Introducción
El surgimiento de la antropología victoriana se ha entendido fundamentalmente a partir de la disputa entre dos asociaciones científicas: la Sociedad Etnológica de Londres (Ethnological Society of London, ESL, por sus siglas en inglés, fundada en 1842) y la Sociedad Antropológica de Londres (Anthropological Society of London, ASL por sus siglas en inglés, fundada en 1863), que resultó con el surgimiento de la sociedad de estudios antropológicos más antigua del mundo, el Real Instituto Antropológico de Gran Bretaña e Irlanda (Royal Anthropological Institute of Great Britain and Ireland, RAI, por sus siglas en inglés) en 1871. Con respecto a este mismo año se recuerda también como un evento fundamental la publicación de la obra de Charles Darwin, The Descent of Man. El proceso de institucionalización, planteado en obras clásicas como Victorian Anthropology, de George W. Stocking, hacen hincapié en esa cronología, rememorando sobre todo que fue ese evento conjunto en el mismo año lo que permitió que la antropología victoriana se consolidara, dando fin a varios años de controversias [Stocking 1987: 257]. Stocking plantea que el principal foro donde se dieron esas controversias fueron las reuniones anuales de la British Association for the Advancement of Science (BAAS) a lo largo de la década de 1860, caracterizada como la “década darwiniana”, y de manera muy resumida plantea las generalidades de los eventos que ahí sucedieron [Stocking 1987: 254-257]. Historias recientes sobre la antropología británica, como la de Efram Sera-Shriar, se han enfocado en ampliar nuestra perspectiva sobre el papel que jugaron importantes personajes en diferentes momentos del siglo XIX, como los médicos William Lawrence y James Cowles Prichard, el zoólogo Thomas Henry Huxley, el naturalista Charles Darwin, o el considerado fundador de la antropología cultural, Edward Burnett Tylor [Sera-Shriar 2013]. De manera sumaria, Paul Sillitoe, en uno de los pocos ejemplos que junto a Stocking han analizado el caso de la BAAS, ha explorado la presencia de las ciencias del hombre desde los inicios de la baas hasta el siglo XX, enfatizando con ello el posterior desarrollo de la antropología social británica [Sillitoe 2004, 2005].
Los historiadores de la ciencia no han hecho gran hincapié en el papel que jugó la BAAS en el desarrollo de la ciencia británica, pero en realidad fue el foro que sirvió como legitimador para determinar lo que podía ser considerado una práctica científica a lo largo del siglo XIX. Esto se entiende a partir de las características particulares de la asociación: un foro itinerante, con la participación de la élite intelectual de las más diversas áreas del saber, con fuerte presencia de la aristocracia y la realeza -por ejemplo, en el año de 1859, el presidente fue el esposo de la reina Victoria, Alberto de Sajonia-Coburgo-Gotha, conocido como el Príncipe Consorte-, y con el claro objetivo de hacer llegar la ciencia a un público mucho más amplio. El interés en lo que sucedía en la reunión anual se presentaba de manera pormenorizada en la prensa, al punto que como lo ha señalado Alvar Ellegård: “[P]ara esos hombres [la clase política], y para la gran mayoría de sus lectores que no leían publicaciones científicas, la reunión de la British Association era el evento científico del año” [Ellegård 1990: 65].
Otro punto de importancia es el papel que jugó la Asociación en los procesos de profesionalización e institucionalización de la ciencia victoriana. Hablar de profesionalización es referirse sobre todo a la búsqueda de reconocimiento social para la profesión científica, y a su consolidación como una serie de prácticas que debían ser apoyadas por el Estado, para con ello lograr su especialización mediante la certificación que se proporcionaría en universidades y centros especializados. En este mismo sentido, la institucionalización habrá que entenderse primero a partir de definir qué es una disciplina; ésta puede ser entendida como la forma en la que un grupo de individuos lleva a cabo una práctica científica concreta, a partir de acuerdos sobre los límites y alcances sobre el objeto de estudio, y serán esas instituciones resultantes las que determinen cuál es la práctica adecuada.
El objetivo de este artículo es presentar los acontecimientos que sucedieron en las reuniones de la BAAS en el periodo que abarca entre 1863 y 1870, y que llevaron a la institucionalización de la antropología victoriana dentro de este foro, como la base del gran evento ya mencionado por Stocking en 1871. Para ese objetivo, se presentará primero una breve historia de la BAAS, y con esto enfatizar su importancia en el devenir de la ciencia británica del siglo XIX. Después, se reconstruirá la presencia de las ciencias antropológicas dentro de las reuniones anuales, un proceso que se dio de manera paralela al avance particularmente de la etnología, de la mano de los médicos William Lawrence y James Cowles Prichard. Posteriormente, señalar la confrontación que se dio de manera paralela en Londres y en la BAAS, por el reconocimiento y exclusividad sobre el estudio del hombre. Por un lado, los miembros de ESL, y por el otro, los de la recién fundada ASL. Finalmente, se expondrán las razones que llevaron a la aparición de un espacio común para los interesados en el ser humano, en conjunción con la biología.
