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Sociológica (México)

versión On-line ISSN 2007-8358versión impresa ISSN 0187-0173

Sociológica (Méx.) vol.26 no.73 Ciudad de México may./ago. 2011

 

Notas y traducciones

 

Posibilidades y límites de la propuesta de construcción de una sociología pública

 

Maribel Núñez Cruz1

 

1 Profesora–investigadora visitante del Departamento de Derecho de la Universidad Autónoma Metropolitana, Azcapotzalco, y coordinadora del Seminario de Epistemología y Metodología de las Ciencias Sociales, dirigido a los profesores de derecho de la Universidad Autónoma Metropolitana, unidad Azcapotzalco. Correo electrónico: maribelnunez1@hotmail.com

 

Perhaps the most widely cited and most celebrated
words of any sociologist are those of
C. Wright Mills, when he defined the sociological
imagination as the quality of mind that translates
private troubles into public issues.
M. Burawoy

 

El hecho de la hiperespecialización científica y la necesidad de ofrecer soluciones a los complejos problemas que exigen atención en las sociedades contemporáneas han dado lugar a postular la necesidad de promover un estilo de investigación sociológica que ha suscitado enorme interés en Norteamérica, Europa y en algunos otros países de África y América Latina, pero que en México no se ha popularizado aún. La apuesta teórica a la que me refiero es la de la llamada "sociología pública", que a pocos años de que se presentó como tal, tiene ya numerosos defensores y detractores en la comunidad sociológica internacional, por lo que considero indispensable avanzar en la discusión sobre su pertinencia.

Fue el sociólogo estadounidense Michael Burawoy, cuando asumió la Presidencia de la Asociación Americana de Sociología en 2004, quien propuso dar un viraje hacia lo que denomina Public Sociology. Cabe señalar que si dicho planteamiento ha resultado tan controversial como importante es porque sin duda se constituyó en un detonador de un debate necesario al interior de la disciplina, sobre su estado actual y sus posibilidades futuras.2

 

¿HOMO THEORICUS vs. HOMO PRAXICUS?

Existe un amplio espectro de orientaciones teóricas que se pronuncian sobre el carácter de la sociología como empresa científica, sus alcances y sus límites, que van desde las que no admiten como legítima ninguna otra exigencia que las que son propias del rigor científico y el pensar sistemático, y por tanto identifican el quehacer sociológico con la producción de un discurso especializado que persigue intereses cognoscitivos (aunque frecuentemente pueda tener efectos de transformación de la realidad local, regional o global); hasta aquellas que consideran que la sociología como ciencia debe, necesariamente, dar también respuesta a las demandas de la sociedad (de cuya satisfacción dependería, en última instancia, la legitimidad de su labor como campo de saber especializado).

Dicha preocupación es relevante en la medida en que, como dicen algunos, "la promesa va junto con la premisa". En consecuencia, o la validación del conocimiento sociológico resulta sólo del debate y la construcción de acuerdos intersubjetivos de una comunidad de especialistas; o bien, su pertinencia científica tiene alguna relación con la eficacia con la que ofrece recursos conceptuales y cursos de acción coherentes y viables para que los distintos sectores de la sociedad puedan perseguir sus intereses. De ser así, el valor de sus aportaciones estaría en función de su capacidad para hacer contribuciones significativas con vistas a la solución de los problemas que surgen cuando los distintos sectores de la sociedad tienen expectativas contrapuestas.

No obstante, y pese a la diversidad de puntos de vista que los asuntos anteriores suscitan, cabe señalar que priva una suerte de consenso en lo que se refiere a la necesidad de hacer una profunda reflexión sobre la disciplina, misma que emerge como reacción a una situación altamente paradójica: si bien la sociología como ciencia ha demostrado suficientemente que provee de una mirada capaz de articular varios niveles de la realidad y de producir explicaciones integradoras y de gran profundidad, pareciera que recientemente ha sido desplazada en alguna medida por otro tipo de aproximaciones al mundo social, que quizá no logran expresar plenamente su complejidad pero que tienen alguna eficacia, o cuando menos parecen haber adquirido cierto prestigio como fuente de soluciones teóricas o prácticas.

