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Cuicuilco. Revista de ciencias antropológicas

versión On-line ISSN 2448-8488versión impresa ISSN 2448-9018

Cuicuilco. Rev. cienc. antropol. vol.24 no.69 Ciudad de México may./ago. 2017

 

Dossier

Un antropólogo de campo

A field anthropologist

Elio Masferrer Kan*  1 

1Escuela Nacional de Antropología e Historia


Resumen:

El documento reseña las experiencias personales, políticas y académicas de un antropólogo latinoamericano nacido y formado inicialmente en Argentina, quien migró a Perú, donde desarrolló nuevas propuestas conceptuales en el Mundo Andino. Luego continuó su experiencia académica y de investigación en México, con una escala breve pero intensa entre Panamá y Costa Rica. El autor explica su experiencia académica en cuestiones urbanas, para luego pasar al mundo indígena y las cuestiones religiosas y simbólicas. Redactado desde la perspectiva de un antropólogo de campo, el autor trata de correlacionar su experiencia académica y científica con una articulación de su experiencia social y política en los contextos cambiantes de América Latina. Ya en México explica su relación con el indigenismo, la etnología de los totonacos y sus aportes a la antropología de las religiones y la dinámica de la religión y la política. El autor considera que este artículo reseña un conjunto de perspectivas, propuestas y experiencias que no terminan, sino que va por más.

Palabras clave : Indigenismo; totonacos; Antropología de la religión

Abstract:

This paper reviews the personal, political, and academic experiences of a Latin American anthropologist who was born and trained in Argentina, and who then migrated to Peru, where he developed new conceptual proposals with regard to the Andean World. He later continued his academic experience and research work in Mexico, along with a brief but intense trip between Panama and Costa Rica. The author explains his academic experience regarding urban issues, and then moves on to cover the indigenous world and its related religious and symbolic issues. Written from the perspective of a field anthropologist, the author correlates his academic and scientific experience with an explanation of his social and political experience in the changing contexts of Latin America. Once in Mexico, he explains his relationship with indigenism, the ethnology of the Totonacs, and their contribution to religious anthropology, along with the dynamics of religion and politics. The author considers that this article reviews a set of perspectives, proposals, and experiences that do not end, but continue.

Keywords: Indigenism; totonacs; religious anthropology

Introducción

Quiero agradecer al doctor Francisco de la Peña la invitación para colaborar en un número monográfico sobre el aporte de los antropólogos de origen argentino en la antropología mexicana. Para quienes pertenecemos a una minoría nacional en México, los argenmex, es un honor que se dedique un número en Cuicuilco. Revista de Ciencias Antropológicas a esta temática. La antropología mexicana se formó con el aporte de investigadores de distinto origen nacional y la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) tuvo en su fundación la colaboración de un grupo importante de exiliados españoles que huían del franquismo, del nazismo y del fascismo, quienes juntaron esfuerzos con un grupo de antropólogos y arqueólogos mexicanos, que interactuaban con la antropología norteamericana. Nosotros tuvimos que salir de Argentina, por la imposición de las políticas de seguridad nacional, donde los militares y algunos civiles veían a los demás ciudadanos como sus enemigos. Siempre estaremos muy agradecidos de la hospitalidad recibida de México y de los mexicanos que nos brindaron la oportunidad de desarrollar nuestros proyectos profesionales, académicos y de vida.

Nuestro anfitrión está convencido de que hicimos aportes consistentes y ello me obligó a analizar o tratar de convencerme sobre cuáles fueron mis aportes. Es interesante reflexionar en esta altura de la vida, 70 años, 7 de diciembre de 1946, y 40 años de casado, 11 de marzo de 1977, que pasaron en mis años de antropólogo en México, cuando llegué a finales de 1978. El 4 de enero de 1979 inicié mi trabajo profesional en este país y el 1 de abril de 1980 ingresé a la ENAH y por consiguiente al Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), donde ahora soy profesor de investigación científica emérito; además de miembro del Sistema Nacional de Investigadores nivel III. Tampoco puedo olvidar que en septiembre de 1966 comencé mi trabajo en un archivo histórico; en febrero de 1967 fui al campo por primera vez y que en abril de 1967 apliqué encuestas en villas miserias de Rosario para una investigación de la Facultad de Medicina.

Mis padres, ambos con carreras profesionales liberales, odontólogo y química bioquímica farmacéutica, siempre vieron con desconfianza mi elección de antropólogo e historiador. Creo que finalmente me salí con la mía y no “fallecí por hambre” como vaticinaban con sanas preocupaciones sobre mi futuro. Nací en un pequeño pueblo de la pampa húmeda santafesina, Santa Teresa, donde mi padre se fue a trabajar de odontólogo, y cuando tenía seis años migramos a la ciudad de Rosario, donde desarrollaría mi formación académica, hasta la licenciatura.

Mi historia académica es diferente a la de muchos colegas argentinos en México, que llegaron con sus estudios terminados, formados en muchos casos en países europeos o en los Estados Unidos y que se involucraron en instituciones y proyectos muy definidos desde su llegada. Soy un antropólogo latinoamericano formado a “tres bandas”, Argentina, Perú y México. De alguna manera, como verán en esta apretada autobiografía académica, parezco más un bricoleur antropológico.

De alguna manera, también, las circunstancias personales, académicas, profesionales y políticas me obligaron a combinar en forma creativa la oferta de trabajo, las mudanzas de país en país, las oportunidades laborales, mis experiencias personales, académicas y políticas, sin dejar de lado esa obsesión de “polilla de biblioteca”, comprando libros en forma “obsesiva”, que me llevaba a involucrarme en estudios universitarios diversos, investigaciones donde no me pagaban, pero sí aprendía; donde me pagaban poco pero aprendía mucho. Convencido de la justeza de mis propuestas y la existencia de dificultades, nunca acepté la derrota, ni derrotado. Mi decisión fue siempre aprender y transformar las experiencias diversas en aprendizajes.

Otra cuestión que me enseñó mi madre fue a tratar de reconciliarme con quienes me criticaban, con quienes me confrontaban y tratar de entender por qué lo hacían, “Odiar enferma” era su lema, “Hacer alianzas y no aislarse siendo éticamente consistente”, decía mi padre.

Mi identidad antropológica siempre estuvo muy clara y nunca diferenciaba a la misma de la historia y las ciencias sociales, que eran concurrentes. La mejor explicación de lo que hace un antropólogo la escuché de Tom Zuidema, quien revolucionaría los estudios del mundo andino: “Cuando llegué a los Andes todo parece caótico y sin sentido, el desafío fue encontrar las nociones organizativas y estructurales que le dan sentido a ese caos aparente” [Zuidema 1989]. Ese fue y es mi programa. En México, inicialmente desarrollé mis investigaciones en el mundo totonaco, un grupo étnico que había sido poco trabajado por los investigadores nacionales y extranjeros. Creo que en Los Dueños del tiempo…. encontré esas líneas generales que orientan el sentido de la sociedad totonaca, donde apliqué con cierta creatividad los modelos desarrollados en el mundo andino por J. Murra [1975], J. Ossio [1973], F. Pease [1978] y T. Zuidema [1989].

Cuando inicié mis investigaciones sobre la cuestión religiosa, trataba de encontrar las “llaves que abrieran el cofre”, necesitaba una pregunta. Me la dio una frase de la doctora Alicia Puente de Guzmán, académica y militante católica, quien dijo: “México es un país esquizofrénico, es de los más católicos y creyentes del mundo y es donde peor se trata a la Iglesia Católica”. Responder a esa pregunta-afirmación fue lo que me llamó a buscar la noción de campo religioso mexicano, descubrir sus claves estructurales y eso (considero que) lo hice en ¿Es del César o es de Dios? Un modelo antropológico del campo religioso [2004]; Religión, poder y cultura [2009a]; Pluralidad religiosa en México [2011] y Religión, política y metodologías [2014]. Donde expuse un modelo explicativo y predictivo de la situación religiosa mexicana, trabajando en el estilo de las monografías clásicas de la antropología. Recuerdo que una conciudadana, historiadora, dijo que era la mejor aplicación que había leído en México de El Mediterráneo y el mundo mediterráneo de Braudel [1953]. Existe un dicho que circula en los medios antropológicos que afirma “un científico copia de muchos y un plagiario de uno solo”.

Este modelo explicativo del campo religioso mexicano diría que fue mi segundo aporte a la antropología mexicana y particularmente a la antropología de las religiones. Pero esa tarea no la hice en solitario, soy deudor académico de Manuel Marzal [2002], más los aportes de la teoría de campo de Lewin [1951], los modelos desarrollados por V. Turner [1980, 1988], C. Geertz [1989], R. N. Adams [1975] y la aplicación de los modelos energéticos de L. White, R. Varela [2005] y sus críticas a P. Bordieu. Las estructuras segmentarias descritas por Evans-Pritchard [1977] fueron estratégicas para comprender la estructura interna de las iglesias y diversas propuestas religiosas como el islam, el judaísmo y el pentecostalismo. Este autor más Leach [1976, 1993] y su Sistemas Políticos de la Alta Birmania fue estratégico para entender las estructuras del mundo católico “una estructura segmentaria caracterizada por un equilibrio dinámico inestable” [Masferrer 2004], combinada con los trabajos de G. Lienhardt [1954] sobre la monarquía divina de los Shilluk, más la conceptualización de eficacia simbólica de Lévi-Strauss [1976].

