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Andamios

versión On-line ISSN 2594-1917versión impresa ISSN 1870-0063

Andamios vol.7 no.13 Ciudad de México may./ago. 2010

 

Artículos

 

Ciencias sociales e historia. Notas interdisciplinarias*

 

Social Sciences and History. Interdisciplinary Notes

 

Adolfo Gilly**

 

** Historiador y escritor. Profesor emérito, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, UNAM.

 

Fecha de recepción: 14 de diciembre de 2008.
Fecha de aceptación: 8 de junio de 2009

 

Resumen

Recogiendo el señalamiento de Braudel y la escuela de los Annales, en el presente artículo se exploran críticamente algunas ideas sobre el fundamento, alcances, límites y actualidad de los diálogos posibles y necesarios entre la disciplina historiográfica y otras ciencias sociales, especialmente la ciencia política. Mediante el rescate de nociones como tiempo histórico plural, la consideración de los procesos constructivos de hegemonía que articulan lo estatal, así como el reconocimiento de las distintas temporalidades que cohabitan en la sociedad, el argumento se concentra, al modo de unas notas y en permanente atisbo a la circunstancia mexicana, en mostrar la pertinencia y utilidad de aquellos contactos y producciones interdisciplinares.

Palabras clave: Interdisciplina, historia, política, ciencias sociales, tiempo histórico.

 

Abstract

Following Braudel and the Annales School, this article explores and reviews some ideas, their fundamentals, influence, limits and relevance in the possible and necessary dialogue between historiography and other social sciences, particularly, political science. This review employs notions like plural historical time, the consideration of the constructive processes that structures the state and the acknowledgement of different social temporalities. This, to argue —in note form and in constant consideration of the Mexican case— the pertinence and usefulness of interdisciplinary production.

Key words: Interdisciplinary, history, politics, social sciences, historical time.

 

LOS ANNALES Y FERNAND BRAUDEL

Hace más de cuarenta años, Fernand Braudel y la escuela historiográfica francesa de los Annales plantearon una vez más la urgencia de establecer relaciones interdisciplinarias en cuanto a temas de estudio y a métodos de investigación entre la historia y las ciencias sociales: ciencia política, sociología, antropología, geografía.

Al reflexionar sobre estos mismos temas veinte años después, Enrique Florescano (entre otros) volvió a plantear el problema en su contribución a Historia ¿para qué? (1980). Luego de referirse a la recepción entre nosotros de estas preocupaciones, señalaba que no se podía eludir la necesidad de "pasar por la construcción de una plataforma epistemológica que uniera los fines de las ciencias sociales con los de la historia", a falta de lo cual la apertura interdisciplinaria se reduciría "a un comercio de métodos y técnicas" (Florescano, 1980: 116–117).

Hoy, otros veinte años más tarde, con un creciente conocimiento acumulativo del pasado histórico, de las ciencias sociales y del ser humano en particular, el tema de la insuficiente relación entre estas disciplinas en nuestros centros de enseñanza sigue en pie y, a mi juicio, debe ser sujeto a nueva consideración.

La historia no puede ni pretende sustituir a la ciencia política, la sociología o la antropología en sus propias áreas de conocimiento. Por el contrario, un conocimiento más detenido de su objeto de estudio —el pasado, territorio común a todas las ciencias sociales— y de sus métodos de investigación y de prueba parece más necesario que nunca para dar la densidad del tiempo a estudios que concentrados en el presente o el pasado inmediato, el pasado–casi–presente del tiempo de nuestras vidas muchas veces quedan como si les faltara una tercera dimensión.

Lo explicaré también con palabras de Enrique Florescano:

Ocurre que el pasado, antes que memoria o conciencia histórica, es un proceso real que determina el presente con independencia de las imágenes que de ese pasado construyen los actores contemporáneos de la historia. Al revés de la interpretación del pasado, que opera desde el presente, la historia real modela el presente desde atrás, con toda la fuerza multiforme y prodigiosa de la totalidad de lo histórico: volcando sobre el presente la carga múltiple de las sedimentaciones acaecidas, trasmitiendo la herencia de las relaciones e interacciones del hombre con la naturaleza, prolongando fragmentos o estructuras completas de sistemas económicos y formas de organización social de otros tiempos, introduciendo en el presente las experiencias y conocimientos que de su obra ha ido acumulando el hombre en el pasado (Florescano, 1980: 104).