BAAS y su relevancia para la ciencia británica
Como se mencionaba al principio, aun entre los historiadores de la ciencia, la BAAS no ha tenido la relevancia que se merece una asociación que marcó el devenir de la ciencia británica en el siglo XIX [Burchfield 1982: 165], al lograr conjuntar en un mismo espacio a los más importantes hombres de ciencia de la época. Buena parte de esa importancia surgió de manera paralela a los cambios sociales que se dieron a inicios del siglo XIX, particularmente con los cambios sociales y culturales promovidos por la Revolución Industrial [Morrell y Thackray 1981: 5]. Un punto importante que destacar es que, con el surgimiento de la “clase media”, el hambre por el conocimiento creció de manera exponencial, y la necesidad de nuevas instituciones de enseñanza y difusión de la ciencia llevó a la creación de universidades, pero de particular importancia fue la aparición de las Literary and Philosophical Societies en las ciudades industriales [Morrell y Thackray 1981: 12]. Eran espacios en los que “los primeros propietarios de molinos, comerciantes, capitalistas e ingenieros buscaban una racionalización intelectual y la articulación de su experiencia” [Morrell y Thackray 1981: 12]. Para quienes querían promover la ciencia,
La razón de ser de la BAAS [...] era atraer a una amplia membresía abierta a cualquier persona con entusiasmo por la ciencia, y no distinguir entre profesores y estudiantes. En lugar de limitarse a proporcionar un foro en el que los entusiastas de la ciencia pudieran reunirse e intercambiar ideas, la Asociación tenía objetivos más ambiciosos desde el principio [...] [Miskell 2013: 18].
Entre esos objetivos estaba la profesionalización de la práctica científica, para lo que se volvió importante presentarla como cercana a la sociedad, y hasta cierto punto, la base a partir de la cual se debía dar el progreso de la sociedad. En la idea de conjuntar a los diversos interesados en la ciencia, un grupo de “caballeros de la ciencia”,2 encabezado por David Brewster,3 William Venables Vernon Harcourt4 y John Phillips,5 establecieron las bases de un nuevo tipo de sociedad científica que buscaba dar un giro con respecto a las agrupaciones ya establecidas y reconocidas en la época, como la Royal Society, la Royal Astronomical Society o la Geological Society. En particular, la intención con la que se fundaba la asociación era promover una reforma sobre el enfoque desde el cual se practicaba la ciencia, es decir, transitar hacia una práctica “científica”, que con el paso de los años resultaría en el llamado naturalismo científico [Turner 1974].
Con esa intención, convocaron a la primera reunión en York el 12 de julio de 1831, con la intención de que, con el apoyo de la Sociedad Filosófica (Philosophical Society) local, se sentaran las bases de la nueva agrupación. Entre las razones que llevaron a la decisión inicial de escoger a York como la sede, estaban, la prosperidad de la sociedad local, y el hecho de que la ciudad se podía considerar como el centro geográfico de Gran Bretaña, lo que en principio haría que los invitados de Inglaterra, Escocia e Irlanda arribaran con mayor facilidad, promoviendo así la integración social de la nueva comunidad científica [Morrell y Thackray 1981: 58-63].
Parte de la novedad se hallaba en el carácter global desde el que se concebía la ciencia, para lo que se organizaban secciones y subsecciones,6 de tal manera que las primeras representaban lo que a juicio de los miembros de la asociación eran disciplinas consolidadas, mientras que las segundas eran áreas de conocimiento mucho más especializadas. Aunque esto varió a lo largo del siglo XIX, la sección A correspondía a la de matemáticas y física; la B, a la de química; la C, de la geología; la D, era para botánica, zoología, anatomía y fisiología; la E, era para geografía; la F, para economía y estadística, y la G, para ciencias mecánicas. Para el tema que nos interesa, fueron las secciones D y E en donde se concentraron las discusiones sobre las ciencias del hombre, como ya se verá más adelante, sobre todo en relación con la geografía. A pesar de esta organización, “[p]ara el gabinete interno de BAAS, la ciencia era preferiblemente física, no botánica” [Morrell y Thackray 1981: 344], una visión que repercutió en la aceptación de campos del conocimiento, al entender inicialmente la ciencia como una cuestión exclusivamente experimental.
Dado el interés de los miembros de la asociación en diferenciarse de los filósofos naturales, y, sobre todo, lograr con ello consolidarse como el “parlamento de la ciencia”,7 se dio la iniciativa del reverendo William Whewell de acuñar el término científico en la reunión de Cambridge en 1833, y que posteriormente fue publicado en 1834 en una reseña anónima (escrita por el propio Whewell) de On the Connexion of the Physical Sciences, de Mary Somerville.
