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Medicina crítica (Colegio Mexicano de Medicina Crítica)

versión impresa ISSN 2448-8909

Med. crít. (Col. Mex. Med. Crít.) vol.30 no.5 Ciudad de México nov./dic. 2016

 

Editorial

Fidel Castro y su famosa frase «La historia me absolverá»

Fidel Castro and his famous phrase: «History will absolve me»

Jorge Cervantes Castro1  * 

1 Miembro Fundador AMMCTI. Centro Médico ABC, México.


El 25 de noviembre de 2016 falleció, a la edad de 90 años en La Habana, Cuba, el Comandante Fidel Castro Ruz, uno de los líderes más carismáticos y controvertidos del siglo pasado y lo que va del presente. Sin duda, la historia dará cuenta cabal de la increíble trayectoria de este personaje que encabezó una revolución popular para derrocar a un tirano que llevaba seis años en el poder para convertirse en lo mismo, gobernando con mano de hierro su isla por cerca de 60 años.

Hace mucho tiempo, creo que en 1953 siendo yo estudiante de preparatoria, acompañaba con frecuencia a mi padre el Doctor Raúl Cervantes Ahumada a sus clases en la Facultad de Derecho de la UNAM y pude asistir a un evento en dicha facultad en el que se discutía la conveniencia de iniciar un movimiento para exigir la libertad del joven líder de la Escuela de Derecho de Cuba, Fidel Castro que estaba siendo juzgado por su participación en el asalto al cuartel Moncada el 26 de julio de ese año. El intento fracasó, murieron muchos estudiantes y el cabecilla fue apresado y sometido a juicio. Le negaron los defensores de oficio y el joven abogado asumió su propia defensa. En el acto final exhibió la naturaleza espuria e ilegal de sus juzgadores y en una magistral disertación manifestó que no aceptaría su veredicto concluyendo:

«La historia me absolverá».

Quedé vivamente impresionado al leer el texto de esa enérgica defensa de sus ideales revolucionarios y desde entonces me interesé en seguir su trayectoria, pensando que algún día tendría la oportunidad de conocerlo. Dicha oportunidad se presentó en 1986, siendo yo presidente de la Asociación Mexicana de Cirugía General recibí la visita del presidente de la Asociación Cubana de Cirugía invitándome a participar en el Congreso Nacional de Cirugía en La Habana, lo que consideré un gran honor, acepté de inmediato y en tono de broma le dije que iría con la condición de que me presentara al Comandante. Me explicó que eso era imposible, ya que por motivos de seguridad nadie conocía los movimientos del Comandante, pero que siendo este un evento internacional existía la posibilidad de su presencia.

Llegamos mi señora y yo a Cuba, nos recibieron y nos indicaron que teníamos lugares asignados en la primera fila del recién inaugurado e impresionante Palacio de las Convenciones. Lucero era la única dama en la fila, estaba preciosa, vestida con un bello atuendo floreado en rojo y yo de traje claro, ambos contrastábamos con el resto de los presentes, todos vestidos de traje oscuro. Estando tan cerca, a unos dos metros del presídium, era fácil establecer contacto visual con quienes presidían. Se inició el evento con los dignatarios cubanos y de pronto, por una puerta lateral apareció Fidel Castro, imponente el Comandante en su flamante traje verde de campaña. Yo estaba emocionado de por fin estar frente a la legendaria figura del líder revolucionario que había tenido el valor de enfrentar a la potencia más grande del mundo y de correr el riesgo de desatar una tercera guerra mundial al permitir que la Unión Soviética instalara proyectiles nucleares en la isla. Fueron esas dos últimas semanas de octubre y la primera de noviembre de 1962 inolvidables para Lucero y para mí, cuando en el mundo sólo se hablaba de Fidel Castro y la inminente guerra atómica. Llegamos recién casados a vivir en Washington para iniciar mis estudios de especialidad de cirugía y compartimos días de angustia colectiva buscando los refugios antiaéreos que había en todos los edificios públicos. Afortunadamente prevaleció la razón y no se calentó la guerra fría.

Terminado el acto inaugural, los miembros del presídium salieron por la puerta lateral y todos los asistentes iniciamos la retirada, pero Lucero permaneció en su sitio diciendo: no te vayas. ¡Es un gran líder y como tal le gusta interactuar con la gente, Fidel va a salir! Y en efecto, unos cinco minutos más tarde salió el Comandante, se dirigió a ella quien se presentó como mexicana, Fidel la tomó del brazo y le comentó su gran cariño por México, Lucero me cedió su lugar y tuve oportunidad de platicar con el líder durante varios minutos, le hice algunas preguntas sobre avances recientes en cirugía, disolución de cálculos renales por ondas sonoras y sobre trasplantes de corazón, que en Cuba ya se habían efectuado. Me confirmó lo que el ministro de salud de Cuba me había dicho antes, que el Comandante estaba al día de todo lo que ocurría en medicina, pues me dio una cátedra al responder las preguntas. Serían unos 10 minutos, grabé y aún conservo toda la conversación en mi grabadora de bolsillo que había llevado al evento con la seguridad de que vería al Comandante. El acto fue filmado y transmitido por el único canal de televisión de la isla esa noche y los días subsiguientes. En el Granma, el periódico oficial del gobierno, apareció al día siguiente en primera plana una gran foto en la que estamos el Comandante, el ministro de salud y yo rodeados de gran cantidad de médicos (Figura 1). Mi Lucero, que me cedió su lugar, aparece a la derecha. Los siguientes cuatro días en La Habana fueron de celebración, ya que todo mundo nos identificaba como las personas que habíamos estado con el Comandante, nos hacían preguntas y nos felicitaban. Fue para Lucero y para mí una experiencia memorable el conocer al Comandante en Jefe de la Revolución Cubana.

Figura 1: El comandante en jefe, Fidel Castro, Presidente del Consejo de Estado y de Ministros, platica con el Dr. Jorge Cervantes Castro, Presidente de la Delegación Mexicana al III Congreso Nacional de Cirugía, La Habana, Cuba, Noviembre 25, 1986.  

Durante los siguientes 10 años recibí una tarjeta de fin de año firmada por el Comandante y en 1996 en La Habana, siendo yo invitado como expresidente de la Federación Latinoamericana de Cirugía al Congreso Cubano de Cirugía, el presidente del evento me llevó al Palacio de la Revolución ante el Comandante Fidel Castro quien me impuso la «Medalla Carlos J. Finlay» la más alta condecoración en el ámbito científico que otorga el Gobierno de Cuba.

Esta condecoración honra al médico cubano que descubrió el vector de la fiebre amarilla, que al erradicar la misma propició la construcción del Canal de Panamá, obra que había sido interrumpida por el azote de la fiebre amarilla y el paludismo. El texto que acompaña la condecoración dice “… en reconocimiento a su liderazgo quirúrgico en América Latina”.

Al regresar a México me enteré de que aceptar una condecoración de un gobierno extranjero sin permiso del propio, es considerado como un acto de traición a la patria, por lo que de inmediato para quitarme tal estigma, el Despacho Cervantes Ahumada inició los trámites para corregir el asunto.

Nuestro encuentro con el Comándate Fidel Castro fue el 25 de noviembre de 1986, hoy precisamente 30 años después me enteré de su fallecimiento y decidí escribir este texto para que mis hijos y nietos sepan las andanzas en las que estuvieron involucrados sus padres y sus abuelos.

Ciudad de México, noviembre 25, 2016.

*Autor para correspondencia: Dr. Jorge Cervantes Castro. E-mail: jcervantes@abchospital.com

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