Democracia, globalización, debilitamiento (o no) del Estado–nación, son palabras y temas actuales de la ciencia política. Sin embargo, en diferentes sociedades contemporáneas esas palabras tienen diferente densidad, carga histórica y hasta significado inmediato, aunque parezcan aludir a realidades específicas similares. Sin la precaución de indagar y precisar estas diferencias, esas palabras, en lugar de permitirnos indagar cada realidad, simplemente sirven para enmascararla, desplazando la investigación a generalidades polisémicas y no a objetos de estudio concretos. En esa indagación resulta imprescindible el apoyo de la historia.

En su editorial de noviembre–diciembre de 1989, "Tentons l'experience", Annales1 reiteraba su ambición de "establecer nuevos cimientos para el oficio de historiador y para el diálogo de la historia con las ciencias sociales" y señalaba que los investigadores, alejándose de los dos grandes modelos, el funcionalista y el estructuralista, se estaban orientando hacia análisis en términos de estrategias, que devuelven las memorias, los aprendizajes, las incertidumbres y las negociaciones al centro de la interacción social. Decía la revista:

Los objetos sociales no son cosas dotadas de propiedades sino, más bien, conjuntos de relaciones cambiantes dentro de configuraciones en adaptación constante. El intercambio económico en su forma más simple presupone una convención básica o un arbitraje previo entre convenciones alternativas. No todas estas convenciones corresponden a la esfera del equilibrio de mercado; algunas son producto de muy diferentes representaciones mentales y relaciones sociales y se entienden mejor en un marco temporal más largo que cada operación económica reactualiza y, al mismo tiempo, socava (Revel y Hunt, 1995: 484–491).

Los estudios o representaciones de la globalización o incluso de los intercambios dentro de una realidad pluricultural y pluritemporal como México, que excluyan esta consideración elemental de la historia, estarían imponiendo a esa realidad un marco de análisis que, en lugar de dar cuenta de ella, borraría sus especificidades y con ellas su imagen misma.

 

PLURALIDAD DE LOS TIEMPOS HISTÓRICOS

Es conocido el análisis de Fernand Braudel sobre la pluralidad de los tiempos históricos. Tenemos en primer lugar el tiempo corto, el tiempo de los acontecimientos, los tiempos breves en los cuales se centra la historia tradicional en sus relatos de hechos, individuos, héroes y villanos. Es un tiempo sin profundidad, agitado, "de aliento corto", dice Braudel. Se lo suele identificar con la historia política o el relato de los hechos políticos, sus concatenaciones y sus secuencias, aunque no necesariamente la historia política corresponde a este cuadro. "El tiempo corto es la más caprichosa, la más engañosa de la duraciones", nos previene Braudel. Sin embargo, nos llegan año con año proyectos de investigaciones o de tesis encerrados en esta visión unidimensional de las realidades sociales que tiende a sustituir la explicación por la narración o por la enumeración (Braudel, 1992).

En segundo lugar, tenemos el tiempo intermedio, el tiempo de la coyuntura propio de la reciente historia económica y social, organizado en torno a ciclos de veinticinco a cincuenta años, correspondientes en grandes líneas a las ondas largas de Kondratief, como marco organizador y explicativo. Es el tiempo de la historia económica, que pide el estudio de una curva de precios o de salarios, un cambio demográfico, las variaciones en los intercambios comerciales o en las tasas de intereses, las relaciones en movimiento entre las diversas ramas de industria, como sostenes explicativos del movimiento de los hechos históricos.

Tenemos finalmente, precisa Braudel, "una historia de aliento mucho más sostenido todavía, de amplitud secular: se trata de la historia de larga, incluso de muy larga duración". Para esta dimensión utiliza el término "estructura":

una estructura es [...] una realidad que el tiempo tarda enormemente en desgastar y en transportar. Ciertas estructuras están dotadas de tan larga vida que se convierten en elementos estables de una infinidad de generaciones. [...] Piénsese en la dificultad de romper ciertos marcos geográficos, ciertas realidades biológicas, ciertos límites de la productividad y hasta determinadas coacciones espirituales. También los encuadres mentales constituyen prisiones de larga duración (Braudel, 1992: 70–71).

