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Debate feminista

versión On-line ISSN 2594-066Xversión impresa ISSN 0188-9478

Debate fem. vol.59  Ciudad de México ene./jun. 2020  Epub 30-Abr-2020

https://doi.org/10.22201/cieg.2594066xe.2020.59.01 

Artículos

Posfeminismo / Genealogía, geografía y contornos de un concepto

Post-feminism / Genealogy, Geography and Contours of a Concept

Pós-feminismo / Genealogia, geografia e contornos dum conceito

*Departamento de Inglés, Université de Lausanne, Lausana, Suiza Correo electrónico: isis.giraldo@unil.ch.


Resumen

El término posfeminismo ha tenido usos múltiples y contradictorios en el circuito académico y los medios angloamericanos. A pesar de que el fenómeno que denota se ha expandido más allá de las fronteras del contexto social, cultural, económico, político y geográfico en el cual se origina, los trabajos que se ocupan de él en el mundo hispanoparlante son virtualmente inexistentes. Este artículo busca colmar este vacío. Expongo los contornos del posfeminismo como concepto analítico e intento demostrar que el potencial teórico del término solo se pone de manifiesto si se entiende como un régimen de subjetividad femenina de proyección global intrínsecamente conectado con el capitalismo y el ethos neoliberal, que incorpora feminidad espectacular e hipersexualización, pone “la colonialidad del género” en acción y, en vez de desestabilizarlo, refuerza el patriarcado.

Palabras clave: Posfeminismo; Agencia; Neoliberalismo; Hipersexualización; Feminidad espectacular; Colonialidad del género

Abstract

The term “post-feminism” has had multiple, contradictory uses in the academic circuit and the Anglo-American media. Although the phenomenon it denotes has expanded beyond the borders of the social, cultural, economic, political and geographical context in which it originates, papers dealing with this issue in the Spanish-speaking world are virtually nonexistent. This article seeks to fill this gap. I present the contours of post-feminism as an analytical concept and attempt to show that the theoretical potential of the term “post-feminism” is only revealed if it is understood as a regime of female subjectivity with global influence intrinsically linked to capitalism and the neoliberal ethos, which incorporates spectacular femininity and hypersexualization, puts “the coloniality of gender” into action and reinforces patriarchy rather than destabilizing it.

Key words: Post-feminism; Agency; Neoliberalism; Hypersexualization; Spectacular femininity; Coloniality of gender

Resumo

No circuito acadêmico e na mídia anglo-americana, os usos do termo “pós-feminismo” tem sido múltiplos e contraditórios. Embora o fenômeno que denota tenha-se expandido além das fronteiras do contexto social, cultural, econômico, político e geográfico no qual se origina, praticamente não existem trabalhos em língua espanhola ao respeito. Este artigo procura preencher esse vazio. Exponho os contornos do pós-feminismo como conceito analítico e tento demonstrar que o potencial teórico do termo pós-feminismo só é revelado se for entendido como regime de subjetividade feminina de projeção global intrinsecamente conectado ao capitalismo e ao ethos neoliberal, que incorpora feminilidade espetacular e hipersexualização, coloca em ação “a colonialidade do gênero” e, em vez de desestabilizá-lo, reforça o patriarcado.

Palavras-chave: Pós-feminismo; Agência; Neoliberalismo; Hipersexualização; Feminilidade espetacular; Colonialidade do gênero

Introducción

El término posfeminismo ha tenido usos múltiples y contradictorios en el circuito académico y en los medios angloamericanos. Ha sido entendido diversamente como lo que designa el periodo contemporáneo y emancipador en el cual las mujeres pueden “elegir” y están “empoderadas” (Wolf, 1993); como un backlash que ha acarreado una regresión en los progresos feministas (Faludi, 1991); como un fenómeno que incorpora un discurso feminista para facilitar su desmantelamiento (McRobbie, 2009, p. 12); o como un enfoque al feminismo y la feminidad que ocupa un espacio intermedio impregnado de significados híbridos y contradictorios, el cual abarca simultáneamente “amenaza de backlash” y “potencial innovador” (Genz, 2009, p. 53). Conceptualmente, también ha sido entendido de múltiples formas: como “zeitgeist, ideología, sensibilidad, conjunto de suposiciones, tipo particular de subjetividad, relación” (Gill, 2017, p. 226) o régimen regulatorio de la subjetividad femenina (Giraldo, 2016, 2017). Aunque suele haber acuerdo entre los críticos al asociar al posfeminismo con un conjunto de características culturales relacionadas con la feminidad y el feminismo, y consideradas como emblemáticas del periodo contemporáneo, el punto de desencuentro se halla en la valoración positiva (Braithwaite, 2002; Genz, 2009) o negativa (McRobbie, 2004; Gill, 2007b) de dichas características. Identificado como fenómeno que impregna la cultura mediática angloamericana -la cual circula y es consumida globalmente-, el posfeminismo ha sido principalmente teorizado en lengua inglesa y en sus circuitos académicos, a pesar de que el fenómeno ha sido identificado en puntos geográficos distintos y distantes (ver Lazar, 2006; Thornham & Pengpeng, 2010; Chowdhury, 2010; Giraldo, 2015b).2

En este artículo trazo una genealogía y una geografía del posfeminismo para luego ofrecer mi propio enfoque teórico. Mi principal objetivo es introducir el posfeminismo en América Latina, una región geográfica donde, a pesar de que el fenómeno opera desde hace más de una década (ver Giraldo, 2015a, 2015b, 2017), el concepto no está integrado en el repertorio de análisis crítico de la cultura mediática de la región, ni el área de estudio se encuentra propiamente establecida. Dado el carácter global del fenómeno y las luchas ideológicas actuales en torno al feminismo, a la diversidad, al neoliberalismo, etcétera, interpreto el momento presente como propicio para la formulación y reformulación de conceptos que pueden contribuir a desenmarañar estos debates.

Genealogía del posfeminismo

Una primera definición del término aparece en 1987 en un artículo publicado en Feminist Review. El posfeminismo, dicen las autoras, “es una cultura e ideología que simultáneamente incorpora, revisa, y despolitiza muchos de los asuntos fundamentales avanzados por el feminismo” (Rosenfelt y Stacey, 1987, p. 77 citado en Gill, 2017, p. 228). Sin embargo, es en la primera década del siglo XXI que el término empieza a tomar fuerza en el ámbito académico feminista angloamericano. Una búsqueda manual en la base de datos de Google Scholar muestra que el número de textos académicos sobre posfeminismo empieza a acelerar su ritmo de crecimiento en 2005 (cuando se publican 538 artículos acerca del tema) y sigue creciendo a partir de entonces de manera continua. Además de los “textos culturales” angloamericanos canónicos posfeministas y que fueron éxitos comerciales globales -Bridget Jones’ Diary (2001), Sex and the City (1998-2004), y Ally McBeal (1997-2002)-, muchos otros han sido analizados bajo ese prisma en artículos independientes, colecciones o libros completos (véase Tasker y Negra, 2007; Nash y Whelehan, 2017). Si bien los análisis de productos mediáticos posfeministas son numerosos y variados, los esfuerzos de teorización del término han sido más bien marginales.

La trayectoria genealógica del posfeminismo como concepto de análisis crítico en el presente artículo identifica tres textos clave en la expansión inicial del campo: “Post-Feminism and Popular Culture” (McRobbie, 2004), “Post-feminist Media Culture” (Gill, 2007b) y The Aftermath of Feminism (McRobbie, 2009).3 Aunque el corpus estudiado en estos tres textos forma parte de la cultura de masas global, el esfuerzo teorizador de sus autoras -Angela McRobbie y Rosalind Gill- emerge y se articula en el contexto sociocultural de Gran Bretaña del cambio de siglo, cuando el Nuevo Partido Laborista de Tony Blair ya mostraba los verdaderos alcances del individualismo agresivo y del desmantelamiento del estado benefactor iniciado bajo Margaret Thatcher. Ese periodo histórico -desde la década de 1980- corresponde a la implementación de un modelo de sociedad neoliberal, uno de cuyos principales elementos es el énfasis puesto en la autogobernabilidad del individuo. Tal enfoque tiene, por supuesto, reverberaciones respecto a la subjetividad femenina tal y como emerge en el posfeminismo.

