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Cuicuilco. Revista de ciencias antropológicas

versión On-line ISSN 2448-8488versión impresa ISSN 2448-9018

Cuicuilco. Rev. cienc. antropol. vol.26 no.76 Ciudad de México sep./dic. 2019  Epub 02-Oct-2020

 

Diversas temáticas desde las disciplinas antropológicas

Fundamentos de arqueosemiótica

The basics of archaeosemiotics

Roberto Flores Ortiz1  * 

1Dirección de Etnología y Antropología Social (DEAS) INAH, México.


RESUMEN

La interpretación de los restos materiales que han legado las culturas del pasado es un tema que ocupa y preocupa a los arqueólogos y otros especialistas. La posibilidad de diseñar métodos y técnicas analíticas para realizar esta tarea requiere de enfoques que trasciendan las fronteras disciplinarias. La semiótica, entendida como el estudio de los sistemas de significación, se encuentra privilegiadamente situada para incursionar en este ámbito del conocimiento. Sin embargo, lejos de limitarse a ser una disciplina auxiliar de los estudios arqueológicos, la Arqueosemiótica tiene como obligación dirigir su visión a las culturas del pasado como fenómenos significativos, sin pretender remplazar a los enfoques arqueológicos tradicionales. El artículo presenta y justifica un modelo analítico para la Arqueosemiótica basado en el reconocimiento de tres dimensiones fundamentales de la significación: la apariencia, la presentación y la presencia.

PALABRAS CLAVE: Semiótica; arqueología; significación; apariencia; presentación; presencia

ABSTRACT

The interpretation of the material remains bequeathed to us by the cultures of the past is a subject that both occupies and worries archaeologists and other specialists, since the possibility of designing analytical methods and techniques to perform this task requires approaches that transcend disciplinary boundaries. Semiotics -understood as the study of sign systems and their signification- holds a privileged place regarding this field of knowledge. However, far from being an auxiliary discipline of archaeological studies, archaeosemiotics has the obligation to focus on the cultures of the past as significant phenomena, thus avoiding the substitution of traditional archaeological approaches. This article presents -and justifies- an analytical model for the use of archaeosemiotics in this field based on the recognition of three fundamental dimensions of meaning: appearance, presentation and presence.

KEYWORDS: Semiotics; archaeology; significance; appearance; presentation; presence

INTRODUCCIÓN

La idea de una rama de la semiótica dedicada al estudio de materiales arqueológicos tiene dos puntos de partida: por una parte, la necesidad resentida por los arqueólogos de contar con métodos que guíen la interpretación de los restos del pasado rescatados en su trabajo de campo; por la otra, la exigencia de la propia semiótica de que sus métodos e hipótesis analíticas sean susceptibles de aplicación a todos los ámbitos del quehacer humano. La convergencia de esas dos perspectivas da origen a lo que aquí he llamado arqueosemiótica, es decir, al estudio del sentido ofrecido por los materiales del pasado, tanto a sus creadores y usuarios iniciales, como a los arqueólogos y los amantes de la arqueología (quienes, sin duda, también son, a su manera, creadores y usuarios). Este sentido abarca desde el más trivial sentimiento de familiaridad que experimentamos frente a los objetos, construcciones y situaciones más cotidianos, hasta la extrañeza más intensa frente a lo excepcional y grandioso y frente a lo que nos induce a interrogarnos sobre el simbolismo de lo observado.

Si el estudio de la significación suscita en el arqueólogo gran interés por la posibilidad de entender el sentido de los restos de la cultura material [Preucel 2006], la semiótica siente el deber de responder ante las interrogantes que plantean las culturas ajenas a las nuestras, del mismo modo que ha enfrentado la tarea de comprender nuestras propias culturas. Pero al hacerlo, enfrenta un nuevo obstáculo, pues esas culturas del pasado ya no se encuentran presentes y, por ende, no es posible interrogar a sus practicantes. Debe, pues, aguzar sus instrumentos analíticos, extender sus capacidades, forzarlos a que den de sí todo lo posible y, llegado el momento, hacer gala de ingenio e imaginación para efectuar las inferencias más audaces y, al mismo tiempo, más justificadas. Es claro para todos, que las significaciones buscadas por el semiotista metido a arqueólogo o por el arqueólogo semiotista, no son del orden de la evidencia primaria e inmediata, sino interpretaciones recónditas y elusivas que es preciso desentrañar al precio de múltiples exámenes, extrapolaciones y suposiciones.