Braudel nos remite aquí a la geografía: la duradera implantación de las ciudades; la persistencia de las rutas de intercambio; el marco geográfico de las civilizaciones; y también a la cultura: por ejemplo, el conjunto de concepciones que encuadran "las artes de vivir, de pensar y de creer" en cada comunidad nacional o regional y en cada civilización.

Todas estas marcas profundas del tiempo largo de la historia podemos encontrarlas a diario, superpuestas o intercaladas en la abrupta realidad mexicana. Ferrocarriles y caminos siguen las viejas rutas del comercio colonial y prehispánico. Ciudades se superponen a antiguas ciudades y templos a pirámides y adoratorios. Guadalupe sucede, absorbe y lleva en sí a Tonantzin. Cada poblado del valle de México tiene dos nombres: el español y el náhuatl; y en cada fiesta, cada rito, cada disputa o cada elaborada cortesía se superponen como capas de hojaldre las civilizaciones.2

El tiempo corto, el de nuestras vidas, nuestros afanes, nuestros goces y nuestros pesares, está dominado, marcado, regido por el tiempo largo, el tiempo inmemorial.

¿Podemos hacer estudios científicos sobre la política, es decir, sobre las relaciones de mando y obediencia, su formación, su reproducción y sus trasformaciones en México si omitimos, entre nuestros elementos de análisis y de explicación de esas relaciones, aquel trasfondo que, en las palabras de Florescano, también "modela el presente desde atrás, con toda la fuerza multiforme y prodigiosa de la totalidad de lo histórico"?

Sin que tengan porque aparecer en la obra terminada —el investigador, como el constructor, quita sus andamios una vez concluida la tarea—, la idea de la pluralidad de tiempos históricos y la idea de su contemporaneidad en la vida social mexicana me parecen indispensables para nuestros trabajos.

 

EL GRAN ARCO DEL ESTADO

Una forma de mando (rule) se conforma en el tiempo largo de una comunidad humana, aunque sus expresiones jurídicas cambien en los tiempos cortos o en los tiempos coyunturales. Una forma de mando se expresa en una dupla: mando/obediencia, con sus modos, sus convenciones, sus reglas escritas y no escritas, sus entendidos y sobrentendidos. Esa dupla puede ser nombrada de otros modos, aunque sutiles desplazamientos ocurran en los cambios de nombres: dominación/subordinación o también hegemonía, hecha de consenso y coerción.

Entre uno y otro de los dos términos de cada una de esas duplas hay otro elemento que se desdobla en dos: resistencia/negociación.

En otros términos, entre el mando y la obediencia que lo complemente, siempre está presente, sutil o visible, la resistencia. Pero esa resistencia, las más de las veces, no lleva a la rebelión, sino a la negociación. No hay negociación sin resistencia previa, ni la hay sin aceptación en definitiva del mando existente: la negociación quiere modificarlo, no destruirlo.

En esta interacción se constituye y va cambiando la relación social que llamamos Estado y las identidades sociales que componen, viven, renuevan y trasforman esa relación. Nos lo recuerda el antes citado editorial de los Annales:

Las identidades sociales deben ser conceptualizadas como realidades dinámicas que los actores sociales construyen y reformulan a medida que van confrontando nuevos problemas, como formaciones que sólo es posible entender si se examina su desarrollo sobre un periodo de tiempo suficientemente largo (Revel y Hunt, 1995: 487).

Philip Corrigan y Derek Sayer, en The Great Arch. English State Formation as Cultural Revolution (1985), nos proponen la visión de la construcción del Estado inglés como un proceso de larga duración, un gran arco construido a lo largo de nueve siglos en un "proceso de trasformación económica, extensión y construcción políticas y revolución cultural que formó tanto al "Estado" como a sus particulares especies de sujetos sociales y políticos". Sobre una discusión de esta propuesta analítica y conceptual los historiadores Gilbert Joseph y Daniel Nugent compilaron un libro colectivo sobre la formación estatal mexicana: Everyday Forms of State Formation. Revolution and the Negotiation of Rule in Modern Mexico (Durham: Duke University Press, 1994).

