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Cuicuilco. Revista de ciencias antropológicas

versión On-line ISSN 2448-8488versión impresa ISSN 2448-9018

Cuicuilco. Rev. cienc. antropol. vol.25 no.71 Ciudad de México ene./abr. 2018

 

Reseña

El porvenir de los terrícolas y el futuro de la antropología

Norma Angélica Bautista Santiago1 

1Escuela Nacional de Antropología e Historia. México norma.bautista.santiago@gmail.com

Augé, Marc. El porvenir de los terrícolas. El fin de la prehistoria de la humanidad como sociedad planetaria. ., Gedisa, Barcelona: 2018.


Desde hace algunas décadas, el antropólogo francés Marc Augé es considerado como una voz autorizada para hablar de las sociedades contemporáneas, ésas que, ante la necesidad de construir una antropología de lo próximo desplazan -de cierta forma- la atención que esta disciplina ha puesto desde su origen, en las sociedades “extemporáneas”. Preocupado siempre por las relaciones humanas que se desarrollan en el contexto de la globalización, ha publicado el libro El porvenir de los terrícolas. El fin de la prehistoria de la humanidad como sociedad planetaria, título de la traducción de la edición en italiano al español de Un altro mondo è possibile [2017]. En este breve ensayo y por medio de nueve capítulos el autor reflexiona sobre la forma en la que asistimos al fin de la prehistoria de la humanidad como sociedad planetaria para pasar a un eterno presente caracterizado por la desigualdad creciente, la amplitud de los movimientos migratorios y las nuevas formas de violencias extendidas.

A lo largo del texto se logra identificar que, de forma paralela al interés por expresar su percepción sobre el porvenir de la humanidad, el autor expone su postura en torno al futuro de la antropología, cuya presencia considera fundamental en las ciencias sociales para enfrentar los retos que trae consigo esta era de la vida humana. Cabe aquí hacer una distinción. Para Augé el futuro y el porvenir no son lo mismo. Mientras que el ˝futuro” es la vida que está siendo vivida de manera particular, el “porvenir” tiene una dimensión social que depende de los otros. En este sentido, se concentra en explicar cómo cree que será el porvenir de los habitantes del planeta Tierra en los tiempos en que el desarrollo tecnológico reconfigura las relaciones humanas, las formas de comunicación y las identidades. El futuro o, más bien, el presente de la antropología en esta era planetaria, tiene sentido en la medida en la que retorne el paradigma de lo elemental, poniendo en el centro al hombre como el eje de todas las reflexiones.

Augé considera que en el siglo xxi se han derrumbado las utopías; entre ellas, la utopía liberal que surgió de las ideas sobre el fin de la historia y que tienen como punto de partida una obra publicada en 1992, por el politólogo Francis Fukuyama, El fin de la historia y el último hombre. En vísperas del hundimiento del bloque comunista, dicha utopía, que pronosticaba el triunfo definitivo del liberalismo económico y político, una vez derrotados sucesivamente los totalitarismos fascistas y comunistas, ha dado paso ahora a una oligarquía planetaria cuyas desigualdades internas se desarrollan de manera constante y sistemática. En los tiempos presentes, nos encontramos inmersos en una utopía que se deshace, al mismo tiempo que intenta reconstruirse: la de la alianza fecunda y definitiva entre democracia representativa y el mercado liberal a escala planetaria. Al vivir en regímenes antidemocráticos que caminan justo al lado del mercado liberal donde la lógica de la especulación financiera se impone a la de la producción y la prosperidad social, somos testigos del aumento sustancial de la distancia que existe entre los favorecidos y los más desfavorecidos y de cómo crece sistemáticamente la desigualdad en el ámbito económico y en el ámbito del conocimiento. Sólo es el modelo del pensamiento científico el que puede servirnos para pensar el futuro como algo posible, siempre que se den tres condiciones: pensar la hipótesis como método, pensar de acuerdo con los fines y entender la única prioridad que es el hombre, en su triple dimensión: individual, cultural y genérica. La gran paradoja de nuestra época es que vivimos un total presentismo (no-tiempo) y ya no nos atrevemos a imaginar el futuro. El ser humano hoy tiene la impresión de no estar determinado por el pasado, sino más bien se siente enclavado en medio de un futuro que no había pensado y eso le provoca vértigo.

