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Cuicuilco. Revista de ciencias antropológicas

versión On-line ISSN 2448-8488versión impresa ISSN 2448-9018

Cuicuilco. Rev. cienc. antropol. vol.29 no.83 Ciudad de México ene./abr. 2022  Epub 10-Oct-2022

 

Dossier

Transformación de las actividades productivas en el ámbito rural. Nueva economía del son jarocho

Transformation of productive activities in rural areas. New economy of son jarocho

Liliana Jamaica Silva* 

*Escuela Nacional de Antropología e Historia. INAH


Resumen

La transformación de la dinámica socioeconómica en El Hato, Santiago Tuxtla, Veracruz, dio paso a la inserción de nuevas actividades, diferentes e independientes a las tradicionales en el ámbito rural. También favoreció el protagonismo y emergencia de nuevos actores que se han abierto paso ante dichos cambios. Ahora bien, establezco la idea que, a partir de la reorientación productiva en dicha localidad, se suscita, lo que denomino, “nueva economía del son jarocho”, la cual tiene qué ver con una serie de conocimientos, procesos de producción y relaciones de intercambio, que se entretejen con la fabricación de objetos de esta tradición musical. Entre tales objetos no sólo se encuentra lo discográfico o la construcción de instrumentos que hasta finales de los años setenta del siglo pasado eran los que generaban ingresos monetarios a quienes llevan a cabo dicha práctica. Es así como hoy día, esta práctica musical se inserta más allá de su contexto rural de origen y se proyecta hacia un mercado más amplio.

Palabras clave Transformación; nueva economía; son jarocho; producción; distribución

Abstract

The transformation of the socioeconomic dynamics in El Hato, Santiago Tuxtla, Veracruz, led to the adoption of new activities, different and independent from the traditional ones in this rural environment. It has also favored protagonism and the emergence of new actors that have found their way in the wake of these changes. That said, I propose the idea that, as a result of the productive reorientation in the said locality, what I call the “new economy of son jarocho” has arisen, comprising a body of knowledge, production processes and exchange relationships, interwoven with the manufacture of objects relating to this musical tradition. Among the said objects are not only the recordings or the production of instruments, which, until the end of the seventies of the last century, were the activities that generated monetary income for those who participated in this field. This is how, nowadays, this musical practice has expanded beyond its traditional rural context of origin and is making headway into a broader market.

Keywords Transformation; new economy; son jarocho; production; distribution

INTRODUCCIÓN

El músico —forzosamente— debe existir

dentro de una sociedad productiva y

un sistema económico en que él o ella

ofrece sus servicios y productos y

otro u otros pagan por utilizar esos

servicios y/o adquirir los productos.

[Kohl 2018: 14].

La ruralidad latinoamericana en el contexto de la globalización neoliberal ha experimentado profundos cambios; entre ellos se evidencia el deterioro de las condiciones de reproducción de las poblaciones campesinas, la proliferación de actividades no agrícolas en los espacios rurales, así como la combinación de actividades primarias, terciarias y de servicios. La agricultura ha dejado de ser el centro de supervivencia económica de las comunidades campesinas, pues los territorios se vuelven multifuncionales y pluriactivas las estrategias económicas de sus habitantes [Salas et al, 2013].

En este sentido, México no ha sido la excepción, actualmente en la composición de los ingresos de los hogares rurales, las actividades asalariadas no agrícolas tienen un mayor peso que las derivadas del trabajo campesino y agrícola [Carton 2009]; a ello han contribuido diversos factores como el deterioro en los precios agrícolas, los cambios en la política agraria del Estado mexicano y la apertura comercial del mercado agrícola tras la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN); aparte del crecimiento en el número de emigrantes mexicanos hacia el extranjero —en particular hacia Estados Unidos— que desde las décadas finales del siglo XX han experimentado las localidades agrícolas, como resultado del detrimento de las condiciones de producción.

Derivado de lo anterior, se puede inferir que los horizontes de trabajo fueron cambiando, dando paso a otras formas económicas caracterizadas por elementos más cercanos a las realidades locales de estas sociedades rurales. Por tal motivo, el desarrollo del presente artículo se centra en la exploración en torno a las nuevas formas de incorporación de la cultura en las economías campesinas; particularmente me refiero al estudio del lugar que adquiere la producción de mercancías artístico-culturales en las bases de reproducción familiar, como la elaboración de mercancías derivadas del son jarocho, que evidencia cómo surgen otras formas sociales para organizar estrategias de obtención de recursos monetarios en el espacio rural.

Así que para comprender los procesos que inciden en la transformación de este entorno rural, es necesario en un primer momento especificar qué considero como “nueva economía del son jarocho”. A dicho apartado lo he nombrado: “Nueva economía del son jarocho: De bienes artístico-culturales a mercancías”. Seguido de este apartado describo otro aspecto importante para su análisis, como la globalización del son jarocho que se propicia a partir del auge que ha tenido y que funciona como un puente para la oferta de los productos derivados del mismo, a este apartado lo denominé: “¡No le hace que otros lo toquen! El efecto global del son jarocho”. Posteriormente hago un recorrido breve por medio de cada una de las actividades que dan origen a dicha economía musical: la laudería, los talleres de zapateado, los talleres de ejecución instrumental y los talleres de confección de indumentaria propia para el son; donde se puede observar cómo las mujeres han tomado un papel elemental de soportes económicos al interior de sus familias. A este tercer apartado le he llamado “Actividades productivas en torno al son jarocho”.

NUEVA ECONOMÍA DEL SON JAROCHO: DE BIENES ARTÍSTICO-CULTURALES A MERCANCÍAS

Hoy día, existen diversas formas de organizar la producción, distribución y consumo de variadas mercancías que se producen en el ámbito rural derivado de expresiones artístico-culturales, dando como resultado la emergencia de economías alternas entre los antiguos modelos que caracterizaron a estos espacios. En este caso, con la economía del son jarocho se pueden apreciar diversos actores y formas de organización con respecto a la manufactura de elementos propios. Dichos elementos hacen convivir el valor contenido en la mercancía de quiénes los producen y quiénes los consumen. Como lo señala Appadurai:

Es necesario analizar todas las relaciones que se generan entre los que proveen los materiales, los que producen y los que consumen, es decir debemos seguir a las cosas mismas, ya que sus significados están inscritos en sus formas, usos y trayectorias. Es sólo mediante el análisis de estas trayectorias que podemos interpretar las transacciones y cálculos humanos que animan a las cosas [Appadurai 1986: 19].