En este proceso se constituyen y transforman diversos órdenes de dominantes y subalternos, con sus propias relaciones interiores que cambian tanto como el espacio de resistencia y negociación entre ambos grandes órdenes. En este espacio opera la noción gramsciana de hegemonía. William Roseberry, en su contribución al citado libro, anota al respecto:

Ésta es la manera en que opera la hegemonía. Propongo que utilicemos este concepto no para entender el consenso sino para entender la lucha; las maneras en que el propio proceso de dominación moldea las palabras, las imágenes, los símbolos, las formas, las organizaciones, las instituciones y los movimientos utilizados por las poblaciones subalternas para hablar de la dominación, confrontarla, entenderla, acomodarse o resistir a ella. Lo que la hegemonía construye no es, entonces, una ideología compartida, sino un marco común material y significativo para vivir a través de los órdenes sociales caracterizados por la dominación, hablar de ellos y actuar sobre ellos.

Ese marco común material y significativo es, en parte, discursivo: un lenguaje común o manera de hablar sobre las relaciones sociales que establece los términos centrales en torno de los cuales (y en los cuales) pueden tener lugar la controversia y la lucha (Roseberry, 2002: 220).

Estos significados, relaciones, lenguaje y marco discursivo se construyen en la historia a lo largo de siglos y se modifican mucho más lentamente que las normas jurídicas en las cuales se encuadran. Ésos no son los tiempos de las leyes y los decretos, sino los tiempos de Pedro Páramo.

El estudioso de la ciencia política no puede ignorar la cambiante construcción jurídica del Estado. Pero tampoco puede olvidar que detrás, debajo y a través están esos tiempos de larga duración, y que la realidad donde transcurre la política y se negocian el mando y la obediencia nace de este y de muchos otros cruces, y no de cada uno de sus componentes. Se trata de una realidad en movimiento y, como también dice el editorial de los Annales: "Cada sociedad está constantemente en proceso de construirse a sí misma, y el análisis del movimiento es el único modo para evitar no sólo la insignificancia de las narrativas sino también la tautología de la descripción dentro de categorías determinadas de antemano" (Revel y Hunt, 1995: 486).

 

LAS DISPARES Y CONTEMPORÁNEAS TEMPORALIDADES MEXICANAS

Los mecanismos de transformación en la configuración actual de un sistema son internos a éste, dice el mismo editorial. Negarse a verlo

equivale a afirmar que las causas del cambio son exógenas. Nosotros vemos una dificultad lógica en cualquier explicación histórica que colocara una variable tan crítica fuera de alcance, en una posición externa. Al concentrarnos en los procesos, suponemos, por el contrario, que las temporalidades humanas son múltiples, que la coincidencia cronológica no es una base suficiente para una verdadera contemporaneidad y que las disparidades temporales son creativas (Revel y Hunt, 1995: 486).

Estas tres propuestas me parecen particularmente significativas para cualquier estudio social y político de la realidad mexicana. No afirmo que son una guía, sino que deberían ser una presencia subyacente a cualquier hipótesis de trabajo. Si las repito, focalizadas en nuestro país, diré que en México se nos presentan: a) temporalidades humanas múltiples; b) coincidencias cronológicas entre tiempos diversos que no constituyen una verdadera contemporaneidad; c) disparidades temporales que se fecundan entre sí y generan procesos abiertos, irreversibles e imprevisibles.

Resulta así un laboratorio de análisis privilegiado para el cruce de los estudios políticos y las disciplinas históricas, en comparación con sociedades y territorios de tiempos más homogéneos. Es el caso, por ejemplo, de la ciencia política dominante en Estados Unidos, cuyas categorías de análisis no es prudente recibir tal como han sido producidas sin antes someterlas al recurso de la crítica.

Si cruzamos este punto con el anterior, es decir, temporalidades múltiples con mando y construcción de una relación estatal homogénea, tendremos un interrogante adicional. El mando necesita ser homogéneo: ordenar, nombrar, cuantificar, medir, deslindar, delimitar. ¿Puede serlo sobre una sociedad estructural y temporalmente heterogénea? ¿Qué resulta del cruzamiento y superposición entre el tiempo de la globalización; el tiempo antiguo de Pedro Páramo; el tiempo indígena; el tiempo de la maquila y de las migraciones al norte, confuso, dinámico y entreverado; y ese gran territorio donde se cruzan en desorden todos los tiempos, la increíble ciudad de México dónde vivimos?