El sistema difunde la imagen de un mundo de ubicuidad e instantaneidad que oculta las condiciones reales de la existencia y que subvierte los fundamentos simbólicos en los que se basa toda la vida social. Se debe oponer lo local a lo global, y visibilizar la desigualdad ante la imagen de fluidez armoniosa que los medios presentan de la vida social y económica de la instantaneidad de la comunicación. En esta nueva contextualización los hombres están aprendiendo a cambiar el mundo antes de imaginar cómo hacerlo, se vuelven al futuro sin proyectar en él sus ilusiones. En el fondo, lo que nos inquieta, es no saber hacia dónde vamos, que no haya una idea clara entre los hombres del porvenir, y es Augé quien nos ayuda a visualizarlo.

Para explicar cómo es que se configura el porvenir de la humanidad, el autor pide a los antropólogos reconocer dos elementos fundamentales. En primer lugar, indica, que se debe considerar en toda reflexión, que el rumbo del planeta Tierra se delinea con la presencia de tres clases sociales: los poderosos, los consumidores y los excluidos. En segundo lugar, los antropólogos deben reconocer la triple dimensión del hombre: individual, cultural y genérica.

Los poderosos en este mundo y en el mundo que vendrá no son un grupo homogéneo: pertenecen a las esferas económica, política o científica, pero constituyen en conjunto, objetivamente, el lugar donde se esboza el porvenir del sistema existente. Los consumidores son el motor de este sistema, deben consumir para que funcione. Todo el aparato de publicidad, directa o indirecta, los invita a hacerlo de todas las maneras posibles. La idea de innovación que propuso Schumpeter, es lo que hace las veces de futuro. Por ejemplo, con la innovación tecnológica, en la actualidad, traza a grandes rasgos el esquema de un planeta interconectado en el que las redes sociales se presentan como lugares de contacto, intercambio, cultura e información. Estas mismas redes son el lugar y el objeto privilegiado del consumo, los productos que de ellas surgen son un factor del progreso del conocimiento, y el virtuosismo de algunos en su uso puede reafirmar esta idea; peligrosamente ilusoria, ya que confunde el fin con los medios, el mensaje con el medio, la transmisión con la adquisición, el conocimiento con el reconocimiento. A los excluidos, se les excluye a la vez de la prosperidad económica y del acceso al conocimiento.

Mientras tanto, la triple dimensión del ser humano es una idea que nuestro autor retoma de Émile Durkheim, quien a partir de una especie de sacralidad laica presupone que el hombre está constituido por esta tríada de elementos fundamentales: individual, cultural y genérica. Cada una de estas dimensiones sólo puede cumplirse desde el respeto de las otras dos. Augé puntualiza que, si bien, la aventura humana se define en cada consciencia individual, la necesaria referencia al otro, sin la cual no se puede construir ninguna identidad individual, se ve en gran medida determinada por el aparato simbólico de las sociedades y de las culturas particulares; éstas pueden ser bastante restrictivas, dejando sin significado a la idea de libertad individual. La plena consciencia individual sólo se alcanza, en cambio, mediante la pertenencia al género humano, independientemente de los orígenes o del sexo. Esta triple dimensión humana es el principio a partir del cual se hace posible formular su finalidad, la de su universalidad efectiva, e identificar el lugar problemático de su realización: las sociedades en su diversidad.

Augé propone que la utopía de la educación para todos es la única utopía válida para los siglos venideros y cuyos fundamentos deberían ser establecidos o reforzados con urgencia. Es la única capaz de frenar y dar vuelta a la utopía negra que hoy es una realidad, la de una sociedad mundial desigual, mayoritariamente inculta, iletrada y analfabeta, condenada al consumo o la exclusión, expuesta a todas las formas posibles de violencia proselitista, de regresión ideológica, y, en suma, al riesgo de un suicidio planetario. Ante esto, los antropólogos deben apostar por una mirada comprometida, analítica y crítica, que busque superar las contradicciones, que difunda la idea de la triple dimensión humana y, sobre todo, que afirme la presencia en cada individuo de una idea del hombre genérico, como base para evitar cualquier idea de agresión, oscurantismo, alienación o dictadura.

