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Cuicuilco. Revista de ciencias antropológicas

versión On-line ISSN 2448-8488versión impresa ISSN 2448-9018

Cuicuilco. Rev. cienc. antropol. vol.29 no.83 Ciudad de México ene./abr. 2022  Epub 10-Oct-2022

 

Misceláneos

El imperio en una caja. La economía de las ofrendas del Templo Mayor

The empire in a box. The economy of offerings of the Templo Mayor

Miguel Ángel Báez Pérez* 

*Proyecto Templo Mayor, INAH


Resumen

Los bienes ofrendados en el edificio del Templo Mayor de Tenochtitlan provenían de todos los rincones del imperio. Mucho es lo que se ha aprendido sobre el significado de estos actos rituales, pero poco es lo que se ha escrito al respecto desde la perspectiva de la economía mexica. El mercado, los regalos, las empresas específicas para extraer bienes y el tributo eran factores que interactuaban al mismo tiempo, promoviendo el traslado de miles de productos, materias primas, animales y materiales exóticos que posteriormente serían transformados y ofrendados en fastuosas ceremonias. Bienes suntuosos como el oro y las plumas se tributaban y comerciaban por todo el imperio, pero al llegar a la capital eran transformados por las manos especializadas de los artesanos asociados al gobierno. Por su parte, los animales, plantas y bienes exóticos eran transportados hacia Tenochtitlan para ser utilizados durante rituales asociados al emperador y a los aparatos burocrático y religioso. Todos estos bienes nos hablan de una historia de organización y logística pocas veces vista en Mesoamérica.

Palabras clave tributo; ofrenda; logística; Tenochtitlan; mercado

Abstract

The goods offered in the Templo Mayor of Tenochtitlan came from all corners of the empire. Much has been learned about the meaning of these ritual acts, but little has been written about it from the perspective of the Mexica economy. The market, the gifts, the specific companies that extracted resources, and the tributes, were all factors that interacted simultaneously, promoting the transfer of thousands of products, raw materials, animals and exotic materials, which would later be transformed and offered in lavish ceremonies. Sumptuous godos, such as gold and feathers were taxed and traded throughout the empire, but upon arrival in the capital they were transformed by the specialized hands of artisans associated with the government. For their part, animals, plants, and exotic goods were transported to Tenochtitlan to be used during rituals associated with the Emperor and the bureaucratic and religious apparatus. All these goods inform us about a history of organization and logistics which was rarely seen in Mesoamerica.

Keywords Tribute; offering; logistics; Tenochtitlan; market

INTRODUCCIÓN

Una de las preguntas más recurrentes durante la exploración de contextos de ofrenda en el Templo Mayor se refiere al momento de su deposición. Poco es lo que sabemos con certeza sobre el momento mismo en el que los sacerdotes mexicas depositaban cientos o miles de bienes en pequeñas cajas de piedra que rodeaban al edificio principal de los mexicas. La logística1 detrás de la colocación de estos depósitos parece haber jugado un factor importante, coordinando el arribo de materias primas, recursos naturales y artefactos que posteriormente serían colocados bajo la tierra en ostentosos rituales.

Etimológicamente, logística2 podría ser traducido como el arte del cálculo con pinturas [Tepić et al. 2011: 379]. De hecho, nace como una herramienta auxiliar en la aplicación de conceptos y cálculos relacionados con diversos avances científicos como la adopción de los sistemas de numeración y sus aplicaciones a la vida cotidiana: la contabilidad, el cálculo o la geometría, entre otros. La adopción generalizada de estos sistemas permitió el crecimiento de otras actividades y, de manera notable, del comercio.

Hassig ya introducía el término de la logística en su estudio sobre la operatividad del Imperio mexica [1988: 20-21]; consideraba que la continuidad espacial no era de gran importancia en la integración del imperio, sin embargo, las restricciones logísticas sí lo eran, al fomentar el fortalecimiento y la creación de arreglos espaciales más eficientes, así como la determinación de áreas de bajo interés, pero de utilidad para el movimiento hacia la capital imperial. En esta perspectiva, la logística y la cadena de suministros hacia la capital dependían de gran sincronización, lo que se presume implica el control sobre las rutas, los tiempos y los recursos necesarios para hacer llegar los productos. Vistos desde esta perspectiva, los materiales ofrendados en el Templo Mayor responden a un dinámico sistema económico que conjugaba varios instrumentos, tanto políticos como comerciales.