Por ello también debe ser claro que la signicidad1 buscada no es la de la percepción clara y distinta, la que se ofrece de manera directa a los sentidos bajo el rubro de la iconicidad, puesto que es deber del arqueosemiotista cuestionar el valor de las evidencias materiales. Tampoco enfrenta inmediatamente significaciones de carácter convencional, inscritas en la simbolicidad, pues al ser inmateriales, han desaparecido junto con los seres que las respetaban y han dejado en su lugar engañosas regularidades que apuntan en direcciones inciertas. La significación buscada es de carácter indicial, en donde la significación es producto de una contigüidad existente entre un resto material y la práctica humana que le dio origen y destino.

No quisiera dar la impresión de que esta empresa es absolutamente novedosa. Ciertamente, a la fecha, sólo hay una obra, la de Preucel [2006], que lleva el explícito título de Archaeological Semiotics: todavía están por venir textos fundadores y la creación de handbooks y manuales que nos enseñen a hacer las cosas. Pero ya hay desde hace un cierto tiempo pioneros que nos marcan la ruta y nos ofrecen instrumentos preciosos para nuestro análisis: el mismo Preucel ofrece en su libro una reseña de los autores que hasta 2006 han abordado este campo. En el ámbito semiótico son conocidos los trabajos de André Leroi-Gourhan [1971, 1988], Jean Claude Gardin [Gardin y Peebles 1992] y Paul Bouissac [Bouissac y Gheorghiu 2015]; pero Preucel [2006: 8-9] también menciona entre los precursores a Annette Laming-Emperàire y James Deetz, quienes desde los años 60, propusieron el estudio del significado de los restos materiales. Asimismo, no es posible ignorar el aporte de Ian Hodder [1988], fundador de la arqueología interpretativa, quien, sin identificarse como semiotista, ha abogado por el estudio de la significación en arqueología. Después de ellos han venido otros autores: menciono simplemente al pasar, y sin pretender ser exhaustivo, autores latinoamericanos como Giovanna Winchkler [s/f], autora de un diccionario de términos arqueológicos , Silvia Giraudo [s/f] y sus colegas, de la Universidad de Tucumán, de la nación argentina; César Augusto Velandia [2006], de origen colombiano, quien ha desarrollado sus estudios con un enfoque semiótico a las culturas de su país; Eréndira Camarena de la UNAM autora de una tesis doctoral de arqueosemiótica [2016]; Martín Domínguez [Domínguez y Robles s/f], Emmanuel Gómez [2018], Socorro de la Vega [2018], mexicanos autores de tesis de maestría; Andrés Troncoso de Chile [2006]; los investigadores del Núcleo de Arqueologia e Semiótica do Ceará (Narse) de los que no tengo más noticia que su nombre. Como se aprecia, la lista es breve, por lo que aprovecho para pedirles me hagan llegar más información y obtener un mayor acercamiento al estado de la cuestión.

1. EMIC Y ETIC

No es posible hablar de otras culturas sin referirse a los estudios antropológicos, de los que la arqueología es una de sus ramas. No intentaré una presentación de ese campo, aunque ésta se limitara a los estudios relacionados con la significación. En lugar de ello mencionaré un requerimiento epistemológico que estas disciplinas comparten: se trata de la necesidad de dar cuenta de una relación intersubjetiva mediada por los objetos, entre productores y usuarios del pasado y los estudiosos de ese pasado, actores separados por grandes distancias espaciales y temporales. Atenta a las exigencias que plantea el conocimiento de la otredad, la semiótica ha volteado hacia las ciencias antropológicas. No se trata de un giro antropológico, puesto que desde sus inicios la semiótica narrativa puso énfasis en hechos antropológicos como los mitos, la literatura folk, las etnotaxonomías, entre otros: así lo corroboran las obras de Lévi-Strauss y Greimas, por no señalar más que a dos de sus representantes más conspicuos.

La atención puesta en los estudios antropológicos no se debe simplemente a la posibilidad de hacer de la semiótica una disciplina auxiliar, aunque sin duda tiene mucho que ofrecer en ese aspecto. Tampoco se trata de aprovechar los corpus arqueológicos y etnográficos para ilustrar los principios teóricos de la semiótica y aplicar a ella sus métodos descriptivos con el fin de corroborar sus propias hipótesis, sin consideración de los desarrollos de estas otras disciplinas. Se trata, más bien, de concebir los hechos antropológicos en general como procesos de significación: dicho enfoque tiene la virtud de ofrecer nuevas perspectivas a los temas tradicionales de la arqueología, como inaugurar nuevos derroteros en el estudio de los materiales del pasado. En ese sentido, la arqueosemiótica se encuentra cercana a las preocupaciones tanto de la arqueología como de la antropología interpretativas, así como de apuestas teóricas recientes basadas en la pragmática y el cognoscitivismo. Todos estos enfoques recientes plantean a la arqueología nuevas interrogantes que surgen de preocupaciones como el sentido, la cognición y las prácticas humanas.

