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Secuencia

versión On-line ISSN 2395-8464versión impresa ISSN 0186-0348

Secuencia  no.81 México sep./dic. 2011

 

Artículos

 

Sobre viejas y nuevas izquierdas. Los jóvenes comunistas uruguayos y el movimiento estudiantil de 1968*

 

On the Old and New Left. Young Uruguayan Communists and the 1968 Student Movement

 

Vania Markarian

 

Fecha de recepción: septiembre de 2010
Fecha de aceptación: enero de 2011

 

Resumen

Este trabajo se centra en la participación de los jóvenes comunistas uruguayos en el movimiento estudiantil de 1968 como parte de una generación de latinoamericanos que combinó una visión heroica de la militancia con la adopción de nuevas pautas culturales provenientes de Europa y Estados Unidos. Se analizan tanto las discusiones generadas en el seno de la izquierda sobre las "vías de la revolución" como el efecto de esas ideas y prácticas de circulación global en la conformación de identidades políticas a nivel local. La articulación entre militancia de izquierda, violencia política y cultura juvenil busca repensar algunas categorías usadas al estudiar los años sesenta en América Latina, especialmente las de "nueva izquierda" e "izquierda revolucionaria".

Palabras clave: Estudiantes, comunistas, 1968, izquierda, revolución, jóvenes, Uruguay.

 

Abstract

This article focuses on the participation of young Uruguayan communists in the 1968 student movement as part of the generation of Latin Americans who combined a heroic view of militancy with the adoption of new cultural guidelines for Europe and the United States. It analyzes both the discussion that arose in the left on the "pathways of the revolution" and the effect of these global ideas and practices in shaping local political identities. The link between leftist militancy, political violence and youth culture attempts to rethink some of the categories used in studying the 1960s in Latin America, particularly those of the "new left" and "revolutionary left."

Key words: Students, communists, 1968, left, revolution, youth, Uruguay.

 

INTRODUCCIÓN

A mediados de 1968, cuando las revueltas estudiantiles más tumultuosas y masivas de la historia uruguaya estaban alcanzando su cénit, era ya evidente su conmovedor impacto en el interior de la izquierda. Una serie de textos que circuló en junio de ese año entre militantes de la tradicional y prestigiosa Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay (FEUU) permite acercarse a ese momento. Después de elogiar la "agitación callejera" desplegada "espontáneamente" (primero por la rebaja del boleto y luego en respuesta a la represión gubernamental) por jóvenes inspirados en el ejemplo francés, se denunciaba a quienes intentaban frenar las movilizaciones alargando las asambleas, evitando el "enfrentamiento directo" y dispersándose en las manifestaciones "relámpago". Contra esos sectores, que invocaban la necesidad de resguardar la autonomía universitaria y prevenir un golpe de Estado, estos documentos llamaban a "defender las libertades ejerciéndolas" y explicaban que la protección "en abstracto" de las "libertades públicas" no era "de por sí un objetivo revolucionario". En los hechos, decían, "ya estamos en un régimen de dictadura" y "no se trata de volver a la vieja democracia burguesa", sino de "forjarnos para instaurar [...] una nueva democracia: la de las clases hasta hoy explotadas". Sostenían asimismo que la "lucha armada" era el "único camino de liberación" y que hacía falta "prepararse en la práctica" mediante la "combatividad" de efecto "polarizador", "propagandístico" y "didáctico". Recurrían, por último, a palabras de Fidel Castro para refutar las acusaciones de "aventureros", "pequeño burgueses" y "provocadores", e impugnar la "política de diálogo y coexistencia pacífica con los explotadores" de "otros" en la FEUU.1

¿Qué escisiones y cambios en las relaciones de fuerza en el campo de la izquierda expresaban esos escritos juveniles de retórica tan marcadamente dialógica? Comencemos por revelar que los contrincantes nunca nombrados de forma explícita pero insistentemente aludidos en esos y otros textos similares de la época eran los comunistas, con quienes los autores mantenían amplias divergencias ideológicas y políticas. También estos solían presentar sus argumentos mediante la construcción de un adversario anónimo que sin mucho esfuerzo podía identificarse con los grupos que, cada vez con más fuerza a medida que avanzaban los años sesenta, venían disputando "desde la izquierda" con su estrategia y poder de convencimiento, especialmente entre las nuevas generaciones. Los protagonistas de esas polémicas recuerdan que algunas veces se resolvieron en términos físicos, es decir, a golpes de puño o destrozando los carteles y materiales de propaganda de los grupos rivales. Pero parecería que, en general, se dirimieron en largos debates y quedaron plasmadas en farragosos documentos como los recién citados, que afianzaron la duradera imagen de un quiebre tajante entre esa "nueva izquierda" que irrumpió en la escena pública en el lustro anterior al golpe de Estado de 1973 y la izquierda "vieja" o "tradicional" representada fundamentalmente por los comunistas.

Las páginas que siguen tratan de mostrar esas controversias como parte del proceso de radicalización política que experimentó el conjunto de la izquierda uruguaya en esa etapa. Además de las discusiones sobre los requerimientos de la lucha y las "vías de la revolución", se explora el impacto de algunas ideas y prácticas de circulación global sobre el significado de "ser joven" en la conformación de identidades políticas a escala local, un aspecto que se ha estudiado menos. Este doble carril de análisis parte de la idea de que el grueso de la generación que ingresó a la actividad política en esos años en América Latina estuvo marcado por una visión heroica de la militancia que integraba, muchas veces de forma problemática y en combinaciones diversas, las nuevas pautas culturales provenientes de Europa y Estados Unidos.

En el caso que nos ocupa, un examen atento de los jóvenes vinculados al Partido Comunista Uruguayo (PCU) resulta especialmente interesante para acercarse a esas articulaciones entre militancia de izquierda, violencia política y cultura juvenil. En primer lugar porque se trataba del sector más importante de la izquierda vernácula en términos cuantitativos, tanto en lo electoral como en participación política y sindical. En segundo lugar, porque este partido mantuvo una relación original con la violencia política que lo diferenció tanto de los grupos que preconizaron o practicaron la lucha armada, como de otros partidos comunistas del continente que objetaron más radicalmente las experiencias guerrilleras de la época. En tercer lugar porque los comunistas uruguayos tuvieron una actitud de relativa apertura frente a diversas manifestaciones de la cultura popular y de masas, incluyendo las que iban ganando a los jóvenes en muchas partes del mundo. Veamos, entonces, desde esos tres rasgos distintivos, cómo se posicionaron los jóvenes comunistas ante los desafíos planteados por las movilizaciones estudiantiles de 1968, con el objetivo de repensar algunas categorías que se vienen utilizando para analizar la década larga de los sesenta en el subcontinente, especialmente las de "nueva izquierda" e "izquierda revolucionaria", sobre las que se vuelve al final del texto.

 

LUCHAS Y DEBATES DEL MOVIMIENTO ESTUDIANTIL

En varios aspectos, el ciclo de protestas iniciado en mayo de 1968 por los estudiantes de secundaria (y rápidamente apoyados por los universitarios) fue similar a los suscitados en años anteriores. Al menos desde las luchas por el cogobierno de la Universidad de la República en 1958, las movilizaciones estudiantiles en Uruguay se habían caracterizado por cierto nivel de enfrentamiento con las fuerzas represivas y por vincularse con los sindicatos para dar alcance nacional a sus demandas. Pero las de 1968 trajeron también grandes novedades, fundamentalmente porque la situación del país había cambiado mucho. En la década pasada, la crisis económica se había vuelto evidente para amplios sectores sociales con un acentuado descenso del salario real y la instalación de la inflación estructural.

Más recientemente, en diciembre de 1967, el gobierno había dado un notorio giro autoritario y conservador con la asunción de Jorge Pacheco Areco luego de la inesperada muerte del presidente Oscar Gestido. La profundización del rumbo de liberalización económica y el combate contra las crecientes fuerzas de oposición fueron las marcas de su mandato desde el arranque. A pocos días de asumir, clausuró dos órganos de prensa y disolvió varios partidos y grupos de izquierda que, en otro signo de los tiempos que corrían, habían adherido al llamado a la lucha armada recién realizado por la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS) desde La Habana. En los meses siguientes, como nunca antes en la historia nacional, el poder ejecutivo dispuso de modo sistemático de "medidas prontas de seguridad", una forma limitada del estado de sitio prevista en la Constitución que posibilitó la suspensión de los derechos de huelga, reunión y expresión, la reglamentación de la actividad sindical, la militarización de los funcionarios públicos y la paralización de la actividad en la enseñanza.

La escalada autoritaria no logró detener el clima de movilización. Durante la mayor parte de 1968 hubo decenas de paros y miles de personas se manifestaron -casi a diario— por las calles de Montevideo y algunas ciudades del interior contra la política económica y las medidas represivas del gobierno. Los estudiantes tuvieron un papel central en esas jornadas de protesta. Su poder de convocatoria, la originalidad de sus métodos, la predilección por prácticas violentas como pedreas, incendios de vehículos y barricadas, y la voluntad de confrontar con las fuerzas represivas, cada vez más y mejor equipadas, marcaron el tono de las movilizaciones de ese año.

