present article, we will make an attempt to point out what some of the peculiarities that obstruct the crystallization of urban violence are. For this purpose, we will show the different perspectives from wich the explanations of violence have been built up. We will not set aside the importance of public space and every day life in the city, since this is a pillaging context that in tum, conditions, produces, and reproduces a violence cultural context itself. Hence, both space and dynamics of the city can structure and condition someone towards the perception and production of meanings related to violence. In the city, fear and violence are two contrasting aspects, wich relationship pertains to the same coin in the urban imagination.

 

Yo te amo, ciudad porque la muerte nunca te abandona, porque te sigue el perro
de la muerte y te dejas lamer desde los pies al rostro, porque la muerte es quien te
hace el sueño, te inventa lo nocturno en sus entrañas, hace callar los ruidos
fingiendo que dormitas, y tú la ves crecer en tus entrañas.
Gastón Baquero, "Testamento del pez"

 

Introducción

En estas líneas, lejos de pretender encontrar una respuesta general a las múltiples manifestaciones de la violencia, que se viven día con día en una urbe como la nuestra, más bien son un cúmulo de reflexiones, que tienen como objetivo, ofrecer un instrumento que nos posibilite distinguir los componentes del círculo perverso de la violencia social. Para ello ofrecemos una discusión y análisis desde un ángulo poco discutido, el cual nos ofrece un arsenal de información e ideas argumentativas con relación a las causas y orígenes de la violencia. Algunos de estos argumentos son poco aceptables, otros sin duda poseen algo de cierto.

Sin embargo, no se trata de manifestarse a favor de uno o de otro, mucho menos utilizarlos como mecanismo de explicación de un problema que no sólo es local sino que posee múltiples aristas, es un fenómeno que se ha venido observando con mucha mayor frecuencia y detenimiento durante las últimas décadas, en las grandes ciudades del mundo. Un fenómeno que se percibe cotidianamente en el incremento de la delincuencia, así como en la aparición de nuevos fenómenos desencadenados por el uso excesivo de la violencia en todas sus expresiones. El conjunto de estas percepciones en la sociedad genera por un lado, una sensación de inseguridad y, por el otro, un despliegue de interpretaciones, desde diferentes disciplinas científicas y posturas políticas e ideológicas.

La percepción de la violencia en la vida contemporánea, se ve retroalimentada por los hechos difundidos en los medios de comunicación de masas, los cuales juegan un papel central en la construcción del sentido que adquiere la violencia, al magnificarlos y hacerlos espectaculares, producen un efecto de alta vulnerabilidad en los sujetos y en determinadas regiones, zonas o lugares, con los cuales se reduce la realidad de las ciudades a simples confrontaciones entre el bien y el mal. Todo ello se debe en parte a las imágenes que difunden los medios informativos de la ciudad. Así como al crecimiento desbordado que se generó desde la década de los setenta, el cual propició lentamente un proceso de desconocimiento del territorio que despierta en los sujetos viejos miedos ancestrales al ser arrojados por la dinámica de la ciudad a los límites de la supervivencia, por decirlo así. El conjunto de estas dos perspectivas genera una opinión de desconfianza e inseguridad.

Hemos querido iniciar este ensayo con tales juicios porque sin duda en una ciudad como la nuestra, al igual que en cualquier otra del mundo, la violencia hoy se vive, se percibe y se practica desde las imágenes e influencias que logran estos medios en la formación de las múltiples representaciones y actitudes. Así como, los efectos de vulnerabilidad que crea en los sujetos al redefinir la dimensión del espacio urbano.

 

Argumentos

La experiencia cotidiana del uso y la práctica de la violencia de todos los que habitamos las grandes urbes, se encuentra reforzada por el desarrollo tecnológico emprendido por los medios masivos de comunicación. Este desarrollo tecnológico ha logrado una transformación en la percepción tradicional que comúnmente se tenía de los actos de violencia e incluso hoy responde a las necesidades de los propios consumidores, lo que crea una influencia recíproca entre actitudes y la formación de un imaginario social de la violencia.

En consecuencia, estamos frente a una percepción distinta de aquellas acciones y acontecimientos catalogados como atroces, hasta hace apenas unas cuantas décadas atrás, por dos razones que consideramos fundamentales: la primera, estaría en el hecho de admitir que la difusión de imágenes impúdicas por la prensa, eran un acto no común, dado el control y la moral, que los diarios mantenían en una sociedad como la nuestra.

Por ejemplo, desde sus inicios la prensa se encargó de registrar y señalar aquellos acontecimientos violentos que marcaron el rumbo de la historia, el caso más típico es aquella imagen que muestra la amputación de la pierna de un soldado combatiente en la guerra del 47 hasta el cadáver de Maximiliano, pasando por las magníficas fotografías de la guerra de castas, todas estas imágenes en conjunto prefiguraron elementos que invocarían constantemente la relación entre historia, fotografía y violencia. Imágenes que en el discurso de la configuración de la paz y el progreso de una historia como la nuestra retrataban la violencia, la sinrazón, la fealdad y el mal en los incipientes medios de comunicación masiva, particularmente en la prensa.

La segunda, estaría en el hecho de reconocer que la incorporación de los medios electrónicos, y la reorientación de ciertos valores, dados por una nueva ética de mercado, posibilitaron el crecimiento de un público cada vez más amplio y variado, donde la difusión de estas imágenes se convertirían en una mercancía, cada vez más atractiva, que obligó a romper los límites de lo que se exponía en las primeras planas de ciertos diarios.

El idioma de la nota roja, tremendista por necesidad, cargado de epítetos truculentos, es la aproximación más conocida a la descripción de los hechos de manera tal que las imágenes provenientes de la nota roja y las pasarelas de cadáveres y criminales vueltos show, sustituyen cualquier tipo de razonamiento, por la expresión de: "pavorosos asaltos, crímenes monstruosos, delincuentes satánicos y horripilantes encuentros macabros." Esta perversa fascinación por las grotescas imágenes de la nota roja exorcizan mediante su morbo la violencia, ubicándola como un suceso remoto. De hecho, al ¡ncorporarla como espectáculo en los medios de comunicación, el morbo adquiere el estatuto de una técnica terapéutica que nos cubre y aleja de la violencia. Actúa, digámoslo así, de manera inversa al chisme, pues este nos incorpora a la intimidad ajena, mientras que el morbo los aleja de la desgracia de los acontecimientos. En consecuencia, la condena a la violencia, "hija bastarda de la televisión", es tema recurrente en los medios informativos.1

La audiencia de hoy. de los medios de comunicación es, por decirlo así, compleja, pues se encuentra conformada de receptores muy distintos, algunos interesados en lo eróticamente macabro de sus imágenes, sus encabezados y sus alucinantes crónicas. Otros, en la percepción de sus ideas y, finalmente, aquellos que sólo se nutren de ellas, como una mera práctica de su profesión.2

En este sentido, la construcción social de un imaginario de la violencia en la ciudad, definida y difundida por los medios de comunicación, ha propiciado en buena medida determinados tipos de comportamiento y tensión en las relaciones sociales de la ciudad. Así, los diferentes grados de intensidad de la violencia y los esfuerzos por tratar de explicar, diferenciar y comparar las diversas acciones que propiciaron los comportamientos violentos, han generado diversas reflexiones con el propósito de crear instrumentos para medir y diferenciar los tipos de violencia desde una escala objetiva y subjetiva de su intensidad.

Muchas de estas reflexiones provienen de disciplinas como la biología, teología, fisiología, medicina, psicología, antropología, filosofía, criminología y sociología. Estas disciplinas han generado innumerable bibliografía la cual puede clasificarse a grosso modo en dos matrices para su análisis: la primera, alimentada por ensayistas que insisten en construir y definir a la violencia desde descripciones y narraciones de acontecimientos, desde los cuales se hace una descripción catastrofista y amarillista de la violencia en la ciudad. Dentro de este grupo destacamos los estudios estadísticos que se encargan de registrar e identificar los actos violentos. Esta perspectiva nos ofrece un conocimiento incompleto y parcial de la violencia. La segunda matriz de análisis está centrada en una serie de interpretaciones sobre los actos de violencia y los factores intermedios que propician y modifican la acción de la violencia. Este tipo de estudios ofrece una reflexión un tanto más profunda en la medida en que crea conceptos desde enfoques teóricos concretos.

