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Región y sociedad

versión On-line ISSN 2448-4849versión impresa ISSN 1870-3925

Región y sociedad vol.23 no.51 Hermosillo may./ago. 2011

 

Artículos

 

La globalización y las dificultades económicas y políticas en Brasil: el análisis de Raymundo Faoro sobre la década de 1990

 

Maria José de Rezende*

 

*Profesora-investigadora de Sociología en la Universidad Estadual de Londrina, Brasil, doctora en Sociología por la Universidad de San Pablo. Sus líneas de investigación abarcan: Estado y democracia en el Brasil; pensamiento social y político brasileño, política brasileña, teorías del cambio social, desigualdades y exclusiones en el Brasil de hoy. En la actualidad elabora el proyecto La multi-dimensionalidad de las teorías del cambio social en el Brasil. Escribió La transición como forma de dominación política (1996) y Dictadura militar en el Brasil (2001), publicados por Eduel. También es coautora de Derechos humanos y educación (2005), editado por Cortez. Correspondencia: Rúa Pió XII, 335 apartamento 1104 - 86020 914-Londrina-Paraná-Brasil. Teléfono: (55) 43 33 23 6183. Correo electrónico: mjderezende@gmail.com

 

Recibido en agosto de 2009
Aceptado en abril de 2010

 

Resumen1

La finalidad del presente estudio es exponer las reflexiones de Raymundo Faoro acerca del proceso político y económico en la década de 1990 en Brasil. Para lograrlo se realizó una investigación documental que buscó descubrir los significados políticos de sus artículos y entrevistas, publicados en los medios impresos más importantes. Se consideró que estos materiales podían revelar la sobrevivencia de algunos elementos importantes en la vida social brasileña que, según previsiones históricas, trascenderían el siglo XX. Entre los resultados más relevantes están los que señalan los muchos vaivenes vividos por el país como consecuencia de los desafíos internos, eternizados en una lógica oligárquica reproducida constantemente a través de procedimientos y acciones de los dirigentes, y también de las contradicciones externas generadas por los retos nuevos del proceso de globalización en curso.

Palabras clave: Estado, gobierno, globalización, política, neoliberalismo, democracia.

 

Resumo

A finalidade deste estudo é trazer à tona as reflexões empreendidas por Raymundo Faoro, na década de 1990, acerca do processo político e econômico em curso naque-le momento. Foram analisados os seus diversos artigos e entrevistas publicados nos veículos da grande imprensa. Estes materiais foram tomados como documentos capazes de revelar a sobrevivencia de alguns elementos importantes acerca da vida social brasileira, que, segundo previsões históricas, se estenderiam para além do século XX. Entre os resultados mais relevantes, desta pesquisa, estão aqueles que indicavam os muitos impasses vivenciados pelo país em razão não só dos dilemas internos eternizados numa lógica oligárquica que se reproduzia constantemente através dos procedimentos e das ações dos dirigentes, mas também dos dilemas externos oriundos dos novos impasses gerados pelo processo de globalização em curso.

Palavras-Chaves: Estado, governo, globalização, política, neoliberalismo, democracia.

 

Abstract

The purpose of this study is to present Raymundo Faoro's reflections on the political and economic process of the 1990s in Brazil. Several of his articles and interviews published in the mainstream media were analyzed in search of important elements of Brazilian social life that, according to historical foresight, would endure beyond the twentieth century. Among the most relevant results are those which show the several impasses faced by the country due to the internal challenges of an oligarchic logic which was constantly reproduced through leaders' procedures and actions, as well as external contradictions arising from the new challenges generated by the ongoing globalization process.

Key words: State, government, globalization, politics, neoliberalism, democracy.

 

Introducción

El jurista Raymundo Faoro escribió Los dueños del poder (1989), una de las obras más importantes sobre la forma de dominio político vigente en Brasil. También es autor de otras (1981; 1988 y 1994) donde demuestra que eran muchos los obstáculos que dificultaban los cambios políticos en la segunda mitad del siglo XX. Sus reflexiones sobre la vida política cotidiana produjeron innumerables artículos publicados cada semana en revistas de circulación nacional, por ejemplo Isto É; IstoÉ/Senhor; Senhor y Carta Capital. Como presidente de la Orden de Abogados del Brasil, entre 1977 y 1979, intervino durante un largo periodo para que se revocaran las medidas de excepción en vigor. A lo largo de su vida fue un militante contumaz a favor de la implantación y efectividad de un Estado de derecho democrático en el país.

En los artículos de finales de la década de 1990 e inicio de la de 2000 en la revista Carta Capital y en las entrevistas publicadas, también en otros medios como IstoÉ (1998; 2001 y 2001a) y Folha de S.Paulo (2000),2 Raymundo Faoro (1925-2003) trataba varios obstáculos internos y externos que la coyuntura traía a la superficie en los últimos años del siglo XX. En este artículo se presentarán sus reflexiones sobre las encrucijadas vividas en el país como resultado del proceso de globalización financiera y tecnológica en curso en el mundo actual.3

En todos sus escritos (1981; 1988; 1989 y 1994) hay, de manera directa o indirecta, una preocupación constante por la forma en que la sociedad brasileña asumió el capitalismo. En libros y artículos4 se ocupó en especial de saber cómo las relaciones económicas se procesaban teniendo en cuenta la vigencia de un capitalismo políticamente orientado,5 noción que él extraía de los escritos de Max Weber, en Economía y sociedad.6

Faoro7 discutió de manera amplia los cambios ocurridos en los primeros dos años de la década de 1990, con el Gobierno de Fernando Collor de Mello (1990-1992). Según él, los dirigentes que avanzaron sobre el aparato estatal, a partir de la elección de 1989, actuaban de un modo que revelaba una forma equivocada de adaptación al neoliberalismo. Al mismo tiempo que los gobernantes decían estar empeñados en aniquilar al Estado, también creaban innumerables condiciones para la reproducción, en gran escala, de un capitalismo en extremo dependiente de él. Es decir, de concesiones y subsidios.

Las innovaciones puestas en marcha por Collor de Mello se presentaban a la sociedad como subversión de todo lo hecho hasta entonces, pues se suponía que se podaría el aumento exorbitante del Estado. Para Faoro, en las señales de innovación8 había muchos más continuismos que cambios. Ello podría comprobarse sobre todo a través de la convicción autoritaria de los gobernantes, de que la sociedad debería estar encuadrada en una modernización impuesta por el Estado. El despotismo continuaba siendo la característica básica de ese proceso de modernización en curso. En el discurso, el gobierno intentaba hacer creer que el estatismo de las viejas elites sería sustituido por la economía de mercado, pero "de verdad, bajo el velo de la innovación, la intervención del Estado [...] se vuelve amarga y dura, recayendo como recaerá, sobre la clase que tiene menos recursos para protestar" (1990b, 25).

En las innovaciones de comienzos de la década de 1990 era evidente, decía Faoro (1991b), que los dirigentes consideraban las recetas neoliberales —las cuales destruían la economía nacional— más importantes que la democracia. Bastaba observar el modo de actuar, sin consideración alguna por la Carta Constitucional que acababa de ser promulgada.

En nombre de la implantación de un moderno capitalismo liberal, el gobierno Collor, afirmaba Faoro, dejaba muy claro que la esencia de una política conservadora, desde mucho tiempo atrás, recorría las arterias de la nación brasilera. Usando y abusando de la expresión liberal, el grupo que estaba en el poder establecía un proceso de innovación económica conservando intocable el estado de miseria, la concentración de rentas y el divorcio entre la sociedad y el Estado. Este último era atacado como demasiado concentrador, por lo que era necesario establecer un Estado mínimo. Se trataba de la vieja cuestión, la vieja obsesión de copiar modelos completamente desconectados de nuestra realidad (De Rezende 2006, 225).