Como sugiere el documento que abre este trabajo, estos acontecimientos dieron carnadura a las viejas discusiones de la izquierda sobre las "vías de la revolución" en el ámbito nacional y tuvieron consecuencias concretas sobre los aspectos organizativos de todas las fuerzas sociales y políticas. En el ámbito estudiantil, emergieron nuevas opciones comprometidas con las tácticas de confrontación, mientras perdían influencia los comunistas, hasta entonces preponderantes en las instancias gremiales con base en una tradición de movilización gradual y controlada. La Coordinadora de Estudiantes de Secundaria del Uruguay (CESU), que reunía agrupaciones liceales vinculadas a las Unión de Juventudes Comunistas (UJC, sector juvenil del PCU), dejó de dirigir las protestas. En la dirección de la FEUU pasaron a dominar los sectores recientemente unidos por su incitación a la ya mencionada "combatividad" de los estudiantes movilizados.2 Las polémicas que signaron esos desplazamientos internos aludían a las tácticas de lucha como parte de una discusión más profunda sobre la caracterización precisa del momento político que se estaba viviendo y el lugar del movimiento estudiantil en el proceso revolucionario.

En medio de precisiones ideológicas y puntualizaciones teóricas muchas veces ininteligibles para los propios protagonistas, algunos de estos debates replicaron las divergencias contemporáneas entre los partidos marxistas-leninistas y otras tendencias de la izquierda en diversas partes del mundo que restaban importancia a la clase obrera para resaltar la acción de otros sectores sociales. En Estados Unidos y Europa, por ejemplo, las diferentes vertientes de la llamada "nueva izquierda" debatieron la cuestión de la "agencia" en la promoción del cambio social, poniendo en entredicho el papel del movimiento obrero, al que veían como un agente conservador en la sociedad de posguerra. Así, fueron surgiendo respuestas que asignaban el papel principal alternativamente a los afroamericanos, los pobres, los pueblos del Tercer Mundo, los universitarios, los jóvenes estudiantes y diversas alianzas entre esos actores.

Estos debates se hicieron sentir, con sus particularidades, en la izquierda uruguaya, enfrentada entonces a las novedosas acciones estudiantiles vernáculas que desafiaban la capacidad de control social del gobierno. Los dirigentes del PCU, a tono con otros líderes comunistas del mundo, rechazaron la "sociología burguesa", generalmente ejemplificada en el filósofo alemán Herbert Marcuse, por ser el "basamento" del "ultraizquierdismo que reniega del proletariado" y "desdibuja el carácter de las alianzas de clase", según expresó en agosto de 1968 el dirigente de la UJC José Pedro Massera.3 Dos meses más tarde, la revista teórica del partido, Estudios, editó un número sobre la "insurgencia juvenil". Junto a crónicas y análisis de los acontecimientos nacionales, aparecían artículos del secretario general del Partido Comunista Español, Santiago Carrillo, el filósofo comunista francés Roger Garaudy y el académico soviético Igor Kon, todos ellos en refutación de los intentos de relativizar la posición marxista clásica sobre la lucha de clases como motor de la historia. En la introducción, Rodney Arismendi, secretario general del PCU, reafirmaba su vieja preocupación por el papel de las "capas medias avanzadas de la intelectualidad", especialmente los universitarios y los estudiantes, en el proceso revolucionario, asunto sobre el que contaba con varios trabajos desde los años cincuenta. En relación con las experiencias recientes, decía Arismendi, el problema principal era

distinguir antes que nada el espíritu revolucionario que estremece a la muchachada estudiantil para —hombro a hombro y brazo a brazo con ellos— elevar la protesta a conciencia teórica, la insurgencia a praxis revolucionaria, la revuelta a revolución.4

De acuerdo con este esquema, la inquietud de los estudiantes sólo adquiría sentido al encuadrarse en organizaciones que "acumularan fuerzas" para integrarse a la lucha revolucionaria liderada por la clase obrera.5 Lo expresó con claridad Walter Sanseviero, secretario general de la UJC desde 1965 y hasta su muerte en 1971: no se podía sustituir "la necesaria acción de masas por la acción grupuscular" ni abandonar "la preocupación por el encuadramiento de decenas de miles de estudiantes enfrentando la política gubernamental por la esperanza puesta en la actividad de un grupo selecto". En otras palabras, el movimiento estudiantil debía entenderse como "una fuerza social de la revolución, directamente aliada de la clase obrera" y no como "un grupo operativo en el marco del movimiento popular".6

Al plantear en estos términos el tema de la "vanguardia" del proceso revolucionario, los comunistas hacían algo más que rendir pleitesía a su ortodoxia ideológica: estaban también reafirmándose en su liderazgo del movimiento obrero que, a diferencia de lo sucedido en el sector estudiantil, no fue desbancado en esta etapa. A pesar del crecimiento indiscutido de los grupos de mayor confrontación, el PCU mantuvo su poder en varias ramas importantes de la actividad sindical y en los organismos de decisión de la Convención Nacional de Trabajadores, la central única recientemente creada luego de un largo proceso de debate y acuerdos entre las diferentes tendencias. Al contar también con una fuerte presencia en los barrios populares de Montevideo, los comunistas pudieron desplegar una estrategia combinada de amplio alcance social y extensión territorial, una posibilidad que parecía remota para casi todos los demás grupos de izquierda y de la que ellos hacían gala para acreditar su carácter de "partido de vanguardia" de la clase obrera.

Estas discusiones eran inseparables del tema de las "vías de la revolución". Como bien ha señalado Gerardo Leibner, las posiciones de los comunistas uruguayos sobre estos asuntos fueron cambiando en el decenio largo que empezó con la revolución cubana y terminó con los golpes de Estado de los setenta en el Cono Sur, pero estuvieron siempre en pugna con las de quienes pregonaban la urgencia y necesidad de la lucha armada en América Latina.7 En líneas generales, los comunistas mantuvieron una defensa férrea del "camino menos doloroso al socialismo" que, de acuerdo con las "tradiciones democráticas del pueblo uruguayo", podría materializar en un frente político la alianza del proletariado y el campesinado con las capas medias, paso central para cumplir con la primera etapa, "agraria antiimperialista", de la revolución en Uruguay (concepción coincidente con la mayor parte del movimiento comunista internacional).8 Para defender esta postura solían traer a cuento el conocido consejo del Che Guevara en su visita a Uruguay en 1961 acerca de preservar la democracia y evitar cualquier recurso "innecesario" a la lucha armada.9 Cabe recordar aquí que el PCU era el único partido comunista del continente que nunca había sido ¿legalizado y ostentaba una larga tradición de lucha electoral, parlamentaria y sindical.

Pero esto no debe oscurecer los cambios y matices de su trayectoria. Leibner señala un punto de inflexión importante en 1964 cuando, en el entorno del golpe de Estado en Brasil, los máximos dirigentes empezaron a pensar en sus posibles repercusiones regionales y en la conveniencia de crear un aparato armado para hacerles frente. Ubica por ese entonces una efectiva labor de preparación de los militantes para ejercer algunas formas de "violencia revolucionaria" diferentes de las luchas solidarias que imponía e "internacionalismo proletario" y de las usuales tareas de "autodefensa". En ese momento, en un ambiente ya marcado por la crisis social y económica, los jóvenes comunistas uruguayos se foguearon en la calle mediante acciones contra blancos simbólicos como diversas empresas estadunidenses.10 Fue en esa misma época que Arismendi insinuó que había que estar dispuesto a "pasar rápidamente de una a otra forma de lucha", según los requerimientos de cada momento.11

El secretario general del PCU volvió sobre estos temas en extenso en su Lenin, la revolución y América Latina, libro que escribió entre enero de 1968 y enero de 1970 mientras observaba la radicalización de la situación política nacional y continental. Al aplicar una cita del líder ruso a cada una de las situaciones y problemas escrutados, estas largas páginas buscaban reapropiarse de una tradición en disputa a la interna de la izquierda y reafirmar el carácter revolucionario de una línea que muchos tildaban de "reformista" por su persistente adhesión a la lucha legal y las tradiciones negociadoras del sistema político uruguayo. Arismendi, que había dado un golpe de timón a la dirección del PCU en 1955 y a quien muchos en la izquierda uruguaya y latinoamericana consideraban un referente del movimiento comunista internacional, perseguía un delicado balance entre argumentos ideológicos y análisis político.12 Partía de las definiciones soviéticas de principios de los sesenta acerca de la viabilidad de un "tránsito pacífico al socialismo" y se permitía apuntar las particularidades de la región, especialmente a causa de la influencia directa del imperialismo estadunidense, el desarrollo "deforme" del capitalismo y las expectativas abiertas por Cuba. También se distanciaba de las posiciones de muchos de sus camaradas en otras partes del mundo al sostener sin reservas que la "vía revolucionaria fundamental" era la armada, sin dejar de advertir la importancia de recurrir a los métodos más apropiados en cada lugar y en cada circunstancia (lo cual explica su oposición a definiciones taxativas por las armas, como la tomada por la Olas en 1967). Esto lo llevaba a detallar las implicancias de inclinarse por la "guerra de guerrillas", el "foco revolucionario" o las "operaciones armadas de finalidad insurreccional", entre otras opciones, desgranando una retahíla de consejos sobre su exacta pertinencia y oportunidad.13

Estas precisiones abrían el camino para la moderación de su razonamiento al detenerse en el caso uruguayo. Enfatizaba entonces la definición de la coyuntura política como de "acumulación de fuerzas" y no como "crisis revolucionaria" o momento de "asalto al poder". Tal conclusión tomaba en cuenta tanto las "condiciones objetivas" del proceso revolucionario, incluyendo las "posibilidades" todavía abiertas de la "democracia burguesa", como sus "condiciones subjetivas", es decir, la necesidad de seguir ganando las "simpatías del pueblo" para pasar posteriormente a "más grandes batallas revolucionarias" lideradas, claro estaba, por la clase obrera y su "partido de vanguardia", el PCU. Se trataba, por el momento, de continuar practicando formas de protesta "graduadas" y "escalonadas" detrás de un "programa propositivo", evitando el "heroísmo de una minoría que ofrende su sangre al margen del gran río de las decisiones populares".14

