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Investigaciones geográficas

versión On-line ISSN 2448-7279versión impresa ISSN 0188-4611

Invest. Geog  no.114 Ciudad de México ago. 2024  Epub 10-Dic-2024

https://doi.org/10.14350/rig.60929 

Reseñas

Wilson, B. (2022). Metrópolis. Una historia de la ciudad, el mayor invento de la humanidad

Gerardo Martínez Delgado* 

*Universidad de Guanajuato

Wilson, B.. 2022. Metrópolis. Una historia de la ciudad, el mayor invento de la humanidad. España: Debate, 525p. ISBN: 978-84-18006-47-0.


La primera escena de la serie de televisión Los Soprano, dice Ben Wilson, “es lo que los geógrafos urbanos llaman un transecto, un corte de la ciudad desde el centro a la periferia que revela un abanico de hábitats físicos y sociales” (p. 394). Metrópolis. Una historia de la ciudad, el mayor invento de la humanidad es un recorrido que cruza por la historia de las grandes ciudades, pero es también un ejercicio intelectual en el que se entrelazan permanentemente lugares y tiempos de manera original y creativa. Hay en este libro un trabajo de identificación de las capas superpuestas de la historia en las ciudades, detrás y debajo de imágenes y experiencias que proporcionan las escenas urbanas que tenemos frente a nosotros pero que hace falta entrenamiento para leer. “Las consecuencias de la desindustrialización del Occidente globalizado, la caída de la Unión Soviética y el ascenso de Asia son visibles desde la ventanilla del coche” (p. 395), anotó el autor respecto a su visita a Lakewood, un suburbio de Los Ángeles.

Metrópolis es una obra de divulgación, una “historia narrativa” que sin duda está pensada, estructurada y escrita para ser un producto comercial, atractivo y accesible. Se trata al mismo tiempo, del resultado de una investigación madura, apoyada en un conocimiento histórico profundo, en recorridos directos por muchas de las ciudades que se abordan, y en un toque de erudición necesario en las narraciones con esta amplitud de miras. Con toda justicia, es también un libro original, que dialoga con los resultados de muy diversos especialistas, que echa mano de sus conceptos y los traduce, promoviendo la circularidad de los intercambios.

Wilson, nacido en 1980, pertenece a una generación de historiadores que pueden recoger y afinar la tradición de escribir libros bien sustentados en busca de lectores fuera del ámbito académico. Joseph Fontana decía que “hay un público ajeno a la universidad interesado en leer historia”, y que los científicos anglosajones habían aprendido a escribir “con seriedad y rigor metodológico para todos aquellos a quienes les importa o les gusta la historia”.1Metrópolis recuerda no solo a otros historiadores ingleses, también otros estilos y otras empresas, por ejemplo las de los historiadores franceses de la posguerra, que a través de lo escrito y lo audiovisual tendieron puentes entre universidades y sectores no especializados.

Para Ben Wilson una ciudad es “tanto un constructo de nuestra imaginación y de nuestra experiencia como una presencia física, real, en expansión”, son centros de poder, pero también lugares que moldean “profundamente a quienes las han habitado”. Las grandes ciudades, las metrópolis, han representado “un desmesurado papel” en los asuntos humanos (p. 13). Las caracteriza su diversidad, cosmopolitismo, la atracción de migrantes; en ellas se almacenan conocimientos y ocurren innovaciones, son sitios de contraste entre la riqueza y la pobreza, lo atractivo y lo repugnante, son aterradoras y alentadoras, insondables y estimulantes; son centros de consumo, de espectáculos y de ocio, donde se busca libertad, individualidad y placer; poseen símbolos (por ejemplo, rascacielos o grandes obras de infraestructura), resisten tragedias, están en permanente transformación y sucesión, y también subyugan a las que tienen menos poder.

A través de catorce capítulos seguimos un relato solo aparentemente cronológico y tradicional, pero nada más lejos de ese esquematismo. El viaje inicia, como se esperaría, en Uruk, 4000 años antes de Cristo, y termina en las megaciudades del siglo XXI, pasando por Babilonia, Atenas, Roma, Bagdad, Lübeck, Tenochtitlán, Ámsterdam, Londres, Manchester, Chicago, París, Nueva York, Varsovia, Los Ángeles y Lagos. Pero el recorrido es temático, y en ese sentido vincula la experiencia urbana de los lectores con la de quienes vivieron las ciudades no importa cuántos siglos atrás. A cada página se encuentran conexiones. En términos de utopías urbanas, por ejemplo, entre Harappa -ciudad del valle del Indo-, con Leonardo da Vinci, Ebenezer Howard o Le Corbusier, con Songo, la “utopía tecnológica más puntera”, construida ahora mismo en Corea del Sur. Las termas romanas y las playas de Río de Janeiro se enlazan, lo mismo que las favelas de Brasil y los asentamientos informales de la India, o la vida del proletariado de Chicago y Manchester en el siglo XIX, marcadas por carencias y violencia, pero también por la cohesión de sus comunidades. La Atenas del siglo V a. C. aparece junto a la Dubai del siglo XXI, compartiendo su condición de tener solo 15% de su población nativa y un ejército de inmigrantes pobres. Constantinopla, el Londres del siglo XVII y las ciudades de los últimos treinta años, se unen por la cafeína que corre por sus venas.