López Luján [1993] considera que cada ofrenda debe ser conceptualizada como una compleja expresión material destinada específicamente al ritual que, además, se efectúa en un espacio sagrado. La deposición de materiales de forma ritual es comprendida como una serie de actos de naturaleza simbólica, codificados y cargados de elementos emotivos, cuya efectividad no puede ser vista como útil dentro de la sociedad al implicar el expendio de recursos valiosos. La ubicación, así como la disposición interna de los componentes de las ofrendas, son entendidas como parte del orden del universo y de la forma en la que los mexicas lo interpretaban; por lo tanto, la posición de cada objeto es resultado de una actividad ritual particular, ligada a la vida religiosa y a sus actores. Cada ofrenda cuenta con un patrón de distribución y contenido distinto, sin embargo, la deposición muestra la existencia de diversos estándares o patrones repetitivos [López: 87]. Sobre el momento de la deposición se distingue la existencia de dos tipos de eventos: los programados con repetitividad calendárica y eventos específicos, como entronizaciones, alianzas o funerales.

El contenido es de gran variabilidad; objetos de rica manufactura, materias primas, alimentos, animales y plantas eran depositados en complejas y significativas agrupaciones. Es notable que buena parte de los bienes usados como ofrendas no eran endémicos de la Cuenca de México [Matos 1988: 115], implicando la existencia de mecanismos de importación de materias primas, bienes terminados, especies y productos exóticos.

Las ofrendas, además de pertenecer a un sistema de creencias muy estricto, al mismo tiempo forman parte fundamental del sistema económico. De la misma forma en la que se han podido explicar diversos comportamientos rituales y simbólicos, nuestra propuesta pretende avanzar hacia su explicación desde un punto de vista económico al entender a la ofrenda, también, como una expresión de la forma en la que operaban las instituciones económicas del Imperio mexica.

TRIBUTO Y MERCADO: LOS MOTORES DE LA ECONOMÍA

Los mexicas se liberaron del control político y administrativo de Azcapotzalco en 1428, dando paso a un rápido crecimiento económico y a la conformación de un imperio [Hassig 1988; Smith et al. 2001]. Los imperios son organizaciones caracterizadas por Barfield [2001: 13] como estados establecidos por medio de la Conquista, con soberanía sobre territorios continentales o subcontinentales y bajo un sistema administrativo unificado y centralizado en el que se incorporan millones de personas a. La administración es sustentada mediante un sistema de tributos o con base en la aplicación de impuestos directos, reforzados por una fuerza militar permanente encargada de cumplir con la ley y el orden internos y la defensa de amenazas externas. La organización política mexica cumple con todos estos preceptos poco después de su independencia, lo que permitió dar paso a un modelo agresivo de expansión. El imperio mexica ha sido categorizado de corte hegemónico [Hassig 1988; Smith 1996] en donde el control físico de los territorios es ejecutado de manera indirecta y se aplican bajos niveles de inversión en materia de infraestructura provincial. Sin embargo, cada caso era distinto, por lo que la administración imperial debía mantenerse flexible y abierta a la negociación. La imposición de una nueva administración a las provincias3 representaba más gasto y una mayor necesidad de fuerza para implementar la nueva organización. Sin embargo, en aquellas regiones donde se negociaba una suave transición hacia el nuevo orden mexica se experimentaba una menor extracción de recursos y una mayor disposición hacia la diplomacia.

Al dominar nuevos territorios, la estrategia imperial se centró en pocos objetivos: la expansión política sin el control directo del territorio y el mantenimiento de la seguridad en el interior del imperio para controlar un limitado grupo de actividades subordinadas al emporio. Así, los mexicas se colocaban por encima de las autoridades locales solamente en algunos temas, permitiendo que la dinámica interna de cada región no se viera totalmente trastocada. Las poblaciones locales, a su vez, veían la llegada del nuevo orden como una ocasión u oportunidad para afianzar o mejorar sus propias condiciones.

Para Smith y Berdan [2003: 4] la acción expansiva mexica generó la creación de una estrategia fronteriza, en donde existen alianzas con regiones de gran valor para el imperio, pero que en la realidad eran políticamente complejas para dominar. Generalmente se ubican en las zonas de frontera, en las inmediaciones de las rutas de comercio o asociadas con recursos clave [Smith 1996: 137-139]. Esta estrategia permitió a los mexicas crecer rápidamente a un bajo costo administrativo y militar.

Cada anexión de territorios (figura 1) generaba nuevas capacidades de operación para el gobierno y los mercaderes mexicas que, al mismo tiempo, abría rutas comerciales favoreciendo el arribo de nuevos productos y materias primas a Tenochtitlan. Bienes manufacturados —ropa, trajes de guerreros, sartas y mosaicos de piedras preciosas, objetos de oro y vasijas— y materias primas —comestibles, materiales constructivos y algunos bienes suntuarios, como pieles, oro o plumas— eran enviadas desde todo el imperio. Durán [1994: 202-207], al hacer su relatoría sobre la variedad de productos que recibía la capital por la vía del tributo, menciona que los bienes incluyen “todas las cosas creadas bajo el cielo”.