Faoro afirmaba que no era muy claro si en los primeros días del mandato de Itamar Franco (1993-1994) se seguiría el camino neoliberal, construido por Collor de Mello. Había una especie de nebulosa. En cierto momento parecía que las investiduras neoliberales se mantendrían, en otro daba la impresión que prevalecerían las prácticas políticas paternalistas. Es de imaginar que esos dos caminos eran irreconciliables. No obstante, no lo son en un país como Brasil, inclinado a las más disparatadas combinaciones políticas, ya que siempre existe la posibilidad de reelaborar todo y cualquier principio, incluso los liberales (1994). Los arreglos, repetidos una y otra vez, sirven siempre para aproximar procedimientos inimaginables como los defendidos por el liberalismo y los practicados por las políticas paternalistas.9

En 1990 y 1991, el gobierno había mostrado al neoliberalismo como una especie nueva de liberalismo social (Faoro 1993). Sin embargo, lo que afloraba era una política de golpes duros, que favorecía a algunos en detrimento de la nación. Se mantenía intacta una práctica autoritaria, todo se hacía en nombre de la modernización del capitalismo brasileño y de la inserción del país en un mundo globalizado.10

En 1993 y 1994, Faoro consideraba que había una coyuntura un poco distinta, pues existía la posibilidad de que los próximos planes económicos, que ya se delineaban en el horizonte,11 no fueran elaborados a partir de golpes bruscos y autoritarios como los anteriores.12 Para él, no había un inmovilismo alarmante de los congresistas, que en años siguientes podrían construir alternativas para las propuestas del Ejecutivo. Si ocurriese, sería un avance pequeño para un país marcado por décadas de autoritarismo.

Después de la implantación del Plan Real, en 1994, los gobiernos de Itamar Franco y de Fernando Henrique Cardoso (1995-1998) recogieron algunos frutos del éxito de las medidas que habían contenido el proceso inflacionario y acelerado el empleo. No obstante, los errores del plan, tal como la sobrevaloración de la moneda, que casi destruyó el sector industrial (Furtado 2002, 31), muy pronto se pusieron en evidencia "con la caída de los índices de empleo y de producción industrial" (Departamento Intersindical de Estadística y Estudios Socioeconómicos, DIEESE 1999, 1).

Durante el primer periodo, el Gobierno de Cardoso (1995-1998) se dirigió a salvar al Plan Real de una implosión. Los cortes de crédito y los choques por los intereses cobrados incrementaban las dificultades para solucionar los muchos problemas resultantes de una economía orientada al extremo por el Estado. Persistía una lógica incontestable en la segunda mitad de los años noventa; las medidas económicas puestas en práctica en aquel momento favorecían a los privilegiados de siempre (Faoro 1995, 60). Según él, era evidente que, cada año se repetía la historia, que la mayoría de la población nunca se beneficiaba con medidas hechas en su nombre. Sin embargo, no sólo había aspectos negativos:

El mérito suyo [Cardoso] fue el de pacificar al país. Su gobierno contribuyó para que los resentimientos fuesen dejados de lado, dio atención a los reclamos por los derechos humanos. Hoy ya no existe más aquella amargura del pasado. Además de reconocer la responsabilidad del Estado sobre las violencias cometidas por la represión en los años 70, permitió que se entregasen certificados de óbitos [defunción]. Realizó concesiones muy difíciles. Este es el lado positivo de su gobierno. El negativo fue entrar en un sistema de mercado ciegamente. A ello debe sumarse el hecho de no haber un proyecto para el Brasil. Se habló de desmantelar el "getulismo" (de Getulio Vargas), que era un proyecto intervencionista, pero ni siquiera eso se hizo (2001, 7).

En ese contexto, Faoro elaboró, en los últimos años de la década de 1990, una reflexión acerca de las respuestas que el Gobierno de Cardoso trataba de dar al proceso de globalización y a las investidas del neoliberalismo,13 que se vendía al mundo, por los poderes globales,14 como la solución para todos los males (De Rezende 2007).

 

Globalización, neoliberalismo y las dificultades políticas

Faoro afirmó que las modernizaciones pretendidas de los años noventa evidenciaban el objetivo de los dirigentes: el Estado intentará socorrer a los más pobres por medio de algunos programas gubernamentales, cuando haya recursos disponibles (1994a). Esto significaba que el Estado mínimo, alardeado por los adeptos al neoliberalismo, implantaría algunos procedimientos que refutarían cualquier posibilidad de incluir en los planes públicos los asuntos relativos a la desconcentración de renta. Era la tentativa de enterrar, en forma definitiva, la idea de que uno de sus fines era actuar con miras a distribuir los recursos y la renta.

Sin embargo, había algo que merecía destacarse en la coyuntura de finales del siglo XX:

El liberalismo, en todas partes una ideología de la sociedad civil, sería aquí una ideología del Estado para la sociedad civil, que recibe las directrices del tipo de Estado que puede crear. El corte del Estado —el llamado Estado productor, en realidad el Estado interventor— se daría con la reestructuración de las tareas públicas. Él [el presidente Collor de Mello] confunde el Estado, que es, en ciertos momentos, con una burocracia capaz de tutelar y arbitrar los intereses sociales, con el funcionalismo. El Estado se transforma en un simple planeador de la infraestructura, sobre la cual establecerían las obras económicas que estimulasen el desarrollo, de espaldas al país; al país de una minoría sitiada por una mayoría hambrienta y pobre (Faoro 1994, 114).

El neoliberalismo en Brasil desde el principio ya se caracterizaba por ser una ideología de Estado, que entablaría una lucha en su contra; la meta era acabar con el Estado a partir de él mismo. Y más notable aún era la intención de mantener intacta, tanto la disociación entre éste y la sociedad, como la irradiación, desde él, de todos los ajustes, reglamentaciones y controles sobre la sociedad civil. Las medidas, en general, y los planes económicos, en particular, dejaban muy clara la naturaleza del neoliberalismo y la globalización que habían penetrado en el país. "Lo que se ve en la actualidad es que la globalización, de gran prestigio hace algún tiempo y hoy sin máscaras, aliena la economía, desviándola de su núcleo renovador" (Ibid. 2002,49).

No obstante, Faoro reconocía la existencia de un dilema muy grande con respecto a la globalización; no es que él supusiera que se trataba sólo de una cuestión de constituir o no una opción de uno u otro gobierno, por insertar al país en el proceso económico de globalización en curso. Si el gobierno "renuncia a la globalización, significa que optó por proteger a la industria nacional, sufre represalias, va a estar fuera de campo. Es algo muy difícil" (Ibid. 2008, 242). Pero, desde que Cardoso parecía abocado a la aplicación de un programa abstracto, daba la impresión de que se había optado por el neoliberalismo y la globalización, poco calculada en relación con el peso de los efectos maléficos que esos procesos surtirían en el país. "La globalización llegó aquí como llega para un acólito: sin crítica. La importación pasó a ser solución y después se volvió necesaria porque la misma aseguraba los precios. Entonces se produjo un déficit comercial que es insuperable" (Ibid. 2008a, 262).