En contraste con los trabajos que citamos con anterioridad, este libro no apuntaba a definir el papel exacto del estudiantado en esos procesos sino a alertar sobre las consecuencias de llevar la lucha a un terreno donde las fuerzas represivas tendrían todas las de ganar, dando por tierra con la mentada "acumulación de fuerzas".15 En otras muchas ocasiones los comunistas criticaron abiertamente a los "aventureros" (una expresión de la juventud "pequeño-burguesa" radicalizada que mezclaba "impaciencia, subjetivismo e infantilismo")16 y volvieron a recurrir a Lenin para advertir contra la tesis de que la "sensación política" podía sustituir la "educación política revolucionaria de las masas".17 Parecería, incluso, que las agitaciones estudiantiles de 1968 los llevaron a redoblar sus advertencias sobre el peligro de que los sectores movilizados "a la violencia respondan con la violencia", en palabras del dirigente José Luis Massera, y derivaron en una actitud más contenida (prudente o cobarde, según quien la enjuiciase) frente a cualquier forma de enfrentamiento directo con las fuerzas represivas.18

Con posterioridad, se ha llegado a sugerir que la propia construcción de un aparato armado tuvo como principal objetivo evitar que los jóvenes radicalizados en las luchas callejeras se decidieran a tomar las armas.19 Esta manera de pensar las incursiones de los comunistas uruguayos en la violencia política como gestos o maniobras al interior de la izquierda nacional, latinoamericana y aun mundial se ha extendido a otros episodios como el apoyo a la misión del Che en Bolivia a pesar de las fuertes discrepancias que se tenía con el proyecto.20 Parece claro, efectivamente, que todas estas decisiones y opiniones estuvieron enmarcadas en los debates contemporáneos sobre el lugar de la violencia en la promoción del cambio social. A partir de 1968, las referencias a estos asuntos se volvieron más concretas y cercanas, con frecuentes menciones a las experiencias recientes en las calles de Montevideo. En ese marco, los dirigentes del PCU solían refutar las acusaciones de "timidez" y "blandura" que venían de otras tiendas en la izquierda puntualizando que los tres jóvenes asesinados en las manifestaciones estudiantiles de ese año, empezando por Líber Arce en agosto, estaban afiliados a la UJC.

¿Cómo explicar esta aparente paradoja?, ¿cómo interpretar el hecho de que los tres muertos del movimiento estudiantil de 1968 provinieran de una organización que advertía con insistencia sobre la necesidad de evitar la confrontación? La mayor parte de las respuestas han apuntado hacia el interior de la izquierda. Se ha dicho, por ejemplo, que los comunistas participaron de esas manifestaciones como forma de mantener su influencia y asegurar la unidad del estudiantado, a pesar de haber votado en su contra en las asambleas gremiales.21 En un sentido similar, resultan elocuentes las explicaciones atribuidas a Arismendi por un diplomático estadounidense establecido en Moscú:

con fuertes reparos el PC [Partido Comunista] mandó a sus jóvenes cuadros a las barricadas de la Universidad de Montevideo en 1968, aunque el partido sabía que la táctica era errada. Esto fue necesario, argumenta Arismendi, para demostrar a los estudiantes que los comunistas no se achican frente a una pelea. La acción también sirvió pata "neutralizar" a los "izquierdistas" que tratan de liderar el movimiento de masas, de acuerdo con Arismendi. Pero el costo fue grande: tres estudiantes comunistas asesinados y 27 heridos.22

Sin negar este tipo de explicación, me gustaría volver a ubicar la presencia combativa de los jóvenes comunistas en los enfrentamientos de 1968 en el marco del proceso general de radicalización de muchos de sus coetáneos. ¿Qué pasó con la UJC en ese contexto? Como se señaló al comienzo, tanto en el sector de secundaria como en el de la universidad, sus posiciones perdieron peso en las organizaciones gremiales, hacia mediados de ese año. Esto indicaría que se estaba pagando el precio de oponerse a las tácticas de mayor enfrentamiento y tratar de frenar algunos aspectos de las acciones estudiantiles. Pero la UJC siguió creciendo en esos sectores, especialmente en medio de las jornadas más violentas de 1968 (según cifras oficiales, entre 1965 y 1969 la membresía se multiplicó por cuatro, con 6 000 nuevos afiliados en 1968).23

De hecho, los dos jóvenes asesinados por la policía en septiembre de ese año se habían afiliado sólo un mes antes en inmediata reacción ante la muerte de su compañero Líber Arce.24 Esto sugiere que el acercamiento a la UJC fue una continuación de sus recientes experiencias como militantes estudiantiles y que las actitudes de los comunistas ganaban prestigio en algunos sectores movilizados. Pierde fuerza así la idea de que la combatividad de los jóvenes comunistas derivó sólo de una decisión política tomada por la dirección del PCU y la UJC para dirimir la interna de la izquierda. Parecería más acertado decir que la línea partidaria también acusó el influjo de las inquietudes y expectativas de los miembros más recientes que venían fogueándose en las luchas callejeras, las mismas que llevaron a muchos de sus coetáneos a incursionar en otras formas de compromiso político más abierto a la confrontación. Quizás el resto de la explicación de la "paradoja" de que los tres muertos fueran miembros de una organización que trataba de frenar el choque con las fuerzas represivas puede buscarse en su superioridad numérica y sentido de la disciplina en algunas de esas manifestaciones. Pero parece evidente que la mayor parte de esos jóvenes estaba en la calle antes de afiliarse a la UJC y no la desecharon como un lugar apropiado para seguir desarrollando su fuerte compromiso militante.

Este proceso fue similar al que determinó el crecimiento de las opciones de mayor confrontación a partir de núcleos organizativos muy pequeños y con base en lecturas e influencias ideológicas muy diversas. En 1968 surgió el Frente Estudiantil Revolucionario (FER) en secundaria; se fundó el grupo Resistencia Obrero Estudiantil (ROE) a partir de la ¿legalización de la Federación Anarquista Uruguaya (FAU) a fines de 1967; y comenzaron a gestarse los Grupos de Acción Unificadora (GAU) con orígenes en los católicos de izquierda del Movimiento de Acción Popular Unitaria (MAPU), ¿legalizado en esa misma fecha. También el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T), la organización armada más importante del país, creció en ese entonces a partir de un aparato mínimo. De hecho, los Tupamaros fueron tomados por sorpresa por las movilizaciones estudiantiles, a las que analizaron desde su particular perspectiva foquista; es decir, desde la creencia en la capacidad de pequeños núcleos comprometidos para desencadenar procesos revolucionarios. En octubre de 1968 apareció su primer documento relativo a los estudiantes uruguayos.25 Sostenía que los contingentes de "independientes y anarcos" universitarios y de secundaria, integrados por "unos 300 tipos seguros", habían logrado revitalizar la voluntad de lucha en el país y estaban dispuestos a pasar a otras formas de acción: actuaban como "punta de lanza" frente a las "acciones chaucha" propuestas por "la burocracia bolche y el MAPU".26

Esa cifra seguramente englobaba a los diversos grupos, facciones y corrientes que se habían formado en años anteriores debatiendo la experiencia cubana, los magros resultados electorales de la izquierda uruguaya (especialmente en el seno del Partido Socialista) y los avatares del "acuerdo de Epoca" desde su adhesión al llamado de la Olas hasta la ilegalización de sus adherentes en diciembre de 1967, en uno de los primeros actos del gobierno de Pacheco (al que varios de ellos, a diferencia de los comunistas, definían como una dictadura "legal" o "constitucional").27 Muchos debían ya saber de la existencia de sectores definidos por la acción directa y la lucha armada desde alrededor de un lustro atrás.28 Pero el catalizador de una simpatía hasta entonces más o menos doctrinaria parece haber sido la emergencia pública de los Tupamaros con el secuestro del director del organismo estatal de energía eléctrica en agosto de 1968. A partir de ese momento comenzó a crecer la fama y el poder de convocatoria de la guerrilla urbana. El texto de octubre del MLN-T refería a esa actitud con petulancia: "mucha gente, consciente o inconscientemente, está esperando que la Organización salga a la calle a dar la línea".29

En ámbitos estudiantiles, luego del cierre de locales educativos a fines de septiembre por parte del gobierno, los sectores ya radicalizados debatieron cómo continuar sus recientes experiencias de agitación callejera. Por esa fecha, el periódico Barricada del FER llamaba a luchar en "la calle [...] hoy con piedras mañana con fusiles".30 Según Gonzalo Varela, acciones como un corte de tránsito realizado por integrantes de ese grupo en el barrio de Pocitos a fines de septiembre buscaban generar un "hecho político" para trascender el "verbalismo" que criticaban en vastos sectores de la izquierda.31 Los Tupamaros tenían una postura parecida ("las palabras nos separan, los hechos nos unen") y sólo unos pocos días después de esa acción callejera el documento antes referido la citó como ejemplo de lo que había que hacer. Así se fueron acercando las posiciones y estrechando los círculos. Todo indica que a la vuelta a clases en octubre, muchos militantes del FER ya participaban en estructuras de apoyo a los Tupamaros, un proceso que se intensificó en los meses siguientes.32 Más allá de los números, que son debatibles, es notorio que la presencia de los estudiantes en el MLN-T fue determinante en los años venideros.33

Lo que me interesa enfatizar ahora es que el crecimiento exponencial de esa y otras opciones por la lucha armada y la acción directa hacia fines de 1968, al igual que la de los comunistas, fue la consecuencia y no la causa primordial de la radicalización juvenil en las movilizaciones iniciadas en mayo de ese año.34 Parece claro que hubo una relación directa entre la extensión de las prácticas violentas y la proliferación de instancias de enfrentamiento con la policía, lo cual fue redundando en importantes modificaciones en las estructuras, mecanismos de participación y balances internos de los sectores que impulsaron los aspectos más radicales de las movilizaciones, que ya tenían lenguajes políticos disponibles para articular las protestas. Resulta evidente la influencia de esos procesos en el surgimiento de la constelación más o menos inorgánica de los grupos que más confrontaban y que luego convergieron bajo las denominaciones de "corriente" o "tendencia". A pesar de las ambigüedades y tensiones de la línea del PCU, esos procesos determinaron también cambios importantes en las formas de definir el significado y los requerimientos de la militancia entre los comunistas, ayudando a explicar su gran crecimiento en esta etapa, especialmente entre los jóvenes, a pesar de perder peso relativo en las instancias de coordinación gremial.