Aprendí que ningún investigador está “solo en el mundo” y que soy (y somos) simplemente un eslabón en una larga cadena a construir donde, sin renunciar a los colegas anteriores, se trata de hacer un pequeño aporte, que será retomado (y probablemente destruido, criticado, rebatido o reformulado) por los siguientes investigadores. Estoy convencido también que los investigadores estamos articulados a contextos científicos, económicos, sociales y políticos, donde operamos en función de proyectos nacionales y sociales. La objetividad no implica “asepsia social” ni “neutralidad”, sino un compromiso social y político. Pero es precisamente esa búsqueda de objetividad lo que nos permite interactuar con especialistas que piensan distinto a nosotros, que nos criticarán y marcarán en muchos casos nuestros errores. La investigación social es una tarea compartida, contradictoria y plural.

Algunos aspectos biográficos

En marzo de 1966 ingresé a la carrera de Historia con orientación en antropología en la Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias del Hombre de la Universidad Nacional del Litoral (UNL). Nos referíamos a dos institutos, Antropología e Historia y los de esta orientación teníamos un pie en cada uno; compartíamos, con toda la facultad, la materia de Introducción a la Filosofía e Introducción a la Literatura, con los de Historia, Introducción a la Historia e Introducción a las Ciencias del Hombre y un curso práctico de Gramática castellana (donde intentaban mejorar nuestra redacción), los de Antropología teníamos además el curso de Prehistoria que nos daba un toque de distinción e identidad. La carrera estaba programada para cinco años, 30 materias anuales, dos idiomas, un seminario final de carrera y la tesis de licenciatura. Se podía optar también por cursar un ciclo pedagógico de cinco materias anuales con lo que se obtenía el título de profesor. Hice las dos opciones, la tesis y el ciclo pedagógico.

Rápidamente me incorporé a la rutina de las clases y los trabajos prácticos. El sistema universitario argentino era copia del europeo e implicaba tres horas de clases magistrales con el profesor titular y dos horas con el jefe de trabajos prácticos. Las materias eran anuales y si aprobabas ciertos exámenes parciales, eras alumno regular y podías optar a un examen oral que podías aplicarlo en los siguientes dos años y medio, si en ese período no la aprobabas debíamos volver a cursar (regularizar) la materia. El alumno preparaba un tema y el tribunal de tres profesores, al menos uno externo a la cátedra, te preguntaba sobre todo el programa. Para aprobar cada curso era habitual y necesario llegar con alrededor de 15 libros y 20 artículos completamente leídos y “tarjeteados”.

Mi iniciación a la vida académica fuera del aula fue asistiendo al XXXVII Congreso Internacional de Americanistas (ICA) que se inauguró en la ciudad de Buenos Aires y trabajó en la ciudad de Mar del Plata. Allí pude escuchar los trabajos de un grupo selecto de distinguidos investigadores de todo el mundo y marcaría mi preocupación por ir a congresos, enterarme y luego a participar de los mismos como ponente y organizador de dichos simposios y congresos. Cuarenta años después tuve el honor de impartir la conferencia inaugural del 52º ICA en Sevilla, España (2006) y tres años después la satisfacción de presidir el 53º Congreso Internacional de Americanistas en la Ciudad de México (2009).

La rutina académica duró poco tiempo, el 28 de junio de 1966 fue destituido el presidente democráticamente electo Arturo Illía por los militares, quienes instalaron un gobierno autoritario y dictatorial. El 29 de julio de 1966, el General Onganía decretó la intervención a las universidades, que gozaban de cierta autonomía y cogobierno de profesores, estudiantes y graduados, inspirada en la Reforma Universitaria de 1918. Los postulados de la Reforma Universitaria serían claves en la definición de mis criterios académicos a lo largo de mi vida académica y científica.1

La noche de los Bastones Largos

Varias facultades que habían sido tomadas por los estudiantes, académicos y personal no docente fueron violentamente desalojadas por la Policía Federal que hizo abuso de fuerza. Es ilustrativa la reseña de este evento publicada por el profesor Warren Ambrose del Instituto Tecnológico de Massachussets quien estuvo presente en la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad Nacional de Buenos Aires:

Entonces entró la policía. Me han dicho que tuvieron que forzar las puertas, pero lo primero que escuché fueron bombas que resultaron ser gases lacrimógenos. Luego llegaron soldados que nos ordenaron, a gritos, pasar a una de las aulas grandes, donde se nos hizo permanecer de pie, contra la pared, rodeados por soldados con pistolas, todos gritando brutalmente (evidentemente estimulados por lo que estaban haciendo -se diría que estaban emocionalmente preparados para ejercer violencia sobre nosotros-). Luego, a los alaridos, nos agarraron a uno por uno y nos empujaron hacia la salida del edificio. Pero nos hicieron pasar entre una doble fila de soldados, colocados a una distancia de 10 pies entre sí, que nos pegaban con palos o culatas de rifles, y que nos pateaban rudamente, en cualquier parte del cuerpo que pudieran alcanzar. Nos mantuvieron incluso a suficiente distancia uno del otro de modo que cada soldado pudiera golpear a cada uno de nosotros. Debo agregar que los soldados pegaron tan duramente como les era posible y yo (como todos los demás) fui golpeado en la cabeza, en el cuerpo, y en donde pudieran alcanzarme. Esta humillación fue sufrida por todos nosotros -mujeres, profesores distinguidos, el decano y el vicedecano de la Facultad, auxiliares docentes y estudiantes-. Hoy tengo el cuerpo dolorido por los golpes recibidos, pero otros, menos afortunados que yo, han sido seriamente lastimados [Ambrose 1966].

Como respuesta a esta agresión muchos profesores e investigadores renunciaron en solidaridad con los detenidos y apaleados. Los interventores militares tenían instrucciones de “depurar” las universidades vistas como “nidos de izquierdistas y comunistas”. El Teniente General Onganía poseía poderes supraconstitucionales y la suma del poder público, pues la Junta Militar se arrogaba el Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Los jueces debían jurar lealtad al Estatuto de la Revolución Argentina, emitido por los militares. Con estas medidas propias de la Guerra Fría y las doctrinas de seguridad nacional que impulsaban los Estados Unidos, preocupados por la emergencia de movimientos contestatarios en América Latina, trataban de controlar el alza de movimientos sociales y populares, los cuáles en varios casos, como Brasil (1964) ganaron las elecciones en sus países.

En términos jurídicos, de acuerdo con la Constitución de la Nación Argentina, sancionada en 1853 y vigente en esos momentos, el comportamiento de los militares, de arrogarse todos los poderes era considerado “infame traición a la Patria” (art. 29) y los ciudadanos tenían el mandato constitucional de defenderla (art. 21).

En nuestra Facultad, los estudiantes nos organizamos para resistir la intervención militar y tratamos de evitar que nuestros profesores renunciaran. Nuestro peor error fue decretar una huelga por tiempo indeterminada que terminó siendo derrotada, fracasó nuestra propuesta “infantil” del “todo o nada”, tendríamos que aprender que la política y lo político exigían otros análisis y conclusiones más apegadas a la realidad, sin por ello ser conformistas. Hubo profesores destituidos y 27 estudiantes fuimos suspendidos por tiempo indeterminado, con prohibición expresa de ingresar al edificio de la Facultad.

Para no perder el ritmo académico retomé mis estudios en la Facultad de Derecho y aprobé varias materias, además de cursar otras más. La suspensión fue levantada en septiembre de 1967. En los exámenes de diciembre (1967), marzo y julio (1968) aprobé todos los cursos de primer y segundo año, quedando a mediados del 1968 al mismo nivel que mis demás compañeros, que me dio mucho prestigio académicamente hablando. Esto fue sin descuidar mis responsabilidades en la vida política universitaria; en agosto de 1967 fui designado Secretario General del Centro de Estudiantes; este Centro de Estudiantes trataba de representar los intereses estudiantiles y organizar actividades académicas, políticas, gremiales y sociales.

Demografía histórica e historia de precios

En septiembre de 1966 me comentaron que el profesor Dante A. Ruggeroni estaba buscando quién colaborara con él para trabajar el Fondo Documental de la Catedral de la ciudad de Rosario. La investigación consistía en analizar los libros de bautizos, casamientos y defunciones para elaborar la historia demográfica de esta región. Nos anotamos Ana María Lijtmaer y yo para hacer el trabajo; llegábamos por las tardes a las oficinas del mayordomo de la Catedral para recabar la información documental; allí aprendí paleografía. En el trabajo de archivo encontré el Libro de Fábrica (la contabilidad), que me permitía conocer los precios de diversos productos, entre fines del siglo XVIII y principios del XIX; le pedí permiso a Dante para seguir esta parte de la investigación por mi cuenta, quien me asesoró, y revisé también los Libros de Caja del Convento de San Carlos, para el mismo periodo, en la ciudad de San Lorenzo. Con este material presenté mi primera ponencia científica, en las ii Jornadas de Historia Social y Económica en la Universidad de Córdoba, en 1967. Dante nos dio un curso informal sobre demografía e historia y pudimos leer la bibliografía del tema. Esa experiencia me sería muy útil a lo largo de mi vida profesional; no era un demógrafo, pero al menos entendía los principios básicos de esta disciplina. Luego aprendí que esto era clave para realizar investigaciones inter y multidisciplinarias [Masferrer 2011].

