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Revista de historia de América

versión On-line ISSN 2663-371X

Rev. hist. Am.  no.161 Cuidad de México jul./dic. 2021  Epub 21-Feb-2022

https://doi.org/10.35424/rha.161.2021.1055 

Artículos

La novela histórica mexicana en la primera mitad del siglo XIX (1837-1845)

The Mexican historical novel in the first half of the 19th century (1837-1845)

Marco Antonio Chavarín González* 
http://orcid.org/0000-0003-4382-4264

*El Colegio de San Luis, San Luis Potosí, México. Correo electrónico: marco.chavarin@colsan.edu.mx.


Resumen

Con el objetivo de visualizar la relación entre la historia y la literatura, se analizan tres novelas históricas cortas de tres escritores representativos de la Academia de Letrán, “Netzula” (1837), de José María Lacunza, “El inquisidor de México” (1838), de José Joaquín Pesado, y “La esposa del insurgente” (1844), de Manuel Payno. Esta revisión permite entender los primeros intentos que se hicieron en México en el subgénero de la novela histórica entre 1837 y 1845, principal período formativo de los escritores de la primera mitad del siglo XIX, a partir de las tres temáticas más importantes que se abordaron entonces, así como de las estrategias individuales de cada autor, la Conquista, la Colonia y la Independencia de México, a través del anacronismo, la búsqueda de la verosimilitud y la desmitificación, respectivamente.

Palabras clave: Novela histórica mexicana; novela corta mexicana; novela indianista; Inquisición en la Nueva España; Colonia en México; Independencia de México

Abstract

With the aim of visualizing the relationship between history and literature, three historical short novels by three representative writers of the Lateran Academy are analyzed, “Netzula” (1837), by José María Lacunza,“El inquisidor de México” (1838), by José Joaquín Pesado, and “La esposa del insurgente” (1844), by Manuel Payno. This review allows us to understand the first attempts that were made in Mexico in the subgenre of the historical novel between 1837 and 1845, main formative period of writers in the first half of the 19th century, based on the three most important themes that were addressed then, as well as the individual strategies of each author, the Conquest, the Colony and the Independence of Mexico, through anachronism, the search for verisimilitude and demystification, respectively.

Key words: Historical Mexican novel; Mexican short novel; Indianist novel; Inquisition in New Spain; Colony in Mexico; Independence of Mexico

Introducción

Como lo ha señalado Óscar Mata1, la producción de novela en la primera mitad del siglo XIX en México se limitó a los textos que en su momento fueron llamados novelitas, pequeñas novelas, esbozos de novelas, proyectos de novela, esquemas de novela, tentativas de novela, ensayos de novela, entre otras denominaciones; cualquiera que haya sido el nombre que se les dio a esas narraciones, esto implicó una especie de ensayo escritural que permitió a los distintos autores, especialmente, a aquellos que pertenecieron a la Academia de Letrán (1836-1840), adquirir oficio en el arte de novelar. El caso, por supuesto, incluye a la novela histórica corta, subgénero que se revisará en este artículo.

El período que interesa revisar sería de 1837 -publicación del primer número de El Año Nuevo, órgano de difusión de la Academia de Letrán- a 1845 -inicio de la publicación de El fistol del diablo, de Manuel Payno-, que permitió, según la crítica,2 la formación de escritores como José María Lacunza (1809-1869), el ya mencionado, Manuel Payno (1820-1894), Guillermo Prieto (1818-1897), Ignacio Rodríguez Galván (1816-1842), Mariano Navarro,3 José Ramón Pacheco (1805-1865), Eulalio Manuel Ortega (1820-1875), Domingo Revilla,4 Ramón Isaac Alcaraz o José Joaquín Pesado (1801-1861), por mencionar algunos de los que se dedicaron a la narrativa de tema histórico.

En 1845, como ya se señaló, apareció El fistol del diablo en Revista Científica y Literaria de México, publicación periódica que cierra en 1846 debido a las complicaciones propiciadas por el inicio de la guerra contra los Estados Unidos:

A consecuencia del bloqueo, comenzamos a resentir la falta de papel […] La guerra civil y con el Norte […] ha venido a embarazarnos completamente, así porque en la parte del territorio invadido por el enemigo no puede llegar la revista, lo que nos ocasiona positivas pérdidas, como porque, y es lo principal, el estado a que desgraciadamente ha llegado esa guerra no permite que nos ocupemos de materias que no tengan un objeto más noble. Todos los mexicanos deben, pues dedicarse exclusivamente a desarrollar el más puro y ardiente patriotismo, y a fomentarlo de cuantas maneras les sea posible.5

Según lo indican los redactores de El Museo Mexicano, los distintos movimientos armados vinieron a entorpecer la evolución de la literatura mexicana; Ignacio Manuel Altamirano, más de veinte años después del fin del período aquí revisado, en Revistas literarias de México (1868), lo resumiría de la siguiente manera: “A la clausura de la Academia de Letrán se siguieron la guerra de la invasión americana, cuatro guerras civiles sangrientas, la invasión francesa y la guerra contra el segundo imperio”.6 Sin embargo, entre 1837 y 1845 hubo un gran interés por el género de la novela corta en México, y su revisión permite, por un lado, ver el proceso de maduración de la escritura de varios escritores como Payno, quien inicia con “María” (1839), con una estructura principalmente influenciada por Walter Scott y, hasta cierto punto, por Alfred de Vigny, y continúa con “Trinidad de Juárez” (1844), ahora también influenciado por la novela francesa del estilo de Alexandre Dumas y Eugène Sue; por otro lado, el Prieto que había publicado en El Año Nuevo de 1837, 1838 y 1839 pura poesía, da a la luz, en 1843, novelas como “Manuelita”, en El Siglo Diez y Nueve, y “El Marqués de Valero”, en El Museo Mexicano.

Respecto de la novela histórica en América Latina, Liliana Jiménez Ramírez dice que para

la escritura de novelas históricas dos son los modelos europeos que siguen los autores […]: el de Walter Scott y el de Alfred de Vigny. En el primero aparece un personaje ficticio sobre un trasfondo histórico; en el segundo el personaje histórico es puesto en primer plano mientras que una ‘realidad ficticia’ creada por el novelista le sirve de trasfondo.7

Además del culto a los grandes hombres en la propuesta de De Vigny, hay dos elementos que vale la pena mencionar, por su importancia para el subgénero en México, en cuanto a su visión sobre la novela histórica, uno primero, respecto a que, según refiere, en la realidad se presentan los acontecimientos

dispersos e incompletos, carecen de una cohesión tangible y visible [por lo que el historiador o escritor…] tras haber satisfecho la primera curiosidad de los hechos, deseó algo más completo [así que…] la imaginación hizo el resto y las completó;8

y, uno segundo, respecto a que el escritor

remodela [las…] hazañas [del personaje histórico] conforme a la idea más fuerte de vicio o de virtud que se pueda concebir de él, llenando los vacíos, velando las incongruencias de su vida y devolviéndole esta perfecta unidad de conducta que nos gusta ver representada incluso en el mal.9

Es decir, De Vigny no sólo acepta que la historia, como señala Hayden White,10 recurre a la ficción para representar su objeto, sino también advierte y aprueba el sesgo ideológico en la reconstrucción de la historia a través de sus personajes representativos.

Antes de establecer lo que se considera novela histórica, hay que reiterar que la influencia de De Vigny en México es solo complementaria de la de Scott y se relaciona, más que con la estructura, con la aceptación de la libertad creativa en la relación de la literatura con la historiografía y con la aceptación de la intención ideológica del escritor. No hay que olvidar, además, que, como señala Leticia Algaba, “En México José María Heredia tradujo por vez primera al castellano Waverley [1814] en 1833”,11 en la Imprenta de Galván, lo que da la casi certeza de que los miembros de la Academia de Letrán conocían a Scott desde el primer lustro de los treinta, aunque, como se sabe, muchos de los miembros dominaban más de una lengua extranjera. En tanto que Cinq-Mars (1826), de De Vigny, de acuerdo con Soledad Díaz Alarcón,12 fue traducida por primera y segunda vez al español en 1839 en Madrid y en 1841 en Barcelona.

Según Georg Lukács,13 una novela histórica es aquel tipo de novela que tiene como espacio-tiempo del enunciado un período o momento histórico específico, sea o no trascendente por sí mismo para la historia oficial de la región representada, que se ubica en el pasado del espacio tiempo de la enunciación o del lector y que afecta el destino de los protagonistas. Por lo regular, los personajes principales son personajes ficcionales que presentan una ideología flexible y/o un nivel de conciencia medio, particularidad que les permite deambular por los distintos espacios representativos de los diversos poderes en pugna en el universo narrativo. En ocasiones, puede aparecer algún personaje histórico con una clara idea de su función y/o de la de los demás en ese momento histórico específico; por lo general, este personaje aparece en un segundo plano. El autor tiende a usar las áreas oscuras14 de la historia oficial -aquellos momentos que esta última no recogió- para conectar historia y ficción.

