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Región y sociedad

versión On-line ISSN 2448-4849versión impresa ISSN 1870-3925

Región y sociedad vol.23 no.51 Hermosillo may./ago. 2011

 

Reseñas

 

Hiram Félix Rosas (2010), Cuando la muerte tuvo alas. La epidemia de fiebre amarilla en Hermosillo (1883-1885)

 

José Marcos Medina Bustos*

 

Hermosillo, El Colegio de Sonora/Universidad de Sonora, 235 pp.

 

* Profesor-investigador del Centro de Estudios Históricos de Región y Frontera de El Colegio de Sonora. Correo electrónico: mmedina@colson.edu.mx

 

Cuando la muerte tuvo alas sin duda es un libro importante, porque es el primero que de forma sistemática reconstruye la historia de una epidemia en el siglo XIX en Sonora. Si bien es cierto que en la historiografía del estado existe una tradición rica de estudios sobre el efecto demográfico de las epidemias, éstos se han concentrado en el periodo previo al México independiente, es decir, del siglo XVI a las primeras décadas del XIX, y han tratado el tema de la caída de la población indígena o el análisis de la mortalidad en general (Reff 1991; Sauer 1935; Medina 1997). En cambio, las grandes epidemias "novedosas" como el cólera y la fiebre amarilla, ocurridas en el siglo XIX, habían sido abordadas como anécdotas.

La investigación de Félix Rosas sobre la epidemia de fiebre amarilla en Hermosillo, de 1883 a 1885, brinda una síntesis interesante de la historia de la medicina, aludiendo a las visiones que han existido sobre la enfermedad, y esta revisión le permitió comprender la manera en que se enfrentó, pues lejos de tratarse de un proceso evolutivo, el autor observa la permanencia de las explicaciones miasmáticas o humorales antiguas, a la par de las microbianas modernas o las tradicionales basadas en la creencia del castigo divino.

De manera similar se aborda la historia natural de la fiebre amarilla, en la que destaca su presencia endémica en zonas tropicales del golfo de México, desde la época prehispánica. Fue hasta el siglo XIX, con los grandes movimientos de población y comerciales, cuando se extendió a otras áreas que la desconocían, como el caso de Sonora, a donde llegó por barco al puerto de Guaymas, y desde ahí se propagó a Hermosillo, y causó una gran mortalidad.

El autor también analiza las terapéuticas utilizadas en la época, para enfrentar la fiebre amarilla. Descubrió que no se conocía cómo se adquiría, y menos se sabía cómo combatirla. Fue hasta principios del siglo XX, con la identificación del mosquito Aedes aegypti, como agente trasmisor, que se pudo evitar su difusión de manera efectiva. La epidemia de fiebre amarilla, ocurrida de 1883 a 1885, se combatió prácticamente a ciegas, reproduciéndose el patrón demográfico del antiguo régimen.

Otro elemento importante de la obra de Félix Rosas es la reconstrucción histórica de las autoridades, que la legislación designaba como las encargadas de velar por la salubridad pública. Esta revisión incluye instancias de carácter general, como el Real Protomedicato y el Consejo Superior de Salubridad, los órganos transitorios como la Facultad Médica del Distrito Federal y el Establecimiento de Ciencias Médicas, para llegar al Código Sanitario de los Estados Unidos Mexicanos, de 1891, con la afirmación de la autoridad federal en materia de salud.

También se revisan las constituciones y normatividad de Sonora, las cuales contemplaban a los ayuntamientos y los prefectos de distritos como las autoridades responsables de vigilar la salubridad pública. En el ámbito local destaca la atención brindada a los bandos de buen gobierno, el mantenimiento de las vacunas y su aplicación, la limpieza de calles y casas, el control de animales sueltos, el buen estado de los alimentos que se vendían, el manejo de basuras, inmundicias y cursos de agua. Por otra parte, en relación con los brotes epidémicos, los prefectos y alcaldes, apoyados en juntas de sanidad, debían tomar medidas preventivas y de combate a la enfermedad, y auxiliar a los enfermos pobres. El autor enfatiza que si bien la normatividad del siglo XIX establecía la necesidad de cuidar de la salud pública, las posibilidades materiales de las poblaciones de Sonora distaban mucho de hacer realidad lo que planteaba la norma.