Para ejemplificar la especificidad del enfoque semiótico a los productos de la cultura y evidenciar el riesgo que se corre al subordinar una disciplina a otra es posible mencionar las diferencias de las disciplinas en el quehacer clasificatorio: hay ocasiones en que el arqueólogo, por ejemplo, busca describir y ordenar los objetos y los fragmentos de objeto que encuentra en términos de su modo de producción, lo que -asume- le permitirá comprender la vida social de las culturas pretéritas, mediante criterios etic.2 Cuando aparentemente no se presentan obstáculos para la identificación, el arqueólogo considera posible leer directamente la información simbólica y funcional en los artefactos, así como los procesos productivos que les dieron origen; sólo cuando detecta usos simbólicos en los artefactos o cuando su propio sentimiento de familiaridad no le permite identificar un objeto, torna su vista hacia el semiotista en demanda de mayores elementos de juicio. En esos casos la intervención del semiotista es remedial, casuística y centrada en un abanico limitado de formas de significación, lo que impide la caracterización de los objetos en términos de la propia cultura de origen y obstaculiza la elaboración de clasificaciones emic, sistemáticas y homogéneas. Es en ese sentido, por ejemplo, que la propuesta de un enfoque semiótico del resto arqueológico no se concibe únicamente como un abordaje etic de restos materiales puntuales, para encontrar en ellos evidencia de simbolismos, sino que pretende caracterizar contextos arqueológicos como magnitudes semióticas que se integran por la puesta en práctica de signos, textos y objetos, entre otros.

Cuando la semiótica aborda esos tres tipos de magnitudes -signos, textos, objetos-, lo hace como producto de una inferencia hecha a partir de los rasgos sensibles de los objetos. En ese sentido, el estudio de la significación deja de ser una tarea auxiliar y se plantea como programa de base de lo que es posible llamar una arqueosemiótica. Una disciplina que no pretende sustituir los estudios arqueológicos tradicionales, sino desarrollarse paralelamente a ellos como una semiótica indicial de los restos de la cultura material. Para realizar su tarea el arqueosemiotista se ve llevado a solicitar al arqueólogo información sobre los artefactos y su función, sobre procesos productivos, pero no como metas directas de su conocimiento, sino para contextualizar la significación de los objetos. De esta manera la descripción del resto arqueológico se emprende en función de los intereses arqueosemióticos, sin detrimento de otros enfoques arqueológicos.

¿Qué pasa cuando se consideran los intereses arqueológicos como intereses semióticos? Que, así como no hay subordinación de unos a otros, la arqueosemiótica es susceptible de plantearse metas que no se limitan a ser un simple campo de aplicación del método semiótico y puede desarrollar hipótesis de trabajo que interesen al propio arqueólogo y que no vea como la intrusión de intereses ajenos en su campo de trabajo. Esta especificidad de la labor del arqueosemiotista, reside, ante todo, en la poca familiaridad que tiene con los objetos que trata.

En la semiótica de objetos contemporáneos existe familiaridad con ellos, pero en arqueosemiótica, la familiaridad, o no existe o es engañosa. Los objetos contemporáneos se nos ofrecen inmersos en sus relaciones interobjetales, agrupados en dominios de experiencia. En arqueología, el objeto aparece en contextos limitados o fuera de todo contexto. Si en los objetos contemporáneos los dominios de experiencia ofrecen datos fuertes, en arqueología el dominio, o está vagamente sugerido o debe ser totalmente inferido: en todo caso no es fuente primaria de información. De manera que la reducción fenomenológica, la puesta entre paréntesis de los prejuicios, parece producirse de manera natural con respecto al resto material. Se parte del supuesto que es posible desfamiliarizarse de aquello que es familiar, pero cuando el objeto es extraño, también es necesaria la reducción: es preciso considerar que las cosas extrañas o desconocidas ofrecen quizá mayores oportunidades al prejuicio y, más aún, porque no son familiares hacen correr el riesgo de tomar sus rasgos como evidencias incuestionables que es posible catalogar mediante recursos inmediatistas. Esto sucede, por ejemplo, con los objetos cerámicos, cuyas funciones, formas, y demás atributos sensibles sugieren clasificaciones anacrónicas y etnocéntricas, más acordes con criterios contemporáneos del analista que con la visión del mundo de sus productores y usuarios originales.