Entre las múltiples evidencias de la creciente reflexividad de la sociología, que se expresa en la presencia de diferentes voces que se interrogan sobre la especificidad de su empresa científica y sus usos sociales, cabe mencionar las recientes publicaciones de reconocidos sociólogos que apuntan en tal sentido. A manera de ilustración podemos citar el caso de El espíritu sociológico (2006), del investigador francés Bernard Lahire, donde se discute el hecho, bastante frecuente dentro de la disciplina, de calificar como sociológicas a investigaciones de muy diversa índole sin que se justifique plenamente dicho carácter, ya porque éstas sean especulaciones poco rigurosas o sin sustento empírico, o bien porque se trate de meros reportes de datos que no van acompañados de una interpretación sociológica.3

Cabe señalar que Pierre Bourdieu, uno de los sociólogos contemporáneos más influyentes en la segunda mitad del siglo XX, fue un brillante defensor de la necesidad para la sociología de construir un lenguaje especializado que la pudiera proteger, al menos relativamente, de las proyecciones ingenuas del sentido común. A propósito de la defensa de la especificidad de la perspectiva cognitiva que ofrece la disciplina, Bourdieu no dejó de reconocer que ello complicaba la recepción del discurso sociológico entre públicos que carecían de los recursos conceptuales o la cultura teórica que se convierte en condición de posibilidad o instrumento de apropiación.

En cuanto a los llamados usos de la sociología, Bernard Lahire también coordinó la compilación de ensayos denominada ¿Para qué sirve la sociología? (2004), en donde recoge las posturas de destacados sociólogos contemporáneos a propósito de la utilidad de la disciplina y donde éstos discuten si, en consecuencia, han de asignársele funciones exclusivamente cognoscitivas o también sociales, políticas, humanitarias y hasta terapéuticas.

Además del debate sobre su función social, también es materia de discusión cuáles deben ser los criterios de construcción de los objetos de indagación sociológica. Robert Castel toma partido por el análisis de largo aliento pese a que reconoce como el objetivo central de la disciplina el de ponerse al servicio de la comprensión de las realidades que hoy inquietan a la gente y la conflictúan. Es decir, movilizar los recursos de la disciplina para descifrar la demanda social,

[…] que no es tampoco solamente el pedido que dirigen los mandatarios oficiales encargados de las cuestiones de la sociedad; también hay que saber leerla a través de las rebeliones sin palabras y el desamparo de aquellos que están condenados a vivir como un destino lo que les ocurre; cuando realmente para eso hay algunas razones de las que la sociología tiene algo que decir (Castel, 2006: 94).

Además, Castel hace una interesante advertencia para no caer en una postura de desprecio del conocimiento histórico (misma que deriva muchas veces del énfasis en atender a los problemas más apremiantes de las sociedades actuales) que da lugar a lo que denomina "análisis empiristas o instantaneístas del presente", ciegos al espesor de las demandas sociales contemporáneas en la medida en que dejan de lado precisamente la dimensión histórica (dado que no investigan las etapas de constitución y de articulación de dichas demandas hasta llegar a la configuración actual del problema). Con el fin de lograr reconstruir dichos estratos, Castel afirma que la sociología ha de valerse no sólo del conocimiento de la historia, sino del que proveen disciplinas como la antropología.