El autor llama cambio de escala o fin de la prehistoria de la humanidad como sociedad planetaria al hecho de que la globalización económica y tecnológica ya es una realidad. La primera revelación vinculada con este cambio de escala fue el descubrimiento del planeta Tierra como paisaje. El cúmulo de imágenes que hoy tenemos del terreno lunar y la promesa de llegar a visitar Marte nos ubica en una nueva relación con la galaxia y una nueva conciencia más viva de la dimensión genérica del ser humano. Las transformaciones que advienen con este cambio de escala ponen en entredicho incluso conceptos como lugar y no-lugar. En un principio, mediante esta distinción clásicamente etnológica entre los espacios en los que se leen las grandes líneas de la organización social de un grupo humano, o bien, se miden su grado de cohesión, el lugar se definía como la expresión geográfica y legible del vínculo social, incluido en su dimensión histórica. El no-lugar, por el contrario, conlleva la ausencia de relaciones sociales simbolizadas, prescritas y legibles en un espacio dado, y se identifica con los espacios de circulación, de consumo y de comunicación característicos de la hipermodernidad, entendida ésta como la aceleración de los procesos activos en la aparición de la modernidad: individualización de las referencias, sobreabundancia de los acontecimientos y sobreabundancia espacial. Los aeropuertos, los supermercados y las imágenes difundidas por la televisión o Internet eran definibles en este sentido, como no-lugares. El cambio de escala hoy día afecta las actividades humanas. Somos capaces de imaginar, aun sin concebirla, cómo podría ser una sociedad humana planetaria. Hoy existen viajes espaciales, y ante esto Augé pone en entredicho sus conceptos y, pregunta, para la mirada de estos turistas: ¿la Tierra será vista como un lugar o un no-lugar? Hoy los no-lugares son el contexto de todo lugar posible. Es esto lo supuesto por el término “globalización”, que significa ante todo el paso a la escala planetaria. El camino para pasar de los lugares de ayer, en su diversidad, al lugar planetario cuya posibilidad se dibuja hoy será largo y difícil. Pero deberá encontrar, en el dolor y las contradicciones, su cultura y su ética. Los no-lugares, considera este antropólogo, serán de ahora en adelante, el contexto de todo lugar posible.

Hemos pasado de la era de las mundializaciones parciales, que correspondían a intentos de hegemonía, a la globalización tecnológica y económica, que se distingue de las mundializaciones en el hecho de que concierne al globo terrestre en su conjunto y apunta a cada individuo como consumidor potencial. Hay que considerar que sería una planetarización que trascienda las fronteras políticas e intente promover a cada individuo como sujeto libre del planeta Tierra.

Hoy vivimos, no sin desavenencias y contradicciones, un cambio de dimensiones sin precedentes, el paso a la era planetaria. Esta transición hace más necesaria aún, si cabe la atención a la consciencia de uno mismo, al yo individual. Sólo él puede darle sentido. ¿Cómo volver a encontrarse? ¿Cómo orientarse? ¿Cómo encontrar el lugar de uno?; Augé propone el etno-análisis como un camino en el que se otorgue mayor importancia al papel de los profetas que al de los psicoanalistas. En ese contexto, la institución profética podría ser considerada una figura transitoria, una transición hacia una comprensión más objetiva de los malestares y desgracias que aquejan a los hombres en esta nueva era. El uso de esta modalidad del etno-análisis nos puede recordar la necesidad de no sacrificar a las consideraciones macrosociológicas o transhistóricas para el estudio del psiquismo humano individual, sin el cual estas consideraciones no tendrían ningún sentido.

La movilidad es otro tema relevante en esta etapa de la humanidad. Por un lado, se presenta como un ideal que por sus nexos con los imperativos de la producción es una necesidad de la eficacia del sistema. Nos creemos la idea de que la movilidad de empleo significa flexibilidad ante la permanencia o la rigidez. Pero esta movilidad tiene sus aspectos contradictorios como son la imagen de un mundo donde la distancia entre los más ricos y los más pobres aumenta constantemente. El consumo es el motor del sistema, pero éste no necesariamente debiera ser un mercado geográfica y socialmente cada vez más extenso. Al parecer, le basta con una oferta renovada y de productos tecnológicos modificados sin cesar y con más rendimiento, quizás bastante, para asegurar su dinamismo.

En estas condiciones, todo esfuerzo por crear un lugar en el sentido antropológico del término enfrenta hoy el problema del cambio de escala en la vida y en las sociedades humanas. La consecuencia del paso a una escala planetaria es, por una parte, la aparición de los espacios donde las relaciones sociales no se pueden leer de inmediato; y, por la otra, la generalización de un contexto global que condiciona todos los esfuerzos de la localización. No obstante, necesitamos lugares y nos pasamos la vida creándolos, en la medida en que necesitamos la relación y el vínculo con el otro. Justamente uno de los aspectos de la crisis actual es la tensión entre estos dos aspectos contrarios. El cambio de escala en la vida humana es el hecho más importante de nuestra época. El consumo es el factor común al que Augé asoció hace más de veinte años la noción de no-lugar. La circulación es un bien de consumo. La comunicación es el bien de consumo por excelencia y cada vez es más individualizada. Las tecnologías evolucionan rápidamente y obligan a quienes quieren seguir “conectados” a adquirir determinados modelos. De esta manera, se establece una nueva forma de discriminación entre los que están al tanto y participan de la comunicación electrónica y los que están excluidos de ella. La novedad es que la capacidad de tener “amigos” -en las redes sociales- se convierte en un criterio discriminatorio. La idea misma de las redes sociales concentra las contradicciones de la situación actual. El hombre es un animal simbólico y necesita de relaciones inscritas en el espacio y tiempo, necesita “lugares” en los que su identidad individual se construya en el contacto con los otros y sometida a la aprobación de éstos. Lo demuestra la fascinación ejercida por los medios electrónicos de comunicación. Pero su ideal de ubicuidad y de instantaneidad es contraria al aprendizaje de la relación entre los individuos, que necesita tiempo y espacio.