Para Raymundo Faoro no era posible discutir las dificultades de las alternativas con propuestas de construcción de un nacionalismo progresista, que confrontaban el proceso de globalización, sin desmenuzar los obstáculos que acompañan a la historia del país. "Ninguna de las líneas trazadas para construir el nacionalismo brasilero consiguió configurar un proyecto válido. El nacionalismo de ondas pasajeras y fragmentos no [fue capaz de] enfrentar los ataques que lo afrontaban, estructurados sobre una ideología liberal, desnacionalizada e incorporada aquí al sistema político y económico" (Ibid. 2002, 49). En un momento en que se intentan mostrar "las incongruencias y las insuficiencias de la globalización" (Ibid.), surgen muchos escritos de carácter nacionalista, aunque nunca se afirmó, de hecho, un movimiento político con el propósito de emprender acciones capaces de presentar y sustentar caminos distintos de los traídos por la globalización en curso.

Algunos grupos —los grandes industriales, por ejemplo, presionados por los procesos da sobrevaloracion de la moneda, que causó una retracción expresiva de la industria nacional,15— podrían criticar el modo en que el gobierno se insertaba en la globalización, aunque esas críticas "no pueden ir tan lejos en un país patrimonia-lista, porque si fuera muy lejos lleva un golpe" (Faoro 2008, 246).

Los sectores, como el de los grandes industriales, por ejemplo, con acceso directo a los dirigentes, hasta podrían exigir que el gobierno instaurase un programa más de acuerdo con sus intereses, pero, ante la vigencia de un Estado patrimonialista, en el cual la economía es una concesión (Ibid. 2008b, 217), y cada coyuntura política prepara una nueva carnada de ricos, no es de esperar que pueda haber protestas contumaces contra las políticas económicas establecidas. Por tanto, en un ambiente así los errores gubernamentales se agigantan, porque no hay agrupaciones dispuestas a entablar enfrentamientos sustanciales con los grupos políticos y tecnocráticos dirigidos en forma permanente a la manipulación de favoritismos en beneficio de ciertos sectores de la economía. Es por eso que en Brasil existe un terreno muy fértil para la concentración de poder político y económico (Pochmann et al. 2009). Las consecuencias de eso resultan muy perjudiciales para la nación, puesto que no existen, de modo sustancial, formas de hacer valer los intereses de la sociedad. O mejor dicho, los dirigentes toman sus decisiones, que pueden ser disparatadas o no, y quienes detentan el poder económico tratan de ajustarse a ellas, porque les son convenientes, o para no perder sus concesiones. La nación, como un todo, como proyecto colectivo, no tiene salvaguardados sus intereses en estas condiciones.

El modelo neoliberal y el de la globalización suelen ser presentados como irreversibles. Pero lo que no es irreversible es el control de la nación. ¿Quién está regulando hoy la entrada y salida de capitales del Brasil? Nadie. La situación es tan escandalosamente espantosa en este proceso de globalización, tan excluyente, que el propio inversionista George Soros escribió un libro sobre el tema.16 Hasta él. Aparece como denunciante del modelo que lo enriqueció. El Sr. Soros, crítico de Fernando Henrique. ¿Es posible? El fenómeno de fortalecimiento de la plutocracia en el gobierno fue acelerado con el nuevo modelo económico que apuesta en el mercado. Es una plutocracia que ya no es nacional. Económicamente, el Brasil está siendo gobernado desde afuera.

El Banco Central va a buscar apoyo del FMI. La Argentina hace lo mismo. [...] No existe un proyecto nacional. Todo fue entregado a la iniciativa privada. Cuando se abrió, no se pensó en los brasileros que no tenían poder adquisitivo, que no tenían condiciones de insertase en este proceso (Faoro 2001, 10).

El problema está "en la estructura de la sociedad. Sabemos que el nivel de desigualdad que se presenta en otros países no es tan profundo. De tal modo que, en el momento en que se produce un movimiento social y económico para que las desigualdades queden menos desiguales" (Ibid. 2008, 247), es probable que surjan acciones para salvaguardar los intereses de la sociedad. Queda evidenciado que Faoro todavía consideraba posible, aun con el proceso de globalización, que se fueran formando espacios de luchas con capacidad de poblar el espacio público con demandas a favor de la desconcentración de renta. Tales demandas deberían ser dirigidas, en forma de presión al Estado. Y éste debería tener mecanismos para dar respuestas a los sectores participantes en la contienda.

En globalización: las consecuencias humanas (1999), Bauman presenta un análisis donde muestra cómo las demandas por justicia social tienden a debilitarse en la actualidad. Las reivindicaciones con propuestas de buscar sociedades donde las "desigualdades queden menos desiguales" (Faoro 2008, 247) son desmanteladas constantemente por una lógica económica y una política "individualizante".17 Esto lo explica el hecho de que la globalización favorece en forma desmedida una desertificación del espacio público, ya que

bajo las nuevas condiciones, la nación gana muy poco con su proximidad al Estado. El Estado puede no esperar mucho del potencial que moviliza a la nación, del cual precisa cada vez menos, a medida que los masivos ejércitos de conscriptos, reunidos por el frenesí patriótico febrilmente estimulado, van siendo sustituidos por las unidades high-tech elitistas, secas y profesionales, mientras la riqueza del país es medida, no tanto por la calidad, cantidad y moral de su fuerza de trabajo, sino por la atracción que el país ejerce sobre las fuerzas fríamente mercenarias del capital global (Bauman 2001, 212).

Al considerar que la única forma de combatir la concentración de poder económico y político en Brasil es a través de acciones cotidianas capaces de emprender una lucha contra las desigualdades, quizá Faoro tenía en mente que el Estado nacional poseía todavía, al final de los años noventa, la capacidad de intervenir a favor de un proyecto colectivo de nación. Pero éste necesitaba ser impulsado por los movimientos de presión que deberían formarse en la sociedad civil. Según Bauman, las dificultades, tanto del lado del Estado como de la sociedad civil, tienden a agigantarse:

En vez de unirse en la guerra contra la incertidumbre, prácticamente todos los agentes institucionalizados eficientes de acción colectiva se unen al coro neoliberal para alabar como 'estado natural de la humanidad' a las 'fuerzas libres del mercado' y el libre comercio, primordiales fuentes de la incertidumbre existencial, e insisten en el mensaje de que el hecho de dejar libres las finanzas y el capital, abandonando todas las tentativas de frenar o regular sus movimientos, no es una opción política entre otras, sino un dictamen de la razón y una necesidad. En efecto, Pierre Bourdieu definió recientemente las teorías y prácticas neoliberales esencialmente como un programa para destruir las estructuras colectivas capaces de resistir a la lógica del mercado puro (2000, 36).

En un mundo "globalizado, sin barreras, donde el comercio sirve de justificación para la especulación y para la prosperidad" (Faoro 1999, 23), ¿sería realmente posible que el Estado llegase a dar respuestas a las demandas para disminuir las desigualdades? Si, por un lado, se tiene un Estado que enaltece el camino neoliberal que va a enviar esfuerzos para destruir cualquier tentativa de protestar contra la lógica del mercado: "El fundamentalismo del mercado, cercado de prestigio en sus primeros momentos, en la visión actual, no pasa de una falacia" (Ibid. 2002, 49). Por otro, hay dificultades de organización enormes de la sociedad civil en pro de la desconcentración de la renta, es ahí donde está la sedimentación de todos los obstáculos para revertir las desigualdades actuales.