Octavio Paz en El laberinto de la soledad (1950) y después Carlos Fuentes en Tiempo mexicano (1971) aludieron a estos cruzamientos. De ellos están hechos el arte y la literatura mexicanos, por lo que las ciencias sociales no pueden ignorarlos sino más bien sumergirse en ellos como hipótesis subyacente a cada una de sus indagaciones.

Los tiempos de la memoria son diferentes en sociedades como la nuestra, y sobre la memoria se alzan las formas de la política, las relaciones de poder y las resistencias a éstas. Ya hace mucho Guillermo Bonfil, entre otros, había trabajado sobre la memoria histórica de los mexicanos indígenas. Esta presencia de un pasado que es presente surge nítida de la comparación entre el estudio de Georges Duby, "Memories with No Historian" (1980) y la entrevista al subcomandante Marcos, "Historia de Marcos y de los hombres de la noche" (1995).

Duby refiere cómo en los siglos XI y XII, en las sociedades llamadas feudales, los asuntos públicos de la gente rural no quedaban escritos, sino grabados en la memoria. Para consolidar esa memoria usaban diversos medios, entre ellos las ceremonias:

Todos los actos de cierta importancia tenían que ser públicos, tenían que suceder ante una gran asamblea cuyos miembros guardaran fe de la memoria y presentaran después testimonio, eventualmente, de cuanto hubieran visto u oído. Las palabras y los gestos se fijaban en un ritual de modo de imprimirlos más vívidamente en la memoria del grupo para que fueran referidos en el futuro. Al envejecer, los testigos se sentían obligados a transmitir a sus descendientes lo que su memoria había guardado, y esta herencia de recuerdos se deslizaba así de una generación a la siguiente. Y para prever un excesivo deterioro durante las transferencias, se empleaban algunos artificios. Por ejemplo, se tenía gran cuidado en tener presentes niños muy pequeños y a veces darles una fuerte cachetada en el punto culminante de la ceremonia, con la intención de que el recuerdo del espectáculo unido al recuerdo del dolor hiciera que tardaran más en olvidar lo que había sucedido ante sus ojos (Duby, 1980).

El subcomandante Marcos, en la entrevista, cuenta sus primeras experiencias con la memoria histórica de las comunidades indígenas:

Tienen un manejo del tiempo muy curioso, no se sabe de qué época te están hablando, te pueden estar platicando una historia que lo mismo pudo haber ocurrido hace una semana que hace quinientos años que cuando haya empezado el mundo. [...] Por ejemplo, un campesino te podía hablar de la época de las monterías, cuando las grandes empresas sacaban la madera de la Selva Lacandona en tiempos anteriores al porfiriato, como si él hubiera estado ahí. Personas de veinticinco o treinta años te platicaban y te daban datos perfectamente coherentes con los que tú habías leído en un estudio profundo de alguno de los investigadores de esa época de Chiapas.

Cómo explicarlo, no sé. Yo me decía que era mucha la coincidencia. Luego supe que en realidad así procede la historia, la otra historia no escrita por ellos. Se heredan las historias y el que las hereda las agarra como propias. Con el analfabetismo que hay, como no saben leer ni escribir entonces escogen a uno de la comunidad a quien hacen que se aprenda de memoria la historia de esa comunidad. Si se presenta algún problema, con él se consulta, como si fuera un libro andante (subcomandante Marcos, 1995: 133–134).

Si se compara el texto de Duby con la entrevista de Marcos, se podrá vislumbrar la dimensión multisecular de los cruces de temporalidades sobre la sociedad pluriétnica y pluricultural que constituye la nación mexicana.

Sobre esos cruces temporales se construyen los elementos del ritual con el cual se conforman, en México y en todas partes, las imágenes del poder en las mentalidades populares, imágenes compartidas dentro de un discurso diferente por la elite dominante. El ritual comunica a unos y otros en un terreno simbólico común pues, como dice E. P. Thompson: "Muy rara vez en la historia las clases dominantes han ejercido la autoridad por medio de la fuerza militar, e incluso la económica, de modo directo y sin mediaciones, y esto sólo durante cortos períodos" (Thompson, 1994).

