Introducción
El desarrollo histórico de las democracias modernas ha estado asociado a la existencia de partidos políticos. Es a través de estas organizaciones que, en sociedades de gran escala, se materializa el principio de soberanía popular, frente a la imposibilidad práctica de que la ciudadanía pueda ejercer directamente su titularidad del poder. Como actores fundamentales de la institucionalidad democrática, los partidos realizan tareas esenciales para la estructuración del debate público y el funcionamiento del sistema político (LaPalombara y Weiner, 1966; Bartolini y Mair, 2001; Montero y Gunther, 2002). En particular, han sido instrumentos para la institucionalización de la representación política y para la vinculación de la ciudadanía con el poder político (Lawson, 1980). De igual manera, en sociedades plurales y culturalmente heterogéneas, los partidos permiten articular la representación de demandas de los distintos clivajes a través del sistema político (Lipset y Rokkan, 1967; McAllister y White, 2007).
Pese a su importancia, se ha extendido una idea -presente en la literatura politológica desde los años setenta del siglo pasado (Selle y Svåsand, 1991)- respecto al ocaso de los partidos políticos. Frente a este fenómeno, la ciencia política ha tratado de responder por qué, cómo y en qué casos los partidos políticos han perdido relevancia en los sistemas democráticos consolidados y en las democracias emergentes. En el centro de este conjunto de análisis, se encuentra la noción de que estos actores viven un periodo de “crisis” o “declive”. Dentro de la complejidad que plantea la discusión sobre los partidos, y que involucra aspectos conceptuales, metodológicos, teóricos, funcionales, entre otros temas que se traslapan, incluida la propia noción de “crisis” (Martínez, 2009a, 2009b), sobresale un fenómeno de interés: los bajos niveles de confianza ciudadana en estas organizaciones en distintos países. ¿Qué explica esta actitud frente a los partidos políticos?
Este artículo estudia el caso mexicano. Con datos de la Encuesta Nacional de Cultura Cívica (ENCUCI) (2020), se presenta un análisis que busca identificar qué condiciones subjetivas se asocian a la probabilidad de desconfiar en los partidos políticos. Se trata de una investigación que realiza una contribución a la literatura sobre desafección política en el contexto del “malestar con la representación democrática” en la región latinoamericana (Cantillana, et al., 2017). Se aborda, en específico, una de las formas que puede adoptar la desafección institucional, y cuya relevancia es patente por los efectos que tiene la erosión de la confianza en los partidos políticos en, por una parte, el comportamiento político y en la forma en la que los individuos estructuran su conocimiento de la política; y por otra parte, en aspectos sistémicos del régimen, tales como la calidad de la representación, la estabilidad del sistema de partidos y el propio proceso de democratización.
Se parte de la premisa que este conjunto de actitudes que configuran la desafección política propicia el distanciamiento afectivo, conductual y cognitivo de los individuos respecto al sistema representativo. La desafección, así entendida, representa un referente actitudinal distinto al relacionado con la evaluación de los individuos sobre la legitimidad del régimen democrático y su desempeño. Si bien ambos fenómenos se encuentran relacionados -en algunos países, por ejemplo, la desafección parece tener un efecto en la legitimidad que tiene el estado frente a la ciudadanía (Del Castillo-Feito, Cachón-Rodríguez y Paz-Gil, 2022)- se trata de referentes que es necesario distinguir analítica y empíricamente para refinar nuestra comprensión de la condición actual de la democracia representativa y de la relación de ésta (y sus agentes e instituciones) con las actitudes y comportamiento político de la ciudadanía.
En la primera parte de este artículo se desarrolla una explicación del concepto de desafección política y sus dimensiones (es decir, desapego político y desafección institucional), así como una exposición de las perspectivas teóricas más relevantes sobre los factores explicativos de la confianza institucional. Posteriormente, se plantea una metodología para abordar el caso de México. Para conocer las variables asociadas a la falta de confianza en los partidos políticos, se propone un modelo econométrico de regresión tipo logit ajustado que estima cuáles son los factores asociados a la probabilidad de que una persona desconfíe o confíe poco en dichas organizaciones. En el análisis y discusión de los resultados, se muestra cómo el déficit de confiabilidad de los partidos es un predictor importante de la falta de confianza en ellos. Asimismo, se ofrece evidencia de que el apoyo difuso a normas fundamentales del régimen democrático tiene una relación positiva con la confianza.
El estudio de la desafección política
Considerado como un síndrome actitudinal caracterizado por la falta de confianza en el proceso político y en las instituciones representativas, aunado a un distanciamiento de la ciudadanía respecto a los asuntos públicos, la desafección política se distingue de la valoración de la legitimidad del régimen en su conjunto (en términos de David Easton, apoyo difuso) y la satisfacción con los resultados de los gobiernos. Frente a distintos estudios que habían subsumido en un solo conglomerado actitudinal, las orientaciones individuales, por una parte, respecto a la legitimidad del régimen democrático y, por otra, a la valoración del desempeño gubernamental (Loewenberg, 1971; Muller y Jukam, 1977; Weatherford, 1987, 1992; Tóka, 1995), el concepto de desafección política ha permitido diferenciar estos conjuntos de actitudes, caracterizados por su “dirección aversiva de su componente afectivo” hacia el sistema político (Montero, Gunther y Torcal, 1997), para dar cuenta de sus diferencias y respectivos determinantes. A partir de dicha noción, explorada originalmente por Giuseppe Di Palma (1969, 1970), se ha planteado una distinción entre el apoyo a la democracia (entendido como el principal componente actitudinal de la legitimidad de esta forma de gobierno); el descontento político, asociado a actitudes negativas (y más fluctuantes) relacionadas a la actuación de las autoridades del régimen y la evaluación de los resultados del ejercicio de la función gubernamental, y la desafección política, que comprende un conjunto de sentimientos más difusos de distanciamiento ciudadano del sistema político y desconfianza en sus instituciones fundamentales (Montero, Gunther y Torcal, 1997; Gunther y Montero, 2006).
