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Cuicuilco. Revista de ciencias antropológicas

versión On-line ISSN 2448-8488versión impresa ISSN 2448-9018

Cuicuilco. Rev. cienc. antropol. vol.24 no.70 Ciudad de México sep./dic. 2017

 

Reseñas

Hacia una antropología postexotista

Jesús Ernesto Ogarrio Huitrón* 

*Escuela Nacional de Antropología e Historia. ogarrioshanti@gmail.com

Bensa, Alban. Después de Lévi-Strauss. Por una antropología a escala humana. Fondo de Cultura Económica, México: 2016.


Alban Bensa, antropólogo francés, célebre autor de la obra El fin del exotismo, estudioso del pueblo canaco de la Nueva Caledonia, sostiene en este libro una conversación plagada de reflexiones teóricas, en una entrevista concedida a Bertrand Richard. La primera edición en francés de este libro data de 2010 y fue traducida al español en 2015. Se trata de un pequeño libro de bolsillo de poco menos de ciento cincuenta páginas, sin embargo, con un densa reflexión teórica en torno al pensamiento sociológico y antropológico francés y su impacto político en el ejercicio del quehacer científico y la conformación étnica de los Estados-Nación contemporáneos. La transcripción de una conversación profunda acerca del legado teórico de Émile Durkheim y Marcel Mauss en los fundamentos de la antropología estructuralista de Lévi-Strauss, uno de los pensadores más influyentes en los estudios de la función social de los mitos, el parentesco y su noción de reciprocidad mediante las reglas de matrimonio, el intercambio de mujeres y la prohibición del incesto como uno de los valores universales y fundadores de la sociedad.

La obra es prologada por João Pacheco de Oliveira y está dividida en tres apartados. En ella se problematiza el impacto epistemológico y político de la obra de Lévi-Strauss en el pensamiento francés y en la construcción teórica del corpus amerindio. En el primer apartado se hace un breve recorrido por el pensamiento antropológico del siglo XX y su ruptura metodológica con la historia, y la conformación de un corpus teórico alejado del contexto social donde se originan los estudios etnográficos. En el segundo, podemos encontrar una reflexión teórico-metodológica sobre el papel del etnógrafo como inventor de categorías universales del comportamiento humano, fundadas en ficciones antropológicas (como el mito de origen de la antropología estructural a partir del reordenamiento de los estudios de parentesco de Lévi-Strauss), frente a la necesidad de estancias de larga duración para la formulación conceptual a partir de la experiencia intelectual del interlocutor. Y finalmente, en el tercer apartado podemos encontrar una provocación de orden metodológico, donde el papel político del etnógrafo es evidente en la conformación erudita de categorías políticas, tanto de etnias como de culturas múltiples en interacción subordinada con el orden institucional de Occidente, el cual es jerárquico y segmentario. Una invitación a la reformulación teórica de la antropología contemporánea a partir de una conceptualización baja, la cual, considera las prácticas cotidianas de los sujetos y su acción política en contextos de emancipación colonial.

El texto en su conjunto es una crítica radical a la obra de Lévi-Strauss, poniendo sobre la mesa los retos políticos y epistemológicos de la antropología contemporánea ante el impacto del estructuralismo francés en Europa y su influencia en el pensamiento antropológico en América Latina, especialmente durante la segunda mitad del siglo XX. Señala las deficiencias del excesivo trabajo de gabinete y sus limitantes reflexivas que tratan con fuentes etnográficas heterogéneas y de talante colonial. Busca reivindicar el linaje de Malinowski en cuanto al trabajo etnográfico de larga duración, ya que las repercusiones del estructuralismo en la sociedad francesa han tenido impacto en el quehacer político de los científicos. Su autoridad científica ha sido fundamental para determinar la situación étnica de los pueblos subordinados colonialmente al despojar y disociar de los análisis la historicidad de sus prácticas culturales. Hace referencia a la institucionalización del estructuralismo en el pensamiento antropológico y su influencia en el americanismo conformado etnográficamente en las tierras bajas de América del Sur y su tránsito progresivo a México en los contextos metropolitanos e interétnicos. Con especial énfasis en el papel ético y político del antropólogo, desarrolla una serie de propuestas metodológicas para una nueva forma de hacer antropología de escala humana.

