Introducción
Este artículo presenta una panorámica general acerca de la maternidad desde la perspectiva feminista, seguida por aportaciones teóricas y discusiones de las pensadoras que la colocaron por primera vez como un asunto público y político. Son muchas las mujeres que han hecho contribuciones al tema en distintas épocas; por lo cual, fue necesario hacer una delimitación que atiende al objetivo de presentar los aportes que se vinculan de manera cercana con los estudios socioculturales. El criterio de selección y punto de partida presenta a pensadoras de la denominada segunda ola del feminismo, pertenecientes a la década de 1960, y de las dos décadas siguientes. Las autoras incluidas pertenecen predominantemente a los campos de la historia, la sociología y la antropología occidental; no se incluyó a quienes hicieron aportes sobresalientes al tema desde el psicoanálisis feminista, por formar parte de otro cuerpo de estudios que sobrepasa el fin de este artículo. Las brillantes mentes de estas iniciadoras inspiraron en otras la continuación de su trabajo, que también se retoma en referentes contemporáneos significativos. La formulación de conceptos teóricos y la revisión de la historia abrieron canales para observar cómo han ido cambiando las ideas sobre la maternidad y las maneras de ejercerla.
La formulación del concepto género clarificó distinciones que se consideraban obvias por el solo hecho de nacer en cuerpo de hombre o de mujer; criterio sobre el cual se depositaba una serie de estereotipos, prejuicios, expectativas, roles y valoraciones en un sistema binario y patriarcal que es vigente hasta nuestros días. Culturalmente, se ha asociado la identidad femenina con la identidad materna, al grado de confundirse en una misma. Esta percepción dio lugar a la formación de una escala de valores que se adscribe a categorías de madres “buenas” y “malas” las cuales, en su calidad de asignaciones arbitrarias, están estrechamente relacionadas con la correspondencia de sexo y género, y con los atributos imaginarios de una mujer femenina. A fin de evitar juicios universales, se incluyen estudios que sitúan a las madres en su propia biografía, que toman en cuenta la vivencia de mujeres que son madres y de otras que, sin serlo, se ven atravesadas irremediablemente por el tema de la maternidad. Así, se presentan estudios acerca de madres adolescentes y jóvenes, madres lesbianas, madres filicidas, mujeres que no quieren ser madres, madres arrepentidas y, por último, madres feministas, un concepto novedoso que ha sido acuñado de manera reciente.
En épocas recientes, han aflorado estudios que abordan de manera crítica el tema de la maternidad como un fenómeno construido socialmente. Aunado a ello, se han puesto en duda cuestiones que se consideraban inalterables o tabús, tales como el ideal materno, o el instinto materno (Badinter, 1981; Sau, 2004), asuntos que se desplegarán a lo largo de este trabajo. La importancia de las investigaciones que se han realizado desde el paradigma feminista radica en desarticular creencias asociadas al binomio mujer=madre (Tubert, 1996), que se encuentran firmemente arraigadas en la cultura y esencializan la maternidad como algo inherente a las mujeres.
Relacionar en automático la maternidad con las mujeres, por el solo hecho de tener un cuerpo apto para la reproducción, constituye una idea que no por simplista deja de estar presente y tener un peso significativo en el discurso cotidiano. Su permanencia obstaculiza la realización de análisis profundos que conduzcan a desenmarañar la gran cantidad de simbolismos que se encuentran adheridos, vigorosamente, a la cultura. A contracorriente, se han cimentado bases teóricas sólidas para la continuación de un pensamiento crítico que desestabiliza las “verdades absolutas” y debate los dogmas que se han ido construyendo acerca de la maternidad desde la visión occidental judeocristiana, es decir, patriarcal, y que continúa hasta nuestros días.
Es preciso, entonces, presentar otras reflexiones que se han contrapunteado al pensamiento hegemónico y que se incluirán en el cuerpo de este trabajo para poner el acento en la diversidad de maternidades que conviven en realidades alternas y habitadas por las madres de este siglo. En este entendido, la realidad no es única sino heterogénea y múltiple; la linealidad que interpreta la maternidad como una realidad unívoca y uniforme es susceptible de ser repensada y replanteada de frente a las necesidades actuales de una sociedad que no puede seguir anclada en creencias anacrónicas.
Las amazonas
La idea planteada por Simone de Beauvoir en El segundo sexo (2012) respecto a que “no se es mujer, se llega a serlo”, goza de cabal vigencia varias décadas después de su irruptora aparición y se puede adaptar coherentemente respecto a la maternidad para sostener que “no se es madre, sino que se llega a serlo”. Sin considerarse a sí misma como feminista cuando escribió ese libro, la filósofa francesa se convirtió en un pilar teórico que sostuvo el cúmulo de ideas que se detonaron a través de un cuerpo de pensamiento que, si bien no surge con ella, sí sienta bases epistemológicas para desarticular la filosofía androcéntrica.
En el mundo occidental moderno, hasta antes de la aparición de los estudios feministas, la maternidad se entendía como una cuestión natural e inherente a las mujeres, otorgada a priori, y cuyo origen se asociaba, incluso, con mandatos divinos. Fue la influencia del feminismo la que procuró el desarraigo de preconcepciones al denunciar la opresión y subordinación de las mujeres, y al poner en tela de juicio aseveraciones que identificaban a la mujer con el ámbito privado y a los varones con el público. Surgió entonces la consigna de abordar los asuntos personales, o de grupos minoritarios, como cuestiones políticas (Millet, 1995). Las discusiones acerca de los asuntos domésticos cobró una fuerza que no tenía antes, cuyo empuje animó a que muchas mujeres expresaran inconformidades otrora silenciadas.