En conjunto estas dos grandes perspectivas de interpretación, preocupadas por buscar una respuesta a la violencia social urbana, lejos de hacer claro el horizonte para brindar posibles soluciones, han multiplicado la diversidad de interpretaciones.

 

Imágenes cotidianas de la violencia

La cuestión de la violencia en un espacio urbano, como el de la ciudad de México, se muestra como una paradoja, dado que se asocia, por un lado, al repudio público en contra de la violencia y su dramatización. Por el otro, a un incremento constante de la demanda de estas imágenes, las cuales poseen una gran proyección mediática, respecto del imaginario social de estos acontecimientos, que fluyen, vía las imágenes cinematográficas y la televisión, producto de una creciente cultura generalizada que expresa los contenidos de la violencia, que al mismo tiempo parece ser que nadie es capaz de darse cuenta de los efectos y las consecuencias que éstas tienen en la población que las consume.

Así, el repudio de la violencia y su dramatización, es producto de la experiencia personal y de su transformación en determinismo de una concepción melodramática, encausada por los discursos, reportajes, análisis académicos y relatos personales en torno a los acontecimientos ocurridos. De esta visión se desprende una imagen de ciudad indefensa, acorralada en un callejón que aguarda la puñalada terminal. Una ciudad cuyas metáforas folletinescas extinguen interminablemente a las víctimas y divulgan la existencia de nuevos crímenes expresados en un lenguaje melodramático que se impone sobre las versiones objetivas. Una versión melodramática de la violencia que desdichadamente se convierte en algo real, intangible y omnipotente que hace inútil la voluntad de actuar o intervenir cívicamente. En este sentido el repudio a la violencia y su visión melodramática construye y facilita la asimilación de un paisaje trágico.

Otro argumento a favor de la paradoja antes mencionada, radica en reconocer que a nadie cabe duda que estamos frente a una serie de acontecimientos, que se vuelven un obstáculo para la construcción de los vínculos de sociabilidad, debido a que se presentan como límites fronterizos que causan ruptura, entre la confianza y credibilidad depositada en la responsabilidad de las autoridades públicas, tal sería el caso de la constante difusión de la corrupción policíaca y judicial.

En este sentido, el problema de la violencia urbana no es privativo sólo de una megalópolis como la nuestra, pues su desarrollo voraz amenaza también a ciudades como Nueva York, Tokio, Sao Paulo, Bangladcsh, Bangkok, Osaka, Los Angeles, Londres, Berlín, etcétera.

Las imágenes de la violencia volcadas en la cotidianidad de los actos de quienes habitan la ciudad, se asumen como acontecimientos trágicos dibujados nublados por el velo del horror que nos acechan. De manera tal, que la violencia modifica los ritmos y el comportamiento de la vida urbana, la cual se rige por la representación de una victimologia pueril, donde las personas anochecen con alivio de sobrevivientes y amanecen convertidos en victimas en potencia. Dichas imágenes construyen estereotipos de algunos espacios o regiones, catalogados como más violentos; en un contexto global, son espacios percibidos como profecías exterminadoras a corto plazo, de todo aquello que nutre los escenarios del pavor; colonias, barrios, callejones, avenidas y bajo puentes, son contempladas como espacios cuya realidad cotidiana se dibuja de manera trágica por el horror que los acecha, lugares concebidos como el refugio de ladrones de automóviles o de asaltantes; son lugares o sectores propios de la delincuencia cuyo capítulo se agrega como uno más a las oportunidades de empleo y de entrenamiento para el delito como patrimonio familiar. Lugares cuya distribución de tareas e intercambio de productos del robo conforman complejas macroindustrias del despojo, en fin, son lugares que se afirman y se divulgan por lo escalofriante de sus dramáticas historias difundidas. Lugares de la obsesión informativa de los medios de comunicación, que vuelven la fragilidad de sus acontecimientos en un tema central de la descomposición social de nuestra sociedad.

El predominio de estos acontecimientos violentos pudiera estar producido por el mismo orden político y por la falta de estrategias de contención. Sin embargo, también podría admitirse que la violencia ha sido históricamente un elemento decisivo en la formación de la sociedad, de manera tal que la domesticación de ésta, así como la limitada aceptación sublimada en las diferentes dimensiones culturales de la civilización, han sido consideradas como un elemento fundamental de la constitución del sujeto en la sociedad.3

Lo fragmentado de estos acontecimientos violentos de la ciudad edifican las condiciones para una representación social de la violencia interiorizada en cada uno de los que habitamos la ciudad, expresada tanto en la comunión como en las experiencias personales vertidas e intercambiadas tanto por el ritmo del rumor, como de la escenificación de sus acontecimientos que propician en buena medida, una percepción fragmentada de la violencia.

Una violencia que se impone a la ciudad por el temor a sus calles, las cuales terminan cercadas por cientos de miles de toneladas de rejas que las vuelven un campo minado en el que proliferan cientos de compañías de seguridad privada.

Esta falta de estrategias de contención contra la violencia, o mejor dicho, la falta de una perspectiva explícita que diluya este tipo de acciones, podría ser atribuida a la incapacidad propia de cada uno de los actores de esta ciudad, para evitar un abismo social en el que gravitamos, y nos aferramos a querer encontrar una respuesta, ante un horizonte lleno de claroscuros. Un horizonte que se configura desde la lectura de un mundo binario, cuyos polos, aparentemente antagónicos, son el resultado de las caras de una misma moneda. En otras palabras, el fenómeno de la violencia no es un problema de unos cuantos, es un problema de todos en la medida en que la interacción de violencia aparece como una forma extrema de supervivencia relacional, es, por decirlo asi, una relación paradójica en la que sólo se puede vivir con otro a condición de destruirlo.

Desde esta perspectiva surgen los siguientes cuestionamientos ¿cómo debemos leer el problema de la violencia?, cómo un signo del destino y de lo inevitable, o como la respuesta de un fenómeno individual, o bien, porque no pensar que la respuesta pudiera estar en la esfera de lo intrapsíquico, o quizá tenga un basamento bioquímico. O definitivamente la respuesta se encuentra en la expresión ritualizada y diferencia de la cultura de un pueblo. La verdad es que no creemos que ninguna de estas afirmaciones sea la correcta dado que el fenómeno de la violencia no es un problema unidimensional ni unidireccional, por el contrario, es un problema multidimensional y de alta complejidad que en algunos periodos de la historia del hombre y en desarrollo de su vida cotidiana suele ser de utilidad para resolver conflictos.

Estos juicios lejos de acotarnos el horizonte para comprender la complejidad del problema nos desbordan de sus límites y nos muestra la dificultad metodológica para definirla, dadas las diversas variables que la constituyen. Sin embargo, de manera obligada uno tiene que preguntarse ¿cuáles serían aquellos mecanismos de contención capaces de dar solución a los acontecimientos crecientes de violencia, que manipulan y conforman la imagen de una ciudad como la nuestra? más aún ¿cómo saber cuál sería la teoría más convincente para tratar de describir la atrocidad de sus propios acontecimientos tratando de mantener un margen de objetividad alejado de la influencia de los relatos que manipulan en buena medida la visión y el discurso que uno configura de la violencia en la ciudad?; en otras palabras, cómo arribar a una explicación o emprender un ejercicio de interpretación objetiva de estos relatos, de manera tal que permitan desarrollar una teoría general de la violencia.

 

¿Qué es la violencia?

La palabra alemana Gewalt, abarca un campo semántico más amplio que el término violencia, pues expresa a la vez poder de Estado y violencia individual. Esta palabra traducida al inglés seria, Violence and Power y al francés Violence et pouvoir. Por su parte, la palabra compuesta Galtung/strukturelle Gewalt, significa violencia estructural y personal; no obstante, la psicología se ha empeñado en interpretar a la violencia como la expresión de una agresión, es pues, según Lorenz, el resultado personal de la manifestación de una frustración. Por su parte, Dollard ha insistido en que es el resullado de una socialización. Sin embargo, cualquiera que sea el punto de vista con el que se pretende interpretar a la violencia, hay que admitir que no se puede dar una sola razón. Debido a que existen teorías que tienden a demostrar la interdependencia de las normas que permiten la violencia física, y de las que imponen la violencia social (Lossef y Tillmanns, 1997: 23).