Figura 1 El Imperio mexica ca. 1521. A partir de Berdan [2017: fig. 5.5].Dibujo de Samara Velázquez. 

Los bienes recaudados eran redistribuidos en los altos niveles de la Triple Alianza; la mayor parte eran destinados a cubrir los gastos del aparato administrativo y las campañas militares. Además, parte del tributo era destinado a las casas reales de las tres capitales de la alianza: Tlacopan, Texcoco y Tenochtitlan. Algunos de los bienes, particularmente los numerosos trajes de guerreros (figura 2) eran redistribuidos entre la nobleza guerrera en forma de regalos o premios por acciones específicas [Olko 2006: 81-82].

Guerrero jaguar (ocelotl), lám. 9, Matrícula de Tributos.Dibujo de Samara Velázquez. 

Varios autores [Schulze et al. 2019; King 2015] se han pronunciado en relación con el papel económico que jugaron las conquistas de algunos gobernantes. Tal es el caso de Moctezuma Ilhuicamina hacia la costa del Golfo de México, o las de Ahuízotl, cuyas conquistas hacia el Pacífico afectaron de manera positiva el abasto de productos exóticos y la producción artesanal ligada al imperio. Cada victoria hacía crecer al sistema tributario, abriendo regiones al comercio y consiguiendo acceso constante y seguro de recursos.

La ruta de las regiones y provincias anexadas por medio del uso de la fuerza y la diplomacia parece haber estado ligada de manera estrecha con las principales actividades productivas de cada una de las provincias [Berdan et al. 1997]. Así, el imperio impulsaba al comercio y las rutas de intercambio hacia nuevas provincias de la mano del ejército, que también quedaba a cargo de las relaciones emergentes las cuales surgían con la mano de las conquistas [Bueno 2012: 136-138].

Si bien muchos productos eran tributados en exclusiva hacia Tenochtitlan, las cuentas sobre la actividad en los mercados —principalmente el de Tlatelolco— nos hace pensar que ahí era posible encontrar también productos similares a los que cada provincia tributaba de manera oficial [Sahagún 1997].

Una de las formas en las que la Triple Alianza anexaba provincias era por medio de embajadas comerciales fallidas, ya que el comercio figuraba como una actividad estrictamente regulada por clase dirigente mexica, los atentados en contra de sus caravanas eran considerados motivo para la declaración de guerra formal. Se pueden destacar diversos ejemplos, como la anexión de Cuetlaxtlan por parte de Moctezuma Ilhuicamina o la del Xoconochco, realizada por Ahuízotl.

La provincia de Cuetlaxtlan cayó en manos de Moctezuma i en 1451. La anexión de este territorio —bajo influencia tlaxcalteca— fue beneficiosa ya que era rica en recursos tropicales y costeros, poco disponibles en la capital mexica. Después de un ataque a un grupo de pochtecas, el emperador lanzó la guerra contra esta región. A su vez, los tlaxcaltecas —con influencia en la zona de Cuetlaxtlan— fomentaron revueltas que fueron solventadas brutalmente por los mexicas; no sólo se solicitaban materias primas, sino que también se requerían algunos productos terminados bajo las exigencias de la capital, como los bezotes de oro [Bueno 2012: 142].

En otros casos, el mismo emperador utilizaba diferentes estrategias de conquista. El mismo Moctezuma i conquistó Tepeacac en 1466, una región importante ya que se ubica en un lugar donde se conectan diversas rutas comerciales desde el altiplano hacia la costa del Golfo de México, Oaxaca y el Océano Pacífico. Su anexión fue el resultado de numerosas rencillas entre los mexicas y la gente de Chalco, quienes tenían gran influencia en la zona. Pocos años antes Tepeacac intentaba anexarse un par de regiones al oriente del lago de México: Cuauhtinchan y Totomihuacan; ambas, al verse amenazadas pidieron apoyo al emperador, quien tomó partido en contra de Tepeacac. La región fue anexada sin violencia, experimentando un gran crecimiento que motivó a Moctezuma i a crear un nuevo mercado. El nuevo acomodo trastocó el orden preexistente, ampliando las rutas comerciales, y sumando nuevos productos y actividades comerciales para los tributarios.