Y ¿por qué resulta tan difícil, en ese contexto en que la globalización se acentúa más, trazar caminos inversos a la agudización de la pobreza y de las diferencias? Celso Furtado afirma que eso se debe a que el Estado da atención

primero a la demanda pagable, que es de la clase media y de los ricos. La pobreza es la contrapartida de la mala distribución de rentas. Limitándose a reproducir un modelo de sociedad mucho más rica, se aumenta la concentración de renta. El avance de la economía se produce por medio de una presión muy grande de las clases dirigentes que tienen prioridades. Cuando se importan automóviles u otras cosas sofisticadas, se concentra la renta en el sistema de consumo (2002, 19).

Lo que se observa es que la lógica de la sociedad globalizada está centrada en ese proceso de expansión de las condiciones que hacen más profundas las desemejanzas sociales. Sin embargo, Faoro consideraba posible la emergencia de formas políticas capaces de cuestionarlas, porque se constataba un aumento de la sensibilidad política de la población, y afirmaba:

De 1950 hasta hoy [1998], ocurrió no una mejora, sino un milagro. Tenemos dos Brasiles desde 1950 hasta hoy. Es claro que una dictadura, que se implantó en 1964, es un factor adverso. Entonces, la dictadura fue capaz de elegir un Sr. Collor (porque quien eligió a Collor fue la dictadura), despojando a la población de su conciencia política que después va reconquistando, y de una forma muy lúcida, a partir de Fernando Henrique, del Plan Real, y del malogro del Plan Real (2008a, 262).

Debe observarse, no obstante, que eran muy frágiles las constataciones de Faoro acerca de la mejora significativa de la sensibilidad política de la población en general. Era exagerada su afirmación, en La muerte sospechosa (1999a, 19), de que para el pueblo "el presidente, que siempre fue una figura decorativa, propia para los desfiles en las pasarelas políticas internacionales y las entrevistas fáciles y apagadas, se convirtió en un fantasma"; en realidad, ¿se habría convertido en un fantasma para la mayoría de la población? Los números de las elecciones de 1998 no lo habían demostrado. Parecía que aún existía una expectativa positiva en torno del presidente reelecto. En algunas expresiones de Faoro, la existencia de una supuesta sensibilidad política de los brasileños adquiría relevancia, que no se confirmaba cuando esa población iba a las urnas, por ejemplo. Decir que los electores tenían claridad de haber votado por alguien que "pertenecía al espectáculo de la fantasmagoría" (Ibid. 1999, 19) era un poco exagerado y disonante con las dificultades de organización política de la mayoría de los habitantes.

Existía un abismo entre la percepción (que según él era fácil constatar en varios segmentos sociales) de que hubo una ilusión flagrante en torno de un plan económico, que había fracasado, y la organización en movimientos sociales capaces de emprender una lucha constante y duradera por una mejor distribución de renta.

En una entrevista, Faoro parece creer que las reclamaciones por justicia social, en épocas de globalización acelerada, se habían tras-ferido de la esfera del conflicto y del enfrentamiento entre obreros y empresarios para otro lugar, donde los intereses de los dos segmentos -aunque opuestos- se conjugan para el ejercicio conjunto de una presión contundente sobre el Estado nacional, es decir, para que éste estableciera instrumentos capaces de proteger al capital, empleos y obreros (1999). Pero deja claro que en esencia está pensando en el capital productivo, que genera empleo y por lo tanto debe ser protegido de las arbitrariedades de la globalización tecnológica y financiera.

¿Qué quiere el obrero hoy? Es una paradoja, pero él quiere que el burgués sea próspero porque necesita empleo. Él no está contra el burgués, no está contra el capitalista. Por el contrario, él quiere que el capitalista tenga la posibilidad de mantener la empresa funcionando, por el bien de su empleo, de su salario. En ese momento, prácticamente, hay tregua en el conflicto de clases. Pero la clase obrera y la otra clase encontraron un punto de conjunción que es poco común en la historia. Ellos [el obrero y el capitalista] son congruentes en una cosa: en la cautela contra la globalización. En ese aspecto existe confluencia. En la necesidad de sobrevivir (Faoro 2008c, 272).

La discusión de Faoro suscita al menos dos puntos que merecen analizarse, el primero es que en el fondo de sus reflexiones hay elementos que confirman los argumentos de Bauman (1999; 2001 y 2003) sobre los enormes problemas actuales para que se constituyan procesos de lucha en favor de la justicia social, de la distribución de renta y la disminución de las desigualdades sociales.18 Esa disolución del enfrentamiento —que él señala como una conjunción que había existido en algunos otros lugares y momentos de la historia— es hoy el gran obstáculo para la expansión de la propia sensibilidad política, mencionada por Faoro en Los dueños del poder (1989). La tregua a la que el autor se refiere sería, en realidad, el nudo difícil de desatar en un país donde todos los procesos y ciclos económicos, desde la colonización, han desembocado siempre en la máxima concentración de renta, según mostró Furtado en Formación económica del Brasil (2000), publicada por primera vez en 1959.

El segundo punto, que se debe tener en cuenta cuando se lee el diagnóstico de Faoro, acerca de las treguas y la desaparición de los conflictos debido a la globalización, es el siguiente: en Brasil, incluso antes que prevaleciera la globalización tecnológica y financiera hubo, por parte de los sectores dirigentes y dominantes, un rechazo continuo a todo y cualquier enfrentamiento en favor de la desconcentración de la renta en el país. No haber permitido que el enfrentamiento crease una esfera pública de demanda, capaz de señalar las acciones de los sectores dirigentes y dominantes en el país, fue lo que siempre constituyó la esencia de la imposibilidad de contener el abismo social, que año tras año se fue abriendo entre los grupos que se apropian de una parte considerable de la renta nacional y los que no detentan casi nada de ella.

De modo general, es posible decir que la globalización, como un punto de conjunción entre empresarios y obreros, significa mucho más estancamiento de cualquier posibilidad de desarrollo de la sensibilidad política, según parece creer Raymundo Faoro en algunos momentos. El análisis de sus efectos colocaba de un lado a los propietarios del capital productivo y a los obreros, y del otro al gobierno y al Estado. A los dos últimos Faoro los veía, en 1999, como destituidos de cualquier acción considerable dirigida a proteger los intereses nacionales. "El Estado no está ejerciendo ningún papel. Si tuviese una política económica, habría establecido el equilibrio. ¿Qué hace cualquier Estado? Protege el Capital, protege a los obreros, protege los empleos" (2008c, 273).

Si las clases habían encontrado un punto de conjunción, como fue mencionado por Faoro, ello era indicio de que el contexto mundial asentado en la globalización llevaría al agravamiento de los problemas relacionados con desigualdades sociales.19 En un mundo de contornos cada vez más inciertos (Bauman 1999; Furtado 2001), las posibilidades de concentración de renta y de poder son cada vez más concretas en la medida en que no surgen formas de enfrenta-miento. No hay una construcción de caminos a través de los cuales se pueda redefinir un modelo de organización social asentado por entero en la exacerbación de las desigualdades. Es cuestionable la posición de Faoro, acerca de la existencia de algo positivo en la convergencia de intereses de obreros y empresarios en torno de la necesidad de supervivencia, en épocas de globalización. En Brasil, esa confluencia tendería a una inmovilización mayor aun de los segmentos trabajadores, que habían tenido un papel importante en la construcción de espacios políticos capaces de tornar públicas las demandas sociales.