En este sentido, al examinar el término de violencia, uno puede destacar su contenido polisémico, del cual se desprende la existencia de diversos discursos que en la práctica se han construido en torno de sus múltiples dimensiones, dando lugar así a una variedad de tipologías. Si a ello agregamos que el sentido de violencia se encuentra atravesado por una gran variedad de campos disciplinarios, entenderemos la existencia de tantas interpretaciones y la razón por la cual sus discursos tienden a ser fragmentados y apolíticos (Del Olmo, 2000: 75).

El conjunto de estas características ha impedido, por un lado, digámoslo así, el desarrollo de una teoría general de la violencia. Por el otro, comprender que la noción de violencia se convierte en un concepto propiamente político, lo cual empeora la dificultad para intentar definirla con precisión, en la medida en que es producto de una compleja combinación de dimensiones que incluye los contenidos que la generan.

En consecuencia, es una noción empleada indistintamente para enunciar un conjunto de hechos y situaciones completamente heterogéneas que parecieran no tener ninguna conexión entre sí. Por ejemplo, lo mismo implicaría un intercambio agresivo de palabras, que un escrupuloso homicidio o el fraude de un cheque sin fondos. Es pues, un término vago y abierto a todo abuso lingüístico con el que se han formulado tantas definiciones, como manifestaciones posibles puede tener. De ahí que esta pueda ser clasificada, según la persona que la sufre: mujeres, niños, ancianos, discapacitados, homosexuales, etc. O bien, según su naturaleza de agresión, la cual puede ser física, psicológica o sexual. También según el motivo, los cuales pueden ser políticos, raciales o culturales, o bien, según el lugar donde ocurre, como una casa, el trabajo, la calle o la escuela. Ahora bien, si a esta clasificación agregamos que la violencia posee actores, formas y móviles, entonces se puede deducir su multicausalidad. Más aún, si agregamos que cada una de estas clasificaciones tiende a ser construida en escenarios sociales, entendemos porque también suele hablarse de violencia política, económica, social, intrafamiliar, laboral, etc. (Del Olmo, 2000:76-77).

No obstante, con la diversidad de interpretaciones desde las cuales se puede definir la violencia, se puede deducir que lo peculiar de todas estas acepciones es que pueden actuar interrelacionadamente, con lo cual su comprensión se complica y, a su vez, se proliferan otras interpretaciones entorno al sentido y significado que pueda adquirir la violencia.

Otro aspecto agregado a esta compleja amalgama de nociones de la violencia es la constante e indistinta asociación utilizada para enunciar sus actos, componentes o acciones como agresión, de tal manera que unívocamente violencia y agresión son utilizadas para enunciar los mismos acontecimientos.

 

¿Qué es la agresión?

Intentar abordar la definición de la violencia como lo hemos observado, no es una tarea fácil, pues arroja una serie de problemas metodológicos de entre los cuales surge la distinción entre ¿qué es violencia? y ¿qué es agresión?

Para ello diremos que la agresión, a pesar de ser utilizada como un sinónimo de violencia, requiere de ciertas precisiones, entre las cuales se encuentran: primero, lo que sería propiamente los conflictos inherentes, por llamar de alguna manera a la química del sujeto o bien a la estructura de la conformación biológica. Por el otro, de los conflictos configurados, por las relaciones sociales y culturales que establecen complejas formas de interacción y relación entre hechos, escenarios y campos sociales. Ello implica, examinar de una manera más profunda y amplia, el sentido que adquiere la violencia respecto de la agresión.

La agresión tiene que ser entendida como un mecanismo no dañino, natural e innato de reacción mecánica defensiva y adaptativa, que posibilita la sobrevivencia en los animales. Lo que implica que la agresión es desencadenada como respuesta ante la amenaza de intereses vitales, o bien, en términos generales puede ser definida como: aquella propiedad que poseen los seres vivos para poder subsistir.

Otros autores afirman que la agresión no necesariamente posee una función defensiva, también puede tener como meta perjudicar o causar un daño a otro ser vivo de manera intencional. Sin embargo, este tipo de agresión más bien se apega propiamente a lo que hemos definido como violencia, e incluso explica porque de manera tan recurrente escuchamos indistintamente el uso del término agresión tanto para calificar al sujeto que se expresa mediante improperios frente a los demás, como aquel que arremete físicamente contra otro sujeto. Ello implica que la violencia es diferenciadamente entendida, dependiendo del grupo que la interprete.

Uno de los teóricos más importantes, el psicoanalista culturalista, y que se ha dedicado al análisis de la agresión, sin duda es Erich Fromm, quien no a dudado en afirmar que la violencia se monta sobre la agresión y sobre su potencialidad genética. Para ello, establece una diferencia entre tipos de agresión, la primera denominada agresividad benigna o biológicamente adaptativa y, la segunda, es agresividad maligna o biológicamente no adaptativa.

La agresividad benigna o adaptativa es una conducta no privativa de los animales, que tiene su origen en las respuestas innatas e instintivas del cerebro, cuya función principal es la defensa frente a las amenazas vitales de la supervivencia. Este tipo de agresión se ha convenido en una de las fuentes principales de los impulsos agresivos del hombre en sociedad.

En consecuencia, es una respuesta filogenéticamente programada y no espontánea ni autogeneradora, es reactiva y defensiva, dirigiéndose a la remoción de la amenaza, ya sea destruyendo o eliminando su fuente, y no precisamente por el placer de destruir, sino por la finalidad de conservar la vida. Ello implica que los sujetos sólo se hayan motivados por su equipo neurofisiológico, a manifestar su incidencia por la agresión defensiva, únicamente cuando está en peligro; ya sea su vida, salud, libertad o propiedad. Por consiguiente, al cumplir su cometido, la agresión y sus equivalentes emocionales desaparecen (Fromm, 1997: 191).

Esta tendencia al uso de la agresividad, enunciada como violencia y transformada en historia para deslindarla de la biología, suele ser más acentuada en el hombre que en los animales. Ello se debe, por un lado, a la gama de intereses vitales, los cuales son mucho más amplios en el hombre que en los animales. Por el otro, a las condiciones sociales, psicológicas, culturales y económicas, las cuales se vuelven un factor que propicia la agresión. Otro aspecto que favorece la agresión, según Fromm, es la densidad de población, la pobreza, la falta de estructura social y de vínculos comunes y de interés por la vida, que en conjunto provocan estrés como consecuencia de la disminución y privación del espacio y de las condiciones elementales para la protección de la intrusión constante y directa de otros sujetos (Fromm, 1997: 119).

En consecuencia, la función instintiva de la agresión contribuye a la supervivencia tanto del individuo como de la propia especie, de suerte tal que se pone al servicio de la vida, según la tesis de Lorenz (Fromm, 1997: 33).

La agresividad maligna o biológicamente no adaptativa es utilizada para enunciar todos aquellos actos intencionados que causan daño a otro sujeto, animal u objeto inanimado. Es, digámoslo así, un tipo de agresión no programada filogenéticamente que opera como defensa contra las amenazas. Por el contrario, es la acción dañina de un comportamiento aprendido que es destructivo y cruel. Esta es quizá una de las características de la historia del hombre (Fromm, 1997: 193); sin embargo, no debemos dejar de lado que la agresión se diferencia, de acuerdo con los recursos de cada especie y, por tanto, cualquier agresión puede ser calificada de adaptativa desde punto de vista biológico.

Otro de los grandes aportes a esta interpretación es la teoría de la agresión y la frustración expuesta por Dollard en 1939, quien encontró que la agresión es provocada por la existencia de una frustración, y en consecuencia la frustración siempre conduce a alguna forma de agresión.

Esta teoría de la frustración es entendida como la interrupción de una actividad que avanza y se dirige hacia un objeto, o bien como la negación o privación de un deseo. Cuando se manifiesta esta conducta producto de la frustración, aparece como respuesta la agresión.

En resumidas cuentas la interpretación de la agresión puede ser leída como un proceso de construcción y constitución de tres momentos: el primero a partir del momento en el que el hombre toma conciencia; el segundo, de la significación y uso del espacio y, el tercero, constituido por la dimencionalidad atribuida al tiempo. En conjunto estos tres elementos constitutivos de la agresión pueden ser interpretados desde diferentes visiones y concepciones disciplinarias.