 

MÍSTICAS MILITANTES Y CULTURAS JUVENILES

Una breve caracterización de las grandes épicas o "místicas de la izquierda", como las ha llamado Marisa Silva, permitirá entender mejor los puntos de contacto y de divergencia entre esas diversas opciones que se planteaban ante la militancia juvenil de la época, en conexión pero (he aquí lo interesante) no siempre en exacta coincidencia con las polémicas ideológicas y políticas.35 La figura de Ernesto Che Guevara, asesinado en octubre de 1967 en Bolivia, es un buen punto de arranque en tanto los diversos grupos lo adoptaron como emblema de la causa revolucionaria y le imprimieron sus matices diferenciales. Los ejemplos abundan pero comencemos por referir a la respuesta suscitada por un editorial del respetado semanario Marcha en junio de 1968, donde Carlos Quijano citaba al entonces influyente Marcuse para decir que los movimientos estudiantiles del mundo estaban integrados por jóvenes "desesperados" ante las escasas oportunidades económicas, sociales y culturales que se les ofrecían en sus respectivos países. También sostenía que estos movimientos no miraban a Moscú, sino a China y a Cuba: "Marx, pero ante todo Mao. Y también Fidel y el Che, cuya muerte heroica le otorga un resplandor sin par." El Che, seguía,

es el héroe y es la aventura y la vida y la muerte gloriosas, pero sobre todo la prefigura del "hombre nuevo". La imagen de los desesperados cuando "sólo los desesperados pueden devolvernos la esperanza".36

Unos pocos números después, un Joven Comunista envió una carta al semanario en la que, además de rechazar la incidencia del líder chino y reivindicar el ejemplo soviético, se inspiraba en el Che para contradecir a Quijano (y a Marcuse): "somos revolucionarios, no desesperados".37 Aunque Quijano de modo alguno reducía esos movimientos a una simple manifestación etaria, sino que sumaba esa explicación como una dimensión más del análisis, el Joven Comunista hacía honor a la línea partidaria al rechazar tajantemente la "concepción generacional" (sintomáticamente asociada a la pérdida de masculinidad):

¿tenemos los jóvenes un mensaje particular? Contesto a la inversa de Marcha que no. ¿No tener un mensaje particular como generación es no tener un mensaje? También contesto que no. Tenemos [...] un mensaje universal y de pueblos. No tenemos "que oponer un mensaje a otro", "al de la generación anterior" [...] En esta época [...], la del proletariado, no es posible la subsistencia del "mensaje generacional". Se dirá: qué afirmación poco "joven". Al contrario: generacionarnos es castrarnos nuestra calidad para con fuerza juvenil llegar a la esencia del drama [...] el problema de la juventud no es si se siente representada y con capacidad creativa en su generación, sino [...] en el conjunto del movimiento. Esto [...] más allá de generaciones, es lo que define a un movimiento joven, y uno de los factores que define a un movimiento revolucionario. Valga, si es necesario, la afirmación de Arismendi [...] "somos revolucionarios y no pensamos [...] quedar para semilla". Más allá de la magnitud personal o de un grupo de dirigentes, es la definición de todo un partido. Eso no es de desesperados ¡y esa también era la guía que aprendimos del Che! ¡Viviente o asesinado!38

La extensa misiva mencionaba otras dos veces a Guevara, siempre como inspiración para la entrega militante, pero sin detenerse en sus enseñanzas sobre el contenido y las vías de la revolución. Como explicó Arismendi:

nos parece más importante que empezar a pasar por el cernedor cada frase de Guevara, comprender el valor de su holocausto [...] y el que tengamos en nuestras filas miles y miles de combatientes tan dispuestos a dar su sangre por la revolución como ha hecho este héroe de América Latina.39

En boca de los sectores de mayor confrontación, en cambio, el argentino era siempre presentado como fuente de enseñanzas concretas sobre la práctica revolucionaria, aun por parte de quienes se acercaban críticamente a su legado.40

Al margen de esas disquisiciones, que podían extenderse a Fidel Castro, Cuba y sus ramificaciones en el continente, el atractivo del Che para muchos jóvenes movilizados se anclaba en una trayectoria personal con la cual identificarse, desde sus orígenes sociales hasta su final heroico. Como ha señalado Diana Sorensen, la imagen de Guevara era "la mezcla de asombroso individualismo y estilo personal no convencional con el deseo de integración colectiva", lo cual era sin duda atractivo para quienes emergían a la vida pública en ese momento.41 Muchos jóvenes escritores, artistas e intelectuales uruguayos se sintieron interpelados o atraídos por esa visión de Guevara como inspirado "por los relámpagos alternados de furia épica y desesperación", en palabras de Carlos María Gutiérrez.42 Los comunistas, en cambio, trataban de romper las cadenas de sentidos que hacían del Che un paradigma del arrojo y el espíritu de aventura como valores básicos de la militancia revolucionaria. Como dice Silva, frente a quienes veneraban "la aureola de la opción de la lucha armada como camino de entrega total", ellos proponían una "épica de la entrega diaria y sacrificada de la militancia legal".43 La tarea no era fácil, dadas la personalidad y posturas del personaje en cuestión, y muchas veces terminaron recurriendo a otras figuras para priorizar las tareas de construcción partidaria. Se acentuaban así la disciplina y la convicción ideológica en lugar del coraje y la temeridad que solían atribuirse a Guevara y extenderse como principales atributos de un buen militante.44

Los discursos y escritos de la dirigencia comunista reforzaban la importancia de atender las más rutinarias tareas de organización, educación y finanzas como centrales para el futuro revolucionario de Uruguay y el mundo. Existía, otra vez en palabras de Silva, una "concepción productivista" que determinaba la planificación y evaluación del trabajo para luego destacar el logro de metas como una suerte de heroísmo cotidiano que poco tenía que ver con las explosiones de violencia y los actos de intemperancia ocurridos en muchas manifestaciones callejeras de 1968.45 A tono con esa concepción, la evaluación política solía acompañarse de cifras y medidas probatorias de la "penetración en las masas". Al aquilatar el saldo del "gran combate" de 1968, por ejemplo, Arismendi concluyó:

Nuestro partido, que en los últimos años había multiplicado por diez el número de sus militantes, vio ingresar durante 1968 11 000 nuevos miembros al partido y a la UJC. Nuestro diario amplió su tirada. Nuestras audiciones radiales aumentaron su autoridad, nuestra revista teórica es hoy la de mayor tirada en el país.46

Gonzalo Varela señala que esta concepción, que se tradujo en "un aparato y un pensamiento muy estructurados", fue uno de los atractivos de la UJC para muchos jóvenes con intereses políticos que "no compartían el ideario radical" y buscaban un espacio de militancia.47

Pero, al mismo tiempo, los jóvenes comunistas participaban de la agitación callejera e incluso incurrían en algunos actos que podríamos llamar "destemplados". En sus apelaciones al Che evitaban mencionar su espíritu de aventura pero enfatizaban su disposición a emprender las tareas más arriesgadas y a sacrificarse por sus convicciones. Su imagen y su nombre, tan presentes en sus volantes y publicaciones como en los de los grupos de mayor confrontación, evocaban un trasfondo compartido que empezaba invocando el componente moral del "hombre nuevo" postulado por Guevara y terminaba afirmando su heroísmo y capacidad de entrega. Las violentas jornadas de 1968 reforzaron este último aspecto de la militancia comunista. Si bien es cierto que, en consonancia con la línea del partido, los jóvenes de la UJC cumplieron un papel moderador en las protestas y los enfrentamientos con las fuerzas represivas, también abrazaron la posibilidad, ahora cierta, de atravesar experiencias extremas, incluyendo la muerte. Esta versión heroica de la lucha marcaba un sentimiento de distinción con respecto al resto de la sociedad, que no estaba dispuesta a tales sacrificios, y los aproximaba a la prédica de los grupos del ala más radical.