Los rituales definen los territorios simbólicos comunes y tienden puentes entre los tiempos y los discursos ocultos diferentes. Estos rituales, sedimentados en los tiempos largos de la historia, tienen un elemento sustancial de representación (enactment) y de teatralidad. Se puede pensar que ese elemento está presente, modificado y amplificado sin límites, en los actuales medios de comunicación de masas. ¿No responde esta representación televisiva a la definición de Thompson sobre la relación entre vida política y teatro a lo largo de la historia?:

En todas las sociedades el teatro es un componente esencial tanto del control político como de la protesta o, incluso, de la rebelión. Los dirigentes interpretan el teatro de la majestad, la superstición, el poder, la riqueza y la justicia sublime; los pobres ponen en escena su contrateatro, ocupando los escenarios de las calles como mercados y utilizando el simbolismo del ridículo o la protesta. (Thompson, 1994: 64)

¿No nos está dando Thompson claves para acercarnos a formas específicas de la politicidad mexicana?

 

COMUNICACIÓN Y SOCIEDAD

Thomas Bender, en Community and Social Change in America (1982), aborda una cuestión muy debatida tanto en las ciencias sociales como en la historia. La tipología introducida hace más de un siglo (1887) por Ferdinand Tönnies en los estudios sociológicos: Gemeinschaft (comunidad) y Gesellschaft (sociedad), ¿son etapas sucesivas en las formaciones sociales, o bajo formas cambiantes, se complementan, coexisten o pueden reaparecer en una misma contemporaneidad? ¿La comunidad natural se disuelve en la comunidad del dinero, las dominantes "relaciones de dependencia personal" se trasmutan en las dominantes "relaciones de intercambio mercantil", todo lo que es sólido se disuelve en aire? ¿O aquéllas perviven y se reconstituyen a pesar de éstas o dentro de éstas o sobre éstas?

Este tema recurrente en la sociología y en la ciencia política, el de las relaciones entre comunidad y sociedad política, es tratado tanto por Bender como por Thompson. Con argumentos diferentes, sociológicos en un caso, históricos en el otro, ambos convergen en que los estudios en cada una de esas disciplinas indicarían que no se trata de fases sucesivas de una supuesta evolución desde la comunidad hacia la sociedad política moderna, sino de trasformaciones en la cual aquélla reaparece dentro de ésta en la nueva sociedad urbanizada bajo formas renovadas, por ejemplo, en asociaciones en los barrios de las grandes ciudades estadounidenses y en diversos agrupamientos en las ciudades medianas y pequeñas, asociaciones y agrupamientos también modernos pero ajenos a la relación mercantil.

Para Thomas Bender se trata de modos de relación no sucesivos, sino permanentemente contemporáneos y en intercambio mutuo. Bender contrapone esta visión a las teorías de la modernización y a las dicotomías rural–urbano o tradicional–moderno como etapas sucesivas en una concepción progresista y lineal de la historia. Algunas de sus fuentes son los estudios de Oscar Lewis y de Robert Redfield sobre México donde, de acuerdo con lo que afirma éste último, la comunidad "no es un espacio específico o una línea de base para el cambio histórico; es una forma fundamental y duradera de interacción social". Se trataría, en otras palabras, no de una sucesión lineal sino de un continuum con dos polos entre los cuales habría oscilaciones regulares en las sociedades. En consecuencia, concluye Thomas Bender, "la tarea del historiador o crítico cultural no es fijar el momento en que uno de los mundos de relaciones sociales es reemplazado por el otro; es antes bien probar su interacción y establecer cuál es su importancia relativa para la gente que vive en situaciones específicas" (Bender, 1982).

A mitad del camino entre la sociología, la antropología y la historia, esta antigua y renovada cuestión de la comunidad y la sociedad, confrontada con los argumentos de las teorías de la modernización, parece seguir siendo, especialmente para México, uno de los puntos de encuentro, de intercambio y de colaboración entre la historia, la sociología, la ciencia política y la antropología; o, en otros términos, un punto de cruce entre las ciencias sociales mexicanas. Merece, a mi juicio, una discusión sobre investigaciones empíricas actuales mucho más detallada que la rápida mención hecha en estas páginas.