Dado que el objetivo de la asociación era, en principio, impulsar públicamente a la ciencia, para así apoyar una agenda que motivara el progreso de la sociedad, una parte fundamental era la presentación al público de lo que sucedía durante cada reunión, sobre todo para aquellos que no tenían la posibilidad de asistir:
La Asociación patrocinó muchas investigaciones científicas serias, cuyos resultados se publicaron en sus informes anuales. Pero probablemente es cierto que su función principal, además de la social de permitir a los científicos conocerse durante una agradable semana de vacaciones, era lo que se podría llamar propagandística [Ellegård 1990: 63].
Cuando se habla de ese impacto social, hay que mencionar aquí el papel que jugaron los aristócratas, que desde su fundación resultó fundamental en la consolidación de la BAAS como el foro donde se presentaban los avances de los diferentes campos del conocimiento. Para ello, una parte importante era el financiamiento, particularmente por parte de la Corona y del Parlamento, que se conseguía en la medida en que miembros de la clase política eran parte de la asociación. No es de extrañar entonces que, con el paso de los años, las decisiones que influían en el quehacer de la agrupación tenían tintes claramente políticos, que incluso podían contravenir los intereses científicos. Un claro ejemplo de ello fue la decisión de nombrar a miembros de la aristocracia como presidentes, en un claro afán de darle mucha mayor relevancia a la asociación hacia el público. George Campbell, octavo Duque de Argyll en 1855, el caso ya mencionado del Príncipe Consorte en 1859, o Walter Montagu Douglas Scott, quinto Duque de Buccleuch en 1867, son ejemplos de lo relevante que era la política para el “avance de la ciencia”. De hecho, la importancia que fueron ganando los presidentes de la BAAS como los representantes de la ciencia se fue incrementando con el paso de los años, muestra de ello eran las transcripciones completas que se hacían de los discursos presidenciales, en medios tan reconocidos a nivel nacional como The Times, Manchester Guardian y The Daily News.
Otro aspecto importante que hay que señalar es el relacionado con el marco general bajo el que funcionó la BAAS desde un inicio, que fue el de la teología natural. Sus fundadores fueron anglicanos liberales, que buscaron establecer una alternativa al anglicanismo tradicional, que tenía sus principales sedes en universidades como Cambridge u Oxford. Tal actitud buscaba una mayor apertura hacia los avances científicos, en la medida en la que se buscaban alejar de tradiciones literalistas. Esa actitud liberal promovió que miembros de otros grupos religiosos se afiliaran a la asociación, como cuáqueros y unitarios, pero tal apertura no alcanzó para que católicos, judíos o ateos tuvieran un espacio en las reuniones [Morrell y Thackray 1981: 234-245].
El modelo fue tan exitoso que otras sociedades británicas lo continuaron,8 como fue la organización temática, o bien la idea de mantenerse fuera de la metrópolis, privilegiando la participación de las provincias [Miskell 2013: 19-20], todo como parte de un movimiento amplio que buscaba colocar a la ciencia como el motor de la sociedad británica:
Las preocupaciones de la British Association for the Advancement of Science afectaban a todo el espectro de la actividad científica victoriana. La Asociación representaba las aspiraciones y revelaba los problemas de los científicos que trabajaban para integrar la ciencia en el pensamiento y la sociedad victorianos [Basalla et al. 1970: 20-21].
Esta intención de llevar la ciencia a la provincia tuvo un resultado dispar con el paso de los años, ya que como lo señala Charles Withers, el impacto de la geografía, es decir, de lo local, marcó el devenir de la práctica científica, al condicionarla, no en un sentido determinista [Withers 2010: 2-3], sino por la influencia de factores diversos como los mencionados a lo largo de esta sección. Lo que es cierto, es que al final, dado el impacto público del foro, y sus obvios intereses políticos, la BAAS funcionó como un espacio de legitimación para las prácticas científicas, al permitir la consolidación -y consecuente institucionalización- de los diversos campos del saber [Rodríguez Caso 2014: 166]. En términos de Ellegård, “[L]o que se dijo en las reuniones, y especialmente los discursos presidenciales, fue de hecho transmitido a una audiencia nacional” [Ellegård 1990: 67], un impacto que no pasaba desapercibido para cualquier grupo de “hombres de ciencia” que estuviera en la búsqueda de reconocimiento para su respectiva práctica.
