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Cuicuilco. Revista de ciencias antropológicas

versión On-line ISSN 2448-8488versión impresa ISSN 2448-9018

Cuicuilco. Rev. cienc. antropol. vol.30 no.87 Ciudad de México may./ago. 2023  Epub 17-Nov-2023

 

Dossier

Reflexiones cartográficas en torno a los nómadas del septentrión

Cartographic reflections on the nomads of the north

Leonardo Santoyo Alonso1 

1Benemérita Universidad Autónoma de Zacatecas. BUAZ


Resumen

En este trabajo se exponen las ideas y concepciones de los nómadas del Centro Norte de México que se representaron en la cartografía del siglo XVI, su posterior prolongación hacia el siglo XIX y de la permanencia de una construcción imaginaria, inmersa en el discurso académico en varias de las disciplinas antropológicas. Exponemos la importancia de dejar de calificar bajo los mismos términos impuestos para definir los desarrollos culturales del septentrión. Planteamos, desde una perspectiva histórica, la revisión de las significaciones del nómada desde la cartografía de los siglos XVI a XVIII y su integración conceptual en el desarrollo de la arqueología del Norte de México, la cual ha asumido ideas divergentes en el desarrollo cultural prehispánico.

Palabras clave cartografía histórica; nómadas; Norte de México; Zacatecas

Abstract

This paper presents the ideas and conceptions of the nomads of northern central Mexico that were represented in the cartography of the sixteenth century, its subsequent extension into the nineteenth century and the permanence of an imaginary construction that has permeated the academic discourse in several anthropological disciplines. We argue that it is important to stop qualifying under the same terms that were imposed to define the cultural developments of the septentrion. We propose, from a historical perspective, the revision of the meanings of the nomad from the cartography of the sixteenth to eighteenth centuries and its conceptual integration in the development of the archaeology of northern Mexico, which has assumed divergent ideas in the preHispanic cultural development.

Keywords Historical cartography; Nomads; Northern Mexico; Zacatecas

Introducción

El presente artículo1 expone, por medio de ejemplos cartográficos, las ideas con respecto a los grupos nómadas y seminómadas del centro norte y norte de México que configuraron la forma en cómo se construyeron los imaginarios de aquellas sociedades durante los primeros años de colonización y conquista, así como su dilación en el tiempo. De igual manera, se expone que esa concepción afectó de manera significativa la comprensión de aquellas sociedades en los primeros estudios arqueológicos y antropológicos del septentrión, donde, como menciona Mendiola Galván, la historia de la arqueología del Norte de México comienza a sistematizarse hacia finales del siglo xix, con expediciones como la de Carl Lumholtz y Adolf F. Bandelier, entre otros [Mendiola 2013].

Se entiende que la cartografía ha sido un poderoso medio, no sólo para representar relaciones entre puntos y rasgos de la superficie, sino también para mostrar nexos entre grupos y sus vínculos sociales. En un sentido amplio, en el presente trabajo retomamos los planteamientos de John Brian Harley con respecto al papel que las poblaciones indígenas de Norteamérica jugaron en el desarrollo de la cartografía europea; el propio Harley denominó las geografías ocultas [Harley 2005: 210]; identifica la importancia del conocimiento cartográfico de las poblaciones autóctonas, el cual fue retomado para la creación de los primeros mapas y planos elaborados por los europeos en los procesos de ocupación, colonización y conquista del territorio americano; en particular el septentrión novohispano o Norte Antiguo de México.2

Al revisar la literatura arqueológica del Norte de México aparecen en forma reiterada las frases: “falta por estudiar” o “se conoce poco acerca de […]” con respecto a los grupos nómadas o seminómadas que habitaron la región. Entonces surgen las preguntas: ¿esto en la práctica en qué medida es real?, ¿cuáles son los impedimentos para acceder al conocimiento del pasado del Norte de México? Es una realidad que los sitios o asentamientos del Antiguo Norte de México en pocas ocasiones manifiestan la monumentalidad de los ubicados en el centro y sur de la República mexicana, las dinámicas de ocupación del territorio se gestaron con ritmos diferenciados, siempre marcados por un carácter de movilidad. Esto no representa, de facto, que las expresiones culturales de las sociedades norteñas no fueran de igual complejidad como las de aquéllos. La confusión proviene, en buena medida, de la preferencia de la arqueología oficial, como la denominó Manuel Gándara, la cual ha privilegiado los asentamientos de orden monumental sobre los vestigios más “modestos” del norte [Gándara 1992]. Tampoco se trata de generar un maniqueo conceptual entre el norte o el centro, como si uno y otro tuvieran mayor o menor importancia; dicha división ha dañado bastante la percepción de la comprensión de la arqueología en el septentrión.

Hay un común denominador para definir a la arqueología como la ciencia encargada del estudio de las sociedades humanas desaparecidas por medio de sus restos materiales, producto de dichas sociedades. La forma en cómo esos restos se interpretan o entienden tiene relación con la visión de lo cotidiano, condicionada al presente social de la investigación, por tanto, resulta válido en algunos casos para la arqueología mundial, pero de manera particular a la arqueología mexicana.

Ya desde los años setenta el propio Manuel Gándara afirmaba que la arqueología mexicana se encontraba en un franco retraso paradigmático en relación con la antropología y hablar de teoría era visto “con malos ojos” [Gándara 1992: 34].