Esta proliferación de interpretaciones puede ser agregada en dos grandes tendencias: la primera es la teoría biologista o también definida como reduccionista. La segunda, la cual posee un espectro de interpretación mucho más amplio, son las teorías sociales o culturalistas.

 

Juicios biologistas

Esta tendencia es catalogada como una de las aportaciones más importantes en la explicación de la violencia, su basamento se encuentra anclado en la insistencia de buscar las causas de ciertas manifestaciones de acción del sujeto en factores estrictamente individuales e incluso no ha dudado en afirmar que las razones de tales comportamientos son innatas y naturales del hombre, son una herencia maldita que nuestros ancestros nos han dejado.

Es una concepción que ha desarrollado una visión particular de la violencia, y que encuentra sustento en las tesis de César Lombroso, quien en 1876 expuso en su libro El hombre delincuente, la existencia de ciertos rasgos comunes en todos aquellos sujetos criminales, a los cuales denominó delincuentes natos o seres atávicos, cuyo comportamiento y rasgos físicos, según el autor, se encontraban más estrechamente ligados al chimpancé que al hombre. Esta interpretación de la violencia criminal fue un elemento esencial para desprender sucesivas reflexiones desde esta óptica.

El efecto inmediato de estas reflexiones, dio como resultado el nacimiento de la frenología, la cual tenía como objetivo la predicción del comportamiento del sujeto a partir de las características particulares de su cráneo. Posteriormente aparecen estudios anclados desde la genética, pretendiendo dar explicación a la desigualdad social, teniendo como basamento la teoría de la evolución. Sin embargo, independientemente de sus juicios, los cuales forman el piso teórico de la llamada concepción reduccionista, son visiones disciplinarias que han aportado valiosa información en el estudio de los seres humanos.

Entre estas disciplinas. aparte de la genética, se encuentra la paleoantropología con sus tesis del simio asesino y la agresividad atávica. Esta disciplina utiliza como argumentos de demostración, el comportamiento violento, la crueldad, el canibalismo y los ritos de sacrificios realizados por algunos grupos culturales catalogados como primitivos, de los cuales se desprende la conclusión de que a lo largo de la historia, el hombre ha heredado el comportamiento violento como resultado de un instinto y de un sistema endocrino cuya fisiología es fuente de agresión. Otras disciplinas relacionadas con esta concepción reduccionista serían la etología y la sociobiologia, apoyada en la tesis de la válvula de escape de Lorenz.

Por su parte, la genética es quizá la disciplina que más sustento ha brindado a las teorías reduccionistas de la violencia, o bien patologistas. Decimos patológicas porque muchas de estas interpretaciones provenientes de diversas disciplinas de las ciencias biológicas, han insistido en catalogar las acciones y comportamientos violentos del sujeto como una enfermedad propia y heredada en el género humano, que altera su organismo produciendo cambios estructurales y funcionales.

La vigencia de estos juicios se puede constatar en los argumentos de autores contemporáneos como D. Morris y Murray, quienes consideraron que los sujetos heredamos rasgos físicos; como el color de la piel, los ojos y estatura, al igual que el comportamiento y la inteligencia. En consecuencia, la violencia en el sujeto es inevitable e innata, dado que se encuentra programada dentro de nuestros genes. Ello explica, según estos autores, el porqué el ser humano es el único animal que hace daño sin necesidad y, además, disfruta de esa conducta.

En general, esta concepción se ha encargado de probar que las manifestaciones y comportamientos violentos del sujeto, tienen su origen en las estructuras bioquímicas, en otras palabras, según esta concepción el comportamiento de cualquier individuo no difiere del comportamiento de su química corpórea. Por ejemplo, los argumentos más recientemente conocidos, son aquellos difundidos en el Congreso Internacional de Biología y Sociología de la Violencia, celebrado en la ciudad de Valencia en 1996, España.

En este congreso, la atención se centra en tres argumentaciones en torno a la respuesta violenta de los individuos. La primera, propuesta por el profesor Bruce Miller, de la Universidad de California, quien explicó que el origen de las conductas antisociales y violentas de los sujetos, obedecen particularmente a daños o lesiones producidas en el lóbulo frontal del cerebro.

Así, según los estudios realizados R. Hare, quien afirma que la evolución biológica ha construido una serie de mecanismos que mantienen dentro de un orden la agresividad, cuando éstos se ven alterados o pierden su funcionamiento crean estímulos que potencian la agresividad en los sujetos.

De esta manera, la constitución del cerebro humano en un proceso de evolución estaría marcada primero, por el tallo encefálico, también conocido como cerebro reptiliano o cerebro primitivo, el cual se encuentra situado al final de la médula espinal y dependen de él funciones básicas como las reacciones y los movimientos automáticos. Este cerebro se encuentra encajado en el denominado sistema límbico, lugar del origen de las emociones, y no necesariamente de la conciencia, es una serie de estructuras donde se haya la amígdala, que en conjunto rodean al cerebro reptiliano. Por su parte, el cerebro más joven llamado neocórtex, cuya área es mucho mayor en los humanos que en resto de los animales, tiene la función especifica de propiciar la reflexión de las emociones denominadas sentimientos. Es la encargada de hacemos sentir nuestras propias emociones, en tanto, si esta estructura sufre alguna alteración en su proceso de constitución por factores externos, propiciará que ignoraremos nuestras emociones y en consecuencia las emociones de los demás.

Por su parte, la amígdala, según esta perspectiva, es la que se encuentra estrechamente ligada a la agresividad y conectada con la corteza prefrontal, que es la parte de la corteza cerebral delantera, de manera tal que la amígdala se conecta con la parte de la corteza cerebral llamada corteza orbitofrontal, que es la parte de la corteza prefrontal situada encima de nuestras órbitas oculares. En este sentido, si la amígdala en concreto se coloca fuera del alcance de la corteza orbitofrontal, transforma la agresividad en violencia. En consecuencia, si la base biológica del sujeto se encuentra defectuosa, dicha alteración o defecto propiciará mecanismos que desatan la agresividad incontrolada en violencia.

La segunda explicación del origen de la violencia gira en torno a dos interpretaciones, la primera, que es quizá la más novedosa pero con poco sustento de explicación, fue la de Randy Nelson, endocrinólogo y psicólogo, quien afirma que la presencia de bajos niveles de óxido nítrico es una de las causas que propicia no sólo conductas violentas en los sujetos, también genera un comportamiento hipersexual y un estado de mayor agresividad. La otra anclada a las viejas tesis de la hormona de la ira o bien la teoría de la adrenalina.

Las catecolaminas producidas en los riñones son la fuente de creación de la adrenalina y de la noradrenalina, producidas en situaciones de riesgo, peligro, ira, angustia o miedo.4 Es un mecanismo fisiológico que se da tanto en hombres como en animales, y tiene como función preparar al organismo para un enfrentamiento o lucha. Al segregarse esta substancia se aumenta la presión arterial, así como los niveles de glucosa en la sangre, los jugos gástricos, y se acelera la respiración. Mientras dura este proceso se registra una disminución, en la percepción sensorial del cuerpo, de manera tal que facilita la resistencia a las lesiones muy dolorosas sin ser consciente de ellas.

Así el cerebro, reacciona ante cualquier amenaza enviando mensajes al hipotálamo, mientras que la hipófisis se dirige al sistema endocrino para segregar adrenalina, noradrenalina, cortisona y otras hormonas producidas por las glándulas suprarrenales, las cuales se encargan de permitir la liberación del desgaste de energía. De esta manera, las emociones de agresividad activa se acompañan de un aumento en la descarga de noradrenalina, mientras que la ansiedad pasiva se asocia a un aumento en la descarga de la adrenalina. Por su parte, en las situaciones de emergencia la hipófisis, que es una glándula directriz, envía mensajes químicos como la serotonina que actúa como interruptor de la violencia, de igual forma produce adrenocorticotropa (ACTH), la cual tiene la función de entorpecer la agresión.