Dentro de los indicios específicos del síndrome de la desafección se han incluido actitudes de desinterés en la política, un débil sentido de eficacia política interna, apatía y cinismo políticos, desvinculación ciudadana del sistema político, así como bajos niveles de confianza institucional en el aparato representativo y en la clase política. En el análisis de las democracias contemporáneas, el estudio de la desafección es relevante porque esta orientación actitudinal tiene repercusiones en el compromiso cívico y la participación política que, al agregarse, pueden tener un impacto en la estabilidad del sistema. De manera que la acumulación de sentimientos de aversión hacia la política por parte de la ciudadanía incide en la forma en el proceso político se desarrolla en su conjunto, afectando no sólo la participación electoral, sino componentes sustantivos del régimen democrático como la formación y transmisión de demandas, los sistemas de control y vigilancia de las autoridades, la rendición de cuentas vertical, el contenido de las políticas públicas, y el apoyo ciudadano a éstas.
En el presente análisis se define a la desafección política como un agregado de actitudes de falta de confianza en las instituciones y en los agentes del sistema representativo que suponen una evaluación negativa de su funcionamiento, derivada de un juicio adverso sobre su confiabilidad (trustworthiness), así como un débil sentido de eficacia interna. Con este planteamiento conceptual se intenta subrayar la importancia de analizar la desafección política como un fenómeno afectivo, cognitivo y conductual en el marco de las discusiones sobre la representación política. Torcal y Montero la definen como “un sentimiento subjetivo de impotencia, cinismo y falta de confianza en el proceso político, los políticos y las instituciones democráticas que genera un distanciamiento y alienación respecto a éstos, y una falta de interés en la política y en los asuntos públicos, pero sin cuestionar el régimen democrático” (Torcal, 2006: 593-594). De acuerdo con cualquiera de estos constructos, susceptibles a ser operacionalizados empíricamente, existen dos dimensiones de la desafección que es importante distinguir con propósitos analíticos: el desapego político y la desafección institucional.
Respecto a la primera de ellas, si bien, en concordancia con Torcal y Montero (2006), consideramos que el desapego político representa un componente de la desafección, es necesario señalar que las actitudes de desinterés e impotencia política asociadas a esta noción en los sistemas democrático representativos deben diferenciarse conceptualmente de aquellas actitudes que podrían ser equivalentes en sistemas autoritarios, y en los que, desde nuestra perspectiva, cabría mejor hablar de alienación política -entendida como un sentimiento de ineficacia integral para afectar el proceso político (se trata de una condición subjetiva peculiar a las estructuras de los sistemas autoritarios que anulan ab initio las oportunidades para el desarrollo de los sentidos de eficacia interna y externa). El desapego político, por su parte, consiste en una abducción del proceso político originado por una baja percepción de autoeficacia, que se engendra en el tipo de interacción que el sujeto tiene con las instituciones del sistema representativo. Si la interacción no responde a sus expectativas sobre la representación política, tenderá a distanciarse del proceso político en el sistema democrático.
En este sentido, consideramos importante comprender el desapego como un distanciamiento que, abrevando de la teoría sociocognitiva de Albert Bandura (1977, 1995, 1997), surge de una baja percepción de autoeficacia (self-efficacy). En nuestro caso de interés, en el dominio político. Esta percepción se genera no sólo a través de las características psicológicas personales, sino también por la interacción con el entorno sociopolítico y sus normas. En particular, subrayamos la importancia explicativa de la percepción de autoeficacia para entender el desapego porque dichas “creencias sobre las propias capacidades para organizar y ejecutar los cursos de acción necesarios para gestionar situaciones futuras” (Bandura, 1997: 2), se derivan de un cúmulo de experiencias situadas en un contexto institucional y social: el régimen democrático-representativo y su comunidad política. De forma que, si además de variables subjetivas como los estados emocionales individuales - siguiendo a Bandura-, el desarrollo de la autoeficacia depende de factores como las propias experiencias exitosas en un dominio específico (mastery experiences), la experiencia equivalente de semejantes (vicarious learning), o el estímulo externo y la retroalimentación social positiva (social persuasion), es claro que el tipo y densidad de interacciones de los sujetos en la esfera política y en la sociedad civil son determinantes para robustecer o debilitar su sentido de autoeficacia (y autoconfianza, self-confidence), y con ello afectar la distancia con la que se perciben frente al proceso político de la democracia representativa. En los estudios electorales y del comportamiento político, la noción de autoeficacia se ha especificado con el término sentido de eficacia interna. El cual tiene como referente actitudinal al propio sujeto, mientras que el sentido de eficacia externa refiere a actitudes del individuo respecto a la capacidad de respuesta del sistema (Coleman y Davis, 1962; Craig y Maggioto, 1982).
En cuanto a la desafección institucional, como ya se ha señalado, es importante diferenciar esta orientación actitudinal del apoyo a la democracia y de la satisfacción con los resultados gubernamentales porque se trata de referentes distintos; los cuales tienen sendos efectos en la manera en la que las personas estructuran cognitivamente el proceso político. La desafección institucional, entonces, supone una evaluación negativa de la relación del ciudadano con el sistema representativo y sus principales agentes (es decir, partidos políticos, parlamentos, los representantes, y la clase política). En este punto, enfatizamos dos elementos para la comprensión de la naturaleza de la desafección institucional: a) el aspecto evaluativo como un factor central de cualquier definición y operacionalización del concepto de actitud en la teoría psicológica (Albarracín, Johnson, Zanna y Kumkale, 2005), y b) el objeto referencial de la evaluación negativa o desfavorable que remite al sistema institucional de la representación política.
