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Cuicuilco. Revista de ciencias antropológicas

versión On-line ISSN 2448-8488versión impresa ISSN 2448-9018

Cuicuilco. Rev. cienc. antropol. vol.25 no.73 Ciudad de México sep./dic. 2018

 

Misceláneos

¿Vale la pena todavía hablar de una antropología británica?

Is it still worth talking about a British anthropology?

John Gledhill*  1

* Universidad de Manchester, Reino Unido. john.gledhill@manchester.ac.uk.


Resumen

Según Adam Kuper, solamente se puede hablar de una escuela antropológica británica reconocida como “un movimiento intelectual distinto a nivel internacional” durante los cincuenta años que abarcó el periodo entre 1920 y principios de los años setenta. El presente artículo abre la discusión en torno a la historia de la antropología social en el Reino Unido durante y después de estos “años dorados”, no solamente en términos intelectuales, sino también en términos sociológicos, culturales e institucionales, analizando la experiencia británica como un proyecto de profesionalización que pretendía construir una disciplina académica capaz de ganar respeto dentro de universidades de élite. Revisando algunas de las divergencias y contradicciones que surgieron dentro de la disciplina, aun durante sus supuestos años dorados, el trabajo indaga sobre las condiciones académicas y extra académicas que llevaron a la “escuela británica moderna” de antropología social al ocaso, destacando varios aspectos paradójicos de su historia con relación al trabajo de varias figuras claves. Sin embargo, el análisis también pretende identificar algunas aportaciones significativas de trabajos de antropólogos que en el Reino Unido han dejado a nuestro patrimonio colectivo ideas, métodos, conocimientos compartidos y principios éticos, defendiendo su relevancia a los problemas del mundo contemporáneo. Aunque el mayor grado de cosmopolitanismo alcanzado por la antropología británica a partir de los años setenta se haya visto amenazado por el resurgimiento de nacionalismos xenófobos, habrá que celebrar que exista una postura más abierta de la disciplina en el Reino Unido durante las últimas décadas, y también motivos para pensar que nuestro trabajo crítico puede tener más relevancia que nunca en nuestro mundo actual en crisis.

Palabras clave: Antropología social; Reino Unido; historia institucional; política académica; paradigmas teóricos; etnografía; cosmopolitanismo; nacionalismo

Abstract

In the view of Adam Kuper, it is only possible to talk about a British school of anthropology recognized as “a distinct intellectual movement at the international level” during the fifty years between 1920 and the beginning of the 1970s. This article discusses the history of social anthropology in the United Kingdom during and after these “golden years” not only in intellectual terms but also in sociological, cultural and institutional terms, analysing the British experience as a professionalization project that sought to construct an academic discipline able to gain respect within elite universities. Reviewing some of the divergences and contradictions that emerged within the discipline even during its supposed golden years, the essay examines both the academic and extra-academic conditions that led to the demise of the “modern British school” of social anthropology, emphasizing various paradoxical aspects of its history in relation to the work of various key figures. Nevertheless, the analysis also seeks to identify some of the positive and lasting contributions that anthropologists working in the United Kingdom have made to our collective patrimony of ideas, methods, shared knowledge and ethical principles, defending their relevance to the contemporary world. Although the greater degree of cosmopolitanism achieved by British anthropology from the 1970s onwards may now seem to be threatened by the resurgence of xenophobic nationalisms, not only is there much to celebrate in the more open posture of the discipline in the United Kingdom in recent decades, but there are also reasons for thinking that our critical work could be more relevant than ever in our present world in crisis.

Keywords: Social anthropology; United Kingdom; institutional history; academic politics; theoretical paradigms; ethnography; cosmopolitanism; nationalism

Introducción: una historia llena de paradojas

En la tercera edición de su libro intitulado Antropología y antropólogos: La Escuela Británica Moderna, Adam Kuper [1996] concluyó que solamente se puede hablar de una escuela de antropología social británica reconocida como “un movimiento intelectual distinto a nivel internacional” durante los cincuenta años que cubren entre 1920 y principios de los años setenta. Según Kuper, el futuro de la antropología social sería europeo, una conclusión fundamentada en el hecho de que se formó una asociación pan-europea de antropólogos en 1989, cuyos fundadores decidieron definir el objetivo principal de la nueva organización como la práctica de la antropología social, en lugar de la antropología y etnología. Adam Kuper fue el primer presidente del comité ejecutivo de la nueva asociación europea. Tenía buenas credenciales para asumir este cargo. Por un tiempo había ocupado una cátedra en la Universidad de Leiden, Holanda, antes de volver a Inglaterra para ser titular de una cátedra en la nueva Universidad de Brunel, en Londres. Además, había hecho aportaciones importantes al intercambio de ideas entre antropólogos norteamericanos y europeos, como editor de la revista Current Anthropology, de la Fundación Wenner-Gren, que fue el patrocinador principal de la flamante asociación europea durante el periodo en que su presidente era Sydel Silverman, la esposa de Eric Wolf y especialista en la antropología del sur de Europa.

Como su madre, Hilda, y muchos de los otros fundadores de la “escuela británica”, Adam Kuper no era originario del Reino Unido, sino de uno de sus territorios coloniales; Sudáfrica, en su caso. Este hecho llevaría a pensar que muchos de los antropólogos que trabajaban en el Reino Unido adoptarían una visión cosmopolita de su profesión, pero la realidad durante los cincuenta años dorados de la “Escuela Británica Moderna” era un poco distinta. Sí, los británicos tenían enlaces importantes con colegas europeos, que incluían a algunos antropólogos alemanes y austriacos que se auto-denominaban “antropólogos sociales”, tales como Richard Thurnwald y Christoph von Fürer-Haimendorf. Sin embargo, el estallido de la Segunda Guerra Mundial complicó estas relaciones. Fürer-Haimendorf se encontró en territorio británico cuando la guerra estalló, pero las autoridades coloniales de la India aceptaron que no guardaban simpatías nazistas y se le permitió seguir con su trabajo de campo y después ocupar una posición en la administración colonial, para posteriormente terminar su carrera en Londres, como catedrático de la Escuela de Estudios Orientales y Africanos. En contraste con este caso, Richard Thurnwald encabezó a un grupo de antropólogos que escribieron una carta a Adolf Hitler ofreciendo sus servicios al régimen nazista [Gingrich 2010]. Y algunos de sus miembros participaron en el programa nazista de exterminio de judíos y gitanos. Thurnwald probablemente no se asumía como un racista convencido, sino simplemente impulsado por ambiciones profesionales. Sin embargo, cualesquiera hayan sido los motivos, dio su aval al trabajo de otras personas que fueron culpables de cometer crímenes contra la humanidad.

