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Cuicuilco. Revista de ciencias antropológicas

versión On-line ISSN 2448-8488versión impresa ISSN 2448-9018

Cuicuilco. Rev. cienc. antropol. vol.29 no.84 Ciudad de México may./ago. 2022  Epub 10-Feb-2023

 

Reseñas

Del autoritarismo conservador a la democracia cristiana: la peculiar trayectoria del sinarquismo en México

Franco Savarino Roggero1 

1Instituto Nacional de Antropología e Historia. INAH

Martínez Villegas, Austreberto. La evolución del proyecto de nación sinarquista. Del autoritarismo conservador a la democracia cristiana (1949-1971). 2020. UAM-Azcapotzalco, México:


El libro de Austreberto Martínez aborda un tema central en la historia mexicana, sin embargo, poco estudiado: el intento de crear una “nación católica” en continuidad con la etapa virreinal, que tuvo su momento más significativo con la formación del movimiento Sinarquista en la primera mitad del siglo XX.

El título nos indica que el autor enfoca el estudio en una etapa avanzada o madura del sinarquismo, la que inicia en 1949, pero al analizar el texto el lector se percata que el límite temporal elegido es rebasado, ya que hay partes del libro donde se trata el periodo anterior a 1949 y otras que se extienden más allá de 1971. El libro, así, supera las coordenadas temporales anunciadas, lo cual es lógico y esperable, puesto que un estudio sobre este tema no podría prescindir de los antecedentes y las secuelas, como marco para comprender integralmente la experiencia histórica sinarquista.

Este libro es el resultado de una larga trayectoria académica comenzada en la maestría con una tesis que, en la senda de Jean Meyer, desmentía que el sinarquismo hubiera sido “fascista”, donde presentaba por primera vez la interpretación del movimiento sinarquista como inspirado por la doctrina social católica. Austreberto Martínez continuó en los años interesándose e investigando sobre el tema, publicando artículos y capítulos de libros, convirtiéndose en uno de los especialistas, así que el presente libro hoy representa el fruto maduro de este recorrido de estudios.

La originalidad del libro es que se enfoca en una “etapa avanzada” del sinarquismo, que comienza con la pérdida del registro como Partido Fuerza Popular en 1949 y continúa hasta los años setenta. Esta etapa ha sido poco o nada estudiada hasta hoy, de hecho, ignorada, probablemente porque en movimiento sinarquista sufrió una evolución poco comprendida en sentido más democrático, ya fuera de la influencia de regímenes autoritarios y totalitarios, como había sucedido en los años iniciales antes y durante la Segunda Guerra Mundial. Esto implicaba retirarle la etiqueta de “fascista” y “falangista”, aplicada en el calor de las luchas política en los años treinta e inicio de la década de los cuarenta. Es decir, desechar una interpretación militante que tuvo su razón de ser en el momento que cundían los temores de que el movimiento sinarquista diera origen en México a una dictadura al estilo franquista o salazarista, convirtiéndose en cliente del Eje.

Así, hasta hoy, la visión del sinarquismo en el ambiente académico estaba fuertemente influenciada por lo que se sabía del movimiento en su etapa formativa (1932-1937) e inicial (1937-1948). Estos periodos estaban caracterizados por las referencias e influencias ya mencionadas, de experiencias políticas autoritarias, totalitarias y por la consistencia masiva del movimiento, que en su apogeo llegó a contar entre medio y un millón de miembros, para convertirse en uno de los fenómenos políticos de masas más importantes en América Latina.

El autor se pregunta cómo ocurrió que este movimiento católico radical de masas —con una fuerte base campesina— se convirtió en un “partido político minoritario y marginal”, incluso rebasado en ámbito católico por el recién fundado Partido Acción Nacional (1939), llegando a ser una formación política relativamente marginal como Partido Demócrata Mexicano. E indirectamente cómo fue posible que el mundo académico no se interesara por esta evolución, aun contando con investigadores de mucha calidad y prestigio.

El extenso recorrido historiográfico al comienzo del libro ilustra con detalle esta extraña situación: en las conocidas obras de Hugh Campbell, Jean Meyer, Pablo Serrano y Héctor García de León se analiza el sinarquismo desde su comienzo hasta finales de los años cuarenta, sin tener en cuenta el periodo sucesivo. Es cierto que se cuenta con una amplia bibliografía de parte sinarquista y antisinarquista, pero es una producción militante y no académica, aunque proporciona datos y elementos útiles para la investigación profesional. Las publicaciones prosinarquistas son obras de carácter generalmente apologético, que buscan justificar y reivindicar la experiencia del movimiento en la historia política mexicana, insertándola en el marco de la defensa de la tradición católica contra sus enemigos liberales, masones y socialistas.

