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Comunicación y sociedad

versión impresa ISSN 0188-252X

Comun. soc  no.18 Guadalajara jul./dic. 2012

 

Reseñas

 

Los bárbaros. Ensayo sobre la mutación

 

Zeyda Rodríguez Morales1

 

Baricco, A. (2008). Los bárbaros. Ensayo sobre la mutación. Barcelona: Anagrama, 252 pp.

 

1 Universidad de Guadalajara, México. Correo electrónico: zeydaisabel@hotmail.com

 

El texto Los bárbaros. Ensayo sobre la mutación de Alessandro Baricco tiene un tono literario, ensayístico y filosófico, no en balde su autor realizó estudios de licenciatura en esta disciplina. Su aire un tanto informal al haberlo escrito al vuelo, semana a semana, sin dar tiempo a la reflexión profunda, le permite aventurar libremente sus ideas, que en palabras del propio Baricco, fue "una tentativa de pensar, escribiendo".

Los textos que componen Los bárbaros parten de una inquietud no solo del autor sino compartida por todos los interesados por vocación y/o por profesión, al estudio de lo social: se percibe "en el ambiente, un incomprensible Apocalipsis inminente ..." (p.12). Esto se acompaña de un miedo hacia los que él denomina los bárbaros: seres distintos, ajenos, incontrolables.

En términos personales es inevitable para mí leer este libro con la mente puesta en los adolescentes y jóvenes. Mi esfuerzo por comprender sus formas de ser y de obrar me implican tanto un esfuerzo cognoscitivo de tipo intelectual como emocional que pone a prueba cotidianamente mis mapas conocidos, mis valores y mis propias experiencias.

En la sección dedicada a explicar los epígrafes del libro, el autor hace referencia al pensamiento de Walter Benjamin. De él retoma: no se trata de entender de qué se trata el mundo, sino en qué se está convirtiendo, lo relevante es descubrir los indicios de las mutaciones que acabarán disolviendo el presente; no se trata de tener la capacidad de situar el objeto de estudio en los mapas conocidos, sino de intuir de qué manera ese objeto modificará el mapa actual.

En la siguiente sección que comprende varios textos sobre el vino, el futbol y los libros, Baricco intenta una reflexión que arroja una especie de nuevo patrón, de nuevo modelo en el que se desarrollan fenómenos, al parecer insignificantes, como esos.

Dicho intento obedece a su convicción por abordar los temas no desde el detalle, a ras del suelo, sino desde arriba, tratando de atisbar al animal completo y no solo la pata trasera o la cola. Esa idea tiene tras de sí la creencia de que lo que percibimos fenoménicamente obedece a causas más profundas, no son solo las apariencias, si no síntomas de transformaciones que aún no emergen completamente. De ahí que no haya nada insignificante, cualquier cosa puede ser expresión de este mecanismo aún desconocido.

En pocas palabras el modelo sería el siguiente:

Con la complicidad de una innovación tecnológica, un grupo humano especialmente alineado con el modelo cultural del Imperio accede a un gesto que le estaba vedado, lo lleva de forma instintiva a una espectacularidad más inmediata y a un universo lingüístico moderno; y consigue así darle un éxito comercial asombroso (p. 52).

Este conjunto de rasgos implican una serie de tránsitos, de mutaciones que el autor describe y que asoman en los juicios que les formulamos:

Sin embargo, una vez identificados, Baricco invita a:

Conceder a los bárbaros la oportunidad de ser un animal, con su plenitud y su sentido propios, y no trozos de nuestro cuerpo afectados por una enfermedad. Es necesario hacer el esfuerzo de suponer, a sus espaldas, una lógica no suicida, un movimiento lúcido y un sueño verdadero (pp. 57-58).

Hay dos asuntos sobre los que quisiera detenerme en el texto y que van ligados: la experiencia y el sentido.

Partiendo de Walter Benjamin de nuevo, el autor define a la experiencia como:

Un paso fuerte en la vida cotidiana; un lugar donde la percepción de lo real cuaja en piedra miliar, en recuerdo y en relato. Es el momento en que el ser humano toma posesión de su reino. Por un momento es dueño y no siervo. Adquirir experiencia de algo significa salvarse. No está dicho que siempre vaya a ser posible (p. 113).

La mutación de la que habla implica que la forma de adquirir experiencias ha cambiado:

La experiencia para los bárbaros es algo que tiene la forma de sirga (cuerda), de secuencia, de trayectoria: supone un movimiento que encadena puntos diferentes en el espacio de lo real: es la intensidad de esa chispa ... adquirir una experiencia de las cosas se convierte en pasar por ellas justo el tiempo necesario para obtener de ellas un impulso que sea suficiente para acabar en otro lado ... el mutante ha aprendido el tiempo mínimo y máximo, que debe demorarse sobre las cosas. Y esto lo mantiene inevitablemente lejos del fondo (pp. 114-115).

El multitasking es un ejemplo de esto. Habitar cuantas zonas sea posible con una atención bastante baja, no es una forma de vaciar de contenido muchos gestos que serían importantes: es un modo de hacer de ellos uno solo, muy importante.

Esto genera una nueva localización de sentido, una nueva forma de percepción, una nueva forma de supervivencia, ¿una nueva civilización?: hombre horizontal, sentido distribuido en la superficie, surfing de la experiencia, intensidad en la secuencia y no en la profundidad.

Un aspecto especialmente delicado por el dolor que nos causa es el desprecio de los bárbaros por el pasado, no lo conocen y no les importa. Se relacionan con él solo cuando les es útil, cuando puede convertirse en presente al consumirlo, comerlo, transformarlo en vida. El pasado entonces es solo un material reusable y Baricco invita a que en lugar de vigilar obsesivamente qué hacen con nuestras queridas ruinas, héroes y mitos, "botín de sus rapiñas", averigüemos qué hacen con esos deshechos, qué cosas construyen con ellos.

Al final del texto, Baricco expone una reflexión en un nivel más amplio que el hasta ahora tratado. Sus ideas abordan la necesidad de la civilización, cualquiera que sea, por construir a los otros distintos como "bárbaros", al tiempo que reconstruye su propia identidad.

La figura que usa para esto es el esfuerzo increíble hecho por los chinos al construir una muralla cuyo costo y trabajo de dos siglos nunca sirvieron para defender el imperio de ninguna invasión militar de los nómadas del norte, el servicio que les prestó dicha construcción fue siempre el de definir la frontera entre el nosotros y el ellos, de inventarla.

La pesadilla para los chinos no era tanto la conquista, sino el contagio, la cercanía de esos andrajosos que pudieran corromperlos, modificarlos. De este lado la existencia, del otro, la barbarie.

La civilización inventa las murallas no solo para mantener alejado lo que le da miedo, lo hace para darle un nombre. Si se pierde la identidad, se teme perderse a sí mismos.

Por el contrario, los bárbaros no se sienten civilizados, de hecho los admiran, quisieran aprender de ellos, pues no temen a la mutación.

Cada vez que se enjuicia lo nuevo sin intentar comprenderlo, se yergue la muralla y nos volvemos ciegos idolatrando la frontera protectora. Lo que las murallas expresan en otras palabras, es el borde de la mutación que va avanzando y que corre por dentro de nosotros.

Si una civilización nueva se está anunciando y si ese nuevo mundo es acuático, cada uno de nosotros deberá aprender a nadar con más o menos habilidad. Sin embargo, si miramos de otro modo a las nuevas generaciones, y aguzamos el ojo y escudriñamos sus cuerpos, tal vez alcancemos a percibir, muy pequeñitas, sus branquias.

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