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Nova tellus

versión impresa ISSN 0185-3058

Nova tellus vol.26 no.1 Ciudad de México ene. 2008

 

Reseñas y notas bibliográficas

 

Cabrera, Francisco José, Tribunus ille Benedictus Juárez (Benito Juárez, tribuno de bronce)

 

Eliff Lara Astorga*

 

Estudio, versión rítmica y notas de Tarsicio Herrera Zapién, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Filológicas (Colección de Bolsillo, 32), 2008, 96 págs.

 

*Desempeña labores editoriales, de docencia e investigación en el Instituto de Investigaciones Filológicas y en el Centro de Enseñanza para Extranjeros en la Universidad Nacional Autónoma de México. Correo electrónico: eliffla@yahoo.com

 

Recepción: 7 de marzo de 2008.
Aceptación: 7 de abril de 2008.

 

Palabras clave: Benito Juárez, héroe, hexámetros, historia, México, poesía.

 

En resumen, o aprendemos a conocer al Héroe, al verdadero
Gobernante y Caudillo cuando le tenemos ante
los ojos, o continuarán gobernándonos los que nada
tienen de héroes, aunque pongamos urnas electorales
en cada esquina, porque nada remedian.

Thomas Carlyle, De los héroes

 

¿Cómo hablar sobre Benito Juárez García sin recurrir al lugar común? Enunciados, colores, mármoles y bronces se han dictado, pintado y esculpido una y otra vez prácticamente desde la entrada del oaxaqueño en la agitada arena política del siglo XIX. Buena parte de las anécdotas que la mayoría de los mexicanos conocemos sobre él, provienen de Memorias de mis tiempos de Guillermo Prieto. Desde ese momento, artistas, escritores, historiadores y demás expertos se han encargado de levantar y rehacer de forma casi ininterrumpida su biografía, o mejor dicho, su mito. Y lejos de ser un mito de museo, de libro gastado y olvidado en un anaquel, ha regresado con fuerza provocadora en los últimos tiempos. Así, durante la toma de posesión del primer presidente de oposición al PRI, buena parte del Congreso de la Unión intentó exorcizar la posible simbiosis del clero con el gobierno mediante la frase mágica "¡Juárez, Juárez!". Este y otros hechos recientes demuestran sin posibilidad de réplica la actualidad y el interés por desarrollar el tema de don Benito en un ensayo, una obra pictórica, una novela; y el atractivo crece, si se hace en forma de poema, que a primera vista parecería el género literario menos apto para comentar la historia de un país.

Francisco José Cabrera no sólo se arriesgó a abordar, a principios del siglo XXI, un asunto inevitablemente polémico; más aún, lo hizo mediante el sutil y difícil arte del verso. Y aunque no es el primero en hacerlo (quizá ahora vengan a nuestra mente pasajes como los de "La raza de bronce" de Amado Nervo), se distingue por haberlo logrado en latín. En plena era electrónica, cuando millones de textos al día navegan por espacios inasibles y llegan a su destino casi al instante, cuando la imparable carrera de los medios de comunicación y producción ha acelerado la vida cotidiana de millones de individuos, cuando la lengua inglesa se ha convertido en la pieza clave de dicha competencia, sorprende el trabajo de un latinista como Cabrera. Nuestro poeta ha emprendido la nada sencilla labor de abordar la historia, los personajes y las creencias de los mexicanos en una serie de poemas largos con títulos como Laus Guadalupensis (inspirado en la Virgen de Guadalupe); Quetzalcoatl; Gonzalo Guerrero; Ioannae Virginia Laudes (sobre la vida de sor Juana Inés de la Cruz); Amato Nervo poetae encomiun, entre varios otros.

Benito Juárez, tribuno de bronce es uno de los eslabones más relevantes de la epopeya mexicana construida desde hace varios años por Francisco José Cabrera. El autor no sólo buscó crear un artefacto bello y curioso a la vez; su intención más bien ha sido hacer historia, colaborar en la revisión constante a la que están sometidos los hechos principales del pasado nacional. Su escritura no inventa, recrea, vuelve a poner sobre la mesa a personajes y sucesos del México de ayer para asomarse a ellos a través de un lente nuevo, el lente de su poesía. Eso es precisamente lo que Cabrera concreta en su poema sobre Juárez, estadista y guerrero de actuaciones e ideas aún polémicas.