A partir del calor político característico de la década de 1960 y que prosiguió en la de 1970, en Estados Unidos, mujeres conscientes de su opresión salieron a las calles a ocupar espacios que no les pertenecían históricamente. Desde ahí, denunciaron desigualdades por razones de género, vividas por ellas y por otras mujeres. Esta movilización, por supuesto, no era compartida por todas las mujeres; algunas se identificaban plenamente y otras se apartaban, lo cual no restó importancia a su movimiento.
Betty Friedan (1921-2006), Adrienne Rich (1929-2012), Kate Millet (1934-2017), Shulamit Firestone (1945-2012) y bell hooks (1952-) son algunas de las amazonas que levantaron puntas de lanza en el estudio de cuestiones que dormitaban en los confines de la historia. Los asuntos de la vida privada, como los quehaceres domésticos y la maternidad, se fijaron como políticamente relevantes. Su activismo no solo cimbró plazas y avenidas, sino que dejó importantes legados a la humanidad, con ideales firmes, progresistas y emancipatorios.
Betty Friedan, en La mística de la feminidad, sacó a la luz “el malestar que no tiene nombre”. Expuso vivencias íntimas y personales que contradecían la supuesta felicidad que deberían sentir las madres dedicadas al hogar, expuestas como un objeto más de decoración en su casa, con todo lo necesario para sentirse plenas, pero que habían perdido el sentido de la vida. Esta serie de revelaciones, que a simple vista parecen menores, permitió a muchas otras mujeres identificarse y encontrar en sus palabras una descripción pormenorizada de sus propias vidas; no se trataba entonces, de un problema personal, sino colectivo.
El malestar ha permanecido enterrado, acallado, en las mentes de las mujeres estadounidenses […] una sensación de insatisfacción […] Cada mujer de los barrios residenciales luchaba contra él a solas. Cuando hacía las camas, la compra […] comía sándwiches de crema de cacahuate con sus hijos, los conducía a su grupo de exploradores […] se acostaba junto a su marido por las noches, le daba miedo hacer, incluso hacerse a sí misma, la pregunta nunca pronunciada: “¿Es esto todo?” (Friedan, 2009, p. 51).
En 1970, Shulamit Firestone publicó La dialéctica del sexo, libro en el cual analiza conceptos como la lucha de clases (Marx y Engels) para proponer una revolución no solo de clase social, sino de clase sexual, en la que las mujeres tomarían control de la función reproductiva. Para Firestone, la ocupación materna, como actividad asignada a las mujeres, y el amor, como concepto predominantemente femenino, fueron factores que facilitaron el avance de los hombres al tiempo que relegaron a las mujeres en distintos aspectos, como el literario y el cultural:
La interminable pregunta “¿Qué hacían las mujeres mientras los hombres creaban obras maestras?”, merece algo más que la evidente réplica: Las mujeres tenían cerrado el acceso a la cultura y eran explotadas en su función de madres […] los hombres se dedicaban a escribir y a crear, porque sus mujeres invertían todas sus energías en ellos; las mujeres no crean cultura, porque están preocupadas por el amor (Firestone, 1976, p. 160).
En 1976, Adrienne Rich publicó Of Woman Born, obra que incorpora otras dimensiones, propone una redefinición de la maternidad como espacio de poder femenino e introduce novedosas ideas, la maternidad era susceptible de entenderse en una doble dimensión, como institución, y como experiencia:
A lo largo de este libro intento distinguir entre dos significados de la maternidad, uno sobreimpuesto en el otro: la relación potencial de cualquier mujer con sus poderes de reproducción y con las criaturas; y la institución, que se dirige a asegurar que ese potencial -y todas las mujeres- permanezcan bajo el control masculino (Rich, 1995, p. 13).1
En la década de 1980 hay una continuación de esta línea de pensamiento y, tras un periodo de relativa calma, la abogada francesa Elisabeth Badinter dispara nuevamente la polémica al formular la siguiente pregunta: ¿Existe el amor maternal? En su libro plantea ideas soterradas que eran incuestionables, tales como el amor y el instinto maternos. La importancia de su trabajo radica en su reflexión histórica acerca de la ausencia de amor maternal para las mujeres francesas en un periodo que comprende del siglo XVII al XX. Su pregunta se va respondiendo en un argumento que sienta las bases para entenderlo como una construcción histórica y sociocultural:
El amor maternal es solo un sentimiento humano. Y es, como todo sentimiento, incierto, frágil, e imperfecto. Contrariamente a las ideas que hemos recibido, tal vez no esté profundamente inscrito en la naturaleza femenina. Si observamos la evolución de las actitudes maternales, comprobamos que el interés y la dedicación al niño se manifiestan. La ternura existe o no. Las diferentes maneras de expresar el amor maternal van del más al menos, pasando por nada o casi nada (Badinter, 1981, p. 14).