Las nuevas actividades, a su vez, fomentaban la aparición de élites emergentes y el ascenso de grupos secundarios. Los grandes beneficiarios de este modelo eran, además de los guerreros que salvaguardaban el viaje, los propios mercaderes. Era de esperarse que, si bien buena parte de los materiales arribaban a la capital de la mano de los tributos, otra parte de los bienes llegaban para ser comerciados en los mercados de la ciudad. Así, el sistema económico mexica aunaba las obligaciones tributarias con la emergencia de comercio en los mercados, diversificando la capacidad de su economía.

Si bien considero que buena parte de los productos ofrendados llegaron por medio del sistema de tributos y otros métodos menos ortodoxos, creemos que la presencia de una institución como el mercado debió ser fundamental en varios sentidos, principalmente respecto a la necesidad de tener a disposición una gran diversidad de productos usados durante los rituales de deposición. Sahagún [1997: 128-129] y Torquemada [1975: 167168] hablan de diversos episodios cuando la clase sacerdotal mexica debió acceder a los bienes para ofrendar por medio del mercado, implicando que algunos circuitos tributarios no cumplían —al menos temporalmente—con la totalidad de las necesidades de las instituciones religiosas.

Para el grueso de la población, el mercado era el centro del comercio mexica, donde los intercambios eran inmediatos, balanceados y basados en establecer los precios por medio de la negociación [Berdan 1989].4 Por su naturaleza, son espacios de gran dinámica; en su interior se desarrollan actividades de orden político, legal y religioso, convirtiéndolo en un espacio de comunicación entre la autoridad y el resto de la sociedad [Hutson 2000: 125]. Al reunir a grandes multitudes, se transforman en espacios ideales para transmitir mensajes de dominación y obediencia, algunos de ellos transformados en las propias reglas de operación dentro del propio mercado. Los mexicas buscaban controlar con gran celo las actividades dentro del mercado, por lo que institucionalizaron sus espacios, instaurando una ley específica y el uso de inspectores y jueces para mantener el orden al interior del recinto.5

Los mercaderes, al contrario de los militares o los sacerdotes, eran una clase más cerrada, cuya membresía se adquiría básicamente con la pertenencia por nacimiento y/o por filiación étnica [Nebot 2009]; los comerciantes organizaban banquetes y eventos asociados con el envío de embajadas comerciales, ganando prestigio y cercanía con la autoridad, al tener movimiento en el ámbito regional y encontrarse fuertemente aliados con las élites, los comerciantes pudieron ser los principales abastecedores de regalos exóticos, particularmente de aquellos que tienen un nulo valor económico, pero cuyo valor ritual hacía que fuera costeable la misión de traerlos a la capital. Si bien no podían competir con los guerreros en importancia, los mercaderes cumplían con labores fundamentales para el grupo, lo que les permitía un trato especial, como la posibilidad de acceder a los mismos cielos destinados a los guerreros y realizar ofrendas especiales, como el sacrificio de seres humanos.

La base más sólida para comprender el funcionamiento de un mercado corresponde con la información procedente de Tlatelolco, el centro comercial más grande del centro de México a inicios del siglo XVI. El propio Cortés parecía maravillado al describir al mercado y la gran variedad de productos y servicios que ahí era posible obtener [Cortés 1989: 139-140]. De acuerdo con los relatos históricos, el mercado era visitado por miles de personas diariamente ya que en él era posible encontrar cualquier producto. Pocos eran los mercados que podían comerciar de manera cotidiana: Tlatelolco, Tenochtitlan y Tezcuco, mientras que en el resto del imperio los mercados eran rotados en ciclos de 5, 9, 13 o 20 días [Hassig 1988], generando que muchos bienes fueran accesibles en una forma constante y predecible, ya que hacían más sólidos los circuitos económicos.

Algunos autores [Berdan et al. 2003: 102] consideran que el comercio que llevaban a cabo los pochtecas era solamente un aspecto de la economía mesoamericana y que los comerciantes actuando entre regiones, imperios o localidades pequeñas, eran posiblemente los responsables del movimiento de un gran volumen de bienes que, de todas formas, debían ser transportados hacia los puntos de comercio. La centralización del modelo mexica beneficiaba a los especialistas ya que proveía acceso a más artesanos y a sus productos, a sus consumidores y a los mercaderes; también beneficiaba a las élites, que tenían acceso directo a los bienes domésticos y de lujo.

El mercado parece haber sido una institución que surge con potencia en cada región detrás de las conquistas militares y la imposición de tributos. Al generar un gran movimiento de bienes tributados se fortalecía el circuito secundario y emergente de los mercados, donde llegaban excedentes y productos terminados locales y foráneos, alimentando a élites locales en su búsqueda de prestigio y mejores condiciones.