Con base en lo anterior y en nuestro caso de estudio, el sonero jarocho les confiere a sus productos una carga cultural, para que quien la consuma reproduzca parte de esa carga cultural unida a la suya, tal como se puede leer en el siguiente testimonio:

Yo por ejemplo aprendí a hacer las jaranas como me enseñó mi papá, en ese entonces no había muchas herramientas como ahora. Conseguíamos el palo de madera y lo cortábamos a puro machete, ya luego le dábamos forma. Lo importante era tener aquel instrumento para tocar en el fandango. Ahora ya las hago con otras herramientas, pero me acuerdo de lo que decía mi papasito —lo importante es que suene duro y bonito. Por eso yo procuro que mis instrumentos suenen bien para que quien los compre no quede a disgusto, y que suene como si estuvieran acá en el rancho1 [conversación con Camerino Utrera Luna, El Hato, Veracruz, julio de 2019].

Este testimonio refuerza la idea de Appadurai que la mercantilización de las cosas descansa en la compleja intersección de factores temporales, culturales y sociales. Al mismo tiempo afianza que las mercancías están en constante movimiento y es justo ahí donde radica la incorporación de la cultura en las economías campesinas, rearticulando sus tradiciones —en este caso musicales— para generar proyectos de vida que permiten a sus miembros a enlazarse al orden global. Hernán Salas y colaboradores plantean que:

La globalización puede entenderse como una red compleja de relaciones diversificadas que participan en el ciclo de organización, desorganización y reorganización de los campos sociales y mundos posibles en los cuales el individuo busca construirse a sí mismo como sujeto; red que, con su propio dinamismo, se convierte en un sistema de convivencia mundial que de muchas maneras modela el comportamiento humano [Salas et al. 2011: 14-15].

Considero que es de suma importancia abrir los horizontes de investigación sobre otras formas económicas, como establece Susana Narotzky [2004], que las nuevas perspectivas guíen el análisis y comprensión de cómo se organizan las personas en torno a la producción de los bienes materiales y servicios que hacen la vida posible. Tal es el caso que aquí se presenta, el cual tiene qué ver con la producción de mercancías derivadas de un bien artístico-cultural —son jarocho— practicado por músicos del Sotavento al sur de Veracruz.

De acuerdo con dicha autora, el análisis antropológico de la economía debe ir más allá de los debates formalistas y/o sustantivistas o las discusiones marxistas. Ya que los primeros se aferraron a la idea que la actividad económica en las sociedades tenía que ver con la adjudicación de recursos y la distribución de la producción derivada de éstos, además basaron su análisis de las sociedades no occidentales, partiendo de las formas económicas de las sociedades capitalistas. Por su parte, la corriente marxista se preocupó más por la realidad del impacto causado por las economías capitalistas occidentales en las sociedades no capitalistas “cuyo debate se insertaba en un argumento demasiado filosófico que trataba de modelos abstractos y realidades concretas de la sociedad, y de la tensión entre lo abstracto y lo concreto” [Narotzky 2004: 18].

Es decir, estas dos posturas apostaron mayormente por el aspecto teórico para explicar las relaciones entre los modos, los agentes y los medios de producción, poniendo menor atención en la reproducción social, a lo que Narotzky denomina “movimiento mediante el cual una realidad social histórica concreta establece las condiciones para su continuidad y contiene transformaciones dentro de los límites de una lógica dominante” [2004: 19-21].

Coincido con ella cuando rechaza el concepto de un nivel económico separado o de una región acotada de relaciones y actividades sociales económicas porque en las poblaciones humanas y las relaciones materiales no pueden separarse teóricamente de sus expresiones culturales, pues son producidas o toman cuerpo materialmente.

De manera similar al planteamiento anterior, Throsby [2008] propone examinar el papel de los agentes y factores culturales en los resultados económicos y la relación entre la cultura y el desarrollo económico; analizar las labores emprendidas por las personas y los productos que resultan de éstas y cómo se articulan con aspectos derivados del diario acontecer, dando respuesta ante la necesidad de ingresos económicos. Señala, además, que la economía como actividad intelectual va de la mano con la cultura, ya que el impacto que produce en el pensamiento de los seres humanos interfiere a la hora de decidir qué, cómo y con qué pueden los individuos generar ingresos monetarios. Entonces, para dicho autor: “Los agentes económicos viven, respiran y toman decisiones dentro de un entorno cultural” [2008: 32], tal como lo veremos más adelante.

Ahora bien, siguiendo tanto la línea de Appadurai [1986, 2015] como la de Throsby [2008] el análisis de los procesos económicos debe poner especial atención en la experiencia y la capacidad de las acciones humanas, en la materialidad de su conciencia, la importancia de la cultura y del entorno personal en la construcción, así como de la transformación de las relaciones sociales que posibilitan los procesos de subsistencia. Por lo tanto, es necesario tomar en cuenta que para estudiar el aspecto económico de una población se deben poner énfasis en todas las relaciones o actividades imbricadas en los procesos sociales históricos concretos, así, poder comprender ampliamente la transformación de las lógicas locales, respecto del manejo de sus recursos, medios y modos de reproducción económica.

Conviene decir que existen diversas formas económicas con las cuales interactúan las sociedades, sin embargo, ha habido mayor predominancia de formas capitalistas de las entidades económicas más grandes del mundo. A los esfuerzos económicos de los países pobres se les considera de poca competencia, de la misma manera que a las estrategias económicas de tipo local se les caracteriza como: comercios informales, talleres, maquilas y en el peor de los casos se les designa como economías informales. Esta denominación “empezó como una manera de hablar de los pobres del tercer mundo que viven en las hendiduras de un sistema de gobierno que no pudo bajar hasta su nivel” [Hart 2015: 18]. Es decir, se presta poca atención a la creatividad que tiene la gente para afrontar los embates económicos, preponderando el interés por la acumulación de capital y los mercados.