A partir del momento en el que, poco a poco, todo contexto se transforma en planetario, estamos ante el fin de la prehistoria y al inicio de la historia de la humanidad como sociedad planetaria. Se trata de un desafío más general, del que son muestra las nuevas formas de violencia que recorren el planeta, así como la amplitud desordenada de los movimientos migratorios. Nos queda para los siglos venideros, la construcción de una sociedad de terrícolas para empezar a adaptarnos al futuro cambio de escala que nos proyectará a otra galaxia. Las imágenes que hoy nos proporcionan los astronautas representan una expectativa latente (que puede o no ocurrir, pero que en teoría existe como posibilidad), y aunque estén lejanos y no estemos aún seguros de su naturaleza, estos paisajes se han convertido en el objeto del horizonte de nuestras expectativas, imagen de un futuro lejano, mal conocido, pero sin embargo posible. Nos proyectan en los espacios que aún no son lugares, ni no lugares, pero que hacen renacer, de forma atractiva y fascinante, la idea de una nueva frontera.

Marc Augé repasa una serie de categorías que en esta nueva época resulta pertinente empezar a revisar: edad, tiempo, identidad y alteridad. La edad impone una imagen reduccionista y falsa de las situaciones humanas. La categoría tiempo debe ser tomada en consideración. La edad es una restricción, el tiempo es una libertad de la que uno se apropia. Es la relación sensible y sensual con la vida. El tiempo tiene una virtud: mantiene una forma de memoria que no se preocupa por la edad y que está disponible, por decirlo de algún modo, de forma permanente. Quizá uno de los méritos de la edad es autorizarse a uno mismo estas formas de solidaridad retrospectiva. Y quizás hoy sean necesarias algunas lecciones sobre la posible y necesaria solidaridad entre generaciones. La identidad se construye a través de las relaciones con la alteridad, el encuentro con los otros a lo largo de la vida es necesario para la construcción y la afirmación del yo. Ahora bien, en una época de evolución rápida y de cambios tecnológicos y acelerados, la solidaridad objetiva en el interior de una misma generación es particularmente marcada. Los papeles en la formación de los demás, en este aspecto, tienden a invertirse. Hoy los abuelos tienen mucho que aprender de los nietos. No es indiferente que hoy en día las edades se complementen sin oponerse, que las preguntas y las respuestas no sean el monopolio de una generación, que los intercambios se hagan en ambos sentidos. La sociedad planetaria, si algún día nace, será una sociedad de umbrales y pasajes. La diversidad de edades será una ventaja si se les recuerda a unos y a otros que comparten la misma aventura: la aventura del conocimiento. Esta aventura supone un esfuerzo colosal en el ámbito de la educación, esfuerzo aún incompleto al final del cual ni los orígenes, ni los sexos, ni las edades serán un obstáculo o una barrera, y se considerarán como umbrales a partir de los cuales cada individuo pueda, al igual que cualquier otro, reivindicar su cualidad de ser humano. El ideal de todo individuo, que sabe bien que su subjetividad trasciende las barreras de la edad, sería la realización del hombre genérico que en él habita.

Finalmente, para Augé, la antropología del porvenir implica un retorno al paradigma de lo elemental. Algunas referencias concretas se pueden encontrar en Sartre, Mauss y Lévi-Strauss. Hoy, esta disciplina debe defender la existencia del hombre genérico, ya que afirmar su presencia en todo individuo humano, independientemente de su sexo y de su origen, es afirmar en términos políticos su soberanía. Los antropólogos deben mantener la exigencia de una mirada crítica sobre nuestra historia en pleno devenir. La observación antropológica, con su método y su objeto, resultan indispensables en esta etapa de la humanidad para recordarle a los oligarcas de la globalización triunfante que las relaciones de lo particular con lo universal no se confunden con las duplicaciones de lo local y de lo global.

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