El vacío de la maternidad: madre no hay más que ninguna, de la catalana Victoria Sau, enmarca la construcción social de la maternidad dentro del patriarcado; en tal contexto, subraya la necesidad de condiciones específicas y benéficas que acompañen a la maternidad para merecer nombrarse como tal. “La maternidad biológica (concepción, embarazo y parto), así como por extensión la crianza, no se puede considerar maternidad desde una perspectiva de rango humano si no va seguida de su correspondiente trascendencia en lo económico, social y político” (Sau, 2004, p. 21).
bell hooks,2 feminista afroamericana, se posiciona desde otro lugar y no relaciona la maternidad a una cadena que ata. Sus críticas no necesariamente se contraponen a lo que se venía desarrollando por las mujeres anglosajonas de clase media, ya fuesen estadounidenses o europeas, sino que lo complementa desde su identidad de mujer negra. Raza, clase social y género se combinan como categorías indisociables en Feminist Theory (1984) para señalar que existe desigualdad entre las mismas mujeres, y que al abordar los problemas que les atañen, debe tenerse cuidado para no formular planteamientos universalistas.
En el capítulo titulado “Revolutionary Parenting” -parentalidad revolucionaria-, hooks profundiza acerca de la maternidad y la crianza para resignificarlas de una manera feminista; no como experiencia obligatoria para todas las mujeres, no explotadora ni opresiva, sino como una posibilidad positiva. Entonces, como ahora, no existía consenso respecto de pensar la maternidad como un factor de opresión, pero sí había un debate que dejaba ver que las mujeres blancas pobres, las no academizadas y las racializadas habían sido siempre oprimidas entre las oprimidas y encontraban en la maternidad una fuente de “relaciones interpersonales donde se afirmaban y eran apreciadas” (hooks, 1984, p. 135); hooks plantea una crianza feminista, ya fuese ejercida exclusivamente por mujeres o en conjunto con los varones.
Una de las intervenciones más positivas del movimiento feminista se dio a favor de la niñez, en cuanto a poner más atención a la necesidad de que los hombres participen igualitariamente en la paternidad, no solo para generar igualdad de género, sino para construir mejores relaciones con la niñez. Los futuros estudios feministas documentarán cómo las formas de ejercer la paternidad masculina de manera antisexista pueden mejorar la vida de las niñas y los niños […] necesitamos saber más sobre crianza feminista en general, sobre cómo se puede criar en un ambiente antisexista […] necesitamos saber en qué tipo de personas se convertirán quienes fueron criados de esa manera (hooks, 2000, p. 75).
Hemos hecho una exposición somera sobre las ideas de algunas de las primeras teóricas que colocaron el tema de la maternidad como un objeto de estudio que ha sido continuado por otras mujeres; sus preguntas se fueron respondiendo desde la propia reflexión y en ausencia de modelos previos de conocimiento. Al mismo tiempo, heredaron un trabajo epistemológico que conducía a que las mujeres se pensaran a sí mismas como sujetos capaces de hacer ciencia y como partícipes activas de la historia.
Uno de los nichos más propicios para abordar la maternidad desde perspectivas críticas fue la academia; las principales estudiosas provienen de la historia, la antropología y la sociología, y gradualmente se fueron incorporando otras ramas del conocimiento. El abordaje interdisciplinario es terreno fértil para conocer qué se ha estudiado y desde dónde se ha hecho, y puede fungir como vehículo de diálogo para una comprensión amplia que genere perspectivas que vinculen distintos modos de aproximarse a un mismo objeto de conocimiento (Wallerstein, 1996). Dentro de las ciencias sociales, no es sino hasta épocas recientes que se ha despertado un interés por incluir temas que estaban fuera de los grandes bastiones académicos, como el que aquí se trata.
En primera instancia, la maternidad se estudiaba en disciplinas de índole biologicista, como la medicina, la pediatría, la anatomía y la psicología; uno de sus propósitos era entender cómo funcionaba el cuerpo en gestación y cómo mantener la salud física y emocional -desde los parámetros de la salud mental- de la mujer, así, en singular. Estos estudios se centraban en proveer condiciones para que las mujeres siguieran pariendo, pero no se encontraban acompañados de un pensamiento crítico.
La antropología, la historia, y de manera más reciente la sociología, fueron las puntas de lanza que, desde el paradigma feminista, ubicaron la maternidad como un elemento que forma parte de la cotidianidad, pero también del entramado estructural; Irati Fernández (2014, p. 25) mantiene que “Investigar sobre la maternidad es relacionar el microsistema en el que esta se desarrolla con las dinámicas y estructuras del sistema social, político, cultural y económico”.
En el sistema patriarcal y heteronormativo se pretende aglutinar la diversidad y homogeneizarla. En el tema de la maternidad, y esto es especialmente relevante, las diferencias socioculturales existentes desdibujan la figura ideal y petrificada: “La teoría feminista de hoy se adscribe a la interseccionalidad con la raza, la clase, la edad y el género; con ello incorpora nuevos elementos a la crítica social y se separa de los fundamentos tradicionales en los que se apoyaba” (Zubiaurre-Wagner, citada por Lau, 2017, p. 151).
Las investigaciones aquí incluidas son una muestra mínima y limitada, que de ninguna manera puede considerarse exhaustiva, de trabajos en torno al estudio de las maternidades. Proporcionan información tanto teórica como empírica para apreciar la manera en que se ha estudiado el tema, qué preguntas se han respondido y qué falta por responder. De igual manera, da pistas para aprender rutas epistemológicas que aún son novedosas y que van conformando la reconstrucción de las maternidades como una realidad plural y heterogénea.