Lo que se aprende de esta vergonzosa historia es que la antropología social se desarrolló en una época tanto nacionalista como imperialista-colonial [Hart 2003]. El objetivo principal de la mayoría de los primeros antropólogos sociales fue el de construir su profesión y conseguir un reconocimiento dentro del sistema universitario de sus respectivos Estados-naciones. Se dirigían al Estado nacional para solicitar apoyo y llegar a este objetivo por motivos pragmáticos, más que por motivos ideológicos. No se puede entender la historia de la Escuela Británica sin tener en cuenta el contexto institucional y los proyectos personales y profesionales de sus fundadores.

La construcción de una profesión

Por ser extranjeros y/o nacidos en las colonias, a muchos de sus fundadores les preocupaban las cuestiones relacionadas con el ascenso social y buscaban el reconocimiento social por parte de la élite metropolitana británica que, en la mayoría de los casos, les fue negado [Leach 1984]. Malinowski, polaco naturalizado como ciudadano británico, al final tuvo que abandonar la lucha e irse a Estados Unidos, para finalmente realizar su último trabajo de campo en México. Un asunto al cual voy a volver al final de este artículo. Sin embargo, el afán de buscar el reconocimiento inclinó a los fundadores de la escuela británica a priorizar la conquista de las universidades más prestigiosas. A pesar de sus diferencias intelectuales y sus peleas personales, formaron una asociación profesional que por varias décadas se conformó como una organización bastante excluyente. La Membresía de la Asociación de Antropólogos Sociales dependía de los caprichos de los personajes más destacados de la profesión, quienes negaban la entrada al club a algunas personas que consideraban traidores por haber optado por la identidad profesional de sociólogo. Ya desaparecido el Imperio, la Asociación de Antropólogos Sociales incluyó a colegas que seguían trabajando en las otroras colonias, ya como Estados-naciones independientes de la Comunidad Británica de Naciones. Pero a pesar de un intento por acercarse a colegas estadounidenses que fueron considerados simpatizantes con el paradigma de la antropología social en un congreso internacional que la Asociación celebró en 1963, los invitados que habían expresado su interés en ser miembros de la ASA (por sus siglas en inglés, Association of Social Anthropologists), fueron rechazados. ¿Por qué? Porque los líderes británicos temían perder su hegemonía sobre la organización y su red poscolonial debido a la presencia de un grupo significativo de norteamericanos [Mills 2003].

En otras palabras, se trataba de un juego de poder y profesionalismo, y la protección de un relativamente pequeño espacio de poder. La estrategia estaba destinada a fracasar, ya que los estudiantes ingleses de mi generación leímos los trabajos de la generación pos-boasiana de antropólogos norteamericanos en un momento en que el paradigma estructural-funcionalista se encontraba sitiado por todos lados de críticas teóricas y políticas. Otra consecuencia fatal de las estrategias profesionales de los líderes de la Escuela Británica original fue su decisión de concentrar el proyecto en un grupo de universidades de élite y rechazar la posibilidad de enseñar la antropología en escuelas, a pesar del hecho de que las obras de Malinowski y algunos de sus colegas tenían bastante aceptación fuera de las universidades, y el Instituto Real de Antropología aceptaba a amateurs como miembros.

A largo plazo, la enseñanza de una disciplina “pequeña” impartida en universidades prestigiosas tuvo sus ventajas desde el punto de vista de haber logrado ganar una puntuación alta en las evaluaciones neoliberales sobre la calidad de la investigación universitaria, pero no ayudó a la profesión a fortalecer su imagen pública. Sin embargo, en un momento histórico de cada vez mayor austeridad económica, es de suma importancia saber que una disciplina supo cómo justificar su existencia. El legado nefasto de este descuido del mundo fuera de las instituciones académicas es que la mayoría del público británico todavía piensa que los antropólogos se dedican exclusivamente al estudio de los “salvajes exóticos”. Existen pocos canales de comunicación eficaces para convencer al público de que ya nos modernizamos hace mucho tiempo. No es que al público británico no le guste lo “exótico”. Todo lo contrario. A los británicos les encanta ver los productos que se exhiben mediante la industria de la “TV realidad”, una industria que busca incansablemente a los indígenas verdaderamente “salvajes” en las selvas peruanas o en el Amazonas, cueste lo que cueste, con la presencia de sus equipos técnicos en términos de la transmisión de enfermedades respiratorias, y la falsedad total de sus imágenes, las cuales borran la presencia de compañías mineras y petroleras del escenario, por completo. Y, se trata simplemente, de que el público británico tiene dudas sobre la necesidad de enseñar este tipo de “tonterías” en las universidades.

Por lo tanto, la antropología social en el Reino Unido ya ha vivido en un estado de crisis más o menos constante a partir de los años setenta. Esto se ha dado, a pesar de haber conseguido aumentar el número de departamentos y, por mucho, el número de docentes dedicados a la enseñanza de la disciplina, como consecuencia de dos etapas de expansión de la educación superior orientadas a dar mayor acceso al sistema a las clases populares. También se ha dado, a pesar de haber conseguido un grado de internacionalización mucho más sólido e importante en las últimas cuatro décadas. Hoy en día la antropología británica es verdaderamente cosmopolita, aunque las cuestiones del “provincialismo metropolitano” y de la preeminencia de la antropología anglosajona en las jerarquías globales siguen siendo disputadas por distintas visiones cosmopolíticas [Ribeiro 2014]. Un porcentaje alto de nuestros docentes son extranjeros, no solamente provenientes de Europa sino también del otro lado del Atlántico, norte y sur. La influencia intelectual de antropólogos británicos en Europa es más fuerte que nunca, a pesar de no ser la consecuencia de un solo paradigma teórico compartido. Las redes mundiales de los británicos también son más extensas, porque hay más diversidad en las regiones donde trabajamos que en el pasado y hemos participado más activamente en las organizaciones mundiales de antropología. Desgraciadamente, todo esto podría acabar muy pronto.