2. RECORRIDO SEMIÓTICO

La arqueosemiótica debe encargarse de describir los artefactos, edificios y sitios como expresión significante y como contenido significado (aunque en esta presentación haré referencia exclusivamente a los objetos). El objetivo es reconocer el proceso mediante el cual el plano de la expresión se une al del contenido para constituir al objeto como signo. La descripción, sin embargo, no se restringe al objeto aislado, sino que incluye las relaciones que éste mantiene con otros objetos y con los sujetos. Esta tarea es compleja pues sigue un recorrido que va desde el modo en que los objetos se manifiestan ante los sujetos, hasta la manera en que entran en interacción con éstos.

Es posible proponer un recorrido analítico-descriptivo que se inicie en los atributos perceptuales y que determinan su apariencia para abordar en un segundo momento la identidad figurativa del objeto -una olla es una olla en virtud de que tiene los atributos sensibles de una olla-, que considera al objeto estudiado como perteneciente a una clase de objetos similares en virtud de presentarse como una magnitud sensible unitaria, y llegar finalmente a plantear sus sentidos simbólico y funcional -esta olla es sagrada o esta olla es para cocer frijoles- que derivan de su utilización en contextos específicos, es decir, que participa en prácticas culturales en las que se hace presente. Con estos tres abordajes se configuran las tres grandes dimensiones semióticas de los objetos como hechos culturales: apariencia, presentación y presencia (figura 1). Estas tres dimensiones son solidarias entre ellas y se vinculan mediante las operaciones semióticas de la figuración, el semisimbolismo y la enunciación o práctica significante.3 De las tres, la figuración es la más conocida, pues da cuenta de la identidad clasificatoria y funcional de los objetos. El semisimbolismo aborda la atribución de valores, justamente simbólicos, a los rasgos que conforman los objetos y que trascienden la identidad figurativa (por ejemplo, el carácter sagrado de algunos diseños o de algunos colores). Por último, la enunciación o práctica significante, es responsable de la intervención de un objeto claramente tipificado en actividades concretas.

Figura 1 Dimensiones semióticas de los objetos 

El recorrido reconoce el fundamento sensible de la representación figurativa para que, con base en este principio, sea posible plantear también el fundamento de la funcionalidad de los objetos. Se comienza con una pregunta: ¿cómo es que un conjunto de datos sensibles permite la identificación y la categorización de un objeto unitario? Este problema no es exclusivo de la semiótica de los objetos, sino que se encuentra en el centro de todo proceso de semiosis; por ejemplo, en las imágenes -en el tránsito de la bidimensionalidad a la figuración de la tridimensionalidad- o en el lenguaje oral -en el tránsito de la segunda a la primera articulación, tránsito de la estructura fónica a la sígnica. Este vínculo es establecido de manera irreflexiva por los practicantes de los distintos lenguajes; le toca al semiotista explicitar su modo de operación.

La reflexión se extiende, por analogía, al vínculo que es posible postular entre la apariencia e identidad del objeto y lo que podría ser llamado, vagamente, su “función”. La percepción de un objeto cotidiano se acompaña inmediatamente de la conciencia de su utilidad: una silla es para sentarse. El vínculo problemático se sitúa, entonces, entre el objeto y las acciones en las que participa. De manera que, para examinar ese tránsito, es preciso mostrar de qué manera la descripción de los atributos sensibles de un objeto permite el reconocimiento de las acciones. Para lograr este objetivo, primero se presentan las dimensiones más amplias de la significación; en segundo lugar, los componentes en los que descansa la descripción, para concentrarse, después, en el examen de los tipos de significación de los objetos, especialmente en la significación funcional. Este recorrido permite discutir algunos problemas asociados a las interacciones de los objetos con los sujetos y sentar los principios para su descripción empírica -exhaustiva, adecuada y simple- y sistemática.

3. SIGNICIDAD Y SIGNIFICACIÓN

Para comprender mejor los fundamentos de este modelo dimensional, conviene presentarlo en términos de su signicidad, es decir, tal como lo establece Peirce, en términos de las relaciones de representamen con su objeto.

Figura 2 Signicidad y significación 

Como se aprecia en el diagrama de la figura 2, la disposición de las dimensiones frente a la signicidad no corresponde a la de una alineación término a término, sino que los tipos reconocidos por Peirce [ca. 1893-1903] conforman áreas de pertinencia en donde una magnitud semiótica, como son los artefactos arqueológicos, recibe determinaciones sensibles, intelectivas y culturales que le otorgan una identidad sígnica. Estas tres áreas comprenden respectivamente una relación entre las dimensiones significativas del objeto: así, los atributos sensibles del objeto que conforman su apariencia determinan la forma en que se presenta como una figura del mundo natural y determinan su identidad icónica tanto reflexiva como transitiva -esto que está frente a mí es un recipiente (reflexiva) y ese recipiente tiene la forma de un perro (transitiva) (figura 3)-; por otro lado, la presentación figurativa se hace presente en una circunstancia determinada en relación con otras figuras (objetos, lugares, sujetos, acciones, procesos) para constituir escenarios de las prácticas humanas, lo que hace de la magnitud semiótica considerada un índice que apunta a otros signos en un contexto específico; finalmente, los rasgos sensibles que constituyen la apariencia del objeto son susceptibles de recibir sentidos específicos independientemente de lo que es presentado figurativamente en el marco de prácticas culturales específicas, es el caso, por ejemplo, del simbolismo cromático y de la forma tan frecuente en la escultura religiosa mesoamericana, como se puede apreciar en el monolito de Coyolxauhqui (figura 4).

