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Cuicuilco. Revista de ciencias antropológicas

versão On-line ISSN 2448-8488versão impressa ISSN 2448-9018

Cuicuilco. Rev. cienc. antropol. vol.26 no.74 Ciudad de México Jan./Abr. 2019

 

Reseñas

El descubrimiento del Viejo Mundo de Eric Taladoire

José Rafael Romero Barrón* 

Taladoire, Éric. De América a Europa. Cuando los indígenas descubrieron el Viejo Mundo (1493-1892). Fondo de Cultura Económica, México: 2017.


De América a Europa. Cuando los indígenas descubrieron el Viejo Mundo (1493-1892) es un texto de carácter etnohistórico, sólo a la etnohistoria se le pudo ocurrir que el Espíritu Universal también viajaba del Nuevo al Viejo Mundo y viceversa, transformando la razón hacia ambos lados, como nos lo sugiere este libro escrito por Éric Taladoire, arqueólogo e historiador de formación, pero etnohistoriador por convicción, doctor emérito por la Universidad de París I, Sorbonne, interesado en temas como el juego de pelota en Mesoamérica, la cultura maya, la historia de las mentalidades y, recientemente, el tema de los viajes de los indoamericanos al Viejo Mundo, de lo que trata este libro.

De América a Europa. Cuando los indígenas descubrieron el Viejo Mundo (1493-1892), es un libro de 315 páginas, con dos prólogos de las dos partes en las que se dividen sus 14 capítulos, con unas conclusiones que terminan siendo más preguntas que respuestas, un epílogo que deja abiertas muchas líneas de investigación, unos agradecimientos al final y no al principio, una bibliografía políglota, dos cuadros y un índice con los nombres de los viajeros documentados suficientemente por el autor.

De América a Europa tiene como tema central los viajes del Nuevo al Viejo Mundo y viceversa, nos invita a pensar de manera diferente la conquista del Nuevo Mundo y a poner en duda muchos de nuestros prejuicios; pensar que tal vez el descubrimiento y la conquista fueron encuentros, violentos sí, pero a final de cuentas encuentros de cosmovisiones, de sistemas de ideas y de creencias que no se podían simplemente imponer unos sobre otros, sino que selectivamente iban creando nuevos sistemas igualmente funcionales y así hasta nuestros días. El subtítulo, Cuando los indígenas descubrieron el Viejo Mundo, nos invita a retornar a las mismas fuentes con nuevas inquietudes y a seguir buscando nuevas fuentes para responder a otras viejas.

La primera vez que supe de esta investigación me llené de sorpresa, fue cuando leí “El descubrimiento del Viejo Mundo. Mexicas y otros grupos mesoamericanos en España (1493-1825)”.1 Recuerdo que ahí escribía Taladoire que: “Hasta ese momento habían podido identificar entre 150 y 200 mesoamericanos que fueron a España a lo largo del siglo XVI” (Taladoire, 2014: 471).

Para mí, pensar a los mesoamericanos viajando al Viejo Mundo me parecía increíble. Después, cuando me fui enterando que además se quedaban a vivir allá y volvían suya aquella tierra, inmediatamente puse en cuestión la idea de la conquista que había tenido hasta entonces. Así, comencé a pensar en encuentros y desencuentros.

Además, según Taladoire, el total alcanzado resultaba muy conservador, los 150 o 200 indígenas llegados durante el siglo XVI era una cifra muy discutible, porque muchos grupos no dejaban huellas tan claras de su presencia, como los esclavos y los sirvientes, por ejemplo, a los que era más difícil seguirles la pista. Consideraba que todavía había que hacer muchas preguntas y revisar muchas otras fuentes para lograr un aproximado razonablemente confiable, es decir, que aquel trabajo era apenas un primer acercamiento a un tema que acababa de asomarse como la punta de un iceberg. El tema era la llegada masiva de población indígena a Europa desde el descubrimiento, y si no masiva por lo menos mucho mayor de lo que la historiografía tradicional había documentado hasta entonces. La “Caja de Pandora” se había abierto,2 pensé entonces.