En la actualidad, pocos siguen siendo los intentos por salvar los obstáculos entre la teoría y la praxis arqueológica, a pesar de la aparición de algunos estudios críticos más recientes al ya mencionado de Gándara [Vázquez 2003]. Se han mezclado una gran variedad de enfoques o posiciones teóricas como la ecología cultural, el marxismo, la arqueología simbólica, las teorías de la complejidad, entre otras. Esta condición penetra muy claro en los estudios arqueológicos del Norte de México donde, por lo general y de manera adecuada, parece encajar todo en las relaciones entre cultura y ambiente.

A este respecto, es importante mencionar que la complejidad arqueológica del Norte de México ha sido un referente teórico; refleja la necesidad de vislumbrar el rol que jugaron las sociedades habitantes en el centro y sur de México. La problemática incide en la comprensión de lo entendido como el “Norte”; arranca desde su larga secuencia cronológica que va desde la prehistoria hasta en el siglo xix, si se consideran a los grupos apaches y otros más que lidiaron batallas hasta casi finales de ese siglo, incluso el extenso territorio ocupado. Pero es, por mucho, el dilema más agudo para su definición, ¿qué representa el Norte de México en la arqueología nacional?, ¿es válido en la actualidad hablar de una marginalidad de las sociedades del pasado, a la luz de las investigaciones de los últimos 50 años?

Por el momento no podemos ofrecer respuestas contundentes, ya que es materia de un estudio más profundo, sólo plantearé un esbozo de algunas de las características de cómo se ha entendido el norte arqueológico de México y de algunas de las propuestas planteadas por diversos autores para tratar de solucionar dicha controversia.

El Antiguo Norte de México debe verse desde perspectivas diferentes, bajo categorías propias y complejas con organizaciones sociales, políticas y económicas distintas, las cuales aún no se han definido terminantemente, ya que es innegable seguir privando, en lo general, la ignorancia o el desconocimiento y la poca comprensión de su arqueología, condición generada por esa larga ausencia histórica de más de 70 años de investigación oficial mexicana en el espacio norteño mexicano [Mendiola 2008a: 23-26]. Aunque en particular Mendiola se refiere a la arqueología propiamente de Chihuahua, considero que se puede hacer extensivo a casi toda la arqueología del Norte de México.

La imagen de los nómadas del septentrión en la cartografía

Al Norte de México se le ha considerado, desde tiempos lejanos, un espacio vacío, de aislamiento, de guerra y rezago, sucio y miserable [Ruxton 1974].3 En la actualidad estas visiones etnocéntricas y discriminatorias prevalecen hasta en las poblaciones modernas, pero no es de extrañar que estos enfoques permanezcan debido a que, por lo menos, desde los primeros años de la Colonia, incluso Sahagún, quien retoma el nombre de Chichimecatlalli para designar aquella región donde moran los chichimecas, una tierra muy pobre, muy estéril, ya desde ese momento la definían como una zona de aislamiento y marginal.

Este concepto de un área de gente bárbara o de poca complejidad social aparece también reflejada en las primeras manifestaciones cartográficas del siglo xvi. Da la impresión de que en los documentos como mapas y planos era necesario afirmar el carácter “primitivo” y “salvaje” de las sociedades norteñas durante la época del contacto y la colonización. Debemos considerar que en este ámbito los mapas son un conjunto complejo de signos e imágenes cargadas de valor, pero, como menciona John Brian Harley, son una forma manipulada de conocimiento, pues los mapas se relacionan con el poder[Harley 2005: 79-83]. En este sentido la cartografía del norte mexicano aparece como ese entramado de relaciones de poder y control ideológico que legitimaban poblar los territorios a costa de los recursos y seres que los habitaban.

En el bien conocido Orbis Terrarum de Abraham Ortelius, de la edición de 1579 en la lámina que corresponde al territorio del centro y norte de México, Hispanae Novae Sivae Magnae, Recens Et Vera Descriptio, publicado por Honduis y Mercator en 1607 (figuras 1 y 2), puede leerse cómo es el ambiente de aquellas tierras: hacia el noreste de México, esa “región desierta y pueblo silvestre, que se deleita con carnes putrefactas y semicocidas al sol. A menudo se hacen la guerra unos a otros por la cosecha y la recolección de frutos” (deserta regio, et gens silvestris, animalium carnes putrefactas et sole semicoctas in delicijs habens. Bella inter se, ob messem et fructuum collectiones, sepius gerunt),4 la situación hacia el noroeste añade un elemento más a la descripción: “son antropófagos quienes habitan en estos montes” (antropophagi sunt qui his montibus habitant).

Fuente: David Ramsey Map Collection. <https://www.davidrumsey.com/luna/servlet/detail/RUMSEY~8~1~324437~90093644:Hispaniae-Novae-Nova-Descriptio-?sort=Pub_List_No_InitialSort%2CPub_Date%2CPub_List_No%2CSeries_No&qvq=q:Hispaniae%20Novae%20Nova%20Descriptio.;sort:Pub_List_No_InitialSort%2CPub>. Consultado el 7 de junio de 2020.

Figura 1. Abraham Ortelius (Hondius y Mercator 1607), Hisapanae Novae Sivae Magnae, Recens Et Vera Descriptio, Anueres 

Fuente: David Ramsey Map Collection. <https://www.davidrumsey.com/luna/servlet/detail/RUMSEY~8~1~324437~90093644:Hispaniae-Novae-Nova-Descriptio-?sort=Pub_List_No_InitialSort%2CPub_Date%2CPub_List_No%2CSeries_No&qvq=q:Hispaniae%20Novae%20Nova%20Descriptio.;sort:Pub_List_No_InitialSort%2CPub>. Consultado el 7 de junio de 2020.