En distintos estudios sobre la desafección institucional se ha concebido a este componente de la desafección política como un conglomerado actitudinal asociado a los niveles de confianza que la ciudadanía tiene en objetos políticos del sistema representativo. Pena y Torcal (2005) la definen como “las creencias y sentimientos de desconfianza hacia los representantes y las instituciones políticas, a las que se imputa una creciente falta de responsabilidad (responsiveness)” (citado en Maldonado, 2013: 113). En trabajos posteriores, Mariano Torcal (2006) alude a “los bajos niveles de confianza en las instituciones, en los mecanismos de representación democrática y sus representantes” (2006: 592); o bien a las “creencias acerca de la falta de responsividad de las autoridades políticas e instituciones, y la falta de confianza (lack of confidence) en las instituciones políticas” (Torcal y Montero, 2006: 6). De tal forma que sus indicadores se han agrupado principalmente en dos conjuntos: la confianza institucional (institutional confidence) en objetos políticos del sistema representativo (por ejemplo, parlamentos y partidos políticos) y la eficacia política externa -es decir, la valoración subjetiva sobre la responsividad de las instituciones a las demandas de la ciudadanía- (Torcal, 2006; Magalhães, 2006; Torcal y Lago, 2006; Torcal y Maldonado, 2010; Maldonado, 2013). En este análisis nos centraremos en un factor específico de la desafección institucional: la falta de confianza en los partidos políticos. Es relevante profundizar en la comprensión del deterioro de esta confianza porque, siguiendo la terminología del análisis sistémico (Easton, 1965), puede provocar “perturbaciones tensivas” en el sistema. A través del estudio de la falta de confianza en los partidos políticos, este análisis busca estudiar un aspecto fundamental de la relación entre ciudadanía y régimen. Como advierten Fuchs y Klingemann (1995), esta relación es permanentemente incierta o precaria, por lo que investigar su condición es necesario para explicar la condición y cambio de los sistemas democrático-representativos.
Perspectivas teóricas para el análisis de la confianza institucional
Existen diversas hipótesis que han intentado explicar las variaciones de la confianza institucional con base en factores culturales, sociales, económicos, y político-institucionales. En un ejercicio de síntesis, Torcal (2006) plantea que, en el contexto de los estudios sobre la desafección, es posible encontrar tres grandes clases de argumentos teóricos. En primer lugar, se encuentran las explicaciones socioculturales que incluyen a las teorías de la modernización, según las cuales el cambio de valores ha llevado a una ciudadanía más crítica hacia las fuentes tradicionales de autoridad, así como las teorías del desafío, que señalan que el aumento de los niveles educativos y los cambios culturales generan presiones a los mecanismos institucionales de la representación política. En segundo lugar, se identifican las explicaciones económicas, que sugieren que la confianza se ha erosionado debido a que los gobiernos no han cumplido con las expectativas de crecimiento económico ni han reducido los niveles de desempleo. Por último, Torcal agrupa en la perspectiva teórica política a las hipótesis sobre el impacto que tiene la configuración institucional de los sistemas políticos o el desempeño gubernamental en las variaciones de la confianza.
Por otra parte, en su análisis de la desconfianza ciudadana a los partidos políticos en México y la confianza institucional en América Latina, Del Tronco (2012, 2013) además de organizar la clasificación de las perspectivas teóricas en función de variables explicativas como el cambio de valores culturales producto de la modernización o la persistencia de valores vinculados a una cultura política autoritaria, plantea la existencia de una hipótesis racionalista, basada en la evaluación subjetiva sobre la actuación de instituciones y actores políticos. De acuerdo con esta explicación, que parte de la idea de que los valores pueden cambiar en función del desempeño institucional, los ciudadanos(as), como individuos racionales, son “capaces de juzgar consistentemente la utilidad de una institución, sus consecuencias distributivas y sus efectos sobre el bienestar individual, por lo que tenderán a confiar más en los actores e instituciones políticos más efectivos en la representación de sus intereses” (Del Tronco, 2012: 233).
Para abordar el estudio de la confianza, este análisis parte de la idea que sostiene que aquélla tiene una naturaleza relacional. Esto es, se trata de una disposición respecto a un referente individual, grupal u organizacional frente al cual se toman riesgos. Hardin (1992) plantea que esta relación tiene tres aspectos que pueden ser representados en la fórmula siguiente: “A confía en B para hacer X”. Dentro del marco de la investigación sobre la confianza que los ciudadanos tienen hacia objetos políticos, esta actitud supone que los individuos tienen conocimiento sobre el rol que tienen las autoridades políticas e instituciones autoritativas (authoritative institutions) en el sistema político. En el caso de los partidos, como institución autoritativa, por ejemplo, funciones como transmitir sus demandas, representar sus intereses, formular políticas, movilizar la participación ciudadana, formar liderazgos, entre otras.
Partiendo de la definición de Rousseau, Sitkin, Burt y Camerer (1998), que explica a la confianza como “un estado psicológico que comprende la intención de aceptar la vulnerabilidad basada en las expectativas positivas sobre las intenciones o comportamientos de otro” (Rousseau, Sitkin, Burt y Camerer, 1998: 395), en esta investigación se concibe la confianza en los partidos políticos como un componente de la confianza institucional en la cual existe un riesgo: el incumplimiento de las expectativas positivas respecto a las intenciones y actuación de estos agentes de la representación política. Esta forma de entenderla implica explicarla en el marco de la perspectiva racionalista, según la cual los niveles de confianza (o desconfianza) son determinados por un cálculo racional de los individuos en el que se evalúa (positiva, negativamente, o de forma neutra) a los objetos políticos.