Es así como este llamado de atención acerca de que un diagnóstico preciso de la situación actual requiere poner en juego el conocimiento que aportan los distintos campos especializados también nos remite al momento específico en que se encuentra la relación entre la sociología y otros saberes expertos de disciplinas que pertenecen al campo de las ciencias sociales, y con otras como la filosofía o la lingüística, con las que recientemente se asume que es común establecer un diálogo o intercambio fructífero (posible gracias a lo que se ha dado en llamar cruce de fronteras disciplinarias), cuyo objetivo último es el de poner sus distintas aportaciones teóricas en juego, de modo que sea posible capturar o expresar la complejidad del mundo sociohistórico, cuyas manifestaciones no se corresponden en modo alguno con la parcelarización de los problemas que tiene lugar en el ámbito del conocimiento.4

En el mismo sentido, cabe recordar el abierto rechazo que suscitaba en Pierre Bourdieu cualquier forma de monoteísmo científico o metodológico:

Al fin y al cabo, la investigación social es algo demasiado serio y difícil para nosotros como para permitirnos confundir la rigidez científica, que es la némesis de la inteligencia y de la invención, con el rigor científico, y así privarnos de este o de aquel recurso disponible entre la panoplia de nuestras tradiciones intelectuales de nuestra disciplina y de las disciplinas hermanas, de la antropología, la economía, la historia, etcétera (Bourdieu y Wacquant, 2005: 317).

Otro aspecto de la discusión acerca de las particularidades del conocimiento sociológico se refiere a si acaso existe realmente en la sociología la posibilidad de diferenciar el conocimiento positivo del juicio normativo, como se pregunta Phillipe Corcuff. Cabe señalar que aunque no cabe duda que de ésta sigue siendo una interrogante relevante para el conjunto de las ciencias sociales, este campo de conocimiento atraviesa por lo que Jeffrey Alexander ha calificado como su etapa pospositivista (noción que designa el abandono de las pretensiones del positivismo de encontrar un lenguaje neutralizado de interpretaciones). Este reconocimiento de que las ciencias sociales son empresas científicas de carácter hermenéutico pero con vocación empírica obliga a los estudiosos de las mismas a dejar atrás la ficción de la neutralidad valorativa y, al mismo tiempo, genera la necesidad de evaluar los intereses y valores del homo academicus que impregnan su labor de investigación.

Una lectura realista de cómo funciona el campo de producción sociológica arrojaría, como pensaba Pierre Bourdieu, que éste como muchos otros es un campo jerárquico donde tienen lugar relaciones de sentido, aunque también relaciones de fuerza, y que es también el espacio de una disputa por conservar el control de los recursos materiales o simbólicos, de poder y de prestigio.

Se puede esperar entonces que en la comunidad de los sociólogos (constituida por una diversidad de personas que persiguen intereses plurales) haya quienes estén más preocupados por encontrar en las instituciones académicas un refugio propicio para el pensar reflexivo y crítico (alejado de los avatares del mercado y de las disputas por el poder al interior del Estado); quienes estén más ocupados en proveer los medios para conseguir los fines de aquellos que hacen un uso instrumental del saber científico; y, por último, aquellos que buscan participar activamente en la definición misma de los fines.

Pese a las diferencias antes señaladas existe un reconocimiento bastante generalizado acerca de que la sociología ha sido en las últimas dos décadas "destronada" como un saber especializado al que se reconocía su amplitud de miras, la vastedad de sus preocupaciones teóricas y su capacidad de servir prácticamente de eje articulador de distintas ramas de la investigación social, como la planeación urbana, la demografía o la criminología (Giddens, 2000: 11–18).

Entre las variadas circunstancias que han confluido para que se produzca dicho "descentramiento" es posible constatar cómo la sociología se vio obligada a dar "un paso atrás" frente al llamado "imperialismo de la ciencia económica", como se denomina a la tendencia a considerar que los postulados generales de la economía como campo especializado, y en particular la llamada economía neoclásica, un paradigma dominante desde hace algunas décadas, podía proveer los principios generales que explicaran el funcionamiento de las sociedades (aunque hoy, cabe señalar, la crisis de la economía mundial ha puesto en entredicho la capacidad de resolución de problemas de algunas tradiciones de investigación cuyo valor heurístico, hace algunos años, apenas se ponía en duda).