La mayoría de los análisis de corte económico aíslan la economía de los asuntos ordinarios la vida, entonces la ciencia de la economía se convierte en un instrumento que los Estados usan para gestionar los recursos, antes que ser una herramienta para ilustrar sobre la manera en cómo ésta funciona. A los procesos de globalización se les ve como algo negativo y peligroso, como si las sociedades —sobre todo las más pobres— fueran externas a dichos procesos; sin embargo, los actores están en constante negociación de sus bienes culturales y por ello se abren nuevos espacios de producción, distribución y consumo. Hablando específicamente del ámbito rural, debemos modificar la mirada sobre este ámbito y dejar de pensar que es sólo un espacio inmerso en épicas resistencias, para así poder ver toda su capacidad productora. Así que las comunidades locales en el contexto de expansión capitalista basan su capacidad y fuerza productora para diversificar las bases clásicas de su existencia económica, las cuales:

No son, pues, meras reliquias o supervivencias del pasado, sino formas vivas que asumen a su modo la evolución histórica y las transformaciones que acompañan a los nuevos requerimientos productivos: monetarización de los intercambios, industrialización, cambios demográficos, etc. [Comas1998: 70].

Es de suma importancia prestar atención al análisis de cómo transforman las personas sus recursos culturales y naturales para obtener de ellos un ingreso económico. Si bien es cierto que el embate global supone la desaparición de fronteras, la aparición de tecnologías y de medios de comunicación electrónicos que modifican las condiciones del saber y las pautas del comportamiento social, también se abren posibilidades de redefinir y negociar nuevas formas de imaginar y expresar su capacidad productora en favor de su subsistencia. Sirva como ejemplo, el caso de Antonio Utrera de la comunidad de El Hato, quien dedica la mayor parte de su tiempo a la labor del campo, pero también combina con otras actividades para obtener mejores ingresos para el sustento de su familia:

Me dedico al trabajo del campo, a la venta de animales y a la pesca, pero no siempre alcanza el dinero. Por eso es por lo que en los tiempos en que no hago eso, me dedico a vender pan o pescado. Antes usaba mi bicicleta para ir a hacer las entregas, pero después cuando hubo la posibilidad me hice de una moto, ya con ella es más fácil de moverse —bueno— cuando está lloviendo fuerte ni cómo salir, aunque uno quiera. Yo veo que ya no está fácil vivir de lo que uno produce en sus tierras, a veces nada más sirve para lo que uno come. Ya la gente prefiere dejar el trabajo en la milpa porque es mucha chinga y sale muy poco y porque luego el temporal no deja. Pero la familia necesita comer y si uno no hace más que eso, pues nomás no la hace. En otras ocasiones cuando vamos a ir a tocar sones fuera del rancho, hago hamacas, abanicos, o rodelas.2 y las vendo cuando vamos a los eventos pa’ sacar otro poco de dinero [conversación con Antonio Utrera, en El Hato, Veracruz, diciembre de 2019].

Estas nuevas formas de organización económica atraviesan por un conjunto de transiciones, resultado de diversos fenómenos globales, que circulan simultáneamente entre las distintas escalas: nacional, regional y local, ante lo que deben responder de manera creativa. No se pueden quedar anclados sólo en las antiguas formas de producción, por lo tanto, deben “integrar diversas, ideas, sentimientos y experiencias en sus propias cosmovisiones y en la formulación de futuros mejores” [Salas, et al. 2011: 20]. Entonces la cultura local se produce de una nueva manera “globalizada”, pero asentada sobre la experiencia cultural, cuya característica es precisamente que se encuentra en continua construcción y arraigada en la tradición. Lo cual significa —en este caso con respecto al tema que compete a este artículo— que en las sociedades tradicionales la música tiene un papel más que estético, posee un carácter económico, que va aumentando de acuerdo con las transformaciones por las que enfrentan las sociedades rurales.

Así, el lector encontrará que el presente texto profundiza en las influencias de la práctica musical del son jarocho, en el funcionamiento de la economía local de las familias de músicos de son jarocho y cómo trasciende hacia otros espacios en los ámbitos nacional e internacional. Convirtiéndose así en una actividad económica que requiere de producción, de distribución y de consumidores, ya que en las últimas décadas ha crecido la demanda y gusto de esta música por parte de agentes externos a su lugar de origen.

De tal manera, lo que denomino “nueva economía del son jarocho” se puede entender con base en la concepción que señala Appadurai [1986] al concebir a las mercancías como elementos que se hallan en una situación determinada, la cual puede caracterizar muchos tipos de cosas en diferentes puntos de la vida social, para conocer su potencial dentro ciclo económico de los hatenses.

¡NO LE HACE QUE OTROS LO TOQUEN! EL EFECTO GLOBAL DEL SON JAROCHO

Ubicar el fenómeno global en un época y lugar determinado es complicado,3 ya que existen diversas posiciones al querer encontrar dónde, cómo y por qué se desarrolla éste. Por tal razón, la globalización ha sido definida de muchos modos y desde diversas perspectivas teórico-metodológicas, las cuales no siempre coinciden, por ejemplo, para Waters significa “un proceso social en el cual las restricciones de la geografía en las disposiciones sociales y culturales retroceden y en el cual la gente es crecientemente consciente de que están retrocediendo” [1995: 3]. Para Torres: “la globalización se puede definir como el proceso de integración económica mundial” [2008: 59]. A su vez, Kohl [2018] menciona que la globalización debe presentar más oportunidades para el individuo en aumentar sus negocios, en presentar su producto y en inspirarse por medio de los patrones productivos de otros, para que ésta no sea negativa y que no genere una aflicción si no se tiene acceso a las nuevas tecnologías, técnicas e información; ya que no se trata de ir en contra de este proceso sino de identificar las reacciones más fructíferas ante él. Entonces, globalización es un concepto que describe procesos de un inminente cambio social acelerado, en torno al cual se han gestado interminables polémicas. No cabe duda que hasta cierto punto parecería que la globalización tiene más características desfavorables que en favor, como lo señala Daniel Mato [2007]:

La mayoría de quienes “demonizan” la globalización, como la mayoría de quienes hacen su apología, comparten un error de base: fetichizan aquello que llaman “globalización”. Vale decir, lo representan como si se tratara de una suerte de fuerza supra humana, de dios demiurgo, que actuaría con independencia de las prácticas de los actores sociales. Por ello, no se detienen en analizar cómo participan diversos actores sociales en la producción de formas específicas de globalización [Mato 2007: 16].