Figura 3 Recipiente en forma de perro de Colima 

Figura 4 Reconstrucción cromática de la Coyolxauhqui, Templo Mayor 

Estas son las tres dimensiones de significación reconocidas en los objetos arqueológicos. Conviene ahora vincularlas con otros horizontes teóricos. En la semiótica de la Escuela de París, las dimensiones de la significación aquí presentadas corresponden respectivamente a los componentes plástico, figurativo y al universo no inmanente al objeto mismo de las prácticas semióticas [Fontanille 2008].

Dentro de la semiótica de Peirce [1903] es conocida su concepción triádica del signo, que pone en relación un representamen (o signo), el objeto al que se refiere y el interpretante. Un signo es susceptible de relacionarse consigo mismo, con el objeto o con el interpretante: desde este punto de vista, el signo-objeto se define respectivamente como una apariencia de sí mismo, como una representación de algo o como una presencia ante alguien.

También es posible presentar esta triple dimensión desde el Organon del lenguaje de Karl Bühler [1950] que conjuga las tres instancias ya mencionadas, para definir el signo e inscribirlo en un ámbito comunicativo: como resultado, el autor propone tres funciones comunicativas definitorias del signo: expresión del emisor, referencia al mundo y apelación al receptor. En un orden prototípico se asume que el signo es signo de algo para alguien, por lo que la apariencia se subordina a la representación y ésta a la presencia, en la significación simbólica y denotativa. Sin embargo, nada impide que la apariencia remita directamente a la apelación, sin pasar por la representación: tal es el caso, por ejemplo, de la significación semisimbólica ya mencionada.

Por último, aunque con una muy débil teorización unitaria, las dimensiones recubren fenómenos que la lingüística reconoce como la deixis, la categorización y el simbolismo sonoro.

4. EXIGENCIAS METODOLÓGICAS

La descripción de magnitudes semióticas que forman parte de lo que Greimas [1968] llamó el “mundo natural” exige el reconocimiento de las especificidades de esos lenguajes, sean imágenes, espacios, objetos u otros. La semiótica inicialmente abordó textos pertenecientes al lenguaje verbal, es decir, productos de las lenguas naturales. Sin embargo, poco a poco se fueron imponiendo temáticas no verbales, en los campos etnosemiótico, visual y espacial, principalmente. El desarrollo de esos ámbitos de investigación ha sido constante, aunque, dada su heterogeneidad, no se encuentra exento de irregularidad.4

Si bien muchas de esas semióticas tienen en común el hecho de que sus objetos son de naturaleza visual (aunque no sea posible descartar en ellos sus facetas táctil, auditiva u olfatoria, por no mencionar más que tres de ellas), no es en ese rasgo que descansa su principio de unidad. Más bien se trata de un rasgo contrastivo que lo diferencia de las semióticas verbales (que, por otro lado, se dividen entre oralidad y escritura). Las semióticas no verbales son heterogéneas, ya se dijo, y no se dejan tan fácilmente captar de manera unitaria. Las magnitudes provenientes de esos lenguajes comparten con el lenguaje verbal el hecho de que se articulan tanto sintagmáticamente como paradigmáticamente, es decir, se ordenan alrededor de un eje de simultaneidades y de un eje de alternancias. La diferencia se inscribe en el terreno de la sintagmática, pues la copresencia se manifiesta de maneras diferentes en esos tipos de lenguaje. Se trata de dos maneras distintas en que las unidades de manifestación se inscriben en estos distintos tipos de “texto”: en el caso de la verbalidad, lo hacen linealmente en una sola dimensión, mientras que en la no verbalidad, lo hacen “tabularmente” [Fontanille 2008: posición 525] o volumétricamente, pues lo hacen en una superficie bidimensional o en un cuerpo tridimensional. Estas diferencias han exigido un replanteamiento de los métodos de descripción semiótica.