Figura 2. Sección del mapa de Hondius y Mercator donde se aprecian las referencias a los grupos chichimecas y su contexto ambiental. 

La región al norte de Zacatecas hacia el actual Torreón en Coahuila se dice que es: “tierra desconocida y montañosa” (terra incognita et montibus aspérrima). Al referirse específicamente a ciertos grupos que los habitaban se dice de forma general son chichimecas: “chichimecas: pueblo nómada que vive a la intemperie” (gens passim vagans sub dio vitam degens); lo mismo sucede con los cacatequas: “zacatecos: pueblo bárbaro, satisfecho con arcos y flechas con los que se dedican a la cacería” (gens barbara, arcu et saggitis contenta, quibus venationi indulgent). Con el mismo carácter se refiere a los “guachuchules: pueblos que andan desnudos, habitan a la intemperie, dedicados sólo a la cacería” (guachuchules: gentes, nudea incedunt, sub dio habitant, venationibus tantum intenti), la misma situación ocurre con los “tecaxquines [o tecoxquines] que viven sólo de la caza y frutos” (tecaxquines [algunos sugieren leer ‘tecoxquines’]5 qui venatione tantum et fructibus vivunt).

En las anotaciones del mapa de Ortelius muestran el duro carácter del Norte de México hacia la segunda mitad del siglo xvi, el cual es un ecosistema que ha sufrido modificaciones climáticas importantes. Es una realidad complicada, vivida por las regiones áridas o semiáridas del norte, es un factor no del todo determinante en sus desarrollos culturales [Mendiola 2008b].

Las características ambientales del norte mexicano se refieren a un mayor o menor grado de aridez, pero este extenso territorio ha sufrido una serie de variaciones climáticas desde el Pleistoceno y se acrecentó después de la Conquista y colonización española. Esa denominada frontera norte de la Nueva España o “Norte de la Nueva España; Septentrión; Norte de México; Oasisamérica; Aridoamérica; Southwest; Greater Southwest y Gran Chichimeca” comprende una extensión mayor a 2 500 000 km2 como el área más extensa que la propia Europa Occidental [Meyer 1997].

Buena parte de los términos se encuentran inmersos, en mayor o menor grado, dentro de la región fisiográfica del desierto chihuahuense, el más grande en extensión de todo Norteamérica, considerado con mayor riqueza de especies en el mundo. Pero, al mismo tiempo, ha sido difícil precisar en sus límites, sobre todo hacia el norte y el sur, ya que en lo normal se delimita por las sierras Madre Occidental y Oriental.

De las divisiones del desierto chihuahuense, la de Brown [1982] es una de las más aceptadas, lo subdivide en tres regiones: la más norteña es el Trans-Pecos, que cubre aproximadamente 40 % de la superficie e incluye todas las secciones de los Estados Unidos; la región media, dominada por piedra caliza y playas, incluye el Mapimí, parte del oriente de Chihuahua, Coahuila y parte de Durango; la tercera región, la más sureña, es el Saladan, que cubre Zacatecas, San Luis Potosí y porciones de otros estados. El Norte de México también comprende el Altiplano mexicano y las llanuras costeras de Tamaulipas.

Este amplio territorio ha sido el escenario de los grupos denominados bárbaros o primitivos, quienes habitaban en zonas “pobres” ecológicas, debido a la antigua creencia de los que no practicaron la agricultura, se convierte de facto en sociedades menos complejas. La diversidad ambiental del norte mexicano es vastísima, aun en la actualidad su diversidad es innegable.

Se sabe que existieron cambios climáticos considerables en la transición entre el Pleistoceno y el Holoceno, cuando las condiciones de humedad eran mayores debido a la presencia de los grandes glaciares; estas condiciones hacían, en general, del norte mexicano una zona mucho más favorable para la vida humana. En buena parte del territorio existían grandes lagos, pantanos y los ríos eran mucho más caudalosos. Por mucho tiempo el postulado del cambio climático ha sido el escenario para definir la secuencia histórica del norte, pero este determinismo ambiental pierde validez al contrastarlo con la evidencia de una agricultura temprana, construcción de canales de riego y asentamientos permanentes hallados en excavaciones recientes en Sonora, Durango y otras regiones [Sánchez et al. 2014; Cruz et al 2016.

De este modo la pregunta obligada sería ¿por qué los habitantes nómadas del norte mexicano mantuvieron una economía de caza y recolección aun cuando habían convivido con agricultores sedentarios?, entonces, comprender que las formas de organización de una cultura cazadora-recolectora con respecto a los grupos sedentarios, en una zona de frontera donde traspasa la idea mesoamericana frente a una aridoamericana, norteña o septentrional, fue una decisión libre y consciente del ser nómada.

Chichimecas, nómadas y salvajes

Algunos autores como Michael Meyer [1997] y Cecilia Sheridan [2000], basados en Karl Wittfogel, apoyan la idea de que una continuidad en el nomadismo por los grupos del norte de México, la cual fue un acto voluntario, no obligado o influenciado por las sociedades agrícolas sedentarias mesoamericanas; pareciera un hecho del cual los grupos nómadas pudieran haber “brincado” o mudado a una economía productora de una recolectora. Es Karl Wittfogel quien lo expone en forma clara al señalar:

Que numerosos grupos de personas tomaron esta decisión. Sin embargo, también revela que muchos otros no han logrado hacerlo. Durante milenios, recolectores tribales, cazadores, pescadores y los pastores habitaban regiones potencialmente hidráulicas, a menudo en proximidad a los agricultores de riego, pero pocos abandonaron sus ocupaciones tradicionales hacia un estilo de vida hidroagrícola [Wittfogel 1957: 16].