Posfeminismo y cultura popular

Partiendo de la suposición de que el posfeminismo es un proceso activo que incorpora y cita el repertorio feminista mientras construye al mismo feminismo como redundante, Angela McRobbie (2004) propone un marco conceptual para entenderlo. El artículo se organiza alrededor de cuatro ejes temáticos. El primero relata la historia del feminismo occidental en el contexto académico y mediático británico de la década de 1990. El segundo argumenta que, en ese periodo, los medios británicos se convirtieron en un sitio clave para la definición de los códigos sexuales de conducta. El tercero conecta el posfeminismo con las teorías sociológicas de Anthony Giddens, Ulrich Beck y Elizabeth Beck-Gernsheim. El cuarto ofrece un análisis de Bridget Jones’ Diary, cuyo guión -ironiza la autora- ensambla tantos temas de dichas teorías que pudo perfectamente haber sido escrito por el mismo Giddens (McRobbie, 2004, p. 261).

Los dos primeros ejes temáticos se desarrollan con base en lo que McRobbie llama un “entrelazamiento doble” (double-entanglement) constitutivo del posfeminismo, el cual implica la coexistencia de valores neoconservadores en relación con el género, la sexualidad y la familia, y los procesos de neoliberalización respecto a la posibilidad de elección y a la diversidad sexual y familiar (2004, pp. 255- 256). Esto deriva de la irrupción del feminismo en los medios, de modo que estos últimos se convierten en el espacio por excelencia donde este se transforma en una especie de sentido común gramsciano, a la vez que es repudiado y despreciado (2004, p. 256). Es así como “la defensa estridente de la mujer joven como una metáfora de cambio social por parte de la prensa de la derecha” británica coexiste con la denuncia -incluso tenue, como en el caso de Bridget Jones’ Diary- del feminismo (2004, p. 257).

El tercer eje temático concierne a la “individualización femenina”, definida por McRobbie a partir del trabajo de Giddens (1991) y Beck et al. (2002), cuyo énfasis en la ampliación de la libertad individual y en la capacidad de elección del individuo habla directamente a la generación posfeminista. Desde la perspectiva de estos autores -dice McRobbie-, el primer periodo de modernización crea las condiciones para que la gente pueda trabajar por sí misma sin tener relaciones de dependencia con los núcleos familiares y sociales a los que antes era necesario pertenecer. Así, en vez de depender de estructuras sociales, las personas deben construir internamente y de forma individual sus propias estructuras, por lo que las prácticas de automonitoreo (el diario, el plan de vida, la trayectoria profesional), las guías de autoayuda, los asesores y entrenadores personales, entre otros, se convierten en los medios culturales a través de los cuales la individualización se pone en operación como proceso social (McRobbie, 2004, pp. 260-261). Bridget Jones’ Diary (cuarto eje temático) constituye así un texto paradigmático del posfeminismo en el marco conceptual de las sociedades occidentales en la (segunda) modernidad. Efectivamente, los temas centrales de la película encajan perfectamente dentro del “entrelazamiento doble”: por un lado, la independencia económica, social y sexual de Bridget refleja los procesos de (neo)liberalización y enfatiza la “igualdad” de género (incorporación de los tropos feministas); por el otro, su intensa ansiedad respecto al amor, la soledad, el reloj biológico, el riesgo de dejar pasar al hombre indicado; todo esto de la mano de un automonitoreo constante de su cuerpo y su vida a través del diario personal en el cual registra con lujo de detalle fluctuaciones de peso, consumo de calorías, planes de vida y proyectos (construcción del feminismo como irrelevante y superfluo). Como lo anota McRobbie, Bridget Jones’ Diary no es un rabioso panfleto antifeminista, sino un relato donde las relaciones de poder se hacen y rehacen a través de narrativas de deleite y rituales de relajación y abandono (McRobbie, 2004, p. 262).

La sensibilidad posfeminista

Hacia 2007, el término posfeminismo ya estaba establecido en el circuito de producción académica angloamericano como uno de los términos más importantes y disputados dentro del léxico de los análisis culturales feministas. Es entonces cuando Rosalind Gill (2007b) propone entenderlo como una “sensibilidad” que opera a partir de un conjunto de temas interconectados y puede ser utilizado como concepto para analizar textos culturales contemporáneos. Su enfoque -informado por perspectivas construccionistas y posestructuralistas- identifica ocho características distintivas del posfeminismo: primero, la concepción de la feminidad como una propiedad corporal, en contraste con prácticas representacionales anteriores en las cuales era entendida como una característica social, estructural o psicológica. Esto deriva de una preocupación obsesiva por el cuerpo, el cual es asumido como “proyecto” (Shilling, 1993) y construido simultáneamente como fuente de poder y lugar de disciplina constante, automonitoreo, vigilancia y remodelación. Así, poseer un cuerpo “sexy” deviene la clave identitaria femenina.

Segundo, la sexualización de la cultura, en donde el término “sexualización” se refiere tanto a la extraordinaria proliferación de discursos acerca del sexo y la sexualidad en diversos tipos de medios, como a la cada vez más frecuente erotización de las mujeres y las jovencitas (y en un menor grado, de los hombres) en los espacios públicos.

Tercero, el desplazamiento de objeto a sujeto sexual: más que cosificadas, las mujeres son representadas como sujetos con deseos sexuales que eligen presentarse ellas mismas como objetos sexuales, ya que esto sirve a sus propósitos liberadores. Este desplazamiento constituye uno de los puntos centrales del posfeminismo, pues implica pasar de la mirada masculina externa que juzga (la cual de todos modos no desaparece) a una mirada narcisista de autovigilancia que juzga y regula.

Cuarto, el individualismo, la elección y el empoderamiento, ideas conectadas con el ethos neoliberal y que tienen como fin la despolitización de las acciones y los gestos de las personas. La suposición de que todas las prácticas humanas son producto de la libre elección es central al posfeminismo, puesto que “presenta a las mujeres como agentes autónomos que ya no se encuentran restringidos por desigualdades o desequilibrios de poder” (Gill, 2007b, p. 153). Esto significa que las mujeres se asumen empoderadas por principio, aunque dentro del enfoque posfeminista de los análisis culturales, dicho poder se encuentra principalmente supeditado a la esfera sexual.

Quinto, la autovigilancia y la disciplina, que apunta a lo señalado por McRobbie en su análisis de Bridget Jones’ Diary. Sexto, el paradigma del cambio de imagen (makeover), que puede operar solo si se parte del principio de que las personas que requerirían dicho cambio (principalmente mujeres) llevan una vida carente y defectuosa. Séptimo, la reaserción de la diferencia sexual, donde “feminidad” y “masculinidad” son construidas como polos opuestos. Octavo, ironía y conocimiento de la cultura posmoderna, los cuales operan en la cultura posfeminista como estrategias que permiten expresar comentarios sexistas, homófobos o racistas, al tiempo que se insiste en que eso no es lo que se quiere decir.

Más allá del feminismo

The Aftermath of Feminism de Angela McRobbie aparece en 2009 y constituye el primer libro teórico sobre posfeminismo. En él, la autora se apoya en teorías y conceptos de pensadores tan diversos como Laclau y Mouffe (vía Hall), Foucault (vía Deleuze), Lacan y Joan Riviere (vía Judith Butler), y Doane y Judith Butler, entre otros, para desarrollar una teoría bastante sofisticada del posfeminismo, tomando la cultura de masas (durante las dos décadas del cambio de siglo) como su lugar privilegiado de enunciación. Organizado en cinco capítulos, trata los temas de las políticas culturales de desarticulación destinadas a desmantelar el feminismo, el “nuevo contrato sexual”, los “desórdenes posfeministas” y la violencia simbólica del posfeminismo. Constituye una crítica mordaz a las ideas de “empoderamiento femenino” y a la incorporación de la cuestión de género en la cultura dominante, ambos elementos asociados con las teorías sociológicas de la tercera vía de Giddens (1991) y de Beck y Beck-Gernsheim (2002).