Un aspecto central para entender la confianza es diferenciarla de la confiabilidad (trustworthiness) ya que se trata de variables distintas. En particular, la confiabilidad actúa como un precursor o antecedente de la confianza e involucra la evaluación de tres componentes independientes: capacidad (ability), benevolencia e integridad (Colquitt, Scott y Le Pine, 2007). De forma tal que, con base en el modelo propuesto por Mayer, Davis y Schoorman (1995) y Schoorman, Wood y Breuer (2015), nuestra perspectiva sostiene que la confianza es una función de un juicio respecto a la confiabilidad (trustworthiness) de un referente (trustee), derivada de una evaluación subjetiva sobre su integridad, benevolencia y capacidad para desempeñarse en un dominio específico. En el análisis de la confianza (o desconfianza) a los partidos políticos, en este artículo se plantea que esta actitud depende de la valoración racional, derivada de su experiencia, que los individuos llevan a cabo sobre la honestidad y rectitud de los partidos para actuar con base en principios democráticos (por ejemplo, integridad); la aptitud y competencia para cumplir con las funciones que se espera de ellos como agentes de la representación política (capacidad), y la percepción sobre sus motivaciones -es decir, si se preocupan por el bienestar de los representados (benevolencia). Respecto a la dinámica de la confianza, es importante señalar que una vez que un ciudadano(a) toma el riesgo en su relación con los partidos políticos es capaz de observar los resultados de haber depositado su confianza en ellos, y realizar una evaluación positiva o negativa, la cual a su vez retroalimenta con nueva información su juicio sobre la confiabilidad que para él o ella tienen los partidos. En caso de que experimente consecuencias negativas, tenderá a disminuir la confiabilidad de los partidos y consecuentemente aumenta la probabilidad de que su confianza se reduzca o desaparezca.
La falta de confianza a los partidos políticos en México
Con el objetivo de situar la discusión sobre la desafección en el análisis político sistémico, es necesario partir de la distinción entre apoyo difuso y apoyo específico de los objetos políticos, ya que esta permite comprender las diferencias entre las actitudes de apoyo a la democracia, de descontento político y de la propia desafección institucional (en particular, la falta de confianza a los partidos políticos). Siguiendo a David Easton, el apoyo difuso se relaciona con evaluaciones subjetivas sobre lo que es o representa para un individuo el régimen, las autoridades, las instituciones autoritativas o la comunidad política a la que pertenece; las cuales, a diferencia de la valoración que supone el apoyo específico, no están basadas en la actuación y resultados de los objetos políticos. David Easton define el apoyo difuso como una “reserva de actitudes favorables o buena voluntad que ayuda a los miembros a aceptar o tolerar los resultados a los que se oponen o los efectos que perciben como perjudiciales para sus deseos” (Easton, 1975: 444). El apoyo difuso se expresa a través de la creencia en la legitimidad del régimen y sus autoridades, así como a través de la confianza, entendida en este caso como una satisfacción simbólica que no depende directamente del desempeño particular, sino de la socialización en determinados valores.
De acuerdo con el planteamiento anterior, el concepto de “apoyo a la democracia” representa un indicador de la legitimidad del régimen con el que se expresa el apoyo difuso, mientras que el descontento político y la desafección institucional se encuentran asociadas al apoyo específico. Es por esta razón que hay consistencia teórica en los hallazgos de la literatura sobre la desafección política en distintos países que señalan la existencia de una ciudadanía que muestra un compromiso con el régimen democrático y sus normas, pero que, al mismo tiempo, se encuentra insatisfecha con los resultados del proceso político y no confía en las autoridades, ni en las instituciones autoritativas, como los partidos políticos. Este perfil se ajusta a lo que diversos estudios han llamado “demócratas insatisfechos” o “ciudadanos críticos” (Inglehart, 1990; Norris, 1999, 2011; Dahlberg, Linde y Holmberg, 2015, inter alia).
Respecto al caso mexicano, a partir de los resultados de la ENCUCI (2020), se presentan a continuación tres gráficas que ilustran este fenómeno. La primera de ellas (Gráfica 1) muestra la distribución de la preferencia por la democracia en distintos grupos etarios de la población; en todos ellos, más del sesenta por ciento del total consideran que la democracia es “siempre” preferible a cualquier otra forma de gobierno.

Fuente: elaboración propia con datos de la ENCUCI, 2020.
Gráfica 1 Distribución de la preferencia por la democracia por intervalos de edad
La Gráfica 2 muestra la distribución del grado de satisfacción con la democracia para los mismos grupos de edad; según la cual, con excepción del intervalo que incluye a los individuos más jóvenes (de 15 a 18 años), la mayoría de las ciudadanas y los ciudadanos se muestra “poco” o “nada satisfechos” con la democracia que tenemos hoy en México. En este punto, la conjetura preliminar es que una persona que se muestre insatisfecha tiene una mayor probabilidad de desconfiar, en los partidos políticos, pues los considera corresponsables en la toma de decisiones y resultados en un sistema de gobierno representativo.

Fuente: elaboración propia con datos de la ENCUCI, 2020.
Gráfica 2 Distribución de la satisfacción con la democracia por intervalos de edad
Por último, se presenta la distribución proporcional de la confianza a los partidos políticos en el universo de estudio de la ENCUCI (Gráfica 3), que refleja con claridad que el porcentaje de personas que tienen “mucha” confianza en los partidos políticos es muy bajo en todos los intervalos etarios. Lo cual es consistente con otros estudios que se han hecho sobre la falta de confianza de la ciudadanía a distintos agentes de la representación política (por ejemplo, senadores, diputados federales y locales, y regidores). La abrumadora mayoría de la población tiene poca o nula confianza en los partidos, lo cual expresa un nivel mínimo de apoyo específico a estos objetos políticos de sistema democrático.

Fuente: elaboración propia con datos de la ENCUCI, 2020.