Las temáticas de las novelas históricas mexicanas entre 1837 y 1845 abarcan, principalmente, tres períodos distintos: la Conquista, la Colonia y la Independencia de México. Según Fernando Tola de Habich, con la reconstrucción de lo prehispánico, la Colonia y el México independiente se intenta dar cuenta del carácter mestizo de la cultura mexicana, carácter del que se volvieron voceros todos estos escritores que intentaron mexicanizar la literatura:

La ficción literaria que ellos [los lateranistas] asumen incluye la época prehispánica y la Colonia, e igual, evidentemente, que la república que están viviendo y en la cual escriben. Esto es más importante de lo que puede parecer a simple vista, pues fijan una realidad: la mestiza. La posición proindigenista podría quedarse en los tiempos previos a la Conquista; la criolla quizá en la Colonia; la mestiza, en cambio, engloba todo como parte de su historia, de su territorio de ficción y de su verdad inmediata. De alguna manera están definiendo algo más importante que lo literario: están fijando el sentido de lo que es ser mexicano.15

Vale comentar que el tema de la Colonia y el del México independiente o la república, como lo señala Tola de Habich, predominan en este período sobre el prehispánico, debido, principalmente, al desconocimiento que se tenía entonces de este último. Incluso cuando César Rodríguez Chicharro comenta que en el período que propone Concha Meléndez para la novela indianista en Hispanoamérica, 1832-1889, solo se habían publicado nueve novelas de este tipo en México, ocho de las que enumera son de la segunda mitad del XIX.16 A esto hay que agregar que, dentro del tema del México independiente, interesan para este artículo aquellas novelas que tratan algún período de la Independencia de México -momento que se considera parte del México independiente porque, en sentido estricto y ya que es un momento de transición, no pertenece ya a la Colonia-, en cuanto a que es un tema propiamente histórico y a que se relaciona directamente con las crisis que vivió México en la primera mitad del siglo XIX, crisis -elemento caro, como se comprenderá, a la novela histórica- que, con sus matices, también describen la Conquista y la Colonia.

Con el tema de lo prehispánico solo se tiene, además de “Netzula” (1837), de Lacunza, “La batalla de Otumba” (1837), de Ortega, un relato que colinda más con el género del cuento que con la novela; en tanto que sobre los dedicados a la Colonia se tienen las novelas cortas “La hija del oidor” (1838) y “El visitador. Año de 1567” (1838),17 de Rodríguez Galván, “Ángela” (1839), de Navarro, “El Inquisidor de México” (1838), de Pesado, “La condesa de Peña Aranda” (1844), de Alcaraz, “El Marqués de Valero”, ya mencionada, de Prieto, y “El monte virgen” (1844) y “Trinidad de Juárez”, también mencionada, de Payno. A su vez, sobre la lucha de Independencia, se tiene “El criollo” (1838), de Pacheco, “Una catástrofe de 1810” (1846), de Revilla, y “Aventura de un veterano” (1843), “La esposa del insurgente” (1844) y Pepita” (1844), de Payno. Tomando todo esto en cuenta y según el objetivo de este artículo-que se reduce a revisar una novela histórica representativa de cada una de las tres temáticas principales abordadas en el período a partir de la relación entre lo literario y lo histórico-, el corpus de trabajo se compone de tres novelas: “Netzula”, de Lacunza, a partir de la edición de El Año Nuevo de 1837. Tomo I. Edición facsimilar (UNAM, 1996), “El inquisidor de México”, de Pesado, a partir de la edición de El Año Nuevo de 1838. Tomo II. Edición Facsimilar (UNAM, 1994) y “La esposa del insurgente”, de Payno, principalmente de la edición El Museo Mexicano (1844), aunque, debido a que se popularizó a través de la edición Novelas cortas (Agüeros, 1901) que la editorial Porrúa reeditó en la colección Sepan Cuantos..., en 1992, hay, al menos, un momento en que también se tiene en cuenta la de principios del siglo XX.

Cabe comentar, antes iniciar con el análisis, que las tres novelas señaladas han sido poco o nada trabajadas en el sentido que se propone en este artículo; sin embargo, vale la pena mencionar, rápidamente, algunos de los estudios más importantes que las han revisado desde la relación literatura e historia u otras perspectivas: de “Netzula”, está el “Estudio preliminar”, de Celia Miranda Cárabes, y “La novela corta de la Academia de Letrán”, de Jorge Ruedas de la Serna, del libro La novela corta en el primer romanticismo mexicano (UNAM, 1998), el capítulo “Netzula y La batalla de Otumba”, que Adriana Sandoval le dedica en su libro Literatura e Historia. Comentarios a algunas narraciones mexicanas del siglo XIX, de tema histórico (UNAM, 2018) y la “Presentación”, de Alfredo Ruiz Islas a la edición de Netzula, que hacen Braulio Aguilar y Karen Chincoya para la segunda serie de Novelas en Tránsito (UNAM, 2017).

De “El inquisidor de México” están el artículo “El inquisidor de México: historia y ficción”, de Jorge Ruedas de la Serna, y la “Presentación”, de César Cañedo, a la edición anotada de Karen Chincoya, también de la segunda serie de Novelas en Tránsito (UNAM, 2017). Sobre “La esposa del insurgente” no se encontraron trabajos de crítica previos publicados, pero vale la pena señalar que para ésta y las otras dos novelas resultaron muy útiles lo estudios en torno a la Academia de Letrán y sus revistas “Diálogo sobre los Año Nuevo y la Academia de Letrán” y el “Prólogo” al tomo I de las Obras de Ignacio Rodríguez Galván (UNAM, 1994), ambos de Fernando Tola de Habich, y La Academia de Letrán (UNAM, 2004), de Marco Antonio Campos. Antes de concluir con este apartado, baste señalar que para la revisión de cada una de las tres novelas se hace uso de los términos anacronismo, verosimilitud y desmitificación -entendidos a grandes rasgos como la influencia del espacio-tiempo del enunciante sobre el del enunciado,18 la coherencia interna del texto19 y el diálogo con la visión oficial de la historia,20 respectivamente-, esto con el fin de dar cuenta de la manera en que funciona la interacción entre la historia y la literatura en cada una de ellas.

“Netzula” y el anacrónico mundo azteca

“Netzula”, publicada en El Año Nuevo de 1837, y firmada por J. M. L., José María Lacunza, iniciales confundidas por Victoriano Agüeros con José María Lafragua en su conocida antología de dos tomos Novelas cortas de varios autores (1901), es la primera novela histórica corta publicada por alguno de los miembros de la Academia de Letrán. Lacunza le pone fecha del 27 de diciembre de 1832, es decir, cinco años antes de darla a la imprenta y cuatro antes de iniciar oficialmente la asociación en 1836. De ahí las fechas, señaladas arriba, que aparecen en el título del libro de Concha Meléndez La novela indianista en Hispanoamérica, 1832-1889. La novela de Lacunza busca ser un ejemplo de la propuesta de la Academia de Letrán de mexicanizar la literatura,21 en cuanto a que se construye con base en un conjunto de anacronismos históricos, como se verá más adelante, que intentan motivar ciertos sentimientos nacionalistas a partir de los personajes aztecas ahí presentados durante algunas semanas previas y días posteriores a la caída de Tenochtitlán. Según Adriana Sandoval, esto continúa con la forma que los criollos tuvieron de asumir la etapa prehispánica durante la Colonia, quienes “optaron por voltear los ojos hacia las culturas prehispánicas, en un proceso de idealización, intentando apropiarse de ellas, o, mejor dicho, queriendo reconocer en ellas cualidades con las que pudieran identificarse”.22

Al respecto, Concha Meléndez, quien llama a Netzula novela indianista poemática -diferenciándola de las indianistas históricas-, señala que este tipo de textos son “Novelas de tipo esencialmente idealista en la caracterización de los personajes capitales -creaciones artificiosas muchas veces como los pastores de la bucólica renacentista- que se mueven, no en un escenario idílico, sino lleno de selva, tormentas, cegadora luz”.23 Estos señalamientos de Meléndez no son del todo válidos ni justos para Netzula, pues dentro de la novela, como se sabe, se recurre al momento histórico de la Conquista y los hechos ahí contados afectan el destino de los personajes; lo que haría de “Netzula” una novela histórica a secas, según los postulados de Lukács. En este sentido, la relación que Netzula mantiene con Atala (1801), de Chateaubriand -traducida el mismo año de su publicación por Fray Servando Teresa de Mier-,24relación que ha sido muy mencionada por la crítica, es de carácter superficial: “Novelas como Netzula, sin embargo, que fue una de las primeras en seguir este modelo, sólo captaron entonces los aspectos exteriores de la fábula, sin atender a un contenido inconsecuente con su visión social y moral”.25