[...] Durante mucho tiempo la sociedad civil, particularmente allí donde florecieron las organizaciones sindicales, desempeñó el papel de contrapeso al poder del capital, lo cual fue transformándose en poder financiero. Ese proceso evolutivo, basado en un equilibrio de fuerzas, provocó importantes modificaciones en la distribución de la renta social, pero sin afectar, de forma significativa, el contenido de las estructuras productivas. El papel desempeñado por el Estado nacional en la configuración de las sociedades capitalistas modernas fue de gran importancia. Ese proceso evolutivo abrió espacio para la concentración del poder económico y para la emergencia de las estructuras transnacionales. [Estas últimas] progresivamente van debilitando los Estados nacionales, que constituyen el soporte de las fuerzas que actúan a favor de la reducción de las desigualdades sociales. Prevalece la doctrina de que la estructura social es legitimada por la aceptación de riesgos. Lo que presenciamos entonces, es un proceso de concentración de renta y poder bajo el comando de grandes empresas totalmente ajenas a compromisos con la sociedad civil. El agravamiento de las tensiones sociales hace pensar que puede estar en gestación una crisis de grandes dimensiones, cuya naturaleza se nos escapa. Todavía, no sabemos como enfrentarla (Furtado 2002a, 9-10).

Si el conflicto de clase estaba en tregua, como afirmaba Faoro, no había cómo imaginar formas para presionar al Estado con el fin de que protegiese los intereses de los trabajadores. Según él, el gobierno y el Estado habían desaparecido al final de la década de 1990. En su lugar había quedado una alianza apócrifa20 que no tenía cómo representar cualquier tipo de interés nacional, en vista de una coyuntura global que exacerbaba los daños y perjuicios para el país. No existía una política económica capaz de evitar las pérdidas que Brasil había acumulado (Faoro 2008c, 273).

Era obvio que el gobierno reelecto en 1998 intentaba reducir el deterioro sufrido desde la implantación del Plan Real. El cambio en la política económica —la super desvalorización y fin del ancla cambiaría—21 en 1999, expresó una tentativa de los dirigentes para contener los efectos colaterales del plan establecido en 1994, que había producido "una deuda mortífera, un déficit comercial sin precedentes y un déficit fiscal" significativo (Ibid. 1999a, 19). Para mantener cierta estabilidad de la moneda, se habría echado mano de instrumentos de gobierno (la política monetaria) equivocados. Celso Furtado afirmaba que, en la primera fase del Plan Real, la super valorización de la moneda habría sido una locura, más que un equívoco (2002, 31)

 

Estado, globalización, intereses comunes y privados

Respecto a la cuestión del Estado, en 1999 Raymundo Faoro daba continuidad a sus análisis iniciados en Los dueños del poder, cuya primera edición se había lanzado hacía 50 años. El autor resaltaba que el Estado brasileño, en el umbral del siglo XXI, no era el que estaba en vigor en el XIX. La comparación podría ir hasta el siglo XIX porque por ejemplo en el xvn había una forma de administración orientada por el patrimonialismo, pero no un Estado nacional propiamente dicho, sin embargo, éste continuaba siendo una promesa en el Brasil de principios del siglo XXI.

Existe un Estado, según el tipo ideal, en la voz de Hegel, en que los intereses privados de los ciudadanos están en armonía con el interés común, cuando uno se siente realizado por el otro. Advierte, para salvaguardar libertad, que ello no impide el desequilibrio entre el interés privado y el público, de lo que resulta la fusión de uno con el otro en el Estado despótico. En otras palabras, el Estado existe si los ciudadanos tienen conciencia de que, además de la codicia y de la agresión particular, hay un interés público que debería ser preservado, en toda la vida de la sociedad. Sólo a partir de ese momento, se entra en el terreno de la historia, que supone fases que se continúan y caminan para un fin —aunque sea un fin desconocido (Ibid. 1999b, 26).

En el caso de Brasil, parecía muy lejana la posibilidad de ver un "locus" de preservación del interés público en el Estado; pues éste, en el umbral del siglo XXI, seguía siendo la expresión de un desequilibrio brutal entre los intereses particulares y públicos. Ese hecho impedía que se formase una visión del Estado que no reafirmara sólo la gestión de intereses particulares. Entonces, en el país se vivía no un debilitamiento del Estado nacional, lo que sería fruto de la globalización financiera y tecnológica en curso; sino más bien el desvanecimiento de un tipo ideal de Estado que se asentaba en la conciencia sedimentada de que el interés público constituía su razón de ser. Según Faoro todo indicaba que en Brasil no se había dado todavía el paso esencial con respecto al Estado: el pasaje de un ideal para el terreno de las acciones concretas que harían posible, a lo largo de muchas fases, que se tornara efectivo lo que fuera de interés público, y se sobrepusiera a las agresiones particulares que consumían el Estado y minaban la posibilidad del surgimiento de otra conciencia acerca de su papel.

Todo eso porque "Estado quiere decir una conciencia de sí mismo, lejos de los meros aparatos y mecanismos, impuestos de fuera, para asegurar la paz, la prosperidad, siempre de modo precario y represivo" (Ibid. 1999b, 26). Colocada en esos términos, la reflexión de Faoro posee el mérito de señalar cuan profundas son las dificultades para que se constituyan procesos sustanciales de cambio social en el país. El Estado, como conciencia de sí mismo, es algo que mediante la privatización de lo público parecía inalcanzable en el umbral del siglo XXI. En ese caso, no se tenía demasiado Estado, como querían convencer a todos los neoliberales. Sí, en cambio, uno insuficiente en relación con la conciencia de un interés público que debería ser preservado siempre, y no insuficiencia de "aparatos, mecanismos y órganos públicos" (Ibid.), los cuales mantenían un cierto orden social, a través de expedientes y procedimientos represivos.

Así se perpetuaban los anacronismos institucionales que acompañan al país desde el periodo colonial. "Anacronismo en la conciencia de Estado, en la política errática y fluctuante, que permite que los dirigentes cambien de discurso y de camisa, sin que a nadie le importe ni proteste. El poder es todo, la ciudadanía es un simple e irrelevante adorno -lo que vehemente excluye la existencia del Estado" (Ibid.).

En ese pasaje, Faoro señala la cuestión esencial, es decir, dónde estarían los obstáculos para la constitución de la ciudadanía en Brasil: se encuentran en la inexistencia de una consciencia de Estado. Como no existe, se naturalizan todos los tipos de bajeza en la vida política y en la administración. Es de ahí que proviene la sensación de que a nadie le importa que la nación sea destruida como proyecto colectivo. Constituir esferas públicas, comprometidas con la emergencia de otro tipo de relación con el Estado, presupone la formación de una sensibilidad política que desemboque en una conciencia de Estado nueva en el país.

Raymundo Faoro, al tratar de la disociación entre Estado y nación, presuponía que no existe Estado como conciencia de sí mismo sin la condición ciudadana; sólo hay aparatos y mecanismos represivos. Esa posición reafirma sus discusiones aparecidas en Los dueños del poder (1989) y i4samblea constituyente: k legitimidad recuperada (1981), acerca de las dificultades vigentes en el país, de dar simultaneidad a dos procesos que parecen inexistentes: la construcción del Estado y de la nación. Como le preocupaba la (im)posibilidad de que los pasos que conducen a la modernidad22 se establecieran de forma efectiva, Faoro dio indicios de que al hablar de modernidad tenía en mente la formación de los Estados nacionales de Europa en el siglo XVIII.23 De acuerdo con Norbert Elias, "los Estados se hicieron 'nacionales' en conexión con cambios específicos en la distribución de poder entre gobernantes y gobernados, y entre los estratos sociales de sus sociedades —lo que afectó la naturaleza de la propia estratificación" (2006, 159-60).