La decisión de los británicos, o más bien de los ingleses, de salir de la Comunidad Europea, tendrá efectos bastantes negativos sobre el financiamiento de nuestras universidades.2 Más importante todavía, es parte de un proceso más generalizado provocado por la crisis endémica del capitalismo neoliberal. Esta crisis ha resultado en el resurgimiento de nacionalismos xenófobos con base en el éxito de una derecha populista, la cual está ganando fuerza como consecuencia de la mayor precariedad económica experimentada por clases obreras acostumbradas a vivir dentro del marco de un estado de bienestar social, ya en descomposición. Un proyecto político que pretende recuperar la soberanía nacional en lo que se refiere al control de la inmigración, sin controlar la depredación del capital global financiero, no ofrece un ambiente muy favorable al cosmopolitismo académico.

A la luz de lo que acabo de decir, quiero dar una repuesta inicial a la pregunta: “¿Vale la pena todavía hablar de una antropología británica?” No, en el sentido de que se puede identificar “una escuela” conformada por personas más o menos unidas en un proyecto intelectual común, distinto, a nivel internacional. Tal vez sí, en términos de ciertas características de nuestra comunidad académica como comunidad profesional. Jonathan Spencer, ha planteado que ya no se puede distinguir el tipo de conocimiento que los británicos producen ni los métodos que usan para producirlo, pero que se puede hablar todavía de una comunidad con su propio estilo de trabajar ideas y sus costumbres locales, incrustadas, por ejemplo, en los seminarios semanales de departamentos [Spencer 2000]. Tengo cierta simpatía con este planteamiento. Hoy en día somos más plurales tanto en el sentido profesional como en el sentido intelectual que durante la llamada “época dorada”. Pero conservamos una capacidad de unirnos y organizarnos para defender nuestros intereses comunes como disciplina en el campo académico que pocas otras comunidades académicas tienen, en los ámbitos nacionales o internacionales. Esto, tal vez, sería el legado más positivo de los esfuerzos de los antepasados, a pesar del hecho de que, en realidad, la cultura de la disciplina en el Reino Unido cambió bastante, aun durante mis cuarenta años de carrera.

Sin embargo, ya que estamos hablando de la antropología social, asociada originalmente con los británicos, valdría la pena matizar esta idea un poco más, tal vez el punto clave es que la antropología social se ha difundido y ganado fuerza en otras latitudes, sobre todo en la Europa continental. El hecho de que la antropología social sea británica, pero hoy en día más que británica, podría ser otro motivo para seguir discutiendo su trayectoria histórica, sobre todo en lo que se refiere a su posible relevancia en relación con la antropología mexicana. Nos dirigimos entonces, otra vez, hacia la cuestión intelectual y de legados intelectuales duraderos, en lugar de cuestiones sociológicas, culturales e institucionales.

La época dorada: disputas internas

Keith Hart ha sostenido que la época dorada de la antropología social británica fue distinguida por la unidad excepcional entre su objeto de estudio predilecto, su marco teórico, y su método [Hart 2004]. El objetivo fue las sociedades en ese entonces llamadas “primitivas”, ubicadas en zonas lejanas de los centros del poder imperial. El marco teórico fue el funcionalismo, es decir, para traducir las palabras de Hart, “la idea de que las costumbres de estas sociedades, por tan extrañas que parezcan, tienen sentido y encajan en una totalidad, porque si no, la vida cotidiana sería imposible”. Y el método fue, por supuesto, la etnografía con base en el trabajo de campo extendido e intensivo.

Sin embargo, aún durante la “época dorada”, existían diferentes tendencias dentro de las filas de los británicos, de dos tipos. Primero, desde el principio hubo diferencias importantes sobre cuestiones teóricas y epistemológicas, que partieron de la rivalidad entre Malinowski y Radcliffe-Brown y sus respectivos seguidores. Radcliffe-Brown abogaba por una antropología basada en el análisis comparativo, que podría utilizar la materia prima de los estudios etnográficos de casos específicos para producir generalizaciones sobre las formas en que los seres humanos consiguen mantener la estabilidad estructural de sus sociedades. Es decir, su objeto de estudio era la sociedad y el orden social, en la tradición francesa de Durkheim, y su meta, la de producir “leyes” generales que se podrían aplicar universalmente. Radcliffe-Brown despreciaba el concepto de cultura, el objeto de estudio de la antropología boasiana en los Estados Unidos, y hacía una distinción entre la antropología, vista por él como “una ciencia natural de la sociedad”, y la etnografía, vista como un mero proceso de recopilación de datos. Malinowski, por contraste, buscaba la función de elementos culturales en la satisfacción de las necesidades biológicas de individuos, las cuales incluyeron el mantenimiento de la sociabilidad. Su enfoque era el individuo, le interesaba la psicología, y sus análisis surgieron de sus datos etnográficos. El tipo de análisis comparativo que hacía consistía principalmente en explicar la racionalidad cultural de prácticas culturales que parecían raras y exóticas desde el punto de vista occidental en sus propios términos, explicando que podrían ser consideradas semejantes a algo que los europeos conocían: por ejemplo, los objetos de valor simbólico que la gente intercambiaba en las redes de la Kula en las islas Trobriand, podrían ser considerados equivalentes a las joyas oficiales de los reyes y reinas de Gran Bretaña. En otras palabras, Malinowski era bastante empirista, no le gustaba ascender a altos niveles de abstracción, ni tampoco le gustaba postular la existencia de “la sociedad” como objeto de análisis que trascendería las vidas de sus miembros.