La anécdota general de la novela de Lacunza trata el amor imposible entre Netzula, doncella e hija de un guerrero azteca, y Oxfeler, guerrero azteca e hijo también de un guerrero; es decir, ambos pertenecerían a la nobleza prehispánica. La relación entre ambos personajes se da en dos niveles, por un lado, cuando Oxfeler, después de una batalla y por casualidad, se acerca a la casa de Netzula a conseguir algo de fruta, y, por el otro, a partir del arreglo que el padre de Netzula y el padre de Oxfeler realizan para consolidar su amistad comprometiendo en matrimonio a sus dos hijos. Mientras en el primer nivel se acrecienta la pasión entre ambos que, curiosamente y a pesar de tener varios encuentros, desconocen sus nombres, en el segundo se desvanece la intención de obedecer a sus padres y de cumplir con el acuerdo. Entre tanto, el lector, por un comentario del narrador, puede intuir antes del final, y, por tanto, antes que los protagonistas, que los personajes comprometidos son los mismos que se aman, a través de una pregunta que se hace el narrador al focalizar sobre Netzula: “¿por qué siempre el recuerdo de Oxfeler se unía a la imagen del guerrero de los jardines?”.26 Meléndez y Sandoval consideran la estrategia de que los protagonistas no conozcan su identidad algo artificiosa; sin embargo, la segunda acepta que el artificio “obedece posiblemente a una necesidad argumental”,27 función que justificaría el uso del recurso.

Como es característico de la novela histórica con un espacio-tiempo hostil para los personajes, la consumación del amor de los protagonistas es imposible o poco probable, por lo que aquí Netzula y Oxfeler mueren a manos de los españoles. Esto descalifica, implícitamente, el espacio-tiempo de la Conquista, pues, como señala Sandoval respecto de “El Criollo”, de Pacheco, todas estas novelas “se construye[n] sobre la identificación de los lectores con una pareja de enamorados, a quienes el medio ambiente, la sociedad, la guerra, impiden estar juntos”,28 dando a entender que el momento de la enunciación -el México independiente- es mejor que el momento histórico referido; además, tal descalificación se refiere también, para el caso específico de Netzula, a “la imposibilidad de los indígenas de continuación de la especie”,29 así como a la sublimación de “la pérdida en una victoria interna, moral”.30 Con lo cual, se genera la posibilidad de empatía con los indígenas y un rechazo de los españoles invasores.

La trama se construye con un narrador en tercera persona omnisciente que cuenta la historia a partir de Netzula. Así conocemos a los demás personajes: Ixtlou, padre de Netzula; Octai, su madre; Utali, su hermano; y Ogaule, padre de Oxfeler. Salvo la madre y el padre de Netzula, que se encuentran en su casa y en una cabaña-cueva en la montaña, respectivamente, a los demás personajes -dejando fuera a su hermano e incluyendo a unos españoles que pretenden violarla-, los encuentra en el camino entre ambas habitaciones. Netzula vive en la casa con su madre, pero va todos los días a llevarle de comer a su padre y a hacerle compañía. En este sentido, el espacio-tiempo del camino es importante porque da verosimilitud al tipo de encuentros fortuitos que Netzula tiene con los distintos personajes, una particularidad que permite a Lacunza conectar, además, el discurso ficcional con el histórico. En los términos de esta novela, esa conexión sería entre el universo casi idílico de los nobles aztecas y la llegada de los invasores, con su caos y destrucción, violencia y muerte, a través de la Conquista, el hecho propiamente histórico, que vendría a exponer y, por tanto, a destruir, ese mundo a través de la guerra. Al respecto, Jorge Ruedas de la Serna, señala que el “mundo indígena […] se representa [en Netzula] como un mundo ideal, infundido de las virtudes heroicas, pero esta idealización permite también que se ejemplifique como el espacio adecuado para la escenificación de los valores morales de la clase criolla”.31 Y es aquí donde se representa la visión del mundo de esos escritores cuya mexicanidad se basa en la idea del mestizaje, donde el uso del anacronismo -mediante el cual se traslapa el presente de la enunciación con el pasado del enunciado- adquiere sentido en Netzula.

El recurso del anacronismo, recurso que para Georg Lukács es necesario32 porque solo así el escritor puede establecer una especie de puente entre el momento histórico y los lectores, aparece en “Netzula” en distintos niveles, a través del narrador y de la voz autoral, a través de los diálogos o las acciones de los personajes, y por una especie de sobreposición del espacio-tiempo decimonónico al del siglo XVI. Respecto del narrador y de los diálogos de los personajes -especie de seudofocalización en cuanto a que los personajes reiteran las ideas del narrador-, se encuentran constantes menciones de la patria o de América, ideas con las que se intenta exaltar el nacionalismo mexicano del momento de la enunciación, a partir de la figura idealizada de los indígenas. Sobre la mención de patria, Netzula dice a Ixtlou “No acabaron [muertos los valientes del Anáhuac], padre, no acabaron, contestó la joven: aún puede su espada abrir el sepulcro a los opresores, y pronto será la batalla que decidirá la suerte de la patria”33 y también que continúe “con firmeza: guerrero, la patria es tu primer deber, no la prives por una pasión”,34 su padre, al reencontrarse con su amigo Ogaule, le dice que “ahora el lenguaje de la patria sonará otra vez en mis oídos”35 y Oxfeler se despide de Netzula con la frase “La patria me llama, no me detendré”.36

Asimismo, respecto de las menciones del continente como América, el narrador, al poner en antecedentes a los lectores, señala que en ese momento “los hijos de América doblaban el cuello a la cadena de los conquistadores”,37 más adelante, declara a Oxfeler como un “general del ejército de América”38 y menciona que la “derrota de América se extendió pronto, y estaba coloreada de negro”,39 el padre de Netzula comenta “pero hoy los años me han arrebatado mi fuerza, y no puedo hacer otra cosa que exhalar vanos suspiros por la felicidad de América”40 y el mismo Oxfeler, durante su primer encuentro con Netzula, le refiere que el “extranjero se presentó sobre las montañas: los fuertes de América estaban sobre el valle firmes, inmóviles, apoyados sobre sus armas”.41 Cabe aclarar que con todo esto no se quiere decir que los aztecas del momento histórico real no tuvieran un sustrato ideológico, sino que los elementos motivadores de su acción en la novela son más bien de carácter europeo y decimonónico. Además, a través de la voz autoral se muestran algunos comentarios que tratan de sistematizar en frases contundentes una visión del mundo: “este respeto a nuestro honor y a la fama pública es la pasión de las almas grandes”;42 “La inquietud por las personas que amamos, es uno de los tormentos de la vida”.43 Como se notará, las ideas del honor, la fama y la angustia del personaje enamorado -aunque también son un lugar común en textos de los Siglos de Oro- se pueden encontrar en cualquier texto romántico; es decir, reitero, son de origen europeo y en boga durante el siglo XIX.

En cuanto a las acciones de los personajes, condicionadas por las ideas nacionalistas del siglo XIX, como cuando Netzula, según se vio arriba, insta a Oxfeler a que no renuncie a la defensa de su patria por una pasión -argumento directamente manejado por Altamirano en Clemencia (1869)-, el más claro ejemplo de un anacronismo es el mecanismo con el que Lacunza genera el conflicto principal del discurso ficcional, pues el comportamiento ideal de Netzula parte de la idea socialmente promovida del compromiso del matrimonio, que, en tal siglo, exigía de la mujer la fidelidad psicológica y de acción a la propuesta erótica del hombre; con relación a esta exigencia a los personajes femeninos, Sandoval señala respecto de “Una Pasión”, de Revilla, que “El narrador, quien parece identificarse con el enamorado instantáneo -como casi todos los enamoramientos literarios del siglo XIX, que son, a primera vista, intensísimos y para toda la vida (mientras no suceda otra cosa)-, no parece ni siquiera contemplar la posibilidad de que a Matilde [el personaje femenino] simplemente no le interese ni le guste Diego”.44 De ahí que cuando Netzula se ve impedida a romper impunemente el compromiso con Oxfeler, porque en realidad ama al desconocido, se decida a tomar “la banda de las sacerdotisas del sol”.45 Y esto, según Sandoval, es “equivalente a la reclusión voluntaria en un convento”,46 pues “Netzula es una doncella dócil, una virgen impecable, una hija obediente, una idealización absoluta del ser mujer en el siglo XIX”.47 En otras palabras, el personaje femenino, como el mismo narrador lo señala, tiene dos opciones; acepta incondicionalmente la propuesta del personaje masculino o es castigada por no aceptarla: “no hay remedio: ha prometido su mano a Oxfeler; puede todavía renunciarle, pero no puede escoger otro esposo”.48