Gráfica 3 Distribución de la confianza en los partidos políticos por intervalos de edad
¿Cuáles son los factores asociados a la falta de confianza? Desde nuestra perspectiva, esta actitud frente a los partidos políticos en América Latina tiene un origen institucional endógeno, y requiere estudiarse en un contexto generalizado de baja confianza política a los gobiernos, parlamentos, funcionarios públicos y cualquier agente del sistema de representación. Como han señalado Bargsted, Somma y Castillo (2017), la confianza política en Latinoamérica no necesariamente funciona de la misma forma que en contextos donde la democracia ya se ha consolidado, y no existe una tradición de redes de intermediación de corte clientelar. Si bien, el análisis que aquí se presenta se limita a una expresión de la falta de confianza política en un caso particular de la región latinoamericana, consideramos que el análisis de México puede contribuir a una mejor comprensión de la lógica de la confianza ciudadana en el funcionamiento del sistema representativo en democracias emergentes.
Metodología
Con el objeto de conocer qué condiciones individuales afectan la variable falta de confianza a los partidos políticos, en este artículo se propone un modelo de regresión de tipo logit ajustado al caso de encuestas con diseño complejo (ver anexo). Este modelo resulta apropiado para responder a las siguientes preguntas: 1) ¿qué variables están asociadas a la falta de confianza en los partidos políticos?, y 2) ¿ cuáles son sus respectivas probabilidades?
Para discernir las variaciones en la probabilidad de confiar en los partidos políticos en México, las hipótesis se agrupan de acuerdo con distintos enfoques teóricos. El primer grupo conjunta las explicaciones sobre la falta de confianza en los partidos políticos basadas en el predictor de confiabilidad (trustworthiness). Este conjunto de hipótesis parte de la perspectiva racionalista que plantea que los individuos son capaces de evaluar a las instituciones frente a las expectativas que se tienen de ellos para realizar una tarea en un campo específico (A confía en B para X). Si bien, los modelos teóricos señalan la existencia de tres precursores independientes de la confianza, incorporados en el constructo confiabilidad, en este análisis se exploran dos, cuya operacionalización es más directa: integridad y capacidad (sentido de eficacia política externa). No se ha incluido a la “benevolencia” porque su medición supone encontrar indicadores válidos de la percepción subjetiva de la voluntad con la que actúan los partidos políticos respecto a la variedad de funciones que esperan las personas de ellos. Segovia et al., (2008) en su estudio sobre la confianza institucional en Chile vinculan la benevolencia con la creencia subjetiva de que la institución manifiesta “un genuino interés en el bien común”. Sin embargo, en este análisis coincidimos con Schoorman et al., respecto a la dificultad en los análisis de confianza institucional de contar con datos demoscópicos que midan la benevolencia (Schoorman, Wood y Breuer, 2015: 22).
El segundo grupo incluye hipótesis que estudian la relación que existe entre el apoyo difuso -legitimidad de la democracia, legitimidad del sistema electoral y legitimidad del sistema de partidos- y la confianza en los partidos políticos. De modo que se pretende contrastar empíricamente la perspectiva culturalista de la desafección institucional.
El tercer grupo de hipótesis se propone indagar cómo se relacionan las dos dimensiones de la desafección política: desapego político y desafección institucional (en particular la falta de confianza en los partidos). El interés consiste en conocer si sus respectivas variaciones tienen un mismo sentido aversivo.
Por último, también se incluye una hipótesis que explora cómo se relaciona la falta de confianza en los partidos políticos con la satisfacción con la democracia, cuyo objetivo consiste en conocer si la valoración subjetiva del desempeño de las autoridades tiene una asociación con la probabilidad de que se confíe o no en los partidos.
En suma, este análisis nos permitirá entender mejor los factores que influyen en la falta de confianza en los partidos políticos en México y su relación con otras dimensiones de la desafección política.
Datos
La base de datos que se emplea proviene de la ENCUCI (2020) del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI). La ENCUCI 2020 es una encuesta de diseño trietápico, estratificado y por conglomerados, cuya población objetivo son las personas de 15 años cumplidos o más residentes permanentes en viviendas rurales y urbanas del territorio nacional (dividido en seis regiones). El número de observaciones en la ENCUCI es de 25 114, las cuales fueron obtenidas mediante un muestreo probabilístico.
Hipótesis y variables
El análisis empírico se lleva a cabo con base en un modelo de regresión tipo logit, y busca explicar la variable: falta de confianza en los partidos políticos (cuyo indicador es confiar poco o nada en ellos). Para ello, se presentan las siguientes hipótesis con sus respectivas variables explicativas:1
1) La confiabilidad como predictor de la falta de confianza en los partidos políticos: integridad y capacidad.
H1. La percepción de falta de integridad de los partidos políticos aumenta la probabilidad de confiar poco o nada en ellos.
H2. La creencia de que los partidos no cuentan con la capacidad de responder a las demandas del ciudadano/a y tomar sus intereses en consideración (bajo sentido de eficacia externa) aumenta la probabilidad de confiar poco o nada en ellos.
Variables explicativas pertenecientes a la dimensión confiabilidad: Integridad de los partidos políticos y capacidad de los partidos políticos para representar las demandas e intereses de la ciudadanía (sentido de eficacia externa).
2) Los valores de la cultura política como predictor de la falta de confianza en los partidos políticos.
H3. Una baja valoración de la democracia, producto de una cultura política autoritaria, afecta negativamente la confianza en los partidos políticos.
H4. Una baja valoración de la legitimidad del sistema de partidos aumenta la probabilidad de desconfiar o confiar poco en los partidos políticos.
H5. Una baja valoración de la legitimidad del sistema electoral aumenta la probabilidad de desconfiar o confiar poco en los partidos políticos.
H6. Una baja valoración de la democracia electoral aumenta la probabilidad de desconfiar o confiar poco en los partidos políticos.