Una segunda diferencia sumamente importante entre Radcliffe-Brown y Malinowski fue sus posturas sobre el valor de la llamada “antropología aplicada”. Como David Mills ha mostrado en un análisis profundo de la historia política de la antropología social británica, Malinowski, en la London School of Economics, siempre abogó por una antropología práctica, y sus esfuerzos estimularon a sus seguidores; de manera notable, a Raymond Firth y Audrey Richards, a acercarse al Consejo de Investigación Colonial [Mills 2002]. Por otro lado, Radcliffe-Brown, el jefe original del departamento en Oxford, y su sucesor, Evans-Pritchard, temían que un enfoque en la antropología aplicada podría minar los intentos de establecer la enseñanza de la antropología social como una disciplina que merecería ser tomada en serio intelectualmente dentro de las universidades. Esta historia es importante para entender por qué los antropólogos británicos que abogaban contra la antropología aplicada casi borraban el contexto colonial de sus etnografías y por qué la disciplina se concentró en un puñado de universidades de élite. Sin embargo, la antropología social británica recibía más recursos del gobierno británico después de la Segunda Guerra Mundial, a pesar del hecho de que las peleas internas provocaban que algunos funcionarios públicos describieran a los antropólogos como “gente difícil”.

El ocaso de un paradigma

Conviene repetir que la tribu de antropólogos sociales que trabajaron en el Reino Unido era muy pequeña al principio, aunque también disfrutaban del respaldo de colegas ubicados en el mundo colonial. A principios de los años cincuenta, había poco más de 30 profesores de antropología social en todo el Reino Unido. A principios del nuevo milenio, teníamos 200 profesores con plazas permanentes y más de 300 incluyendo un número cada vez mayor de gente que trabajaba en condiciones más precarias [Spencer 2000: 4]. El paradigma unitario de objeto, teoría y metodología de la Escuela Británica original empezó a desintegrarse, tanto por causa de cambios en el mundo, como por causa de críticas académicas y, es importante destacar, también por causa de críticas políticas por parte de la generación de jóvenes a la cual yo pertenecía. No tolerábamos no solamente el silencio sobre el papel de las relaciones coloniales en la conformación estructural de las sociedades de pequeña escala que era su objeto de investigación predilecto, sino también la falta de atención de la antropología británica al racismo dentro de nuestro propio país y a las formas actuales de imperialismo y neo-colonialismo.

La guerra en Vietnam fue un punto de referencia importante, junto con el papel clandestino de Estados Unidos y sus aliados, notablemente Israel, en Sudamérica y América Central. Pero también nos preocupó el silencio de la antropología británica sobre las menos conocidas guerras de contrainsurgencia secretas del ejército británico en Malasia y también en el Yemen, en la península del golfo de Arabia, todavía un foco rojo donde últimamente el Estado británico ha sido cómplice de crímenes contra la humanidad cometidos por las fuerzas armadas de Arabia Saudita. Las influencias teóricas del neo-marxismo y posestructuralismo combinaron mejor con este ambiente más crítico, junto con el interés en ubicar los estudios etnográficos de localidades dentro del marco de los sistemas mundiales.

Sin embargo, antes de hablar más sobre este tema, debo destacar que los que trabajaban con marcos teóricos más tradicionales también seguían produciendo aportaciones novedosas. Mary Douglas, por ejemplo, fue una fiel seguidora de Durkheim durante toda su vida [Fardon 1999]. No solamente consiguió difundir el aparato analítico y conceptual de la perspectiva durkheimiana, sino también orientó sus teorías a cuestiones bastante contemporáneas y fenómenos de la vida cotidiana de las sociedades industrializadas, tales como los hábitos banales de consumo de alimentos. Mary Douglas consiguió lo que no muchos lograron, comunicar con el público en general mejor que la mayoría de los antropólogos de su generación, expresando sus ideas con frecuencia en los canales de la radio más populares, por ejemplo.

Un aspecto poco favorable para ella y sobre la postura de la profesión en general a finales del siglo veinte, es que, a pesar de su fama internacional y el éxito obtenido en el mercado con la venta de sus libros, muchos de sus colegas consideraban a Mary Douglas un poco “al margen” en términos de las corrientes principales de su disciplina. Mi propia evaluación podría ser considerada un tanto parcial, ya que trabajé en el departamento de antropología de la University College de Londres por invitación personal de Mary Douglas. Sin embargo, el hecho de que ella siempre se mostró muy cariñosa conmigo a pesar de nuestras grandes diferencias político-ideológicas, y fue consistente en mantener una postura abierta que hizo que su trabajo resultara más interesante para una amplia gama de intelectuales que se hallaban fuera de la disciplina, hasta hoy puedo decir que me da rabia acordarme de una ocasión en que Edmund Leach la acusó públicamente de ser demasiado católica para ser buena antropóloga. La única persona que recuerdo a quien Leach despreció todavía más que a Mary Douglas, fue a Max Gluckman.3

El trabajo de Mary Douglas se fundamentó en comparaciones entre las estructuras sociales de distintas sociedades y sus relaciones a sistemas de clasificación y prácticas culturales. Aunque sus análisis eran innegablemente reveladores, ella analizaba sociedades históricas como casos, pero no orientaba mucho su interés en procesos históricos, en contraste con los antropólogos a quienes nos interesaban los sistemas mundiales. Estudiamos las relaciones económicas, sociales y políticas entre zonas centrales y zonas periféricas establecidas por las cadenas de producción, comercialización, y consumo de las mercancías que sustentaban el desarrollo capitalista. Los trabajos de Eric Wolf y Sidney Mintz fueron especialmente relevantes en este contexto [Wolf 1982; Mintz 1985]. Este tipo de estudios destruyó para siempre la idea de que las sociedades investigadas por etnógrafos podrían ser consideradas como entidades aisladas, y sin una historia que los antropólogos deben dedicarse a entender. No fue necesario tener la presencia directa de europeos para sentir los efectos indirectos de la expansión europea, los cuales fueron verdaderamente profundos en zonas como el Amazonas. Además, descubrimos nuevos tipos de formaciones sociales que pusieron en duda varias ideas eurocéntricas sobre la historia global y los orígenes de la llamada “modernidad” europea: Mintz, por ejemplo, mostró que es necesario entender a las sociedades caribeñas como sociedades reconstituidas por esclavos provenientes de distintas zonas africanas, bajo el dominio de blancos cuyos ingenios azucareros fueron el prototipo de la modernidad industrial europea [Mintz 1996]. Sus ideas lanzaron una amplia gama de estudios comparativos, es decir, estudios tanto de diferencias como similitudes, sobre el papel y lugar histórico de los africanos y sus culturas en las sociedades de las Américas.