Durante el tiempo que estuvimos en el Archivo de la Catedral pudimos enterarnos “de cerca” de la dinámica de la Iglesia católica, como quien dice, “desde la cocina”; en varias ocasiones nos tocó atender a las personas que venían para solicitar servicios eclesiásticos y les dábamos referencias mientras venía el mayordomo. El único detalle consistía en que Ana María era judía practicante y yo no era creyente. Un día el mayordomo vino entre sonriente y asombrado, nos dijo que ya sabía “quiénes éramos”, se rio y agregó: “sigan trabajando”. Los papás de una compañera de la carrera de historia nos habían reconocido y fueron con “el chisme” al mayordomo. Aquí comenzaron mis investigaciones sobre la Iglesia católica.

Del trabajo en Archivos Eclesiásticos surgió también mi primera publicación, Beatriz Rassini me invitó a colaborar en una magna obra dirigida por Rolando Mellafe Demografía histórica en America Latina: fuentes y métodos, impreso en el Departamento de Investigaciones Históricas del INAH en 1975. Me encargué de varios fondos eclesiásticos y de Notarías de las provincias de Santa Fe y Corrientes. Con estas investigaciones desarrollé una experiencia interesante sobre fondos eclesiásticos y parroquiales, muy útil e importante a lo largo de toda mi carrera profesional. Además de un conocimiento de la Iglesia católica desde diversos ángulos estructurales y temporales. Mi relación con la Iglesia católica tendría otra faceta; en 1966 Mary Pedernera, una compañera de la Facultad, militante de la Juventud Universitaria Católica, quien sería también suspendida conmigo, me invitó a participar en un grupo de estudios de los Documentos del Concilio Vaticano ii, que acababa de celebrarse y del teórico del mismo, Pierre Teilhard de Chardin [1965], un teólogo jesuita y antropólogo. Le expliqué que no era católico, me dijo que el Concilio los invitaba a dialogar con los “hermanos separados”, le repliqué que no estaba “separado”, que no era creyente, volvió a la carga, “también vamos a dialogar con los no creyentes”. Finalmente me convenció, trabajamos en una Residencia de Monjas Paulinas. La responsable de la misma, Ana María Álvarez nos explicó un día que ellas eran una congregación distinta a la de Ediciones Paulinas. No usaban hábito, vestían en forma austera, pero con cierta elegancia. Su carisma era llevar la palabra “en este mundo” y creo que lo logró. Estudiaba psicología y era la delegada de tercer año, fue parte también de los 27 suspendidos.

El grupo de estudios estaba formado por militantes católicos de cierto nivel, el canciller del arzobispado, un ex secretario general de la Acción Católica, otros sacerdotes y religiosas con posiciones importantes, un espía del arzobispo, laicos con responsabilidades eclesiásticas y quien suscribe, que me configuraba en un “otro mítico”. El grupo era muy importante en el contexto católico de la ciudad, pude conocer de primera mano las polémicas internas, las confrontaciones con el arzobispo Monseñor Bolatti, a quien le renunció alrededor de 40% del presbiterio, porque no quería aplicar las reformas del Concilio Vaticano II. Tomé conciencia de que la Iglesia católica, incluso su jerarquía, era plural y de ninguna manera homogénea. En una ocasión el arzobispo llamó al líder de la Acción Católica local, quería que el grupo se disolviera; uno de los argumentos fue que “no podía haber gente que estuviera fuera de la Iglesia”, el único caso era yo.

Lo que más me llamaba la atención era que estaban en una nueva lectura de la Biblia, para ser más preciso, el Concilio II había levantado las restricciones que tenían los laicos católicos para leer la Biblia, un eco de la Reforma Luterana y la Contrarreforma. En mi casa habíamos leído algunas partes de la Biblia, decía mi padre, la Torá decía mi madre. Según la opinión de mis padres, teniendo en cuenta que 90% de los argentinos era católico, 4% protestante o evangélico, 2% judío y menos de 3% no creyente. Al margen de nuestras creencias debíamos conocer en qué creían los otros. La idea no era mala, aunque en mi contacto con otros jóvenes lo que veía era que ninguno había leído la Biblia, sí la Torá. Otra consigna familiar era que “el saber no ocupa lugar (no sobra, no está de más)”, así que había que estar informado, aunque no supiéramos para que podía servirnos, después veríamos en qué lo ocupábamos. En esta perspectiva leímos y discutimos cuanto documento importante se ponía a la mano, sin descuidar los clásicos de la literatura y la historia.

Volviendo a la lectura de los Documentos de Concilio Vaticano ii fui testigo del surgimiento del Movimiento de Sacerdotes por el Tercer Mundo, que tenía un amplio apoyo de la Iglesia católica alemana y belga. Éste sería la base para el surgimiento de la Teología de la Liberación Latinoamericana [Gutiérrez 1971]. Parte de las actividades del grupo de estudios era contactar y asistir a villas miserias y contextos similares donde los “curas tercermundistas” hacían su trabajo pastoral, acorralados y marginados por los sectores conservadores. También se impulsaba el “diálogo entre cristianos y marxistas”. Recuerdo que aparecieron sacerdotes italianos, que habían sido “poco amablemente” expulsados de Italia, por relacionarse, ser miembros, incluso candidatos por el Partido Comunista Italiano, enviados “cerca del fin del mundo” a provincias pobres de Argentina, terminada la Segunda Guerra Mundial (1945). Veteranos de la resistencia antifascista se relacionaban con el movimiento de apertura que había entre los católicos y un sector incipiente de la izquierda, que tenía en muchos casos un sello anticlerical, que confundía a los sectores conservadores y muchos obispos con los católicos en general, que eran parte del pueblo y que en muchos casos estos estarían acompañados por algunos obispos y sacerdotes comprometidos. Algunos de ellos cooperaron en la organización de las ligas agrarias entre los indígenas de Formosa y el Chaco, quienes serían cruelmente reprimidos por los militares.

Cabe recordar que la Iglesia católica, apostólica y romana en Argentina tiene un estatus de “religión protegida por el Estado”, en ese entonces el presidente debía ser católico, al igual que los gobernadores. El presidente proponía los obispos a la Santa Sede y tenía facultades sobre las bulas y otras medidas papales (art. 76, 86 inc. 8-9); hay firmado un concordato, los obispos cobran un sueldo equivalente al de un juez federal, el (obispo) Vicario de las Fuerzas Armadas tiene sueldo de subsecretario y rango de general de división; también y existía un seminario de capellanes, con salario de cadetes militares-seminaristas. Prácticamente la mitad del clero argentino cobra salarios del Estado por detentar capellanías civiles, militares y policiales, o estar instalados en zonas de frontera (art. 67, inc. 19 y 20), se debía promover la conversión de los “indios al catolicismo (art. 67, inc. 15). Los obispos y cardenales tienen derecho a un pasaporte diplomático, entre otras distinciones. El Estado paga los salarios de los maestros y profesores de las escuelas confesionales y religiosas. La situación es similar a la de la Iglesia española.

La preparación de la tesis de licenciatura y otras actividades académicas

Mientras estaba suspendido en la Facultad, participé activamente en actividades académicas fuera del aula; en febrero de 1967 inicié mi trabajo de campo en la Isla Tres Cerros del Alto Delta del Río Paraná, donde haría mi tesis de licenciatura: Relaciones hombre-naturaleza en el Alto Delta del Río Paraná. Colaboré en la organización del Primer Congreso Argentino de Arqueología y en cuanta actividad me proponían, hice encuestas para una investigación en villasmiseria de Rosario y en el 1971 fui seleccionado en un miniconcurso para ser asistente en el Instituto de Sociología de Rosario (USR); allí trabajé codificando encuestas tomadas en zonas marginales, una buena experiencia de sistematización de datos, construcción de herramientas cuantitativas y cuestiones relacionadas. Fue mi primer contrato pagado que era por dos meses y que me alcanzó para comprar un saco de dormir de buena marca.

A mediados de ese año nos enteramos, por una estudiante de antropología cuya mamá era presidenta de la Comisión Arquidiocesana de la Liga de Madres de Familia, que necesitaban que les procesaran una encuesta socio-económica que les habían enviado y entre los requisitos estaba que la sistematizaran en el lugar. Hicieron un pequeño concurso y lo ganamos, no porque fuéramos muy sabios, sino por el precio casi simbólico que pedimos. Nos interesaba tener antecedentes laborales en la materia, fue una experiencia muy interesante pues pudimos apreciar las tensiones que producía la Enciclica Humanae Vitae (Qietus machus la llamaban mis amigos católicos, por el rechazo a los métodos anticonceptivos), las madres entrevistadas en muchos casos estaban de acuerdo con el divorcio, los anticonceptivos, el aborto o las relaciones sexuales prematrimoniales “si lo autoriza el confesor”, así “abrían” esta pregunta, que era cerrada. De 1972 a 1973 colaboré como asistente docente ad honorem en la cátedra de Sociología. Años después ya en México, en una entrevista televisiva comentando esta encuesta, el periodista concluyó pragmáticamente, “entonces si se confiesan pueden abortar”, quien tuvo airadas respuestas de “católicos indignados” quienes le recriminaron que no sabía nada acerca de la “naturaleza del sacramento de la confesión”.

La política como cuestión práctica

Una experiencia muy peculiar que tuve durante mi época de estudiante fue mi amistad con Agustín Rodríguez Araya (1908), líder político de la Unión Cívica Radical (liberal y socialdemócrata en sus orígenes). Tuve largas pláticas con Agustín, quien me adoptó como amigo y durante varios años almorzábamos tres veces a la semana con Pilar Velasco, historiadora, quién había sido mi profesora en Introducción a las Ciencias del Hombre. Era un personaje muy especial, un demócrata convencido y con una larga experiencia política, diputado varias veces, candidato a gobernador, exiliado político, quien no tenía ningún titubeo en enfrentar al establishment, denunciaba en forma sistemática prácticas corruptas y siempre con documentos en la mano. Nunca podré olvidar las innumerables lecciones de política práctica: “no Elio, así no es (o no fue)” y de allí la clase exclusiva.