Presencia inicial de las “ciencias del hombre”9
Como se mencionaba, la asociación funcionaba a partir de secciones, que “[...] no sólo sirvieron como foros de confrontación entre grupos particulares y puntos de vista científicos, sino que también proporcionaron un contexto en el que los partidarios de diferentes disciplinas podían crear un sentido de identidad común” [Morrell y Thackray 1981: 451]. Dadas las particularidades ya descritas de la BAAS, los acuerdos que se podían generar entre la gran diversidad de participantes podían, por lo mismo, tener matices de lo más variados, debido a que uno de los presupuestos a partir de los que se fundó la BAAS fue la “neutralidad”. Las disciplinas debían ser ajenas a posibles controversias políticas, sociales o religiosas, esto con la intención de promover un espacio para la ciencia más abierto, situación que se logró, por ejemplo, con una mayor apertura al público en general, incluidas las mujeres [Morrell y Thackray 1981: 224]. Prácticas como la medicina estaban relacionadas con los aspectos más radicales de la política, particularmente influenciada por los ideales de la Revolución francesa, que muchos médicos habían aprendido durante sus estancias en diversas partes de Francia, y que, al calor de las discusiones de la “clase media” en su búsqueda de un lugar dentro de la rígida organización social británica, amenazaban con detonar una nueva revolución [Desmond 1989]. En una línea similar, la etnología fue concebida como un campo de conocimiento que podría generar problemas innecesarios.
Como aclaración, se habla aquí de etnología en particular por ser el campo de conocimiento sobre lo humano que inicialmente tuvo mayor desarrollo en Inglaterra, de la mano de los trabajos de los médicos William Lawrence y James Cowles Prichard, “el marco científico más general para el estudio de las características lingüísticas, físicas y culturales de los pueblos de piel oscura, no europeos, ‘incivilizados’” [Stocking 1987: 47].
Los esfuerzos porque la etnología fuera reconocida dentro de la baas se dieron básicamente desde sus inicios. La primera presentación relacionada con las ciencias del hombre sucedió en la segunda reunión de la asociación, en Oxford en 1832, y estuvo a cargo del propio Prichard, con una amplia presentación sobre el impacto de la filología y los estudios físicos en la comprensión de la historia de los seres humanos, todo ello para enfatizar la importancia del monogenismo [BAAS 1834: 529-544].10 Aunque esta presentación generó gran expectativa entre los partidarios de la etnología, como una posibilidad auténtica de que fuera reconocida como una auténtica disciplina científica, en las siguientes reuniones se rechazaron diferentes trabajos, presumiblemente porque a algunos de los fundadores como Harcourt y Phillips les molestaba la posibilidad de que se restara importancia al lugar único del hombre dentro de la naturaleza, o que incluso se trastocara el marcado sentido de superioridad eurocéntrica que se promovía dentro de la asociación [Morrell y Thackray 1981: 284].
Los esfuerzos de Prichard continuaron de la mano del auge de la Sociedad Etnológica (ESL), fundada en 1842 [Stocking 1987: 244], como una escisión de la Sociedad para la Protección de los Aborígenes (Aborigines Protection Society, APS, por sus siglas en inglés, 1836-1842). Brevemente, el principal motivo de esa separación fue dejar atrás las políticas humanitarias y filantrópicas de la Sociedad para la Protección de los Aborígenes (APS) -que a su vez había surgido como una consecuencia del Acta de abolición de la esclavitud en el Imperio Británico en 1833 [Heartfield 2011: 23-24]- en favor de una visión naturalista y científica como la promovida por Prichard, a partir del marco establecido en obras como Researches into the Physical History of Mankind [Stocking 1987: 242-244; Withers 2010: 168]. En Birmingham, en 1839, Prichard, como resultado de un intercambio epistolar que tuvo a lo largo del año con Thomas Hodgkin, reconocido antiesclavista y promotor de ESL [Stocking 1987: 243], presentó “On the Extinction of the Human Races” [BAAS 1840: 89], en donde por un lado se lamentaba del escaso interés de la Asociación en el estudio de la etnología, y haciendo un llamado a reconocer la importancia de conocer, desde un punto de vista filosófico, las características morales y físicas de otros grupos humanos, ya que, el hecho de que “pudieran entender el cristianismo era una prueba de la unidad psicológica de todas las razas, lo que a la vez apoya la tesis de un origen común” [Harris 1979 APUD Naranjo Orovio y Puig-Samper 2016: 30]. A diferencia de años anteriores, el esfuerzo de Prichard se vio recompensado con un apoyo financiero de parte de la Asociación, para imprimir y circular una serie de cuestionarios que permitieran unificar la información que los viajeros pudieran obtener [BAAS 1840: XXVI; Withers 2010: 169]. Estos cuestionarios fueron “tanto un instrumento científico como un manual de procedimientos” [Withers 2010: 170], que contenían 89 preguntas divididas en 10 apartados: Caracteres físicos (12); Lenguaje (4); Vida individual y familiar (33); Edificios y monumentos (3); Obras de arte (2); Animales domésticos (1); Gobierno y leyes (13); Geografía y estadística (7); Relaciones sociales (2); Religión, supersticiones (13) [Naranjo Orovio y Puig-Samper 2016: 33], que, como menciona Sera-Shriar, “[d]ebido al tamaño de su imperio, Gran Bretaña estaba en una posición favorable para crear una gran red con sus colonias, haciendo posible la recolección de datos etnográficos a gran escala” [Sera-Shriar 2013: 63], por lo que esos formularios serían entregados a todos los viajeros que potencialmente tendrían contacto con otros grupos humanos, para de una manera sistemática, describir las actividades de interés para los científicos [Hodgen 1973: 803]. Conviene recordar aquí que, la BAAS llevó a cabo una fuerte promoción de las políticas colonialistas del Imperio británico, de la mano de personajes ligados a la aplicación y defensa de las políticas coloniales; en este sentido, como veremos, dentro de todo el conjunto de áreas del conocimiento, fueron las ciencias del hombre las que cumplieron con ese fin de manera más puntual.