Acérrimo defensor de la investigación en acto, donde la acción creativa del interlocutor y del antropólogo se haga palpable en la reflexión etnográfica, Bensa critica los presupuestos del estructuralismo a partir de los diálogos teóricos entre los estudios de Oceanía y las Américas y su matiz empírico durante su apoyo al movimiento de independencia del Pueblo Canaco. En su trabajo etnográfico hace evidente la proximidad y amistad con el líder canaco del movimiento independentista Jean-Marie Tijbaou, así como su cercanía con estudiantes e intelectuales canacos. En su ejercicio intelectual conjunto para la recuperación de la memoria, hace un giro reflexivo al margen del estructuralismo en su búsqueda de una nueva forma de ver la antropología en vías a su descolonización a partir de una radicalidad reflexiva que ayude a la comprensión de las formas culturales como productos históricos y del diálogo prolongado con los actores sociales. Para ello, señala la necesidad de abandonar las prácticas de exotización que le han dado prestigio al multiculturalismo y que convierten el método antropológico en un arma colonial. Superar el positivismo en las ciencias humanas y poner énfasis en la dignidad y soberanía de los pueblos, antes de imponerles categorías y modelos teóricos totalizantes. Por ello es que critica el orden impuesto por el estructuralismo francés, especializado en la generalización de los aspectos humanos, ocultando las estrategias y razones en su accionar cotidiano. Razones por las que Alban Bensa señala que la antropología francesa ha sufrido una pérdida de lo real tanto en su reflexibilidad etnológica como en su praxis política. Ese alejamiento de lo real, obedece al divorcio metodológico entre la antropología y la historia, causante de un serio desajuste teórico a partir del distanciamiento de la situación concreta del mundo.

Con esto señala un marcado matiz teórico y discursivo entre las ciencias sociales de los siglos XIX y XX, dos vías radicalmente distintas; por una parte, el materialismo histórico y su tendencia a analizar el mundo a partir de la historia. Por otra parte, el alejamiento antropológico del carácter histórico del mundo social, con el afán de replicar el modelo de las ciencias duras a partir de la propuesta conceptual de Herbert Spencer del organismo social. Desde entonces se comenzó a configurar la idea del cuerpo social como un todo y la necesidad de encontrar las leyes generales de la sociedad, apartándose de la historia. Bensa señala que, con Émile Durkheim, al tratar los hechos sociales como cosas, se consolidó la instauración del positivismo en las ciencias sociales al independizar la labor del sociólogo y la del historiador con el objetivo de clasificar, ordenar y jerarquizar las formas de sociabilidad. El modelo sociológico de Durkheim y el poder explicativo del dato se impusieron en el pensamiento social. Un modelo estático de análisis que paraliza la historia en una estructura

Por otra parte, el modelo de Lévi-Strauss da cuenta de una compleja relación entre antropología e historia, donde los valores universales propician una separación entre lo simbólico y lo social. Al tratar a la sociedad como una lengua a partir de la lingüística estructural de Jakobson, rompe radicalmente con la historia y el contexto cultural donde se originan los mitos y las formas políticas de alianza matrimonial. Una postura cientificista que antepone la estructura como la lógica social por excelencia, dejando el peso de su correspondencia a la asimilación de los elementos de la lengua para poder explicar y predecir los fenómenos sociales. Perspectiva científica que critica profundamente Alban Bensa, ya que ve en ella un método que resiste a los tiempos históricos, así como las consecuencias de una conceptualización generalizadora. Un continuum de las prácticas colonialistas del pensamiento francés de la segunda mitad del siglo XX, los treinta años de gloria del estructuralismo, que fueron el reflejo de la estabilidad política y económica de Europa de la posguerra y el alejamiento reflexivo de la realidad. Una realidad antropológica manipulada y alejada de los conflictos étnicos y de los acontecimientos históricos. Por esta razón, Bensa plantea como un reto para la antropología de hoy la exigencia práctica y teórica de ir más allá del mito y el parentesco, y profundizar en los sobresaltos de la vida cotidiana sin dejar de lado la acción de los sujetos que modifica las estructuras. Advierte que lo más interesante para la antropología no es descubrir leyes generales de los patrones de sociabilidad, sino abordar las rupturas, las excepciones, las transgresiones; hacer una antropología de las contingencias y desplazamientos y no de la inercia social.