De acuerdo con lo anterior, existen otras formas de acceder al estudio de este fenómeno, debido a que la globalización trasciende las fronteras y se sustenta en actores de diverso tipo: organizaciones no gubernamentales, corporaciones transnacionales, asociaciones regionales o individuos concretos [véase Martín 2013]. Es decir, los límites temporales y geográficos se deben desdibujar para tener una mayor integración de todos los campos de la vida social, en especial de la economía, la política y la cultura.

Ahora bien, para Comas d’ Argemir [1998] la globalización no impide, por el contrario, propicia que los ámbitos locales adquieran un nuevo protagonismo y una gran vitalidad, ya que inaugura nuevas potencialidades humanas, aunque desafortunadamente no garantiza la igualdad entre las personas, porque justo depende de ellas, que se organicen, se incluyan o excluyan de proyectos productivos en vías de enfrentar la escasez de dinero e integrarse de una manera u otra al mercado de bienes culturales. En ese sentido, la economía de mercado penetra en distintos pueblos del mundo, impregna la lógica de producción de diferentes formas y modifica la vida de la gente, de tal manera que no se trata de un fenómeno homogeneizador ya que, “aunque la globalización por definición es un efecto mundial, la respuesta frente a ella, no obstante, será distinta en cada región” [Kohl 2018: 28].

Entonces, con base en el eje temático para el caso de estudio que aquí compete, ¿cómo ha repercutido el fenómeno global? Los campesinos de El Hato han combinado el trabajo agrícola con el asalariado y con el de los servicios. En esta dinámica está presente la economía del son jarocho —la cual describí párrafos arriba. Un ejemplo de ello se presenta entre varios de los habitantes de El Hato —tanto en hombres como como en mujeres— que pueden participar de la combinación de trabajo en dichos espacios laborales, tal es el caso de la señora Cata4, quien en una conversación me comentó:

Yo le ayudo a mi marido en la milpa, pero es muy pesado este trabajo y pues ya a mi edad me cansa mucho, pero tenemos que trabajar para poder comer y mantenernos, además vendo refrescos y cervezas para completar el gasto. Pero también tejo blusas y faldas para las muchachas que van a los fandangos, las vendemos también en otros lugares. Para que se vendan en otros lugares, se las damos a Wendy para que nos haga el favor de ofrecerlas con otras gentes [conversación con Cata Cobos, EL Hato, Veracruz, diciembre de 2018].

Los músicos de son jarocho se enfrentan a un mundo desarrollado que les obliga a entrar en la circulación de mercancías derivadas de su práctica —aunque no siempre de manera consciente— y a competir con otros productores no locales. Por ello, se origina un flujo de productos en los ámbitos local, nacional e internacional, no sólo de bienes derivados del son jarocho, sino también de personas que hacen posible que estas mercancías culturales se trasladen de un espacio a otro. Al respecto, Appadurai, inspirado por Graburn, señala que las rutas específicas de las mercancías se transforman o toman un rumbo diferente al original:

Toda un área involucra lo que ha sido llamado arte turístico, donde los objetos producidos por comunidades pequeñas con fines estéticos, ceremoniales o suntuarios son transformados cultural, económica y socialmente por los gustos, los mercados y las ideologías de economías más grandes [Graburn apud Appadurai 1986: 44].

Los productos derivados del son jarocho tienen en un primer momento un sentido de uso local, el cual se va transformando debido al auge que empieza a tener esta práctica musical hacia el exterior. Fuera de la localidad estos productos adquieren otros sentidos como objetos de ornamento y/o adorno, de objetos depositarios de patrimonio para su exhibición en museos o exposiciones temporales. Desde nuestro punto de vista como científicos sociales, tal proceso puede considerarse muy riesgoso porque parecería que representa la pérdida del sentido original de sus ejecutantes primigenios, como lo señalan Pérez Monfort y Ana Paula de Teresa:

Hoy en día no sólo los medios de producción, los productos del trabajo y la fuerza laboral son mercancías, sino que el campo social se ha transformado en un mercado en el que todos los factores de la naturaleza y de la vida humana son susceptibles de comercialización. En la medida en que los bienes y servicios se integran al juego de la oferta y la demanda, el propio mercado tiende a modificar el contenido de las expresiones y productos socioculturales [Pérez et al. 2019: 28].

El párrafo anterior hace énfasis en la pérdida de sentido de las prácticas culturales, no obstante, Holton [1998] señala:

El repertorio global no ha de ser considerado, pues, como el paraíso del consumidor ni como un bufet intercultural que hace la vida mejor, pero tampoco es un diabólico sistema de dominio de los de arriba sobre los de abajo. Sabemos esto no porque lo digan optimistas y privilegiadas voces de occidente, sino porque es coherente con las acciones y creencias de una serie de voces mundiales, tanto fuera como dentro de occidente [Holton 1998: 185].

Para algunos jaraneros jarochos, la comercialización de sus productos representa una oportunidad para adquirir un ingreso más a su economía, como se puede inferir en el siguiente testimonio:

¿Camerino, tú que piensas de que el son jarocho y la producción de instrumentos haya sido retomada por personas externas a su lugar de origen? —Pues yo creo que no hay mucho problema, pues uno no se va a hacer millonario con esto. Pero si sentimos bien chingón cuando nos piden que les vendamos instrumentos, o que les enseñemos a tocar, pues con lo que nos pagan nos ayudan a juntar una lanita para darle de comer a nuestra familia. Yo creo que para nosotros los jaraneros es un gusto que nuestra música se lleve a otros lugares, siempre y cuando los que lo hacen no olviden de dónde y con quién lo aprendieron, porque luego hay muchos cabrones que no reconocen quien les enseñó, y luego andan diciendo que aprendieron solos, o peor aún, aprendieron con la banda que viene de afuera, aprenden y luego dan talleres allá en las ciudades, cobran mucho, y no les enseñan a los chavos que el fandango y la música de son, es para compartir y no para alardear [conversación con Camerino Utrera Luna, El Hato, Veracruz, diciembre de 2019].