Con el paso de los años, fue el interés de uno de los miembros más prominentes de la asociación lo que permitió que la etnología tuviera un reconocimiento como disciplina. Sir Roderick Impey Murchison, uno de los geólogos más reconocidos de la época -particularmente por sus trabajos sobre el sistema Silúrico- era también lo que sus biógrafos han descrito como “el científico del Imperio” [Stafford 2002]. Murchison es el ejemplo perfecto de un victoriano con claros intereses tanto en la ciencia como en los beneficios que esta podía tener para la sociedad, o, mejor dicho, para el imperio. Esos intereses imperiales lo llevaron a plantear a inicios de la década de 1850 la necesidad de reunir a la geografía con la etnología, en la medida en que los viajes patrocinados por la Corona tenían, entre otros objetivos, la recolección de información geográfica, es decir, la ubicación de materias primas de utilidad para la industria; y, por otro lado, el conocimiento sobre los diferentes grupos humanos con los que se iban topando los viajeros alrededor del mundo. Con esto, en 1851 se designó oficialmente a la Sección E como Geografía y etnología, en la línea de la propuesta de Murchison, realizada dos años antes [Withers 2010: 168], propuesta que se mantuvo vigente hasta 1865. El enfoque que se va a defender a lo largo de ese periodo va a estar enfocado en discutir los orígenes de la humanidad -particularmente, el monogenismo contra el poligenismo, en el que el primero fue defendido por la mayoría de los miembros de ESL- y las diferencias culturales entre grupos humanos.11
El desarrollo paralelo de intereses entre ESL y la Sección E, se incrementó hacia inicios de la década de 1860. A partir de 1861, ESL estuvo dirigida por un antiguo administrador colonial en la India, John Crawfurd, quien desde un principio apoyó la propuesta de Murchison, tanto por compartir intereses políticos, como por su buena relación personal. Esto resultó en una reafirmación de las políticas imperialistas de Murchison -y de la BAAS-, y en un reforzamiento de los intereses etnológicos, además de que el apoyo institucional de la BAAS permitió que fueran esos intereses los que se consolidaran como las auténticas ciencias del hombre [Withers 2010: 173]. Pero como se verá en la siguiente sección, tales intereses distaban de estar unificados entre los miembros de ESL, por lo que se dieron continuos enfrentamientos.
BAAS como “campo de batalla” entre instituciones antropológicas
Las ciencias del hombre eran “ciencia racial” [Withers 2010: 170], pero con el paso de los años la disputa entre “etnológicos” y “antropológicos” se fue centrando en cuestiones relacionadas con la raza, sobre todo en torno al tema del origen. Esa disputa inició formalmente con la fundación de ASL en 1863.
El presidente y fundador de ASL, el foniatra James Hunt, estaba consciente de la importancia de ganar la aceptación pública para la nueva sociedad, y el foro de la BAAS era indispensable para que ese plan tuviera éxito. La propuesta antropológica de Hunt era una continuación de lo dicho apenas unos años antes, en 1859, por el médico francés Paul Broca, con la fundación de la Sociedad de Antropología de París (Société d’Anthropologie de Paris). En general, la propuesta de Broca, denominada antropología, ponía el énfasis en el estudio físico de los seres humanos, lo que en cierta medida servía de base para sustentar posiciones personales sobre las razas humanas, el denominado racismo científico. Esas mismas ideas fueron adoptadas por Hunt, y defendidas a lo largo de la existencia de ASL [Stocking 1987: 247].