El asunto de la desarticulación del feminismo es uno de los hilos conductores del libro. El término desarticulación, McRobbie lo deriva del trabajo de Laclau y Mouffe (2001), vía Hall (2003), acerca de la articulación y las cadenas de equivalencia. Mientras que la articulación se define como “un proceso en el cual varios movimientos progresistas establecen conexiones y alianzas y, a medida que lo hacen, modifican sus propias identidades políticas así como sus ‘horizontes de inteligibilidad’” (McRobbie, 2009, p. 25), las cadenas de equivalencia estarían constituidas por las intersecciones y solidaridades que cruzan distintos movimientos sociales sin privilegiar ninguno respecto de los otros (2009). Según McRobbie, estos ejercicios de organización y lucha política son precisamente los que están siendo activamente desarticulados por un nuevo régimen de poder de género que busca anular posibles intersecciones expansivas e intergeneracionales de transmisión feminista (2009, pp. 25-26). El resultado es que “la idea de un nuevo imaginario político feminista se vuelve cada vez más inconcebible” (2009, p. 26). Haciendo uso de la cultura de masas, McRobbie organiza su argumento alrededor de varios tropos que identifica como ubicuos en este ejercicio activo de desmantelamiento: el de la mujer soltera como amenaza sexual (e.g. Fatal Attraction, la exitosa película de 1987), el debate sobre lo políticamente correcto (cuyo objetivo es “devaluar los movimientos feministas y antirracistas como [supuestos] sitios de extremismo que atraen a gente furiosa y peligrosa” [2009, p. 37]), la guerra entre los sexos dentro del contexto de lo que se conoció en Estados Unidos como las culture wars, la construcción del posfeminismo como la revancha de las hijas de las feministas, el retroceso de las luchas antirracistas (cuyo objetivo, en el contexto británico, es reemplazar el modelo multicultural dominante por uno asimilacionista) y, como corolario de este último, el recentramiento de la blanquitud y la desarticulación de la crítica feminista antirracista. Uno de los puntos centrales del libro es la idea de que el cambio de siglo en Occidente trajo consigo el establecimiento de un “nuevo contrato sexual” que exige a las mujeres jóvenes hacer uso de las oportunidades -de trabajo, formación, control de la fertilidad y acceso a salarios suficientemente altos- que faciliten su participación en la cultura de consumo, la cual termina transformándose en una característica definitoria de los modos femeninos de ciudadanía (McRobbie, 2009, p. 54). Es así que, en contraste con otros enfoques que examinan el rol de las mujeres como trabajadoras y productoras de la economía global -como el de Walby (2002) -, McRobbie examina el rol de las mujeres como consumidoras de la cultura global, pues es precisamente dentro de la esfera del consumo comercial que los procesos de cambio y reestabilización respecto al género son puestos en evidencia (McRobbie, 2009, p. 56). El “nuevo contrato sexual” que McRobbie identifica abarca un conjunto de significados -éxito, logro, placer, movilidad y participación social- que delimitan la categoría misma de la mujer joven. Dicho contrato activa ciertas dinámicas de incitación para que las mujeres participen en prácticas específicas entiendidas como progresistas, además de consumada y reconfortantemente femeninas, al tiempo que pone el abandono de la crítica al patriarcado como uno de sus requerimientos básicos (McRobbie, 2009, p. 57).

En el marco teórico propuesto por McRobbie, el vocabulario posfeminista es usado para establecer una especie de arreglo respecto al género cuyo objetivo es rechazar la importancia de renovación del campo político sexual autónomo. Dicho de otro modo: el campo político sexual sigue estando supeditado a la dominación masculina y a la preeminencia de la “matriz heterosexual” (Judith Butler, 1990). McRobbie identifica cuatro espacios de “luminosidad” (Deleuze, 1986) que operan en dicho campo.4 Primero, el “complejo de belleza” (Bartky, 1990) que emerge como una “mascarada posfeminista” y opera como modalidad distintiva de agencia femenina normativa. Segundo, el espacio luminoso de la educación y del empleo. Tercero, el de la sexualidad, la fertilidad y la reproducción de donde surge la noción de “chica fálica”. Cuarto, el espacio de la globalización que define las feminidades comerciales en los países en desarrollo (McRobbie, 2009, p. 59). Este último espacio McRobbie lo entiende como una traducción y una adaptación comercial y agresiva del modelo feminista liberal, el cual se convierte en el molde de un estilo global de feminidad (McRobbie, 2009, p. 59).

Geografía del posfeminismo

Los textos que he reseñado y el área de estudio que han establecido surgen en el contexto social, económico, político, cultural y académico de Gran Bretaña. Sin embargo, el fenómeno del posfeminismo ha sido identificado y explorado en puntos geográficos distintos y contextos sociales, económicos y culturales específicos. Esto tiene sentido porque el posfeminismo (como fenómeno) opera primordialmente en la cultura de masas, la cual se caracteriza por una hiperconectividad global sin que esto implique homogeneización. Vale la pena, como sugiere Gill (2017, p. 228), diferenciar posfeminismo como término de análisis crítico, de “cultura mediática pos-feminista”, la cual es un objeto de análisis y no una perspectiva. Aunque los análisis de productos posfeministas realizados y consumidos fuera del circuito cultural angloamericano han proliferado (Lazar, 2006; Thornham y Pengpeng, 2010; Giraldo, 2015b; Dosekun, 2015; Salmenniemi y Adamson, 2015), la teorización del concepto ha sido más discreta y sigue, de alguna manera, anclada al contexto angloamericano. La identificación del fenómeno en diferentes geografías demanda consideraciones teóricas respecto al concepto mismo y a cómo se articula en la relación norte y sur globales. Sin embargo, estas reflexiones han sido escasas, siendo Jess Butler (2013), Dosekun (2015) y Giraldo (2016) las más notorias.

La cuestión racial y las políticas de inclusión

Jess Butler (2013) hace una revisión de varias definiciones de posfeminismo para proponer entenderlo como una formación discursiva neoliberal. En línea con McRobbie y Gill, la autora sugiere que el posfeminismo hereda el éxito imaginado del movimiento de mujeres, el legado sexo-positivo del feminismo y las crecientes celebraciones neoliberales de “autonomía”, “individualismo” y “elección del consumidor”, de modo que surge como una alternativa atractiva respecto de formas previas de gender politics (Jess Butler, 2013, p. 41).5 En línea con Tasker y Negra (2007), Jess Butler señala que el posfeminismo, por un lado, construye a las mujeres como sujetos y consumidoras, otorgando al consumo el estatus de mecanismo de empoderamiento; y, por el otro, mercantiliza el activismo feminista (2013, p. 45-46).

Dos puntos cruciales emergen de su enfoque: primero, el vínculo que identifica entre posfeminismo y lo que Foucault describe como el despliegue discursivo de la sexualidad en la modernidad tardía (Foucault, 1976). Segundo, su adición de un noveno punto a la lista de Gill (2007b): la promoción del consumo y la mercantilización de la diferencia (Jess Butler, 2013, p. 44).6 Esto último constituye el punto de partida para la crítica que la autora hace a los enfoques dominantes sobre posfeminismo: la falsa suposición de que opera independientemente de la cuestión racial. Efectivamente, la evidencia señala que en la cultura popular estadounidense (distribuida y consumida globalmente) proliferan mujeres racializadas que encapsulan el ethos pos-feminista a la perfección. Algunos ejemplos incluyen a Lil’ Kim, Destiny’s Child, Mariah Carey, Shakira, Beyoncé, Rihanna, Nicki Minaj, etcétera (Jess Butler, 2013, p. 48).

Como el propio título del artículo lo indica, el punto central de Jess Butler es señalar que una conceptualización que supedita el posfeminismo a la blanquitud oscurece los modos en que esta formación discursiva incluye sujetos racializados (2013, p. 49) .7 De hecho, el posfeminismo no solo crea espacios para estos sujetos, sino que regula de forma restrictiva y policial la manera en que ocurre dicha participación, al tiempo que mercantiliza la otredad. Por ello el posfeminismo requiere que las mujeres no blancas que lo adoptan rechacen el activismo político en favor del consumo y la visibilidad cultural.

