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Signos filosóficos

versión impresa ISSN 1665-1324

Sig. Fil vol.13 no.26 Ciudad de México jul./dic. 2011

 

Traducciones

 

Informe de Rudolf Carnap sobre filósofos mexicanos presos*

 

Rudolf Carnap

 

El siguiente es un reporte preparado por Rudolf Carnap, pocas semanas antes de su muerte, para un comité de la American Philosophical Association sobre filósofos mexicanos encarcelados. Los editores de la revista están honrados por tener la oportunidad de publicarlo.

 

A. ALGUNAS OBSERVACIONES PRELIMINARES

Cuando estuve en México en agosto y septiembre de 1963, yo junto a Feigl, quien llegó para el Congreso Internacional de Filosofía, conocimos a los dos primeros de los siguientes tres filósofos, y pronto nos volvimos buenos amigos:

1. Rafael Ruiz Harrel. Profesor en la Facultad de Derecho de la Universidad de México, quien también enseña en el Departamento de Filosofía. Él está especialmente interesado en los fundamentos filosóficos de la ciencia y la jurisprudencia.

2. Nicolás Molina Flores. Profesor en la preparatoria (entre la secundaria y la universidad). Planeaba una antología de artículos de los empiristas lógicos. Mantenía correspondencia sobre este proyecto con Feigl y Hempel.

3. Eli de Gortari. Profesor de filosofía en la Universidad de México. A finales de 1969, yo y otros firmantes de la carta del New York Times recibimos una carta suya (yo no lo conocía personalmente). Listó ocho libros por él publicados, sobre los fundamentos de la ciencia y la lógica dialéctica. Él escribió esa carta desde la cárcel (la Cárcel Preventiva de Lecumberri).

Molina y de Gortari tenían alrededor de cincuenta años de edad. Ambos fueron arrestados en noviembre de 1968 por policías que entraron a sus casas por la fuerza, sin justificación formal para el arresto. Cuando estuve en la Ciudad de México en enero de 1970, estuve en contacto cercano con Ruiz, quien me dio información acerca de los filósofos detenidos. Propuse darle una suma de dinero para los prisioneros, cuyo destino se podría determinar posteriormente; pero él recomendó otra cosa. Dijo que los profesores detenidos todavía recibían sus salarios. Por lo que la ayuda financiera no era urgente en dicho momento. No obstante, cuando un veredicto largamente esperado toma lugar y por lo tanto un prisionero es declarado culpable y sentenciado, entonces su salario cesa automáticamente. En ese momento la ayuda financiera sería urgente. Él me informaría tan pronto esto ocurriera. Poco tiempo antes había oído que las autoridades ofrecieron liberar a uno de los profesores tan pronto tuviera una visa y un boleto para Inglaterra. Ahora supe que esta posibilidad ya no existía (si alguna vez existió).

A solicitud mía, Ruiz me presentó a la Sra. de Gortari (Señora Artemisa de Gortari, Bahía de Chachalacas 78-2, Verónica Anzures, México 17, D. F.).

Ella me dijo que su esposo y Molina estaban en la misma cárcel y en la misma barraca, de modo que estaban en contacto diario. Yo había escuchado antes que los criminales (no políticos) detenidos en la misma cárcel, quienes tenían sentimientos hostiles contra los presos políticos, habían en cierto momento invadido sus barracas, robado o destruido algunas de sus posesiones, y aun lastimado a algunos de los presos políticos. El manuscrito de Molina de la antología había sido robado y también su máquina de escribir. Pero existía alguna posibilidad de recuperarlos mediante el pago de dinero.

Yo le había dicho a Ruiz que, si era posible, me gustaría ver a mi viejo amigo Molina. La Sra. de Gortari dijo que su esposo sería muy feliz si lo visitara y en dicha ocasión podría también ver a Molina, dado que los prisioneros que tienen habitaciones en las mismas barracas son libres de visitarse mutuamente y aun de caminar por el patio fuera de las barracas. Yo acepté con mucho gusto el ofrecimiento de la Sra. de Gortari a ir con ella a su próxima visita a la cárcel.

 

B. MI VISITA A LA CÁRCEL

El 22 de enero nos condujimos a la cárcel de Lecumberri. Entramos al edificio de la administración de la cárcel, que es muy grande, con varias alas y patios interiores. Llegamos primero a la oficina del más alto funcionario administrativo, quien determina la admisión de los visitantes. La señora de Gortari me presentó; entonces él me dijo que volviera a la sala de espera. Posteriormente ella volvió con los papeles que concedían el permiso para ver a de Gortari. No obstante, para mi decepción, la visita no estaba especificada para las barracas (donde yo podría también haber visto a Molina), sino para un edificio aledaño llamado "El polígono". Allí comenzamos nuestro largo camino para cumplir las numerosas formalidades requeridas para cualquier visitante. Para este propósito, habríamos de ir a través de diversas alas y patios, largos corredores y diversas habitaciones. En una habitación tuve que entregar mi pasaporte y mi tarjeta de turista mexicana. En otra habitación tuve que entregar todo el dinero que llevaba conmigo. Luego, un policía me registró muy cuidadosamente.

En un patio interior nos encontramos por casualidad a la madre de Molina, quien también estaba atravesando por el mismo procedimiento. Le pedí que le trasmitiera a su hijo saludos cordiales y los mejores deseos míos y de Ruiz, y mi profundo pesar por no poder verlo.