Ahora bien, ya en De América a Europa, cuando el autor amplió su estudio a todo el continente europeo y no lo circunscribió únicamente a España, la cifra creció varios miles. En el libro se muestra cómo inmediatamente después del descubrimiento y de la conquista hubo raptos de indígenas americanos para que sirvieran de guías, intérpretes, mediadores, rehenes o especímenes, y esto ya durante el primer siglo posterior al descubrimiento del Nuevo Mundo. El libro ahonda en ejemplos de viajeros y su autor nos advierte que a raíz de que inició sus investigaciones los casos no dejan de aparecer y ha tenido que dejar muchos fuera de esta investigación, por ser pionera.3

Los amerindios viajaron al Viejo Mundo constantemente como actores, curiosidades, trofeos, esclavos, aprendices, informantes, maestros, evangelizadores o como simples mercancías, según el contexto. Dicha presencia nos la sugiere también el uso cotidiano que los europeos hacen de palabras como cacao, chocolate, tabaco, tomate, piña, frijol, maíz, chile, mamey, zapote, tuna, papa, papaya, guayaba, camote, mandioca, calabaza, aguacate, girasol, jitomate, cacahuate, vainilla, pitahaya, quelite y caucho, por ejemplo, palabras que descubren su perfecta integración a la vida cotidiana de los europeos porque hacen referencia a la comida que se cocina con lo que uno mismo produce en su tierra con sus manos.

El mole, las enfrijoladas (feijoada), la polenta, el cassoulet, la ratatouille y la piperade, son todos platillos tradicionales de Europa y de América que dependen de la introducción de las nuevas especies. “Sin el jitomate, el pimiento morrón y la calabacita, importados de América, la ratatouille no sería más que un caviar de berenjenas” [Taladoire 2017: 24].4 ¿Qué sería del pulque sin su barbacoa de borrego?, por ejemplo -supongo que habrá infinidad de ejemplos hacia ambos lados.

Los hombres viajaron con las plantas y los animales llevando sus tecnologías. Para poder cocinar bien era necesario “transterrarse” a España, resignificarla, volverla suya. Los hombres de América y sus recuerdos, su cultura, transitaron junto con sus plantas, que tenían sus propios ciclos, se sembraban en sus propias tierras y a sus propios tiempos. Hubo que aclimatarlas al Nuevo Mundo, que en este caso era el Viejo Mundo. Los viajeros no podían simplemente llevarse las plantas y comenzar su aprovechamiento en otro lugar. Era necesario trasplantar a los hombres: “[…] de la agricultura a la cocina, el paso que hay que dar requiere conocimiento y experiencia; por ejemplo, la mandioca necesita toda una preparación previa a su consumo”. [Taladoire 2017: 25].

Todos esos ejemplos de la cultura son indicios de que fueron miles los viajeros del Nuevo al Viejo Mundo y viceversa, sus huellas están por todas partes.

La literatura universal, por su parte, tiene muchas referencias a los indoamericanos viviendo en Europa. La palabra caníbal, un ejemplo de Taladoire, está presente en Defoe, Melville, Voltaire, Moro, Rabelais y Shakespeare, por nombrar algunos autores clásicos para quienes esa palabra no tiene un uso claro y en cada uno significa algo distinto, desde los burdos antropófagos habitantes de la isla de Robinson Crusoe hasta el sofisticado Queequeg de Moby Dick. Para muchos europeos estos eran los referentes para pensar a los indoamericanos, aunque para otros no, ya que vivían con ellos.

Así, la leyenda negra del desconocimiento de los indoamericanos por parte de los europeos se pone en cuestión y se corrobora que muchos de los avances tecnológicos indoamericanos fueron aprovechados por los europeos, importantes en su desarrollo económico.

En De América a Europa. Cuando los indígenas descubrieron el Viejo Mundo, el autor se propone exponernos lo que sucedió entre 1493-1892, en cuatro siglos de descubrimientos y reconocimientos de una aculturación mutua.5

Los indígenas llegaron al Viejo Mundo como curiosidades o intérpretes, estos eran los indios de la Conquista, vistos como espectáculo. Un ejemplo lo tenemos cuando Hernán Cortés preparó una recepción en la corte imperial con mucho esmero para conmemorar los 36 años del descubrimiento de América.

Entre las riquezas que quería obsequiar a Carlos V figuraban dos jaguares, un armadillo, varias capas de plumas, pájaros exóticos, objetos de obsidiana, oro, plata, otros libros […] seleccionó a 36 indios, uno por cada año transcurrido desde el descubrimiento, con sus trajes regionales que, al parecer, fascinaron a todos los que tuvieron la oportunidad de contemplarlos [Taladoire 2017:39].

En ese grupo iban jugadores de pelota, contorsionistas y acróbatas que hicieron el gusto de las cortes europeas. “Los espectadores se quedaron tan admirados ante sus proezas que varios de los jugadores acompañaron al secretario de Cortés a Roma para volver a presentar la función ante el papa Clemente VII” [Taladoire 2017:45].

Así se dieron los primeros encuentros, cuando los amerindios fueron vistos como espectáculo, como objeto de curiosidad. A la inversa, llenos de horror y de espanto, los indoamericanos también fueron testigos y después testimonios del salvaje y del salvajismo europeos. Por una parte, la más documentada, los nobles y los caciques se acercaban a Europa en busca de los favores de las cortes, pero también toda clase de hombres, la menos documentada, iban como espías, marineros o simplemente como parte de la tripulación de algún barco, balajúe, balandra, batel, carabela, carraca, corbeta, fragata, galeón, galera, nao, navío, tartana, urca o zabra; o en cualquiera de las tantas embarcaciones que navegaban por los mares de nuestros deseos que rodean al continente, que continuamente zarpaban sin dejar mayores rastros.