Aunque la empresa de lograr la aceptación no era sencilla, ya que, como se mencionó antes, por lo menos internamente, las ciencias del hombre ya tenían un espacio, en la Sección E, junto a la geografía. Y otro problema no menor, era la postura política que mantenía ASL -o por lo menos, la que abiertamente defendía Hunt- con respecto a la esclavitud, de la que era abiertamente partidaria [Desmond y Moore 2009: 332-338]. Vale aquí recordar que una de las premisas iniciales de la BAAS era evitar las controversias políticas, aunque también es claro que, al ser un foro eminentemente político en la práctica, resultaba entre irónico y complicado el resolver estas disputas de manera satisfactoria para todas las partes.
A pesar de todo, Hunt estaba más que decidido a dar la pelea, que inició básicamente con la fundación de asl, en la reunión que tuvo lugar en Newcastle en 1863. Hay que recordar que este año fue de particular relevancia para las ciencias del hombre británicas, con la publicación de dos obras que marcaron el devenir de las discusiones a lo largo de la década: Man’s Place in Nature, de Thomas Henry Huxley, y Antiquity of Man, de Charles Lyell.12 Ambas propuestas hacían un claro llamado al estudio científico de temas como la antigüedad de la humanidad, las eras glaciales, el tiempo geológico, o las implicaciones de la teoría de la evolución, aunque es claro que la obra de Huxley fue la que defendió con mayor ahínco el enfoque naturalista, mientras que Lyell, a pesar de resaltar la parte geológica y sus implicaciones arqueológicas, fue sumamente cauto con temas como la evolución humana, a partir de una “ley creacional”, que le permitía justificar la diferencia entre los seres humanos y los animales, al conceder que las facultades morales e intelectuales habían sido infundidas por un ente superior [Desmond y Moore 2009: 329-330]. Esta situación desilusionó enormemente a los naturalistas científicos, pero sobre todo a Charles Darwin, quien, a pesar de mantener una posición deísta, defendía una visión naturalista sobre el ser humano, esto es, sin aparentes intromisiones externas [Rodríguez Caso et al. 2012: 257-261].
Es importante tener claro que, llevar la disputa a las reuniones de la BAAS tenía mucho más sentido para ASL que para ESL, ya que, esta última tenía reconocimiento pleno al estar incorporada desde la década anterior a la Sección E. La cuestión para Hunt era, al precio que fuera necesario, lograr que su visión de las ciencias del hombre se impusiera, y con ello, su agenda política y social.
La lucha continuó por dos años, en las reuniones de Bath en 1864 y finalmente la de Birmingham en 1865. Hunt manejó dos planes: uno, participar de manera activa, tanto él como otros miembros de ASL, con presentaciones en las que se dejara clara la posición de la “antropología” en contraposición de la “etnología”, y en buena medida como respuesta a lo dicho por Thomas Huxley en las Hunterian Lectures [Desmond 1998: 325];13 y segundo, en el plano político, llevar a cabo las negociaciones necesarias para que la práctica promovida por ASL fuera reconocida dentro de la BAAS. Por lo menos en 1863, las negociaciones no lograron darse dentro del Comité General de la Asociación, sino que las discusiones se dieron de manera independiente, sin lograr el objetivo final, y es que, aunque se aceptaron presentaciones “antropológicas” dentro de la Sección E, no se consideraba necesario abrir un nuevo espacio, ya que personajes como Murchison sugerían que, en todo caso, debían buscar acomodo en secciones ya establecidas como la de fisiología, más apropiadas para sus intereses [Blake 1864].
Para 1864, la situación se volvió compleja para los intereses de ASL, y es que la presidencia de Charles Lyell no resultó como esperaban. A pesar de que el año anterior había marcado buena parte de la discusión sobre los seres humanos con su publicación Antiquity of Man, su perspectiva sobre la ciencia en general era sumamente conservadora, a tal nivel, que abiertamente se criticaron las “herejías” de gente como Huxley, y se rechazaban las implicaciones políticas de propuestas cercanas al esclavismo. La estrategia de los “antropológicos” fue la de proponer, no un nuevo espacio, sino que, se incluyera a la antropología junto a la geografía y a la etnología en un mismo espacio. La principal razón era que, tenían el apoyo de más de 430 miembros en Londres, y así como otras sociedades científicas con una membresía similar, debían tener representación formal en la asociación. Sin embargo, de nuevo fue Murchison, apoyado por los geógrafos y militares, quienes retomaron la posición de que no era necesario incorporar nuevos campos de conocimiento, ya que en esencia los temas seguían siendo apropiados para espacios como fisiología.
En la siguiente reunión, de Birmingham, en 1865, la historia no fue muy diferente. En una confrontación que tenía marcados tintes personales, una vez más Murchison se opuso nuevamente a las diferentes propuestas de Hunt -incluir la antropología en la Sección E; abrir una nueva sección, la H, exclusivamente para la antropología; reorganizar la Sección D, para incluir ahí a la fisiología, la etnología y la antropología; cambiar simplemente el nombre de etnología por antropología14-, con el apoyo del Comité General. Sin embargo, la insistencia de Hunt rindió frutos, en la medida en que evidencias como el gran número de propuestas “antropológicas” hacían ver la necesidad real de ampliar la oferta de la asociación, con lo que se llegó al acuerdo de que, para la siguiente reunión, la Sección D, que sería renombrada como Biología, incluiría un Departamento de Antropología. Esto no incluyó la desaparición de la etnología y su relación con la geografía, pero fue el primer paso que permitió la creación de un espacio exclusivo para las ciencias del hombre en Gran Bretaña.