Asimismo, es común que la presencia de los sociólogos en algunos ámbitos institucionales haya sido mermada por la emergencia de expertos en policy making, cuya actuación responde a peticiones expresas de actores políticos y económicos muy influyentes, para brindar soluciones a los problemas que plantean los solicitantes.

La situación de la sociología como ciencia ha sido materia de numerosas discusiones desde hace algunas décadas. En la literatura especializada aparece en distintos momentos una preocupación que se ha vuelto recurrente en torno a la llamada "crisis de la sociología". Teóricos como Irving Horowitz, en The Descomposition of Sociology (1993), asumen que la disciplina se encuentra en un estado de descomposición que se pone en evidencia a través de la disminución de los presupuestos a los departamentos de sociología y en la merma en su capacidad de convocatoria de estudiantes universitarios.

Pese a todo la sociología, según la Asociación Americana de Sociología, ha ido recuperando su matrícula, que alcanza una cifra de 25 mil estudiantes por año; en el caso de Europa, según el sociólogo británico Anthony Giddens, puede decirse incluso que la producción sociológica está ahora en una mejor situación que en años anteriores, tanto si se atiende a la matrícula que se mantiene estable o a la investigación sociológica, que no sólo es abundante, sino que en general produce trabajos académicos de gran calidad que despiertan mucho interés.

Es necesario precisar aquí que si bien la situación de la sociología como ciencia difiere enormemente de una latitud a otra, su circunstancia global dista mucho de ser de degradación y no existen evidencias para considerar que esté en riesgo de desaparecer. Sin embargo, no deja de ser importante reflexionar sobre las preocupaciones que suscita como campo especializado, así como analizar la pertinencia de algunas propuestas recientes que intentan revitalizarla.

En el caso de México se aprecia una impresión bastante generalizada acerca de que las contribuciones que surgen de la disciplina no resultan decisivas a la hora de fijar la agenda política o de informar sobre el diseño de políticas públicas. Cabe señalar, además, que los profesionales de la sociología enfrentan con frecuencia problemas relacionados con la llamada "precarización del trabajo académico" y que difícilmente pueden dedicarse a la investigación.

Con la intención de precisar por qué caracterizamos antes la situación de la sociología como paradójica tenemos que reconocer, por un lado, la influencia indiscutible de la sociología en las sociedades actuales, cuya jerga especializada se integra al discurso cotidiano de los individuos de las llamadas "sociedades de la información". Los medios de comunicación funcionan como el vehículo a través del cual la perspectiva y los términos que se originan en la sociología se articulan con el sentido común. Es así que los individuos poseedores de dicho "sentido común cientifizado" se convierten en "usuarios" de la producción científica, misma que satisface demandas específicas de la sociedad. Con frecuencia las personas expresan sus inquietudes o puntos de vista valiéndose de términos y argumentos que provienen del discurso sociológico (por ejemplo, cuando se hace referencia a la "equidad de género", a la necesidad de denunciar la discriminación en todas sus formas, al individualismo o a los derechos reproductivos).

A propósito de la "mediatización" del conocimiento sociológico, Robert Castel afirma:

Un trabajo riguroso de investigación contribuye a alimentar el debate público, así fuere al precio de las simplificaciones, [y] hasta [las] deformaciones […]. No porque pretenda cambiar el mundo. Pero tal vez de ese modo pueda dar algunos elementos para ayudar a interpretarlo" (Castel, 2006: 92).

Ahora bien, por otro lado el discurso sociológico se ha vuelto tan denso que tiene serias dificultades para encontrar destinatarios fuera de la comunidad de especialistas, misma que enfrenta el riesgo de fragmentarse excesivamente en muchas subespecialidades. La sociología, entonces, corre el riesgo de producir un discurso intrincado, muchas veces poseedor de un gran potencial heurístico, pero cada vez más de autoconsumo en la medida en que su audiencia tiende a reducirse al público de expertos o de estudiantes de la disciplina.