Desde esta perspectiva, la adrenalina reacciona mediante efectos químicos provocados por los estados de ánimo, el celo, la ira, la excitación sexual, la risa y la alegría son emociones asociadas con ambientes pesados, mientras que la euforia de un concierto, de un partido de fútbol o de una manifestación política, así como la histeria, el pánico colectivo, la sugestión y el fanatismo, se encuentran asociados a la influencia química de la producción de catecolaminas. En consecuencia, los estados de tensión o de estrés definidos como una respuesta inespecifica, bien se han catalogado como la privación de estímulos o en su defecto la estimulación excesiva de estos propician un estado de agresividad.

Otros dos químicos relacionados con el comportamiento violento son: la serotonina, que es un neurotrasmisor que induce la comunicación en las células cerebrales. Así, al acumularse en los receptores logra ligarse a diferentes funciones como el control de estímulos, el estado de ánimo, el sueño, el apetito y el temperamento. En consecuencia, cuando un sujeto registra bajos niveles de esta substancia se encuentra más estrechamente relacionado con el aumento de conductas o comportamientos impulsivos en actos violentos.

El otro es la testosterona, con el cual se pretende demostrar la estrecha asociación existente entre el comportamiento destructivo y el comportamiento impulsivo del sujeto. Para ello, David Nelson, biólogo molecular del Instituto Nacional de Salud de los Estados Unidos de Norteamérica, parte de la siguiente pregunta ¿por qué los hombres evidencian más su comportamiento violento que las mujeres? De hecho, afirma que los hombres no sólo son los que cometen 90 por ciento de los crímenes violentos de todo el mundo, también son 3 veces más propensos que las mujeres a cometer suicidio. Este juicio le condujo a la siguiente pregunta ¿qué elementos químicos en la composición de la estructura masculina hacen que se comporten así? La respuesta la encontró en los niveles de concentración del químico llamado testosterona, el cual se presenta en mayor cantidad en los hombres que en las mujeres.

El tercer argumento difundido en este congreso, fue propuesto por el biólogo genetista Han G. Brunner, de la Universidad de Nimega, Holanda, quien afirma que el temperamento o comportamiento agresivo y violento del sujeto, tiene su origen en los bajos niveles de registro de la enzima monomaníaoxidosa (MAO), que forma parte de la química del cuerpo. Por consiguiente, los bajos niveles de (MAO) pueden conducir a los sujetos a caer en un estado no estable o vulnerable para cometer algún delito.

En consecuencia, los niveles en el aumento de las prácticas y acciones violentas de un sujeto, se encuentran directamente relacionadas con la disminución hasta en un tercio de lo que normalmente se registra de esta enzima en un sujeto normal. Esta disminución se encuentra marcadamente diferenciada dado que en los hombres los niveles son más bajos que en las mujeres. Otro aspecto a subrayar radica en que la menor concentración de esta enzima se presenta en los periodos de juventud del sujeto, de manera tal que conforme avanza la edad el nivel de (MAO) aumenta y por tanto el sujeto tiende a ser menos agresivo y violento.

De estos juicios. Brunner afirma que tanto los sujetos que practican deporte de riesgo, como los sujetos violentos de comportamiento agresivo presentan, por un lado, las mismas características de concentración de esta enzima y, por el otro, se demostró que muchos de estos sujetos poseen en la estructura de formación de su DNA una versión larga de un gen llamado D4DR ubicado en el cromosoma 11. De esta manera tanto los sujetos que practican un deporte de riesgo como los de comportamiento violento, o los que consumen algún tipo de droga, son sujetos que manifiestan algún tipo de placer y emoción al enfrentarse al riesgo. De igual forma, se explica la búsqueda del riesgo y de las emociones de excitación y de placer, que provocan situaciones de peligro en la mayoría de los jóvenes.

Como podemos observar, esta concepción constituye la explicación de la violencia como una herencia adquirida e innata. Sin embargo, ello no implica que necesariamente estemos de acuerdo con sus postulados, pero tampoco podemos soslayar la relación existente entre los componentes bioquímicos del cuerpo humano y determinados comportamientos, particularmente el vínculo de la monomaníaoxidasa con la conducta compulsiva agresiva, o las disfunciones de la corteza cerebral y los altos niveles de testosterona asociados a ciertos tipos de violencia, con los cuales resulta indudable el poder de la herencia, aunque a los genes no necesariamente pueda atribuirse una influencia determinante, en la medida en que estos se encuentran en interacción con el entorno del medio ambiente.

Una vez expuestas las principales lineas de argumentación en torno a la concepción biologista, y su estrecha relación con el uso y el sentido atribuido al concepto de agresión, tendríamos que establecer, bien sea la relación o bien sea la diferencia, entre agresión y violencia. Sobre todo porque, si un juicio tenemos que desprender de las tesis anteriores es que: el comportamiento del sujeto no se encuentra aislado de las reacciones generadas por su propio organismo. Esta es quizá la razón por la cual en torno a estos discursos biologistas se ha desprendido la idea de una concepción de hombre integral e indivisible. No obstante, que los argumentos expuestos por estas disciplinas suelen ser lo suficientemente contundentes e incluso bastante seductores, no debemos dejamos llevar por su elocuencia sin dejar de contemplar el papel que juega la influencia y las condiciones del medio ambiente en el que los sujetos se desenvuelven, sobre todo si admitimos que las condiciones que se establecen entre el sujeto y el medio ambiente, son formadas, deformadas e influidas por la dinámica que el sujeto establece en la cotidianidad de su contacto y en la dinámica establecida de sujeto a sujeto.

 

Interpretación social

La realidad social ha tomado por asalto a los modelos construidos para explicar un fenómeno que es propio de la sociedad y se oculta bajo la mascara que cubre el rostro de la violencia social. Violencia que se ha vuelto sinónimo de una realidad que ha emprendido una vertiginosa carrera que intensifica sus propias contradicciones.

El escenario de una sociedad con tales características vive problemas relacionados con conflictos armados, delincuencia, narcotráfico, corrupción y la lucha por el poder político entre grupos o partidos, estas contradicciones han adquirido una dimensión global; sin embargo, las interpretaciones expuestas por aquellos científicos sociales dedicados al estudio de la violencia no se han cansado de insistir que la razón de tal comportamiento en la sociedad tiene viejas causas; la dependencia, el subdesarrollo, la pobreza, la marginación, el racismo y la sobre explotación.

Desde esta perspectiva la violencia sólo puede ser leída como aquel efecto múltiple que gravita en el espacio de la condición económica, política y cultural, que incluso ha llegado a adquirir dimensiones morales producto de la crisis del malestar del individuo en la sociedad.

El conjunto de las interpretaciones venidas desde este ángulo, se encuentra anclado a la correlación del paradigma violencia-hombre, violencia-sociedad. En consecuencia, un abordaje desde esta perspectiva presupone comprender porque muchos de los esfuerzos por buscar respuesta al fenómeno de la violencia, parten del basamento conceptual de cultura, en la medida en que está adquiere importancia, dado que de ella se determina la forma de interacción entre los sujetos y su entorno. Esta tesis permite comprender aquellos juicios que afirman que la razón última de toda manifestación y causa de violencia, se encuentra ligada al desarrollo social. De ahí que no sea extraño admitir que la mayoría de los ejes de argumentación a favor de la explicación de la violencia se encuentren basados en la pobreza, la marginación, el abuso del poder, la corrupción y la impunidad.

Dentro de esta línea de explicación existen tesis extremistas, por decirlo así, para no utilizar otro calificativo. Una de éstas es la ya celebre y famosa tesis del norteamericano Charles Murria, quien afirma en su libro Losing Groud que también es conocido como la "Biblia de los conservadores", la justificación necesaria para reprimir violentamente los desórdenes sociales provocados por aquellos sectores populares de más bajos recursos, debido a que éstos se convierten en un obstáculo para el desarrollo nacional, dado el exceso de políticas encaminadas a la ayuda de indigentes y los recursos que ello implica. Afirma que al destinar ayudar a estos grupos, lo único que se logra es recompensar la inactividad y con ello inducir la degeneración moral de las clases populares, debido a que estos grupos son proclives a uniones ilegitimas, las cuales son la causa última de todos los males sociales, de entre los cuales destaca la violencia urbana.

Así, según Charles Murria, la anarquía entre los pobres, la cual se concentra particularmente en las ciudades, es provocada por la ayuda social de muchos estados paternalistas, que lo único que logran con tal ayuda, es pervertir el deseo del trabajo, socavando la familia patriarcal y erosionando el fervor religioso, los cuales son resortes de la prosperidad.