De esta forma se podría entender el por qué los grupos nómadas se negaron a cambiar a un patrón de vida agrícola impuesto por los españoles, pues entran en juego los valores culturales en cada grupo; la permanencia del nomadismo y la observación constante de ser grupos dedicados a la caza y recolección fue la incomodidad de los conquistadores y colonizadores españoles, se les dificultó que comprendieran dicha actividad sin límites aparentes de espacio o territorio.

Esto no implica que los grupos nómadas no hubieran conocido o experimentado con actividades agrícolas, en otro momento se había expuesto el empleo de sistemas de control de agua en grupos de cazadores–recolectores, es una idea adquirida con mayor fuerza. Los indígenas pauite —grupos recolectores— del Valle de Owens en California [Steward 1938; Lawton et al. 1976], por ejemplo, inundaban con regularidad e intencionalmente las praderas con redes de zanjas y canales, con la extracción del agua de manantiales, encontrados arriba de las praderas y el aseguramiento del crecimiento de las semillas en las épocas de sequía. Asimismo, en las tierras del sureste, norte y en la región semiárida de Australia [Lourandos 1980], los aborígenes construían canales y sistemas de drenaje, con la finalidad de ampliar la capacidad de tierras aprovechables en el cultivo de cereales, tubérculos y frutas [Santoyo 2012].

La permanencia de una sociedad nómada se traduce en toda una estructura no sólo restringida a una matriz ambiental, sino a toda una forma de organización social y cultural. Los cambios hechos durante algunos estadios, hacia una sedentarización primaria y el supuesto regreso o retraso de nuevo al nomadismo, se pueden entender en el alcance de nuevos objetivos y una vez más es Wittfogel, quien plantea que: “Se requiere un esfuerzo especial para alcanzar el nuevo objetivo, y este esfuerzo puede involucrar no sólo un mayor trabajo y un pasar de operaciones agradables a desagradables, pero también sociales y ajustes culturales, incluida una pérdida más o menos grave de independencia política y personal”; éstos son valores que cada grupo vincula con la libertad e involucra comprender en qué medida cualquier grupo, estaría dispuesto a realizar ese esfuerzo “especial” [Wittfogel 1957: 17].

En este sentido, la libertad del hombre, como lo identifica Ricoeur [Adaya 2007], es un asunto voluntario o involuntario en los términos de cómo se presenta el ejercicio del albedrío a partir de un proyecto capaz de poner en obra una decisión, cuando consiente los límites impuestos por la propia realidad al decidir acerca de sus deseos. Muy claro se ve reflejado en la permanencia del nomadismo de los grupos del Norte de México en factores hasta ahora poco comprendidos, como la dieta y la salud.

En estudios recientes, con grupos nómadas del centro de África, Asia, Borneo e Indonesia se ha identificado, debido a la acelerada pérdida de los ecosistemas por realizar sus actividades de caza y recolección, así como las presiones gubernamentales, la necesidad de volverse sedentarios, como consecuencia, los grupos de pocos miembros aumentaron en población y crearon un ámbito donde facilita la proliferación y sostenimiento de una alta carga patógena, es decir, aumenta el riesgo de transmisión de infecciones virales y parasitarias entre las poblaciones [Dounias et al 2004]. De manera contraria, el nomadismo y la organización en pequeñas comunidades eran respuestas eficientes adaptadas a la alta diversidad de enfermedades parasitarias e infecciosas.

Desde hace tiempo persiste el debate entre académicos que defienden las mejoras de la vida sedentaria contra la del nomadismo, también es sabido que los grupos nómadas invierten menos tiempo en cubrir sus necesidades de subsistencia, frente al tiempo gastado por los habitantes en asentamientos. Marshall Sahlins apuntó que, tomado como su objetivo, el nivel de vida de los cazadores recolectores, por lo regular, satisface todas sus necesidades, en apariencia podría parecernos como pobreza. Los dos movimientos de la evolución de la economía, el enriquecimiento, por consiguiente, el empobrecimiento, aunque parecen contradictorios, son simultáneos [Sahlins 1983], donde hay una apropiación de la naturaleza a cambio de la expropiación con relación a las sociedades humanas.

Es entonces posible pensar que el culmen de la civilización, el sedentarismo y la vida en zonas altamente urbanizadas, repletas de servicios, no es el sinónimo del bienestar prometedor. Las sociedades cazadoras parecen comprender el valor de la salud, el tiempo y la libertad, son factores fundamentales de la naturaleza humana. ¿Es probable que estas categorías resultaran incómodas para los conquistadores del siglo xvi, que venían rebosados en una idea de control, aniquilador de su libertad?

Las múltiples justificaciones para ahogar a las sociedades nómadas del norte se ven reflejadas desde las tempranas incursiones de Nuño Beltrán de Guzmán, ya en ese momento el territorio y la vida de los grupos nómadas se ve violentada. Muchos otros vendrán para tatar de pacificar, dominar y ocupar el territorio del Norte de México. Una realidad inherente a las políticas de conquista y colonización del norte mexicano ha sido la de exaltar los triunfos de avance español, predominante, con mayor o menor consentimiento, en el discurso histórico oficial.