Agustín se reunía todas las mañanas con los periodistas de los medios acreditados en Rosario y los reporteros de los medios vespertinos, en la tarde mantenía otra tertulia con los periodistas de los medios matutinos. En éstas intercambiaban “novedades”, además proporcionaba información exclusiva a los periodistas, que se transformaban en notas de impacto al día siguiente en el ámbito nacional y local, allí estaba de “mudo observador participante”. Agustín me explicó en los hechos cómo era el juego interno, sutil y aparentemente misterioso de la política y la dinámica de los medios de comunicación; en particular, lo que luego se llamaría “periodismo de investigación”, la conversión de los hechos o acontecimientos en noticia.

Un día a la semana, Agustín publicaba una “solicitada” (inserción pagada) en un periódico vespertino denunciando algún “negociado” (acto corrupto) de algún funcionario. Ese día se incrementaba el tiraje del mismo en forma impresionante. En una ocasión le pregunté “cómo le hacía” para tener tanta información y además él decía que había estado investigando y siempre lo veía entre su oficina y los restaurantes mencionados, se rio a carcajadas y me explicó que todos los corruptos eran muy soberbios y siempre agredían a sus subalternos y algunos de éstos, los más valientes, se desquitaban pasándole la información. Tuve ocasión de observar una “denuncia ciudadana” de estas características.

Defensor consecuente de los derechos humanos, falleció por las secuelas de una hemiplejia; cinco años después, su hijo, Felipe Rodríguez Araya (1934), también abogado, fue cruelmente asesinado por las bandas paramilitares de la Triple A el 30 de septiembre de 1975, su cadáver apareció despedazado por impactos de escopetas a repetición. Luis Eduardo Lescano Jouvet fue secuestrado y asesinado junto a un abogado sindicalista, también defensor de presos políticos. Ambos, me honraron con su amistad, 30 años después se haría justicia y los asesinos, todos funcionarios de “aparatos de Estado”, serían encarcelados y condenados.

Las experiencias personales y la participación ciudadana

Otro aspecto importante en mi formación profesional fue la observación (y participación) en los complejos movimientos sociales que se desarrollaron durante la Dictadura del General Onganía y sus continuadores (Levingston y Lanusse), la autodenominada Revolución Argentina, que implicó fuertes programas de ajuste social, económico y político, empobreciendo a amplios sectores de la población y reprimiendo brutalmente a los trabajadores. La inconformidad social no se hizo esperar el 14 (50ª aniversario de la Reforma Universitaria de Córdoba) y 28 de junio de 1968, se iniciaron importantes movilizaciones estudiantiles que supieron captar la inconformidad social, relacionándose con un movimiento sindical muy consecuente en la defensa de los intereses de los trabajadores. Se iniciaron “estallidos sociales” que implicaban verdaderos amotinamientos de la población. Hubo explosiones sociales en varias localidades, los más emblemáticos fueron el Cordobazo, 29 de mayo de 1969, y los Rosariazos (17 al 21 de mayo 1969 y 16 al 17 de septiembre de 2016), de estos últimos fui testigo. El gobierno militar tuvo que iniciar la retirada, pero no fue nada sencillo.

La vida académica como eje conductor

A finales de diciembre de 1970, rendí mi última materia de la licenciatura de Historia con orientación antropológica y avancé en la redacción de la tesis. Había obtenido también el título de Profesor en Educación Media y Superior en Historia con orientación en antropología, completado el ciclo pedagógico y podía entrar a trabajar en la docencia universitaria. Había estudiado y aprobado las materias de la nueva carrera de Antropología. En 1971 inicié mis estudios de psicología, aprobé cuatro años y finalmente no pude terminar esta carrera pues fui contratado en la Universidad Nacional de San Juan en 1974. Fue una experiencia muy importante en mi formación académica y profesional, varios cursos aprobados de mi primera carrera me servirían para la nueva carrera como filosofía o psicología social, por ejemplo.

Un momento de reflexión y reconsideración sobre mi práctica política

Al haber nacido en 1946 en una familia con profundas preocupaciones sociales y políticas, compartí esa visión del mundo con mis padres y mi hermana. Cursé mis estudios de primaria en una escuela pública. En 1960 ingresé a la Escuela Industrial Superior de la Nación, luego llamado Instituto Politécnico que dependía de la Facultad de Ingeniería de la UNL. Esta institución tenía una excelente formación humanística y técnica, fue muy importante en mi formación, aunque al llegar al cuarto año comprendí que no me interesaba ser técnico industrial, ni seguir ingeniería. Ingresé a un bachillerato para postular a la universidad en carreras humanísticas.

En tercer año de la Escuela Industrial inicié mi participación en los movimientos estudiantiles y en 1963 fui designado Secretario de Extensión Estudiantil en la Confederación Argentina de Estudiantes Secundarios (CAES) y en 1964 sería designado presidente de la caes; siendo reelegido al año siguiente y no pudiendo terminar pues ingresé a la universidad. Fue una experiencia muy interesante y nada sencilla, pues en ese periodo el movimiento estudiantil pasaba por una profunda crisis, resultado de la derrota de 1958, cuando se aprobó la legislación que autorizaba universidades confesionales. Durante mi carrera universitaria también había participado activamente de los movimientos estudiantiles y a finales de 1971 decidí hacer una reconsideración de mi práctica social y tomarme un periodo de reflexión, a la vez que tratar de consolidar una carrera profesional.

La situación social y política de Argentina se fue complicando cada vez más y la polarización que representaron los movimientos político-militares llevó la situación a un abismo, del cual apenas ahora se ve la “boca del túnel”. En lo personal, estaba y estoy convencido que esa propuesta no era la adecuada ni la pertinente para ese momento histórico. La dinámica perversa de los acontecimientos me obligó más adelante, como a muchos otros, a elegir el exilio.

Mi primera experiencia como antropólogo aplicado

En marzo de 1972 entré a trabajar en el Albergue de Menores, dependiente del Ministerio de Bienestar Social de la provincia de Santa Fe. Fue una experiencia personal y académica muy estimulante. La institución tenía alrededor de 50 niños internos, algunos, por “peligro moral”, porque el Estado suponía que sería criado allí mejor que con su madre. Otros estaban por homicidio, robo, violación y delitos similares. La mezcla de niños y los espacios de interacción eran complicadísimos. Las biografías o historias de vida que realicé me llevaron a la conclusión de que los niños internados por esta causa se transformaban rápidamente en “primo delincuentes”. Para estar interno debían tener menos de 18 años; por ley, los delitos cometidos no eran imputables. El Albergue tenía dos partes, una a cargo del Ministerio de Bienestar Social y otra del Ministerio de Justicia, los policías que custodiaban el recinto.

Me enteré de que el nuevo director, un psicólogo, estaba interesado en aplicar en la institución un enfoque novedoso e innovador. Allí fui y lo único que tenía disponible era una plaza de “celador diurno”, mi tarea consistiría formalmente en compartir 12 horas diarias en días alternados con los niños y jóvenes, simultáneamente tenía que analizar los sistemas de valores y liderazgo de los internos y participar en la Comunidad Terapéutica y el Equipo Técnico Profesional. Cabe destacar que el personal más antiguo no quería saber nada de nosotros, excepto la trabajadora social. Los internos no entendían mucho de lo que pasaba; cuando les dije que era antropólogo se tranquilizaron, uno de los jóvenes me planteó que para que tanto psicólogo si ellos “no estaban locos”. Retomé los planteos del antropólogo William Caudill, El hospital psiquiátrico cómo comunidad terapéutica [1966], quien para hacer su trabajo de campo se había internado como “paciente” en un psiquiátrico, para entenderlo “desde adentro”.

Estuve prácticamente un año y fue una experiencia muy enriquecedora, además de llegar a un conocimiento profundo de esta “institución total”. Las estrategias rehabilitadoras del director-psicólogo se confrontaban con las prácticas corruptas del personal, los custodios, el aparato judicial y un largo etcétera. Éramos muy voluntaristas y excesivamente ingenuos. La experiencia no duró más de 18 meses y fue desmantelada por un conjunto de intereses creados, “afectados” por Raúl, el director, quien era muy entusiasta, pero sin posibilidades de enfrentarse exitosamente con gente tan poderosa. De la misma clase y estilo que denunciara valientemente don Agustín.

Síntesis de la experiencia rosarina

Un balance de la situación fue que lo que había estado haciendo era aplicar los marcos conceptuales de la antropología a cuestiones urbanas, no era nada novedoso, aunque muy poco trabajado en ese entonces en Argentina.