REGALOS Y EMBAJADAS

La negociación siempre ha sido considerada una cualidad especial dentro de las formas de comunicación entre grupos sociales. Aunque usualmente éste es un proceso descrito como una acción de dominación, en muchos casos se trata de situaciones en donde la negociación conduce a un beneficio mutuo; de hecho, los banquetes, ceremonias religiosas y fiestas eran actividades comunicativas de alta efectividad para la negociación entre grupos y la transmisión de mensajes desde la élite mexica hacia el resto de la población [Smith et al. 2003: 237]. Dicho tipo de comunicación era igualmente efectiva para integrar a los soberanos subordinados en campaña; los emperadores invitaban a los reyes sujetos y enemigos a celebrar festividades como coronaciones, funerales y dedicaciones en templos, donde se hacían entrega de regalos, sacrificios humanos y otros rituales, discursos, presentaciones teatrales, así como el consumo de alimentos y bebidas [Smith 1986: 72-73].

Si bien no dudamos de la existencia de regalos exóticos o especiales para las autoridades de la capital, las descripciones que conocemos sobre la entrega de regalos pareciesen indicar que esta actividad se encontraba fuertemente codificada, limitando la gama de productos que podían ser considerados un regalo. Su entrega buscaba solidificar las relaciones políticas, así como las condiciones de dependencia o vasallaje ante el imperio. Los presentes solían ser mantas, joyería y trajes de guerra [Olko 2006] y eran entregados por vasallos, amigos, enemigos y gobernadores independientes. Muchos de los regalos eran posteriormente redistribuidos entre la clase guerrera y la élite en forma de recompensas para los cooperantes y para aquellos que ayudaban al imperio a persuadir a las superioridades independientes de alianzas futuras [Umberger 1996: 103]. De esta forma, el reparto público de esos regalos [Tezozomoc 2001: 144-145] se convertía en una actividad fundamental dentro de los rituales del gobierno mexica [Brumfiel 1987: 105]. En el ámbito regional, los regalos implicaban el permiso de usar insignias específicas del imperio. Los presentes buscaban anexar a las noblezas subordinadas, asegurando su cooperación con el nuevo orden imperial. Los regalos jugaban un papel importante durante el proceso de conquista de nuevos territorios; de acuerdo con las normas bélicas de los mexicas, la guerra siempre debía dar inicio con una causa justa y no podría comenzar sin una declaración formal de guerra —un mensaje—, el envío de insignias para establecer comunicación, además de la entrega de armas y regalos. Esta comunicación permitía un proceso de negociación en la que los contrarios podrían reconocer la supremacía mexica y ofrecer tributo como amigos, y no directamente como vasallos. La entrega de regalos pareciera ser una actividad mucho más cercana a la entrega de tributos, fuertemente regulada, que a una actividad libremente organizada. Es posible que, como varios autores apuntan [Berdan et al. 2003: 106; Schulze et al. 2019: 324], los regalos fomentaran un gran movimiento de bienes de lujo sin que entraran en los sistemas de mercado o de tributo formal.

Respecto de algunos de los objetos encontrados en las cajas de ofrenda del Templo Mayor, particularmente los organismos vivos —en especial aquellos provenientes de ambientes marinos—, creo que existe la posibilidad de que éstos hayan llegado a la capital por medio de empresas específicamente organizadas y patrocinadas por el aparato político mexica, cuya ejecución debió recaer en grupos fuertemente ligados a las élites locales. La recuperación de miles de organismos marinos como conchas, caracoles, estrellas de mar, corales, galletas o pepinos de mar, así como de especies de peces de nulo valor alimenticio, hacen pensar en la existencia de embajadas específicamente destinadas a la recuperación de estos organismos.

Si bien muchos de los organismos marinos pueden ser recuperados sin mucho esfuerzo y a poca profundidad, algunas especies requieren ser recolectadas por personal especializado y capacitado en inmersiones a profundidades cercanas a los 20 m. Diversos especialistas [ZúñigaArellano et al. 2019; Martín-Cao-Romero et al. 2017; Medina-Rosas et al. 2021; Solís-Marín et al. 2021] resaltan que un buen número de individuos y especies marinas —conchas, corales, caracoles, estrellas de mar— fueron ofrendados poco tiempo después de haber sido recolectados. Elementos morfológicos como el color, los ligamentos en las almejas, el opérculo de los caracoles o la presencia de la linterna de Aristóteles en los erizos indican con claridad que los especímenes eran recolectados exprofeso para ser depositados a la brevedad. Si bien los especímenes mueren a los pocos minutos de haber salido del agua, se propone que algunos especímenes pudieran haberse mantenido con vida para ser transportados dentro de recipientes con agua de mar, buscando retrasar el momento de la muerte en el que sus colores originales desaparecen y comienza su proceso de descomposición. Los ejemplares podrían haberse resguardado sólo unos pocos días en los vivarios, donde existían estanques de agua [Elizalde 2017: 97] que los podrían mantener disponibles para el momento cuando los sacerdotes realizaran los rituales de colocación de alguna ofrenda.