Como el objetivo de Jess Butler es problematizar esto, afirma que las mujeres racializadas ocupan una posición aventajada que les permitiría suspender, al menos simbólicamente, la blanquitud del posfeminismo (2013, p. 50). Para apoyar su argumento se sirve de Molina Guzmán (2010) quien, en su lectura de la construcción de los cuerpos de las latinas en los medios dominantes de Estados Unidos, propone la “ruptura simbólica” como concepto que permite “describir las formas en las cuales los públicos, por medio de la crítica interpretativa, pueden llegar a desestabilizar procesos de colonización simbólica que manufacturan y despliegan la raza y la etnicidad como mercancías exotizadas” (Molina Guzmán, 2010, p. 9, cit. por Jess Butler, 2013, p. 50).

Molina Guzmán analiza la irrupción de Jennifer López en la cultura de masas desde la perspectiva dominante de los estudios culturales estadounidenses y su lectura apunta a identificar intersticios de “resistencia” incluso donde no los hay. Sugiere que en su juego consciente con las clasificaciones raciales y étnicas, López, en su momento, “desestabilizó las jerarquías de género/raza en los Estados Unidos” (Molina Guzmán, 2010, p. 62 cit. por Jess Butler, 2013, p. 51), afirmación de ingenuidad extrema, pues dichas jerarquías siguen estando allí tan estables como nunca. Molina Guzmán afirma también que los momentos de “ruptura simbólica” de López solían ser castigados por la prensa amarillista que se encargaba frecuentemente de recentrarla dentro de las “narrativas familiares de hipersexualización racializada latina y puertorriqueña” (Molina Guzmán, 2010, p. 70 cit. por Jess Butler, 2013, p. 51).

Jess Butler se basa en estos dos argumentos de Molina Guzmán -que López es forzada dentro del libreto tradicional de la hipersexualización racializada y que su visibilidad mediática crea aperturas a la resistencia cultural- para buscar posibles lecturas de resistencia dentro de la narrativa posfeminista. Sin embargo, ambos argumentos colapsan si se tienen en cuenta las tres premisas evidentes sobre las cuales reposa el éxito de López (equivalente al de Shakira, Beyoncé, Rihanna, etcétera).

Primero, la visibilidad mediática de estos sujetos es posible porque personifican una feminidad espectacular y poseen capital corporal y atractivo sexual (dentro de estrictos marcos estéticos masculinistas y occidentales). Más aún, estos elementos constituyen las condiciones necesarias, más no suficientes, para tal acceso.

Segundo, su mercantilización pasa por una hipersexualización que opera enteramente en función de una male gaze (Mulvey, 1975), tanto externa como internalizada, lo cual, a su vez, mantiene las estructuras de dominación masculina (uno de cuyos ejes principales es la esfera sexual) intactas.8 Este punto es crucial pues, dada su condición de sujetos femeninos racializados, refuerza el viejo libreto colonial acerca de las mujeres no blancas, las cuales son exotizadas a través de esa misma hipersexualización (véase Giraldo, 2016). Desde esta perspectiva, una cantante como Adele, aunque blanca, tendría más potencial disruptivo respecto al género que Jennifer López o Shakira o Beyoncé respecto a la intersección raza-género.

La tercera premisa tiene que ver con algo que McRobbie menciona en su lectura del posfeminismo como excluyente de las mujeres racializadas: “las mujeres de las minorías étnicas son incentivadas a abandonar la diferencia multicultural y a encontrar formas de identificarse con la mayoría” (McRobbie, 2009, p. 42). Más aún, abandonar señales raciales respecto a la cabellera o a la vestimenta se convierte en una forma de conseguir movilidad social (McRobbie, 2009, p. 43). Esto lo denomino yo un proceso de “higienización étnica para mercadeo y consumo” (Giraldo, 2016, p. 169). El pelo alaciado y teñido de rubio y las pieles aclaradas de Beyoncé y Shakira constituyen excelentes ejemplos.

Posfeminismo y transnacionalidad

Simidele Dosekun (2015, p. 963), por su lado, apunta a reconceptualizar el posfeminismo como cultura transnacional. La autora critica la figura conceptual de la “chica global”, sugerida por McRobbie (2009), la cual parte del supuesto de que el posfeminismo en el mundo no occidental se manifiesta a través de la cultura del consumo como una versión domesticada, una copia derivada del original occidental. Aunque su enfoque tiene problemas, Dosekun está en lo cierto cuando sugiere que la conceptualización de la figura de la “chica global” reposa sobre un punto ciego: las mujeres que aparecen en las portadas de las revistas de glamour no pueden ser puestas en el mismo plano analítico que las obreras explotadas en las fábricas, y las empleadoras de las clases medias tampoco pueden ser amalgamadas con sus empleadas domésticas (Dosekun, 2015, p. 963). Dado que en su trabajo explora el fenómeno del posfeminismo en las clases privilegiadas de Nigeria, su crítica puede leerse como una defensa a la posible acusación de importar y usar de manera acrítica un concepto analítico útil en el circuito académico del cual emerge, pero superfluo en otros contextos. A esta crítica hipotética, la autora responde que el término posfeminismo permite hacer un comentario deliberado y teóricamente sólido acerca de la globalización y del neoliberalismo, y de las contradicciones culturales de ambos (Dosekun, 2015, p. 972). El objetivo principal de Dosekun, como el título de su artículo indica, es descentralizar el posfeminismo, y sugiere para ello reconceptualizarlo como una cultura que excede y atraviesa fronteras nacionales, pero no únicamente de forma lineal, ni inevitablemente de norte a sur (Dosekun, 2015, p. 961). Este esfuerzo desoccidentalizador podría ser análogo a la manera como se concibe la modernidad desde un enfoque poscolonial que entiende las márgenes como parte constitutiva de la modernidad. Basándose en Grewal y Kaplan (2001) y Hegde (2011), Dosekun entiende “lo transnacional” como una “heurística crítica que permite problematizar nociones unitarias y reificadas de ‘lo global’ y oposiciones binarias rígidas de ‘global versus local’” (2015, p. 965). Su propuesta consiste en no pensar el posfeminismo en relación con un “supuesto centro” o una “fuente auténtica”, incluso cuando estos son abordados de forma crítica (Dosekun, 2015, p. 965).

Más adelante, sin embargo, afirma que está de acuerdo con quienes sostienen que la cultura y la sensibilidad posfeministas emergieron en Occidente y como respuesta directa al feminismo de la segunda ola (Dosekun, 2015, p. 968), lo cual de cierta manera contradice lo que venía diciendo a lo largo del artículo. Aunque el posfeminismo deriva de, depende de y refuerza la modernidad, estos fenómenos no pueden ser ubicados en el mismo plano histórico o teórico. La analogía es inapropiada, primero, porque implicaría una valoración positiva del posfeminismo; segundo, a diferencia del posfeminismo, el proceso de la modernidad ha durado cinco siglos (de 1492 hasta el presente), y esto abre un sinnúmero de espacios para que la relación centro-márgenes sea menos lineal. Desde un enfoque poscolonial se busca explicar los aportes de las márgenes a la modernidad misma. Si siguiéramos con la analogía, la pregunta acerca del aporte del posfeminismo desde los contextos no occidentales a cómo este opera en el norte global quedaría sin respuesta.