Dentro de esta producción no académica, favorable al sinarquismo, dividida entre las dos corrientes cívica y política, destaca Juan Ignacio Padilla, director del periódico El Sinarquista, representante de la corriente política del movimiento; por su lado, Joseph Ledit, sería el representante más significativo de la corriente cívica, José Trinidad Cervantes, autor de varios artículos periodísticos sobre la trayectoria histórica del sinarquismo y de varias biografías de líderes y militantes; las conocidas memorias de Salvador Abascal, líder del movimiento en 1940-1941 y algunas obras más que aportan información e interpretaciones desde la posición política de los autores. Por otro lado, están las publicaciones hostiles al movimiento, como la de Mario Gil, que durante años han sido hegemónicas, las cuales han repetido los mismos tópicos: el sinarquismo como expresión de la reacción, de intereses clericales, del atraso cultural y que fuera una “quinta columna” del fascismo y del falangismo en los años treinta y cuarenta. Con pocas excepciones como el libro de John W. Sherman, es una literatura de escaso valor científico, llena de inexactitudes, sensacionalista y superficial, especialmente la de corte periodístico, pero, igual que la producción prosinarquista, es interesante por los datos que aporta y por ser la manifestación de posturas dignas de estudiarse como fenómeno en sí. El antisinarquismo, así como el antifascismo, es un auténtico fenómeno histórico que necesita ser indagado, analizado, como cualquier otra manifestación de la historia política.

En fin, los ya mencionados historiadores profesionales que aportaron obras académicas importantes sobre el tema, permitieron efectuar ciertos avances que representan los antecedentes y la precondición del libro de Austreberto Martínez. Hugh Cambell, por ejemplo, estableció la necesaria distinción entre derechas seculares y derechas religiosas, con la cual avanzó en analizar los caracteres específicos del sinarquismo sin diluirlo en una “derecha” genérica. Bajo esta precisión quedan correctamente separados movimientos tan diferentes como los Camisas Doradas, la Confederación de la Clase Media o el Partido Social Demócrata, unidos por su anticardenismo y anticomunismo. Otro aporte importante vino de Jean Meyer quien estableció claramente que este movimiento no debe ser clasificado como un “fascismo”, que el catolicismo fue un elemento axial para la ideología y praxis política sinarquista, y que el movimiento sufrió un importante cambio en sentido democrático después de 1949. Entre las demás obras aportadoras está el estudio de Zermeño y Aguilar, que distingue corrientes y grupos internos, con lo cual este fenómeno pierde su apariencia de homogeneidad estática, al reclamar su complejidad y capacidad de transformarse.

Otro punto importante de esta obra es cuando ofrece una explicación a la transformación ideológica en sentido democrático, apunta al entorno cambiante donde el Estado posrevolucionario atenúa su compromiso anticlerical, expresa un franco anticomunismo en el ámbito de la Guerra Fría y promueve algunas reformas sociales en sintonía con los postulados sinarquistas. La evolución del sinarquismo se profundiza en obras posteriores como la de Pablo Serrano, quien se adentra en el estudio regional y en la historia social, y otras que destacan las transformaciones de la sociedad mexicana a las cuales tenía necesariamente que corresponder, como la urbanización y la propia democratización en el ámbito de la opción democrática de la Iglesia católica desde el pontificado de Pío XII. Las investigaciones más recientes representan avances en todos los sentidos, abren incluso nuevas perspectivas de análisis y dejan atrás mitos y prejuicios en torno al fenómeno sinarquista. Quedan abiertas muchas pistas posible a seguir y el presente libro recorre efectivamente una de las rutas más promisorias.

Cabe señalar que, entre las perspectivas que deberían tomarse en cuenta para proseguir provechosamente están la “dimensión transnacional” y significado del sinarquismo como promesa y solución positiva de problemáticas específicas para los militantes y simpatizantes, ¿qué esperaban conseguir los sinarquistas?, ¿qué “recetario” proponían para solucionar problemas e impulsar el camino de la nación mexicana hacia un futuro mejor?, dejando atrás, naturalmente, las viejas visiones negativas alrededor de un movimiento retrógrado, patológico y traicionero de los auténticos intereses nacionales.