El primer Departamento de Antropología
Después de tres años de disputa, se llegó finalmente a un acuerdo, que por lo menos en principio, sirvió para que las diversas partes involucradas estuvieran satisfechas: un espacio común, en el que tanto los “etnológicos” como los “antropológicos” tuvieran cabida, y se pudieran presentar los más diversos enfoques sobre el estudio de lo humano. Pero el acuerdo de un espacio común no resolvía una cuestión logística, como era la del presidente del nuevo Departamento de Antropología. Si se escogía a un miembro de ESL, esto podría desencadenar la furia de ASL, y viceversa, por lo que se requería de alguien que fuera “neutral” para ambos grupos, y que sobre todo cubriera el requisito de haber hecho trabajos sobre los seres humanos.
La decisión sobre quién sería el representante del nuevo departamento recayó en manos de Thomas Henry Huxley, quien para esta misma reunión fungió como el presidente de la Sección D, ahora renombrada como Biología. El objetivo de Huxley, en consenso con otros miembros del “Club X”,15 como John Lubbock, era la de establecer un espacio común para los diversos interesados en las ciencias del hombre, y que se permitiera con ello una convivencia pacífica. Después de evaluar diversas opciones, entre ellas alumnos del propio Huxley, como George Rolleston, o médicos como J. Frederick Collingwood, la decisión recayó en Alfred Russel Wallace, dados sus antecedentes en el trabajo antropológico y a ser un personaje del agrado de ambas sociedades.16 Es de llamar la atención en términos historiográficos, eso sí, que la decisión recayera en Wallace, por lo menos si consideramos el casi nulo lugar que se le ha concedido dentro de la historia de la ciencia, y de la antropología en particular.
Uno de los momentos más llamativos de este inicio común de las diferentes ciencias del hombre, fue el discurso presidencial de Wallace, que destacó no solamente por su contenido, sino también por su extrema brevedad. A sabiendas de las controversias entre “etnológicos” y “antropológicos”, y en la misma línea de lo que ya había hecho dos años antes en ASL, Wallace propone una definición de antropología, que buscaba consensuar los diferentes puntos de vista:
La antropología es la ciencia que contempla al hombre en todos sus variados aspectos (como animal y como ser moral e intelectual) en sus relaciones con los organismos inferiores, con sus semejantes y con el universo. El antropólogo busca recoger y sistematizar los hechos y las leyes que han salido a la luz en todas aquellas ramas de estudio que, directa o indirectamente, tienen al hombre como objeto [BAAS 1867: 93].
Esta idea, lo lleva a describir las profesiones que, a su juicio, tienen que ver directamente con esos aspectos diversos del estudio del hombre: el fisiólogo, el anatomista comparado, el zoólogo, el psicólogo, el historiador, el arqueólogo, el geógrafo, el geólogo, el filólogo, el frenólogo y el craneólogo. Todos esos enfoques, con un solo objetivo:
Nuestro único objetivo es descubrir por nosotros mismos cuál es nuestra verdadera naturaleza, sentir nuestro camino con cautela, paso a paso, hacia el oscuro y misterioso pasado de la historia humana, estudiar al hombre bajo cada fase y aspecto de su condición presente, y desde el conocimiento así obtenido para derivar (como no podemos dejar de hacer) alguna ayuda en nuestros intentos de gobernar y mejorar las tribus incivilizadas, alguna guía en nuestro propio progreso nacional e individual [BAAS 1867: 94].
La visión planteada por Wallace, unificar las diferentes perspectivas sobre lo humano, no era necesariamente una propuesta novedosa. Esa manera de entender la antropología ya había sido planteada anteriormente por Paul Broca en 1859, y por James Hunt en 1863, aunque a diferencia de ellos, Wallace defendía el monogenismo para explicar, entre otras cosas, el origen de las razas humanas, mientras que tanto Broca como Hunt eran reconocidos poligenistas.17
Este inicio fue sumamente prometedor, ya que, a expensas de la coexistencia con la etnología en la Sección E, fue el nuevo departamento el que consiguió que la mayoría de las presentaciones sobre las ciencias del hombre se dieran ahí, logrando con ello mostrar lo que el propio Wallace recalcaba en su discurso, una enorme diversidad de perspectivas sobre el estudio de lo humano.