Sin afán de considerar un glorioso pasado indígena o un civilizador y prometedor presente mestizo de raíces ibéricas, pareciera que la única forma de anclar al proyecto nacional del norte mexicano se basa sólo en los procesos del tan afamado Camino Real de Tierra Adentro. No negamos su importancia para la articulación de una buena parte de los elementos de identidad del territorio norteño, pero, al mismo tiempo creó el germen de una visión inconsciente del papel asignado a los grupos nómadas del norte, expresiones aún presentes en el discurso histórico o divulgativo como: “los chichimecas que constantemente atacaban a las diligencias “ o “los indios robaban el ganado de los españoles”. Consideramos que han logrado, de forma exitosa, contemplar a los grupos originarios en el inconsciente colectivo tal y como fue pensado desde el proceso de Conquista: arrebatarles su territorio y borrar su identidad.

El largo periodo para someter a los nómadas del norte mexicano coincidió con la búsqueda de regiones geográficas “imaginarias o fantásticas”, como las siete ciudades de Cíbola, donde se vieron implicadas muchas expediciones a los territorios de la Nueva México y Sonora, para tratar de corroborar los relatos de Alvar Núñez Cabeza de Vaca, que describían ciudades de oro y metales preciosos, de las que pronto se darían cuenta que no existían. La poca riqueza mineral encontrada en esas tierras contrasta con la gran información que detallaron los cronistas y viajeros de sociedades, según la cual ahí los pobladores practicaban la agricultura y eran, en forma muy particular, sedentarios, lo que sentó las pautas para el establecimiento de nuevas poblaciones de españoles.6

Las incursiones al norte mexicano se acrecentaron para encontrar el tan anhelado estrecho de Anián, un paso que, según los relatos de algunos navegantes, uniría el Mar del Sur u Océano Pacífico con el Atlántico y lograrían continuar la travesía por el norte al unir los dos océanos. La búsqueda de ese estrecho se convirtió en una empresa casi obsesiva en la navegación española; desde las tempranas representaciones cartográficas del siglo xvi Anián aparece en casi todos los mapamundis de la época. Éste es el caso del planisferio de 1587 de Urbano Monte,7 donde, además de localizarse el estrecho de Anián, también aparecen las referencias de la tierra de indios, quienes comen carne humana, identificados en este caso, probablemente, como los chichimecas de San Miguel (figura 3). Las leyendas y lugares míticos que acompañaron al “desconocido” norte o septentrión también aparecen y no se desvanecerían en mucho tiempo [Monte 1587]. Las tan anheladas ciudades de oro y plata de Cíbola y Quivira, donde traerían la riqueza a la Corona española, son representadas en el planisferio de Monte.

Al ser un mapa tan completo para su época, reproduce buena parte de la tierra conocida; puede observarse del centro al norte de México como un territorio con pocas localidades y predominan las áreas poco pobladas, aunque se toma suficiente espacio del norte mexicano para redactar que está ocupado por: “todos los indios [que] antes de ser subyugados comen carne humana y de cada destino de los animales que encuentran” (figura 3).

Para los fines de este estudio llama la atención la representación de Nuño de Guzmán, quien aparece montando a caballo sobre un camino (figura 4) y parte del este de México con dirección al occidente; esta representación puede ser la referencia a su incursión de 1529 y más adelante se convertiría en la provincia de la Nueva Galicia [García Icazbalceta 1999]. La representación de un gran río puede deberse al de Pánuco en Veracruz, provincia donde fue gobernador. Es de extrañar la ausencia de la Laguna de Chapala, a pesar que en los planos de Ortelius sí se identifica; ésa fue la primera de muchas expediciones que otros seguirían al territorio nómada y donde iniciaría el proceso de conquista y colonización a “sangre y fuego”. Es necesario recordar cuando Beltrán Nuño de Guzmán comisionó a Gonzalo López en 1530 para cruzar la Sierra Madre Occidental desde Culiacán. Si bien no es posible determinar con certeza hasta dónde llegó su empresa, sus comentarios son muy interesantes. López describió dichas llanuras como desiertos despoblados, donde no había sino indios “salvajes” sin caminos ni poblados; la expedición fue tan cruenta que refirió, de no haber sido por un poco de maíz que había dejado enterrado, todos hubieran muerto [García Icazbalceta 2004].

Fuente: David Rumsey Map Collection <https://www.davidrumsey.com/luna/servlet/detail/RUMSEY~8~1~303567~90074180:Tavola-X-Che-Ha-Sua-Superiore-La-Ta?qvq=q%3Apub_list_no%3D%2210130.000%22%3Bsort%3Apub_list_no%2Cseries_no%3Blc%3ARUMSEY%7E8%7E1&sort=pub_list_no%2Cseries_no&mi=11&trs=94>. Consultado el 12 de junio de 2022.

Figura 3. Fragmento del mapamundi de Urbano Monte de 1587, correspondiente a la Tavola X Che Ha Sua Superiore La Tavola Terza. Libro Terzo, al Norte de México, California y gran parte de Norteamérica. Se resaltan en los círculos Quivira y Cíbola, las míticas ciudades de oro, también la anotación referente al consumo de carne humana por los indios no subyugados y la referencia al estrecho o provincia de Anian o paso del norte entre el océano Pacífico y el Atlántico, que se representa en casi todos los mapas del siglo xvi y xvii

Fuente: David Rumsey Map Collection. Consultado el 12 de junio de 2022.

Figura 4. Detalle de la Tavola anterior, donde se representa a Nonio de Guzmán (Nuño de Guzmán) iniciando su expedición de Pánuco al occidente mexicano. 