Estos planteamientos y el amplio recorrido historiográfico se colocan al comienzo de la obra, en la introducción y el primer capítulo. En su conjunto, el libro consta de siete capítulos, tiene un formato muy manejable y una prosa sencilla que vuelve la lectura fácil y placentera. Cabe destacar además, si se considera el tema polémico, el tono y abordaje equilibrado y científico, exento de sesgos en pro o en contra del sinarquismo, que lamentablemente aún sucede, tanto desde la derecha como desde posiciones de izquierda. El autor evita perderse en las etéreas y bizantinas discusiones sobre la díada derecha-izquierda, así que, asumiendo que este movimiento es “de derecha”, rechaza diluirlo en el ámbito de una supuesta y falsa unidad de “las derechas”. De hecho, se enfoca en la precisión y discusión de conceptos que aportan y ayudan a esclarecer el tema: autoritarismo y nacionalismo conservador, democracia cristiana, fascismo, con sus matices, contextualización y evolución en el tiempo.

Una de las partes más interesantes del libro, en el segundo capítulo, es precisamente donde se suma al debate sobre el fascismo, vexata quaestio de los escritos sobre sinarquismo, todavía actual, teniendo en cuenta la persistente difusión de la atribución de rasgos “fascistas” al movimiento y a personajes y agrupaciones derivadas en la escena política contemporánea. Para abordar la cuestión, el autor contextualiza la formación de la cultura política en los años de entre guerras, cuando cobraron importancia en casi todo el mundo movimientos, partidos y regímenes antidemocráticos, antiliberales, corporativos o socialistas, autoritarios y totalitarios. Plantea que, a pesar de expresar impulsos y simpatías dentro de esta gran tendencia mundial autoritaria y antidemocrática, el sinarquismo mantuvo su adherencia a la Doctrina Social de la Iglesia como su base ideológica axial. Analiza entonces la formación, desarrollo e impacto de esta doctrina en el momento que señala sus características y su coincidencia con lo que se proponía y practicaba.

La discusión si el sinarquismo fue o no fascista sigue vigente, aunque la mayoría de los especialistas propenden en rechazar la identificación, algunos autores importantes como Alan Knight siguen defendiendo una sustancial identidad entre fascismo y sinarquismo. Los elementos a considerar, al respecto, son diversos, pero es imprescindible, como lo hace el autor, definir primero qué se entiende por “fascismo”. Austreberto Martínez apela a varios autores fundamentales y muy influyentes en el medio académico como Stanley Payne, Michael Mann, Roger Griffin y Emilio Gentile. Ésta es una selección aceptable en el vasto universo de estudios sobre el tema y de aquí provienen aportaciones suficientes para sostener la tesis del libro.

Sobre la base de estos autores y citando convenientemente fuentes sinarquistas, el autor analiza las diferencias y similitudes entre fascismo y sinarquismo al concluir que no fueron similares, sus diferencias fueron esenciales. El fascismo de estilo italiano o alemán fue revolucionario, secularista, modernista, militarista, totalitario y estatista, elementos que son distante o incluso opuesto a la ideología sinarquista. En el ambiente sinarquista, al lado de la simpatía por ciertos aspectos de la práctica política y realizaciones fascistas, existía un claro rechazo del fascismo, como lo muestran las citas atinadas de líderes sinarquistas como Salvador Abascal y Manuel Torres Bueno. Un punto que debe quedar claro es que la mera “simpatía” no es un elemento decisivo para atribuir la pertenencia de personajes y grupos a una categoría. Las simpatías profascistas de los años treinta-cuarenta entre los militantes sinarquistas no son más determinantes que las simpatías prooccidentales y proestadounidenses durante la Guerra Fría, y no “definen” al sinarquismo. Es cierto, y es bueno que el autor lo haya señalado, que la doctrina sinarquista casi coincidía en algunos puntos con el fascismo en la lucha anticomunista, en el ideal corporativo, en el rechazo del judaísmo, la plutocracia, el liberalismo y la masonería, en la defensa de la familia y de la nación, en el ideal comunitarista y abierto al espíritu, contra el individualismo materialista propio del liberalismo. Pero las diferencias eran abismales alrededor de la religión tradicional, la libertad, la idea de pueblo o raza y la divinización del Estado. Las palabras de Pío xi, cuando condenaba al fascismo en tanto “estadolatría pagana” en la encíclica Non abbiamo bisogno (1931) reflejan la percepción común en los ambientes católicos respecto al fascismo, más allá de las simpatías y coincidencias coyunturales. Para concluir sobre el tema del fascismo y adentrarse en una perspectiva más compleja, podría ser conveniente reflexionar más sobre un punto que ya había señalado Alan Knight: la posible equivalencia “estructural” entre sinarquismo y fascismo. A pesar de no haber identidad, es posible pensar ambos fenómenos como respuestas análogas a la disgregación social, cultural e identitaria provocada por la modernidad de corte liberal y por el capitalismo. Tanto el sinarquismo como el fascismo apuntan a reconstituir la unidad orgánica de una sociedad enferma y decadente, mediante una propuesta unificadora alrededor del eje de la comunidad nacional: es lo que Ludovico Incisa di Camerana describió como la función “cicatrizante” del fascismo, expresada en la clara apuesta ideológica y práctica por la unidad del pueblo, el patriotismo y el nacionalismo, explícita incluso en la simbología del fascio lictorio en Italia, la silueta de México en la bandera sinarquista y el tricolor nacional en ambos países.