Variables explicativas pertenecientes a la dimensión adhesión a valores democráticos (apoyo difuso al régimen y sus normas fundamentales): Legitimidad de la democracia, legitimidad del sistema de partidos, legitimidad del sistema electoral, legitimidad de la democracia electoral.
3) La asociación entre las dimensiones de la desafección política: desapego político y desafección institucional.
Variables explicativas pertenecientes a la dimensión desafección política: sentido de eficacia interna y participación electoral.
4) El desempeño de las autoridades del sistema como predictor de la confianza en los partidos políticos.
Variable explicativa: Satisfacción con la democracia.
Resultados y discusión
De acuerdo con el análisis de regresión (ver Tabla 1), se obtienen los siguientes hallazgos. En primer lugar, en relación con la perspectiva teórica que sugiere que la confiabilidad (trustworthiness) es un precursor de la confianza, se encuentra que tanto la dimensión de integridad como la de capacidad son estadísticamente significativas (es decir, se rechaza la hipótesis nula que señalaría que la confiabilidad no afecta la confianza).
Tabla 1 Coeficientes y razón de momios del modelo logit
|
Variable dependiente: Falta de confianza en los partidos políticos |
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|---|---|---|
| Coeficiente | Razón de momios | |
| Variables explicativas | ||
| Percepción de integridad de los partidos | 0.464*** | 1.591*** |
| Percepción de la integridad de la relación partidosgobierno | 0.265*** | 1.303*** |
| Capacidad de los partidos (eficacia política externa) | -0.330*** | 0.696*** |
| Eficacia política interna | -0.298*** | 0.742*** |
| Percepción de la legitimidad de la democracia | 0.099 | 1.104 |
| Percepción de la legitimidad del sistema electoral (confianza en el ine) | -0.933*** | 0.393*** |
| Percepción de la legitimidad del sistema de partidos | -0.426*** | 0.653*** |
| Percepción de la legitimidad de la democracia electoral | -0.478*** | 0.620*** |
| Satisfacción con la democracia | -0.715*** | 0.489*** |
| Identificación partidaria | 0.368*** | 1.445*** |
| Interés en asuntos del país | 0.074 | 1.077 |
| Participación electoral | 0.240*** | 1.272*** |
| Edad | -0.004** | 0.996** |
| Ingresos | 0.318*** | 1.374*** |
| Constante | 2.612*** | 13.620*** |
| Observaciones | 14,280 | |
Nota: *p<0.1; >**p<0.05; >***p<0.01.
Fuente: elaboración propia.
Las personas que perciben que los partidos carecen de integridad (debido a la frecuencia con la que se compran votos en México o porque conocen personalmente a alguien que ha recibido dinero para votar por algún partido) tienen una mayor probabilidad de desconfiar en ellos. Se trata de la variable con mayor peso explicativo en el modelo, pues su probabilidad aumenta en un factor de 1.591 cuando se considera que los partidos no cuentan con integridad. Para consolidar la contrastación empírica de la importancia explicativa de la confiabilidad, el modelo también incorporó una variable que refleja la opinión sobre la existencia de una relación simbiótica entre los partidos y los gobiernos. Específicamente, se utilizó un ítem de la encuesta que registra la opinión de las personas sobre si consideran que el gobierno beneficia a sus partidos con recursos públicos. Los resultados confirman que existe una relación estadísticamente significativa entre la falta de confianza y la opinión de los individuos sobre la frecuencia de este fenómeno: aquellas personas que reportan que es “muy frecuente” o “algo frecuente” que durante las elecciones los gobiernos beneficien a sus partidos políticos tienden a no confiar en ellos. De hecho, la probabilidad de desconfiar o tener poca confianza en los partidos aumenta en un factor de 1.303, lo que representa una de las variables con mayor peso explicativo, después de la probabilidad de no confiar en ellos por parte de quienes no se sienten identificados con ningún partido, cuyo factor es 1.445.
Además de la integridad, el argumento teórico basado en la noción de confiabilidad plantea que los individuos evalúan la capacidad del agente en el que es depositada la confianza (trustee) para llevar a cabo una tarea. En el caso que analizamos, ésta consiste en la capacidad que tienen los partidos políticos para representar los intereses de la ciudadanía en el gobierno, la cual es valorada mediante el concepto de sentido de eficacia política externa, que en este análisis se operacionaliza a través de un reactivo de la encuesta que indica si las personas se sienten incluidas en la toma de decisiones gubernamentales. De acuerdo con los resultados del modelo, es posible señalar que existe una relación negativa entre la probabilidad de no confiar en los partidos y la de sentirse incluido en el proceso decisorio: un bajo sentido de eficacia política externa está asociado a la probabilidad de rechazar a los partidos. Puesto de otra forma, las personas que consideran que el gobierno les toma en cuenta en la toma de decisiones tienen mayor probabilidad de confiar en los partidos políticos.
En relación con la perspectiva teórica que sugiere que la falta de confianza institucional se deriva de los valores con los que un individuo es socializado, no se encuentra una relación sólida entre la falta de confianza en los partidos políticos y la valoración abstracta de la democracia que permita realizar una inferencia válida. Sin embargo, el apoyo difuso a un conjunto de normas fundamentales del régimen democrático muestra un efecto de los valores democráticos. En particular, si las personas consideran legítimo el sistema de partidos (es decir que consideran que sin partidos no hay democracia, que son necesarios para que el gobierno funcione o que son vehículos de participación política), tienen mayor probabilidad de confiar en dichas organizaciones. Lo mismo ocurre con otras expresiones del apoyo difuso al régimen, como la legitimidad de la democracia electoral y del sistema electoral. Respecto a la primera de ellas, los resultados muestran que es más probable que las personas que consideran que el voto sirve para que haya un mejor gobierno, confíen algo o mucho en los partidos políticos. También es más probable que los individuos que reportan confianza en el Instituto Nacional Electoral (en nuestro análisis se emplea como un proxy de la valoración ciudadana del sistema electoral) muestren confianza a dichas organizaciones. En resumen, los valores democráticos, como expresión del apoyo difuso al régimen y sus normas fundamentales, tienen una relación significativa con la confianza en los partidos políticos. Estos hallazgos destacan la importancia de los valores y percepciones de legitimidad para comprender la confianza institucional.