La historia, un parteaguas de posibilidades
El registro de la memoria, en sentido amplio, ha quedado principalmente fijado por la cultura patriarcal, occidental y etnocéntrica; de ahí que se hayan tenido que desenterrar hallazgos que develan la falta de uniformidad en las maneras de ejercer la crianza a través de la historia (Tubert, 1996; Knibiehler, 2001). La historiografía ha proporcionado datos para entender la maternidad como un fenómeno situado en un contexto espacio-temporal, ha esclarecido su acontecer y, con ello, ha permitido, entre otras cosas, poner a un lado creencias mítico-religiosas y esencialistas que es necesario despejar para llegar a la comprensión de su construcción cultural y simbólica.
Vale la pena ubicar Figuras de la madre (Tubert, 1996) como un referente transdisciplinario que analiza de manera crítica aspectos centrales que han influido directamente en la construcción de la figura de la madre en Occidente desde la lógica patriarcal. El libro toca puntos neurálgicos, como la historia y el carácter mítico depositado en la maternidad, el papel de la familia y las nuevas relaciones que emergen de las tecnologías reproductivas para ir conformando la figura de la madre. Tubert aprecia la imbricación de aspectos naturales y culturales en el fenómeno materno: “actualmente no es posible sostener la existencia de una función natural que se ejerce como tal de manera universal y ahistórica, de acuerdo con un instinto o esencia de la mujer. La maternidad no es puramente natural ni exclusivamente cultural” (Tubert, 1996, p. 13).
A su vez, la investigadora mexicana Cristina Palomar ha realizado estudios desde la perspectiva histórica feminista que sintetiza en diversos trabajos. El artículo “Maternidad: historia y cultura” (2005) da crédito a discusiones de historiadoras y antropólogas acerca de conceptos que requerían ser actualizados y replanteados desde visiones contemporáneas e incluyentes; aporta elementos que han ido marcando hitos en la evolución del tema y desde los cuales puede apreciarse el asentamiento del ideal de la maternidad actual como una función implantada hacia las mujeres desde el estado con el fin de repoblar territorios devastados por las guerras; en ese sentido, el amor y el instinto fueron conceptos muy convenientes para los intereses del poder estatal. “La glorificación del amor materno se desarrolló durante todo el siglo XIX, llegando hasta los años sesenta del siglo XX” (Palomar, 2005, p. 41). La autora señala que una derivación de esta nueva dimensión de la maternidad fue la sustitución del padre por el estado, reemplazo que facilitó la elaboración de políticas públicas para impulsar la consigna de procrear a toda costa.
¿Buenas madres vs. malas madres?
La revisión histórica posibilita comprender que la maternidad es una cuestión de género, es decir, los cuerpos sexuados femeninos han sido objeto de fuertes cargas simbólicas que se han materializado a través de roles, estereotipos y expectativas, que se convierten en mandatos específicamente dirigidos a las mujeres para permitir o prohibir ciertas actitudes de manera diferenciada en relación a los varones. Si bien las exigencias sociales se aplican de manera generalizada a ambos sexos, cuando se trata de mujeres, y en específico en lo tocante a la maternidad, las demandas son aún más acuciantes.
Siguiendo a Palomar, es preciso resaltar una potente idea que coloca en su artículo “Malas madres: la construcción social de la maternidad” (2004); aquí afirma que “la maternidad sintetiza las contradicciones de los ideales de género en nuestra sociedad” (Palomar, 2004, p. 20). Analiza el orden discursivo de género subyacente a la categoría de “las malas madres” y subraya la necesidad de analizar los prejuicios y los estereotipos sociales.
Respecto a los estereotipos, encontramos primero la idea de “La Madre”, esa representación ideal, abstracta y generalizadora que motiva los monumentos, las loas y los refranes […] y que encarna la esencia atribuida a la maternidad: el instinto materno, el amor materno, el savoir faire maternal y una larga serie de virtudes derivadas de estos elementos: paciencia, tolerancia, capacidad de consuelo, capacidad de sanar, de cuidar, de atender, de escuchar, de proteger, de sacrificarse, etc. A partir de esa gran matriz representacional, se producen otros dos estereotipos: las “buenas madres” y las “malas madres” que, en términos generales, nacen del grado de acercamiento o de alejamiento a esa primera idea de “La Madre” (Palomar, 2004, p. 16).
Para Palomar, la categoría de “las malas madres” se contrapone al ideal de “La Madre”, y se refiere a las mujeres que no cumplen con las expectativas ideales de ese papel social y que son estigmatizadas, señaladas, penalizadas o diagnosticadas de diversas maneras.
En términos sociales, los efectos son múltiples. Por el lado de las mujeres se puede mencionar la sobrecarga del esfuerzo y la responsabilidad de la crianza de hijas e hijos producida por la ausencia de reflexión sobre la maternidad como práctica que compete a toda la sociedad, así como las dificultades prácticas para que las mujeres madres se desarrollen profesionalmente y cuenten con igualdad de oportunidades en todos los ámbitos (Palomar, 2004, p. 15).
Otra investigadora mexicana, Victoria Castilla (2005), realiza aportaciones que permiten entender la forma en que, además del amor y el instinto maternales, en el estereotipo de la madre se depositaron otros elementos que influyeron decisivamente para ir consolidando el ejercicio del maternaje como algo exclusivamente femenino. Sobresale el discurso de la salud de las mujeres que se instala sobre todo durante el siglo XX, tiempo en el cual la asepsia oficial del amamantamiento resultó clave en el proceso: “la higiene pasteuriana favoreció la intrusión de los médicos en la relación madre-lactante resultando la exclusividad e importancia de la madre como principal responsable de los cuidados del niño y reproduciendo las significaciones del sistema sexo-género en la sociedad” (Castilla, 2005, p. 190).