En cuanto a la sobreposición del espacio-tiempo del XIX al del XVI se tienen dos ejemplos muy trascendentes, el del jardín de la casa de Netzula y el del uso de la carta para comunicarse. Respecto del jardín, donde se da el primer encuentro entre Netzula y Oxfeler, se lee que “Netzula se paseaba en el jardín de su casa con la inquietud de la esperanza y el temor: oyó un leve ruido entre los árboles, y vio una figura imponente que se acercaba a ella; se detuvo, y esperó con resolución”.49 Según se ve, el término jardín se refiere al determinado ya por el DRAE de 1832 como “Huerto de recreación”, usado por la aristocracia europea para, precisamente, recreación. Aunque el fin principal parece querer equiparar a la aristocracia azteca con la europea a partir de una costumbre, ello no deja de ser, en realidad, un anacronismo y una sobreposición de la cultura europea occidental a la indígena. Lo mismo sucede respecto del uso de la carta como medio de comunicación -curiosamente en las primeras comunicaciones con Oxfeler se habla de dar noticia y de contestar y no del medio-,50pues más allá de que los aztecas contaran o no con un sistema similar para mensajes oficiales o para llevar pescado fresco a Moctezuma, el uso del correo es según la usanza europea y tiene que ver con esa especie de burbuja -la forma en la que se asume el idealismo de Atala y se promueve la tendencia indianista- que parece ser esa sociedad ideal, íntima, donde vive Netzula, a punto de ser destruida.

Las cartas se mencionan cuatro veces, una primera cuando se da la noticia de la derrota de los aztecas: “Netzula dio aquella noche la noticia a los ancianos, y les llevó cartas de Oxfeler”;51 una segunda, cuando Oxfeler, que parece estar enamorándose de la desconocida que no sabe que es Netzula, deja de referirse a ella, “las cartas del hijo de Ogaule no hablaban ya de Netzula”,52 una tercera en la que se refiere que Oxfeler hace “mención de Netzula [y que la epístola estaba…] llena de un fuego que aun en sus primeras cartas jamás había usado”53 y una cuarta cuando Netzula responde a Oxfeler “con todo el entusiasmo, que si no inflamaba el corazón, al menos era correspondiente a sus deseos”.54 De la primera mención de la carta, aunque no se dé cuenta de la presencia de ningún otro habitante alrededor de la casa de Netzula, llama la atención que su habitación no parezca afectada por la invasión, pues la protagonista puede pasear por el jardín y es capaz de intentar planear o, al menos, pensar en su matrimonio, e, incluso, parece funcionar el sistema de mensajería. Esto último, por supuesto, el lector podría atribuirlo a un sistema de comunicación del mismo ejército azteca, aunque hacerlo también sería un anacronismo. Cualquiera que fuera la forma en la que el receptor complementara los huecos para darle verosimilitud a un comportamiento completamente anacrónico en la novela, lo que vale la pena rescatar es que el recurso del anacronismo permitió la identificación del lector con los personajes. Ahí está lo verdaderamente importante.

“El inquisidor de México”, la intransigencia y la redención

Entre 1868 y 1872, que según Francisco Orozco Campos55 fue el auge de la novela histórica y de folletín en México, así como en el período de 1837 a 1845 que se revisa en este artículo, hubo un gran interés por la novela histórica de tema colonial; el principal representante de ello durante la República Restaurada (1867-1874) fue Vicente Riva Palacio, quien escribió siete novelas históricas, en seis de las cuales trató el tema. Lo llamativo de la configuración de ese espacio-tiempo histórico fue que se construyó, principalmente, a partir de la idea de la Santa Inquisición, a manera de sinécdoque, donde la parte representaba al todo. Es decir, la significación del período, dentro de estos textos, se limitaba a los desmanes de ese organismo representante de la intransigencia religiosa.

En 1837, Ignacio Rodríguez Galván inaugura para México con “La hija del oidor” -publicada en El Año Nuevo- la narrativa con la visión negativa del Virreinato en la Nueva España, cuyo enfoque reitera el siguiente año con “El visitador. Año de 1567”. Este escritor, a diferencia de Riva Palacio, configura negativamente el espacio-tiempo de la Colonia, a partir de la intransigencia de los funcionarios coloniales, un oidor que asesina a su hija por haberlo supuestamente deshonrado, y un visitador que, usando los poderes del Estado para su beneficio personal, termina por ser el causante de la muerte de la protagonista, ordenando el asesinato de su prometido y del sacerdote que había confesado a este último.

Como lo señala José Carlos Rovira, José Joaquín Pesado es el primero de los miembros de la Academia de Letrán en considerar con “El Inquisidor de México” -publicada en El Año Nuevo de 1838- el tema de la Inquisición, novela que ya contiene los “elementos más frecuentes que integran este tipo de obras: judíos perseguidos por el Tribunal, la figura severa del inquisidor, la delación por venganza, los interrogatorios de los acusados, la recreación del Auto de fe, el castigo en la hoguera”.56 Con esto, según lo refiere César Cañedo, Pesado “anticipa los procedimientos de la novela histórica y la importancia que tendrá ésta en la literatura nacional [así como el…] ritmo trepidante de las novelas por entregas y de las novelas históricas en tema y recursos como La hija del judío de Justo Sierra O’Reilly”,57 publicada en 1848.

Una de las diferencias del enfoque de Pesado con el del escritor de Martín Garatuza está en que no ataca a la Iglesia como institución, de la que enfatiza, más bien, las premisas del cristianismo como el perdón, el amor y la tolerancia. Esta particularidad matiza en gran parte la sensación de angustia generada por la intransigencia todo poderosa de la Santa Inquisición. A grandes rasgos, la novela de Pesado trata sobre el inquisidor Domingo Ruiz de Guevara, quien, debido a su tajante aplicación de los reglamentos, primero, como fiscal del rey y, luego, como inquisidor, termina condenando a la hoguera a su propia hija, Leonor -cuyo nombre judío es Sara-, quien muere de las heridas causadas por el fuego, aunque ya convertida al cristianismo.

Pesado, como se dijo, descalifica el espacio-tiempo de la Colonia, pero sin limitarlo a su relación con el Santo Oficio -entidad que también se presenta como sinónimo de arbitrariedad y como propagadora del fanatismo que solo el momento histórico retratado permitió-; en este sentido, en “El inquisidor de México” el poder del Santo Tribunal se ve limitado por la capacidad de una lógica práctica de otros miembros de la Inquisición -uno sugiere, incluso, no torturar a Sara-, otros miembros de la Iglesia que no son parte de la Inquisición -quienes actúan a partir de premisas más flexibles-, funcionarios de la Colonia que no pertenecen a la Iglesia -quienes, como en el caso de las novelas de Rodríguez Galván, parecen ser más inflexibles que los inquisidores- y, a pesar de que asisten a la quema de la pareja de enamorados y todos temen al Santo Oficio, su poder también se ve limitado cuando algunas personas son capaces de sentir empatía por alguno de los personajes sometidos a tan trágico y cruel destino: “El corazón humano es naturalmente compasivo; así es que no había casi ningún espectador que no sintiese vivamente la desgracia de aquella tan hermosa como desolada doncella”.58 Esto último, en específico, el saber que había otros personajes que se compadecían de Sara y Duarte -su prometido judío-, disminuye, la angustia en el lector. Asimismo, Pesado permite que el Inquisidor se arrepienta de sus actos y se convierta en un ejemplo viviente de la cara buena del cristianismo:

Inconsolable quedó el padre [Ruiz de Guevara] con su pérdida [la de Sara]: llorábala de día y de noche sin encontrar alivio, hasta que resignado con los decretos de la Providencia, lo buscó en la religión. Entonces conoció cuánto distaba ésta del ciego fanatismo. Renunció al cruel oficio de inquisidor, dedicándose en los días que le quedaron de vida a la enseñanza de los niños, al socorro de los pobres, al cuidado de los enfermos, y al consuelo de los desgraciados.59

Como se observa, el inquisidor renuncia a la parte inflexible de la religión y se va al ala, pudiera decirse, progresista, donde no solo ayuda a los enfermos y a los pobres, sino también se hace partícipe de la educación de los futuros ciudadanos. La verosimilitud, que Pesado considera como la “obligación de ser exactos”,60 parece ser una preocupación constante a lo largo del texto; por ello, la visión que se presenta sobre la Colonia es, como se ha visto, sobria, se busca que, en el marco de la narración, sea coherente y que el discurso ficcional y el histórico queden debidamente integrados. Al respecto, Ruedas de la Serna señala que