CIRCUITOS EN ACCIÓN

Queda claro que el Imperio mexica comerciaba fuertemente con algunos productos en sus zonas de influencia. Particularmente la obsidiana y la sal eran producciones altamente especializadas y controladas, cuyas producciones eran casi de escala industrial [Berdan et al. 2003: 98]. De igual forma, se controlaban las actividades relacionadas con materiales exclusivos y excluyentes, como las plumas, el oro y los metales o las piedras preciosas. Estos productos eran de gran valor debido a que requerían de especialistas bien entrenados, materias primas de primera calidad a disponibilidad y un control de calidad elevado para satisfacer una creciente demanda. La economía comercial del Posclásico permitía sistemas de transporte, mercados, monedas, comerciantes y mercaderes, así como centros de intercambio “internacionales”, como Cholula, Tepeaca, Coaixtlahuacan o Xicallanco. Todos estos elementos nos hablan de vigorosas relaciones económicas que unían a diversas unidades políticas y regiones en el mundo mesoamericano. Al observar los materiales, identificamos que todos ellos se encuentran en las listas de los tributos provenientes de las provincias dominadas de acuerdo con las cuentas del Códice Mendoza y la Matrícula de tributos. Es factible considerar que, en el fondo, los mexicas buscaban acaparar el mercado de bienes de lujo, controlando su flujo por medio del imperio con la calificación de ciertos productos —pieles, plumas, metales o piedras preciosas, entre otros— como tributos.

El control del imperio debió operar con toda su fuerza en la burocracia, la supervisión y el manejo de las redes y rutas comerciales. En el ámbito local, las actividades comerciales fueron redireccionadas para solventar los requerimientos de la capital. De acuerdo con otros autores, Nebot [2009: 24] considera que la mayoría de los productos foráneos recuperados en las ofrendas fueron obtenidos por medio de la imposición de tributo. Schulze y Maldonado [2019: 331] también consideran que numerosos productos tributados eran destinados en la capital a la redistribución para ser trabajados por artesanos locales antes de ser ofrendados, que incluso dio paso a un estilo imperial tenochca el cual implica el movimiento de materias primas desde grandes distancias hasta entrar en un circuito de producción local establecido en Tenochtitlan [Velázquez et al. 2014].

Hirth y Pillsbury [2013] consideran que en los inicios del imperio los artesanos dependían del abastecimiento de materiales a través de los pochtecas, quienes surtirían los mercados de cacao, plumas, oro, cerámicas finas, textiles, piedras preciosas, conchas o pieles de animales. Cuando el imperio comenzó a consolidar el control sobre las provincias y el comercio comenzó a crecer dinámicamente, el tributo debe haber reemplazado la forma en la que muchos de los productos llegaran a la capital.

La mayor parte de los avances que se han dado en este campo en las últimas dos décadas provienen del estudio directo sobre los materiales que han sido recuperados por medio de diversas operaciones arqueológicas realizadas en las inmediaciones del Templo Mayor de Tenochtitlan. Estudios sobre numerosos materiales arqueológicos provenientes de los contextos de las ofrendas, como los metales, las plumas o fauna diversa, nos plantean nuevos caminos para poder estudiar la forma en la que todos estos objetos debieron llegar a la capital imperial, primero, y a las cajas de ofrenda posteriormente.

Los metales en el mundo posclásico mesoamericano son vistos como medios para la transmisión de conceptos específicos, frecuentemente anclados en actos o eventos de específica significación pública [Hosler 1994]. Hay que considerar que un objeto de metal no es solamente evidencia física de una relación económica, sino que también involucra una diversidad de transacciones económicas y de actividades tecnológicas que tomaron lugar mucho tiempo antes de dar inicio con la producción del propio artefacto. Dada la naturaleza fantástica del oro, era utilizado frecuentemente como un regalo de alto grado y empleado como una forma de lenguaje entre grupos de diversos orígenes en el mundo mesoamericano. Por ejemplo, muchos objetos áureos pudieron llegar hasta la capital por medio de regalos o como botines de guerra [King 2015: 317]. Los regalos solidificaban las alianzas militares, fortaleciendo la pertenencia de territorios subordinados y las ligas entre miembros de diferentes ciudades-estado [Brumfiel 1987: 111-114]. Durante mucho tiempo se pensó que el oro tenochca era de manufactura mixteca, sin embargo, hoy sabemos que, además existió una tradición de objetos que fueron elaborados en la propia capital [López et al. 2015: 43-48]. Los especialistas mexicas proveían de control sobre el diseño, así como una gran capacidad de coordinación, como queda de manifiesto en los preparativos para eventos, ejemplo de ellos es la coronación de Ahuízotl [véase Schulze et al. 2019: 329-331].