Este tipo de perspectivas llevó a una deconstrucción radical del objeto de análisis tradicional de la antropología británica y un rechazo a la lógica de la teoría funcionalista. La configuración específica de cualquier sociedad es el resultado de un proceso histórico y es un proceso que podemos entender si adoptamos otras escalas de análisis y otros métodos para complementar los datos del trabajo de campo etnográfico. Incluso, podemos saber algo de la historia pre colonial si combinamos los estudios etnográficos con estudios arqueológicos. En el Reino Unido, la arqueología y antropología social fueron normalmente separadas en la academia por causas institucionales, pero no es por casualidad que nuevos diálogos entre las disciplinas empezaron a acontecer a partir de los años setenta; diálogos que no fueron simplemente sobre cuestiones empíricas, sino también sobre cuestiones de explicación y la aplicación de teorías sociales al pasado. Nuevos programas en arqueología y antropología aparecieron. Aunque el Instituto Real siempre había incluido a arqueólogos como miembros, el punto culminante de este proceso de acercamiento fue en 2009, cuando la Asociación de Antropólogos Sociales dedicó su congreso anual a las relaciones entre la arqueología y la antropología [Shankland 2012].

Con la deconstrucción de su objeto de análisis tradicional, las sociedades que nadie ya podía llamar “primitivas”, sin ser blanco de críticas, y el ocaso de la teoría funcionalista como modo aceptable de explicación, el método predilecto de la antropología social, británico, el trabajo de campo, quedó como el único elemento de la unidad original que todo el mundo quería conservar sin cambios fundamentales. Para adaptar la metodología a sistemas cuyas relaciones eran translocales o transnacionales, muchos empezaron a abrazar el modelo de hacer trabajo de campo en múltiples localidades. Se podría estudiar a migrantes en sus pueblos de origen y destinos de migración, por ejemplo, o hacer trabajo de campo tanto en las oficinas del Banco Mundial como en un lugar en donde se estuviera realizando uno de sus proyectos. El tipo de etnografía que George Marcus [1995] nombra multi-sited en inglés, podría ser un poco diferente a la etnografía tradicional, ya que los periodos de investigación podrían ser y, por motivos prácticos, muchas veces tendrían que ser más breves en cada lugar. Pero este sacrificio fue visto como necesario para abordar nuevos tipos de problemas y nuevos objetos de análisis por medio de métodos etnográficos.

Los nuevos estilos de hacer etnografía y objetos de análisis etnográfico no gustaron a todos los antropólogos más tradicionales. Algunos de nuestros centros de docencia en el Reino Unido seguían reproduciendo un modelo del “antropólogo de verdad” que privilegia el trabajo de campo en zonas alejadas del mundo occidental, en donde hay más probabilidades de encontrar una alteridad cultural más “radical”. Para algunos colegas era una cuestión de honor padecer de una enfermedad tropical, para poder describir sus sufrimientos con colegas entre pláticas aburridas de bar, año tras año, después de volver del “campo”. Sin embargo, ya pasó la época en que este tipo de ideas fueron dominantes. En su afán de ser “relevantes” y de abordar nuevos tipos de cuestionamientos, ya casi no existe un lugar que tenga organización social y en el cual los métodos etnográficos no hubieran penetrado, desde laboratorios científicos, supermercados, bancos, bolsas de valores u hospitales, hasta grupos de activistas anarquistas.

Es satisfactorio poder decir que la antropología social ya se ha probado capaz de trascender lo “exótico” y meterse en otros campos de acción social dentro de las sociedades cien por ciento “modernas”. Muchos antropólogos británicos ya llegan a definir su disciplina en términos de su metodología preferida. Cuando geógrafos, sociólogos o politólogos afirman, que ellos también saben usar métodos etnográficos cualitativos, este tipo de antropólogo contesta “pues, sí, pero ustedes no hacen la etnografía como nosotros, practicando la inmersión total en el campo, normalmente por un periodo extendido, y con la determinación de hacer que lo familiar parezca extraño, cuya base es el fruto de la tradición antropológica de cuestionar las miradas y presuposiciones etnocéntricas”.

Sin embargo, yo y algunos otros antropólogos británicos, incluidos el antes mencionado Keith Hart [2004] y Tim Ingold [2008], rechazamos rotundamente la definición del proyecto intelectual de la antropología social en términos de sus métodos etnográficos. Lo hago a pesar de ser muy apegado personalmente no solamente al trabajo de campo en su forma convencional, sino también a hacer un tipo de trabajo de campo que implica compromisos más que académicos con los sujetos de mis estudios. ¿Por qué? En primer lugar, coincido con Hart en rechazar la idea de que los datos etnográficos sean los únicos que valen para hacer un análisis que se puede llamar antropológico. Se pueden analizar documentos históricos en archivos, literatura clásica y textos contemporáneos, películas, programas de televisión, y mil otros tipos de productos culturales desde una óptica antropológica, con o sin complemento en entrevistas con gente u observación participante de su comportamiento. Aun dentro de la Escuela Británica original, sobre todo en Manchester, había un lugar también para los métodos cuantitativos, al lado de los métodos etnográficos cualitativos. Cierto rigor numérico siempre es útil cuando se trata de comunidades socialmente heterogéneas y es importante saber cuántas personas toman una postura particular y si se pueden explicar diferencias en términos de perfiles sociales distintos u otros criterios. Es importante reconocer que la etnografía tiene tanto límites como indiscutibles virtudes en términos de profundidad y las posibilidades que ofrece para falsificar interpretaciones más superficiales.