Había reencontrado una veta conceptual que fuera iniciada por el matrimonio de antropólogos Lynn quienes habían estudiado la situación de los desocupados y afectados por la Gran Crisis de 1929 en los Estados Unidos, también y muy influidos por la escuela de Cultura y Personalidad; los “culturalistas”, en la jerga antropológica y psicoanalítica. Leía con avidez los trabajos de Margaret Mead, George Mead, Abraham Kardiner [1945], Melville Herskovits [1992] y el relativismo cultural, Ralph Linton [1965] y sus conceptos de personalidad básica, de estatus y de clase. Sin dejar de mencionar el impacto de la teoría de campo de Kurt Lewin, los trabajos de Sigmund Freud y Clara Thompson, entre otros. Me fueron muy útiles los planteamientos de Robert Merton [1949] y el estructural funcionalismo y las “teorías de alcance medio”. En el ámbito local, la compilación de Leopoldo Bartolomé [1974] me mostraría que no estaba lejos de lo que Bantom [1980] y Wolf llamaban antropología en sociedades complejas y los trabajos de José Bleger [2003], sintetizados en Psicología de la conducta. Había construido también una epistemología muy influida por Fratonni, mi profesor de esa materia, Adolfo P. Carpio [2015] y la antropología filosófica desarrollada en las clases de Rubén Vasconi [1993]. No puedo dejar de mencionar los aportes a la antropología desde el materialismo histórico de Maurice Godelier que leíamos con avidez y tuve ocasión de conocer personalmente en Perú, y quien redactara el prólogo del libro de John Murra [1975].

Llegué a la conclusión de que era un antropólogo muy ecléctico y con una perspectiva interdisciplinaria que mezclaba la historia [Braudel 1953, 1980], la demografía histórica, métodos cuantitativos y cualitativos, la psicología social y la lingüística o más precisamente la semiología de Roland Barthes [1999]. Hubo más autores que influyeron notablemente, Vance Packard, un sociólogo que trabajaba como antropólogo, Los buscadores de prestigio, las formas ocultas de la propaganda; La élite del poder deWright Mills [1978] y Ariel Dorfman y Armand Mattelart, Para Leer al Pato Donald. A diferencia de mis colegas más veteranos, nunca había pasado por los grupos indígenas de Argentina.

Mi experiencia en la Universidad Nacional de San Juan

Una de mis experiencias académicas iniciales fue participar del XXXVII Congreso Internacional de Americanistas en Mar de la Plata, Argentina, el mismo se hizo entre el Golpe de Estado de Onganía y La noche de los bastones largos. Inaugurado por Houssay, premio nobel argentino, y lo que era pensado como una gran fiesta de las ciencias sobre América fue, de alguna manera, el marco de las preocupaciones sobre la injerencia del poder político-militar en las universidades y el trabajo científico. Allí había conocido a dos sanjuaninos, el profesor Mariano Gambier, director del Museo Arqueológico y a su asistente de investigación, Carlos Borcosque. La amistad se estrecharía, pues Carlos, en el marco del Primer Congreso de Arqueología en Rosario, vino como curador de la muestra del museo de San Juan y tenía que estar como dos meses en la ciudad, los viáticos que le habían dado eran insuficientes, como era habitual en las instituciones académicas, y me honró aceptando mi hospitalidad; ahora el dinero del que disponía sólo necesitaba aplicarlo a su alimentación. Hicimos una larga amistad que se prolonga a nuestros días y me invitó en varias ocasiones a participar en San Juan de eventos académicos.

Un día, a inicios de marzo de 1974 me llamó muy entusiasmado, porque el profesor de Antropología cultural en la carrera de Sociología de la Universidad Nacional de San Juan (UNSJ) se había ido a Salta pues le habían ofrecido un tiempo completo, en San Juan tenía una semidedicación; me ofrecerían un contrato por un año, susceptible de ser renovado hasta que se sustanciara el concurso. El director de la carrera, Rafael Olivera, estaba preocupado pues necesitaba un antropólogo que tuviera el perfil de trabajo interdisciplinario con sociólogos en contextos urbanos y no le interesaban tanto los graduados de La Plata y Buenos Aires, quienes tenían un perfil étnico, además de estar dispuesto a mudarse a San Juan, en un plazo de menos de un mes que comenzaban las clases. Carlos le explicó que tenía el hombre para ese puesto. Al día siguiente estaba montado en un autobús que haría la travesía de 15 horas que separaba Rosario de San Juan.

La carrera de Sociología estaba dentro de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales y la UNSJ no tenía carrera de Antropología, aunque contaba con un museo arqueológico dirigido por Gambier, quien tenía “pánico académico” a las fuertes camarillas antropológicas de La Plata y del Museo Etnográfico de Buenos Aires.

Ser de Rosario, un grupo de antropólogos y arqueólogos menos fuerte, se convertía en una ventaja relativa para que no pusiera obstáculos en mi contratación. Gambier había sido secretario general de la Universidad y tenía un fuerte poder institucional. En este proceso también me tocó experimentar los sentimientos de envidia de colegas y antiguos compañeros de la Universidad de Rosario, “indignados” de “por qué a mí y no a ellos”. Son situaciones en que uno detecta a los amigos y a los oportunistas.

Mi entrevista con el sociólogo Olivera fue muy interesante, sabía perfectamente lo que quería, tenía un proyecto académico y muy claro el panorama. Me explicó que ese semestre impartiría una sociología especial y en el semestre siguiente antropología sociocultural para las carreras de Sociología y Trabajo Social. Quería que impartiera un curso de estructuralismo y lingüística, le dije que me parecía una excelente idea y que prepararía el curso. Regresé a Rosario y fui a entrevistar a un lingüista, amigo, Alberto Lagunas, me dijo que era sencillísimo y yo estaba “sanamente” preocupado. Muy didáctico me pidió que trajera dinero y fuéramos a la mejor librería de la ciudad; arrojó 35 libros al carrito y nos fuimos a mi casa, allí ordenó, me explicó y me dijo que nos reuníamos al día siguiente para revisar el programa que debía redactar. Regresé a San Juan y afortunadamente hubo una huelga que me dio cuatro semanas para leer todo el material de arranque de dicho curso. El curso fue un éxito.

El contrato era de profesor-investigador, así que desarrollé una investigación sobre mitos y relatos populares; apliqué una estrategia para los trabajos prácticos donde trataba de que los estudiantes hicieran conciencia de su proceso de endoculturación, para que asumieran en forma crítica sus valores e ideologías. Evidentemente influido por la escuela de cultura y personalidad, además de Dorfman y Matellart y los semiólogos franceses (Barthes), los pusimos a elaborar historias de vida y debían preparar un análisis de alguna literatura popular en boga, les planteamos que leyeran a Corín Tellado y lo discutíamos en los trabajos prácticos. Hablo en plural, pues incorporé a un excelente asistente de investigación, el sociólogo Beto Asencio, quien años más tarde apareció brutalmente “suicidado”, como decía Agustín; hay ciertos tipos de casos que nunca se quieren resolver. Hoy le llamaría un “crimen de odio”.

La cuestión nacional se había complicado notablemente, el general Lanusse había tenido que retirarse del gobierno, legalizar al peronismo y devolverle al general Juan Domingo Perón todos sus grados militares, incluido el “secuestrado” cuerpo de su segunda esposa, Evita. Perón puso de candidato a la presidencia a quien fuera su Delegado personal, el odontólogo Héctor Cámpora, quien arrasó en las elecciones. Era un misterio qué pensaba Cámpora, pero apenas asumió (1973), se supo; respaldó a los sectores vinculados con los Montoneros y la “izquierda” peronista. La derecha y ultraderecha, vinculada a sectores similares de la Iglesia católica, recibieron pocos espacios en el poder. La “primavera” duró pocos meses, Perón retornó al país el 20 de junio de 1973 y no pudo aterrizar en el Aeropuerto civil de Ezeiza, en el camino de llegada, donde se habían juntado alrededor de dos millones de personas; grupos paramilitares de la ultraderecha masacraron a quienes trataban de copar la “cabeza” de la marcha vinculados con los montoneros y sectores de la “izquierda peronista”. Se habló de alrededor de 100 muertos, algunos a balazos y otros a golpes. Pude entrevistar a testigos de este acontecimiento funesto para la democracia en Argentina.

Cámpora fue obligado a renunciar y se llamó a elecciones, se afianzó la ultraderecha peronista con la fórmula Perón-Perón, su tercera esposa Isabel Martínez de Perón quedaba de Vice-presidenta. Perón trató de desmantelar a los sectores contestatarios, pero no le fue nada sencillo, falleció el lunes 1 de julio de 1974, “Isabelita” asumió la presidencia y se convirtió en un títere de la ultraderecha. En Educación entró Oscar Ivanissevich, un exponente de la derecha peronista, quien dio órdenes de depurar a las universidades tanto de la izquierda en general, como de los sectores progresistas del peronismo.

San Juan no fue la excepción y en marzo del 1975 fui convocado por un sociólogo exponente de la derecha quién había sustituido a Olivera, allí me informó que no sería renovado mi contrato y me pedía que le entregara una carta, renunciando a la renovación del mismo; a cambio, no sería incluido en una “lista negra”. Le contesté con firmeza que no le daría esa carta y que él asumiera también la responsabilidad política de discriminar a un profesor por razones ideológicas, violando el artículo 16 de la Constitución donde se dice en forma expresa que “todos los ciudadanos somos iguales ante la ley y que sólo se debe tener en cuenta la idoneidad (para su empleo)”. Me miró como si viera un marciano y se lamentó de “que no estuviera dispuesto a colaborar”, le respondí que para actuar de represor al “menos se manchara las manos”.