El capítulo dedicado a Bagdad ilustra la magnificencia que logró al ser el centro del comercio de tres continentes, pero es a la vez un pretexto para explicar las relaciones de la comida con la migración, el trabajo, el movimiento, la sociabilidad y la vida urbana. Al avanzar por las páginas casi imperceptiblemente la dejamos para penetrar en las calles de Los Ángeles, Bombay o Ciudad de México, regresando con la misma sigilosidad a la ciudad árabe de hace 13 siglos. No hay abusos ni extrapolaciones, no se pierde el sentido histórico, al contrario, logra de una manera elegante lo que los historiadores profesionales tímida o expresamente añoramos: ser capaces de contar una historia con rigor, guiada por preguntas, estableciendo los enlaces entre pasado y presente, a partir de una narración vívida, sencilla, coherente y sólida.

Los esfuerzos por contar la historia de las ciudades en conjunto y a lo largo de los siglos no son nuevos, desde luego, pero como en otros temas tampoco abundan las síntesis bien logradas. En el libro no son muy frecuentes las alusiones a los grandes autores ni los grandes debates académicos, pero sin duda está dentro de las discusiones historiográficas y participa legítimamente de ellas. El lector especializado encuentra continuamente ecos a los grandes historiadores urbanos ingleses, de Asa Briggs y su historia social de las ciudades victorianas escrita en la década de 1960 (Briggs, 1963), al Peter Hall de su crítica a los fracasos de la planificación urbana, su denuncia a la pobreza y desigualdad de las ciudades o su desmitificación del desorden y la marginalidad (Hall, 1996), pasando por Anthony Sutcliffe y otros que enseñaron la importancia de leer los productos culturales -la fotografía, la pintura, el cine o la música- como reflejos del mundo urbano (Sutcliffe, 1984). Están ahí también los geógrafos, los sociólogos, antropólogos, urbanistas, los biólogos o los ecólogos, de Henri Lefebvre o David Harvey a Marshall Berman, Manuel Castells, Edward Soja, Saskia Sassen, Greg Clark o Brian Fagan.

El libro de Wilson se distancia radicalmente del viejo género de las biografías urbanas que, sin embargo, sigue llamando la atención, como lo demuestra, por mencionar un ejemplo, The Great Cities in History, editado por John Julius Norwich (2009). Tampoco es una historia de las ciudades de Europa o de un país, ni un estudio de las ciudades occidentales, como Cities in Civilization, de Peter Hall (1998). Alejandría, Acra (en Ghana), Guangzhou (en China), Nishapur (hoy en Irán), Palembang (en Sumatra, hoy Indonesia), Balj (hoy en Afganistán), Kiev, Tokio, Porto Alegre, Medellín, Caracas, La Habana, Vancouver o Khorgos, ofrecen ciertos contrapesos. El autor parece abrevar de autores, corrientes, modas, perspectivas, tradiciones y disciplinas, en un estudio adaptado a nuestros tiempos. Lo es, por ejemplo, por su agilidad y la conjunción de múltiples voces y tonos, que puede atraer a lectores que independientemente de su edad están cada vez más cercanos de los medios audiovisuales.

Es también un trabajo que participa de las corrientes historiográficas actuales (también de sus modas) al ser una historia global (Clark, 2016), no porque en sus páginas aparezcan ciudades de los cinco continentes, sino porque entiende las redes urbanas, su funcionamiento, sus jerarquías, los circuitos, ciudades que en épocas determinadas son el centro de un “sistema-mundo”. “Al igual que otras ciudades globales -dice de Lisboa- se convirtió en el centro de una red de satélites urbanos que se extendían por todo el planeta: Amberes, Macao, Goa, Cochín, Malaca y otras” (p. 206). Es una historia con una preocupación por lo ambiental que va apareciendo y a veces guiando la argumentación, por la ciudad y el agua, por la ciudad y los ecosistemas complejos con los que convive. No parece complaciente con el tono generalizado respecto al cambio climático, pero recuerda de inicio que “fue el cambio climático el que propició la urbanización” (p. 31), que sucesivos cambios climáticos han impactado en las rutas de lo urbano, y que la historia de la urbanización es, “en gran parte, la de la adaptación de los humanos a los cambios en su entorno, y la de la adaptación de dichos entornos a las necesidades humanas” (p. 35).