La publicación detalla de manera histórica, teórica y contextual lo que se ha entendido por buena madre en distintos momentos espacio temporales: cabe destacar de este estudio que, si bien las ideas acerca de la bondad materna han tenido diferencias en dichas coordenadas, la acción de amamantar no se concibe como un componente de la buena maternidad, pues se interpreta como algo completamente natural, es decir, ni siquiera alcanza a admitir discusión dentro del imaginario del grupo de mujeres de su estudio, pues se encuentra depositada directamente en la biología de las mujeres.
Extrapolar las actividades relacionadas con la crianza, en el estrecho marco de una escala de valores que ha sido diseñada dentro del sistema patriarcal, obnubila la mirada para encontrar los puntos medios y obstruye las variantes que pueden existir respecto de la experiencia de cada madre viva en relación con su propia biografía. Se ha dicho ya que las contribuciones feministas resultaron indispensables para visibilizar el carácter multifactorial de los diversos tipos de maternidades y que no existe una sola manera de ser madre. Esto puede apreciarse en la profusión que se encuentra cuando se profundiza en el tema. Consideramos pertinente abrir una parte minúscula del abanico de posibilidades que se han vislumbrado en el espectro materno.
La diversidad materna
El paradigma cualitativo ha permitido la utilización de abordajes epistemológicos desdeñados desde el positivismo, pues ponen en cuestión el carácter universalista que tradicionalmente ha caracterizado al mundo de las ciencias. Particularmente, dentro de las ciencias sociales ha ido posicionándose el abordaje de la experiencia situada como un mecanismo eficaz para acceder a otras maneras de aproximarse a la realidad (Mills, 2005; Schütz, 2003; Hall, 2014); específicamente, desde los estudios feministas y de género (Scott, 1991), se ha adoptado la experiencia como un concepto clave que permitió dotar de una dimensión política a fenómenos sociales que permanecían ocultos o negados desde la propia academia y se han ido insertando para recuperar la riqueza de la vida cotidiana (Heller, 1985; de Certeau, 2000). Esto puede apreciarse claramente en el estudio de la maternidad y su trascendencia tanto en el ámbito privado como en el público, así como en su reconocimiento como fuente de conocimiento, “Podríamos decir que investigar sobre las experiencias de las mujeres en la maternidad implica reconocer su carácter político, así como visibilizar y legitimar su capacidad de transferencia de saberes. Las Ciencias Sociales tienen mucho que hacer al respecto” (Fernández, 2014, p. 25).
El estudio de la maternidad significó un punto de inflexión que permitió evitar la homogeneización, arropar su carácter diverso y visibilizar sus múltiples aristas. Quizá sea esta una de las principales razones por la que se considera pertinente hablar de “nuevas maternidades” o “maternidades emergentes” (Sánchez, Espinoza, Ezcurdia y Torres, 2004; Gamboa y Orozco, 2012; Imaz, 2016; Bogino, 2016) como objeto de estudio.3 Sería imposible abarcar las múltiples formas que adopta la maternidad en estos tiempos; no obstante, es factible colocar algunas formas que han cobrado relevancia académica, y que pueden dar pautas para esclarecer sus multiformes dimensiones.
Es factible hablar de mujeres que son juzgadas por ser madres de maneras que no se ajustan a los parámetros que impone la tradición, o a lo que se considera culturalmente como la maternidad ideal; es decir, dentro del matrimonio, a una edad “prudente”, en el marco de la heterosexualidad, de acuerdo con un supuesto instinto materno y en cumplimiento fiel de los roles asignados. Así, se señala socialmente a las madres adolescentes y jóvenes por razón de la edad; a las lesbianas, por salir del sistema binario y atentar contra la heteronormatividad; a las “desnaturalizadas”, por no acatar los designios biológicos; y de manera más reciente, a las denominadas “madres feministas”, porque transgreden mandatos tradicionales de género.
Los estudios que se presentan a continuación, además de dar cuenta de la suma complejidad del tema, pueden servir de referentes para establecer la disparidad manifiesta entre el discurso hegemónico y la realidad tal como la viven los sujetos, es decir, las madres, de manera que sea posible comprender los cambios sociales como una manifestación lenta y paulatina que se da entre lo tradicional y lo novedoso, realidad que, por supuesto, no escapa a contradicciones o a la superposición de categorías de análisis. La revisión de distintas investigaciones lleva a pensar que, aunque la maternidad se ha abordado como objeto de estudio desde los distintos feminismos y goza de presencia en la academia, es muy escasa la producción que explora cómo viven su maternidad las madres que tienen una conciencia de género que rechaza las normas impuestas y realizan cambios desde su entorno próximo para inconformarse.
Las adolescentes y las jóvenes
Definir a las madres adolescentes como un problema social responde a discursos hegemónicos que toman ciertos conceptos -adolescencia, familia, maternidad- como si fueran universalmente válidos. Llanes (2012) toma en cuenta la complejidad de los elementos que confluyen en la maternidad adolescente para contrastarla con los elementos reguladores de la fecundidad en relación con la subjetividad de madres jóvenes, sobre todo para resaltar que se trata de “actores sociales con capacidad reflexiva” (Llanes, 2012, p. 235).