El viraje hacia una sociología pública constituye una oportunidad de romper la "clausura disciplinaria" y permite que la sociología recupere la centralidad que puede reclamar por derecho propio, además de su eficacia para proponer ciertas directrices que contribuyan a la superación de los enormes problemas que enfrentan las sociedades actuales: la cultura del hiperconsumo, el riesgo de la destrucción planetaria, viejas y nuevas formas de marginación, etcétera.

La preocupación por el enclaustramiento de la sociología tampoco es nueva. Ya en la década de los ochenta destacados intelectuales, como el italiano Franco Ferraroti, analizaban las preferencias de la comunidad de los sociólogos por dirigirse a públicos especializados; incluso afirma que, en el peor de los casos, parecen olvidar que "la sociología no es el objeto de la sociología" (Ferraroti, 1982: 111).

Frente a los problemas expuestos hasta aquí, el planteamiento de la sociología pública consiste en que la sociología tiene que encontrar sus "públicos" entre aquellos miembros de la sociedad que se sienten afectados por la tiranía del mercado o las acciones del Estado. Su principal promotor, el sociólogo estadounidense Michael Burawoy, advierte al respecto que:

No deberíamos pensar en los públicos como algo dado sino como algo fluido, algo en lo que podemos participar tanto en su creación como en su transformación, [y define su labor al establecer que ésta] entabla una relación dialógica entre el sociólogo y el público en la que cada parte pone su agenda sobre la mesa y trata de ajustarla a la del otro, [aunque] la discusión suele implicar valores o metas que no son compartidos automáticamente por ambas partes (Burawoy, 2005: 203).

No obstante, la meta es que tal conversación pueda tener lugar.

 

EL ETHOS SOCIOLÓGICO O LA PRODUCCIÓN CIENTÍFICA COMO APUESTA VITAL

Burawoy asume que la sociología está atravesada por lo que él llama el ethos sociológico, identificable con el llamado "espíritu sociológico": un "ímpetu moral originario", o una vocación que sería intrínseca a la sociología (dada su inclinación a pronunciarse en contra de todas las formas de dominación y de desigualdad), pero que según el sociólogo de Berkeley enfrenta constantemente la amenaza de ahogarse bajo las exigencias que pesan sobre los profesionales, que entienden la actividad sociológica sólo como una búsqueda por obtener mayores credenciales académicas.

Considero que este supuesto de partida del sociólogo estadounidense es polémico, pero al mismo tiempo me parece plenamente constatable como un dato objetivo que la comunidad sociológica está conformada por individuos que, por lo menos en el momento de optar por la profesión, están impulsados no sólo por intereses intelectuales sino por un deseo de transformación que apunta, por lo general, en el sentido de promover la equidad en todas sus formas, defender las libertades y contribuir a un desarrollo social, político y económico sostenible. La sociología tendría que valorar adecuadamente las potencialidades de dicho impulso inicial antes que intentar negarlo por todos los medios apelando a la pureza de la ciencia o a la ciencia desinteresada.

Es bien sabido que la sociología, en sus orígenes y a través de la obra de sus padres fundadores, expresó numerosas preocupaciones relacionadas con el advenimiento de la modernidad, el egoísmo, la ruptura de la solidaridad, los riesgos asociados a la racionalización del mundo y el proceso de industrialización. Sin embargo, en otros momentos de su trayectoria como saber especializado ha manifestado su interés por constituirse como una ciencia puramente explicativa, neutral y no comprometida con ninguna consideración de carácter extracientífico.