Por la detallada descripción de todo el ritual ceremonial se conoce que Pesado conocía de primera mano diversos procesos inquisitoriales, además de ser versado en derecho canónico […] Y, en efecto, la obra resulta históricamente verosímil, pero, además, ha logrado plenamente la unidad de acción, de principio a fin. El narrador se cuida de expresar de manera directa sus opiniones sobre un tema histórico que se prestaría a las más candentes polémicas, y, cuando interviene, lo hace con prudencia y oportunidad; deja que las situaciones creadas por la trama de la historia hablen por sí mismas, para instruir el lector.61

Este cuidado de la verosimilitud, que es, como se ve, una estrategia retórica, y que convierte “El inquisidor de México” en “una de las mejor logradas novelas cortas de las primeras décadas del siglo XIX”,62 puede observarse, principalmente, en la configuración de su personaje principal, el ya mencionado Ruiz de Guevara, quien era

natural de Castilla la vieja, hizo sus estudios en la Universidad de Salamanca, donde se distinguió, así por su talento y aplicación, como por la fuerza de su carácter, y la severa rigidez de sus principios. Al entrar a la edad de la bulliciosa juventud, no se descarrió en la senda de los placeres, ni se vio enredado en el inexplicable laberinto de los amores. No es […] que fuese insensible a los encantos de esta pasión; y la prueba fue, que casó con una señora, la cual por su modestia y reconocimiento hubiera podido servir de modelo a las antiguas ricas-fembras de Castilla. Siguió la carrera del foro en el empleo de fiscal del rey, distinguiéndose en él por su honradez, por su desinteresado manejo, y por el inflexible rigor de sus peticiones y alegatos. Su elocuencia era nerviosa, vehemente y concisa: tronaba contra el vicio, era el espanto de los criminales, y alguna vez de la inocencia desfigurada o mal defendida. Habiendo enviudado a los pocos años y sufrido después una pérdida que amargó el resto de su vida, abrazó el estado sacerdotal, desempeñando la fiscalía de la Inquisición de Sevilla. Su fama y su mérito lo elevaron al grado de Inquisidor de México, destino que vino a servir con un celo digno de mejor causa.63

Todos estos elementos que parecen hacer un recuento del currículum laboral y personal del personaje tienen el objetivo de crearle a Ruiz de Guevara un pasado que facilite, en su momento, la identificación del lector con el personaje. Por ello, a la presentación de todos estos datos no carentes, como se observa, de la censura a su inflexibilidad de carácter -inflexibilidad que, como la soberbia de Edipo, se vuelve en una especie de motivo trágico que no lo destruye a él sino a los suyos, por lo que tiene que sufrir en vida el castigo por su soberbia-, Pesado agrega como elementos que lo caracterizan, una gran capacidad oratoria, el honor, la valentía y el cumplimiento a ultranza de la palabra dada. Esta configuración del personaje es lo que permite, sin menoscabo de la verosimilitud, que el inquisidor pueda tener dos entrevistas con Jacobo Ribeiro, el padre adoptivo de los enamorados judíos, a partir de las cuales llega a conocer el destino de su hija y es lo que permite, asimismo, su salvación final. Uno de los diálogos con el que Pesado da los mejores pincelazos a la configuración de este personaje es cuando presenta el argumento que usa para convencer a otro de los inquisidores, el personaje incidental mencionado arriba que recomienda evitar la tortura de Sara:

no permita Dios que falte este tribunal a uno solo de los requisitos que exige la justicia en casos como el presente. Yo, señores, me guardaré muy bien de fulminar sentencia definitiva contra esta desgraciada, sin concederle antes todos los recursos que el derecho lo franquea. Si persiste en no declarar quienes son sus cómplices, aun en medio de la prueba que va a sufrir, confieso que no hay bastantes motivos, según lo alegado y probado, para condenar a muerte al mozo a quien se apresó en su compañía.64

Todo esto, por supuesto, y ya que el lector estaría ocupado identificándose con Sara y con Duarte, hace que el personaje resulte sumamente apático en este momento; sin embargo, cuando el narrador señala que, durante la audiencia, Ruiz de Guevara sintió cierta simpatía por Sara, simpatía que su confesor adjudicó a una treta del Demonio -librando al inquisidor de cierta parte de la culpa por la decisión de quemar a Sara-, se prepara el camino para el desenlace, donde el lector tendrá permitido identificarse con el personaje arrepentido. Por tal causa, cuando Ruiz de Guevara descubre que Sara es Leonor y decide salvarla de la hoguera, el narrador comenta: “Su ansiedad sólo era comparable con la que habían padecido las víctimas que lo antecedieron en el mismo camino”.65 Es decir, el personaje pasa en unas líneas de victimario a víctima. Inclusive su poder como inquisidor y su capacidad oratoria se ven disminuidas; Ruiz de Guevara parece convertirse en un ser ordinario y, por tanto, con más posibilidades de propiciar la empatía. En este sentido, se concuerda, en general, con el análisis de Cañedo,66 quien señala que Ruiz de Guevara pierde la capacidad discursiva al desesperarse después de darse cuenta de la rigidez del pensamiento inquisitorial, lo que viene a humanizarlo.

De ahí que Ruiz de Guevara no pueda hacer que el Corregidor libere a Sara: “No pudiendo sufrir el inquisidor más dilaciones, se arrojó a las brasas para desatar él mismo a su hija o perecer con ella. Los verdugos lo detuvieron permaneciendo en inacción por un buen espacio de tiempo”.67 Con esta acción, Pesado termina de humanizar al personaje, humanización que se refuerza cuando, después de salvar a Leonor de las llamas, pide a los miembros del tribunal piedad por su hija: “El que poco antes daba lecciones de rigidez, ahora con lágrimas en los ojos pedía favor a sus colegas”.68 Como se ve, el inquisidor no recurre, ahora, a los argumentos lógicos e inhumanos, sino a los sentimientos.

Curiosamente, el deux ex machina es el arzobispo -un miembro, se diría de la parte flexible del clero-, quien por casualidad se encontraba cerca de la hoguera y puede convencer al Corregidor de liberar a Sara. Tras la conversión de ésta al cristianismo, el narrador refiere la moraleja: “Pudieron estos medios [una religión de verdad y de amor] en Sara. Lo que no habían podido las argollas y las cadenas”.69 De ahí, también que, hacia el final, después de la muerte de Sara, lleguen las órdenes de Madrid y de Roma que vienen a confirmar la idea central de la novelita: “El tribunal de la Suprema mandaba quemar viva a Sara en caso de permanecer impenitente y aplicarle las otras penas menores que usaba la Inquisición, si se mostraba arrepentida; porque no es justo, decía, que los errores del entendimiento queden sin el debido castigo. El Sumo Pontífice prevenía se le pusiese en libertad, rogando a Dios por su conversión, y concediéndole en todo caso su bendición paternal”.70 Así, con un contraste tan contundente, se descalifica definitivamente el Santo Oficio y, en consecuencia, el momento histórico de la Colonia que lo permitía, y se muestra a los lectores los beneficios de una religión tolerante.

Aún hay otro elemento que vale la pena tratar, pues se relaciona con la tendencia a la sobriedad en la construcción de la novela, elemento que puede ser una consecuencia de la extensión a la que se limita el género de la novela corta: Pesado evita extender innecesariamente los pasajes que normalmente hubieran podido ser aprovechados por el novelista para ampliar el número de páginas al retardar algún suceso o incrementar el suspenso; es decir y como ya se mencionó, Pesado parece buscar la sobriedad de lo exacto, de lo verosímil; al respecto, hay, al menos, dos ejemplos -que Ruedas de la Serna71 atribuye a un cambio de ritmo-: el primero es cuando Ruiz de Guevara va a platicar con la antigua nodriza de Sara con el fin de corroborar lo que Ribeiro le había dicho y en vez de usar el diálogo directo, el narrador prefiere resumir: “hizo a aquella mujer con rapidez varias preguntas, y sus respuestas le confirmaron en la verdad de que Sara era su hija”;72 el segundo ejemplo está en un comentario metaficcional que evita hacer una descripción detallada de los sentimientos de Ruiz de Guevara -ahora identificado como un anciano- cuando se reencuentra con su hija: “Mucho nos difundiríamos si quisiéramos pintar lo que sintió el anciano cuando vuelto a su casa vio de cerca a su hija, aletargada nuevamente con una bebida que le habían dado los médicos en intento de hacer menos dolorosos los sufrimientos”.73 Es decir, sin extenderse de más, el narrador, evita mencionar el puesto de inquisidor de Ruiz de Guevara y ahora, incluso, lo llama anciano y lo sitúa, a lado de su cama, cuidándola. De esta forma, en unas cuantas líneas, Pesado modifica, completamente, la visión que se tenía sobre el personaje.