Faoro destacaba, en sus libros y artículos, la no existencia crónica en Brasil de procesos de distribución de poder entre los segmentos sociales, como el gran problema que llevó, a través de las décadas, al empecinamiento de la construcción de un Estado de derecho democrático en el país.24 Los mecanismos oligárquicos habrían repelido el surgimiento de conflictos capaces de generar el equilibrio de poder entre los diversos estratos sociales. Se rechazó así la búsqueda, según Elias, de relaciones de interdependencia entre aquellos últimos.25 Como "el movimiento hacia una interdependencia funcional mayor entre grupos humanos engendra tensiones estructurales, conflictos y disputas, que pueden o no permanecer insolubles" (2006, 159) se crean, entonces, las condiciones para la emergencia de procesos de modernidad que en su centro tienen la generación del Estado nación y, por consiguiente, de la condición ciudadana.

Al analizar el final de la década de 1990, Faoro destacaba que el modo como los dirigentes conducían la vida política nacional, en el umbral del siglo XXI, tenía estrecha relación con un mecanismo secular de negación de toda y cualquier posibilidad de distribución de poder entre los segmentos sociales. Las medidas encaminadas en los dos mandatos de Cardoso, que engendraban "un mar de excluidos" (1999d, 33), estaban relacionadas de manera directa con la manutención de una oligarquización del poder que hacía que los procedimientos tecnocráticos, asentados en la razón de Estado, siguieran dictando los rumbos de la vida económica y política.

Faoro insistía en que era imposible olvidar que la era de la "glo-balización sin rumbo y sin dirección" (Ibid.) se había instalado en el país, no en el periodo de Cardoso (1995-2002), sino en el de Collor de Mello (1990-1992), cuando tuvo auge la toma de decisiones fundada en las razones absolutas de algunos tecnócratas que acumulaban en sus manos poderes absolutos para manejar la vida económica, sin respeto alguno por la Carta Constitucional de 1988.

Para quienes consideraban una gran novedad la actuación del régimen de Cardoso, Faoro aconsejaba que se compararan sus hechos de gobierno con los de Manuel Ferraz y Campos Sales (1898-1902), en su pretensión de restauración económica. Ambos deseaban la recuperación económica y financiera del país, y se aferraron a que eran los problemas financieros los mayores por enfrentar. Lo interesante, decía Faoro, es que los métodos eran parecidos; coincidían en reducir los gastos, aumentar impuestos y generar una inmensidad de excluidos.

El mismo presidente Fernando Henrique Cardoso se declaró varias veces dispuesto a rehacer el recorrido de Campos Sales, con respecto a la recuperación financiera y económica. En realidad no se dudaba de que algunos procedimientos se repetirían 100 años después. Había alguna semejanza, entre los gobernantes del final del siglo XIX y del XX. Por ejemplo, Campos Sales puso en práctica medidas que llevaron a la "paralización de las actividades económicas, sobre todo la industrial, [así] lanzó al desempleo [a un] contingente significativo de trabajadores" (Ibid.), lo que también estuvo presente con la sobrevaloración de la moneda, en el Plan Real, causando daños inmensos a la industria nacional. Pueden verse también otros aspectos indicadores de similitudes entre las acciones de los dos presidentes:

En todas [...] las actividades, por una vía o por otra, la intervención del Estado estuvo presente, raras veces abiertamente, casi siempre encubiertamente. Para que se diese el cambio en favor de un objetivo inflexiblemente fijado, se mató a la industria nacional que nacía, salvo quien gozaba de los favores del Tesoro, con la garantía de intereses y otros expedientes. Este habrá sido el primer ensayo de globalización, dando preferencia a las compañías extranjeras (hoy multinacionales) sobre las nacionales. No faltaron, para que la receta fuese completa ni siquiera las privatizaciones (Faoro 1999d, 33).

Una de las mayores semejanzas entre esos dos momentos (de Campos Sales y Cardoso) era la ilusión modernizante que estaba por completo distante de cualquier proyecto de modernidad para el país. En el umbral del siglo XXI, "el pueblo continúa excluido, confiscados sus empleos, mientras un connubio entre el capital extranjero y los grupos nacionales 'simpáticos' se apropian de las privatizaciones, generosamente financiadas por los bancos públicos" (Ibid.).

Las perspectivas económicas y sociales de la gran mayoría se reducían a diario, debido a "una política inclinada a la internacionalización" (Ibid. 1999e, 19) que respondía a algunos intereses particulares y jamás a los colectivos de la nación.26 Esa era la característica principal que señalaba que las ilusiones modernizadoras seguían acompañando la marcha en curso en el país, entonces. La gran mayoría de la población, como en otros momentos, seguía esperando alguna solución salvadora. A principios del siglo XXI, se lanzaba lejos la posibilidad de fortalecer a la ciudadanía; las dificultades para hacerlo tenían una larga historia, que comenzaron con la colonización. Manoel Bomfim afirmaba: "El resultado de ese pasado recalcitrante es esta sociedad que está ahí: pobre, agotada, ignorante, embrutecida, apática, sin noción del propio valor, esperando del cielo el remedio para su miseria, pidiendo fortuna al azar-loterías, 'juegos de bichos', romerías [...]" (1993, 327-328).

La condición ciudadana es, en última instancia, la conciencia de que los intereses colectivos sólo pueden lograrse a través de una lucha política capaz de señalar las acciones de los dirigentes atendiendo las demandas colectivas. La expectativa que se crea en torno de soluciones salvadoras es alimentada por la dificultad de transformación, como dice Bauman (2001), del individuo de jure en individuo de facto.27 Lo que está entre el primero y el segundo es justo la condición ciudadana,28 que puede definirse como la situación en que el individuo tiene en sus manos la posibilidad de tornar públicas sus demandas y de ver atendidas sus reclamaciones.

Pero Faoro tenía plena conciencia de que aquel momento estaba repleto de imposibilidades para ampliar la condición ciudadana, que consistía en el ejercicio de la acción colectiva. Los obstáculos eran históricos, internos, externos, de coyuntura y también estructurales. El enflaquecimiento del Estado-nación, que de hecho nunca fue construido,29 estaba en la base de los impedimentos múltiples que crecían en el umbral del siglo XXI. En el artículo "La vía florentina" (1999g), Faoro llamaba la atención hacia dos aspectos: a) la nítida dificultad externa que Brasil enfrentaba debido a la globalización y b) el enflaquecimiento interno del país en vista de los problemas para realizar cambios más audaces, tanto en el Estado como en la economía.

En relación con los contratiempos externos, Faoro decía que el encuentro de cúpula celebrado en Florencia, Italia, en 1999, había dejado muy claro hasta dónde algunos líderes internacionales veían a Brasil con desdén. Eso habría emergido cuando el presidente Fernando Henrique Cardoso

buscó la aprobación y el permiso de sus colegas para tasar los capitales migratorios y volátiles. Blair [primer ministro de Inglaterra] y Clinton [presidente de los EE UU], sin ceremonias diplomáticas, se manifestaron brutalmente contrarios a la tesis [...] Clinton le propinó una estocada sin piedad. Observó que la fórmula podría dar resultado, como en Chile y en Uganda, sólo después de resolver el déficit público, lo que no era el caso de Brasil. La mención de Uganda [...], que, si no fuese un acto fallo, sería una ironía insultante, empalideció al proponente tropical, que aprendió a comportarse y a no ser inoportuno en una fiesta dedicada apenas a las frases (Faoro 1999g, 23).