 

EPÍLOGO INTERDISCIPLINARIO

En un ensayo titulado "De la memoria del poder a la historia como explicación", Enrique Florescano anotaba:

Sin la exigencia epistemológica de construir un campo científico definido, la apertura interdisciplinaria se redujo a un comercio de métodos y técnicas. Los historiadores y los antropólogos convirtieron sus "áreas" en campos de experimentación donde se han probado las múltiples técnicas que el economista, el demógrafo, el sociólogo y los politólogos han creado para estudiar la realidad contemporánea, sin que ello suscitara un acercamiento entre esas disciplinas ni llevara a un replanteamiento común de los problemas del conocimiento en las ciencias sociales (Florescano, 1980: 117).

Nueve años después, el ya citado editorial de los Annales de noviembre–diciembre de 1989 volvía sobre este tema del crecimiento desordenado de la interdisciplinariedad y veía dos peligros posibles. Por un lado, una proliferación y acumulación de estudios de caso imposibles de reproducir y cuyos resultados no son comparables. Por el otro, que esta solución empírica podía alentar la idea de que "ya no hay más problemas y cada investigador es libre de usar lo que le parezca útil; y que, en definitiva, esta circulación de conceptos y métodos bastará para dar resultados convergentes" (Revel y Hunt, 1989).

A estos peligros, la revista contraponía una propuesta de largo alcance que, como conclusión de estas notas sobre historia y ciencias sociales, reproduzco por extenso:

Creemos, por el contrario, que ha llegado el tiempo de plantear una vez más la cuestión de la interdisciplinariedad, no como una cuestión general (pues la cuestión general parece resuelta) sino como un problema de la práctica histórica cotidiana. Queremos sugerir que, antes que concebir la relación entre disciplinas en términos de homología o convergencia, como muchos quisieran que hiciéramos, puede ser útil hoy insistir en su especificidad y, más aún, en su irreductibilidad. La paradoja es sólo aparente. Cada práctica científica construye la realidad sobre la base de una serie de hipótesis sujetas a verificación. Dado que los hábitos y los instrumentos conceptuales de cada una difieren entre sí, sin embargo, los objetos de este modo elaborados no se superponen. En esto hay varias ventajas. La comparación de diferentes conjuntos de cuestiones y prácticas sirve para recordar el carácter resueltamente experimental de todo análisis social. Además, la innovación, tanto en lo intelectual como en otros dominios, depende de la diferencia. ¿Cómo escaparemos del peso de las tradiciones acumuladas y de las formas de pensar establecidas —esas prisiones de larga duración— para poder producir nuevo conocimiento? La interdisciplinariedad, porque multiplica los puntos de vista, nos permite ganar una distancia crítica en cada uno de los modos de representar lo real, dándonos así, tal vez, la capacidad para evitar convertirnos en prisioneros de alguno de ellos. Debería ayudarnos a pensar en forma diferente (Revel y Hunt, 1995: 490–491).

 

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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NOTAS

* Este escrito fue presentado como conferencia en el seminario de doctorantes de la División de Estudios de Posgrado de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, en febrero de 2001. La exposición estuvo dirigida a profesores y estudiantes de ciencias políticas y sociales. La presente versión contiene algunas modificaciones para su publicación.

1 "Tentons l'expérience", Annales, ESC 44 (nov.–dic. 1989), pp. 1317–1323. Las presentes citas están tomadas de la versión en inglés de Revel y Hunt (1989).

2 Trabajé después este tema con mayor detenimiento en Gilly (2006).

 

INFORMACIÓN SOBRE EL AUTOR

ADOLFO GILLY. Historiador y escritor. Doctor en Estudios Latinoamericanos (FCPS, UNAM). Profesor Emérito, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, UNAM. Sus últimos libros: El siglo del relámpago, México, Itaca–La Jornada, 2002, 152 pp.; Historia a contrapelo – Una constelación, México, Era, 2006, 148 pp.; Felipe Ángeles en la Revolución (comp.), México, Era, 2008, 308 pp.; Historias clandestinas, México, Itaca–La Jornada, 2009, 307 pp. En inglés: The Mexican Revolution, New York, The New Press, 2005 (nueva versión en inglés de La revolución interrumpida).

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