Que el posfeminismo haya emergido en Occidente y como respuesta al feminismo de la segunda ola no significa -como teme Dosekun- que la manera en que se manifiesta fuera de su lugar de origen lo convierta en un fenómeno inauténtico en dichos contextos. Más que preocuparse por el posfeminismo como un fenómeno descentralizado es quizás más productivo entenderlo como una manifestación contemporánea de la “colonialidad del poder” (Quijano, 2000) y, en un momento dado, explorar las formas en que se articula en contextos urbanos diversos, en el norte y en el sur. Tal vez la preocupación de Dosekun -una académica originaria del sur (Nigeria), basada en el norte (Gran Bretaña)- sea que, al investigar su propia cultura, esté perpetuando la práctica epistemológica colonial por excelencia al servirse de un concepto cuyo origen se sitúa en el circuito epistemológico dominante para analizar una cultura de las márgenes. Esta misma preocupación fue la que me llevó a mí a escribir “Coloniality at work”. Confío en que mi lectura alternativa, a partir de un posicionamiento teórico propio en la intersección decolonial-poscolonial, ayude a salir del impasse.

Posfeminismo y colonialidad del género

Desde mi perspectiva, el posfeminismo es un epifenómeno del neoliberalismo, de alcance global y que regula la subjetividad femenina -por ello lo entiendo como régimen más que como cultura- en los contextos urbanos contemporáneos globales. Más aún, es una manifestación contemporánea de la “colonialidad del poder” respecto a la feminidad. “Coloniality at work” (2016) -el artículo donde desarrollo este argumento- partió de una reflexión respecto a mi propia práctica epistemológica y fue escrito como un intento para cerrar la brecha entre la teorías feministas angloamericanas (en las cuales me he formado), las de América Latina, los estudios poscoloniales y las reflexiones del colectivo modernidad/colonialidad de Walter Mignolo, Arturo Escobar y María Lugones (entre otros).

Ahí trato varios temas: el desequilibrio de producción y circulación del conocimiento entre el norte y el sur, los feminismos decoloniales de América Latina, las diferencias entre los enfoques poscoloniales y decoloniales, la ceguera de los primeros frente a la historia de la colonización de América y la escasez de la teoría feminista de alcance global dentro los segundos, y el concepto de Lugones de la “colonialidad del género”, el cual retrabajo y conecto con el del “régimen posfeminista” (véase Giraldo, 2016). La última sección del artículo se sirve de esta conexión para analizar a las Femen y lo que ahí llamo “las pop icons globales exotizadas” (Shakira, Beyoncé, Rihanna, etcétera).

De modo análogo a Castro-Gómez respecto a la “colonialidad del poder”, entiendo la “colonialidad del género” en función “de las prácticas históricas que [la] constituyen” (Castro-Gómez, 2014, p. 79). Así, y en contraste con Lugones (2007) -quien acuña el concepto-, en lugar de interesarme en cómo operaron históricamente las relaciones de poder respecto al género, me enfoco en el momento presente: “despliego el concepto para desvelar los hilos invisibles del poder colonial tal y como operan en las definiciones contemporáneas globales de género y, más específicamente, de subjetividad femenina” (Giraldo, 2016, p. 165). Mi lectura del posfeminismo como un régimen que pone la colonialidad del género en acción se inscribe dentro de una “genealogía” -en su acepción foucaultiana-, cuyo propósito, según Castro-Gómez, consiste en “preguntarse por el modo en que las herencias coloniales son constitutivas de nuestro presente” (2014, p. 93).9

Mi aporte teórico al posfeminismo en “Coloniality at work” se emparienta con, al tiempo que se distancia de, los enfoques de Jess Butler y Simidele Dosekun. Ambas autoras subrayan de modo independiente los ejes que el vínculo que establezco entre régimen posfeminista y colonialidad de género busca dilucidar: la cuestión racial, la relación norte y sur global respecto a la producción del conocimiento, la cuestión de la hipersexualización. Los títulos de sus artículos ponen en evidencia el foco que tienen: mientras el de Jess Butler -“For White Girls Only? Postfeminism and the Politics of Inclusion”- se centra en la cuestión racial y el asunto de la inclusión, el de Dosekun -“For Western Girls Only? Post-feminism as transnational culture”- lo hace en la relación “Occidente/El resto” para explorar el posfeminismo como cultura transnacional. La cuestión de la hipersexualización es señalada por los dos textos; sin embargo, ambos la descentran a su manera. En contraste, mi enfoque identifica la hipersexualización y la agencia en relación con esta -i.e., el hecho de que los sujetos posfeministas son agentes de su propia cosificación sexual- como los aspectos más importantes en la conceptualización del posfeminismo como régimen de regulación que pone la colonialidad en acción. Más aún, lo considera elemento clave en lo que Mignolo (2011) denonomina “reoccidentalización”, i.e., “la restauración del rol hegemónico de occidente dentro de la matriz colonial del poder” (Giraldo, 2016, p. 168).

Contornos del posfeminismo

El aporte teórico que quiero avanzar aquí, y que va más allá de lo que hice en Giraldo (2016), se alinea con los enfoques críticos. Basándome en McRobbie (2004, 2009), Gill (2007a, 2007b) y Braidotti (2005), parto de esta definición: el posfeminismo es un régimen de subjetividad femenina de proyección global, intrínsecamente conectado con el capitalismo y con el ethos neoliberal, que incorpora feminidad espectacular e hipersexualización y con ello pone la colonialidad del género en acción. Antes de profundizar en ello, me parece importante clarificar ciertos conceptos con referencia a los cuales se debe entender el posfeminismo: el prefijo pos, feminismo, posmodernismo, neoliberalismo y poscolonialismo.

El prefijo pos y el feminismo. Desde la etimología del término, el prefijo pos puede entenderse como “después de” -un enfoque que semánticamente implicaría el fin del feminismo- o como “más allá de” -lo que implicaría que el feminismo es tomado en cuenta para ser superado. Cierta noción de obsolescencia respecto al feminismo es constitutiva del posfeminismo, cualesquiera que sean las especificaciones que tome quien usa el término.

Dos aspectos cruciales e interconectados respecto a esta obsolescencia son: primero, lo que Angela McRobbie denomina “feminidad espectacular” (2009) en relación directa con la idea del “complejo de belleza” de Sandra Lee Bartky (1990). En efecto, las nociones dominantes de feminidad y de belleza fueron en su momento interpretadas por análisis feministas de la segunda ola como aspectos clave a través de los cuales opera el patriarcado. La espectacularidad femenina y el complejo de belleza, sin embargo -como se ha señalado en el presente artículo-, constituyen elementos centrales del ethos posfeminista.

Segundo, la cuestión de la cosificación del cuerpo de las mujeres y lo que Laura Mulvey (1975) denomina “mirada masculina” -male gaze-, la cual es desplazada en función de quién es el agente de la cosificación: dentro del posfeminismo, esta agencia es transferida al sujeto mujer quien, por libre elección, decide cosificarse a sí misma para la mirada y deleite sexual masculinos y la satisfacción propia. Independientemente del refuerzo evidente del patriarcado, que reposa parcialmente sobre la premisa de equiparar/limitar el empoderamiento femenino con/a el poder (hetero)sexual dentro de un rígido marco masculinista, esta cosificación es construida, a su vez, como liberadora e incuestionable.

Contraste con el posmodernismo y el poscolonialismo. El posfeminismo se ha entendido de manera análoga a otras corrientes pos como un posicionamiento lineal y crítico respecto al feminismo, donde este último es asumido como un “gran relato” que ya no tendría el poder explicativo que alguna vez tuvo (véase Brooks, 1997). Con Hopenhayn (1995, p. 98), entiendo el posmodernismo como una ideología que disfraza sus juicios normativos de meras descripciones, que ve solo lo que quiere ver y que en última instancia se pone al servicio de la ofensiva político-cultural de la economía del mercado. De hecho, la relación entre posfeminismo y neoliberalismo pasa por la retórica posmoderna, pues tanto el primero como el segundo la capitalizan provechosamente para actualizar un proyecto de hegemonía cultural (Hopenhayn, 1995, p. 98). Hopenhayn identifica ciertas conexiones entre la crítica posmoderna y “el proyecto neoliberal de hegemonía cultural”, dos de las cuales, sugiero, conciernen directamente al posfeminismo: primero, la exaltación de la diversidad que lleva a la exaltación del mercado, un punto ya señalado por Jess Butler (2013). Segundo, la crítica a la función transformadora de la política, que le hace eco al punto de McRobbie (2009) acerca del poder desarticulador del posfeminismo.