El poema de Cabrera está construido por 408 hexámetros latinos, creados con motivo del segundo centenario del nacimiento de Benito Juárez, festejado en el 2006. En su momento traducido al inglés por el latinista estadounidense William Cooper, ahora el Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM ha editado Tribunus ille Benedictus Juárez con versión rítmica al español, estudio introductorio y notas del investigador y académico de la lengua Tarsicio Herrera Zapién. El texto logra presentar, como señala este latinista en su estudio, "la vida de don Benito bajo una perspectiva épica, evocando los hexámetros memorables de la Eneida" (p. 7).

En efecto, libros como éste convierten las tareas de los hombres en acciones de héroes. Éstos no sólo asombran a sus contemporáneos y a sus herederos con sus empresas singulares de armas y letras; los héroes también encarnan los valores de un pueblo, se vuelven modelos a seguir para toda una comunidad. Así como el poeta romano Virgilio cantó los vericuetos de la fundación de Roma a partir de la caída de Troya, Cabrera nos narra las venturas y desventuras de la construcción del México moderno. La Reforma de Juárez y los liberales fue un intento sistemático de consolidar la separación de México de su pasado colonial, de conducirlo por fin hacia un horizonte de libertades individuales y justicia social. Aunque la Constitución de 1917 se hizo eco de las inquietudes populares que generaron la revolución, los ideales de la carta magna de 1857 formaron el primer paso sólido de esa evolución.

Cabrera inicia su relato poético pidiendo la ayuda no de las musas sino del dios Quetzalcóatl, "fautor de la raza vetusta / de Oaxaca y protector de nuestro jefe preclaro" (vv. 11–12), como dice la traducción de Herrera Zapién. Fue esta divinidad quien, según el poema, ayudó al pastor de Guelatao a salir de las penumbras de la marginación para convertirlo en el héroe de una nación en peligro. Mas la heroicidad de Juárez no podía asemejarse del todo a la de los paladines del pasado, aquellos habitantes de una edad de oro donde era posible vencer hidras de siete cabezas, ejércitos filisteos o semidioses troyanos. La heroicidad de Juárez se sostenía, como bien lo subraya Cabrera, en el poder de las leyes, en el orden de las normas jurídicas que se expresan mejor en lengua latina, pues "como estudiante, entre los gramáticos se esfuerza en hablar / con voz latina mientras dudoso a menudo pronuncia / frases nativas, mas practica en su mente el habla del Lacio" (vv. 47–49).

A lo largo del siglo XIX, lo ganado por México tras la guerra de Independencia se volvía frágil cristal con cada levantamiento armado, con cada amenaza extranjera. Así, según lo describe Cabrera, Juárez busca convertir en orden lo que era un vertiginoso caos. El poeta parafrasea de este modo uno de los apotegmas célebres de don Benito: "¡Que limpia lealtad y norma legal sean la única fuerza!". Este hecho precisamente vuelve al oaxaqueño un héroe moderno, un hombre que no sólo busca maravillar con sus actos, sino dirigir el timón de toda una sociedad para llevarla a un puerto de paz y progreso verdadero. Esta virtud también es celebrada por un contemporáneo de Juárez, el inglés Thomas Carlyle, quien en su famoso ensayo sobre la heroicidad advierte: "si logramos hallar en un país cualquiera el hombre más capaz existente en él y lo elevamos al supremos sitial reverenciándolo lealmente, obtendremos el gobierno perfecto [...]. Más capaz quiere decir de corazón más sincero, justo y noble" (pp. 177–178).