Metrópolis, como es natural, fue construido en la calle, en el acto de caminar, recorrer, observar las ciudades en movimiento, en la vida cotidiana de sus habitantes, activando los sentidos: mirar, oler, tocar, saborear, escuchar, también leyendo e imaginando. Siguiendo esos principios, se mueve con facilidad por una multiplicidad de fuentes. A veces, respecto a París, recurre a la literatura, a testimonios de viajeros o de habitantes famosos, como Sigmund Freud, aunque pone el acento en la pintura y en la relación entre el impresionismo y la ciudad moderna. En Nueva York la fuente guía es el cine. En Los Ángeles, uno de los capítulos más atractivos, se sigue la señal de la música, “los sonidos del suburbio”, analizando con cierta novedad el poder de las letras, del pop, el rap o el hip hop. Cuento, poesía y filosofía, fotografía, notas de la prensa actual y series de televisión, descubrimientos arqueológicos e interpretación de las piezas de un museo, funcionan como pretextos o como hilos argumentativos.

En términos interpretativos de la historia de las ciudades hay en el autor una propuesta original. Llama la atención sobre el dominio urbano asiático entre los siglos VIII al XIII y en su extensión, a lo largo de la historia y hasta el siglo XVI. En este largo tramo, apunta con contundencia, “las riquezas de Asia habían actuado como la fuerza más poderosa de construcción de ciudades en el mundo” (p. 213). Vino después el trayecto que han leído otros autores, como Fernand Braudel, de Asia, a Europa (Lübeck, Venecia, Lisboa, Ámsterdam, Londres, Manchester, París) y América (Nueva York o Chicago), a la vuelta a Asia, que hace esfuerzos ante nuestra vista “por trasladar el centro de gravedad económico del mundo” al continente donde estaba antes de Colón (p. 164).

El libro ofrece una perspectiva que supera, afortunadamente, ciertos esquemas, como el de la todavía extendida idea de una historia cultural urbana. En su lectura conviven sin conflicto lo social, lo cultural, lo político y lo económico. De hecho, hay notables acentos en una lectura dialéctica, en llamar la atención sobre las adaptaciones, los cambios, sobre las debilidades y las fortalezas económicas de una ciudad en un momento dado, sobre las permanentes tensiones, sobre el entendimiento del espacio público como territorio en disputa, pero también sobre la energía social, la vitalidad de la calle, sobre la esperanza en la protesta y en la participación como motores de nuevas formas de construir y vivir en la ciudad.

En una interpretación lejana a la linealidad, para Wilson las redes de ciudades son movibles y las expresiones urbanas cambiantes. De las ciudades a los suburbios, con las mil acepciones que ambas palabras han tenido, han ocurrido en ellas reconversiones en pocas décadas. Frente a la permanente invención de términos que intentan explicar los fenómenos urbanos, en la costa oeste de Estados Unidos, entre San José y San Francisco, dice: “Silicon Valley no es una ciudad; tampoco es un suburbio. Con su poder global sin precedentes, es el epítome de la ciudad moderna, sin forma y sin centro” (pp. 399-400).

Fruto de pensar las metrópolis históricamente, para este autor hay lugar al optimismo. Las ciudades, “son sistemas adaptativos complejos”. El giro verde del siglo XXI es signo de su capacidad de autoconservación, un instinto que “busca la misma seguridad que en el pasado proporcionaron murallas, atalayas, ciudadelas y refugios antiaéreos. Las ciudades son las protagonistas en la lucha contra el cambio climático, más que los estados nacionales” (p. 422).

Referencias

Briggs, A. (1963). Victorian Cities. Berkeley-Los Angeles: University of California Press. [ Links ]

Clark, G. (2016). Global cities. A short history. Brookings Institution Press. [ Links ]

Hall, P. (1996). Ciudades del mañana. Ediciones del Serbal. [ Links ]

Hall, P. (1998). Cities in Civilization. Pantheon Books. [ Links ]

Norwich, J. J. (2009). The Great Cities in History. Thames & Hudson. [ Links ]

Sutcliffe, A. (Ed.) (1984). Metropolis. 1890-1940. Mansell. [ Links ]

1Eliana de Arrascaeta, “Entrevista a Josep Fontana”, en Todo es historia, número 377, diciembre de 1998, reproducida y consultada en: https://conversacionsobrehistoria.info/2018/08/30/josep-fontana-la-vocacion-de-la-historia-una-entrevista-desconocida-de-1998/

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