Los asesinatos de los estudiantes comunistas Líber Arce, Susana Pintos y Hugo de los Santos en movilizaciones realizadas entre agosto y setiembre de 1968 frieron clave en ese sentido. Además de ser homenajeados como pruebas de la voluntad represiva del gobierno, fueron inmediatamente erigidos en ejemplo de la disposición de los jóvenes a darlo todo por la causa militante, una causa que trascendía ampliamente los reclamos estudiantiles hacia la promoción de cambios sociales radicales. Con la obvia salvedad del énfasis partidario, esta exégesis revolucionaria acercó a los comunistas con los grupos armados y de acción directa que también tomaron los nombres de los tres "mártires estudiantiles" para sus brigadas y operativos.48 Quizá esto contribuya a explicar la relativa fluidez entre esos grupos, es decir, la ocasional movilidad de las adhesiones y los pasajes de uno a otro, con ejemplos de militantes que empezaron en la UJC y terminaron en el FER y algunos otros que hicieron el camino inverso, entre otros muchos tránsitos que se dieron en esos años.49

El punto de quiebre en este fondo común de épica militante estaba en la disposición a tomar las armas por la causa revolucionaria que, como vimos, no solía plantearse como una exigencia apremiante en los discursos y documentos oficiales del PCU en 1968. Sin embargo, a partir de ese año empezó a sugerirse este requerimiento, o al menos una atracción por esta posibilidad, en expresiones culturales y artísticas relacionadas con los sectores juveniles. Estas expresiones contradijeron a veces los esfuerzos por disputar ciertas interpretaciones de la figura de Guevara y construyeron una épica de la lucha armada que se aproximaba a la de quienes efectivamente se embarcaron en proyectos guerrilleros.50 Las referencias más o menos directas a las armas en manifestaciones artísticas eran frecuentes en la época. Basta recordar algunas letras del cantautor Daniel Viglietti, quizá un paradigma de esta posición entre los músicos, quien en plenas jornadas de violencia estudiantil cantaba: "Por brazo, un fusil; / por luz, la mirada. / Y junto a la idea / una bala asomada."51 Para los efectos del presente análisis, resulta interesante señalar que en el campo comunista coexistieron, desde 1968, las alabanzas de Alfredo Zitarrosa "al compañero que lucha sin pistola en la cintura" con llamados más o menos velados a tomar las armas en productos culturales marcados por las nuevas pautas juveniles.52

Un ejemplo interesante fue la participación del grupo de danza dirigido por la joven coreógrafa Mary Minneti en una actividad organizada por el Movimiento de Trabajadores de la Cultura del Frente Izquierda de Liberación (FIDEL), integrado por los comunistas y sus aliados, bajo el título de "La noche de Vietnam". Las fotografías del espectáculo provienen del archivo del diario oficial del PCU, El Popular de 1968.53 Muestran a varios jóvenes bailarines vestidos con camisas de lona, jeans y cinturones de cuero. La ropa no permite distinguir a los hombres de las mujeres, pero los peinados y maquillajes enfatizan las diferencias de género a la moda de la época: cejas delineadas para ellas y largas patillas para ellos. Los atuendos "unisex", como se comenzó a decir entonces, y los detalles del arreglo personal expresaban claramente la asunción de las marcas de una identidad generacional que se extendía por el mundo, al tiempo que aludían vagamente a la indumentaria de algunos movimientos guerrilleros del Tercer Mundo.54 Los fotogramas sugieren una coreografía de movimientos adustos y enérgicos, culminando en una pose guerrera, rodillas en el piso, puños izquierdos en alto, que evoca imágenes de propaganda de los países socialistas. El título de la obra, Ballet guerrillero, no deja dudas sobre la intención de representar de forma estilizada el recurso a la violencia revolucionaria, en principio en sentido solidario con las luchas vietnamitas pero sin que pudiera dejarse de advertir su resonancia local.

Esa relación entre apelaciones a la violencia revolucionaria y prácticas e ideas de claro contenido generacional era relativamente común en la época, pero se la suele asociar a ambientes y personajes ajenos a los comunistas. Pensemos de nuevo en la obra de Viglietti, en su pose, su indumentaria y su guitarra casi empuñada como un arma en la foto de tapa del disco Canciones para el hombre nuevo, también de 1968, donde aparecían los versos antes citados. Viglietti, que rozaba en ese momento los 30 años, había sido uno de los primeros defensores locales de los Beatles desde una posición de izquierda. En 1966, Zitarrosa, que era apenas mayor, se declaraba ajeno a "esta turbulenta generación" y veía en el grupo británico sólo "un fenómeno sociológico".55 Viglietti, en cambio, los percibía como "una alegría constante, una inyección de vida, de confianza en las cosas". Restaba importancia a que fueran "capitalistas" y "multimillonarios", para integrarlos a "una lucha que cada día deseo más tenaz, una lucha contra los prejuicios y los moldes, contra las cosas establecidas. En ese sentido han sido revolucionarios. "56

Antes de 1968, esa forma de relacionar compromiso político y manifestaciones innovadoras en el terreno cultural se reducía a algunos círculos juveniles con intereses intelectuales. Quizá el ejemplo paradigmático de esa actitud fue la revista Los Huevos del Plata (HDP), editada entre 1965 y 1969 por jóvenes escritores y poetas que participaron del movimiento de protesta de los años sesenta sin un compromiso estable con ninguna organización política. Como analizo en otra parte de mi trabajo, la fundación, las transformaciones y el abrupto cierre de HDP mostraron que algunas ideas y prácticas de circulación global sobre el significado de ser joven incidían de modo decisivo en la construcción de identidades políticas a escala local. En un principio, esto se tradujo en la elaboración de un discurso mucho más "performático" que "ideológico" para dirimir posiciones políticas, un rechazo a ciertas tradiciones nacionales, un alejamiento del credo latinoamericanista de muchos intelectuales de entonces en favor de una identificación de corte generacional y una concepción general de la cultura y el arte mucho más abierta a sus expresiones masivas, especialmente las provenientes del mundo anglosajón. A todo esto se sumó, por último, una modalidad original de resolver el dilema entre la palabra y la acción, que a tantos acorraló en la época, optando por abandonar la escritura a favor de otras formas expresivas signadas por una actitud de experimentación constante.57

En los años inmediatamente posteriores, al menos un par de los llamados "hachepientos" (Horacio Buscaglia y Clemente Padín, fundador de la revista) se integraron de modo estable a los ámbitos de expresión cultural promovidos por los comunistas y llegaron a tener un espacio relativamente importante en El Popular. Padín mantuvo una columna sobre poesía visual y otras manifestaciones artísticas de vanguardia. Buscaglia editó La Morsa, la página de música juvenil, y participó activamente de Magazine, el suplemento de los domingos. Esas publicaciones frieron parte de la renovación del diario a fines de los sesenta con el objetivo de adaptarlo a la sostenida voluntad de crecimiento de una organización que ya podía considerarse de masas. Las páginas del suplemento dominical de El Popular acercaban a sus lectores recetas de cocina, consejos sobre la educación de los hijos, reseñas de películas y también unas carillas específicamente dedicadas a las expresiones de la cultura juvenil que se venía imponiendo en el mundo. En relación con estas últimas, se solía asumir una posición defensiva para presentarlas como "auténticas" en su contexto de producción y representativas de las inquietudes de grandes sectores de la juventud en Europa y Estados Unidos, al tiempo que se reconocía el debilitamiento de su potencial subversivo a partir de su circulación en el mercado y su adopción acrítica en otras realidades.

La apertura hacia las pautas culturales de las nuevas generaciones era evidente también en la frecuente celebración, desde comienzos de los sesenta, de bailes y peñas donde se incluían los ritmos de moda (de manera creciente la llamada "música beat") y se lograba atraer a sectores juveniles todavía poco politizados. En ese sentido, resultan interesantes las declaraciones de varios jóvenes detenidos en 1967 por hacer pintas de la UJC en protesta por la conferencia de presidentes de la OEA en Punta del Este. Al ser interrogados por los motivos de su colaboración en esas actividades, varios dijeron que su relación con esa organización se originaba en bailes y otras actividades recreativas donde habían sido invitados a participar de algunas tareas de mayor militancia.58 Esa estrategia de reclutamiento llevó a que miembros de otros grupos de izquierda ironizaran sobre la consigna "Afiliate y lucha", que se comenzó a usar a comienzos de 1969, cambiándola por "Afíliate y baila" sin que los comunistas dudaran de su acierto.59

Por un lado, esa mofa apuntaba a denunciar que la UJC incorporaba a todos quienes quisieran afiliarse, sin exigir una preparación previa ni un compromiso militante comprobado, con la idea de que la formación y el entrenamiento se producirían adentro de la organización.60 Desde la perspectiva de grupos que en muchos casos restringían el ingreso por razones de seguridad y en otros simplemente actuaban como sectas, se trataba de una prueba fehaciente de debilidad ideológica. El crecimiento de los Tupamaros en el movimiento estudiantil se dio, como ya se dijo, entre jóvenes radicalizados que se habían ido acercando a las posiciones y formas de acción de las agrupaciones más radicales. A partir de esas ideas y experiencias, se generaron los contactos personales que permitieron la integración a la organización. Muchos frieron, primero, colaboradores de las estructuras de apoyo y pasaron, luego, al aparato armado propiamente dicho. Según varios analistas, este proceso fue más común y más temprano en secundaria, donde las organizaciones "tradicionales" eran más débiles que en la universidad, donde estas mantuvieron cierta capacidad de canalizar las inquietudes estudiantiles.61 La gran diferencia con los comunistas, en todo caso, no radicaba en la formación ideológica de los nuevos integrantes, que muchas veces no pasaba de un barniz de consignas y nociones generales, sino en la dificultad para llegar a personas que no demostraran un interés previo por ciertas formas de lucha, lo cual era lógico por tratarse de una organización clandestina. Sin embargo, Gonzalo Varela describe instancias de este tipo en torno a los grupos radicales que alimentaron el crecimiento del MLN-T a partir de 1968:

personas que sin militar estrictamente [...] frecuentaban el ambiente [del FER] por su atractivo social. Intercambiaban ideas, tenían allí amigos (no necesariamente coincidentes con su pensamiento), iban al café con estos, etcétera.62