Asimismo, la tortura de Duarte se presenta fuera de escena, pues tanto Leonor como Ruiz de Guevara, los otros inquisidores y el mismo lector, sólo tienen acceso a los gritos del personaje torturado y no a la escena propiamente -de otra manera quizá se podría ver afectada la posibilidad de empatía con el inquisidor-, como sí sucede en Monja y casada, virgen y mártir (1868), de Riva Palacio, cuando el narrador hace una detallada descripción del sometimiento de Blanca a los distintos tipos de tortura. De igual manera y aunque el pasaje no deja de ser estremecedor -sobre todo hacia el final-, cuando los personajes son quemados en la hoguera, sólo puede verse el último episodio de la escena, a partir de un narrador que focaliza sobre Ruiz de Guevara:

ve envueltos en las llamas a muchos de los condenados en ellas: Duarte exhalaba los últimos suspiros: pregunta por Sara y la ve amarrada al poste fatal, sobre un haz de leña medio encendida: el humo que la circunda la hubiera hecho desfallecer, a no volverle el sentido las chispas que tocaban a su rostro y brazos, levantadas por los verdugos que atizaban el fuego: la llama había quemado la orla de su vestido, el cual por ser de lana no ardía sólo a la vez: sus pies eran presa del fuego: no pudiendo sufrir aquellos ardores, lanzaba entre el estallido de los maderos el ruido de las llamas y las voces de los circunstantes, gritos agudos que apenas se percibían.74

Como puede verse, los gritos de Sara serían la cumbre de lo angustiante para el lector en “El inquisidor de México”, pero, incluso, esos gritos apenas se perciben, aspecto que limita el regodeo en lo macabro del hecho. Con este clímax moderado también se da el pie para que el lector permita, como refiere Ruedas de la Serna, “el cambio de perspectiva en el relato, ya que al escritor le importa extraer de este drama una enseñanza moral y para ello debe penetrar en la vida íntima del Inquisidor, es decir en su espacio doméstico”;75 así, se deja ver que la intención de la novela es mostrar los resultados catastróficos del fanatismo en la vida de las personas, fanatismo, como se dijo, representado aquí por el Santo Oficio, en contraposición con las ventajas de una doctrina de amor, comprensión y paciencia como la del cristianismo. He ahí la oportunidad de redención, el matiz muy personal de Pesado y la justificación de una verosimilitud cuidada.

“La esposa del insurgente” y la Independencia de México según Payno

“La esposa del insurgente”, publicada en 1844 en El Museo Mexicano, es una de las tres novelas incluidas por Agüeros en su antología de Novelas cortas (1901), de Payno, que tratan el tema de la Independencia de México. En todas estas novelas se enfatizan ciertos valores en los personajes principales que tienen que ver con la valentía, la fidelidad o con la lucha por un ideal como el amor a la patria, asimismo, se sugieren ciertas pautas de comportamiento para las lectoras a través de los personajes femeninos. La anécdota de “La esposa del insurgente” trata sobre Manuela, quien, como el título de la novela lo indica, sigue a su esposo, Alberto, general del ejército insurgente, a la lucha por la Independencia de México. El texto, aunque formalmente tiene cinco apartados, se divide, propiamente, en dos partes, según el espacio-tiempo del enunciado: una primera -de la que se ocupa sólo el primer apartado- que se sitúa un año antes del inicio histórico de la guerra (1809), cuando los personajes se comprometen y se casan, y una segunda -de la que se ocupan los cuatro apartados restantes- cuando, en Guadalajara ya iniciado el movimiento armado, durante los últimos meses de 1810, Miguel Hidalgo y Costilla manda fusilar a varios presos realistas.

El principal conflicto se presenta cuando Manuela recurre a sus influencias con el verdugo, Cayetano, para liberar al padre y al prometido de Teresa, quienes habían sido acusados de realistas y condenados a muerte. La novela concluye con el escape de los acusados y con la muerte de Teresa. No deja de llamar la atención que en la edición de El Museo Mexicano se incluya, al final, la frase “Continuará”,76 lo que podría haber implicado que Payno habría querido narrar, en una segunda entrega, las consecuencias del acto de humanismo o traición, según se vea, de Manuela. Sin embargo, por las razones que fueran, no parece existir continuación, quizá porque podría haberse desviado hacia una crítica más severa de Hidalgo o, simplemente, porque para entonces ya estaba, junto con Prieto, en los preparativos para echar a andar Revista Científica y Literaria de México (1845-1846).

Como es sabido y se señaló al principio de este artículo, para 1844, Payno ya conocía las estrategias escriturales de Eugène Sue y de Alexandre Dumas,77 algunas de las cuales llegaría a aplicar en sus novelas cortas, dentro de los límites, por supuesto, de este subgénero. Sin embargo, en cuanto a la integración del discurso ficcional e historiográfico, sigue, todavía, muy apegado a Scott. Incluso, se podría decir, que su acercamiento al modelo de Scott es mayor que en el caso de su novela, también ya mencionada, “María”, de sus inicios en el género, donde recurre también al modelo propuesto por De Vigny al presentar los personajes históricos en un primer plano. Es así que mientras en “María” podemos acceder a los pensamientos íntimos de Iturbide antes de su fusilamiento, en “La esposa del insurgente”, sólo conocemos a partir de Alberto, es decir, de segunda mano, los comentarios de Hidalgo sobre la muerte de los prisioneros realistas:

Inocentes o culpados [dice Alberto] se han mandado asesinar. He visto salir a Cayetano, de la casa de Hidalgo, con una espada, un par de pistolas, y un puñal al cinto, y brillando en sus ojos una alegría indecible. A poco entramos Allende y yo a pedir a Hidalgo, mandara suspender esas ejecuciones bárbaras, que desacreditaban con Dios y con el mundo nuestra causa… -¿Y qué respondió? [pregunta Manuelita]. -Que nunca acostumbraba revocar las órdenes que daba. Que el pueblo quería víctimas, y que era preciso darle sangre hasta que se saciara.78

A esta configuración de un Hidalgo poco empático con las muertes, con un enfoque totalmente pragmático y, pudiera decirse, con una idea muy prejuiciosa sobre esa entidad abstracta que la política mexicana ha denominado “el pueblo”, se suma la descripción de su entrada a Guadalajara, que curiosamente inicia con una adversativa que da cuenta del enjuiciamiento al cual el personaje es sometido:

Aunque Hidalgo fue recibido con demostraciones de júbilo en Guadalajara, la ciudad, sea porque ese júbilo en tiempo de revueltas y guerras es efímero y muchas veces falso, sea porque la política había olvidado encender los faroles, y el cielo cuidado de ocultar con las nubes las más pequeñas estrellas, o sea, en fin, porque las gentes estaban aterrorizadas por las ejecuciones que se había mandado hacer, la ciudad estaba solitaria, triste y sombría.79

Si bien el apoyo de algún liberal decimonónico a Iturbide no sería del todo extraño -el mismo Riva Palacio lo hace en su texto “Iturbide”, incluido en El libro rojo, donde acusa de ingratitud a la nación y “al pueblo” mexicano-,80 sí es llamativo que en el caso de los textos literarios de Payno este apoyo se sume al ataque a Hidalgo. Valga este comentario no para acusar de alguna tendencia política al escritor de Los bandidos de Río Frío, sino para exaltar cierto tipo de independencia de pensamiento que daría cuenta, además, de su nivel de conciencia estética. Esta capacidad de Payno se percibe, principalmente, en la manera en que construye sus personajes y un ejemplo de ello, puede encontrarse si se contrasta la idea que promueve de Hidalgo en “La esposa del insurgente” con la que propone en “Historia nacional. Los primeros tiempos de la libertad mexicana” (El Museo Mexicano, 1843), un texto de carácter historiográfico, donde relata lo sucedido el 16 de septiembre, la madrugada del grito de Independencia. Aquí, Payno retrata a un cura capaz de dialogar con militares de alto rango, así como con la gente común y convencerla de lo imperante que era luchar por la Independencia de México. Aunque se logra percibir cierta capacidad de manipulación en el personaje, ésta no se concibe como algo negativo, sino como una necesidad del momento que suma puntos a su carácter decidido. Este texto, puede decirse, está construido con base en la idea de los grandes hombres y la importancia de ellos para el desarrollo adecuado de los hechos históricos, así como sobre la descalificación de la Conquista y la Colonia:

Cuando se nos viene a la memoria que allá en los remotos tiempos, cuando las tierras de México eran vírgenes, cuando moraban en la soledad de las selvas unas tribus de indígenas dóciles y humildes, se les arrancó con el hierro y con el acero sus costumbres y su naciente civilización, se les incendiaron sus poblaciones, se les violó a sus mujeres, se degolló a sus hijos, y se les condenó en fin a huir a las montañas y a las selvas, y a vivir errantes como las fieras, y luego se contemplan con filosofía las escenas de los primeros tiempos de libertad, proclamada por un párroco, oscuro y desvalido, y sin más elementos que la práctica de sus virtudes, es menester creer y confesar que hombres semejantes obran impulsados por una fuerza omnipotente y sobrenatural, y son instrumentos ciegos de un poder superior, que nunca deja en la tierra sin un premio las virtudes, y sin un terrible castigo los crímenes.81

Además de que aquí Payno considera, explícitamente, el inicio de la Independencia de México como parte del México independiente -como se asume en este artículo, según la propuesta de Tola de Habich-, también sobresale la construcción de un Hidalgo con rasgos positivos, más apegados a los de la historia oficial; en contraste, en su novela -supuesto que entiende que es ficción- no tiene empacho en señalar aquellos elementos que considera negativos. Se puede argüir que el enfoque positivo o negativo respecto del personaje se debe a la influencia del momento histórico específico referido -Grito de Independencia y fusilamiento de reos por parte del ejército insurgente durante su estadía en Guadalajara- y se tendría razón, pero también es cierto que la representación del momento fue elegida por Payno. De ahí que la responsabilidad de lo dicho siga siendo suya. Sin embargo, lo que importa para este artículo, más que las preferencias políticas de su autor, según se ha dicho, es que, para Payno, la novela histórica parece tener un carácter desmitificador -dentro de los límites de una etapa tan temprana en la construcción de la historia de México-, en consonancia con la perspectiva ofrecida sobre los grandes hombres de la historia de México y la validez del sesgo ideológico, según las dos premisas de De Vigny asumidas por los escritores de entonces y arriba mencionadas.

Respecto de la reconstrucción negativa de Hidalgo en “La esposa del insurgente”, un Hidalgo que aprueba la violencia como mecanismo de control, esto se reafirma a partir del contraste que se establece entre sus decisiones y las opiniones al respecto de los dos personajes principales, Manuela y Alberto; pues ambos, personajes ficticios, están construidos para que el lector se sienta identificado con ellos y, en este sentido, además coincida con sus ideas. Por ejemplo, el personaje masculino -el que como se vio descalifica la actitud de Hidalgo ante las ejecuciones de los realistas- está configurado como un patriota que sacrifica su fortuna y comodidades por defender un ideal y, en un principio, no quiere casarse con Manuela para no exponerla a la suerte de la vida de un insurgente, pues, además, el joven casadero tenía “juicio y buenas cualidades”.82 Manuela, por su parte, como ideal de la mujer del siglo XIX, no acepta un no por respuesta, convence a Alberto de que se casen y le promete que lo seguirá a donde sea. Así la describe el narrador: “una jovencita con un talle delgado, una sonrisa melancólica y unos ojos llenos de ternura […] era además muy virtuosa, y de un talento superior, tal vez, a la educación que entonces se daba a las mujeres, y de un alma apasionada [y con…] natural virtud y juicio”.83

A esto se suma el pasaje donde se da la interacción de Manuela con Cayetano, especie de verdugo insurgente y antihispanista, al que acude para salvar al padre y al prometido de Teresa. Los juicios negativos sobre la muerte de los presos realistas se pueden ver en las reacciones que Manuela tiene a los comentarios de Cayetano, cuando aquélla le pide liberarlos:

Pues señora generala, yo no puedo hacer lo que usted me dice. Ya ve usted que tengo orden de matarlos a todos, y además, yo digo a usted que no puedo, porque he hecho voto a la virgen de Zapopan de no dejar uno de esos con hueso sano, y la virgen me castigará. Manuela sonrió amargamente. Luego, con una voz persuasiva y halagando la superstición del verdugo, prosiguió: -Es verdad que la virgen podría enojarse contigo; pero antes de venir le he rezado, y ella me inspiró la idea de que viniera verte a ti […] -Usted, señora generala, es una santa, y debo creerlo así… -Sí, créelo, y además yo te lo agradeceré [con…] una bolsa llena de oro. -¿Oro, señora generala? Por la virgen que tengo bastante. No busco oro, sino sangre, venganza. -¡Infame!, ¡asesino!, murmuró Manuela a media voz.84

La sonrisa amarga y la murmuración, se entiende, son reacciones que se espera repitan las “hermosas lectoras”85 de la novela; es decir, además de que Payno intenta, con ello, descalificar la condena a muerte de los realistas, también trata de influir en la formación de sus lectoras. A pesar de esta opinión respecto de la violencia y del trato inhumano de los prisioneros, el narrador permite a Cayetano contar su historia, narración que justifica, de alguna manera, su actitud ante los españoles. Entre lo que Cayetano cuenta se sabe que su antihispanismo era consecuencia del abuso de poder al que había sido sometido, cuando por haber tropezado con “un señor de uniforme y bastón”, posiblemente un militar español, había sido condenado a 25 azotes públicos frente a la casa de su prometida, Lucesita, quien termina por perder la razón. Es decir, el deseo de venganza de Cayetano proviene de una injusticia que surge de un prejuicio de clase que había destruido su vida, en un momento histórico en el que, como en el caso de “Netzula” y “El Inquisidor de México”, las parejas no podían ser felices, salvo, por supuesto, por Manuel y Alberto, quienes parecen ser inmunes. Manuela, cabe comentar, no reacciona a la narración de Cayetano, ni para bien ni para mal. Esta aparente inmunidad de los personajes principales, en cuanto a que pueden mantenerse juntos como pareja en un espacio-tiempo hostil y a que Manuela no reacciona a la narración del verdugo insurgente, es, en parte, consecuencia de la configuración idealizada de ambos, configuración que está en función de una visión del mundo en concordancia con las lectoras de 1844, momento de relativa paz, y que se pretende, de alguna manera, una visión del mundo fija.

Sin embargo, debe señalarse que el espacio-tiempo histórico sí influye sobre el destino de los personajes principales -requisito, según se vio arriba, para que un texto pueda ser considerado novela histórica-, recuérdese que la lucha por la Independencia de México es la razón por la que ambos personajes se trasladan con el ejército insurgente a Guadalajara y si Manuela y Alberto no se ven afectados todavía de manera más contundente, ello se debe a que la novela no está terminada; es decir, ese “Continuará”, señalado arriba, es, efectivamente, el anuncio de que falta la conclusión de la historia. Quizá la configuración negativa inicial de Hidalgo era solo un artificio para verlo al final elevarse por encima del ser humano normal. Algo que nunca sabremos. Por ello, al terminar el quinto apartado, se sabe que Alberto no había conseguido nada de Hidalgo y que Teresa había muerto. Desenlace que, para los lectores, opaca la narración de Cayetano y, por tanto, la justificación de la muerte de los prisioneros realistas. Esto es: la visión que priva es la que descalifica a Hidalgo, la que parece buscar su desmitificación como personaje histórico iniciador de la Independencia, particularidad que, en este caso, tiende a la deshumanización y a la imposibilidad de que el lector se identifique con él. Pero, incluso, esta configuración hubiera requerido de mayor desarrollo por parte de Payno.

A manera de conclusión

Como se ha tratado de mostrar a lo largo de este artículo, en las formas de representación de los tres temas principales de la novela histórica de la primera mitad del siglo XIX, la Conquista, la Colonia y la Independencia de México -dentro, esta última, de las representaciones del México independiente-, domina, la estructura de la novela histórica propuesta por Scott, pero también hay algunos elementos de la forma de concebir el subgénero por De Devigny que le otorgan a algunos de estos textos cierto nivel de sofisticación. Aunque salvo en casos muy específicos como “María”, de Payno, -donde el narrador focaliza sobre Iturbide la noche antes de su fusilamiento- o “Una catástrofe de 1810”, de Revilla -donde se tiene acceso a un diálogo entre Hidalgo y Abasolo-, domina en este período el uso de personajes ficticios como protagonistas que mantienen alejados del primer plano a los personajes históricos, lo que supone, como ya se refirió, que los escritores mexicanos de entonces prefirieron apostar por la libertad que la ficción podría proporcionarles al narrar pasajes históricos, tratando, a la vez, de no contradecir -salvo en el caso de “La esposa del insurgente”- las propuestas de la historiografía oficial.

De esta manera, se puede decir que la tendencia al anacronismo en “Netzula” se debe a algo más que al desconocimiento del período prehispánico; es decir, parece ser un intento de Lacunza por justificar las bondades de su presente, un México independiente, donde los protagonistas hubieran tenido más posibilidades de ser felices, un argumento nada despreciable para las lectoras de la primera mitad del XIX. “El Inquisidor de México” es, quizá, la mejor novela de las tres aquí revisadas en cuanto a que se construye con base en la premisa del respeto a la verosimilitud; es decir, con base en un estricto cuidado de la coherencia interna de la obra literaria, según el universo narrativo propuesto, premisa que es consecuencia, probablemente, del intento de no desprestigiar a la Iglesia como institución. Por ello, sobresale la sobriedad con la que es tratado un tema, que puede ser tan complejo -ideológicamente hablando-, como la Inquisición.