Viendo las cosas años después, mi conclusión es que la situación estaba muy descompuesta, más, en sentido estricto y que mis propios análisis eran ingenuos. Por ejemplo, el 12 de julio de 1976 fue secuestrado Rafael Olivera y al día siguiente su esposa, Nora Rodríguez Jurado, desaparecieron al igual que varios de mis alumnos en diversos momentos. El padre de Rafael, un general de división retirado luchó por sus hijos desaparecidos sin ningún éxito. “Cuando demos el Golpe, no habrá pariente que valga” advirtió el general Albano Harguindeguy a una de sus sobrinas. Tomé conciencia de la situación cuando Laura me contó ese diálogo con su tío (1975), además recordé lo que me había dicho Ovide Menin (1927-2015), un pedagogo eminente que se había regresado de Chile pocos meses antes del Golpe de Pinochet (1973), “si un investigador social no está en condiciones de evaluar la realidad y garantizar su propia seguridad, es un inepto”. Por si quedaba alguna duda sobre el programa del Proceso de Reconstrucción Nacional, nombre dado a la dictadura militar instalada en 1976, está sintetizado en la frase del general Ibérica Saint Jean, gobernador militar de la provincia de Buenos Aires: “Primero mataremos a todos los subversivos, luego mataremos a sus colaboradores, después a sus simpatizantes, enseguida a aquellos que permanecen indiferentes y, finalmente, mataremos a los tímidos” [Internacional Herald Tribune París, del 26 de mayo de 1977, París].

Debo reconocer que se le sumó el asesinato de Felipe Rodríguez Araya y Luis Lescano, lo cual ponía en riesgo a todos los que habíamos estado en el “entorno” de Agustín. A mediados de octubre de 1975, decidí que debía irme de Argentina, consulté con mi padre, quien me dijo que era lo mejor, le pregunté si no quería irse también y me respondió “yo a los sesenta años, ya estoy amortizado, por eso me quedo, vos sos joven y tenés muchas cosas que hacer”. Profesor universitario y presidente del Colegio de Odontólogos, fundador de la Asociación Gremial de Odontólogos de Rosario y militante pro derechos humanos, un hombre de izquierda, firmó cuanto documento de protesta pudo; dos bombas en la farmacia de mi madre y un saqueo de su consultorio, “seguro que participó un odontólogo militar, pues se llevaron todas las fresas con punta de diamante y me dejaron sólo el material ya obsoleto”, afirmaba. Un vecino heroico siguió cautelosamente a los saqueadores y los vio entrar a un edificio de la Policía, fue un grupo paramilitar.

Nacido en Corrientes (1916) mi padre nunca le tuvo miedo a la muerte y nos había dado instrucciones de que si lo asesinaban, su cortejo fúnebre atravesara toda la ciudad para dar un ejemplo a la sociedad. Falleció de muerte natural en 1992, el mismo año que mi madre, quien temblaba cada vez que el viento golpeaba una puerta. Las instrucciones de mi madre eran más sencillas “que la enterraran en el cementerio judío para que todos los que pasaran frente a su tumba vieran que se podía casar con un goie (no judío) y seguir siendo judía en el intento”; así fue.

La etapa andina

Decidí irme al Perú a profundizar mis conocimientos antropológicos, mi opinión era que si bien no había participado activamente del conflicto, lo que estaba sucediendo y sucedería más tarde era una profunda derrota para las fuerzas democráticas, sin compartir los errores, pero el asunto era algo más de conjunto. Hice algunos contactos y el 22 de febrero de 1976 llegaba al Aeropuerto Jorge Chávez de Lima. Había un mundillo de exiliados, refugiados, migrantes económicos y personas que habían tenido que salir de Argentina, Uruguay y Paraguay y que se habían ido a Perú ante el deterioro de la situación en el Cono Sur.

Un amigo peruano que estudiaba en San Juan me había contactado con el ingeniero Cesar Solís, en esos momentos director del proyecto Complejo Pesquero del Centro, en el Ministerio de Pesca, muy solidario; él también había pasado momentos amargos por su exilio siendo militante aprista, me recomendó para entrar en una consultora, Corporación de Racionalización y Consultoría (CRC) y que colaborara en el estudio de factibilidad del proyecto que dirigía; me contrataron y trabajé allí poco más de un año. Conocí los sistemas formales e informales de comercialización del pescado y productos marinos en la ciudad de Lima, la principal fuente de proteínas de origen animal del Perú, la investigación incluía también el estudio de comercialización en los puertos y caletas del Departamento de Lima, una experiencia interesantísima. Un trabajo interdisciplinario con economistas, sociólogos e ingenieros pesqueros.

Luego me incorporé a otro proyecto “Desarrollo de Centrales de Servicios Educativos para los Núcleos Educativos Comunales (NECS)”, también en la misma consultora. Allí me tocó desarrollar el subprograma de la ciudad de Trujillo [Masferrer 1977]. Debía analizar la ciudad, su situación económica, social, cultural y su historia, para hacer la propuesta. Esta experiencia me permitió reforzar mi formación como antropólogo urbano y aplicado. El trabajo sobre los NECS me puso en contacto con educadores y planificadores de la educación, tuve oportunidad de colaborar con los responsables de la Reforma Educativa que impulsara Salazar Bondy. El NECS de Trujillo prácticamente fue el único que se aplicó y consiguió un financiamiento internacional para su concreción.

Mi trabajo en San Juan con los sociólogos me daría elementos sólidos para enfrentar el desafío. Durante mi estancia en Trujillo conocí a Bertha León, con quien me casaría y seguimos casados. Gracias a mi trabajo en CRC pude conocer aspectos del Perú profundo en sus contextos urbanos, tuve oportunidad de “guiar” a mi esposa, nacida en Lima, por barrios donde nunca había ido como Tacora y La Parada.

De antropólogo aplicado a académico

Comencé mi relación con el mundo académico de Lima; una educadora de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP) me escuchó y me indicó que contactara a Luis (Lucho) Millones, y él me sugirió que siguiera con mi experiencia en Archivos Eclesiásticos, me presentó en el Archivo Histórico del Arzobispado de Lima y propuso que trabajara el Fondo de Idolatrías, los juicios desarrollados contra indígenas por mantener sus prácticas religiosas anteriores al cristianismo colonial. Fue una experiencia muy enriquecedora pues además mejoré mis conocimientos paleográficos.

Luis Millones era un excelente anfitrión y muy generosamente me abrió su casa, sede de reuniones informales, por donde pasaban muchos historiadores y antropólogos extranjeros, habitualmente norteamericanos. Se hablaba de un montón de cosas y llegué a la conclusión, que me faltaba mucho y que tenía que profundizar en un posgrado. Lucho me explicó que en unos meses salía la convocatoria para un programa de reentrenamiento de graduados, que tenía la forma de un Diplôme d’ Études Approfondies (DEA) europeo y que duraba un año y podía aspirar a una beca, el programa lo dirigía junto con Manuel Marzal, quien era además de antropólogo sacerdote jesuita y una de las mayores autoridades en antropología de las religiones, asesor del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) y de los programas en regiones indígenas de los jesuitas; de esto último todos lo “sabíamos” pero él nunca lo mencionaba.

El DEA tenía un formato flexible, con una cantidad de créditos (cinco cursos por semestre) y se estructuraba con base en el perfil del postulante. En definitiva, implicó un reciclamiento conceptual pues me sumergí en lo que se llama el Mundo Andino, una antropología que no diferencia entre historia, etnohistoria y antropología social y que está centrada en el sujeto-objeto de estudio, marcando un cierto eclecticismo académico pues los profesores aportaban desde su propio marco teórico y académico de formación y fue así como tuve oportunidad de aprender parentesco andino con un discípulo de Evans-Pritchard (Fuenzalida), organización social con un doctorante de Mary Douglas (Juan Ossio), estructuralismo y sistemas simbólicos con un discípulo de Lévi-Strauss (Ortiz Rescaniere), antropología urbana con Millones, etnohistoria y antropología de las religiones con Manuel Marzal, etnohistoria andina con Franklin Paese, con lo cual pude sumergirme en los planteos de la Escuela de Cornell, cuyo mayor exponente era John Murra y otros expertos que sería largo enumerar. También me tocó interactuar con gente interesantísima como César Fonseca, Ramiro Matos, María Rostorowski y F. Silva Santiesteban, por citar algunos. En términos de mi formación, me considero un antropólogo andino con fines conceptuales y metodológicos.

Además del programa de antropología e historia de la PUCP, Millones me propuso que diera clases en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, allí pude convivir con un excelente grupo de antropólogos, menos eclécticos que los de la Católica e influidos por el marxismo, aunque terminaban en una mezcla metodológica, una práctica muy tradicional malinowskiana, un discurso marxista y una estrategia analítica muy a la de la antropología británica (estructural-funcionalismo). Me pidieron que diera Teoría antropológica y Teoría del Estado. Los estudiantes estaban hartos del marxismo y querían que alguien les diera clases de antropología (más tradicional).

Estructuré una introducción a las escuelas antropológicas europeas (inglesa y francesa) y las corrientes norteamericanas. Para Teoría del Estado trabajé fundamentalmente con los aportes de Lawrence Krader [1972], un antropólogo marxista de la Escuela de Manchester, quien hace una aplicación del materialismo histórico al surgimiento de los diferentes Estados históricamente hablando, agregando los planteamientos de Godelier sobre el Estado y los modos de producción, inclinado más a los Manuscritos de Marx, que a El Estado y la Revolución de Lenin. Le agregaba la discusión de los arqueólogos sobre el surgimiento del Estado, como Flannery [1975] para citar uno de ellos. Para los estudiantes fue muy atractivo el enfoque y nos permitió dejar claro que el Estado existía antes de la configuración del sistema capitalista.