Las diferentes interpretaciones, construidas en torno al fenómeno de la violencia social, y los múltiples esfuerzos aislados, que han buscado una respuesta, han dado lugar, como lo hemos mencionado, a una amplia tipología de nociones de la violencia, que guarda una estrecha concordancia con las condiciones históricas en las que se diseña la interpretación. Estas interpretaciones podrían ser conceptualizadas desde tres dimensiones: la primera como aquel proceso no explícito, es decir una violencia histórica o estructural, tal seria el caso de la pobreza o la marginación. Ambas formas catalogadas como manifestaciones tradicionales de violencia. Estos estudios, en su mayoría, parten de una concepción cultural fronteriza, cuyo bajo desarrollo social está ligado al denominado modelo de explicación de la violencia estructural; la segunda está dada por la percepción de aquella acción directamente observable en un sujeto o en un grupo de sujetos, cuyos actos son expresados como el sinónimo de una violencia real, abierta, cínica y depravada, que da como consecuencia el maltrato físico o la muerte; la tercera es una concepción mucho más amplia contenida por la acción cultural, es decir, hablamos de la expresión de una violencia oculta y simbólica, que sirve para justificar y legitimar los ductos de las redes díseñadas por las otras dos dimensiones anteriores, las cuales en conjunto conforman una relación de causa efecto (Kowarick, 1991: 91).

En consecuencia, la violencia es vista como una de las vías primordiales para la construcción social de una realidad, que habitualmente es reconocida por los sujetos como una fantasía dada por el mercado de consumo y por una ficción de la modernidad, la cual en muchas ocasiones juega un papel de mayor importancia que la misma realidad e incluso desde la frontera de esta ficción, es donde el Estado usualmente justifica la violencia a la que recurre persuadiendo a la población de la justicia de sus acciones.

Una violencia producto de un sistema social selectivo, que diseña y forma una serie de mecanismos institucionalizados a través de los cuales se logra un proceso de control social, sometimiento y exclusión. Así, la gente de hoy vive inmersa en diversos campos de violencia cotidiana; violencia generada por el tránsito automovilístico, de hombres y mujeres, de jefes y subordinados, de fuertes y débiles. Violencia que conduce cada vez más a encerrarnos en nosotros mismos, y a enseñamos que quienes la imponen y la controlan obtienen beneficios personales en la medida en que la violencia no sólo produce marginación, exclusión y fragmentación; sino que también integra a los sujetos mediante el uso y la socialización de su práctica. Esta perspectiva permite comprender entonces que el sistema de estructura social es violento por naturaleza propia, pues expulsa de los beneficios sociales a un gran porcentaje de los miembros de una sociedad.

Otra interpretación derivada de este discurso, es aquella cuyo basamento de explicación pondera la dimensión de la vida cotidiana, de forma tal que la socialización de una práctica de la violencia puede ser entendida en la medida en que forma parte también de una representación social expresada en el ejercicio de configuración de un habitus, según Bourdieu. El cual adquiere un proceso doble de objetivación y anclaje, que nos permite comprender la manera en que los hombres en sociedad representan sus relaciones entre si y con el mundo en el que vive. Relaciones que dan cuenta de una cultura y de un mundo simbólico que se explica como una lengua a través de la cual se expresa el poder y las formas en las que se integran las redes de relaciones sociales que establecen los sujetos.

Así, la violencia desde esta perspectiva adquiere la capacidad de imponerse a cada sujeto bajo formas y prácticas simbólicas interiorizadas por medio de una cultura subjetiva, que es compartida y reproducida de manera colectiva a través de las actividades prácticas, conductas, pensamientos y juicios que forman parte de un orden cultural constitutivo de lo real y de la organización social.

En consecuencia, la violencia es parte ineludible de una realidad material que se confabula con un campo de acción cultural, donde sus manifestaciones particulares y diferencias son comprendidas como una forma de vida que se hace sentir por donde quiera, mediante un lenguaje caracterizado por formas, ideas, conceptos, categorías o prácticas, las cuales se expresan en sentimientos colectivos socialmente ligados a emociones de diversa índole, los cuales se manifiestan por la falta de participación de espacios culturales, sociales y políticos basados en la exclusión.

De ahí, que plantearse un pacto contra la violencia constituya un cuadro de buenas intenciones y un cúmulo de aparentes respuestas positivas, pero insuficientes en la medida en que generalmente partimos del diserto de modelos y mecanismos de acción violenta para confrontar a la violencia (Touraine, 1997:13).

El hombre de hoy es un sujeto encerrado en si mismo, es el resultado de agudas y lacerantes injusticias y desigualdades marcadas por un desmoronamiento social de la vida pública y el florecimiento del individuo y el retorno a la vida privada. Del predominio de logros personales, la supreción del espacio colectivo y la aceleración de los tiempos históricos, la proliferación de los no lugares y los espacios del anonimato, la emergencia de nuevas reglas de exclusión desde los espacios urbanos y finalmente el triunfo de la comunicación a distancia y los trazos electrónicos en los que se anida la violencia por el ejercicio de un constante y abierto consumo de ésta, por la búsqueda de un placer por el placer mismo (Kowarick, 1991: 86).

Violencia producto de las grandes agencias de socialización, dadas por la industria de la radio, del cine, de la prensa, que lejos de construir diques contra la violencia, la estimulan. Sobre todo, porque muchos de estos medios de comunicación, antes eran lejanos para determinados grupos de la sociedad, hoy sin embargo, son compartidos y asimilados por todos y para todos, casi de manera instantánea, lo que los a hecho convertirse en el referente filosófico de millones de niños, jóvenes y adultos que se encuentra hoy condenados al ocio y al desempleo.

Como podemos observar, una visión desde esta perspectiva, en términos generales, parte del supuesto de la explicación de la violencia entendida como una de las expresiones de la acción directa del sujeto: es decir, de aquellos hechos clasificados, o tipificados por quienes tienen la posibilidad de narrar la percepción de tales acontecimientos. De ahi que no es extraño encontramos con muchos escritos de naturaleza descriptiva, lo cuales puedan ser catalogados como un inventario de aquellas percepciones agrupadas cuantitativamente de las acciones catalogadas como violentas, que lo único que logran es elevar el grado de intensidad de las situaciones que atemorizan a los sujetos; un ejemplo claro, serían las abundantes descripciones producto del narcotráfico, los índices de robos de vehículos, asaltos, violaciones, homicidios, secuestros, etc., que las autoridades y los medios de comunicación masiva se encargan fervientemente de socializar día a día.

 

Limitaciones y aciertos

Como podemos observar, limitarnos al análisis de la violencia, concebida en el primer rubro, el cual hemos denominado como análisis tradicional, es quizá uno de los factores que en buena medida han contribuido al acrecentamiento como a la complejidad para tratar de encontrar una definición tácita de la violencia, sin dejar de reconocer que sus aportes han sido de gran importancia para entender la naturaleza biológica del hombre.

Dichas explicaciones, sin duda, perm¡ten afirmar, a pesar de que muchos nos resistamos a reconocer, que la violencia social posee cierto anclaje en la estructura corpórea del sujeto, la cual se conjuga con los escenarios, condiciones y patrones culturales de la vida social del sujeto. Así, la resultante es una sociedad cuya violencia se presenta como una constante, la cual posee en determinados momentos mayor presencia. En consecuencia, podemos afirmar entonces, que el problema de la violencia social es un problema civilizatorio.

Ahora bien el problema central en ambas interpretaciones reside en la forma de abordar la reflexión de la violencia. Sin embargo, tenemos que subrayar que la interpretación biologista, encuentra su mayor dificultad, dada la naturaleza disciplinaria desde donde se han construido sus interpretaciones, radica en el tratamiento indiferenciado que otorga a la agresión y la violencia para constituir una sola explicación.