En otro estudio, Saldaña (2017) parece establecer un diálogo cercano con el anterior. La publicación permite desmenuzar aspectos que tocan íntimamente a diez jóvenes entrevistadas, mujeres entre 18 y 24 años, que han sido estigmatizadas por interrumpir la entrada lineal a la adultez, así como por transgredir el marco espacio-temporal en el que debe inscribirse la maternidad, según el discurso oficial. Para la autora, las experiencias rescatadas permiten visualizar la forma en que los discursos de instituciones gubernamentales como el Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF), el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) o desde la ultraderecha de asociaciones civiles como Vida y Familia, a. c. (VIFAC), no entienden la actitud, percepción y gozo de estas mujeres respecto a su maternidad: “la experiencia […] muestra las diversas estrategias de resiliencia y resistencia ante los discursos que las estigmatizan” (Saldaña, 2017, p. 221).
Las lesbianas, fuera del paradigma heteronormativo
En México se ha hecho investigación sobre prácticas maternas que hasta hace solo algunos años eran invisibilizadas. Sánchez et al. (2004) afirman que en la actualidad hay una alternancia entre la maternidad tradicionalmente practicada y otras maneras de entenderla:
en la sociedad mexicana actual coexisten mujeres que ejercen la maternidad a partir del matrimonio, sin cuestionar el deseo de ser madres y apegándose a la normatividad de género en cuanto a valores como la virginidad, el amor maternal, la sexualidad para la procreación, junto a mujeres que han cuestionado este modelo de maternidad desde distintas experiencias (Sánchez et al., 2004, p. 55).
Si bien este no es un estudio dedicado exclusivamente a la maternidad lesbiana, sí la toma como referente junto a otras que modifican los modelos hegemónicos basados en la heteronormatividad y el matrimonio.4 Sara Espinoza (2007) es quien más abunda acerca del derecho a la maternidad y paternidad en familias pertenecientes a la diversidad sexual. La autora entrevista a madres lesbianas acerca de diversos aspectos: identidad, vida en pareja, embarazo, relaciones laborales y familiares, y educación de sus hijas e hijos. Por su parte, Elixabete Imaz (2006, 2010, 2014) ha publicado al menos 23 artículos y un libro donde ha prestado especial interés en el tema;5 sus análisis tratan de entender en “qué medida y aspectos las maternidades lesbianas pueden considerarse un modelo emergente […] y cuál es el valor otorgado a la conexión biológica y genética en la definición de la parentalidad y el parentesco” (Imaz, 2014, p. 6). Su más reciente producción (2016) permite pensar que, aunque existen países que incluyen formalmente el derecho a la maternidad y paternidad fuera de la norma heterosexual, parece tratarse de un problema fundamentalmente cultural.
A pesar de que existe la posibilidad legal por parte de un matrimonio de mujeres, lo cierto es que esta posibilidad no es demasiado utilizada a causa de la poca disponibilidad de niños y niñas y sobre todo por las restricciones que la mayoría de los países ponen a la adopción por parte de mujeres solas o en matrimonio homosexual (Imaz, 2016, p. 80).
Mujeres “desnaturalizadas”
Las distintas formas que adquieren las maternidades se abren paso, no sin dificultades, frente a realidades socioculturales en las que permanece como común denominador el discurso hegemónico, heteronormativo, inserto en el sistema patriarcal. De esta manera, las mujeres no solo deben poseer el deseo innato de ser madres, sino que han llevar a cabo su destino de manera intachable, porque se considera que viene incluido en su propia naturaleza.
El infanticidio cometido por madres ha sido un tema que quizá por su algidez no ha sido tan ampliamente estudiado; sin embargo, hay trabajos que lo llevan a debate (David, 2004; Daich, 2008). Hélène David (2004) analiza las vivencias de madres presas por haber matado a sus hijos; el estudio toma en cuenta su situación de desamor desde tempranas edades y sus posteriores consecuencias emocionales, así como la desesperación de dejar a sus crías en manos de personas que no sabrían cuidarlas ni darles el entorno amoroso que ellas hubiesen deseado, ante lo cual quitarles la vida parece ser la solución más viable: “Tienen en común el indecible sufrimiento de estar en el mundo y de haber traído hijos al mundo. No son malvadas, no son hechiceras. Son seres frágiles, afectados por sus amores frustrados, los de su infancia, nunca superados, y los de su supuesta adultez” (David, 2004, p. 114).
Por su parte, Deborah Daich (2008) toma un caso de la justicia nacional criminal de Argentina sobre “homicidio agravado por el vínculo”.6 “La administración de justicia aparece ordenando y reorganizando las relaciones sociales de acuerdo a las representaciones de lo que es propio de las mujeres y propio de los hombres” (Daich, 2008, p. 64) . Analiza el discurso de agentes judiciales sobre una mujer que mata a su hijo recién nacido y es procesada, así como las construcciones que los actores hacen desde lo que configuran como locura o maldad, y finalmente juzgan como actos que desafían el mandato de la maternidad.
Las mujeres que no son madres -por cualquier razón- también son blanco de juicios de diversa índole; la potente idea que subyace es que no se actualiza la teleología inscrita en su naturaleza. La posibilidad biológica de que las mujeres se embaracen topa con la decisión que desafía el mandato de completud, de realización plena a través de la maternidad; niega las imposiciones socioculturales y las disposiciones naturales, e imprime un carácter de autonomía que se supone las mujeres no deben tener; atenta además contra el instinto materno. La denominada generación NoMo7 -sin hijos por elección-, materializa una de las improntas feministas respecto al derecho sobre el propio cuerpo y desafía a una sociedad que insiste en que todas las mujeres deben parir.