Les gustó el enfoque a los alumnos y en lo personal fue muy interesante la polémica, muy enmarcada en los aires académicos de la época, que hacían énfasis en el marxismo de cátedra. Conseguí sobrevivir al escrutinio de la ultraizquierda académica, que venía a monitorear mis clases con ciertos aires entre inquisitoriales y estalinistas. Con el riesgo, siempre latente, de que me declararan “enemigo del pueblo” y no pudiera terminar el curso.

En la Universidad Católica decidí profundizar mi investigación sobre Recuay, una localidad enclavada en el Callejón de Huaylas, tenía bastante información recolectada en el Archivo Arzobispal y en el Archivo General de la Nación. Mi proyecto era realizar, en mi tesis de maestría, un estudio de cambios y continuidades usando los criterios de larga y larguísima duración de Braudel y articulándolo con los desarrollos conceptuales de la antropología andina, aplicando los conceptos de John Murra de “verticalidad andina” [1975] y de Tom Zuidema sobre organización social [1989]. Logré publicar varios avances de investigación, los más sugerentes fueron “Cofradía y sociedad. Recuay y Huaraz en el siglo XVII” [1978] y “Criterios de organización andina. Recuay Siglo XVII” [1984].

El contexto peruano

A principios de los años 60 del siglo pasado, se desarrollaron guerrillas de inspiración cubana que habían sido derrotadas por el ejército peruano, que supo responder a los errores “foquistas”, pero los militares crearon un think tank propio en el Centro de Altos Estudios Militares (CAEM) donde discutieron lo sucedido y llegaron a conclusiones sorprendentes, que las causas de los movimientos armados eran legítimas y resultado de la situación feudaloide que imperaban en la sociedad peruana particularmente en las zonas rurales y urbanas marginales. El 3 de octubre de 1968, los militares derrocaron al presidente Belaunde Terry y asumió el poder el general Juan Velasco Alvarado, presidente del Estado Mayor Conjunto y rápidamente se diferenciaron de los golpes de Estado tradicionales en América Latina. Velasco sería uno de los primeros casos de “mesianismo militar” o bonapartismo, dirían otros politólogos.

Nacionalismo del petróleo y las grandes empresas estratégicas (minería y acero), muchas de ellas en manos de multinacionales de origen estadounidense, esto fue una reforma agraria profunda, que implicó la liquidación de las haciendas donde trabajaban los campesinos en condiciones de servidumbre, obligando a la oligarquía a transformarse en una burguesía industrial. Se incrementó de los derechos laborales y el desarrollo de empresas mixtas entre trabajadores e industriales, la reforma educativa, destinada a modernizar la educación de acuerdo con nuevos requerimientos de la época, que fueron premiados por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO). También se impulsó el desarrollo de la industria nacional mediante una estrategia de sustitución de importaciones. Desarrollando estrategias de muy novedosas como la Comunidad Autogestionaria de Villa El Salvador (CUAVES).

La Iglesia católica estaba aplicando las Conclusiones del Concilio Vaticano ii y un sector importante de la misma se plegó a la propuesta revolucionaria. Aceptó la expropiación de las haciendas que tenía y el cardenal Landázuri Ricketts apoyó con un discreto entusiasmo a los militares. Más contundente fue el obispo auxiliar, el jesuita Luis Bambarén Gastelumendi, quien se consagró como el “obispo de los pueblos jóvenes” (Barriadas populares). De alguna manera la Pontificia Universidad Católica del Perú que estaba dirigida por los jesuitas se involucró en el apoyo a las causas populares, sin perder cierto carácter elitista. Los jesuitas crearon la Universidad del Pacífico, más orientada a formar ejecutivos empresariales y luego se alejarían (sin irse nunca) del control de la “Católica de Lima” y crearían la Universidad Antonio Ruiz de Montoya. Bambarén, designado obispo de Chimbote, terminaría siendo cardenal.

El gobierno de Velasco impulsó posiciones muy relacionadas con el Movimiento de los No Alineados y estableció relaciones con Cuba y el Bloque Socialista, además de posicionarse en términos geopolíticos e iniciar una presión significativa sobre Chile, con quien había una rivalidad centenaria por la catastrófica Guerra del Pacífico, donde Bolivia perdió la salida al mar y Perú sufrió la destrucción de la economía costera y la pérdida de amplios territorios.

Para terminar de espantar al bloque de países occidentales, compró armamento a la Unión Soviética, ante la negativa de los Estados Unidos de darle pertrechos que lo equipararían militarmente a Chile, quien después del Golpe del 11 de septiembre en que se derrocó a Allende estaba firmemente dentro de la órbita americana.

La situación política en Perú se iba complicando, este país dependiente siempre ha estado y está, aún ahora, muy subordinado a la situación de los mercados internacionales, particularmente de carácter primario. En esos tiempos estaba muy relacionada con la pesca de anchoveta, un pequeño pez que se pescaba en forma masiva para convertirlo en harina de pescado y era un insumo en los alimentos “balanceados” que se daban de comer en los establos al ganado, criado en esas condiciones, y a los pollos y aves de corral; era la fuente de proteína necesaria para el sistema de alimentación animal. Un cambio en las condiciones ecológicas movió sus inmensos cardúmenes a escalas donde la pesca era imposible. Las necesidades de explotación del recurso llevaron a expoliar el sistema marino y esto produjo una crisis en la alimentación de los peruanos y en la economía del país. Esto tendría repercusiones políticas insospechadas.

La situación era preocupante para los grupos tradicionales de poder y el 5 de febrero de 1975, organizaron una extraña huelga policial que terminó en saqueos y el general Morales Bermúdez dio un golpe de Estado el 29 de agosto de 1975. Se inició el desmantelamiento de la Revolución Peruana, la vuelta al redil de la dependencia y con ello la articulación discreta, pero concreta del Perú a los proyectos de las dictaduras del Cono Sur, la fatídica Operación Cóndor. Si bien Perú no estuvo en la Reunión de 1975, después del derrocamiento de Velasco se incorporó discretamente al proceso de desaparición de los exiliados en su territorio. El 17 de enero de 2017 el general Morales Bermúdez fue condenado a cadena perpetua (en ausencia) en Italia por la desaparición y asesinato de 27 ciudadanos italianos que vivían en América Latina, “un informe de la CIA, en el que se basó la acusación en el caso del fiscal italiano Giancarlo Capaldo, precisa que Perú y Ecuador se convirtieron en miembros de este plan a finales de los años setenta, años en los que Francisco Morales Bermúdez fue presidente de facto”.2

En septiembre de 1977, iniciando mi segundo semestre de la maestría en Antropología de la PUCP tuve que salir de Perú hacia Panamá.

La versión latinoamericana del antropólogo inocente

Llegué a ciudad de Panamá y busqué a un viejo amigo panameño que había estudiado psicología en Rosario. Había una pequeña colonia de panameños que se reunían para homenajear a su bandera todos los años, había asistido un par de veces al homenaje en la Sala de las Banderas del Monumento a la Bandera. Busqué al Dr. Jorge Cisneros y descubrí que mi amigo era el director de asuntos estudiantiles de la Universidad de Panamá, muy solidario me presentó en el Instituto Centroamericano de Administración y Supervisión de la Enseñanza (ICASE) para que vieran si necesitaban algún experto con mi perfil.

El responsable de la OEA en el programa, el doctor Luis Roggi, me dijo que probablemente requerían a alguien y el trabajo consistía en revisar un informe de un proyecto de la península de Nicoya en Costa Rica, que había sido rechazado por las autoridades educativas de ese país. Me puse de lleno a revisar censos y otra información de Costa Rica, entrevisté a dos estudiantes “ticos” que estaban haciendo allí una maestría y que me dieron información muy valiosa. Finalmente reescribí el informe, encontré el problema que eran unos errores de principiante, que implicaban fundamentalmente errores en la lectura de datos censales. Los expertos del Ministerio de Educación de Costa Rica aprobaron el nuevo informe y a mí me “corrieron” del ICASE. Quienes habían cometidos los “errores de principiante” eran los responsables del área de ciencias sociales de la institución y no querían saber nada con un “aguafiestas” de ese tamaño y para demás datos, argentino, al igual que Roggi a quien detestaban. Conocí en carne propia aquel lema de la burocracia de la “ineficacia operativa”.

Consideré agotada la etapa panameña y me pareció más sensato irme a México, donde mi amiga y colega Laura Collin me había escrito sugiriéndome que fuera allí y que había posibilidades de trabajo.

La llegada a México en octubre de 1978

En México nos instalamos con Bertha en la casa de Laura y fui a buscar a Enrique Mayer, quien había sido profesor en la carrera de antropología de la PUCP, pero con quién no había tenido oportunidad de tomar clases, pues precisamente se había ido a México, como Jefe de Investigaciones Antropológicas del Instituto Indigenista Interamericano (III), un organismo especializado de la OEA. Laura, por su parte, me presentó a Félix Báez-Jorge, el subdirector de antropología social y a José Velasco Toro, jefe del área de antropología, todos trabajaban en el Instituto Nacional Indigenista (INI). A Félix le pareció muy interesante mi formación como antropólogo con un perfil etnológico y con experiencia en cuestiones educativas, resultado de mi formación peruana, pues según él, los antropólogos mexicanos estaban demasiado ideologizados. A Enrique Mayer le interesaba mi entrenamiento en cuestiones cuantitativas, pues debía procesar una encuesta sobre población indígena americana. El asunto es que con diferencias de horas, el 4 de enero de 1979 conseguí dos trabajos, en el INI, para investigar el impacto de la castellanización sobre los niños totonacos, y en el Instituto Indigenista Interamericano un contrato por obra para sistematizar la encuesta de carácter continental que habían aplicado. Afortunadamente en el III simplemente tenía que entregar el documento final [Mayer y Masferrer 1979].