Desde luego esta distinción que insistimos en puntualizar, no implica buscar el origen de la violencia en la biología, por el contrario, nos adherimos a las interpretaciones que catalogan esta explicación, como un acto de herejía. Sobre todo porque la biología parte de aquel entendido, en el que explica a la agresión, como un sinónimo de la violencia, la cual es catalogada, como la respuesta de un factor instintivo e innato de cada sujeto o animal. Sin embargo, nosotros compartimos aquella idea, que insiste en buscar las raíces de la violencia social en una construcción cultural, configurada por la interacción del sujeto, con el sujeto mismo. Así, la vida cotidiana se convierte en un acto que nos sirve para medir la violencia entre los sujetos, y para entender que la violencia es una actitud aprendida y fomentada por la sociedad. Más bien con estos juicios, pretendemos construir un referente para poder deducir desde dónde podemos cuestionar el origen de la violencia.

 

¿Desde dónde cuestionar el origen de la violencia?

Los procesos de cambio social, y en particular las distintas formas que se fijaron para el abordaje de la violencia, como hemos podido observar, han sido constituidas desde diferentes posiciones disciplinarias: la psicología, la antropología, la biología, y la criminología, entre otras, e incluso muchas de éstas, poseen una fracción social mínima de expresión. Sin embargo, en nuestro medio, algunas de ellas continúan prevaleciendo sobre las otras, manteniendo así una clara hegemonía sostenida por la percepción que los sujetos hacen de la violencia. En todo caso, las diferentes nociones en cuanto a sus características, no dejan de estar influenciadas por el cambio social del contexto en el que se sitúan, ello implica reconocer que ambas perspectivas constituyen una buena base para realizar un análisis comparativo de sus diferentes tesis; sin embargo, nos enfrentamos a los diques ideológicos y disciplinarios que nos lo impiden.

Ello presupone admitir que en las líneas expuestas anteriormente no hemos abordado en su totalidad las concepciones construidas por todas estas disciplinas. Lo que implica admitir que seguramente existen múltiples puntos de intersección interdisciplinaria de transdisciplinariedad.

No obstante, sí hemos pretendido señalar estas dos grandes interpretaciones, una de manera analizada y explicada como proceso, y la otra como producto.

Así, lo que tenemos frente a nosotros, son diferentes lecturas imaginarias de actos y acciones violentas que nos asustan. Si esto es así, entonces admitimos la primacía de interpretación cultural, bordada por un miedo que nos lleva al límite de la sobre vivencia social, ello implica que la construcción social de la violencia, no es posible separarla de la acción cotidiana del sujeto, simplemente porque ésta parte de los criterios de distinción puestos por el observador, en la medida en que éste, básicamente lo que observa de la violencia es sólo su producto final. Es decir, que muchos de nosotros tenemos la creencia de que la violencia sólo se desarrolla en la acción directa de un sujeto hacia otro sujeto.

Vista así la violencia, implica admitir que existen factores tanto de una interpretación como de la otra, que impiden interpretar su expresión por lo fragmentado de sus explicaciones. Nos impiden entonces, constituirla como una realidad social anclada en el marco de diminutas acciones individuales, expresadas por el miedo. Un miedo que neutraliza el sufrimiento de los pobladores de la ciudad, por la complejidad de la fragmentación de sus espacios urbanos, los cuales adquieren un significado y una expresión material, a partir de las experiencias personales a las que se enfrentan los sujetos con la violencia.

¿Cómo combinar los vínculos de la relación que guarda el miedo y la agresión, con la noción de violencia? Primero, diremos que estos tres aspectos adquieren su densidad simbólica en un espacio como la ciudad, simplemente porque la ciudad es considerada como la proyección de sociedad. Una sociedad compleja, multiforme, excluyente y plural, que el citadino crea y configura en la percepción de su propio mundo de la ciudad, fisurando sus experiencias y clasificando sus semejanzas, a través de símbolos socialmente compartidos.

Una de las percepciones preponderantes que ofrecen las grandes ciudades contemporáneas, es la libertad, el movimiento, la extensión y el anonimato. Sin embargo, lo terriblemente contradictorio de su ofrecimiento de libertad, movimiento, extensión y anonimato, ha obstruido y limitado la visión que el sujeto tiene de la ciudad.

Los amplios espacios, y sus múltiples libertades han sucumbido al hombre a un temor producido por la gran desigualdad social, por el marcado individualismo, que ha desarticulado y transformado la percepción de una ciudad llena de libertades, sin obstáculos y sin límites.

El amplio margen de libertad, y anonimato de la vida cotidiana en la ciudad, es una de las causas que facilitan el aumento de la violencia. Una ciudad, que constantemente pone a prueba sus capacidades vitales, para relacionarse con el ambiente en el que se desenvuelve, un hombre que debe aprender a luchar para insertarse constantemente a los usos, a las prácticas y a las costumbres que la ciudad le obliga. Una ciudad, que debe ser interiorizada desde un mundo propio y ajeno, en el que éste debe reconocer su propia existencia (Heller, 1970: 42-44).

 

¿Cómo captar las distintas proyecciones sociales que la violencia tiene en la ciudad?

La ciudad es el espacio de una moderna urbe, donde existen formas no escritas para prevenir la violencia, el peligro y la muerte, es un espacio cuya magnitud nos impide tener un conocimiento específico de la violencia, a lo sumo, la única visión real que podemos tener de sus acciones es la sumatoria de sus resultados, asesinatos, robos, violaciones, etc. De hecho, si no pudiéramos ver la aplicación en sus acciones, sería casi imposible creer en ella.

En este sentido, el desconocimiento específico de la totalidad del territorio que ocupa la ciudad, de la especialización y fragmentación de sus espacios, es un factor que genera miedos en sus pobladores, por su magnitud, por la imposición de sus propios tiempos, de su propia lógica de lo impredecible, que despierta en nosotros viejos temores ancestrales, en ella puede suceder todo o nada.

Esta visión fragmentada de su espacio, condensa el tiempo en la ciudad e impone un desorden en el paisaje urbano de múltiples entradas y escasas salidas. El resultado es un temor a la ciudad, a sus recovecos, rincones, distancias y espacios: un temor estrechamente relacionado a la perdida del control del medio en el que nos movemos. Hoy, en la ciudad se vive como en una gran guerra, en la que los sujetos se encuentran expuestos a la sorpresa de un ataque, a la presión constante de su agitada vida y a la permanente amenaza de la violencia.

La ciudad, potencia nuestros sentidos a toda su capacidad para esperar lo inesperado, de ahí, que el miedo a lo desconocido sea entendido como una reacción natural que provoca ansiedad, es un mecanismo de protección que juega las veces de un táctica para la sobrevivencia, cuando nos aventuramos en el vasto mundo de esta jungla de asfalto.

La ciudad refleja en su imaginario un miedo a la geometría de su universo áspero, liso, escabroso y caótico, que proyecta la dicotomía entre el orden y el desorden al diseminar y pulverizar los espacios físicos y simbólicos, resignificando y valorando los usos de la memoria urbana, en la imagen de una ciudad que se precipita en la fractura de sus relatos de violencia. Una violencia a la que cualquiera puede tener acceso.

Estas fisuras, marcadas por el temor del imaginario de la memoria urbana, no se piensan desde dentro de la vida del espacio socialmente valorado y apropiado por el sujeto, por el contrario, sólo se expresan cultural y simbólicamente hacia fuera, construyendo y delimitando las zonas de terror y de peligro, que hacen frágiles a los sujetos. Ello implica reconocer que el núcleo central de la violencia se encuentra en su expresión simbólica y cultural.

Así, la ciudad es configurada como un escenario de múltiples acontecimientos de violencia, determinados por las experiencias de sus actores, cuyos actos diminutos de la acción de la violencia, tienen su origen en el grupo primario. En el, lo primero que aprendemos es imitar los comportamientos, si a esta capacidad de imitar le agregamos las repelidas enseñanzas observadas tanto en nuestro grupo como en la TV.5 que nos muestran a la violencia como una cara de las posibles soluciones a los problemas presentados, entenderemos por qué las tragedias, el terror y las innumerables repeticiones de actos de violencia, se convierten en una de las particularidades de la apropiación de la vida cotidiana del sujeto (Heller: 1970: 82-83).