Si bien la comparación entre posfeminismo y posmodernismo es apropiada, la que implica al poscolonialismo no lo es en lo más mínimo por una razón fundamental: a pesar del parentesco etimológico, las diferencias conceptuales y políticas entre posmodernismo y poscolonialismo son cruciales. Así, mientras el primero se entiende como una corriente que cuestiona la modernidad como metanarrativa y se deslinda de la idea de las acciones políticas transformadoras, el segundo se construye como crítica epistemológica y política al colonialismo. En vez de estar alineado con el poscolonialismo, el posfeminismo -como sugiero en “Coloniality at work” (2016)-, ejecuta y perpetúa la colonialidad (del género y del poder).

Relación con el neoliberalismo. El debate acerca de la utilidad del término neoliberalismo ha garantizado una confrontación constante entre la izquierda y la derecha globales durante las últimas décadas. En 2016, sin embargo, economistas del Fondo Monetario Internacional admitieron su existencia y aceptaron que es el término más apropiado para denominar la ideología que ha dominado la esfera global en la era actual, dentro de la cual el mercado libre es rey (véase Metcalf, 2017).10 Este debate gira esencialmente en torno al aspecto económico del neoliberalismo. Sin embargo, como ideología, el neoliberalismo abarca aspectos sociales, culturales y políticos de los contextos occidentales y parcialmente occidentales donde actualmente opera.11 Además de ser un proyecto económico en el cual el mercado ocupa la posición privilegiada, el neoliberalismo es también un proyecto cultural general que busca la transformación de las culturas globales en “culturas de mercado” (Duggan, 2003, p. 12). Esto se consigue apelando a los deseos individuales de manera que, como sugiere Hopenhayn, coincidan con la promoción de las políticas del promercado y con la construcción de un sistema capitalista transnacional (1995, p. 98).12

En su relación con el posfeminismo como ethos eminentemente moderno, es crucial la cuestión de gobernabilidad del individuo (Rose, 1996), que se manifiesta mediante diversos mecanismos de regulación. Según Nikolas Rose, las estrategias de regulación que constituyen la experiencia moderna de poder son ensambladas en redes que conectan fuerzas e instituciones políticas con aparatos (Althusser, 1970) que moldean y gestionan la conducta colectiva e individual en función de normas y objetivos, los cuales, a su vez, son considerados apolíticos (Rose, 1996, p. 144). Es así como, en el plano retórico, el neoliberalismo construye la regulación constante del individuo -de carácter eminentemente político- en acción apolítica. El énfasis en el individuo y en los tropos “libre elección”, “agencia”, “autosuficiencia”, autovigilancia, empoderamiento, cruciales para la operatividad de la ideología neoliberal en el dominio de la cultura, se convierten en elementos definitorios del posfeminismo.

Recentrando la hipersexualización

A diferencia de Dosekun (2015), quien se enfoca en la hiperfeminidad al tiempo que descentra la hipersexualización, y de Jess Butler (2013), quien lee el posfeminismo desde un enfoque que exalta el potencial de resistencia de la autosexualización, propongo recentrar la hipersexualización para leer el posfeminismo desde una perspectiva crítica feminista y (pos)decolonial.13 La (hiper)feminidad -explícita en Dosekun (2015) e implícita en Jess Butler (2013)- es importante porque la hipersexualización femenina va de la mano con la “feminidad” la cual, a su vez, se basa en construcciones muy específicas de belleza física. Dicho de otro modo: la (hiper)feminidad es una condición necesaria (mas no suficiente) para la hipersexualización de los sujetos en el espacio mediático.

Dosekun sugiere que su trabajo de campo en Nigeria -donde la hiperfeminidad emerge de la mano de cierta discreción sexual- constituye evidencia a favor de su lectura del posfeminismo: que no es un concepto “imperialista y universalizante que allana consideraciones de diferencia, de contexto y de contradicción” (Dosekun, 2015, p. 972). Hannah McCann (2018), por su parte, escribe acerca de las posibilidades liberadoras de la feminidad y rechaza enfoques críticos, los cuales, según ella, derivarían de una continuación de la historia del feminismo que asume la feminidad como intrínsecamente desempoderadora (McCann, 2018, p. 31).

El debate acerca del potencial (des)empoderador de la (hiper)feminidad no es sencillo; requiere la consideración de otras variables, tales como el contexto cultural y temporal (véase Giraldo y McCann, en proceso), y está más allá del alcance de este artículo. Por otro lado, dado que la relación de dependencia entre hipersexualización e (hiper)feminidad es asimétrica -hipersexualización requiere (hiper)feminidad, pero no al revés-, es la hipersexualización la que otorga potencial explicativo al término posfeminismo: es el elemento que lo distingue de otros términos y vertientes similares tales como “el feminismo de la tercera ola” (Heywood y Drake, 1997) o “el feminismo del mercado” (Zeisler, 2016).

Recentrar la (hiper)feminidad en detrimento de la hipersexualización en el posfeminismo -a la manera de McCann y Dosekun-, en vez de aportar efectos teóricos productivos, como Dosekun parece afirmar, le resta poder explicativo. Para analizar la (hiper)feminidad no hace falta recurrir a otro término y, además, es precisamente el ensamblaje ethos neoliberal, feminidad espectacular (hiperfeminidad) e hipersexualización el que hace del término posfeminismo un concepto útil para el análisis de la cultura global contemporánea. Como fenómeno y como narrativa, el posfeminismo se nutre parcialmente de las pugnas pro y antipornografía en el contexto angloamericano de la década de 1980, que se estructuraron en torno a una dicotomía simplista -feminismo pro/anti-sexo- la cual oscureció el debate sobre la relación entre poder y sexualidad. La idea de liberación sexual mainstream -definida a partir del referente occidental supuesto como universal, sin interrogar las dinámicas de poder dentro de las cuales opera y a la cual simplemente se le añaden nociones de agencia y libre elección como valores absolutos no problematizados (y asumidos como no problematizables)- permite ver al posfeminismo como parte de la modernidad contemporánea, entendida como un proyecto global que ejecuta y perpetúa la colonialidad (Giraldo, 2016).

Dicho de otro modo: la hipersexualización es un marcador que permite diferenciar la época del cambio de siglo (del XX al XXI) con su corolario inherente de “progreso” y que, adicionalmente, ofrece herramientas suplementarias para seguir organizando jerárquicamente al Occidente y al resto, de manera que el primero es establecido como el modelo al que todas las otras culturas deben aspirar. Es esta la razón que permitió hace pocos años a un grupo como Femen proponer un naked jihad y equiparar nudité con liberté y que tales propuestas fueran abiertamente aceptadas en pleno corazón de la cultura occidental (ver Giraldo, 2016).

Posfeminismo: de “sensibilidad” a “régimen”

Desde mi perspectiva (Giraldo, 2016, 2017, en proceso.a, en proceso.b), el posfeminismo es una manifestación contemporánea de la “colonialidad del poder” respecto a la feminidad. En línea con McRobbie (2009) y Gill (2007b), lo abordo como un discurso contemporáneo acerca de la subjetividad femenina dominante en los contextos urbanos que está intrínsecamente conectado con una ideología neoliberal del yo y que se nutre del feminismo al tiempo que lo desmantela. Lo que distingue al posfeminismo -como fenómeno y como concepto analítico- de otros cercanos a las lógicas neoliberales tales como “el feminismo de la tercera ola” (Heywood y Drake, 1997) o “el feminismo del mercado” (Zeisler, 2016), es la preocupación obsesiva por un cuerpo sexy que enfatiza un tipo específico de (hetero)sexualidad reenmarcada dentro de estructuras de dominación masculina. El paradigma posfeminista define la subjetividad femenina con base en la “belleza”, la sensualidad y la agencia sexual desde un punto de vista masculinizado, una male gaze (Mulvey, 1975) internalizada que refuerza y perpetúa lógicas patriarcales de organización social. De aquí la importancia del prefijo pos y su implicación semántica acerca de cierta obsolescencia del feminismo inherente al término.