Asimismo, “La esposa del insurgente” permite ver la capacidad que tiene el discurso ficcional para proponer una visión alternativa a la de la historiografía oficial sobre un gran hombre, como Hidalgo, nivel de sofisticación que puede ser consecuencia de que la novela no está terminada, premisa que, cabe comentar, no opacaría los aportes de este texto de Payno a la novela histórica mexicana. En el caso de las tres novelas, debe decirse, el elemento integrador del discurso ficcional y del discurso historiográfico -anacronismo, verosimilitud y desmitificación, respectivamente- son característicos de la poética particular de cada autor; sin embargo, como los textos fueron seguramente leídos, al menos, por sus colegas escritores, estas formas de construcción de la novela histórica debieron permear el subgénero poco a poco, combinándose con las estrategias de otros escritores, hasta llegar a influir en novelas de largo aliento, con sus matices, en la segunda mitad del siglo XIX y, ya problematizados, durante todo el siglo XX.

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1 Mata, La novela corta mexicana en el siglo XIX, pp. 32-33.

2Tola de Habich, “Diálogo sobre los Año Nuevo y la Academia de Letrán”, p. lxxv; Campos, La Academia de Letrán, p. 15; Chavarín González, La creación y la consolidación de la literatura mexicana a través de sus revistas: narrativa y ensayo, p. 42.

3Ni Mariano Navarro ni Ramón Isaac Alcaraz aparecen referidos en el Diccionario de Escritores Mexicanos ni en el Diccionario de Seudónimos, anagramas, iniciales y otros alias…, de Ruiz Castañeda y Márquez Acevedo.

4Aunque es señalado en el Diccionario de Escritores Mexicanos, en el Diccionario de Seudónimos y en el libro Literatura e Historia. Comentarios a algunas narraciones mexicanas del siglo XIX, de tema histórico, de Andriana Sandoval, ninguno proporciona la fecha de nacimiento y muerte.

5RR. [Manuel Payno y Guillermo Prieto], “Conclusión”, p. 380.

6 Altamirano, Revistas literarias de México, p. 5.

7 Jiménez Ramírez, “La novela histórica en la Nueva Época de Cuadernos Americanos”, p. 171.

8 Vigny, “Reflexiones sobre la verdad en el arte”, p. 7.

9Ibíd., p. 8.

10 White, El texto histórico como artefacto literario y otros escritos, p. 138.

11 Algaba Martínez, “Cuatro novelas históricas mexicanas del siglo XIX. Estudio de historia literaria comparada”, tesis de doctorado, pp. 2-3.

12 Díaz Alarcón, “Cinq-Mars de Alfred de Vigny”, p. 76.

13 Lukács, La novela histórica, pp. 15, 22, 36-37, 40-41, 48-49, 53, 58-59, 65 y 82.

14 McHale, Posmodernist fiction, p. 87.

15 Tola de Habich, “Diálogo sobre los Año Nuevo y la Academia de Letrán”, p. xlii.

16 Rodríguez Chicharro, La novela mexicana indigenista, p. 28.

17Aunque esta novela aparece sin autor en el Calendario de las Señoritas Megicanas para el año de 1838, Ernest Richard Moore se lo atribuye a Rodríguez Galván, ya que en El Museo Yucateco de 1841 es publicada con su nombre. Moore, “Bibliografía de Ignacio Rodríguez Galván (1816-1842)”, pp. 173-174. Tola de Habich incluye en Obras, de Ignacio Rodríguez Galván, este texto como parte de su obra narrativa. Tola de Habich, “Prólogo”, p. lxXIX.

18 Lukács, La novela histórica, p. 70.

19 Aristóteles, Poética, p. 23.

20 Flores, “Desmitificación de la historia y recusación del poder en la nueva novela histórica hispanoamericana: el caso de la novela chilena”, p. 53.

21 Prieto, “La Academia de Letrán (Fragmentos de Mis Memorias)”, p. 169.

22 Sandoval, Literatura e historia. Comentarios a algunas narraciones mexicanas del siglo XIX, de tema histórico, p. 38.

23 Meléndez, La novela indianista en Hispanoamérica, 1832-1889, p. 128.

24 Giné Janer, “Atala, de Chateaubriand, en la traducción de Pascual Genaro Ródenas”, http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/atala-de-chateaubriand-en-la-traduccin-de-pascual-genaro-rdenas-1803-0/html/01d19f68-82b2-11df-acc7-002185ce6064_2.html, [consultado el 15 de mayo de 2021].

25 Ruedas de la Serna, “La novela corta de la Academia de Letrán”, p. 69.

26 Lacunza, Netzula, p. 31.

27 Sandoval, Literatura e historia. Comentarios a algunas narraciones mexicanas del siglo XIX, de tema histórico, p. 41.

28Ibíd., p. 61.

29Ibíd., p. 41.

30Ibíd., p. 49.

31 Ruedas de la Serna, “La novela corta de la Academia de Letrán”, p. 69.

32 Lukács, La novela histórica, p. 70.

33 Lacunza, Netzula, p. 16.

34Ibíd., p. 44.

35Ibíd., p. 22.

36Ibíd., p. 28.

37 Lacunza, Netzula, p. 15.

38Ibíd., p. 8.

39Ibíd., p. 29.

40Ibíd., p. 21.

41Ibíd., p. 27.

42Ibíd., p. 35.

43Ibíd., p. 47.

44 Sandoval, Literatura e historia. Comentarios a algunas narraciones mexicanas del siglo XIX, de tema histórico, p. 71.

45 Lacunza, Netzula, p. 45.

46 Sandoval, Literatura e historia. Comentarios a algunas narraciones mexicanas del siglo XIX, de tema histórico, p. 47.

47Ibíd., p. 45.

48 Lacunza, Netzula, p. 45.

49Ibíd., p. 27.

50 Lacunza, Netzula, p. 26.

51Ibíd., p. 30.

52Ibíd., p. 31.

53Ibíd., p. 34.

54Ibíd., p. 35.

55 Francisco Orozco Campos, “Prólogo” p. 9.

56 Rovira, Relatos inquisitoriales en la narrativa hispanoamericana, p. 42.

57 Cañedo, “El inquisidor de México o la venganza del judío”, p. 7.

58 Pesado, “El Inquisidor de México”, p. 125.

59Ibíd., p. 137.

60 Pesado, “El Inquisidor de México”, p. 107.

61 Ruedas de la Serna, “El inquisidor de México: historia y ficción”, pp. 557-558.

62 Cañedo, “El inquisidor de México o la venganza del judío”, pp. 8-9.

63 Pesado, “El Inquisidor de México”, pp. 107-108.

64Ibíd., pp. 111-112.

65 Pesado, “El Inquisidor de México”, p. 132.

66 Cañedo, “El inquisidor de México o la venganza del judío”, pp. 11-12.

67 Pesado, “El Inquisidor de México”, p. 136.

68Ibíd., p. 135.

69Ibíd., p. 136.

70Ibíd., p. 137.

71 Ruedas de la Serna, “El inquisidor de México: historia y ficción”, p. 553.

72Pesado, “El Inquisidor de México”, p. 132.

73Ibíd., p. 135.

74Ibíd., p. 132.

75 Ruedas de la Serna, “El inquisidor de México: historia y ficción”, p. 553.

76 Payno, La esposa del insurgente, p. 424.

77Manuel Payno publicó en 1844 en el tomo IV de El Museo Mexicano su ensayo “Revisión de obras. Los misterios de París, por Eugenio Sue” (Payno, Revisión de obras. Los misterios de París, por Eugenio Sue”, pp. 111-114) y Guillermo Prieto comenta que, durante la revisión del texto de Rodríguez Galván para su ingreso a la Academia de Letrán se mencionaron por primera vez en sus reuniones los nombres de Hugo y Dumas. Prieto, “La Academia de Letrán (Fragmentos de Mis Memorias)”, p. 55.

78 Payno, La esposa del insurgente, p. 420.

79 Payno, La esposa del insurgente, p. 422.

80 Riva Palacio, Iturbide, p. 352.

81 Payno, “Historia nacional. Los primeros tiempos de la libertad mexicana”, p. 187.

82 Payno, La esposa del insurgente, p. 417.

83Ibíd., p. 417.

84Ibíd., p. 423. Las cursivas son mías.

85Ibíd., p. 417.

Recibido: 29 de Mayo de 2021; Revisado: 23 de Junio de 2021; Aprobado: 05 de Julio de 2021

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