Lamentablemente, los eventos históricos del momento exigían más de un héroe que el ya loable poder de las ideas. Las tropas francesas pronto invadirían nuestro país para convertir la ambición de los conservadores en ambición imperialista y colocar a Maximiliano de Habsburgo como emperador de México. Aquí el relato de Cabrera evita las concesiones románticas: Juárez debe sumar a su intelecto la habilidad militar para vencer al enemigo extranjero. El poeta hace decir al líder mexicano estas frases notables: "Al ejército la fuerza y las armas lo humillan. ¡Todo húndese! / ¡Mas a los que tenemos razón y derechos / gran futuro espera, a fuerza y valor de la Patria logrado!" (vv. 203–205). Muy a su pesar, nuestro héroe se ve obligado a encauzar el camino del país hacia la paz empleando, paradójicamente, la violencia armada. Aquí Cabrera logra evocar un viejo tópico de origen grecolatino: la reunión de sapientia y fortitudo en la figura del héroe clásico. De acuerdo con Ernst Robert Curtius: "Virgilio encarnó en su Eneida un nuevo ideal heroico, fundado en la virtud moral; aunque no por eso deja de ser Eneas un buen guerrero (I, 544–545): .. quo iustior alter / nec pietate fuit nec bello mayor et armis" (p. 250).

Sin embargo, a pesar de esta aparente contradicción y de la doble cara del héroe (sabiduría y fuerza), éste no pierde de vista el destino hacia el cual quiere llevar a la nación: "una paz similar, mas en que sea la nación gobernada / y se administre el Derecho y se atiendan problemas del reino, / de común acuerdo, aunque no resulte opinión uniforme / lograda tras debatir ambas partes sus posiciones" (vv. 248–251). Es decir, una democracia donde la diferencia de sus ciudadanos sea la fuente de la fuerza del país. Este mensaje y otros más apuntados por Cabrera en su poema traspasan el relato histórico para recordarnos que a pesar del tiempo transcurrido y de los evidentes logros alcanzados por esta sociedad, todavía hay asuntos pendientes que resolver, pasos que volver a dar o atreverse a dar para regirnos con un proyecto coherente de país.

Finalmente, Juárez triunfa y, a pesar de las vacilaciones propias de un alma noble como la del héroe cantado por Cabrera, "sin titubear cede al principio inflexible de la Justicia" (v. 382). Otra vez Carlyle nos ayuda a comprender decisiones trágicas como esta: "Grave cosa es matar a un Rey; mas si se está en guerra con él a ello se debe; esto y todo lo demás es consecuencia de la guerra, porque una vez entablada tiene que morir uno de los contendientes" (p. 192).

Maximiliano es fusilado y con ello el cielo del país se limpia de buena parte de sus nubes de tormenta; Juárez, como el Mio Cid Campeador tras haber retomado Valencia y haber vengado la afrenta de Corpes, ha vencido los obstáculos que le impedían desarrollar con plenitud sus ideales pero, al mismo tiempo, que le permitieron demostrar su temple heroico. Así resume el poeta la trayectoria del oaxaqueño: "Ante el riesgo de la Nación, fue mayor su caudillo, / fuerte escudo del Derecho y entusiasta ministro / de la justicia" (vv. 400–401).

Para finalizar, vale la pena resaltar el trabajo de Tarsicio Herrera Zapién como prologuista del poema, editor y traductor del mismo, que nos permite acercarnos de manera eficaz a la obra de Francisco José Cabrera. Porque, repito, la vida de los héroes no sólo sirve para excitar nuestra necesidad de oír, ver y sentir grandes sucesos, sino para recordarnos los valores sobre los cuales se sostiene nuestra sociedad. Conviene tomarlo en cuenta en momentos de confusión y desánimo como el de hoy.

 

REFERENCIAS

Carlyle, Thomas, y Ralph. W. Emerson, De los héroes. Hombres representativos, España, Océano, CONACULTA (Biblioteca Universal), 1999.         [ Links ]

Curtius, Ernst Robert, Literatura europea y Edad Media latina, trad. Margit Frenk y Antonio Alatorre, 2 tomos, México, Fondo de Cultura Económica, 1998 (2a. reimp.         [ Links ]).

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