El oro comenzó a ser tributado cuando Moctezuma i obtuvo el control de varias provincias al sur del imperio, logrando extraer diversos materiales alóctonos y comerciados en circuitos regionales. El mayor acceso al oro motivó un amplio consumo en la capital, que provocó una mayor demanda y la necesidad de tener a la mano artesanos de tiempo completo.

Como grupo dominante, la Triple Alianza controlaba la mayor parte de los productos de élite de Mesoamérica, así como a las personas que las manufacturaban al importar grandes cantidades de materias primas a bajos costos y con alto valor de exportación, como materiales acabados, listos para entrar en circuitos económicos regionales [Blanton 1996: 47]. Algunos autores sugieren que ciertos bienes tributados, especialmente materias primas preciosas, eran canalizadas por medio de los mercados, incluso existe la evidencia de que algunos de los receptores de esos regalos y comisiones intercambiaban parte de sus regalos en el mercado [Hirth et al. 2013: 7].

Otros metales como el cobre también provenían de las provincias al sur y al oeste de la capital, sin embargo, la producción de los cascabeles, pinzas, anillos y ornamentos para vestimenta también debió suceder en la capital, bajo el cuidado y supervisión mexica. Al igual que con el caso del oro, se infiere la existencia de formas de control mexica sobre los yacimientos, la extracción, el almacenamiento y el transporte de estos bienes [Schulze et al. 2019: 317].

El caso de las plumas es igualmente interesante. El Códice Mendoza expone que cerca de la tercera parte de las provincias que tributaban a la capital imperial [Berdan et al. 1997] enviaban diversas plumas y productos terminados elaborados con plumas, como los trajes de guerreros o los adornos para el cabello. Sin embargo, se destacaban, por el volumen de envío, cuatro provincias: Tochtepec, Tuchpan, Xoconochco y Coixtlahuacan. Si bien los requerimientos solicitados a cada una de estas provincias son elevados, Filloy y Moreno [2017: 179] nos exponen con detalle el proceso de elaboración de algunas de las obras en plumaria; plantean que para elaborar un escudo de guerrero se podrían haber utilizado hasta 24 600 plumas de diversos colores y tamaños. Al indagar sobre las formas en las que las plumas debieron llegar a los talleres de los amantecas, hacen notar que, al igual que en el caso del oro, posiblemente toda la mercancía que llegaba por medio del tributo era redistribuida entre los talleres oficiales, donde la producción era estrictamente controlada y estandarizada de acuerdo con las reglas establecidas para su uso. Sin embargo, se sobreentiende que, para solventar la amplia demanda de la capital, los amantecas debían recurrir a otros métodos de obtención de las materias primas, como el mercado. La venta de plumas en el mercado era permitida, sin embargo, el uso de estas plumas se distribuía para producción personal, sin uso ritual, y con mensajes iconográficos sencillos.

Berdan [2017] considera que la introducción de las plumas en el sistema pudo ser tardío, datando del reinado de Ahuízotl, quien conquistó diversas zonas tropicales ricas en recursos faunísticos como las aves de vivos colores (figura 3). Sin embargo, como lo sugieren Filloy y Moreno [2017: 165] es posible que el interés por estos recursos haya iniciado décadas antes, durante las primeras conquistas de Moctezuma i en la costa del Golfo de México.

Dibujo de Samara Velázquez.

Figura 3 Solicitud de plumas y cuerpos de xiuhtótotl, Provincia del Soconusco, lám. 25 (detalle), Matrícula de Tributos

La gran variabilidad de objetos suntuarios depositados en las cajas de ofrenda no tiene comparación con su riqueza en restos faunísticos. Se han podido identificar más de 500 especies de diversos animales, mostrando la megadiversidad del territorio mexicano. Corales, moluscos, artrópodos, equinodermos, anfibios, reptiles, aves, mamíferos y otros animales de diversos grupos fueron utilizados como parte de las ofrendas o, en algunos casos, ataviados como personificaciones de deidades que eran sacrificadas y depositadas dentro de las ofrendas [López et al. 2014: 53-54]. Estudios realizados en años recientes nos muestran casos especialmente notables para nuestro discurso. ¿Cómo conceptualizamos a aquellos productos que encontramos en las ofrendas y que no parecen haber llegado por medio de los sistemas más grandes de intercambio de bienes?