En segundo lugar, una consecuencia negativa de definir la antropología como etnografía ha sido la fragmentación del campo de estudio. Ya hoy es común referirse a cualquier nuevo tema de estudio como “la antropología de X”. Hay un peligro latente de perder la perspectiva holística que es otro elemento de lo que hace la antropología social distinta, por causa de un exceso de especialización y división de fenómenos sociales en compartimientos, sobre todo cuando de ello reproducimos una lógica que se puede explicar más bien como un producto ideológico de procesos históricos, ejemplificado por la idea de que “la economía” es algo autónomo, que opera sobre las sociedades como “una fuerza de la naturaleza”; otro concepto bastante discutible, por supuesto.

En tercer lugar, los antropólogos hoy en día quieren analizar fenómenos de distintas escalas, extensas redes de relaciones sociales y relaciones de poder, y sistemas que no se pueden observar directamente. Se puede decir que el trabajo de campo hecho en pequeños lugares puede arrojar luz sobre asuntos de una importancia mucho más amplia. Sin embargo, existen organizaciones sociales que normalmente son muy difíciles de estudiar directamente, por ejemplo, los mundos sociales del terrorismo y del narcotráfico. Lo que se puede observar directamente a menudo son solamente ciertos efectos de la presencia de estas organizaciones en el ambiente social y político, aun teniendo un alto grado de confianza con la gente y descartando cuestiones éticas que también son relevantes al tema. Lo mismo puede decirse en el caso del Estado, pero en otro sentido. No se pueden usar los métodos de observación participante para estudiar al Estado como un todo translocal: por medio del trabajo de campo solamente se alcanzan a estudiar sus efectos materiales y las formas de imaginar su poder que existe en distintos lugares [Gupta 1995; Trouillot 2001]. Otro ejemplo similar sería la distinción entre hacer antropología en la ciudad y construir una antropología de la ciudad [Low 1996].

Finalmente, para pensar en lo que las observaciones hechas en localidades específicas nos enseñan sobre estos asuntos de mayor alcance, tenemos que tener una mínima perspectiva teórica sobre lo que es de mayor alcance y por qué. Radcliffe-Brown se equivocó cuando separó la antropología, vista como una actividad de abstracción y teoría, de la etnografía, vista como mera “recopilación de datos”, una actividad descriptiva. No entramos en el campo con cabezas vacías, analíticamente hablando, pero, por otro lado, la etnografía es una actividad con una vertiente teórica, porque lo que observamos nos puede sorprender y contradecir nuestros supuestos teóricos iniciales, obligándonos a pensar de nuevo y tal vez llegar a una innovación teórica o interpretativa. Esto pasa con frecuencia con estudiantes, ya que sus profesores les obligan a estudiar perspectivas teóricas relevantes y estudios previos sobre su tema y/o localidad, antes de hacer trabajo de campo, y a veces los estudiantes deciden, con razón, que hay que repensar todo a la luz de lo que aprendieron por medio de sus pláticas con la gente y la observación de sus relaciones y prácticas sociales. Por lo tanto, hay que indagar más sobre lo que de verdad podría definir a la antropología social como un proyecto analítico y teórico.

Según Tim Ingold, el objetivo de la antropología es el de buscar un “entendimiento, generoso, comparativo, pero a la vez crítico, de cómo los seres humanos viven y saben en el mundo que todos los humanos compartimos” [Ingold 2008: 69]. En otras palabras, hacer antropología es indagar sobre las condiciones y posibilidades de vida humana en el mundo. En un documento expedido por la Asociación Europea de Antropólogos Sociales (EASA, por sus siglas en inglés, European Association of Social Anthropologists), el año pasado, la siguiente definición fue concordada: “La antropología puede ser definida como el estudio comparativo de los seres humanos, sus sociedades y sus mundos culturales. Simultáneamente, explora la diversidad humana y lo que todos los seres humanos tienen en común”.4 El elemento común en estas definiciones es que antropólogos adoptan una perspectiva comparativa. Puede ser más o menos sistemática, pero está presente en todo lo que hacemos. Incluso, cuando hacemos trabajo de campo por primera vez, traemos esta perspectiva comparativa en nuestro bagaje, aunque no lo reconozcamos, porque es producto de la acumulación de conocimiento antropológico, transmitido, aunque sea siempre parcialmente y con sesgos y omisiones, en nuestra formación profesional. En este sentido Radcliffe-Brown sí tuvo razón, pero por razones distintas al tipo de distinción que él hizo entre etnografía y antropología.

Pensando en lo que todavía vale la pena

Si hacemos antropología social, sobre cualquier tema o problema, con base en un fundo de conocimiento acumulado, es obvio que las obras clásicas conserven cierta relevancia, aun si las dividimos en partes vivas y partes muertas de la disciplina, para usar una frase de Maurice Godelier en su revisión del pensamiento marxista desde la perspectiva de la antropología “moderna”, es decir, de la antropología de la época en que Godelier escribía su ensayo [Godelier 1973]. Para terminar, voy a decir algo más concreto sobre lo que yo personalmente considero las partes vivas y partes muertas de la llamada “tradición británica”, en la segunda década del siglo veintiuno.