En este sentido, consideramos que el problema que da origen a la violencia en la ciudad, es un fenómeno que tiene diversas explicaciones, basadas tanto en las interpretaciones biologistas como en las interpretaciones sociales. Pero lo curioso de ellos es que muchas de estas son ampliamente discutidas, pero prontamente olvidadas para buscar soluciones reales. Ello implica que el conjunto de los actores que habitamos estas inmensas moles de concreto, parecen no abordar el punto central, simplemente porque una pretensión de tal naturaleza, nos pone de cara a nuestra realidad social, de una manera tan escrupulosamente refinada, que nos impide pensar o imaginar, que el primer espacio de asignación para la enseñanza, entrenamiento y uso de la violencia, está en nuestro contexto y grupo social de referencia, el cual nos fuerza como seres vivos a modificar nuestras propias estructuras biológicas.

 

Consideraciones finales

En consecuencia, no es aventurado afirmar que la violencia en la ciudad se origina en el miedo, cuando la dinámica de la ciudad nos arrincona en los límites de la sobrevivencia. Así, pensar en la relación miedo violencia es una tarea difícil, porque implica, por un lado, admitir la existencia de su carácter biológico, anclado en lo instintivo del sujeto; es decir, volcado en la auto defensa, y por el otro en su carácter simbólico,6 el cual ha sido dejado de lado por la propia dinámica de la cotidianidad de la ciudad. De ahí, que veamos a la violencia como algo lejano a nosotros, como algo en lo que jamás nos veremos envueltos, pero en el tránsito de nuestras acciones de la vida cotidiana, la violencia es más común de los que nos imaginamos, y la mayoría de las veces somos los protagonistas de estas acciones; estamos pues, ante la presencia de un ciclón de violencia.

Simplemente, recordemos que la vida se originó en la violencia misma, y precisamente por eso no podemos imaginarla, porque ello implicaría llevarnos a reconocer que la violencia es producto de una serie de eventos encadenados unos a otros, que dan origen a formas sociales más estructuradas, cuyo punto central de partida se encuentra en nuestra cultura, una cultura que nace en el origen de la familia.

Esto es algo difícil de creer por que nos asombra pensar que la vida del sujeto se constituye mediante estos actos. Por ejemplo, la familia, es la primera instancia configuradora de la violencia, una violencia que se inicia con un castigo, considerado como algo justo, y este es el primer principio que aprendemos mediante la observación. Aprendemos a utilizar la violencia como una herramienta con la que se puede obtener éxiío aplicándola, usándola repetidas veces. Así, una vez que hemos probado su acción, la repetimos nuevamente, en este sentido, el comportamiento de la familia, el grupo y el entorno del sujeto, son quizá los factores determinantes para entender la alta o baja reacción al temor.

Los conflictos, las tragedia y las altas metas de consumo que nos impone la vida urbana, provoca en sus pobladores frustración, una frustración que se libera de manera positiva en la fantasía de sus modernos coliseos romanos, el fútbol, el box, las luchas y en la vitrina móvil, el automóvil, desde donde podemos insultar, descargar nuestra ira en los frenazos exabruptos, sin que el conductor vecino se entere de nuestras blasfemias. La combinación de esta atmósfera, despierta un fobia a las calles de nuestra ciudad.

Este temor aparece cuando pierdes el control del horizonte de tu espacio, cuando te enfrentas a lo extraño, el resultado es la aparición de una ansiedad que se confabula con la representación de una colección de anécdotas morbosas evocadas por hechos sangrientos, que te hacen transparente y altamente vulnerable como producto de lo desconocido.

Como podemos observar, en la ciudad se nace con el miedo, pero una vez que el sujeto ha aprendido a vencerlo con el uso de la violencia, la repetición justificada de estos actos hace a los sujetos recobrar la confianza en la ciudad, y los exorciza del temor, haciendo inmanejable la violencia.

En este sentido, el papel que ha jugado el miedo a la ciudad, no se puede minimizar ni exagerar, para explicar la violencia en nuestra urbe, ni mucho menos intentar buscar un respuesta de contención, colgándonos un moño blanco en la solapa, pues la violencia se ha interiorizado profundamente en nuestras prácticas cotidianas, como una forma de respuesta para la solución de nuestros problemas, por eso, el estado combate a la violencia con violencia.

Sin embargo, tal y como lo hemos expresado, la violencia social que se vive cotidianamente en la ciudad, es el resultado de una complementariedad de ambos extremos, que lamentablemente, por un lado, ninguno de ellos ha podido explicar y, por el otro, se han vuelto un obstáculo para buscar otros argumentos o razones de explicación que nos orienten a buscar nuevos enfoques del origen de la violencia, no sólo para describir sus acciones, sino para reconocer su existencia en un espectro más amplio de posibles detonadores.

Así, el hecho de que la existencia de tantas interpretaciones en torno de este fenómeno social se mantenga en los límites de una concepción ¡ndeleble a pesar de los crecientes actos cotidianos de violencia, producidos por los procesos dispares del cambio social, no encuentra otra explicación que no sea aquella que alude a una acción interpretada como un elemento cuyo componente común, está relacionado con una amplia base de símbolos socialmente compartidos en nuestra cultura, tanto en una dimensión local, como en una creciente dimensión globalizada, que marca un nuevo patrón de socialización dado por la violencia, el cual merecería ser discutido más ampliamente.

 

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Notas

1 "Si no hay sangre, no hay foto". Dicho entre fotógrafos de nota roja. México (Kurnitzky, 2000: 37).

2 Una de las principales atribuciones que trae consigo la nota roja, es la contribución al registro histórico de la violencia urbana que trajo la modernización. Sin embargo, los fotógrafos de prensa, ansiosos, de publicar a como de lugar, suelen apoltronarse en los ministerios públicos, anfiteatros, hospitales, etc. De ahí, que no sea extraño que hoy sean catalogados como los buitres de la desgracia y el dolor humano.

3 Es importante subrayar que el sentido de la violencia es un término propiamente ambiguo, pues su significado se establece a través de procesos políticos. Así, los tipos de hechos que se clasifican, varían de acuerdo con quien suministra la definición y quien tiene mayores recursos para definir y hacer que se aplique su decisión (Del Olmo, 1975: 296).

3 El miedo y la ansiedad son diferentes de otras emociones y su razón se debe a que ante la manifestación de tales acciones se registra la segregación de una hormona llamada cortisol, la cual es producida bajo un proceso prolongado de estrés, así, los nivelo de cortisol dan una señal de los efectos a largo plazo de las emociones negativas. Lo que demostró que grandes cantidades de cortisol en periodos prolongados dañan los glóbulos blancos, el cerebro y glándulas importantes para el aprendizaje y la memoria, siendo perjudicial para la salud.

4 El miedo y la ansiedad son diferentes de otras emociones y su razón se debe a que ante la manifestación de tales acciones se registra la segregación de una hormona llamada cortisol, la cual es producida bajo un proceso prolongado de estrés, así, los niveles de cortisol dan una señal de los efectos a largo plazo de las emociones negativas. Lo que demostró que grandes cantidades de cortisol en periodos prolongados dañan los glóbulos blancos, el cerebro y glándulas importantes para el aprendizaje y la memoria, siendo perjudicial para la salud.

5 Desde luego, pensar que la TV es la causante de todos los males que hoy padecemos a diario, por el incremento de la violencia, es una visión simplista, más bien, tenemos que entenderla como una de las proyecciones que facilitan la creación de un mundo violento.

6 La violencia aparece como una constante en nuestras vidas, de hecho es imposible que uno escape de algún modo de ella, siempre nos acompaña en nuestros actos mis comunes, por ejemplo, el primer contacto aparece en la aparente inocencia de nuestros cuentos y películas infantiles de Walt Disney, en la literatura clásica, en los entretenidos juegos de video, en la música, en los juguetes.

 

Información sobre el autor

José Luis Cisneros. Es profesor-investigador titular de tiempo completo en la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Xochimilco. Integrante y jefe del Área de Investigación: Educación Cultura y Procesos Sociales. Integrante del Sistema Nacional de Investigadores. Licenciado en Sociología. Maestro en Ciencias Penales con especialidad en Criminología. Candidato a doctor en Sociología. Diplomado en Docencia Superior, en Antropología de la Violencia, en Antropología Forense, en Adicciones y en Antropología Visual. Líneas de Investigación: violencia, discapacidad y prisiones. Últimas obras publicadas: Juventud, identidad y violencia, Sexualidad y violencia, La discapacidad en cifras, Pensar la discapacidad, La autopercepción de la mujer en prisión, La readaptación social; una tarea inconclusa.

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