Respecto a la asociación que existe entre las dimensiones de la desafección política. Los resultados muestran que las personas que tienen un sentido de autoeficacia más fuerte en el dominio político (esto es, creen que tienen los conocimientos y habilidades para participar en actividades políticas) tienen más probabilidad de no confiar en los partidos. Este hallazgo parece contradecir el supuesto teórico que caracteriza a este síndrome como un agregado de actitudes en el que coincide un bajo sentido de eficacia interna con una escasa confianza institucional.
Para tratar de corroborar la solidez de la relación negativa entre el desapego político y la falta de confianza en los partidos, que sugieren los resultados del análisis de la encuesta, la investigación incluyó también una variable que mide el interés que tienen las personas en los asuntos del país, la cual se ha empleado en estudios empíricos como un indicador del sentido de eficacia interna. Sin embargo, en este caso no existe una relación estadísticamente significativa. Aunque, estos resultados no son concluyentes para afirmar que en el caso mexicano existe una relación negativa entre contar con autoeficacia en el dominio político (sentido de eficacia interna) y la desconfianza a los partidos, sí hay elementos para profundizar en estudios posteriores en el análisis de la relación entre las dimensiones de la desafección política. Por lo pronto, parece claro que existen espacios de socialización política, como podrían ser la familia, la escuela, círculos sociales u otros grupos, que originan un sentido de seguridad de las personas en su propia competencia para participar activamente en la política, pero que la falta de confianza en los partidos podría tener un efecto desmovilizador de ciertos tipos de participación política.
En este punto, destacamos un hallazgo preliminarmente contraintuitivo respecto a la relación entre el acto de votar y la confianza en los partidos políticos. Uno supondría que la relación tendría que ser positiva entre ambas variables: es decir, que las personas que votan confían en los partidos políticos. Sin embargo, de acuerdo con los resultados del análisis, se observa que la probabilidad de no confiar o confiar poco en los partidos políticos es mayor si los ciudadanos/as votaron en las elecciones federales del año 2018. De hecho, la probabilidad de no confiar o confiar poco en los partidos aumenta en un factor de 1.272 si las personas votaron. Las explicaciones a este fenómeno son diversas; entre ellas se encuentran, por ejemplo, la propia legitimidad con la que se percibe en general al sistema electoral, la convicción respecto al valor instrumental del voto para castigar o premiar gobiernos y a sus partidos, o el valor expresivo que tiene para una ciudadana(o) el acto cívico de votar, cuya ponderación es superior al nivel de aversión a los partidos. Asimismo, las personas podrían sentirse desafectas a estas organizaciones (principalmente hacia los partidos tradicionales) y declarar su falta de confianza a ellos en general, pero aún así votar por algún partido que tenga un discurso antisistema que impugne el statu quo.
Una hipótesis de interés que se incluyó en esta investigación sobre los factores que explican la falta de confianza en los partidos, se refiere a la relación que guarda la evaluación del desempeño de las autoridades respecto a la probabilidad de confiar o no en dichas organizaciones. Particularmente, la hipótesis a contrastar empíricamente sostiene que una baja satisfacción con la democracia actúa como un predictor de la falta de confianza; lo cual se comprueba porque los resultados del modelo muestran que existe una asociación estadísticamente significativa.
Aunque la literatura sobre la desafección política ha insistido en distinguir analíticamente las actitudes de satisfacción con la democracia (y el descontento político) respecto a aquellas que revelan desafección institucional, parece claro que la evaluación subjetiva de los distintos objetos políticos involucra atajos cognitivos en los que la desconfianza institucional se va generalizando a todas las autoridades e instituciones autoritativas del sistema representativo. Podría plantearse, entonces, que un bajo nivel de apoyo específico hacia un objeto del sistema representativo como las autoridades, producto de un mal desempeño, afecta el nivel de apoyo específico a otro objeto del propio sistema.
Diversos estudios de la desafección en democracias consolidadas han señalado que este síndrome es el resultado de procesos de largo plazo definidos por la cultura política (McAllister, 1999), por lo que “tiende a ser particularmente estable en el tiempo” (Maldonado, 2013). Sin embargo, como ha señalado Torcal (2006), la evolución de las actitudes de confianza (o desconfianza) en democracias emergentes se encuentra más asociada al desempeño gubernamental, al tipo de expectativas, y a las percepciones sobre la calidad de la representación política. En este sentido, la perspectiva racionalista ofrece evidencia robusta respecto a la importancia que tiene la evaluación del desempeño de los agentes del sistema de representación en la explicación de la confianza institucional, tal y como se ha señalado en investigaciones anteriores respecto a los partidos políticos (Del Tronco, 2012; Palazuelos, 2012).
Si se observa la tendencia que ha seguido esta actitud, de acuerdo con las mediciones del Latinobarómetro, es claro que no ha seguido una trayectoria estable, sino que la desconfianza ha aumentado de forma sostenida. Así, el porcentaje de personas que manifestó no tener “ninguna confianza” en ellos pasó de 28 % en el año 2000 a 47 % veinte años después (habiéndose registrado un nivel máximo de desconfianza en 2017 cuando alcanzó 62.8 %). Otro indicio preliminar que parece objetar la idea de que la desafección política responde a un proceso de acumulación cultural, se refiere a las diferencias observables en nuestro análisis de la falta de confianza en los partidos si se incorpora la variable etaria. Los resultados muestran que la probabilidad de no confiar en ellos es mayor conforme la edad aumenta, lo cual sugiere que la confianza podría irse erosionando a medida que las personas acumulan experiencias negativas en su relación con el proceso político de la democracia representativa. Para corroborar esta conjetura, sin embargo, sería pertinente un estudio longitudinal tipo panel para saber si la falta de confianza en el ciclo de vida responde al conocimiento, experiencias y relación con los diversos objetos políticos del sistema político.