El posfeminismo provee un marco discursivo rígido para la subjetividad femenina, donde quienes no caben son empujadas fuera de los propios límites de la subjetividad (véase Giraldo, 2015a). El vínculo con la subjetividad me permite reescribir la “sensibilidad posfeminista” de Gill (2007b) como “régimen posfeminista”. Esta transición tiene implicaciones conceptuales: mientras que sensibilidad sugiere una ola, en el sentido de “espíritu de la época” [zeitgeist], régimen recentra la noción de poder en la formación del sujeto. Esta reconceptualización es provechosa porque permite problematizar la cuestión de la agencia y conceptos como libertad y elección que son centrales al posfeminismo y permiten a quienes lo enarbolan presentarse como si fueran, por un lado, inmunes a la crítica, y, por el otro, piezas clave y vanguardia del empoderamiento y la emancipación femenina en contextos urbanos. La agencia atraviesa varias de las características asociadas con el posfeminismo señaladas más arriba: la preocupación obsesiva con el cuerpo, el cambio de objeto de deseo sexual a sujeto con deseos sexuales, el énfasis en la autovigilancia y la autodisciplina. Más aún, entendida como motor principal de la elección individual (choice), la agencia, como lo indica McRobbie, “deviene sinónimo de feminismo” (2009, p. 66).

Así, el razonamiento respecto a la agencia que subyace tras el posfeminismo parte del supuesto de que esta solo comprende el aspecto productivo del poder, lo que conlleva a asumirla como empoderadora en términos absolutos y por defecto. La problematización conceptual de la agencia requiere, entonces, no solo una concepción integral de la noción de poder, sino la adopción de un enfoque que enfatice su aspecto restrictivo [potestas] en lugar de su aspecto productivo [potentia]; una perspectiva que, en vez de focalizarse en las políticas de liberación del sujeto (reales o retóricas), dé prioridad a una “interrogación sobre los mecanismos de regulación a través de los cuales el sujeto es producido y mantenido” (Judith Butler, 1997, pp. 31-32). El concepto de sujeto tiene una implicación doble y paradójica: por un lado, estar sujeto (adjetivo) implica cierto sometimiento, es decir, estar bajo el control de algún principio o poder; y, por el otro, ser sujeto (sustantivo) significa ser un agente consciente que, de alguna manera, se encuentra más allá del alcance del poder. Esta doble implicación paradójica puede resolverse entendiendo el poder a la manera de Foucault (1980), mediante la teoría de la subjetividad de Judith Butler (1997): el poder no es algo que simplemente presiona desde arriba, sino que es una fuerza compleja que produce efectos en la arena del deseo y del conocimiento (Foucault, 1980, p. 59) y, subsecuentemente, forma al sujeto en la medida en que le proporciona “la condición misma de su existencia y la trayectoria de su deseo” (Judith Butler, 1997, p. 2). Esto significa que un individuo no deviene sujeto sin antes haber sufrido un proceso de sujeción (Judith Butler, 1997, p. 11), lo que, a su vez, implica que el sujeto constituye simultáneamente “la condición para y el instrumento de la agencia” y “un efecto de la subordinación” (Judith Butler, 1997, p. 10). Este vínculo doble de significaciones conduce a una circularidad donde la agencia del sujeto aparece como “un efecto de su subordinación” (Judith Butler, 1997, p. 12).14 Así, contrariamente al supuesto sobre el que reposa la adopción acrítica del posfeminismo, la agencia está prefigurada por el poder y esto la constituye en una condición ambivalente.

La reformulación conceptual de la agencia como condición ambivalente -derivada parcialmente del sometimiento psíquico inherente a la formación de la subjetividad- permite desestabilizar la idea de que agencia equivale a libertad y que esto se traduce automáticamente en empoderamiento de las mujeres. Entender el posfeminismo como régimen de subjetividad implica asumir un enfoque que considera los mecanismos de poder que subyacen tras la agencia individual para la propia cosificación sexual. Esto, sin embargo, no conlleva asumir que las mujeres que lo adoptan sean autómatas irreflexivas. Como se mencionó arriba, desde un enfoque foucaultiano, el poder comprende un aspecto restrictivo [potestas] y uno productivo [potentia] y, dentro del posfeminismo, este último concierne al hecho incontestable de que la personificación de la subjetividad posfeminista trae beneficios individuales -extraordinarios en ciertos casos: Shakira, Beyoncé, Emily Ratajkowski- a quienes la asumen. Sin embargo, el potencial de empoderamiento femenino que ofrece el posfeminismo está limitado al terreno sexual y depende, por un lado, del capital corporal y, por el otro, de la mirada masculina (externa e internalizada) que ubica al observador masculino (y su respectivo deleite sexual) como árbitro supremo. El corolario evidente de esto es que tal empoderamiento está restringido respecto de la extensión real del poder en el campo social y su perdurabilidad en el eje temporal. Madonna, por ejemplo, una precursora del posfeminismo que accedió al estrellato mediático gracias a su capital corporal y a una imagen artística enteramente manufacturada en función de la exaltación de la sexualidad femenina (dentro de esquemas masculinistas y occidentalistas de liberación sexual), es constantemente atacada porque ha intentado perpetuar esa imagen más allá de la edad designada como apropiada para una mujer (ver Grigoriadis, 2019; Ellison, 2019). Aunque Madonna tiene 60 años, esto claramente no se nota, lo que indica que su inversión (tiempo dedicado al ejercicio, cirugías, productos de belleza, dinero) en el cuerpo -el cual constituye no solo su capital más importante, sino su proyecto (Shilling, 1993) principal- es considerablemente elevada.15

¿Es el posfeminismo una vertiente feminista?

Quisiera cerrar el artículo desplazando la discusión al terreno político para abordar un debate de relevancia actual, respecto del cual la pregunta planteada en el encabezado es una realización particular. Esto tiene sentido si se considera que el campo de los estudios culturales británicos, en el cual me inscribo teóricamente y en donde emerge el posfeminismo como concepto analítico y marco conceptual, se interesa precisamente en elucidar las conexiones entre campo cultural y poder.

El momento contemporáneo está marcado por un viraje global a la extrema derecha que deriva de, al mismo tiempo que alimenta, luchas ideológicas que oponen no solo dos -como suele señalarse en la prensa dominante, tanto en Europa como en América Latina-, sino varias corrientes: el progresismo antirracista, antisexista, anticlasista y antiheterosexual; la corriente liberal en lo económico (apoyo irrestricto al libre mercado y oposición a la redistribución hacia abajo) y conservadora en lo social; el libertarismo, etcétera. Sin embargo, estas luchas también tienen lugar al interior de movimientos con ideologías más homogéneas y que emergieron en su momento con la idea de transformar las estructuras de dominación que organizan el campo social.

El feminismo -en singular- es uno de estos movimientos. Las luchas ideológicas que lo atravesaron en las décadas de 1970 y 1980 en el norte global activaron una fragmentación de la singularidad que dio lugar a un pluralismo: feminismo negro, lesbiano, liberal, interseccional, poscolonial, etcétera. El resultado de esas luchas -las cuales también se estructuran en torno a las relaciones de poder entre el norte y el sur globales y se amplifican gracias a la Web 2.0- ha sido el posicionamiento de las vertientes liberales del feminismo -que ensalzan al individuo independientemente de su raza o sexualidad, pues la mercantilización de la diferencia ya es un hecho establecido- como hegemónicas: sus tropos han logrado permear el lenguaje cotidiano, las suposiciones de base, las instituciones, la producción cultural, etcétera.