Como respuesta a las pretensiones "cientificistas" asociadas a la tradición de investigación del positivismo, también en numerosas ocasiones han surgido voces críticas al interior de la disciplina, como la de Charles W. Mills en los años cincuenta y, posteriormente, la del canadiense Martin Nicolaus que, en el contexto de las turbulencias que marcaron el final de los años sesenta denunciaba la existencia de lo que denominó "sociología opulenta", representada por el tipo de investigación que se realizaba por esos años en la Asociación Americana de Sociología, que recibía la mayoría de sus recursos del gobierno, de la empresas privadas y del Ejército. Nicolaus es un crítico radical de un tipo de investigación sociológica que se vuelve dependiente de los poderes fácticos o de los poderes formales; dijo entonces que "la única y exclusiva ley sociológica que se ha llegado a descubrir jamás es que los opresores investigan a los oprimidos" (Picó, 2003: 433).

En este punto doy por sentado que cualquier lector informado ya habrá detectado que el planteamiento de una sociología pública conlleva el riesgo de producir una excesiva "politización" de la sociología, cuando en buena medida la disciplina se profesionalizó o se especializó excesivamente para exorcizarse de sus tendencias a la panfletarización. Es por eso que, como señalé más arriba, esta propuesta también suscita rechazos airados, como el del sociólogo Mathieu Deflem de la Universidad de Carolina del Sur, quien incluso financia un sitio de internet (savesociology.org), cuyo propósito expreso es el de oponerse a la Public Sociology y promover en su lugar una "sociología académica" en el sentido más restringido del término.

Sin embargo, en descargo de la propuesta de Michael Burawoy hay que decir que éste considera que la sociología pública sería en realidad parte de una división más amplia del trabajo sociológico, que incluye además a la sociología práctica, a la sociología profesional y a la sociología crítica. Asimismo, afirma que ninguna de ellas tendría que ser antagónica de las otras sino perfectamente complementarias. Es decir, que la sociología pública de ninguna manera surge de un desprecio por la sociología académica. Por el contrario, constituye un intento por generar un vínculo entre los distintos modos de ejercicio de la profesión cuyo objetivo último es que ésta recupere su presencia frente a públicos más amplios y diversos.

El sociólogo estadounidense también advierte sobre lo que denomina las "patologías" de cada uno de los tipos de sociología, como la autorreferencialidad; el servilismo frente a los clientes; el dogmatismo; o el regirse por modas pasajeras, por lo que me parece pertinente explorar críticamente también las "patologías" que podrían amenazar a la misma sociología pública.

Por último, es importante señalar que, como advirtió Pierre Bourdieu, la única manera de conocer los alcances de una perspectiva teórica es cuando se le observa en "estado práctico", es decir, cuando se pone al servicio del análisis de las prácticas sociales. Por ello, es indispensable que el trabajo de investigación que propongo consiga articular todos los niveles del análisis sociológico que distingue Burawoy: los de la sociología práctica, profesional y crítica, para que sea posible establecer una conversación fructífera y propositiva con alguno de los públicos potenciales de la disciplina, de modo tal que desde este ejercicio dialógico, que está en el corazón mismo de la propuesta de la sociología pública, se puedan evaluar los alcances y limitaciones de este programa de investigación.

 

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Notas

2 Como muestra de la importancia que se le concede a este tipo de orientación sociológica, se puede citar el hecho de que la Universidad George Mason del estado de Virginia, en Estados Unidos, anunció en 2008 la creación de un Programa de Doctorado en Sociología Pública, que enfatiza la necesidad de generar una práctica del oficio sociológico que tenga resonancias en la esfera pública, con dos áreas de especialización: Instituciones y desigualdad, y Sociología de la globalización.

3 En lo que se refiere a la necesidad de entender el tipo de saber que la sociología "vehiculiza" es interesante recordar la afirmación del sociólogo mexicano Fernando Castañeda, quien también nos previene acerca de que "no todo lo que se dice sobre la sociedad es sociología" (Castañeda, 2004: 6).

4 En La tradición hermenéutica en la sociología contemporánea (Núñez, 2007), propongo una reflexión acerca de qué significa afirmar que en la sociología actual tienen lugar procesos de hibridación con otros saberes especializados, así como una exploración sobre los modos específicos en que la sociología toma en "préstamo" conceptos o planteamientos surgidos de otras disciplinas.

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