La representación de un personaje tan polémico en la Conquista del antiguo norte mexicano reafirma la idea de posesión del territorio; de alguna forma se justifica esa ocupación al resaltar un espacio geográfico casi “vacío” donde eventualmente habitan seres, quienes además de no conocer los patrones de la vida sedentaria, son tratados como salvajes y bárbaros; es el propio Guzmán y sus huestes quienes conforman un jugoso negocio de herraje de indios, como si de caballos o ganado se tratara [García Icazbalceta 2004: 258].

Además del lucrativo negocio de la venta de esclavos indios, Guzmán inició una serie de exploraciones hacia el septentrión, movido por la ambición de localizar las míticas Cíbola y Quivira. Se sabe que, en 1530, cuando Nuño radicaba en la provincia de Pánuco fue capturado un indio que aseguraba venir de Tegos, probablemente Texas, le habló de un lugar llamado Cíbola, donde habitaba el búfalo americano. En ese lugar, el indio narró:

Había siete grandes ciudades, cada una de ellas de más murallas, casas y población que la misma Tenochtitlán. Sus calles estaban pavimentadas con arabescos de plata y oro, que representaban fabulosos vegetales, o jetas de fieras; los palacios de los magnates eran como urnas de cristal, colocadas en las cumbres de floridas colinas, y sus valles tenían a uno y otro lado inúmeros bazares, dedicados todos ellos a la orfebrería y joyería era que los de Cíbola vivían de los vapores de su mucho oro y plata, calentados en monstruosos crisoles [Majó 1946: 934].

Se puede comprender la intención de representar a Nuño de Guzmán en el mapamundi de Urbano Monte como la finalidad de justificar las incursiones de los conquistadores españoles a un territorio donde, ya desde ese momento, se perfilaba como potencial abastecedor de las riquezas tan anheladas en el imaginario español. La realidad, como sabemos, sólo se concentró en los primeros reales de minas localizados en Zacatecas, Sombrerete/Llerena, San Martín, Indeé, entre muchos otros, como muy acertado ha señalado Thomas Hillerkuss. Sólo en muy pocas representaciones cartográficas de inicios del siglo xvi aparecen sus ubicaciones, ocultándolas después por varias décadas en los mapas subsiguientes [Hillerkuss 2013]. Las necesidades de la Corona española se concentraron entonces en difuminar o hacer poco visible una vasta región donde los nómadas y seminómadas se convirtieron en moneda de cambio, donde las rebeliones fueron las más duras manifestaciones de su defensa contra la esclavitud y el despojo.

Muchos fueron los aspectos que los colonizadores tomaron para justificar la ocupación del Norte de México, es de notarse la referencia a la antropofagia, tan condenada por los misioneros de finales del siglo xvi y todo el xvii. La evidencia arqueológica en este punto ha confirmado que estas prácticas se realizaban con fines rituales, asociados a la siembra del maíz y la cacería del venado. De acuerdo con Punzo, en el caso de los grupos xiximes de Durango, era un ritual que sólo sucedía entre ellos mismos, únicamente se comían entre los propios xiximes, no lo practicaban con personas de otros grupos [Punzo 2010]. Las reiteradas menciones a estas prácticas podrían ser como lo plantea Susan Deeds, un acto de exageración de los propios grupos norteños para aterrorizar a los jesuitas y a los españoles en general [Deeds 2003], el cual cobra gran significado al pensar que las poblaciones nómadas mantenían un nivel de salud óptimo frente sus contrapartes sedentarias, como ya se ha mencionado.

Visto desde esta perspectiva, el norte también implica una construcción mítica de los conquistadores españoles, quienes veían ciudades de oro e inmensas riquezas, ideas derivadas de una construcción mental, partida del mundo occidental europeo de la Edad Moderna. Era una especie de “espacio de nadie”, habitado por grupos indígenas con un desarrollo cultural heterogéneo, pero llenos de supuestos tesoros, los cuales demostraron ser inexistentes desde las primeras incursiones, basta recordar la expedición de 1540 de Francisco Vázquez de Coronado hacia Nuevo México, quien buscaba el ansiado Cíbola, movido por las narraciones de Alvar Núñez Cabeza de Vaca; la realidad se convirtió en empresas donde las barreras humanas fueron mucho más difícil de atravesar que los aspectos físicos. Los grupos nómadas y seminómadas del norte defendieron su territorio como pocos y supieron, en algunas ocasiones, organizarse y contrarrestar las avanzadas de los conquistadores.

Es necesario hacer una reflexión en cuanto a la noción de “tierra de nadie” o “vacío” o “nada”, con la que todavía se define al Norte Antiguo de México y como concepto “establecido” se traduce en algo uniforme, sin diversidad y todavía inserto en el lenguaje de los arqueólogos recientemente formados, quienes replican los adjetivos de sus maestros. Aún en trabajos recepcionales de licenciatura en arqueología, tan cercanos como el año 2012, se pueden leer las oraciones para calificar al Norte Antiguo de México como “una tierra de nadie”, independiente de la zona geográfica de ese territorio, sea noreste, noroeste, etc. Se asume todavía que el Antiguo Norte de México mantiene las características de los cronistas de los siglos xvi y xvii. Así, se puede hablar de dos formas de entender el Norte de México, una que mantiene un aspecto mítico, de grandeza épica, casi glorioso y cargado de fantasía con lugares como Chicomoztoc y Aztlán, lugares lejanos atemporales de un origen común [León-Portilla 2000]. La segunda no se posiciona en el pasado remoto, sino a los vecinos sureños, donde los norteños son vistos como gente salvaje, sin ciudades ni ley, como chichimecas [Braniff 2001].