Y ¿por qué la coyuntura interna y externa tenía conflictos claros en relación con la posibilidad de cambios sustanciales? Por un lado, había un orden internacional que rechazaba cualquier desvío de la ruta trazada por la globalización, marcado por el dominio de los poderes globales empeñados en ajustar a los Estados a su lógica de intereses y, por otro, en 1999 había un "jefe de Estado gris, apagado, sumiso a los caciques, dentro del País, y, fuera de él, reverente a las imposiciones internacionales" (Ibid.).

 

Consideraciones finales

Durante 1999, Faoro trató de demostrar que los problemas relacionados con el modo de administrar el Estado y la vida política como un todo seguían aumentando, de manera que generaba una incertidumbre enorme en relación con las posibilidades de construir aquí una nación más justa y democrática. Los desafíos venían de las coyunturas interna y externa. El cuadro se agravaba, según él, por la perpetuación de una forma de mando y la decisión divorciada por completo de los intereses colectivos. Sin embargo, dicha situación era escamoteada en 1999, pues los dirigentes propagaban, en alto y con buen sonido, que si el presidente Cardoso había sido reelecto se debía a la gran satisfacción con sus acciones y desempeño. La impresión de que había un camino luminoso que por ahora estaba siendo pavimentado por los pesimistas de turno, los cuales eran llamados "neobobos", ya que no hacían nada más que criticar la apuesta neoliberal del gobierno.

Los dirigentes luchaban con todo vigor para evitar la deslegitimación de su autoridad pública, y lo hacían apegándose a los resultados electorales de 1998 que los habían consagrado a la posición de mandantes de la nación. Era visible su lucha por apagar todo y cualquier pesimismo del horizonte político. Para hacerlo, ellos apelaban a las artimañas que disimulasen un panorama difícil para "las personas que deambulaban en busca del empleo inexistente, heridas por la inseguridad, inquietas por el retorno de la inflación y los trastornos del real, debilitado por la maxi desvalorización, con la que poco contaban, empujando para arriba los precios de las mercaderías" (Ibid. 1999h, 19).

Según Faoro, el año 1999 habría sido marcado por la tentativa de los dirigentes de disimular las incertidumbres económicas y políticas provenientes tanto de un largo proceso histórico como de la expansión de la globalización. Las crisis se coordinaban de modo que no pudiera trascender el tamaño de la distorsión que se había producido entre la expectativa de los electores, de solución de los problemas engrosados con la crisis del Plan Real y las medidas económicas puestas en práctica durante el segundo mandato de Cardo-so. Las acciones gubernamentales que profundizaban el sufrimiento social de una parte significativa de los habitantes, alcanzados por el desempleo, por ejemplo, hería la soberanía popular, pues violaba de cierta forma, la confianza que había sido depositada en las urnas. Aunque Faoro dejaba una indagación: "Si votamos mal, ¿qué hacer ante una situación como ésa?" Su respuesta era:

Que nos sirva de lección para la próxima vez que nos llamen a las urnas —infelizmente no hay otra salida constitucionalmente visible, aunque la reelección tenga manchas, que, por no haber sido probadas, no sirven de base para medidas de tan alta gravedad. Resta, además del orden legal, una interrogación dentro de un enigma, si la ineficiencia presidencial lleva a la parálisis, generando la pérdida de legitimidad (Ibid.).

Faoro consideraba que la confiabilidad presidencial, que en 1999 le había dado a Cardoso un segundo mandato, estaba agonizando. Y el dato más grave era que no se vislumbraba en el horizonte posibilidad alguna de que estuviera gestándose algún proyecto capaz de reconquistar la confianza de la población en los gobernantes. Si la gente fuera perdiendo paulatinamente la confianza en la acción de quienes eran consagrados por el voto popular, única fuente de soberanía en un Estado de derecho, se abrían las condiciones para oportunidades futuras de elegir individuos cuyo llamado por el voto estuviera centrado siempre "en soluciones mágicas y salvadoras" (Ibid.). Por lo general, políticos de esa naturaleza están condenados, como fue en el caso del presidente Collor de Mello (1990-1992), a la deslealtad constitucional,30 lo que impide cada vez más cualquier posibilidad de que se vaya madurando políticamente, de manera continua, hacia una sociedad democrática.

 

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NOTAS

1 Texto escrito en portugués, traducido al español por Azucena Geymonat Oberdiek. La autora agradece los interesantes comentarios de Raquel Gamus (Venezuela).

2 El libro La democracia traicionada (2008), organizado por Maurício Dias, contiene entrevistas íntegras de Faoro entre 1979 y 2002.

3 Celso Furtado (2001) establece una diferencia entre globalización del sistema productivo, vigente desde el siglo XVI, y la tecnológica y financiera, prevaleciente en las últimas décadas del siglo XX.

4Véase Faoro (1990; 1991; 1991a, 1991b; 1991c y 1991 d).

5 Las discusiones de Faoro sobre la vigencia en el país de un capitalismo políticamente orientado fueron tratadas en Rezende (2006).

6 "[...] el mercantilismo [...] no constituye el punto de partida del desarrollo capitalista, pero éste ocurrió inicialmente, en Inglaterra, paralelamente a la política monopolizadora fiscal del mercantilismo, y fue de tal modo que un conjunto de empresarios, que había ascendido independientemente del poder estatal, encontró, tras el fracaso de la política monopolizadora fiscal de los Stuarts, en el siglo XVIII, el apoyo sistemático del Parlamento. Por última vez se enfrentaron aquí en una lucha el capitalismo irracional y el racional: el capitalismo orientado hacia las oportunidades fiscales, coloniales y monopolios estatales y el capitalismo orientado hacia las oportunidades de mercado que resultaban, automáticamente, sin medidas impuestas de fuera, de las propias transacciones comerciales" (Weber 1999, S24-S2S).

7Faoro discutió de manera profusa en El plan: lo improvisado y la incertidumbre (1990a) y ¿Dónde estamos? (199le) el Plan Collor I, decretado en 1990. Entre sus medidas principales estaban el secuestro de saldos de cuentas y aplicaciones bancarias y la creación de una nueva moneda, el cruzeiro. El análisis de las reflexiones de Faoro sobre el Plan Collor I se encuentran en De Rezende (2006; 2006a y 2006b).

8 "[...] que innovar no es reformar, saben los conservadores de todos los tiempos" (Faoro 1990b, 25).

9 Faoro afirmaba que la mejor definición de paternalismo pertenece a Sergio Buarque de Holanda: "El uso de leyes o medidas públicas que, restringiendo la libertad de los individuos, cuidan de protegerlos" (1993, 21).

10"Cuanto más se globalizan las empresas, cuanto más escapan de la acción reguladora del Estado, más tienden a apoyarse en los mercados externos para crecer. Al mismo tiempo, las iniciativas de los empresarios tratan de huir del control de las instancias políticas. Volvemos así al modelo del capitalismo original, cuya dinámica estaba basada en las exportaciones y en las inversiones en el extranjero. En suma, el trípode que sustenta al sistema de poder de los Estados nacionales está evidentemente abalado, en perjuicio de las masas trabajadoras organizadas y en provecho de las empresas que controlan las innovaciones tecnológicas. Ya no existe el equilibrio garantizado en el pasado por la acción reguladora del poder público" (Furtado 2001, 29).