Es importante resaltar que los resultados obtenidos deben ser interpretados teniendo en cuenta las limitaciones metodológicas del presente análisis. Una de estas limitaciones es la naturaleza de sección cruzada de la encuci 2020, lo que impide establecer una relación causal estricta entre la variable a explicar y las variables de control consideradas. Además, el modelo podría enfrentar un problema de asociación inversa. Por ejemplo, según el modelo, la falta de confianza está asociada con la insatisfacción democrática, lo que significa que una persona descontenta con la democracia tendría una mayor probabilidad de desconfiar de los partidos. Sin embargo, también es posible que la relación funcione en sentido contrario, donde los individuos se sientan insatisfechos debido a su desafección institucional. Esta situación podría generar sesgos en los coeficientes estimados. Finalmente, para atender un potencial problema de multicolinealidad entre las variables explicativas de un modelo econométrico que afecten la estimación e interpretación de los coeficientes de la regresión, existen diversas pruebas estadísticas; una de las más populares es la del cálculo del factor de inflación de la varianza (VIF) (Gujarati y Porter, 2008: 340). En nuestro caso, el resultado de esta prueba muestra que no hay evidencia de multicolinealidad en el modelo, lo que significa que podemos confiar en los efectos reportados de las variables explicativas del análisis de regresión.
Conclusiones
A principios del siglo XXI, en el marco de la proliferación global del número de democracias y del fortalecimiento de su legitimidad frente a otras formas de gobierno, Larry Diamond y Richard Gunther (2001) advertían sobre una “creciente y sustantiva desafección” de la ciudadanía respecto a muchas instituciones democráticas, entre las que destacaba la sentida por los partidos políticos. Fenómeno que no sólo afectaba a países con democracias consolidadas, sino que se agravaba en muchas democracias emergentes de la “tercera ola”. Si la desafección afecta el funcionamiento de cualquier democracia, sus efectos, señalaron Diamond y Gunther, son más serios en regímenes que todavía se encuentran en proceso de consolidación: “instituciones políticas débiles, un pobre desempeño político, y el cinismo resultante respecto a los partidos políticos obstruyen la consolidación de la democracia o incluso arriesgan su viabilidad” (Diamond y Gunther, 2001: IX). A más de dos décadas de ese diagnóstico, puede señalarse que los riesgos a los que está expuesta la consolidación democrática siguen vigentes en nuestra región: el rechazo a la clase política, los partidos, los representantes y las legislaturas en América Latina se ha agudizado.
En el caso mexicano, el presente análisis sobre una expresión de la desafección política hacia uno de los principales agentes del sistema representativo ha expuesto que valoraciones negativas de su integridad, un bajo sentido de eficacia política externa, la creencia de que los gobiernos benefician a sus partidos, y la insatisfacción con el funcionamiento de la democracia, se encuentran vinculadas a la probabilidad de desconfiar de los partidos políticos. Estos hallazgos son relevantes porque, si bien existen variables exógenas que pueden explicar el creciente distanciamiento de la ciudadanía respecto a estos agentes de la representación política (por ejemplo, cambios sociales y culturales estructurales), es importante señalar que existen prácticas endémicas de los propios partidos que erosionan la confianza hacia ellos.
En este sentido, la falta de confianza en los partidos tiene repercusiones en la estabilidad del régimen, ya que constituye una variable contribuyente para el surgimiento de alternativas partidarias antisistema que, al alentar actitudes antipolíticas incluso cuando han tenido éxito electoral y llegan al poder, generan a lo largo del tiempo una espiral de desconfianza (Hooghe y Dassonneville, 2018). El caso de los partidos y liderazgos populistas es paradigmático: la desconfianza a los partidos políticos tradicionales (percibidos como comparsas de una élite que antagoniza con el pueblo) no sólo propicia el voto de alternativas electorales populistas, sino que este voto refuerza a su vez actitudes de descontento (Rooduijn, van der Brug y Lange, 2016).
Además de acrecentar actitudes de cinismo político, la desconfianza tiene un efecto en la disposición de las personas de participar políticamente. En este sentido, no sólo la desconfianza en los partidos puede incidir en el debilitamiento de estas organizaciones de intermediación, sino que al agregarse con otras actitudes que evalúan negativamente a distintas instituciones y agentes del sistema representativo, existen efectos en el sentido de eficacia política. Asimismo, existe evidencia para democracias emergentes que apunta a que la desafección política repercute negativamente no sólo la participación política convencional, sino que tiene efectos también en la participación no convencional (Disi y Mardones, 2019); esto es, la desafección podría tener un efecto desmovilizador de la participación en su conjunto.
Aunque los partidos políticos no son los únicos agentes de intermediación en las democracias modernas - Philippe C. Schmitter (2001) apunta, por ejemplo, en un ejercicio de síntesis, la relevancia también de las asociaciones ciudadanas y los movimientos sociales- su papel es central para instrumentar la representación política a través del proceso electoral. Es verdad, como ha señalado Schmitter (2001), que la “crisis de representación e intermediación a través de los canales partidistas” afecta a democracias consolidadas y emergentes; sin embargo, los efectos en estas últimas pueden ser más agudos, pues es frecuente que las nuevas democracias tampoco hayan podido fortalecer una sociedad civil capaz de facilitar la acción colectiva por medio de asociaciones ciudadanas o movimientos sociales. De manera que los prospectos de consolidación democrática en esas condiciones se vuelven más inciertos.










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