Cabe señalar que la época de entre guerras no fue sólo la época del auge del fascismo, sino un período de profunda decadencia del modelo democrático liberal y del sistema capitalista, que abrió paso para la formación de movimientos y regímenes de diversa índole, tendencialmente nacionalistas, conservadores, anticomunistas y en algunos casos militaristas o corporativistas.

Austreberto Martínez aborda en particular el autoritarismo nacionalista y conservador europeo, ejemplificado por la Guardia de Hierro rumana y la Falange española, así que encuentra cercanía especialmente con la segunda etapa de la Falange, ya diluida con los católicos tradicionalistas. Discute cuál corporativismo fue inspirador del sinarquismo, señala el corporativismo virreinal como principal inspirador y descarta el corporativismo fascista por el carácter “desde arriba”, “construido” y fuertemente autoritario de éste. Cabe señalar –en una cuestión abierta— que todo corporativismo tiene una inspiración remota en la Edad Media y en la estructura del Antiguo Régimen, es difícil separar el que promana de manera específica, en tiempos recientes, de la Doctrina Social de la Iglesia, del que se deriva de una reflexión y elaboración laica. Todo corporativismo moderno representa un intento de construir una sociedad orgánica en contraposición con la sociedad individualista promovida por el liberalismo y sostenida por el desarrollo del capitalismo, que evita al mismo tiempo la solución alternativa del socialismo y el comunismo. Dicho esto, es probable que el corporativismo sinarquista provenga directamente de la herencia novohispana, retroalimentada por la Doctrina Social Católica y confirmada en su vigencia histórica por el auge y éxito de los regímenes corporativos en el periodo de entreguerras.

En las etapas finales de la Segunda Guerra Mundial y después de que concluyera, el panorama cambiante influyó notablemente en la trayectoria política del movimiento. La apuesta por el Occidente democrático en oposición primero a las potencias del Eje en vía de ser derrotadas y segundo a la Unión Soviética a punto de convertirse en el Gran Enemigo durante la Guerra Fría fueron lógicas y congruentes con la evolución del propio sinarquismo, no sólo adaptaciones a la coyuntura. La propia Iglesia Católica, inspiradora y guía del propio movimiento, cambió de rumbo desde el pontificado de Pío XII, al volverse en contra de los regímenes totalitarios, que enfriaba su apoyo a los autoritarios y apostaba claramente por el campo democrático, que mantenía la condena cabal del comunismo. En la Italia postfascista se impuso la democracia cristiana con el aval explícito y activo de la Iglesia. Ante estos cambios el sinarquismo reaccionó como un movimiento católico maduro y fiel a la Iglesia de Roma: al apostar por la democracia cristiana.

El libro explora los caracteres de la democracia cristiana en su versión internacional y mexicana, su influencia creciente en la sociedad y la política en México. Señala la influencia del pensamiento, entre otros, de Jacques Maritain, la persistente desconfianza hacia la democracia liberal, el perenne anticomunismo, la sorprendente asimilación del concepto de “revolución”, lo cual es notable ya que representa una ruptura con la tradición antirrevolucionaria católica, proveniente de De Maistre y De Bonald con todo el rechazo católico a la Revolución Francesa y su legado.

El año de 1949, en suma, representa un giro en la historia del sinarquismo. En ese momento comienza el camino hacia la democracia cristiana y se introduce el concepto de “revolución cristiana”. Paralelamente, desaparece la admiración por el franquismo, abandonado como modelo político por la misma Iglesia y en vía de atenuarse y desaparecer como régimen autoritario nacionalcatólico.

El autor termina al abordar la situación del sinarquismo actual, su persistencia como fenómeno político minoritario en la escena política mexicana.

En suma, el libro de Austreberto Martínez representa una notable contribución a los estudios sobre sinarquismo, que suma a las obras de referencia obligadas sobre el tema, junto con los autores mencionados al comienzo.

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