Tal parece que es esta última visión que marca muy fuerte desde el mundo virreinal, donde, si bien se vio el norte como lugar de ciudades fantásticas, es la idea de un lugar de bárbaros, reflejada en los escritos de la época entre los siglos xvi-xviii, incluso a principios del xix (figura 5). En este sentido destacan los mapas elaborados por Jean Blaeu y Paolo Santini para ejemplificar la distancia temporal referida.

Fuente: Library of Congress Bernardino de Sahagún, Códice Florentino, libro x: 123v. <https://www.wdl.org/es/item/10621/view/1/244/>. Consultado el 12 de noviembre de 2020.

Figura 5. Los chichimecas. 

En el Atlas Maior de Blaeu de 1665 resalta la utilización del mapa de Ortelius Hispaniae Novae Nova Descriptio, elaborado algo más de 50 años antes, con mínimas modificaciones pero que mantiene las mismas referencias a los grupos nómadas del norte, a pesar de que ya para esas fechas se encontraban altamente mermadas, pero con núcleos que aún se resistían a la dominación al mostrar eventuales rebeliones (figura 6).

Fuente: Archivo Histórico de Durango, s/c, 1846.

Figura 6. Corre indio maldito... dibujo de una escena en la que un soldado español persigue a un indígena nómada, resalta la vestimenta del último con medias calzas, el faldón o capote de fibras duras y tlacoyal (estructura textil en forma de trenzas) en la cabeza. 

Blaeu, al igual que sus antecesores, se limita a decir que el interior es todavía desconocido y sólo se conocen las costas [Blaeu 1665]. Por su parte, Paolo Santini en la Carte du Mexique et de la Nouvelle Espagne Contenant Le Partie Australe de L’Amerique Septentle de 1779 muestra información acerca de lo que denomina chichimecos entre Zacatecas y Fresnillo, igualmente hace referencia a un grupo denominado Guaxutxites (¿Guachchiles?), al este de Parras y al sur de Nuevo León, también se hace mención del territorio “desconocido a detalle”, es decir, la región que comprende los actuales estados de Coahuila y Nuevo León (figura 7).

Las referencias del mapa de Santini provienen del elaborado de la América Septentrional Jean Baptiste Bourguignon D’Anville de 1763, bajo la corriente francesa de cartografía, la cual intentaba justificar sus posesiones en la Luisiana, tal vez, por ese motivo, el detalle es mayor en las costas a pesar de la imprecisión de la representación topográfica.

Con estos casos expuestos se quiere hacer énfasis en la permanencia de un núcleo amplio de rebelión y resistencia por parte de los habitantes nómadas y seminómadas del Norte de México, también extendidos hacia el suroeste de los Estados Unidos, además fueron perseguidos no sólo físicamente sino, de igual manera, en el discurso gráfico y escrito, el cual sigue manteniendo una permanecía tan arraigada que en la mayor parte de la historiografía del norte mexicano y de las investigaciones arqueológicas de la misma región es casi automático el empleo de los referentes a la posición de asentamientos españoles como: “constituía una excelente defensa natural contra las incursiones de los indios bárbaros que atacaban” [Güereca 2018: 73], por supuesto, siempre desde la mirada del colonizador como el agente agredido, quien deja así, de una forma inconsciente, a los pueblos originarios como los antagonistas y no al contrario (figura 8).

Como hemos visto, la concepción del nómada en los primeros siglos de contacto europeo, representados en mapas, crónicas y relaciones, muestra muy claro una visión destinada a la asignación de un territorio ocupado por gente “bárbara”, la cual justificó su venta, esclavitud y la guerra contra ellos, en un principio por convenir así a los intereses de la Corona española, pero también se encontraba en una idea reiterada, proveniente de la Edad Media cuando la ecúmene cristiana se restringía al ámbito mediterráneo, que, por supuesto, estaban excluidos los islámicos, vándalos y los bárbaros. Se preparaba ya desde un comienzo la exclusión de las tierras americanas; este nuevo continente no tenía entrada en la concepción tripartita del mundo, donde sólo los descendientes de Noé eran los reconocidos [Sheridan 2015].

El espacio cubierto por los movimientos periódicos de estos grupos (nómadas) representaba la dirección que ampliaba los límites del significado de hogar, concebido desde la vida sedentaria. El hogar ya no era un lugar identificado con un punto fijo del espacio, sino que el territorio se transformaba en un sistema, donde sus partes deben ser analizadas como un todo, de una manera global e integrada. Su funcionamiento sólo se puede comprender de esta manera y no sólo como la simple suma de sus partes, creada desde el movimiento y la transformación de las relaciones y acciones humanas de ocupaciones sucesivas, pero vistas como una unidad de posesión. El conflicto entre este tipo de construcción espacial y el importado por las campañas de conquista de los servidores de la Corona española impone una incursión brusca dentro del sistema territorial, el cual no fue comprendido.

Fuente: Mapoteca Manuel Orozco y Berra, 127-oyb-7211-a. Autor: Miguel Custodio Durán.

Figura 8. Descripción y mapa de la nueva provincia poblada de bárbaros, situada en la Costa del Seno Mexicano, desde el Puerto de Tampico hasta la provincia de Texas, 1744. 