El testimonio anterior deja entrever lo que Comas d’ Argemir [1998] dice sobre la coexistencia de una lógica de formas y relaciones diferentes de producción de los campesinos con sus tradiciones culturales, las cuales posibilitan la diversificación de actividades con todo lo que ellas implican, para la reproducción de las unidades sociales. Es decir, el son jarocho como expresión de una tradición cultural y de intercambio que en un primer momento pertenecía al ámbito local, actualmente ha logrado impulsar la economía de los hatenses al exterior, haciendo compatible su desarrollo económico y la preservación de dicha tradición. Así mismo, por medio de dichas actividades se puede percibir la creatividad de las personas para enfrentar o adherirse a los procesos globalizadores. Continuando con esta autora, los campesinos han dejado de ser vistos como una especie de sistema social que se mantenía apartada de las corrientes modernizadoras, estos “campesinos, que habían sido considerados como un sector en retroceso y marginal en el avance de la industrialización y de la economía de mercado se revelan ahora mucho más importantes de lo que parecían” [Comas 1998: 85]. Más aún, la actividad artesanal que antes era vista como una estrategia complementaria en el espacio rural y fuera de los circuitos mercantiles, hoy en día puede tratarse de una producción orientada al mercado que resuelve muchas de las carencias económicas de este sector de la sociedad.

Como consecuencia, la globalización debe representar la oportunidad de colocar la producción, en este caso, de los soneros jarochos en el mercado musical, identificando las reacciones más fructíferas de dicho fenómeno. Es decir, verlo como aquello que señala Kohl [2018]: una disposición a buscar espacios alternativos de desarrollo económico en otras áreas geográficas y que de este modo se convierta en una estrategia provechosa, ya que se vuelve un vehículo que permite a los sectores rurales hacer frente ante la realidad económica por la que atraviesan, además de ser un factor que incentiva la creatividad de las personas y les da la oportunidad de abrirse hacia otros consumidores de sus productos; de tal manera que se genera una desaparición, reconfiguración, diversificación, permanencia y/o expansión de muy variadas formas y arreglos de organizar la producción.

Con respecto a lo anterior, Carmen Bueno [2016] señala que las grandes transformaciones en la economía mundial han suscitado la emergencia de nuevos actores sociales respaldados por sus repertorios culturales, donde los oficios tradicionales circulan en el espacio de flujos globales. Dando paso a la apropiación de aprendizajes y capacidades organizativas y operativas, así como de múltiples interacciones y negociaciones que denotan relaciones de poder y jerarquías, lo cual es de interés antropológico para este trabajo.

ACTIVIDADES PRODUCTIVAS EN TORNO AL SON JAROCHO

La producción del son jarocho refleja las dinámicas y decisiones que toman los músicos jarchos, incluso algunas de éstas se llegan a mezclar en diversos planos de acción, también permite analizar el manejo de saberes y conocimientos, de talentos, capacidades y competencias que se producen entre cada uno de los actores; en su afán por procesar, movilizar y sistematizar los recursos artístico-culturales con los que cuentan, tal como lo veremos con el caso de: A) los Lauderos, B) Los talleristas de zapateado y ejecución musical, así como el caso de C) las mujeres productoras de textiles para el son jarocho.

A) ¡Yo soy como mi jarana, con el corazón de cedro! El laudero y la laudería jarocha

Desde sus orígenes, el son jarocho ha transitado entre una gran variedad de saberes y estilos musicales. Fue necesario la adaptación de materiales, formas y sonidos para la reproducción de esta nueva expresión musical, de tal manera que se dio origen a instrumentos propios para ella.

Bernard Séve [2018] señala: “Los instrumentos musicales son expresiones del imaginario sonoro de las sociedades, la creación de una atracción por la música que implica también, cierta relación con el tiempo y con el mundo. Y que, a través de sus instrumentos, cada cultura nos informa de su sensibilidad sonora y su experiencia personal” [2018: 9]. Dicho de otra manera, los instrumentos musicales son el reflejo de una época, de la sensibilidad de un tiempo, una respuesta a la necesidad de un tipo de música y, sobre todo, de sonido, que ayuda a contrarrestar el olvido. Sin embargo, en un momento dado éstos se insertan en los circuitos comerciales. Por tal motivo, el laudero —constructor de instrumentos— al fabricar un instrumento, está evocando con ello un momento sociohistórico, ya que todo el conocimiento que necesita para fabricarlo, le fue transmitido en un momento y espacio determinado, que actualmente ese instrumento, al sonar hace presente el legado cultural de quien lo construyó.

La elaboración de instrumentos musicales, además de revelar el comportamiento cultural de las personas de esta población, también permite entender el acontecer económico de los soneros jarochos, tal como se muestra con el caso de los lauderos dentro de las actividades económicas en el ámbito rural. Esto tiene que ver, como lo señala Velasco [2011] con la construcción de una forma actual de ruralidad que se deriva de las propias dinámicas de cambio interno, las cuales provocan transformaciones drásticas del trabajo en el campo, así como la reestructuración de nuevas y viejas estrategias socioeconómicas en las comunidades, entre las que surgen nuevos nichos laborales. En años anteriores, esta actividad de construir instrumentos era de uso más local, pero actualmente ha incrementado la demanda de instrumentos para ejecutar el son jarocho, por lo que algunos músicos de El Hato se han dedicado a producirlos de manera más profesional, dejando un poco las antiguas labores de su entorno, así, la laudería en esta localidad genera un ingreso a la economía de quienes los fabrican.

Un rasgo importante para mencionar es que el instrumento por sí solo no puede existir, necesita de un constructor que le dé forma, de quien le va a hacer sonar y los que van a escuchar; pero por el momento sólo hablaremos del laudero/constructor de instrumentos. De acuerdo con Bernard Séve [2018] el laudero/Luthier es el apelativo del artesano que fabrica, mantiene y restaura instrumentos de cuerda y luthería o factura instrumental al conjunto de oficios característicos del lutier. Los lauderos hatenses se basan en la transferencia del saber teórico y la experiencia que se hereda por medio de la transmisión de una generación a otra, como lo refiere Anastasio —mejor conocido, tanto en la región como en el medio musical “Tacho”— Utrera:

Mi papá tuvo la experiencia y le tocó ese tiempo en que no había tecnología ni herramientas y todo era a mano. Se tallaba a mano, se ahuecaba a mano y se lijaba con vidrio, porque no había tiendas ni ferreterías. Aprendí de mi papá y mi papá de su abuelo y el abuelo de su papá… es una cadena familiar que tenemos tanto en la música como en la fabricación de instrumentos y se siente muy bonito ser parte de eso [entrevista con Tacho Utrera, Edgar Ávila]5.