Yanina Ávila (2014) invita a repensar el binomio mujer=madre desde un análisis que toma en cuenta la complejidad del fenómeno, para ir más allá de lo biológico y lo cultural, y dar paso a la implementación del deseo como un elemento del inconsciente. Las participantes en la investigación comparten su experiencia sobre la decisión de no ser madres, al tiempo que la autora subraya la importancia de ubicar esta libertad como producto de luchas históricas.
Consuelo Paterna, Carmen Yago y Carmen Martínez (2004) confirman la reproducción de los estereotipos sexuales respecto al rol materno al analizar la representación social de la maternidad y no-maternidad en una muestra de noventa mujeres no madres con empleo. “Los datos muestran que las participantes producen un estereotipo positivo de la maternidad y negativo de la no-maternidad” (Paterna et al., 2004, p. 241).
Vale la pena cerrar este apartado con una reciente publicación, única en su tipo, que toca un tema tabú, el de las madres arrepentidas (Donath, 2017). La socióloga israelí entrevista a mujeres que hubiesen preferido no pasar por la experiencia materna: “me propuse dar cabida por primera vez a tantas cosas calladas, escuchando a mujeres de distintos colectivos sociales que se arrepienten de haber sido madres; varias […] son ya abuelas” (Donath, 2017, p. 17). A través del libro es posible darse cuenta de que varias de ellas expresan este arrepentimiento debido a las adversas condiciones en que desarrollaron su maternidad; otras simplemente se dieron cuenta de que no fue una experiencia placentera, lo cual no implicó dejar de sentir amor por sus hijas e hijos. La importancia de este estudio radica en colocar el arrepentimiento como algo susceptible de estudiar, reconocer y concatenar con sus efectos sociales.
Madres feministas
Recuperar las vivencias de madres que se autonombran feministas es relativamente reciente; parece que las palabras de la feminista francesa Yvonne Knibiehler, “El feminismo debe volver a pensar la maternidad”,8 han comenzado a tomar fuerza. Coincidimos con Knibiehler en que es necesario replantear un tema para reposicionarlo con un significado distinto, reivindicativo, pero no opresivo. Esto se manifiesta como hilo conductor en tres investigaciones de corte cualitativo que conjuntan la maternidad y el feminismo. Si bien contienen notables diferencias -que comienzan desde la inscripción geográfica y los contrastes existentes entre un país anglosajón, uno europeo y uno latinoamericano-, descubren también la necesidad común de dialogar, debatir y negociar las tareas de crianza, ante los retos ambivalentes que presenta la maternidad.
Fiona Joy (2005) da cuenta de un interesante estudio longitudinal realizado durante diez años en que entrevistó a 16 mujeres que se autoidentifican como madres feministas; viven en Canadá, tienen orígenes étnicos distintos y orientaciones sexuales diversas. Ellas colocan el pensamiento feminista como un eje político y estratégico que ha guiado los retos que implica la crianza, ya que han encontrado maneras ingeniosas y exitosas para desempeñarse como madres.
Para estas mujeres la maternidad es una estrategia esencial para contribuir a un cambio social político y positivo. Al refutar nociones de maternidad, al participar en relaciones honestas y, a veces, desafiantes con sus hijos, así como criar a niños y niñas que sean pensadores críticos capaces de desafiar y articular perspectivas que no necesariamente coinciden con el statu quo, las madres feministas creen que ahora, como madres, están continuando y cosechando los beneficios que comenzaron como activistas políticas hace una década o más (Joy, 2005, pp. 11-12).
Irati Fernández (2014), en una investigación realizada en el País Vasco acerca de la experiencia de maternidad, encuentra que “en las experiencias analizadas hay un ejercicio constante de estar repensando y resignificando la maternidad, para vivirla de una forma igualitaria, liberadora, no intensiva y coherente con el feminismo que defienden” (Fernández, 2014, p. 150).
Natalie Sánchez (2016), en un estudio realizado en Colombia, proporciona reflexiones desde el feminismo y describe las experiencias de la maternidad en cuatro mujeres feministas de Casa de la Mujer, en Bogotá. Hacia las conclusiones, la autora establece que las mujeres han desarrollado estrategias propiciadas por el feminismo “Una estrategia es el permitirse ser malas madres, madres imperfectas, falibles […] rebeldes y transgresoras, siendo conscientes de los costos que tiene darse ese permiso en esta sociedad” (Sánchez, 2016, p. 92).
Estos estudios son una muestra de las realidades que viven mujeres con un pensamiento feminista, pero que difieren respecto a sus contextos. La primera investigación se llevó a cabo con mujeres heterosexuales y lesbianas, cuyos hijos e hijas, tanto propios como adoptados, ya son mayores de edad. Aquí, ellas ven en retrospectiva su trabajo como madres feministas. La segunda investigación se realizó con mujeres heterosexuales que viven en pareja y tienen hijas e hijos menores de cinco años; sus relatos se centran en señalar las constantes negociaciones que deben impulsar en favor de prácticas igualitarias y, aunque admiten la presencia de tensiones fuertes, no reportaron vivir situaciones de violencia. La tercera incluye a madres colombianas heterosexuales o lesbianas con hijas e hijos mayores de edad. Una constante fue la presencia de violencia, tanto por parte de sus exparejas, como por estar inmersas en un clima político altamente violento. A estas madres las unen los desafíos que deben enfrentar en un contexto patriarcal plagado de expectativas, estereotipos y una escala de valores inalcanzable. Sin embargo, ellas, generan estrategias e inventivas para construir sus propios modos de ser madres.