Es posible entonces apuntar más razones para el sarcasmo de esos grupos frente a los modos de reclutamiento de los comunistas. Varela sugiere que el "horror" de los "radicales" ante la realización de "bailes sabatinos" en los locales de la UJC tenía que ver con cierto "puritanismo" imperante en esos círculos.63 Es importante aclarar que este "puritanismo" no provenía de un conservadurismo de las costumbres mayor al de otros grupos juveniles como la UJC. Aunque el tema requiere más análisis, los materiales disponibles permiten afirmar que todos esos sectores tenían una visión bastante abierta en relación con el contexto todavía represivo de la época y con los necesarios ajustes de acuerdo con variables sociales y culturales que exceden ampliamente los propósitos de estas páginas. No parece haberse reflexionado demasiado en esos ámbitos acerca de la influencia de la distensión de las costumbres en las estructuras de dominación ni debatido sobre los textos en boga al respecto (ni siquiera Marcuse, que tuvo cierta circulación en relación con otros asuntos). Sus posiciones y comportamientos parecían derivar de un ambiente general de mayor plasticidad y apertura al cuestionamiento de la moral tradicional que todavía imperaba.64

En ese sentido, parece posible afirmar que el "puritanismo" atribuido a los sectores radicales no remitía a esos asuntos sino a una particular "moral militante" que se engarzaba con sus principios doctrinarios. Ahí estaba el punto de quiebre con los comunistas. Según Vatela, esa moral era "austera", "contraria a las concesiones sentimentales y a los valores liberales y legales", incluyendo la "formalidad académica" y la "vida profesional y familiar convencional", así como "desconfiada frente a las diversiones propiamente juveniles". Como se señaló con anterioridad, estas eran parte integral de las estrategias de crecimiento de la UJC prácticamente desde su fundación en 1955 en el marco de los esfuerzos del PCU por combatir el fuerte anticomunismo de la guerra fría. Al mismo tiempo, esa apertura frente las diferentes formas de la cultura popular, incluyendo sus aspectos más "convencionales" y "sentimentales", reflejaba la variedad social y cultural de sus integrantes en un momento de rápido crecimiento.65

Parece claro que esa diversidad es una buena pista para comprender por qué no hubo entre los comunistas un esfuerzo similar al de los Tupamaros y otros grupos "radicales" por inculcar entre sus cuadros ciertos estándares idealizados de "moral proletaria", admitiendo en cambio cierta distensión en los gustos y prácticas culturales y hasta una apertura hacia patrones de consumo que parecían apetecibles ante sectores importantes de su militancia.66

 

A MODO DE CONCLUSIÓN: 1968 Y LA EMERGENCIA DE UNA "NUEVA IZQUIERDA"

Para terminar, me gustaría relacionar los procesos colectivos de radicalización política antes referidos con la constitución de lo que gran parte de la bibliografía sobre estos temas para otras regiones y países llama "nueva izquierda" o "izquierda revolucionaria" en oposición a la "izquierda tradicional", principalmente los partidos socialistas y comunistas. Para empezar, quiero decir que mi interés por estos asuntos tiene mucho que ver con la abundante literatura sobre el caso estadunidense donde se analiza con éxito la relación entre disidencia política y rebelión cultural en el surgimiento de la llamada "nueva izquierda", en un intento por enfatizar el sentido político de una década que había quedado reducida a una moda y un fenómeno del mercado.67 En América Latina, en cambio, la expresión se ha usado casi siempre en relación con los grupos que promovieron o practicaron la lucha armada y la acción directa, aquellos que demostraban, en palabras de Greg Grandin, a will to act y que también suelen aglomerarse bajo el apelativo de "izquierda revolucionaria".68 Esta tendencia ha ido, en nuestra región, en desmedro de la consideración de los aspectos culturales, en sentido amplio, implicados en los movimientos de protesta.

En un artículo reciente, Eric Zolov propone un uso más inclusivo de la expresión "nueva izquierda" para abarcar tanto "la búsqueda de una autodisciplina estricta evidente en la miríada de movimientos revolucionarios plagados de fraccionalismo que emergieron en el hemisferio" como "la igualmente abundante miríada de prácticas culturales que se abstuvieron de una autodisciplina estrecha, pero no así de la búsqueda de una estética revolucionaria".69 En páginas anteriores trato de pensar lo sucedido en Uruguay desde esa perspectiva inclusiva —creo que por primera vez en la producción historiográfica local—, planteando un enfoque de 1968 que permita dialogar con la bibliografía más reciente sobre estos temas en otras partes del mundo.

En cambio, en relación con la asimilación de "nueva izquierda" a "izquierda revolucionaria" para excluir a muchas de las corrientes marxistas clásicas, principalmente los partidos comunistas, la literatura sobre el caso estadunidense ofrece pocos recursos para pensar los acontecimientos uruguayos y latinoamericanos. Esto admite una explicación histórica. Los grupos de protesta surgidos en los campus universitarios de Estados Unidos recurrieron en primera instancia a un lenguaje liberal que permitió su crecimiento en un medio social y político reticente al marxismo y a cualquier apelación socialista que pudiera sugerir la inspiración en el modelo soviético. A esto se fueron sumando diversas tradiciones religiosas que practicaban la solidaridad y reivindicaban una renovación de las relaciones humanas y, aún con más fuerza, un elemento importante de resistencia cultural en sentido amplio, que tenía antecedentes en los beatniks de los cincuenta, por ejemplo. Sólo en una segunda etapa, ya bastante avanzada la década, penetraron en esos grupos mayormente estudiantiles otras tradiciones de izquierda y se extendió una actitud más variada y radicalmente abierta al mundo, con una gran preocupación por explicar las múltiples contradicciones sociales de raza, género, edad y, ahora también, clase.

Las diversas combinaciones de ideologías, tradiciones culturales e influencias directas de algunos prominentes intelectuales como C. Wright Mills y Herbert Marcuse, fueron produciendo una colección de grupos, coaliciones y movimientos en torno a reclamos más o menos específicos y relativamente articulados entre sí como la guerra de Vietnam, el racismo y la sociedad de consumo, que acercaban a los sectores de preocupación más claramente política con diferentes expresiones de protesta contracultural. No hay en la rica literatura sobre todos estos temas demasiados esfuerzos por explicar las opciones por la violencia revolucionaria que se dieron en ese contexto, quizá porque fueron pocas y su represión relativamente fácil. Jeremy Varón ha realizado el más completo e interesante intento de ubicar al grupo conocido como Weather Underground en esa familia de protesta que puede rastrearse, al menos, hasta el grupo más importante de la revuelta estudiantil de los sesenta, Students for a Democratic Society.70

Las diferencias sociales, políticas, económicas y culturales entre los varios casos nacionales y regionales son muchas y quizá demasiado evidentes para intentar reseñarlas aquí. Sin embargo, parece también claro que en esa época se extendió por el mundo un "lenguaje de disenso" (como lo llama Jeremi Suri71) y un espíritu de revuelta que sirvió para canalizar las frustraciones de las nuevas generaciones ante las restricciones concretas que les imponían sus medios sociales específicos. Este autor ha hecho seguramente el esfuerzo más sistemático pata mostrar a escala global el aumento de expectativas que se produjo entre los jóvenes de los sesenta y su frustración con los movimientos autoritarios de fines de la década. Su explicación se ubica en el nivel de la política internacional; es decir, de las tratativas entre las elites de los países dominantes, más específicamente la política de "contención" acordada entre las grandes potencias como modo de evitar disrupciones internas. Un enfoque de este tipo, que explica en un solo movimiento lo sucedido en China, Estados Unidos, Francia, Alemania, Checoslovaquia y la Unión Soviética, tiene la gran virtud de mostrar grandes similitudes en el activismo estudiantil alrededor del planeta. Esta perspectiva permite reafirmar que, si bien los conflictos surgieron siempre a partir de problemáticas locales más o menos comparables, fueron pronto percibidos por sus protagonistas como parte de un movimiento transnacional con base en lenguajes de difusión global que articularon el disenso y fundamentaron la rebelión muchas veces violenta en las calles de Wuhan, Berkeley, París, Berlín, Praga y Moscú. Parte de las percepciones compartidas tenía que ver con el agotamiento de las anteriores formas y discursos de protesta, fundamentalmente por parte de los partidos comunistas prosoviéticos.72

Algo similar ocurrió en las calles de México o de Montevideo. Entre los rasgos comunes a esas experiencias, se puede mencionar, también en América Latina, la ampliación y extensión de los estudios superiores como generadoras de un ambiente favorable al disenso juvenil. Había, por primera vez, un gran contingente de jóvenes todavía no integrados plenamente al mercado de trabajo y con inciertas expectativas de futuro en sociedades que empezaban a registrar los signos claros de agotamiento de un modelo de desarrollo hasta entonces relativamente exitoso. Por algo el tema de la reforma educativa fue un eje clave del debate público tanto en los países ricos como en los pobres.73 En Uruguay, esas discusiones y protestas se articularon con un gran movimiento de resistencia a las medidas del gobierno de Pacheco, tendentes a trasladar a los sectores asalariados los costos de la crisis y a desarmar las instancias de resolución de los conflictos que habían funcionado en años anteriores. Sobre esas bases, la mentada "unidad obrero-estudiantil" fue patente durante 1968 en reiteradas ocasiones, acercando posiciones y modalidades de protesta. En el caso de los estudiantes, sus demandas combinaron un lenguaje radical a favor del cambio revolucionario, de fuerte influencia marxista e inspiración antiimperialista y procubana, con apelaciones a la disidencia que provenían de Europa y Estados Unidos y lograban expresar el descontento con las formas de movilización dominantes hasta entonces. Esta mezcla, característica de 1968, atravesó en el caso uruguayo las fronteras entre el PCU y los grupos que competían por la izquierda con su poder de convencimiento entre los jóvenes.