La innovación fundamental vino del estudio del lenguaje pictórico y de la fotografía a través de la distinción entre análisis plástico y análisis figurativo [Thürlemann 1982; Floch 1985]. Si bien, la historia del arte ha utilizado desde hace mucho tiempo la expresión “lenguaje plástico” para indicar los modos y materiales específicos con que se expresan las artes justamente llamadas plásticas, en semiótica ese calificativo no se reduce a un modo de producción artístico específico limitado a uno o dos sentidos humanos, sino que con él designa un conjunto significante ordenado, susceptible de descripción.

Como recurso expresivo, el componente plástico de las imágenes y de los objetos corresponde al significante que Saussure reconoce en el signo, al lado del significado. Se abre, entonces la posibilidad de describir el significante mediante un conjunto de categorías que buscan dar cuenta de los atributos sensibles. De hecho, considerado así, un componente plástico deja de ser privativo de los lenguajes visuales y pasa a ser propiedad de toda manifestación sensible, cualquiera que sea su canal sensorial.

Por otra parte, pudiera pensarse que, al formar parte de la expresión, este componente no posee ningún contenido. Sin embargo, también es posible considerar que la plasticidad es un discurso específico, dotado de expresión, pero también de contenido: tal es el caso del semisimbolismo, cuyo estudio es muchas veces relegado en provecho de las manifestaciones figurativas y simbólicas. De manera que los efectos de sentido semisimbólico permiten hacer del componente plástico, no sólo una expresión, sino un signo entero.

Por su parte, el componente figurativo remite a la cualidad representativa de las imágenes y de los objetos, es decir, a la relación que establecen, en el plano de la expresión, con una unidad de la semiótica del mundo natural. Si la figuración (o representación figurativa) ha sido muchas veces opuesta a la abstracción y ha sido reducida a la imitación de la naturaleza, dando lugar a incontables debates en torno al concepto de iconismo, bajo la bandera de la representación de las cualidades del mundo, Greimas no lo concibe como las propiedades de la imagen que la hacen similar a un correspondiente en el mundo natural, sino al conjunto de atributos sensibles requeridos para producir un efecto de realidad. Bajo la aparente similitud de las definiciones se esconde una divergencia de talla, pues la relación icónica es concebida como un dato primario, propiedad imitativa de la imagen, mientras que el efecto figurativo no es un atributo de la imagen sino del sujeto, no es sino un modo de lectura de la imagen [cf. el concepto de rejilla de lectura en Greimas 1994: 23 y ss.].

Así como el componente plástico se despliega en un lenguaje, el componente figurativo también lo hace, puesto que incluye tanto un principio de organización propiamente figurativa encargado de la producción del efecto de realidad, como una organización narrativa centrada en las nociones de contraste y transformación de contenidos. En efecto, los textos no verbales no son estáticos, sino el asiento de tensiones y dinámicas que afectan tanto al componente plástico, como al figurativo: así, por ejemplo, la figura de Coyolxauhqui (figura 4) comprende una representación femenina, pero dotada de una tensión interna, de un equilibrio inestable indicado por la inclinación del torso, frente a la orientación del rostro y por la orientación encontrada de las aspas que forman las extremidades superiores (orientación levógira) y las extremidades inferiores (dextrógira).

Dicho de otro modo, antes de ser un artefacto o un elemento del mundo natural, para la semiótica, la cosa es una magnitud fenoménica que debe ser interrogada. La interrogación semiótica toma la forma de una descripción “densa” de los atributos sensibles del objeto, que tiene las siguientes características:5

  • Sensible

  • Contrastiva

  • Correlacional

De manera que, más que hablar de objetos, se habla del modo en que se tornan presentes al hombre. Se ponen en juego los cinco sentidos, ninguno de los cuales vehicula por sí solo el sentido de “cosa”: la vista ofrece una superficie visible a la contemplación y brinda la sensación de volumen a través de los juegos de sombras; el tacto tiene también acceso al objeto a través de las texturas de la superficie, pero también produce un efecto de volumen, mediante operaciones de recorrido de superficie y de penetración; el olfato hace del objeto una fuente de donde emana el estímulo sensorial, al igual que lo hace el oído. Además de la exteroceptividad, la propioceptividad brinda un sentido de objeto ligado a su proporcionalidad con respecto al cuerpo del propio observador: orientación, tamaño, peso, cierto sentido de solidez, rigidez, etcétera.6

En consecuencia, las descripciones semióticas adoptan la forma de una descripción de rasgos sensibles diferenciales. La tarea de un modelo descriptivo consiste, entonces, en ordenar las dimensiones de significación reconocidas, de manera que, detrás de la multiplicidad de estímulos sensoriales y de efectos de realidad, poco a poco surjan los principios rectores que los gobiernan.