Este inicio no dejaba entrever lo que sucedería en los siguientes años. Dada la naturaleza de la BAAS de “mimetizarse” en función de las condiciones locales, la elección de 1867 fue un paso atrás para la antropología. Particularmente en la década de 1860, Ellegård nos ha mostrado cómo los intereses políticos propiciaban un vaivén en la dirección de la Asociación, y consecuentemente, en sus intereses, al buscar un “equilibrio” entre visiones liberales y conservadoras [Ellegård 1990: 67-84]. La elección tanto de las ciudades como de los presidentes en turno reflejaban un afán por dar gusto a diferentes intereses, y la elección de Dundee (Escocia) junto a la presidencia del Duque de Buccleuch resultó en una propuesta conservadora; tanto, que la asociación llegó al punto de vetar la presencia de la antropología. Sobra decir que esto fue visto como una derrota para los “antropológicos”, que en su afán de mantener su presencia organizaron una reunión paralela en la misma ciudad, con un moderado éxito [Anónimo 1868].
El proceso por el que finalmente se daría la amalgamación final estuvo marcado por el fallecimiento en 1868 de Crawfurd, el presidente de ESL, y en 1869, el de Hunt, el eterno representante de ASL.18 La ausencia de ambos personajes resultó en un vacío de poder que fue aprovechado por quien en ese momento se había consolidado como el principal interesado en fusionar los intereses de ambas sociedades: Huxley [Stocking 1987: 255-256]. A falta de un relevo en las respectivas presidencias, la situación de ambas sociedades se volvió sumamente inestable para el final de la década, sobre todo en términos prácticos: ASL tenía enormes deudas económicas, resultado de una administración que ponía todo el interés en divulgar la auténtica antropología a como diera lugar; esl no contaba con una estructura realmente más allá de un presidente como Crawfurd, que en el mejor de los casos había usado a la sociedad para su propia promoción. Con esto, Huxley tomó inicialmente el control de ESL, y posteriormente de ASL, al proporcionar una solución a la precaria situación económica.19 Hay que resaltar que, en muchos casos, ambas sociedades no tenían tantas diferencias como podría pensarse: las membresías de ambas sociedades fueron básicamente similares a lo largo de los años, eran muy pocos los miembros exclusivos de una u otra -los ejemplos más notorios eran de hecho los propios presidentes. En la práctica, los intereses de la mayoría de los miembros no distaban tanto unos de otros, por lo que la propuesta de un espacio común resultó ideal.
Huxley sería elegido presidente de la BAAS para la reunión de 1870 en Liverpool, lo que le permitió tener el poder de decisión para reorganizar las secciones. Con la ayuda de los miembros del Club x, logró que un antiguo alumno, el médico George Rolleston se hiciera cargo de la Sección de Biología, y que el “nuevo” Departamento de Antropología y Etnología quedara a cargo del arqueólogo John Evans, un personaje muy cercano a Lubbock [BAAS, 1871: XLI]. En consecuencia, las presentaciones que se aceptaron ese año abarcaban los diferentes aspectos del estudio de lo humano que Wallace había defendido años antes: lingüística, arqueología, craneología, etnología, entre otros. Con esto, Huxley logró que, después de cinco años de continuas disputas, se sentaran las bases de lo que sucedería al año siguiente: la fundación del Real Instituto de Antropología de Gran Bretaña e Irlanda.
Conclusiones
Las ciencias del hombre en la Gran Bretaña estuvieron marcadas en buena medida por las discusiones que se dieron dentro de las sociedades científicas londinenses, pero el auténtico campo de batalla se dio en las reuniones anuales de la BAAS. Aunque los inicios de las discusiones fueron complicados, la década de 1860 fue en la que finalmente se logró una consolidación, mediante una serie de discusiones que resultaron en la primera institucionalización de la antropología como un campo de conocimiento unificado.
En todo caso, esta reconstrucción sirve para reflexionar sobre el carácter eminentemente dinámico de la práctica científica, y de manera más específica, de los procesos de institucionalización de las disciplinas científicas. El proceso para que se diera un acuerdo para tener un espacio común, y discutir de manera conjunta los temas relacionados con el ser humano fue el resultado de acuerdos que en muchas ocasiones tenían todo que ver con intereses personales y/o políticos, que con discusiones propiamente científicas.
Estas reconstrucciones permiten ver que más allá de un acontecimiento tan puntual y trascendente como puede ser la fundación de una institución científica, hay un antes, que suele estar plagado de pequeñas historias. La historia alrededor de la baas nos ofrece una parte de esa historia, al permitir profundizar en las discusiones muchas veces íntimas de los científicos, y en donde es a través de una visión multifactorial que se puede uno aproximar a la manera en la que se ha practicado la ciencia, y en la que se consolidaron inicialmente las disciplinas científicas durante el siglo XIX.