Reflexiones finales
Para comprender la proliferación de investigaciones sobre maternidad en años recientes es fundamental acudir a las teóricas que las iniciaron, quienes sentaron bases definitivas para problematizar la maternidad como un constructo sociocultural e históricamente edificado. En sus inicios, los estudios feministas se centraron en acticular una mirada crítica y necesaria hacia el estado de desventaja que la maternidad suponía para las mujeres. Fue así como la sumisión, la abnegación, el sometimiento y, en una palabra, la opresión, despojó de sus ropajes a la imagen idealizada, bondadosa y casi etérea de la Madre. Se derrumbó entonces una estatua rígida que no admitía recusaciones, para convertirse en un problema susceptible de ser abordado y desmitificado a través de la revisión histórica acompañada de la genialidad de quienes no se conformaron con su carácter inamovible, inconformidad que abrió el camino para dar pasos firmes en el avance de la reivindicación de los derechos humanos de las mujeres.
Quizás el alcance más importante radica en el rechazo al acto de parir como algo que debería pasar necesariamente a todas y cada una de las mujeres, como un antecedente ontológico de autorealización; lo cual planteaba un abierto desafío ante la impronta natural y esencialista que se aseguró sobre todo a partir de políticas demográficas al servicio del estado, pero que no atendía la serie de políticas que debían acompañar a la maternidad. Muchas mujeres, entonces como ahora, renunciaron a su “esencia femenina”, a su “deber maternal”, y con ello provocaron la destitución del instinto materno. A la par, fue posible ubicar el fenómeno en la esfera de lo público, de lo político y de lo científico, campos destinados por excelencia para los hombres. La historia, la sociología y la antropología son disciplinas que abrieron brecha para la indagación acerca de las formas tan diversas que atraviesan la maternidad, contribuyendo de esta manera a desdibujar el sentido lineal y uniforme que se le otorga desde el patriarcado.
Fue posible, entonces, asimilar la manera en que la maternidad -o mejor dicho, las maternidades- han ido cambiando según los contextos espacio temporales que las circundan y configuran como un fenómeno multiforme, amplio y complejo, susceptible de abordarse desde diferentes perspectivas y disciplinas. Analizar las distintas realidades que viven las mujeres que son madres permite distanciarse del sojuzgamiento social plagado de prejuicios, construidos desde una postura vertical, unilateral y desinformada, que clasifica a las madres como “buenas” o “malas”. En este sentido, intentar siquiera adecuarse a los parámetros impuestos está fuera de toda lógica realizable; alcanzar los ideales que presupone ser una buena madre no solo es imposible, sino injusto y anacrónico, porque dichas exigencias se han construido desde el imaginario que dicta lo que debe ser, y no desde las circunstancias reales y materiales en las que se debaten cotidianamente las madres.
Consecuentemente, es atinado referirse a “maternidades emergentes” o “nuevas maternidades”, no por su novedad en el sentido estricto del vocablo, sino porque desde su enunciación aparecen como maneras reivindicativas de nombrar y reconocer lo que siempre ha estado ahí, aunque oculto y negado. De igual manera, es una invitación a olvidar nomenclaturas cargadas de prejuicios que suponen hegemonía y uniformidad en un asunto que es intrínsecamente diverso. De ahí la importancia de incluir algunas muestras que dan cuenta de madres en situaciones diferenciadas, tales como la edad, la orientación sexual, el rechazo al mandato materno o la adscripción ideológica -adolescentes y jóvenes, lesbianas, filicidas, mujeres “no madres”, madres arrepentidas y feministas- las cuales ponen de relieve una amalgama de matices que se abre como un abanico. Es preciso afirmar, no obstante, que han quedado fuera muchas otras que merecen ser objeto de estudio y profundización, no incluidas aquí por las delimitaciones propias de este artículo. Sin embargo, pero mínimamente puede nombrárseles, aún sin abarcar su compleja diversidad, madres en condiciones políticas y económicas adversas: migrantes, exiliadas, en busca de hijas e hijos desaparecidos, en situación de guerra; en estado de pobreza; madres cuya sexualidad se enjuicia: solteras, trabajadoras sexuales; madres con problemas físicos o en condiciones de salud adversas: débiles visuales, inválidas, con enfermedades mentales, adicciones o enfermedades incurables.
Las voces irruptoras de las feministas que abrieron brecha, en la década de 1960 y subsiguientes, obligaron a la escucha pública, abrieron rutas para expresar verdades acalladas, transgredieron barreras reales y simbólicas, y, con ello, establecieron bases firmes para la realización de transformaciones que recayeran en mejores condiciones maternas. Especial mención merecen las madres feministas, quienes propugnan por una conciencia política que las identifique como sujetos y no como objetos, críticas de la opresión de género, propulsoras de un pensamiento liberador y autónomo, afanosas en practicar maneras más democráticas e incluyentes de habitar el mundo, preocupadas y ocupadas en tener relaciones más igualitarias. Mujeres que van a contra-corriente en un contexto patriarcal, misógino y machista. Quizá las ideas aquí vertidas den señales para continuar lo que bell hooks llamó “crianza feminista” y sean útiles para plantear atisbos de respuestas a preguntas que interpelan a una sociedad cada vez más alejada del imaginario de la familia nuclear tradicional: ¿será la crianza feminista una ventana para reconocer otras maternidades fuera de la impostura del género? ¿Qué desafíos plantean los derroteros que defienden posturas tan férreas como anacrónicas? ¿De qué maneras nos enriquece como mujeres, como sociedad toda, reconocer la amplitud de las maternidades?