Para Bensa, negar lo histórico es negar lo real, por ello señala que es necesario un reajuste de las categorías del mundo social y construir los medios para reflexionar la acción e incluir en la reflexión etnográfica la dimensión histórica y los aspectos de la vida social del pensador indígena. Romper con la propia autoridad que se tiene como etnógrafo sobre sus sujetos de estudio, la cual en muchos casos enmudece políticamente a los actores. Apunta hacia la necesidad concreta de la producción del propio material etnográfico mediante estancias de larga duración. Trabajar en conjunto la reconstrucción de la memoria, tratarla como fuente histórica y profundizar la relación etnográfica a través de una mirada cercana al contexto cotidiano de los actores. Una proximidad que nos permita la contextualización de los hechos del pasado y del presente, una apuesta por construir una reflexibilidad etnológica indulgente y recíproca, capaz de contemplar múltiples verdades en interacción y conflicto. El antropólogo debe entenderse a sí mismo como una mediación más y al interlocutor como generador de conocimiento para crear las vías hacia un humanismo antropológico práctico, el cual como regla fundamental deba tomar en serio el mundo del ”otro”. Y también, superar el malestar moral y afectivo de la praxis etnográfica ante la fabricación y determinación de los sujetos en contextos de colonialismo o emancipación política. Dicha teorización, propone Bensa, debe depender del trabajo de campo y las estancias de larga duración fuera de casa para que, como etnógrafos y cronistas, seamos capaces de contar historias e ir más allá de la búsqueda de leyes universales de los aspectos de la vida cotidiana. Por esa razón, propone, el etnógrafo debe dejarse capturar por la experiencia del terreno y acceder a la lógica de las acciones mediante el diálogo y la estancia prolongadas como reto empírico para superar los modelos universales de las estructuras formales.

Al hablar del papel político de la antropología como una máquina que crea ficciones de sustrato nacional de carácter inmutable, pone el dedo en la llaga de las instituciones que marcan las fronteras de lo étnico y de lo políticamente correcto dentro del imaginario estatal. Los efectos políticos del estructuralismo que cita Alban Bensa no sólo hacen referencia al corpus teórico de la antropología y su praxis colonial, sino a la consolidación de los Estados-Nación contemporáneos y el uso de los recursos semánticos en las arenas de lo político al segmentar a las sociedades en grupos lingüísticos y grupos étnicos. Con ejemplos como la Francia de hoy, pone en relieve el papel de los museos como espacios de ruptura entre lo étnico y lo histórico. Las repercusiones políticas del dualismo y la segregación étnica son palpables en el orden social de Occidente, un arma de doble filo en tanto que se apunta hacia la promoción de lo étnico como estrategia de integración y, al mismo tiempo, se utiliza como un pretexto para la reivindicación de los valores nacionalistas y segmentarios. En su larga reflexión deja en claro que no se puede desconectar ni en lo teórico ni en lo empírico, la construcción cultural de las relaciones de poder. Si trasladamos esta reflexión crítica al suelo antropológico y político mexicano, queda claro el reto metodológico para el desarrollo de una praxis etnográfica que apunte hacia la descolonización conceptual de las identidades étnicas. A su vez, nos deja como tarea, romper con aquellas formas de glorificación de las etnias que les despoja de su realidad, donde se antepone una mirada romántica frente a las múltiples dimensiones en que se manifiesta su complejidad, la cual es aún más rica para la creación de conceptos antropológicos de escala humana. En el contexto mexicano actual y ante la emergencia de nuevas luchas políticas y las reivindicaciones culturales de largo aliento, es necesaria una praxis etnográfica cercana a la gente y que sea capaz de dar cuenta de los procesos políticos de escala local y sus interconexiones con las contingencias de escala global.

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