Uno de los ejemplos más espectaculares y mejor documentados en relación con las ofrendas del Templo Mayor es el caso de la marcada con el número 125, encontrada al oeste de la gran escultura de la diosa Tlaltecuhtli en el año 2006 [López Luján et al. 2014]. La pequeña caja, de apenas 50 x 85 x 46 cm contenía miles de elementos orgánicos y culturales depositados durante el reinado de Ahuízotl (1486-1502) en una ceremonia de grandes proporciones en la que se ofrendó, entre otros muchos dones, un cánido ricamente ataviado, cientos de organismos marinos, dos cuerpos de águilas reales —también ataviados— y un artefacto elaborado con pelo de un mono araña. En total, 1 264 organismos fueron identificados, pertenecientes a cinco phyla y 62 especies. Además de los grandes animales, se identificaron tres especies de peces, dos especies de corales y una de equinodermos. Las especies oceánicas nos indican las regiones de proveniencia, siendo evidente que durante el momento de la deposición del conjunto ya se obtenían numerosas especies de la cuenca del Pacífico, zona recientemente anexada. Posiblemente, todos estos organismos fueron resguardados por días en alguna de las instalaciones imperiales, como la casa de las aves o totocalli, donde se cree que laboraban cientos de personas al cuidado de los animales [Elizalde 2017].

COMENTARIOS FINALES

Hemos presentado diversas formas en la que se considera que los bienes ofrendados en el Templo Mayor arribaban a la capital; muchos de ellos, como el oro, las plumas y otros materiales foráneos eran transformados en los talleres locales ligados a la élite mexica para, finalmente, ser depositados en el lugar que se considera el centro de la creación. El proceso involucraba a centenares de personas encargadas de la extracción directa, el transporte, el almacenamiento, la seguridad, el mantenimiento de los especímenes vivos, la preparación ritual y la deposición final. La calidad y cantidad de bienes ofrendados también nos exponen una impresionante logística para reunir, en un mismo momento, parafernalia ritual de gran valor económico y simbólico, agrupada, en muchos casos, con miles de organismos vivos procedentes de todos los confines del imperio.

El tributo era la forma primordial en la que llegaban los bienes que eran depositados en las ofrendas, como mantas, copal, objetos de madera, metales, plumas o piedras preciosas. La presencia de comerciantes, militares y administrativos en las provincias debió motivar a que muchas regiones enviaran, en forma de regalos especiales, diversas muestras de la diversidad biológica y cultural de las regiones que se anexaban. Muchos de estos organismos y materiales se fueron aprovechando en las ofrendas como símbolos religiosos. Tal podría ser el caso de los corales, estrellas de mar, pepinos de mar, peces venenosos y muchos otros organismos que no cualquier grupo podría hacer llegar vivos hasta la capital imperial. Es posible que estos productos fueran transportados hacia la capital y que fueran excluidos de los circuitos comerciales de los mercados, excluyendo a la población general de su uso. Sin embargo, como se comentó en su momento, el mercado sí debió jugar un papel importante al asegurar el abastecimiento de productos que, por su naturaleza, pudieran ser difíciles de conseguir para ser usado durante ceremonias rituales no programadas, pero altamente reguladas, como funerales o alianzas.

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1La logística se refiere a todos los procesos de coordinación y de gestión para hacer llegar un producto al usuario correcto en el momento adecuado. En su acción se incluyen, entre otros, los procesos de almacenamiento, inventario, venta y transporte.

2De los vocablos griegos logos (contabilidad) e icon (pintura).

3Las provincias tributarias son unidades territoriales cuya mayor responsabilidad era el proveer de pagos regulares a la Triple Alianza. Por su parte, las provincias estratégicas estaban bajo control mexica, pero mantenían una relación diferente con el imperio. Tendían a cumplir con roles militares y de defensa, además sus pagos en agradecimiento al imperio eran menos regulares y tendían a ser consideradas como “regalos” [Berdan et al. 1997; Smith 1990].

4Polanyi [1994] define a los mercados como un espacio ubicado, generalmente al aire libre, donde se compra en pequeñas cantidades y a precios establecidos, los artículos de primera necesidad. Esta institución se adapta a la variedad y la demanda de los productos que moviliza, además de formar parte de las demás etapas involucradas, como el almacenamiento, transporte, riesgo, crédito y pagos.

5Hutson [2000] llama al mercado una heteretopía, un espacio en donde se unen mercancías y personas de diversos lugares, generando una multitud de caminos, formas y expresiones que no pueden ser controladas por la autoridad y que usualmente dan pie a confrontaciones o diferencias.

Recibido: 24 de Junio de 2021; Aprobado: 08 de Diciembre de 2021

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