Finalmente caminamos un largo camino entre filas de barracas. Vimos al final una alta estructura de vidrio y metal. Cuando nos aproximamos, vimos que era octagonal; este era el polígono. Ingresamos a su interior, consistente en una única y gran habitación. Un agente de policía estaba sentado detrás de un gran escritorio, teniendo a su lado algunos funcionarios no uniformados. Además, otro policía que notoriamente no tenía nada que hacer, daba vueltas alrededor. Mataban el tiempo hablando entre sí. La Sra. de Gortari y yo éramos los únicos civiles. Le mostramos al oficial nuestros permisos y nos sentamos en sillas que estaban frente a una pared de vidrio. El oficial envió a un hombre, quien tras un momento, volvió con de Gortari.

De Gortari es un hombre de estatura alta y complexión fuerte. Su esposa me presentó y él expresó felicidad al verme. Se sentó entre nosotros y hablamos. Refiriendo a su carta de agosto, 1969, elogié sus amplios intereses, documentados por sus publicaciones, que van desde la metodología de la física a campos tan alejados como la teoría axiomática de conjuntos, por ejemplo, un artículo sobre la prueba de Cohen. También hice algunos comentarios sobre su manuscrito "El tiempo en la física atómica", que su esposa me había dado unos días antes. Mis comentarios concernieron fundamentalmente a sus observaciones críticas sobre Heinsenberg. Él parecía muy feliz y estimulado con la rara visita de un filósofo con intereses comunes. Su conversación fue animada y el rostro de su esposa reflejaba su felicidad por encima de su buen humor. Ella le dijo que sólo teníamos permiso para el polígono y que yo lamentaba no poder ver a Molina. Por ello, él se acercó al oficial de policía y habló con él (quizás le dijo que yo era un filósofo que venía de los Estados Unidos y que deseaba ver urgentemente a Molina). Para mi sorpresa, el oficial envió a un policía y tras un momento regresó con Molina.

Saludé a mi amigo con un cordial abrazo.** Nos sentamos y le pregunté sobre su vida y trabajo, especialmente acerca del manuscrito de la antología, sus planes futuros, etcétera. Supe, para mi consternación, que no había esperanzas de recuperar el manuscrito; había sido roto en pedazos y destruido. Pero él no se permitía desanimarse por esta mala suerte. Estaba trabajando con entusiasmo reescribiendo las traducciones de los artículos. En muchos casos todavía era capaz de recordar sus traducciones anteriores. Junto con un número de otros prisioneros, había iniciado en diciembre una huelga de hambre, en protesta por el encarcelamiento. Pero por la insistencia de sus amigos, incluyendo a Ruiz, la había abandonado tras cuarenta días. Los amigos pensaron (correctamente, me pareció a mí) que la continuación de la huelga de hambre no ayudaría, sino que meramente disminuiría sus fuerzas para el trabajo. Yo le conté que la traducción española de mi libro sobre los fundamentos filosóficos de la física había sido publicada en Buenos Aires; pero Ruiz, a quien le gustaba usar este libro para su curso de filosofía de la ciencia, me había dicho que su solicitud de varios ejemplares había sido rechazada por el editor, quien quería distribuir la primera edición sólo en América del Sur. Le dije a Molina que solicitaría algunas copias al editor, y si las obtenía, le enviaría una a Ruiz, así como a Molina y a de Gortari. (En el interín, ya las he enviado.)

Molina me dijo que estaba trabajando en la mejora de su inglés. Su principal motivación para esto era su plan de emigrar a Inglaterra cuando saliera de la prisión. Le pregunté por qué no planeaba mejor ir a los Estados Unidos. Dijo que dudaba mucho que los prisioneros políticos, quienes son descritos por sus propios gobiernos como rebeldes proclives a la violencia, fueran admitidos en los Estados Unidos. Le dije que esto era en efecto dudoso bajo el gobierno actual de los Estados Unidos, pero que esperábamos que en 1972 fuera electo un presidente más liberal. Si fuera así, entonces, pienso que habría una mejor oportunidad para que fuera admitido.

La Sra. de Gortari me dio dos tarjetas blancas y me pidió que escribiera unas pocas palabras para cada uno de los filósofos. Al principio dudé, debido a que podría verse sospechoso por el policía; pero había observado que ellos no habían prestado la más mínima atención a nuestra conversación. Así, escribí para cada uno de ellos algunas palabras de admiración por la fortaleza, tenacidad y ecuanimidad estoica con la cual habían enfrentado su duro destino, dedicando su tiempo al trabajo fructífero y positivo; y también expresé la esperanza de que el día de la liberación no se aplazara mucho. (Ruiz me había dicho que la elección presidencial ocurriría en Julio, y la inauguración del nuevo presidente a comienzos de diciembre, y que usualmente en navidades se declaraba una amnistía para algunos presos políticos.) Ambos hombres leyeron las tarjetas y estaban visiblemente emocionados; dijeron que guardarían y cuidarían esas tarjetas para siempre.

Sorpresivamente las trompetas y los tambores dieron la señal para el final del periodo de visita. Me despedí muy cordialmente con un abrazo** de de Gortari y luego de Molina. Ellos expresaron su agradecimiento muy calurosamente; dijeron que había sido su mejor día desde septiembre de 1968. Luego caminé con la Sra. de Gortari el largo camino entre las filas de barracas. Varias veces miré hacia atrás; vi a los dos hombres parados en la puerta y los saludé. Luego entramos de nuevo en la oficina de la administración, me devolvieron mi dinero y pasaporte, y finalmente dejamos la prisión.

 

RUDOLF CARNAP, VERANO DE 1970.

 

NOTAS

* Traducción de Álvaro Peláez Cedrés. Publicado originalmente en la sección "NOTAS y noticias" (1970), The Journal of Philosophy, vol. 67, núm. 24, pp. 1026-1029. Publicado con los permisos de The Journal of Philosophy y Open Courth.

** Las palabras en cursivas aparecen en español en el original. N. del T.

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