Tanto el feminismo liberal -llamado también “feminismo hegemónico” (Eisenstein, 2009), “posfeminismo neoliberal” (Braidotti, 2005) o “feminismo blanco”- como el posfeminismo emergen en el norte global para ser exportados según las lógicas del libre mercado. Mientras la exportación del primero se hace a través de programas de colaboración estatal internacionales y de organizaciones no gubernamentales (ONG), el segundo viaja a través de productos culturales masivos de circulación global. Aunque ambos son hegemónicos en sus respectivos campos de acción -el mundo corporativo para el feminismo liberal, la esfera de la representación cultural para el posfeminismo- y se centran en las ganancias individuales de los sujetos femeninos que los enarbolan, existe una diferencia de peso entre ambos: mientras el feminismo liberal promueve una presentación de género neutra (Eisenstein, 2009; Braidotti, 2005), el posfeminismo refuerza la noción de diferencia sexual e intensifica la hiperfeminidad y la hipersexualización, las cuales siguen siendo ejes centrales de dominación patriarcal. Siendo así, los sujetos que adoptan el posfeminismo obtienen dividendos directos de la organización básica del patriarcado en torno a la sexualidad para su realización netamente individual (ya sea en el área laboral o personal). Esto contribuye a la perpetuación misma del patriarcado.

Entonces, a la pregunta que da título a este apartado respondo “no”, pues la lucha contra el patriarcado constituye la esencia misma de la lucha feminista y dentro del posfeminismo esto es tenue o inexistente y, en cualquier caso, va de la mano con acciones que lo refuerzan y perpetúan. Anticipando reacciones a esta respuesta negativa y sin ambages que sigan la línea de “el feminismo no debe ser normativo” y que parte de y alimenta la falacia insostenible desde lo teórico y lo social, pero muy en boga en la actualidad, de que “hay tantos feminismos como mujeres”, me gustaría señalar el enfoque que estas dos posturas ponen de relieve y el trabajo que llevan a cabo en el plano retórico. Primero, ambas constituyen un potente catalizador del individualismo y de los procesos de desarticulación de los que trata McRobbie (2009) en el libro reseñado en la sección “genealogía” y que siguen el mismo derrotero que simplifica la agencia y la libertad, problematizadas en el apartado “Contornos del posfeminismo” de este artículo. Segundo, cualquier proyecto emancipador - que busque la transformación de las relaciones de poder- requiere cierto grado de normatividad; de lo contrario, se convierte en un simple estilo de vida. Paradójicamente, el posfeminismo puede leerse simultáneamente como normativo (en su aspecto regulador de la subjetividad femenina) y como estilo de vida (en su complacencia con el patriarcado, el capitalismo y el neoliberalismo). Tercero, las dos afirmaciones constituyen instancias meramente retóricas cuyo fin es acallar la reflexión y el debate crítico, una característica particular del clima político actual (otros ejemplos son la llamada “polarización”, el término extremos, la idea de que libertad de pensamiento y de expresión implica inmunidad a la crítica, etcétera).

Esta respuesta negativa da pie a interrogarse acerca de las estrategias de transformación disponibles desde los enfoques feministas urbanos, inexorablemente inmiscuidos con la modernidad. En este sentido, considero que los feminismos decoloniales constituyen una excelente fuente de inspiración, así varios de esos enfoques tengan como objetivo salir de la modernidad-colonialidad. Cuando escribí “Coloniality at Work”, la corriente latinoamericana decolonial me había ofrecido herramientas críticas que me permitieron entender el pos-feminismo como instrumento para perpetuar la colonialidad del poder y como elemento clave en los procesos de lo que Mignolo (2011) denomina “reoccidentalización” (véase Giraldo, 2016, p. 168). Pero hay otros aspectos de los enfoques decoloniales que vale la pena señalar como importantes para la reflexión actual en torno a los feminismos urbanos, de los cuales quisiera mencionar dos: primero, el recentramiento que se hace del patriarcado y el énfasis que se pone en su desmantelamiento. Los aportes desde Bolivia son invaluables (véase Choque-Quispe, 1998; Sánchez, 2012; Paredes, 2012; Uriona, 2012). Segundo, el asunto del cuerpo, entendido dentro de la tradición occidental en oposición binaria respecto a la mente -donde mente, a la vez, se ubica en lo alto de la jerarquía y se asocia con la masculinidad (ver Giraldo, en proceso.b)- y que desempeña un rol central dentro del posfeminismo. Esa división “mente/cuerpo” es desmantelada desde los enfoques decoloniales que entienden la vida -humana, animal, vegetal- desde lógicas integrales (Paredes, 2008). Diana Gómez Correal (2015, p. 111), por ejemplo, señala el potencial reparador de abordar el cuerpo por fuera de la perspectiva cartesiana que impide “escucharlo”. Su propuesta apunta a incentivar la empatía corporal del dolor sufrido por las innumerables víctimas de la violencia en Colombia como estrategia para romper la normalización de esa violencia (Gómez Correal, 2015, p. 111). Finalmente, considerar el sur como un locus productivo de enunciación teórico y práctico (lo que pretendo con la invocación de los enfoques decoloniales) activa un movimiento inverso al establecido por el orden colonial aún dominante. Este movimiento busca desestabilizar lo que Castro-Gómez (2010) denomina “la hybris del punto cero” -en donde suelen ubicarse las vertientes feministas urbanas-, con el fin de repensar las luchas feministas de aquellas mujeres que, como yo, aunque aspiramos a transformaciones radicales del campo social, estamos destinadas a vivir dentro de la modernidad.

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2Todas las traducciones, paráfrasis e interpretaciones son de la autora.

3Los datos (obtenidos en junio de 2019) de vistas de los artículos en el sitio de las revistas en las cuales fueron publicados y del número de citas en Google Scholar dan una idea general de la gran influencia de estos textos: 53,074 vistas para el primer artículo (Taylor & Francis) y 1,390 citas (Google Scholar); 3,086 citas (Google Scholar) para el libro; y 13,131 descargas desde diciembre 2016 (Sage) y 1,471 citas (Google Scholar) para el tercer artículo.

4El concepto de luminosidad de Foucault, como lo reinterpreta Deleuze (1986) y del cual se sirve McRobbie, se refiere a formas creadas por la luz misma que permiten que un objeto exista solo como un destello, una chispa o un centelleo (McRobbie, 2009, p. 60).

5La expresión gender politics es difícil de traducir porque el término politics va mucho más allá de lo que su equivalente en español permite. Mientras que politics abarca los principios que rigen ciertas prácticas que tienen que ver con nociones extendidas de poder y estatus, política(s) está casi enteramente supeditado al campo del poder político-institucional.

6Véase también Lazar (2006).

7Aunque Jess Butler también menciona la inclusión en términos sexuales, su foco está puesto en la cuestión racial.

8Male gaze: mirada masculina.

9Véase Giraldo (en proceso.b) para un análisis de cómo las herencias coloniales constituyen el presente en el contexto colombiano: cómo la colonialidad del poder y de género y “el dispositivo de blancura” (Castro-Gómez, 2010) son desplegados en los productos culturales que forman al ciudadano contemporáneo en los estilos de vida de la modernidad —de los cuales el posfeminismo es elemento central— y sus efectos en el orden social.

10Para los enfoques que han influido en la manera como concibo el neoliberalismo véase Rose, 1996; Duggan, 2003; Harvey, 2005.

11Entiendo el término ideología en su sentido posmarxista, es decir, no como “falsa conciencia”, sino como un conjunto de ideas acerca de cómo funciona y debería funcionar el mundo.

12Vale la pena anotar que el neoliberalismo no equivale al anarcocapitalismo, sino que apunta a que el estado exista en mínimas proporciones y solo para garantizar ciertas funciones, por ejemplo, su propia seguridad y la del capital.

13Para los puntos de cruce y diferencia entre los enfoques poscoloniales y decoloniales, véase Giraldo, 2016.

14Para un análisis con ejemplos concretos de la subjetividad femenina posfeminista en el contexto de la cultura de medios en la Colombia contemporánea, véase Giraldo, 2017.

15Véase Giraldo (en proceso.b) para un análisis más elaborado respecto de los distintos valores otorgados al cuerpo en función del género en la cultura colombiana y los efectos de esto respecto del poder en el campo social.

1Agradezco a los pares anónimos comentarios pertinentes que contribuyeron considerablemente a mejorar la versión final. También a Ofelia Agudelo, quien me ayudó con la micro edición.

Recibido: 13 de Septiembre de 2018; Aprobado: 30 de Julio de 2019

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