11 El se refería al Plan Real que entró en vigencia el 1 de julio de 1994, durante el Gobierno de Itamar Franco.

12 "Desde hace un tiempo, desde 1979, para situar las cosas en el debido tiempo, fue adoptado el sistema de planes -los 1 1 planes que van de Delfim a Marcílio. En esa fase, ya sea más o menos, se contaba con la necesidad de llevar en cuenta a los políticos, aunque fuera con gestos meramente simbólicos. Este debilitamiento del modelo tecnoautoritario provocó, con temor a un poder que era preciso anular, el hecho consumado. El Plan se instalaba, precedido de un silencio traicionero, sin que se pudiese invalidarlo, salvo que fuera al precio de una convulsión económica (Ejemplo: Plan Collor I)" (Faoro 1993a, 26).

13 "En marzo de 1999 comienza el segundo mandato de Fernando Henrique Cardoso (1999-2002), con una novedad. El PSDB (Partido de la Social Democracia Brasilera), partido del presidente, adopta el tucán como símbolo. Esa ave tropical de pico grande y de colores fue la respuesta que dieron los tucanos 'a las acusaciones de someter el país a las reglas de la globalización sin control y, también, de desarmar el Estado brasilero con las privatizaciones" (Dias 2008, 269).

14El poder global funda "su poder sobre el control de la tecnología, de la información y del capital financiero" (Furtado 2001, 39).

15 Sobre eso, Furtado decía: "En el caso de Brasil, es fundamental volver a crecer. Cualquier camino que se adopte sólo llevará a un mínimo éxito en el plano social si hubiera recursos. Por lo tanto, es preciso recuperar los instrumentos de gobierno. El instrumento más importante es la política monetaria, de cambio. [Basta ver], por ejemplo, el error que ellos cometieron al mantener aquel cambio en la primera fase del gobierno de Fernando Henrique. Hoy todo el mundo reconoce que fue una locura valorizar demasiadamente nuestra moneda. Tuvimos una gran destrucción -o desnacionalización- del sector industrial, creada por el propio gobierno" (2002, 31).

16 George Soros es un gran especulador en el mercado financiero. De vez en cuando él publica algunos artículos en los medios de comunicación mundial, donde analiza la coyuntura económica.

17 "Resumidamente, la 'individualización' consiste en transformar la 'identidad' humana de un 'dato' en una tarea y encargar a los actores de la responsabilidad de realizar esa tarea y de las consecuencias (así como los efectos colaterales) de su realización. En otras palabras, consiste en el establecimiento de una autonomía de jure (independientemente de haber sido establecida también la autonomía de facto)" (Bauman 2001, 41).

18 "En el libro La fantasía organizada, Celso Furtado (1 997) llama la atención sobre el hecho de que ya en 1946 era visible un proceso de extrema concentración del poder económico y de disminución paulatina 'del espacio en que se mueve el individuo'. La atrofia de la vida política no era, entonces, para él, algo referido tan sólo al momento actual, sino que se venía constituyendo, a pasos agigantados, en los últimos 60 años, decía Furtado" (De Rezende 2007, 21).

19 En 1997, Francisco de Oliveira afirmaba que "detrás de la renuncia al combate al desempleo y a la miseria" había algo tenebroso. "Es que las clases dominantes en América Latina desistieron de integrar a la población, ya sea a la producción, o a la ciudadanía" (1 99 7, 3 7).

20 "El país un día cuenta con el liderazgo del PFL, que es la más enérgica; otro día con el PMDB, que negocia alguna cosa para llevar; otro con el partido de Maluf Otro día se unen todos. Pero el Estado no está asumiendo ningún papel" (Faoro 2008c, 273).

21 El gobierno recurre al FMI para evitar "el colapso de la política cambial", lo que no dio los resultados satisfactorios. Así, en 1999, el "mercado impuso que se adoptara la fluctuación del real. En la práctica eso significó una maxidesvalorización, que puso fin a su ancla cambiaría y, del punto de vista de su racionalidad, al mismo Plan Real" (DIEESE 1999, 1).

22 Debe observarse que Faoro establece una distinción entre modernización y modernidad. La primera es "un proyecto de mudanza conducido por un grupo que 'privilegiándose, privilegia a los sectores dominantes. En la modernización no se sigue el camino de la 'ley natural', sino que se trata de moldear, sobre el país, por la ideología o por la coacción, una cierta política de cambio. Las modernizaciones que sucedieron a lo largo del siglo XIX y del siglo XX no condujeron al desarrollo de las condiciones para la instauración de la modernidad en el país; ello porque esta última'compromete, en su proceso, toda la sociedad, ampliando el radio de expansión de todas las clases, revitalizando y removiendo sus papeles sociales'" Faoro (1994, 99) y De Rezende (2006, 211).

23 "[...] Las sociedades europeas asumieron el carácter de Estados-nación, de modo general, a partir de la segunda mitad del siglo XVIII. [Hasta entonces] las personas eran tratadas y se percibían, como subditos de príncipes, no como ciudadanos de una nación. El propio término 'ciudadano' tuvo por un buen tiempo, un sentido opositor, si no abiertamente revolucionario" (Elias 2006, 1S9).

24 "En 108 años de República, solamente 29 se contarían como en el territorio del estado de derecho-18 años, de 1946 a 1964 y 1 1, de 1988 a los días actuales" (Faoro 1999c, 27).

25 "Obsérvese: el problema no es el hecho de que la historia del Brasil sea la historia de una minoría; eso es válido para la historia de muchos otros países. Pero [aquí] esa minoría está estancada, disociada del resto de la sociedad, alimentándose y realimentándose apenas de sí misma" (Faoro 1976, 3).

26 Entre las acciones económicas que indicaban tentativas de atender algunos intereses privados estaba la siguiente: "el dólar, fue previsto en marzo [de 1999], no superaría R$ 2 [reales]- cuando la meta, por el movimiento natural de los negocios, está llegando, el Banco Central baja al mercado y vende, con perjuicio para el país o no, la cantidad de dólares necesarios para confirmar, en diciembre, la previsión de marzo" (Faoro 1 999f, 28).

27 "El individuo de facto es aquél que posee realmente y no ilusoriamente el control de su destino. La modernidad líquida potencializa más y más la ilusión de que los individuos poseen en sus manos las soluciones para sus problemas. Es una ilusión porque no hay soluciones biográficas para problemas sistémicos, afirma Bauman" (De Rezende 2007, 16).

28 El análisis de Bauman (2001) demuestra que "el abismo existente entre el individuo de jure y el individuo de facto puede ser vencido desde que el individuo se transforme en ciudadano; porque esfuerzos individuales son inocuos para la solución de los problemas contemporáneos que alcanzan la vida de la mayoría. Aunque no hay otra forma de proceder sino por acciones políticas que combatan constantemente el vaciamiento del espacio público. Cuanto más reducido sea ese espacio más lejos se estará de soluciones públicas para las aflicciones colectivas" (De Rezende 2007, 17).

29 La disociación entre el Estado y la sociedad en el Brasil era la prueba cabal de las imposibilidades de un Estado-nación que, de hecho, se ocupase de los intereses colectivos.

30 Faoro consideraba que las medidas tomadas por Collor de Mello eran inconstitucionales. Afirmaba que el plan económico aplicado en los primeros días de su gobierno agredía "la Constitución, que apenas se acababa de redactar, fresca aún la tinta. La defrauda en la medida que instituyó préstamo compulsorio, la injuria con la aprehensión sin el debido proceso legal de la propiedad, la escandaliza cuando invade y poda salarios. El espíritu que anima la legislación de los 'paquetazos' es el mismo del período en que el poder Ejecutivo lo podía todo y todo osaba. La presencia del Estado de derecho, mientras tanto mera retórica [...], no atemorizó, no inhibió, no forzó a los de siempre" (1990a, 31).

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