Por algunos de aquellos medios los americanos llegaron al Viejo Mundo para descubrirlo y unos después inventarlo al interior de sus propias comunidades, a las que con suerte lograban regresar con historias extraordinarias de gente pidiendo limosna en las calles, muriéndose de hambre; y de niños y de mujeres tratados como animales.

En este libro, como en el artículo anterior en que se refería únicamente a España, Taladoire vuelve a insistir en que la parte inmensa del iceberg de las migraciones indoamericanas a Europa la constituyen los esclavos y los sirvientes, de los que se tienen pocas noticias, pero que sin duda eran más que los nobles y que los mercaderes, recuerdos que por ser de los subalternos no quedaron muchos en la memoria de los hombres.

La necesidad de traerlos al recuerdo aqueja mi conciencia desde entonces, he de confesar.

La segunda parte del libro va de 1616 a 1892, de la visita de Pocahontas a Londres, a la instalación de las ferias de la ciencia en Francia. En la segunda parte del libro el autor prefiere otra perspectiva y, entonces, vemos en un espejo el enigma.6 La estructura es distinta. Primero los esclavos, sirvientes y rehenes, después los mestizos y convertidos y, finalmente, los nobles, solicitantes y aliados que anduvieron por Inglaterra, Francia y los Países Bajos negociando alianzas y “halagando” a la ciencia.

La última parte tratada por el autor de este libro de viajes del Nuevo al Viejo Mundo es el tránsito de la idea del buen salvaje a la especie en vías de desaparición, los orígenes de la antropología, que tristemente tuvo unos momentos oscuros en los que el hombre americano retornó al gran espectáculo y el amerindio fue visto como curiosidad antropológica.

Recientemente, el gobierno chileno gestionó la repatriación de una familia kaweskar que fue raptada de Calafate, en la Patagonia. El hecho fue documentado por Hans Mülchi, documentalista suizo que encontró los restos de la familia en un museo de Zúrich (Calafate, zoológicos humanos, 2010, Chile-Suiza, 90.min) 7. Otros caso a documentar y otros nombres para el registro de los viajes de los indoamericanos al Viejo Mundo, como lo señala Taladoire, muestra distintas facetas, de víctimas a actores y viceversa, y así hasta nuestros días.

Los caminos de la investigación quedan abiertos en este libro para seguir explorando sus ramificaciones, como en un árbol que hunde sus raíces en la tierra firme de la etnohistoria y que extiende sus ramas al cielo para alcanzar los avatares de los tiempos, a veces cálidos y apacibles, y en ocasiones fríos y violentos. Este libro es una apología de la etnohistoria que nos invita a repensar la historia.

Referencias

Taladoire, Éric 2014 El descubrimiento del Viejo Mundo. Mexicas y otros grupos mesoamericanos en España (1493-1825), en Del saber ha hecho su razón de ser. Homenaje a Alfredo López Austin, Eduardo Matos Moctezuma y Ángela Ochoa (coords.), Secretaría de Cultura/Instituto Nacional de Antropología e Historia/Universidad Nacional Autónoma de México/Coordinación de Humanidades, Instituto de Investigaciones Antropológicas. México: 469-488. [ Links ]

1Texto que se encuentra en Ángela Ochoa y Eduardo Matos Moctezuma (comps.). Del saber ha hecho su razón de ser, memorias del coloquio Homenaje al Dr. Alfredo López Austin. UNAM-IIA-INAH. México. 2014.

2En realidad, un poco antes, según el autor, en 210 en el seminario de Rafael Tena del Instituto Nacional de Antropología e Historia.

3Aun quizás antes de la llegada de los españoles de Colón, si se confirman los datos sobre la llegada de los inuit a Islandia con los vikingos, tal vez raptados como intérpretes o simples mercancías.

4La ratatouille se prepara guisando en aceite de oliva tomates, ajo, pimientos, cebollas, calabacín y berenjenas -en proporciones variables y cortados en trozos-.

5Otro Viejo Mundo lo constituían las Filipinas.

61a Corintios 13:12.

7 <https://www.youtube.com/watch?v=QJn_jv82Dz0&feature=youtu.be>. «Calafate», es una ciudad ubicada en la ribera meridional del lago Argentino, en la región de la Patagonia, en la provincia de Santa Cruz, Argentina, a unos 80 kilómetros del glaciar Perito Moreno. Es la cabecera del departamento Lago Argentino.

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