Conclusiones

En las manifestaciones cartográficas de los primeros siglos de colonización del Norte de México se imprimieron una serie de elementos que fueron configurando las formas de apropiación y control del territorio. Las representaciones de espacios vacíos o carentes de los componentes civilizados, donde los europeos no vislumbraban, fueron el escenario ideal para construir una territorialidad a modo, es decir, encontraron las justificaciones de oposición entre un territorio nativo y uno “nuevo”, creado a partir del derecho de conquista y colonización. Estas características de orden histórico se convirtieron, por mucho tiempo, en un principio de investigación en la arqueología mexicana, donde el paradigma etnocéntrico mesoamericano marcó las pautas con la monumentalidad y la civilización, asuntos no del todo presentes en el Norte de México.

Por medio de la cartografía presentada en este trabajo hemos podido notar una construcción no sólo del territorio, sino de los procesos sociales de otro, resultante tan ajeno que puede ser excluido o destinado a la extinción.

Existe poca capacidad analítica de la terminología y los conceptos en la arqueología mexicana, ya que se ha optado por un “colonialismo intelectual autoasumido”; es decir, las categorías de fundamentación arqueológica para definir las secuencias temporales y los procesos explicativos más antiguos, como la descripción de materiales, la cronología, las secuencias tipológicas, provienen, sobre todo del mundo occidental. De igual forma, para el periodo histórico o de contacto con los europeos, emanan de un alto grado de pensamiento novohispano, insistente en hacernos pensar, de manera desvelada, cuyo el origen de la nación sólo proviene de una especie de brillante creación de una sociedad, que muy pocas veces integra a las poblaciones originales con un continuo de miles de años de ocupación y conocimiento del territorio.

Estas nociones nos hacen pensar en dos aspectos por esbozar, en general los grupos nómadas del norte mexicano han sido tratados como una categoría cultural de un solo momento o es, en el peor de los casos, ¿atemporal?, por consiguiente, el avance sedentario de Mesoamérica, antes de la contracción de la frontera por los cambios climático, fue capaz de aglutinar y absorber a los grupos nómadas del norte, ¿a pesar de la resistencia que mostraron en modificar su forma de vida durante la Conquista española? Ésta última pregunta surge de la aparente presencia de elementos mesoamericanos que lograron amasar y transformar una forma de vida milenaria a una economía de producción o ¿es tan sólo una construcción del registro arqueológico dominado por la centralización del concepto Mesoamérica?, donde el protagonismo del fenómeno Chalchihuites, los desarrollos del valle de Malpaso, el paradigma Casa Grandes y los asociados a la monumentalidad oficial parecieran ser los únicos que devienen en el proceso histórico de la región.

Al considerar los hallazgos de la ocupación temprana de América que provienen del Norte de México, donde aún permanece con una estructura casi inamovible el paradigma Clovis y retarlo resulta en un linchamiento académico sin precedentes, nos hace pensar en rastrear los indicadores del fenómeno nómada y seminómada desde la arqueología, donde incluso se extiende una nube académica descalificadora de la investigación arqueológica del periodo de contacto con los grupos nómadas y seminómadas, como si se tratara de algo poco relevante; también olvida el extenso continuo de ese modo de vida.

Esperamos que estas líneas sirvan como base para un trabajo mucho más crítico del quehacer arqueológico, que sirva no sólo para clasificar y registrar materiales, sino sentar las bases de una disciplina mucho más congruente con las particularidades temporales, igualmente necesarias en los largos procesos de la historia de México, en particular de esa región mal entendida y comprendida del norte.

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Notas

1Quiero agradecer ampliamente al doctor Alexis Hellmer de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla y de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla, la traducción del latín al español y la corrección paleográfica del mapamundi de Ortelius, reeditado por Hondius y Mercator (1607). El conocimiento del latín del profesor Hellmer es, por mucho, la de un sabio.

2En el presente trabajo utilizo el término Norte de México o Norte Antiguo de México en el sentido en que Mendiola Galván lo aplica, es decir, de igualdad terminológica con el de Mesoamérica, que hace alusión a Clavijero y Orozco y Berra, véase Mendiola [2008a: 15-20].

3El viajero británico George F. Ruxton, en su diario de viaje conocido como Aventuras en México, escrito en 1846, en más de una ocasión se refiere a los trayectos entre poblaciones y a las mismas ciudades del norte como “sucias y miserables” [1974: 30-31, 105-106].

4Traducción cortesía del doctor Alexis Hellmer.

5Comunicación personal del doctor Alexis Hellmer, catedrático de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, junio de 2020.

6Estas expediciones se encontraron con los grupos conocidos con el nombre de “pueblo”, término que denotaba la organización general descrita por los españoles de los muchos nativos del Río Grande, quienes vivían en zonas permanentes y formaban pueblos. Entre éstos se encontraban los hopis, zuñi, keres, entre otros. Una de las incursiones más famosas hacia ese territorio fue la que se le encomendó a Fray Marcos de Niza y Don Francisco Vázquez de Coronado, por orden, del Virrey en 1540, véase De Villagrá [2001].

7En fechas recientes se dio a conocer la reconstrucción digital de un planisferio de 1587 elaborado por Urbano Monte y del cual no se tenía conocimiento hasta que fue adquirido por el centro cartográfico de David Rumsey. Es tal vez el planisferio más grande de su época; el estudio y análisis de este planisferio está en sus inicios, lo he utilizado para este trabajo debido a los elementos representados que identifican la visión del antiguo norte mexicano y que se mantuvieron por más de dos siglos. He optado por utilizar la sección correspondiente al Norte de México debido a los rasgos y anotaciones que contiene, sobre todo de las referencias a los grupos nómadas y las características con que eran definidos desde entonces.

Recibido: 07 de Junio de 2022; Aprobado: 08 de Septiembre de 2022

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