De manera que en El Hato, Veracruz, Camerino, Anastasio y Antonio recibieron de su padre, Esteban Utrera Lucho, la enseñanza para construir diversos productos de madera: cajones mortuorios, trasteros, puertas, sillas, entre otras cosas más; aunado a dicho aprendizaje, estaba también la construcción de instrumentos para el son jarocho. Pero de estos tres hermanos, sólo Camerino y Anastasio continúan con la laudería y la ejecución musical, Antonio sólo con la ejecución musical. En la actualidad Anastasio y Camerino viven de ser lauderos, aunque hacen un poco de muebles —sobre pedido— pero a lo que más le dedican tiempo es a la manufactura de instrumentos para el son jarocho:

Siento una pasión al trabajar un instrumento, siento que le pongo parte de mi para que salga con buen sonido, la misma gente habla de mis instrumentos entonces creo que hay que ponerle mucha pasión y hacerlo con mucho cariño. Para que suenen bien no existe un secreto [entrevista con Anastasio Utrera, Edgar Ávila, noviembre de 2019].

Con respecto a la construcción de instrumentos, Camerino Utrera me comentó lo siguiente:

Hace como unos treinta años, más o menos, yo me quise ir a probar suerte a los Estados Unidos, pero un gran amigo, Gilberto Gutiérrez me dijo —a qué te vas allá, vas a dejar a tu familia y quién sabe cómo esté el asunto en ese lugar. Mejor quédate, tú sabes hacer instrumentos de son jarocho, por qué no vienes a Tres Zapotes a los talleres de laudería, con lo que tú has aprendido del viejo Utrera y usando nuevas herramientas, podrás hacer más y venderlos para mantener a tu esposa, e hijos. Desde entonces chita, se me quitó ese pensamiento, y me dediqué a hacer instrumentos y a enseñar a otros a fabricar instrumentos [conversación con Camerino Utrera, marzo de 2019].

Actualmente Camerino Utrera dedica la mayor parte de su tiempo trabajando como laudero, ya que la labor en el sector primario, que antes era a la que más se dedicaba ha disminuido, al grado de que su hermano Antonio es quien le ayuda a trabajar su tierra porque, como en algún momento me comentó Camerino: “el trabajo del campo es muy pesado y se gana muy poco, te llevas unas chingas, terminas muy cansado y a veces el temporal se lo lleva todo, por eso hay que buscarle” [conversación con Camerino Utrera Luna, El Hato, Veracruz, julio de 2019].

Estos procesos de producción no sólo implican relaciones sociales, sino que también significan interacción entre los individuos y la naturaleza, por lo que no pueden separarse de sus expresiones culturales, ya que justamente se materializan en cada producto derivado de esta práctica musical. Así lo refiere Narotzky [2004]:

La existencia de un contexto natural dado de antemano, un medio ambiente, donde habitan los grupos humanos, está ahí para ser intervenido y del cual dichos grupos pueden tomar lo necesario para subsistir. El medio ambiente a su vez responderá a la acción humana suscitando respuestas de retroalimentación que afectarán, de un modo u otro las diferentes especies que comparten un espacio definido [Narotzky 2004: 24].

Entonces, la construcción de una jarana, guitarra de son o leona, panderos, entre otros instrumentos, involucra una serie de conocimientos y selección de materiales para su confección. Los lauderos de son jarocho establecen un vínculo entre la madera y la elaboración de sus instrumentos pues ellos dicen que para cortar el árbol que ya está listo para dicho fin, tiene que ser bajo la luna cuarto menguante, si no la madera no servirá porque se llena de hogos e insectos. Entre los hatenses se tiene el dicho “cualquier madera es buena, si se sabe trabajar”, por lo que el uso de ellas depende de que se les pueda conseguir, ya sea en la misma localidad o fuera de ella. Así pues, el caso de Camerino y Anastasio Utrera no es el único, existen otros lauderos de la región que han apostado por la producción de instrumentos musicales y otros productos derivados de esta tradición musical, tal como lo veremos más adelante.

B) ¡Así aprendí yo! Talleres de zapateado y ejecución instrumental generadoras de ingresos

En la actualidad los saberes o tradiciones, que en tiempos anteriores pertenecían al ámbito local, han ido retomando otros espacios derivados de los cambios y la creciente modernidad. Por lo cual, como lo enfatiza Ortiz:

El objetivo ya no es escapar al proceso, o negarlo, sino insertarse en su interior, buscando caminos alternativos para otra globalización […] con la discusión de una sociedad civil mundial que busca nuevas formas de actuación, inexistentes hasta entonces [Ortiz 2005: 10].

De acuerdo con este autor, lo antiguo se redefine así en la situación de globalización y el pasado lejos de ser apagado por los nuevos tiempos, es retrabajado por las fuerzas activas de la sociedad. Y es precisamente por la inserción del son jarocho en el en el mercado global y por la transmisión del valor cultural, que como lo plantea Jacques Attali: “la música remite a la triplicidad de toda obra humana, a la vez disfrute del creador, valor de uso para el oyente y valor de cambio para el vendedor” [1995: 20].

Tal es el caso de los talleres de zapateado y ejecución de instrumentos impartidos por jóvenes soneros, quienes trabajan con sus padres como agricultores, pescadores o jornaleros, pero que ahora han visto como una alternativa obtener recursos monetarios por medio de enseñar el zapateado y a tocar jaranas. Ejemplo de ello es el caso de Mario Cruz Cequeda, quien refiere lo siguiente:

Me dedico al trabajo del campo y al son jarocho, tengo treinta y cuatro años. Empecé a trabajar en el campo con mi papá desde que era chiquitito, tenía como once o doce años. Nos levantábamos muy temprano para ir a sembrar, cuidar la milpa y cosechar, también cuidar unas vaquitas, alimentarlas y ordeñarlas, para después llevar a vender lo que obteníamos de la cosecha y la leche, ya lo que quedaba era para nuestro consumo. Pero ahora también me dedico a enseñar a los chamacos lo que es el son jarocho, zapatear, cantar y tocar jaranas. Bueno, yo desde muy chico aprendí, mi mamá me enseñó a zapatear en la tarima, y me gustó mucho. Ya después de varios años me di cuenta de que podía enseñar, no sólo a los chamacos de mi región, sino que el son jarocho empezó a tener mucho jale, y ya otra gente venía a querer aprender. Así fue como poco a poco me empezaron a pedir que diera talleres fuera de mi pueblo, en otros estados del país. [conversación con Mario Cruz Cequeda, Dos Matas, Veracruz, julio de 2019].