5. REGLAS Y OPERACIONES

Por último, es preciso presentar el modelo que fundamenta a la arqueosemiótica en términos de reglas y operaciones que permiten descripciones precisas. Para ello es necesario considerar que cada dimensión de la significación se constituye mediante la intervención de un sustrato material [en el sentido de Hjelmslev 1972: 62-63] que se torna en sustancia al momento en que recibe una forma específica durante la semiosis.7 Así, cada dimensión se presenta como un espacio de procesamiento en el que confluyen inputs materiales que reciben una forma semiótica específica como producto de regulaciones adecuadas (figura 5).

Figura 5 Modelo general del procesamiento. 

Cada una de las dimensiones reconocidas posee sus propias regulaciones y operaciones (figura 6). En la dimensión plástica de la apariencia, los inputs sensibles contrastantes se organizan en formantes plásticos que entran en composición de acuerdo con principios y leyes como los de la gestalt.8 En la dimensión figurativa de la presentación, los formantes plásticos ya organizados se reordenan en formantes figurativos en virtud de los morfismos (el más importante de entre ellos es el antropomorfismo) para constituir las figuras y las configuraciones. En la dimensión de la presencia, tanto los formantes plásticos como las figuras y configuraciones se integran en prácticas significantes dentro de campos u horizontes de presencia que se rigen mediante una sintaxis de las operaciones con artefactos y en virtud de principios antropológicos que rigen dichas operaciones (racionalidad práctica, maná, tabú, etc.).

Figura 6 Las dimensiones como procesamientos. 

CONCLUSIONES

Al final de esta presentación debe tenerse en cuenta que un modelo para el análisis no es el análisis mismo sino un inventario ordenado de problemas que, como casillas vacías, es preciso llenar. En ese sentido un modelo no es una reseña de realizaciones, sino una red de potencialidades por explotar. Un modelo no tiene sentido si permanece como un discurso meramente especulativo, sin repercusiones en el quehacer descriptivo cotidiano. Así como tampoco tiene sentido un estudio de caso sin un fundamento teórico, pues las afirmaciones que contiene nunca pasarán de ser meras opiniones. Un modelo es una guía para el quehacer y no es el quehacer mismo; es una abstracción en busca de concreción; es vislumbre de una forma posible, pero sin sustancia; es una invitación al trabajo. Como los mapas antiguos, un modelo señala con la leyenda hic sunt leones, “aquí hay leones”, las zonas que deben ser exploradas, y los leones son bestias magníficas.

Las propuestas aquí lanzadas pretenden ser un llamado a la exploración de zonas ignotas como el paso de los formantes plásticos a la categorización del mundo en figuras, los modos en que la forma determina las operaciones asociadas con el objeto, la constitución de una gramática de las interacciones humanas con los artefactos, el porqué de la necesidad de antropomorfismos y muchos otros temas que resulta imposible mencionar.

La invitación lanzada no es exclusiva de los arqueólogos, pues las temáticas planteadas deben interesar a todos aquellos que se interesan en una semiótica de los gestos cotidianos o en una semiótica del diseño de artefactos o en una semiótica de las expresiones materiales religiosas… en fin, en una semiótica de la vida humana.

REFERENCIAS

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1El término signicidad alude aquí a las categorías del signo, tal como fueron expuestas por Peirce en diversas ocasiones, antes del año 1903 (c. 1893-1903) -ese tema fue abordado por el mismo autor en años subsecuentes, pero sin que haya perdido vigencia el modelo aquí citado-. Peirce reconoce que, en relación con el objeto referido, los signos son susceptibles de ser icónicos, indiciales o simbólicos: icónicos, si la relación se apoya en

2La distinción entre enfoques etic y emic en antropología fue propuesta por el lingüista Kenneth Pike en los años de 1950. Si tradicionalmente se ha concebido que el enfoque etic se realiza desde el exterior del objeto de estudio y con ayuda de conceptualizaciones científicas reputadas como objetivas, la visión emic, por su parte, se hace en términos de la cultura madre y con categorías folk. Es posible concebir estos enfoques respectivamente como acercamientos exteriores e interiores al objeto y la cultura estudiados, pero en cambio es necesario reconocer, sobre todo en el caso de la arqueología, que la mirada exterior no es esencialmente más objetiva que la otra, sino que obedece a las concepciones del propio analista: su privilegio reside en el descentramiento que opera y en la posibilidad de realizar estudios comparativos.