Por un lado, las discusiones sobre la vanguardia revolucionaria y el papel exacto del proletariado en los procesos de cambio social (con incursiones en la falta de democracia interna y las deficiencias en los países donde imperaba el "socialismo real") dividieron campos y frieron objeto de enconados enfrentamientos. Por otro lado, sin embargo, no hay forma de entender las movilizaciones más importantes en América Latina en 1968 sin el papel activo de los comunistas. Como sostiene Jeffrey Gould al analizar las protestas de 1968 en Brasil, México y Uruguay, "sugerir que [los comunistas] bloquearon o se opusieron a esos movimientos es evidentemente equivocado". Y tampoco sería acertado suponer "que los valores esenciales de la 'izquierda tradicional' fueron tirados con el agua del baño del vanguardismo y el autoritarismo".74

Esto permite contrastar la tesis general de Suri sobre las implicancias locales de la política de contención entre las grandes potencias. Mirado desde la perspectiva del gobierno, el caso uruguayo confirma que el desafío planteado por los movimientos de protesta de los sesenta agudizó la necesidad de buscar fuentes de autoridad fuera de la esfera doméstica.75 Al igual que en muchos otros países latinoamericanos, esto significó un recrudecimiento de las lógicas de amigo-enemigo de la guerra fría, una polarización de campos y un estrechamiento de las relaciones con todos aquellos que reforzaran la capacidad represiva del Estado, incluyendo las alianzas regionales y el recurso creciente al respaldo estadunidense. También las políticas y los sistemas de alianzas al interior de los movimientos que buscaban cambios sociales radicales tuvieron importantes dimensiones regionales y globales, tal como han demostrado análisis tan diferentes como el de Claudia Gilman sobre las redes de intelectuales y el de Piero Gleijeses sobre la presencia cubana en África.76

Pero estas nuevas articulaciones de las relaciones internacionales no deben llevarnos a aceptar los apelativos de "nueva izquierda" e "izquierda revolucionaria" como categorías transparentes para analizar la transformación de las izquierdas del "sur global" (para usar otra expresión en boga). En ese preciso sentido, este trabajo buscó mostrar los matices de las posiciones de los comunistas uruguayos, especialmente los del aparato juvenil, que nunca dejaron de ser prosoviéticos y adherir a la tesis de la "convivencia pacífica" sin que eso los volviera inmunes a los acontecimientos latinoamericanos ni los mantuviera ajenos a los enfrentamientos de 1968 en su país. Esta forma de entender los procesos de radicalización política de fines de los sesenta supone, al menos en Uruguay, reconocer en primer lugar la ausencia de un corte tajante entre las varias tradiciones de izquierda, como el que marcó el desarrollo de una "nueva izquierda" en Europa y Estados Unidos en esa década, luego del hiato determinado por el furioso anticomunismo de la primera etapa de la guerra fría. En segundo lugar, parece importante desconfiar de los excluyentes lenguajes de época y mantener una cierta sensibilidad ante las diversas y parcialmente imbricadas acepciones de "revolucionario", a fin de incluir a quienes no adoptaron la lucha armada, pero de todos modos participaron en muchas jornadas violentas de protesta. En tercer lugar, vale la pena dirigir una atención especial a las diferentes formas de incorporar las ideas de circulación global sobre el significado de "ser joven", desde el culto al cuerpo en acción hasta la música beat, pasando por una relativa distensión de las costumbres, todas ellas concurrentes a la formación de identidades políticas a nivel local. Esperamos que las polémicas ideológicas, construcciones épicas e inclinaciones culturales expuestas en estas páginas empiecen a probar la productividad analítica de estas precauciones.

 

FUENTES CONSULTADAS

Archivos

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NOTAS

* Este trabajo se originó con el proyecto Juventud, Izquierda y Contracultura 1959-1973, financiado por el Fondo Clemente Estable (FCE, Agencia Nacional de Investigación e Innovación, Ministerio de Educación y Cultura, Uruguay), y terminó de definirse en el marco de una investigación colectiva sobre violencia política en esos mismos años y con la misma fuente de (mandamiento a cargo de un equipo integrado por Gabriel Bucheli, Aldo Marchesi, Vania Markarian, Felipe Monestier y Jaime Yaffé. Agradezco los comentarios de los demás integrantes del equipo, de los ánrbitros de Secuencia, de José Rilla, Eric Zolov y de todos quienes escucharon versiones anteriores de este trabajo en el Tercer Congreso Uruguayo de Ciencia Política y en el congreso de la LASA de 2010.

1 Véase Archivo de La Dirección Nacional de Información e Inteligencia (en adelante ADNII), exp. "Disidentes de FEUU", carpeta 3224, Ministerio del Interior, Interior, Montevideo, Uruguay.

2 Para la CESU, véase Landinelli, 1968, 19S9, pp. 31-32, y para la FEUU, véanse Markarian, Jung y Wschebor, 1968, 2008, p. 102.

3 Massera, "Señor", 1968, pp. 2-3.

4 Arismendi, "Insurgencia", 1968. Sobre el papel de las capas medias, especialmente los estudiantes, y críticas a otras posturas incluyendo las de Garaudy y Marcuse, véase ejemplo en Massera, "Manera", 1972.

5 Había también espacio para posiciones que, sin apartarse del credo básico, traslucían una comprensión más sofisticada del asunto. Véase por ejemplo Fió, "Universidad", 1968.

6 Véase a Sanseviero, citado en Landinelli, 7968, 1989, p. 98.

7 Véase Leibner, "Perspectivas", 2006.

8 Véase, por ejemplo, Massera, "Manera", 1972, pp. 37-43- Este mismo esquema argumentó el impulso a la fundación de la coalición de izquierda Frente Amplio en 1971.

9 Véase el discurso de Ernesto Guevara publicado como "No hay revolución sin sacrificio", Guevara, "No", 1967, pp. 49-57.

10" Véase Leibner, "Perspectivas", 2006.

11 Arismendi, "Anotaciones", 1964, p. 7, y "Conversación", 1972, pp. 204-214.

12 Sobre el papel de Arismendi véase Silva, Aquellos, 2009, pp. 113-117.

13 Véase Arismendi, Lenin, 1970, especialmente pp. 263-270, 309 y 338. Con respecto a la OLAS, es ya famosa la anécdota de Arismendi que se paró pero no aplaudió cuando los delegados ovacionaron las resoluciones a favor de la lucha armada en el continente. Por un breve relato de las diferencias de la delegación uruguaya, véase por ejemplo Rey, Vuelta, 2006, pp. 115-122.

14 Arismendi, Lenin, 1970, pp. 331-338.

15 Este argumento se aplicó también a los Tupamaros. Véase, por ejemplo, el documento de Arismendi al congreso partidario de diciembre de 1970 en Arismendi, Uruguay, 1979, pp. 22-33.

16 Véase, por ejemplo, el trabajo de 1965 de Arismendi, "Conversación con los estudiantes" en Arismendi, Insurgencia, 1972, pp. 124-127.

17 Arismendi, "Insurgencia", 1968.

18 Intervención de Massera en la Asamblea General, 14 de agosto de 1968, citado en Aldrighi, Izquierda, 2001, p. 94.

19 Véase Pérez, Ocaso, 1996, pp. 27-28 y 32-35. Para el testimonio de un ex integrante de base de ese "aparato armado", véase Bucheli y Yaffé, "Entrevista", 2007, pp. 65-78. Para más sobre este tema, véase Vatela, Movimiento, 2002, pp. 136-137.

20 El PCU, dijo Arismendi en 1972, "asumió las obligaciones que la solidaridad impone incluso ante revolucionarios equivocados". Arismendi, "Uruguay", 1979, p. 136. Véase también Varela, Movimiento, 2002, p. 137.

21 Véase "1968", 1998, p. 8.

22 U. S., Department of State, "Amembassy Moscow to State Department", 15 de junio de 1970, National Archives and Records Administtation, College Parle, Maryland.

23 Véase "¡¡6 000 nuevos afiliados durante 1969!!", UJOTACE, suplemento de El Popular, 13 de diciembre de 1969, Montevideo, p. 3, y "607 000 jóvenes uruguayos de 15 a 29 años", UJOTACE, suplemento de El Popular, 15 de agosto de 1970, Montevideo, p. 8.

24 Véase el discurso de R. Arismendi en El Popular, 3 de octubre de 1969, Montevideo, y carta enviada en "Amigos", 1968.

25 Se había aludido antes a los franceses en MLN–T, documento 3, mayo de 1968, citado en 1NDAL, Movimiento, 1973, p. 51.

26 Véase MLN–T, "Los Tupamaros y el movimiento estudiantil", octubre de 1968, en Costa, Tupamaros, 1971, pp. 125-126. Este documento parece el mismo que, según la prensa, le fuera incautado a Julio Matenales en octubre. Hay algunas diferencias, sin embargo, entre las citas aparecidas entonces y las versiones luego disponibles en libros. Véase por ejemplo El País, 18 de octubre de 1968.