Sobre este proceso Kohl [2018] dice que estos músicos gradualmente por medio de sus presentaciones, grabaciones y talleres se fueron integrando en el mundo del mercado de distintas maneras. El trabajo constante por parte de Mario para enseñar esta tradición musical le ha llevado a formar parte del programa de educación en la escuela primaria de la localidad de Paso del Amate, Veracruz, ya que los papás se organizaron para que fuera una clase obligatoria y que se le pagara a él por las clases impartidas a sus hijos. Los padres refieren que los niños no deben olvidar su cultura y tradiciones, ya que muchos de ellos no saben zapatear, ni tocar o cantar, impulsan a sus hijos a recibir las clases, porque no quieren que a sus hijos les pase igual. La labor de este joven jaranero se ha propagado hasta instituciones como la Escuela de Danza de Bellas Artes de Jilotepec, Estado de México y otros espacios fuera de su localidad.

El caso de Mario no es el único dentro de la familia de soneros jarochos, existen otros jóvenes que han hecho de esta práctica musical su modus vivendi del cual obtienen ingresos monetarios, aunque a diferencia de Mario, ellos se dedican de tiempo completo a dar talleres y presentaciones de son jarocho en los ámbitos nacional e internacional. Entre dichos jóvenes se encuentran: Lucero Farías, Iván Farías, Enrique —mejor conocido como Quique— Vega, Juan Campechano, entre otros.

Con todo lo anterior, se puede deducir que el son jarocho se ha insertado en el mercado a raíz de la gran oferta que de él hacen sus interlocutores, ya que parten de un discurso de reivindicación y resguardo de su tradición fandanguera. Por lo tanto, se puede comprender que son ellos quienes deben decidir qué y cómo conservarlo partiendo del momento por el que atraviesa esta tradición musical. Es así como esta música se ha relacionado con diversas maneras en el ámbito mercantil; razón por la que dicha unión es necesaria para que sus intérpretes puedan obtener ingresos, aunque implica algunas adaptaciones de la interacción entre el ejecutante y su música, ya que “al entrar al mundo de la oferta y la demanda, también tienen que competir con sus colegas para acceder a plazas de trabajo” [Kohl 2018: 203-204]. A su vez, esta competencia les permite incentivar su creatividad, tal como lo veremos con la siguiente actividad productiva derivada del son jarocho.

C) ¡Manos tejedoras de esperanza! El papel de las mujeres como soportes y apoyos económicos

Hasta hace tres décadas, las mujeres de El Hato estaban más enfocadas en las labores del hogar, la educación de sus hijos y apoyando a sus maridos en la faena del campo. El trabajo de las mujeres no tenía una percepción monetaria fuera de esta esfera y se consideraba como parte de su deber. De acuerdo con Quintanilla [2002], históricamente las zonas rurales se caracterizaron por estructuras de poder y costumbres sociales que van cambiando lentamente, que generó una situación de vulnerabilidad entre las mujeres rurales, sufriendo una doble marginación, por ser mujeres y por ser rurales:

Yo me casé con mi marido y me trajo a vivir a El Hato y desde entonces vivo aquí. Me acuerdo de que por aquel entonces —será como más de 40 años de eso— teníamos que labrar mucho la tierra para que nos diera que comer. Yo apoyaba en lo que podía, pero me encargaba más de criar y cuidar a mis hijos. Bueno, sí le llevaba yo su comida a Esteban y a los otros hombres al campo. Ya luego crecieron los hijos y le ayudaban con el trabajo. Él también sabía hacer muchas cosas de artesanías, aparte de hacer instrumentos, hacía hamacas, rodelas, abanicos, etc., y yo le ayudaba. [conversación con Doña Reina Luna, El Hato, diciembre de 2018].

No obstante, esta situación de las mujeres rurales, se puede apreciar una intensa actividad de ellas para la obtención de ingresos en la economía del hogar:

Afortunadamente la situación de las mujeres rurales ha cambiado considerablemente en los últimos años. Su papel tras años de lucha empieza a valorarse. Se puede decir que la andadura hacia el reconocimiento de sus derechos laborales, políticos y culturales ha comenzado. Todo gracias al protagonismo que por sí mismas han alcanzado, realizando un esfuerzo superior al del resto de mujeres. Debido a su inconformismo, a su trabajo y a su constancia, además de colaborar en el desarrollo cotidiano de sus explotaciones, están logrando un modesto papel en la sociedad actual, consiguiendo hacerse partícipes de actividades locales, de turismo rural, conservación de la naturaleza, agroindustria, adaptación a nuevas tecnologías, etc., que a partir de ahora tendrá que hacerse necesariamente teniendo en cuenta a las mujeres rurales [Quintanilla 2002: 1].

Es así como se reconfigura el papel de la mujer en el ámbito rural, debido a las transformaciones socioeconómicas en dicho espacio. Algunas de ellas toman las riendas de su hogar y la manutención, debido a que sus maridos han emigrado o por el simple hecho que saben que pueden y quieren obtener ingresos para el sostenimiento de su familia. Un punto importante con respecto al repunte de las mujeres en las actividades productivas y que se puede apreciar claramente en El Hato es la diferencia de pensamiento y comportamiento entre las cuatro generaciones de mujeres que habitan ahí. Las dos generaciones más antiguas se dedicaron por completo a las diligencias del hogar y apoyar a sus maridos en las labores del sector primario, por lo tanto, casi no salieron del pueblo. A partir de la tercera generación, las mujeres se empezaron a encargar de lleno de la faena en el campo —que anteriormente sólo el varón hacia este trabajo por ser una “labor pesada” no apta para mujeres— también procedieron a buscar ingresos fuera de sus hogares o a estudiar más que sólo la primaria.