3La semiótica narrativa hace de la figuratividad un efecto construido por los texto e imágenes y no un dato inmediato: ese efecto consiste en atribuir a un significado abstracto rasgos que lo presentan como un elemento del mundo natural. Por su parte, el semisimbolismo consiste en fundar un efecto sígnico mediante la relación de rasgos del plano significante con rasgos del plano del significado (por ejemplo, el simbolismo sonoro de los poemas) y no como una relación entre unidades (conjuntos de rasgos: una palabra asocia un conjunto de rasgos sonoros con un significado complejo). El concepto de enunciación dos vertientes de definición: por una parte, la instancia de enunciación corresponde a un lugar abstracto en el que se opera la conversión de un lenguaje concebido como sistema en un proceso específico de significación; por la otra, la situación enunciativa alude a las circunstancias mediatas o inmediatas en las que se produce un hecho de habla concreto. Todas las definiciones anteriores pueden ser encontradas en Greimas y Courtés [1982]. Por último, el concepto de práctica significante es de factura más reciente [Fontanille 2008] y remite al modo en que la semiótica aborda las circunstancias en que se produce un hecho de significación: al respecto, la tarea que enfrenta esta disciplina es considerable, pues, consiste en establecer las condiciones bajo las que las situaciones enunciativas se tornan semióticamente descriptibles, es decir, sin considerarlas como datos previos de carácter empírico, sino como objeto de una construcción (por ejemplo, las circunstancias precisas en que un objeto es utilizado exige un trabajo de selección y análisis de los elementos que serán considerados parte de esas circunstancias).

4A diferencias de otras disciplinas del hombre, en ciencias del lenguaje los métodos de análisis están indisolublemente ligados a la disciplina y, más precisamente, a la teoría asumida, por lo que no se trata aquí de una referencia a la metodología en ciencias del hombre, sino a los métodos semióticos.

5Estas características corresponden a las de una descripción fenoménica de los objetos en términos de un análisis componencial y de carácter diferencial, en donde un rasgo sensible de un objeto dado sólo tiene sentido en la medida en que entra en contraste con otro rasgo; la descripción de un objeto se logra cuando se relacionan haces de contrastes sensibles. La descripción cromática ofrece un ejemplo de este tipo de descripción, pues cada color es traducido en términos de tono, brillo y saturación, que son cualidades del efecto sensible; para que un color sea descriptible tiene que entrar en contraste con al menos otro color y ese contraste es susceptible de ser caracterizado como una diferencia de tono o de brillo o de saturación. De esta manera se obtienen haces de diferencias (caracterizaciones por vía negativa -en Coyolxauqui, el ocre y el azul difieren únicamente por el tono, por lo que es posible definir el ocre como no azul- y no de cualidades singulares de carácter positivo) cuyo ordenamiento permite descubrir una sistematicidad subyacente.

6La exteroceptividad es la capacidad de un cuerpo de percibir los estímulos sensoriales exteriores a él a través de órganos especializados, lo que da lugar a los diversos sentidos, como la vista, el tacto, el oído, el olfato y el gusto (sin que la lista sea limitativa): en semiótica corresponde a la captación de las figuras del mundo por parte del sujeto. Por su parte, la propioceptividad corresponde a la percepción que un ser vivo tiene de su propio cuerpo y que da lugar al sentido del equilibrio, a la postura, a la sensación de ocupar un lugar en el espacio, al sentido de unidad y de dimensiones corporales, entre otros. En la medida en que un sujeto interactúa tanto corporal como cognoscitivamente con los objetos la propiocepción interviene decisivamente en la atribución de sentido al mundo [Greimas y Courtés, 1982: 170 y 324].

7Al hablar de los sonidos de una lengua, Hjelmslev [1985: 151] afirma: “en tanto datos físicos, los sonidos de una lengua son la materia de la expresión que la forma de la expresión lingüística específicamente estampa y que, por ello, se presenta como una sustancia frente a la forma. Mientras se considere a la materia como tal, se estará frente a fenómenos físicos; pero desde el momento en que se toma a la materia como sustancia subordinada a la forma, se está frente a los sonidos del lenguaje” (traducción mía). La materia es objeto de múltiples y variados tratamientos científicos, pero al considerarse como sustancia de una forma lingüística pasa a ser considerada objeto de estudio de la semiótica y de la lingüística. Esta misma consideración debe hacerse con respecto a la materia ideacional que constituye la sustancia del contenido.

8Se hace referencia aquí a la teoría psicológica de la Gestalt [véase por ejemplo Köhler 1947] cuyas investigaciones mostraron que la percepción opera configuracionalmente, es decir, como percepción de totalidades cuyas propiedades no se reducen a la suma de las partes, de ahí que hayan planteado una serie de principios de constitución de las formas perceptivas.

Recibido: 27 de Junio de 2019; Aprobado: 04 de Septiembre de 2019

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