Se puede decir que el departamento que Max Gluckman fundó en Manchester en 1949 se destacó tanto por las posturas políticas izquierdistas de sus profesores como por sus innovaciones teóricas y metodológicas. Sin embargo, no fueron simplemente posturas políticas que Gluckman y sus primeros alumnos aportaron a la fiesta que al final culminó con la muerte del paradigma estructural-funcionalista. A Gluckman lo persiguió la polémica por parte de administraciones coloniales debido a sus comentarios críticos sobre el orden colonial tanto como jerarquía racial como sistema de superexplotación capitalista, y los mancunianos en general tenían un interés especial en estudiar los conflictos, a pesar de mantener un marco teórico que todavía privilegiaba la idea de que los sistemas sociales muestran una tendencia de volver a un estado de equilibrio relativo después de sufrir los trastornos. Pero hay muchas cosas interesantes que se pueden hacer al indagar sobre procesos que produzcan la estabilidad. Como Bruce Kapferer [2005] ha subrayado, una de las aportaciones más importantes de Gluckman al desarrollo teórico de la disciplina fue hacerse la pregunta: “¿a la luz de tanta discriminación, humillación, explotación e injusticia, porque no hay más resistencia al régimen colonial?”. La respuesta fue dada en su famoso “análisis situacional” de la ceremonia de inauguración oficial de un puente, en lo que hoy en día es la provincia de Kwa-Zulu Natal, el cual introdujo el concepto de “lazos entrecruzados”, “cross-cutting ties” en inglés [Gluckman 1940].

A mi parecer, es especialmente importante saber que los trabajos de los integrantes de la escuela de Manchester produjeron un cambio de foco desde estructuras a procesos. Me refiero aquí a innovaciones metodológicas tales como los estudios de caso extendidos. Otro ejemplo son los dramas sociales de Victor Turner con su enfoque sobre las actuaciones de los actores sociales (“performance”), el cual le llevó a escribir un famoso ensayo, “La Historia como Drama Social”, sobre la insurrección encabezada por Hidalgo en México, traducido al castellano por el Dr. Korsbaek [Turner 1975; 2016]. Después de su traslado a Estados Unidos, el trabajo de Turner se dirigía cada vez más hacia la promoción de un acercamiento entre antropología social y las humanidades, pero otros mancunianos escogieron un rumbo distinto. En las manos de Clyde Mitchell el análisis de redes sociales se convirtió en una expresión importante del interés de la Escuela de Manchester en métodos tanto cuantitativos como cualitativos. Los proyectos de Manchester en la zona industrial del Copperbelt en Zambia fueron claves para el desarrollo de la antropología urbana, la antropología de trabajo, e importantes novedades en el campo de la antropología política.

El legado de este grupo en Manchester es algo que sigue vivo. Su patrimonio intelectual y metodológico sigue siendo relevante no solamente a la antropología social sino también a la sociología contemporánea [Burawoy 1998]. Sin embargo, tal vez no sea totalmente británico. Gluckman y sus colegas con frecuencia decían que ellos mismos hacían sociología, pero no en la tradición francesa de Durkheim y Mauss. Como David Mills [2005] ha señalado, hay una relación obvia entre lo que se desarrolló en Manchester y los antecedentes en la sociología norteamericana, sobre todo en Chicago. Además, la gente en Manchester seguía hablando con colegas norteamericanos a pesar de lo que pasó después del congreso de 1963. Figuras como Richard Adams que se asumía dentro del grupo de los antropólogos sociales, la influencia de Manchester estuvo explícita en sus obras.5

La llamada “escuela británica” es parte de esta herencia compartida de todos los antropólogos, mundialmente [Pina-Cabral 2005]. Todo el mundo también ha leído a Evans-Pritchard sobre los Nuer. Pero conviene preguntar: “¿para qué sirve esto hoy en día?” Compartir una herencia de ideas no nos libera de la obligación de trascender sus límites: el conocimiento antropológico es acumulativo, pero no todas las ideas todavía valen, y en el caso de los Nuer, las ideas “clásicas” nos pueden engañar seriamente.

Posiblemente todavía existan contextos sociales en los cuales se puede aplicar la lógica del modelo super abstracto ofrecido por Evans-Pritchard de la fisión y fusión de los distintos segmentos de los linajes y clanes de los Nuer, el “orden” que él descubrió atrás de la “anarquía” de las peleas: conflictos territoriales entre pandillas urbanas, por ejemplo. Ésa es la ventaja de los modelos muy abstractos. Sin embargo, también hay graves desventajas en procesos de abstracción que se basan en la descontextualización histórica. La mayor parte de la información y análisis que nos ayudaría a entender la violencia actual entre Nuer y Dinka, en las sangrientas guerras civiles del Sudán del Sur, no se encuentra en este modelo, porque Evans-Pritchard no dijo nada sobre los cambios provocados por las relaciones coloniales, sobre todo los que dificultaban métodos tradicionales para mantener la paz. Como Sharon Hutchinson ha mostrado, medio siglo después, un puñado de Nuer y Dinka fueron a estudiar a universidades en Estados Unidos e Inglaterra y volvieron a asumir carreras políticas que culminaron en estas guerras sanguinarias que la gente común y corriente suele llamar “las guerras de la élite preparada” [Hutchinson 2001]. Sería injusto criticar a Evans-Pritchard por no prever este futuro, tal vez. Pero sería más justo criticarle por dar preferencia a la producción de un esquema elegante y lógicamente impecable, sin mencionar los detalles etnográficos no consistentes con su modelo del “orden atrás del desorden”, dejando por un lado los impactos de la “paz y justicia colonial”, sin hablar de las fuerzas ya visibles en su trabajo de campo que de pronto iban a provocar cambios irreversibles en esta región. El enfoque de los antropólogos de Manchester sobre cambio social, relaciones de poder, urbanización, y la formación de nuevos Estados poscoloniales, era totalmente diferente al paradigma de Evans-Pritchard en Oxford o el de Meyer-Fortes, en Cambridge.

A modo de conclusión: desde Malinowski en México a la crisis actual

Acabo de plantear, otra vez más, la necesidad de cuestionar la unidad intelectual de la “escuela británica moderna”. También parece necesario reconocer la contradicción que existía entre la solidaridad que la profesión mostraba en sus intentos de construir una disciplina y su falta de consenso total sobre otras cuestiones, incluyendo cuestiones políticas y sociales fuera de la academia. En este contexto, y para terminar, habrá que dirigir la mirada hacia un ángulo más positivo, y observar de cerca lo que pasó con Bronislaw Malinowski cuando llegó a México para hacer lo que sería su último trabajo de campo, sobre el tema en ese momento novedoso, del sistema de mercados del Valle de Oaxaca.