27 Se refiere como "acuerdo de Epoca" al documento firmado por la fau, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), el mio, el MAPU y el Partido Socialista, grupos que apoyaban el llamado de la olas a la lucha armada y que en diciembre de 1967 reabrieron ese diario como espacio de coordinación. Luego de cinco ediciones fue clausurado (y sus firmantes ¿legalizados) por el recién instalado gobierno de Pacheco. Para más información, véase Rey, Vuelta, 2006, pp. 108-122.

28 Véase ibid., pp. 127-31 y 387-404; Landinelli, 1968, 19s9, pp. 95-98, y Varela, Movimiento, 2002, p. 124.

29 Véase MLN–T, "Los Tupamaros y el movimiento estudiantil", octubre de 1968, en Costa, Tupamaros, 1971, pp. 125-126.

30 Véase "Un proceso, una vanguardia" y "Acerca de normas de conducta revolucionaria" en un número sin fecha de Barricada en ADNI1, exp. "Barricada, órgano del FER", carpeta 3-

31 Varela, Movimiento, 2002, pp. 84-86 y 118-125.

32 Véase por ejemplo ibicl, pp. 110 y 141-142; Rey, Vuelta, 2006, pp. 392,400, y Aldrighi, Izquierda, 2001, pp. 116, 130-131.

33 Véanse, por ejemplo, los datos de diversos autores y fuentes presentados en Rey, Vuelta, 2006, pp. 128-131- Varela, por su parte, reconoce pero relativiza el impacto de los estudiantes en el MLN–T. Véase Varela, República, 1988, pp. 85-94.

34 Donatella della Porta describe relaciones similares entre movimientos sociales y grupos armados en Potta, Social, 1995.

35 Silva, "Prácticas", 2006. De la misma autora véase Aquellos, 2009.

36 Quijano, "Imagen", 1968, p. 5.

37 Joven Comunista, "Imagen", 1968, pp. 2-3.

38 Ibid.

39 Arismendi, "Conversación", 1972, p. 213.

40 Véase, por ejemplo, Gutiérrez, "Tareas", 196S, p. 24.

41 Sorensen, Turbulent, 2007, p. 24.

42 Gutiérrez, "Tareas", 196S, p. 24. Véase también Muso, "Principio", 1968, p. 31, y las declaraciones de Cristina Peri Rossi y Julio E. Nosigilia en "Tiempo", 1968, pp. 29-30.

43 Silva, "Prácticas", 2006.

44 Uno de los ejemplos recurrentes de Arismendi fue el dirigente comunista búlgaro perseguido por los nazis, Georgi Dimitrov: "¡Era un revolucionario profesional! ¡Era un hombre del Partido!" Véase discurso del 23 de junio de 1972, en Arismendi, Uruguay, 1979, p. 87.

45 Silva, "Partido", 2006. Véase también su libro Aquellos, 2009.

46 Arismendi, "Discurso", 1984, p. 239.

47 Varela, Movimiento, 2002, p. 136.

48 Ya en enero de 1969, por ejemplo, el Comando Susana Pintos del MLN–T tomó una emisota radial. También los nombres de L. Arce y H. de los Santos fueron usados por los Tupamaros. Véase Rey, Vuelta, 2006, pp. 179, 183, y Aldrighi, Izquierda, 2001, pp. 133-134. Algo similar plantea Diego Sempol cuando refiere a la "construcción social de Arce como revolucionario". Véase Sempol, "Mártites", 2004, p. 170.

49 Resulta difícil documentar estas trayectorias personales por la escasez de testimonios y también porque a veces involucraron serias disputas entre los grupos afectados. Además de los jóvenes comunistas que primero pasaron al MRO y luego fundaron el FER, Várela refiere a Luis Lattónica, quien militó en la UJC, ingresó luego al movimiento Tupamaro y fue asesinado en Argentina en 1974. Varela, Movimiento, 2002, pp. 60, 136. También algunos documentos de la DNI1 refieren a tránsitos de doble sentido entre el FER y la UJC del IAVA en ADNI, exp. "Barricada, órgano del FER", carpeta 3404. Pata algunas anécdotas al respecto, véase <http://generacion68.mundofofo.com>.

50 Para más sobre este tema véase Markarian, "Héroe", 2010.

51 Viglietti, "Canción", 1968.

52 Zitarrosa, "Diez décimas de autocrítica" en el simple Compañeros, 1972. Las posturas divergentes de Viglietti y Zitarrosa con respecto a la lucha armada y su relación con tendencias contrapuestas en la izquierda uruguaya han sido señaladas por Denise Milstein, "Interacciones entre Estado y música popular bajo autoritarismo en Uruguay y Brasil", trabajo presentado en el V Congresso Latinoamericano da Associação Internacional para o Estudo da Musica Popular, 2004, en <http://www.hist.puc.cl/iaspm/rio/Anais2004%20(PDF)/DeniseMilstein.pdf>.

53 Véanse fotogramas 0022-01_0S-01FPEP y 0022-01_08-02FPEP, en Centro Municipal de Fotografía (CMDF), fondo privado El Popular, Montevideo.

54 "La relación entre definiciones de género y violencia política requiere aún más análisis en contrapunto con las ideas de Victoria Langland acerca del contenido sexual que se asignaba a la militancia de las mujeres, especialmente las jóvenes, en los años sesenta en Btasil. Véase su artículo "Birth", 2008.

55 Zitarrosa, "Gatos", 1966, p. 9.

56 "A propósito de los Beatles opina Daniel Viglietti", Epoca, 2 de diciembre de 1966, Montevideo, p. 17.

57 Para más sobre este tema véase Markarian, Huevos, 2010.

58 Véase ADNII, exp. "Detenidos en actos no autorizados y por fijación de murales con motivo de la conferencia de Punta del Este", catpeta 2218.

59 Para defensa de esa consigna por parte de ex militantes comunistas, véase Gerardo Leibner, "Las ideologías sociales de los revolucionarios uruguayos de los 60", Nuevo Mundo Mundos Nuevos, 2007 en <http://nuevomundo.revues.org//index11682.html>.

60 Para esta concepción, véase Alresor, Cuáles, 1967, y Sanseviero, "Juventud", 1967.

61 Véase, pot ejemplo, Rey, Vuelta, 2006, pp. 397-404.

62 Vatela, Movimiento, 2002, p. 104.

63 lbid.,p. 111.

64 Para algunos enfoques todavía parciales sobre estos temas, véase Sapriza, "Feminismo", 2006; Ruiz y Paris, "Ser", 1998; Leibner, documento en línea citado; Varela, Movimiento, 2002, pp. 110-111, y Anónimo, Sexo, 1970.

65 Según Leibner, esta actitud puede remontarse hasta fines de los años treinta, cuando la política de "frentes populares" y la solidaridad con la república española convirtieron al PCU en un ámbito de encuentro entre distintas clases sociales urbanas. Este autor relaciona el carácter policlasista del PCU con su apertura hacia las manifestaciones de la "cultura plebeya". Véase Leibner, "Nosotras", 2005. También se detiene en las posibles implicancias de clase de las diferencias en las "ideologías sociales" de comunistas y "radicales". Véase Leibner, documento en línea citado. El argumento es seductor, pero no cuento aún con datos que permitan extenderlo a los procesos que analizo en este artículo.

66 Para "moral proletaria", véase Rey, Vuelta, 2006, p. 400, y Aldrighi, Izquierda, 2001. pp. 132-134.

67 Véase Young, "Foreword", 2002.

68 Grandin, Last, 2004, p. 15. Para este uso del apelativo "izquierda revolucionaria" en el caso uruguayo, véase, por ejemplo, Rey, Vuelta, 2006, pp. 15, 382.

69 Zolov, "Expanding", 2008, p. 73.

70 Véase Varón, Bringing, 2004.

71 Véase Suri, Power, 2003, especialmente pp. 81-130.

72 Ibid., especialmente pp. 164-212.

73 Ibid., especialmente pp. 88-94. También Norbert Elias señala la frustración provocada por las dificultades de inserción social de los jóvenes alemanes que accedieron por primera vez a altos niveles de escolarización en los años sesenta, entre los cuales cobró importancia la opción por la violencia. Véase Elias, "Terrorismo", 1999.

74 Gould, "Solidarity", 2009, p.374.

75 Véase Suri, Power, 2003, p.212.

76 Véase Gilman, Pluma, 2003, y Gleijeses, Conflicting, 2002.

 

INFORMACIÓN SOBRE EL AUTOR

Doctora en Historia Latinoamericana (Columbia University, 2003) y licenciada en Ciencias Históricas (Universidad de la República, 1996). Ha enseñado e investigado en la Universidad de la República, el Centro Latinoamericano de Economía Humana, la Universidad Nacional de General Sarmiento, la New York University, la Columbia University, la City University of New York y la Princeton University. Tiene numerosas publicaciones sobre el pasado reciente de Uruguay y Latinoamérica, entre las que se destaca el libro Left in Transformation: Uruguaya>> Exiles and the Latín American Human Rights Networks, 1967-1984, Routledge, Nueva York, 2005, que fue también publicado en español como Idos y recién llegados: la izquierda uruguaya en el exilio y las redes transnacionales de derechos humanos, 1967-1984, La Vasija/Correo del Maestro/CEIU, México, 2006. Actualmente es la responsable del área de Investigación Histórica del Archivo General de la Universidad de la República e integra el Sistema Nacional de Investigadores del Ministerio de Educación y Cultura de Uruguay.

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