Así mismo, estas mujeres hatenses demandaron cursar la educación escolar secundaria y preparatoria o hacer alguna carrera técnica. Sin embargo, muchas veces al salir de la localidad para estudiar ya no regresaron, ya sea porque siguen estudiando o se quedan a trabajar en las ciudades como Santiago Tuxtla, San Andrés Tuxtla, Catemaco o en el Puerto de Veracruz. Un ejemplo es el caso de Reina Utrera, quien se fue a estudiar una carrera técnica de Cultora de Belleza, desde hace ocho años trabaja en el Puerto de Veracruz. Ella regresa en las fechas más significativas a su localidad para participar de los fandangos en honor a los santos o por otras festividades. En la actualidad, las mujeres más jóvenes que se han quedado en El Hato están emprendiendo negocios: ya sea poniendo una pequeña tienda, vendiendo productos cosméticos, haciendo pasteles para venta, galletas de masa fina, entre otras acciones que les proporcionan ingresos extra. Entre todas esas actividades, se encuentra la elaboración de prendas para vestir en los fandangos, como son: blusas, faldas, fondos y guayaberas, elaboradas con diversas telas, como el lino, la manta, el rayón o de algodón, le ponen motivos tejidos con hilos de estambre.

Según lo refieren algunas mujeres: sus abuelas, madres, tías o madrinas les enseñaron a tejer y a confeccionarse ropa, pero en un principio sólo lo hacían por el puro gusto de aprender:

A mí me enseñó mi madrina, me dijo —vente, hija te voy a enseñar a tejer algo bonito que después te va a servir para que le hagas ropa a tus muchachos— también nos enseñaban para que no anduviéramos de flojas. Así aprendí yo y me gusto, ya después nos empezamos a hacer prendas para vernos bien en los fandangos, entonces algunas otras personas querían ropa como la que nosotras usábamos. Un día nos juntamos varias mujeres para intercambiar puntadas, telas, o combinación de colores, y después el ayuntamiento nos ofreció cursos de corte y confección. Wendy nos ayuda a vender nuestros productos, cuando se vende nuestra prenda, nos da el dinero que le corresponde a cada uno por lo que trabajó, ya con ese dinero, tenemos un extra para poder solventar los gastos de nuestra casa [conversación con Carmen Pérez Guatemala, El Hato, Veracruz, marzo de 2019].

Derivado del aprendizaje de confección de textiles se creó una Cooperativa, la cual incluye a la mayor parte de las mujeres de El Hato. De acuerdo con lo que ellas me comentaron, esta iniciativa tiene ya casi 20 años y que algunas de las pioneras ya no están, pero las que quedan están trabajando cada día más en la elaboración de la “ropa de fandango” como ellas la llaman, también mencionaron que, sobre todo las más jovencitas —de entre 20 y 30 años— son las que más producen porque le dedican más tiempo a la costura y al tejido. Ahora bien, coincido con Quintanilla [2002] cuando señala que hoy día en el ámbito rural existe la posibilidad de llevar una forma de vida que no corresponde a la imagen tradicional del campo y que permite la emergencia de otras formas de autoidentificación de las mujeres.

Cabe señalar que el hecho de que las mujeres de esta población puedan vender la “ropa de fandango”, se debe en parte al valor de uso que adquirieron estas prendas fuera de la localidad y al creciente gusto por ellas. De tal manera que les da la posibilidad de trabajar como ellas señalan:

Se puede decir que ya tenemos un trabajo que nos da de comer y ganamos dinero, porque a veces tenemos que solventar el gasto cuando al marido no le va bien con su trabajo, entonces saca uno su guardadito. Por ejemplo, hace unos meses mi marido tuvo un accidente y no podía trabajar, estuvo más de un mes sin poder levantarse, entonces yo con lo que vendí del tejido, pude sacar a delante a mis hijos y a mi marido. Por eso nos gusta cuando viene gente de fuera a los fandangos de El Hato, porque podemos vender nuestro trabajo [conversación con Jacinta Guatzozón, El Hato, Veracruz, julio de 2019].

Si bien el protagonismo de las mujeres de El Hato se debe en gran parte a las transformaciones económicas por las que ha pasado su localidad y al cambio de mentalidad; otros elementos que han influido a su inserción en nuevos espacios laborales son los medios de comunicación, las redes sociales o el ejemplo de las primas, tías y sobrinas, que han salido del pueblo. Entonces, las mujeres de El Hato se vuelven piezas clave de la estructura y desarrollo del medio rural, formando parte del sistema productivo de su localidad, entonces “la mujer rural conoce las necesidades que se plantean en su medio, son agentes clave para conseguir los cambios económicos, ambientales y sociales necesarios para el desarrollo sostenible de su población” [Quintanilla 2002: 6].

En fin, existe un universo de ejemplos que muestran la transformación de las actividades productivas entre los hatenses, pero por cuestiones de espacio sólo mostré una breve mirada acerca de este fenómeno que se genera en torno al son jarocho. Sin embargo, deseo que este artículo contribuya para el estudio antropológico del fenómeno musical en las sociedades rurales y poder mostrar los alcances que tiene el uso y manejo de los saberes culturales transmitidos de generación en generación para la obtención de recursos monetarios.

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1Cabe señalar que las conversaciones utilizadas en este artículo cuentan con la aprobación para su publicación por parte de cada una de las personas que generosamente conversaron con la autora.

2Las rodelas son una especie de canastilla que se cuelga y ahí se colocan alimentos para que no estén al alcance de los gatos, perros, o las hormigas.

3El fenómeno global ha sido abordado por diversas disciplinas en diferentes épocas, hay quienes señalan que este proceso no se puede delimitar como algo muy reciente; por lo tanto se le puede ubicar en varias etapas de la historia de la humanidad como son: en primer lugar, situarla junto con la aparición de las primeras civilizaciones humanas; en segundo, lugar el proceso de globalización con la aparición de la modernidad europea durante el siglo XV; en tercer lugar, unirla a la consolidación de la revolución industrial en el siglo XIX; por último, considerarla la última etapa de la expansión del capitalismo en el ámbito mundial a finales del siglo XX [véase Martín, 2013]. Sin embargo, cabe recalcar que el concepto como tal empezó a tener mayor auge en 1990 de la mano de Theodore Levitt, con su artículo “La globalización de los mercados” [1983], en el cual mostró que los debates políticos económicos de la época se centraban de manera prominente en este fenómeno global, en medio de la apertura de libre comercio y la crisis financiera provocada por tal apertura.

4Catalina —Cata como mejor le conocen— Cobos es una señora de más de 50 años, está casada con uno de los fandangueros de la localidad y no tienen hijos, es la encargada de la capilla donde se realizan los fandangos en honor a la virgen de Guadalupe y es parte de las bailadoras de son jarocho. Pertenece a la segunda generación de soneros de El Hato que han preservado está tradición musical.

Recibido: 05 de Marzo de 2021; Aprobado: 06 de Agosto de 2021

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