En este proyecto, analizado en primer lugar por Susan Drucker-Brown [1988], y recientemente revisado, con base en la disponibilidad de nueva documentación, por Scott Cook [2015; 2016], Malinowski estuvo apoyado por un joven antropólogo mexicano de orientación izquierdista, Julio de la Fuente. Nacido dentro del Imperio austro-húngaro, Malinowski finalmente se convirtió en ciudadano británico, pero cuestiones de nacionalidad durante la Primera Guerra Mundial lo obligaron a convertirse en el más itinerante de todos los fundadores de la escuela británica. Había aprendido a hablar español en su juventud en las Islas Canarias, un factor en su decisión de hacer trabajo de campo en México. Empezó su trabajo en Oaxaca, con el apoyo de la Fundación Carnegie, después del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, cuando decidió aceptar una cátedra en Yale y quedarse en Estados Unidos (murió de un infarto en 1942 a la edad de 58 años). Es importante subrayar la importancia general y fundamental de recursos norteamericanos en la creación de “la antropología social británica”. Las etnografías británicas clásicas tanto en África como en el Pacífico fueron financiadas por otra fundación estadounidense, la Rockefeller.

Al llegar a México, Malinowski escandalizó mediante una conferencia que criticaba el trato que se daba a los indígenas. Su trabajo en Oaxaca mostró cierta simpatía con la vertiente más radical del indigenismo, asociada con la izquierda, a la cual De la Fuente pertenecía. Hoy en día el indigenismo oficial parece poco atractivo, a la luz de sus políticas de asimilación, la llamada “Mexicanización del Indio”, y su desvalorización de la capacidad de los pueblos indígenas de entrar en la “modernidad”, a su manera y por sus propios esfuerzos. Sin embargo, tal vez valga la pena reconocer que algunos de sus promotores tenían buenas intenciones; inclusive, la de acabar con las formas retrogradas del capitalismo que se basaban en la estratificación étnica, y que querían poner fin a la exagerada pobreza de la población indígena que sigue siendo un escándalo nacional en la segunda década del siglo veintiuno. Susan Drucker-Brown ha destacado que Malinowski nunca fue “político”, en el sentido de pertenecer a movimientos o partidos, pero que sí se interesaba por este tipo de cuestiones sociales.

Según Scott Cook, el informe que Malinowski redactó con su colaborador en inglés fue elogiado por un comité de estudiantes de la ENAH en 1957, cuando el texto finalmente llegó a ser traducido y publicado en castellano, quince años después de su redacción original. Los estudiantes elogiaron a Malinowski por su acusado interés en proyectos de cooperativas y apoyos a productores artesanos que podrían servir como base para la transformación social local. Por lo tanto, mientras que algunos antropólogos británicos que abogaban por una disciplina “intelectualmente rigurosa” con prestigio académico se estaban preparando para defender a sus amigos austriacos que colaboraron con la ciencia social racista de los nazis, el polaco que prefería la descripción detallada a la abstracción, se adhirió a la lucha anti-fascista, impresionando a jóvenes lectores mexicanos quince años después, debido a que sus propuestas hacían hincapié en la consciencia social y la falta de exotización de los indígenas que caracterizaba su etnografía oaxaqueña. Su muerte prematura puso fin a su proyecto, y es imposible saber, con base en el documento publicado, si con más tiempo Malinowski hubiera conseguido hacer una síntesis más adecuada de las ideas sobre la vida económica que desarrolló en sus estudios de redes de intercambio en las islas Trobriand y el sistema de mercados de Oaxaca. Como señalé antes, la comparación no ocupó un lugar central en el paradigma de Malinowski. Sin embargo, este antropólogo británico, pero no tan británico, aportó algo de valor a la antropología mexicana en más de un solo sentido, algo que todavía merece ser reconocido y valorado.

Por lo tanto, me parece que lo que todavía vale la pena reconocer en términos más generales son las aportaciones positivas y duraderas de los antropólogos que trabajaron en el Reino Unido y lo que han hecho por nutrir nuestro patrimonio colectivo de ideas, métodos, conocimientos compartidos, y principios éticos, muchas de las cuales tienen gran relevancia para nuestro trabajo en el mundo contemporáneo. Aunque el mayor grado de cosmopolitanismo alcanzado por la antropología británica a partir de los años setenta ya se hallaba amenazado por el resurgimiento de nacionalismos xenófobos, pese a eso, todavía hay mucho que celebrar en cuanto a la postura más abierta de la disciplina en el Reino Unido durante las últimas décadas, y hay también motivos, recientemente subrayados otra vez más por la Asociación Europea de Antropólogos Sociales, para pensar que nuestro trabajo crítico puede tener más relevancia que nunca en un mundo en crisis, un mundo cada vez más marcado por la intolerancia y el cultivo político de los prejuicios y el resentimiento hacia cualquier tipo de “otro”.

REFERENCIAS

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1 Profesor emérito de la Universidad de Manchester y miembro de la Academia Británica y de la Academia de Ciencias Sociales del Reino Unido.

2La mayoría de las universidades británicas todavía son instituciones públicas, aunque sus estudiantes tienen que pagar altas colegiaturas y la gran mayoría no recibe becas para cubrir sus gastos, sino que depende de préstamos que tienen que pagar después de graduarse.

3Según Leach, Gluckman era “una persona egocéntrica, grosera y mal educada, cuyos intentos de hacer generalizaciones teóricas mostraban una incompetencia pueril” [Leach 1984: 20].

4La versión completa del documento concordado en la reunión de la Asociación en Praga en octubre de 2015 se encuentra en castellano en <http://www.easaonline.org/downloads/publications/policy/EASA%20policy%20paper_ES.pdf>.

5Véase, por ejemplo, Adams [1975].

Recibido: 21 de Agosto de 2018; Aprobado: 22 de Febrero de 2019

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