El momento histórico en el que apareció la epidemia se caracteriza por grandes esperanzas en el crecimiento económico y modernización; así lo expresaba la construcción del ferrocarril de Guaymas a Hermosillo, y la consolidación de la capital del estado como centro comercial y agro industrial. Sin embargo, esta faceta de progreso contrasta con la precariedad en materia de salud pública: centros de población abrumados por la suciedad y la carencia de infraestructura urbana y de atención a la salud como hospitales, farmacias y médicos. En el caso particular de Hermosillo, se trataba de un lugar surcado por acequias, cuyas aguas se destinaban al riego, pero que al pasar por la ciudad se llenaban de inmundicias, convirtiéndose en nichos idóneos para la reproducción del mosquito Aedes aegypti y demás microorganismos patógenos, como ya se había experimentado con la epidemia de cólera de 1850 a 1851.

La fiebre amarilla llegó a Guaymas en agosto de 1883, procedente de Mazatlán, y se propagó con rapidez a Hermosillo; aunque el gobierno estatal no reconoció públicamente su arribo hasta octubre. Esta situación, así como la existencia de otros males parecidos, como "el tonto", llevan a Félix Rosas a considerar la hipótesis de que la enfermedad había llegado a Sonora desde antes; aunque le parece difícil de probar. Esto plantea que se carece de información clara y precisa sobre las enfermedades del pasado.

La política instrumentada por las autoridades se redujo a promover medidas terapéuticas y de saneamiento ambiental, que poco podían hacer ante la fiebre amarilla: usar purgantes y sudoríficos, barrer calles y casas y aromatizar el ambiente, entre otras. Si bien ya se tenían nociones de que los microorganismos eran los causantes de las enfermedades, se mantenían prácticas de las teorías humorales y miasmáticas. Por su parte, la sociedad, representada en las juntas de sanidad, empresas y ciudadanos que hacían donativos, se mostró más eficiente al momento de proporcionar auxilios concretos a los enfermos.

La epidemia siguió su curso natural sin nada que la pudiera detener, y ocasionó la muerte a más de 500 personas en 1883. En dos años se volvieron a experimentar brotes nuevos, aunque ya no tan virulentos. Su repercusión desestabilizó las funciones gubernamentales y los negocios. No era para menos, pues la fiebre amarilla, a diferencia de la viruela y sarampión, atacó sobre todo a hombres en edad productiva, y destacó en el caso de los extranjeros. Los miembros de las elites locales no se salvaron de pagar su cuota, aunque los sectores populares fueron los más perjudicados.

En el análisis sociodemográfico de las defunciones, el autor se esfuerza por combinar las cifras anónimas con la identificación de algunos de los individuos que murieron, para dar una mejor apreciación de la epidemia. El libro incluye una curva de mortalidad de 1869 a 1910, en la que se aprecia que la fiebre amarilla de 1883 a 1885 fue la última epidemia que evolucionó libremente, impidiendo el crecimiento poblacional, según el modelo demográfico de antiguo régimen.

La investigación de Hiram Félix Rosas incorpora el territorio so-norense a la historiografía de las epidemias del siglo XIX en México, lo cual proporciona información y análisis sobre la salud pública en un espacio alejado y poco comunicado con el resto del país, con lo que llena un vacío historiográfico.

 

Bibliografía

Medina Bustos, José Marcos. 1997. Vida y muerte en el antiguo Hermosillo 1773-1828. Hermosillo: Gobierno del Estado de Sonora.         [ Links ]

Reff, Daniel T. 1991. Disease, Depopulation and Cultural Change in North Western New Spain, 1518-1764. Salt Lake City: University of Utah Press.         [ Links ]

Sauer, Carl. 1935. Aboriginal Population of Northwestern Mexico. Tucson: University of Arizona Press.         [ Links ]

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