En el mundo Totonaco y la sierra norte de Puebla

El 7 de enero de 1979 estaba presentando mi oficio de comisión en el Centro Coordinador Indigenista Nahua-Totonaco de Zacapoaxtla para ir a la comunidad de Nanacatlán. Por fin podía comenzar un trabajo de campo sistemático en el mundo indígena, pues mis investigaciones en Perú habían sido sobre fuentes etnohistóricas en Recuay o con poblaciones urbanas, aunque migrantes indígenas en varios casos. Estuve prácticamente seis meses ininterrumpidos en el campo. Iba acompañado de mi esposa, quien si bien no es antropóloga fue de gran ayuda para entrevistar a las mujeres, además de brindar una imagen de seriedad personal y familiar. Sólo volvía pocos días para recoger viáticos y entregar informes.

La temática que interesaba al INI fue el impacto de la castellanización, lo cual me permitía, a la vez que obligaba, a investigar aspectos profundos de la cultura, sistemas simbólicos, organización social y poder, sin dejar de lado cuestiones económicas y sociales. Fue una experiencia muy enriquecedora; también aprendí que las instituciones indigenistas estaban íntimamente relacionadas con lo político, en el mejor y el peor sentido del término.

Terminado el proyecto, el personal que había participado del mismo fue invitado a incorporarse a la Dirección General de Educación Indígena de la Secretaría de Educación Pública (SEP). No acepté esa oferta y preferí dedicarme a la docencia universitaria e iniciar una maestría en Antropología Social en la Universidad Iberoamericana (UIA). La misma donde había estudiado Manuel Marzal. Allí estaba el legendario Ángel Palerm Vich. Los dos semestres de clases que tuve con él fueron muy importantes en mi formación, al igual que los cursos de Antropología Política con Roberto Varela, de Campesinado con Abraham Izaievich y de Antropología Urbana con Robert V. Kemper.

En las investigaciones de la Sierra Norte de Puebla fue decisiva mi asociación con Miguel Ángel Martínez Alfaro, un etnobotánico con formación de antropólogo, investigador del Instituto de Biología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), quien llegaría a ser director del Jardín Botánico. Con Miguel Ángel desarrollamos un excelente Proyecto Multidisciplinario Naturaleza, Cultura y Sociedad en la Sierra Norte de Puebla, para el cual recibimos un importante financiamiento del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT). El proyecto se extendió entre 1985 y 1990.

La tesis de la UIA sería Cambio y continuidad entre los Totonacos de la Sierra, publicada por el gobierno del estado de Veracruz y luego se reeditaría con algunas modificaciones, Los Dueños del tiempo. Los tutunakú (totonacos) de la Sierra Norte de Puebla [2009b]. Mis investigaciones en la Sierra tendrían un cierre con la edición de Los pueblos indígenas de Puebla. Atlas etnográfico [2010] y la Etnografía del estado de Puebla [2003], aunque esto no implicó que no siguiera estudiando a los totonacos de la Sierra, seguí colaborando en la organización de los congresos internacionales de investigaciones sobre el mundo totonaco. Estoy desarrollando una investigación etnohistórica y tuve el honor de ser invitado por varias organizaciones totonacas para ser perito de parte ante proyectos hidroeléctricos que destruirían su cultura y representan una agresión a este pueblo.

La docencia universitaria en México

Estuve dos semestres (1979-1980) en la carrera de antropología de la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEM) donde pude hacer trabajo de campo con mis estudiantes; además de impartir materias conceptuales, fue un excelente complemento de mi trabajo con los totonacos de la Sierra Norte de Puebla.

En abril de 1980 gané un concurso de oposición en la ENAH del INAH, en teoría antropológica y mi proyecto de investigación fue sobre los totonacos de la Sierra Norte de Puebla. Para mí fue muy emocionante, pues gran parte de mi formación en Argentina y parcialmente en Perú había sido con libros de autores graduados de la ENAH.

Simultáneamente, en el Instituto Indigenista Interamericano habían quedado muy impresionados con mi investigación sobre población indígena americana y me encargaron la redacción de un Índice Analítico [1981] de todas sus publicaciones periódicas (América Indígena, Boletín Indigenista, Anuarios Indigenistas y Noticias Indígenas) entre 1940 y 1980. Estuve dos años leyendo más de 1 500 artículos y 2 000 notas periodísticas sobre antropología, historia e indigenismo americano. Tenía que leer cada artículo y extraer del mismo las palabras claves, lo cual implicó elaborar un vocabulario controlado. Ese trabajo me dio un panorama general de la cuestión indígena en el ámbito continental impresionante, a la vez que el desarrollo de un vasto conocimiento conceptual y de las investigaciones que se hacían. También y en vista de que Enrique Mayer se fue contratado a la Universidad de Illinois, me propusieron que ayudara a la edición de la revista América Indígena. A su vez y teniendo en cuenta mi experiencia en materia educativa, tuve oportunidad de participar, colaborar y organizar varias reuniones internacionales con especialistas mexicanos y de otros países. Allí aprendí a organizar eventos internacionales. En 1985, el director Oscar Arce Quintanilla me pidió que lo apoyara en la redacción de su informe de 12 años de trabajo, con lo cual él y yo nos despedimos del Instituto Indigenista Interamericano. Para mí era más importante trabajar en el proyecto multidisciplinario, aunque disminuyeran mis ingresos, pues el CONACYT había cambiado su política de gastos y tomaba nuestro sueldo como contraparte institucional, sólo teníamos recursos para ir al campo. Hay momentos en que se deben tomar decisiones.

La ENAH estaba en esos momentos en una situación de transición institucional, hartos del marxismo de cátedra y cansados de esperar una revolución que no llegaba, por lo que decidieron dedicarse a estudiar “antropología a tiempo completo”, en ese contexto mi estrategia de estudiar los clásicos de la disciplina y desarrollar una antropología desde una perspectiva mexicana y latinoamericana tuvo un gran respaldo y muchos estudiantes se relacionaron con mi proyecto de investigación. Teniendo resultados importantes que se traducían en tesis, actualmente tengo 115 tesis dirigidas y aprobadas. En todas mis investigaciones se hacía gran énfasis en el trabajo de campo, tratando de evitar “los discursos sobre los discursos” que me resultaban francamente agobiantes. Convencido de que era imprescindible la exposición y confrontación constructiva de los resultados de investigación, iniciamos reuniones académicas sobre religión y etnicidad, desde 1982.

Simultáneamente, en 1984 el Consejo Mexicano de Ciencias Sociales (COMECSO), dirigido por Ricardo Pozas Horcasitas, había desarrollado una serie de redes de investigadores sobre distintos temas, uno de ellos fue la de Estado, iglesias y grupos laicos. Ricardo me invitó a colaborar en la Red, que luego se transformaría en Religión, Sociedad y Política, y con las que llevamos 32 congresos nacionales. Los simposios sobre religión y etnicidad, servirían como base para la fundación de la Asociación Latinoamericana para el Estudio de las Religiones en 1990 y lleva organizados 18 congresos. Nos relacionamos con la Asociación Internacional de Historia de las Religiones y organizamos, en 1995, el XVII Congreso Internacional de Historia de las Religiones.

Se consolida una propuesta metodológica en antropología de las religiones

Mi propuesta metodológica en antropología de las religiones y los planteamientos en materia de la relación entre religión, política y sociedad son, en cierta forma, una síntesis de mi formación profesional, mi experiencia personal y política, mi formación académica y las investigaciones realizadas en mi trabajo profesional y académico que describí muy sintéticamente a lo largo de este ensayo, tanto personal como en equipo, que incluye cuestiones cualitativas y cuantitativas.

El 31 de mayo del 2000 aprobé mi tesis de doctorado que se publicaría con modificaciones como libro en la UNAM, ¿Es del César o es de Dios? Un modelo antropológico del campo religioso [2004]. Agradezco a muchos colegas los comentarios y aportes recibidos, por razones de espacio, sólo mencionaré a mi primera directora de tesis Marie-Odille Marion Singer de la ENAH y Marion Aubrée de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales, quien ante el fallecimiento de Marie-Odille me apoyó con toda generosidad.

La tesis cuestiona una serie de estereotipos que se han instalado en las ciencias sociales de las religiones europeas y que son seguidas con gran devoción por algunos especialistas latinoamericanos. El concepto de campo lo tomo de Kurt Lewin [(1951) 1988] quien lo formulara en 1938 y fue retomado por la escuela británica de antropología (Turner), realmente no le encuentro diferencia con lo que Pierre Bordieu llama campo [Fernández y Puente 2009], aunque por razones mínimas de rigurosidad y temporalidad tendría que citar a Lewin. De la misma manera el concepto de habitus [Varela 2005] tiene una impresionante similitud con lo descrito por Tomás de Aquino y los conceptos de la escuela de cultura y personalidad: carácter nacional, personalidad básica, de estatus y de clase, que fueran enunciados entre los años 30 y 40 del siglo pasado [Linton 1965; Masferrer 2013-2014]. Con mis mejores respetos a los colegas, si un intelectual latinoamericano tuviera esas omisiones, no lo bajarían de deshonesto y plagiario; si es un francés, podría ser sublime para ellos.

Mi propuesta metodológica en antropología de las religiones es en cierta forma una síntesis de mi formación profesional, mi experiencia personal y política y mi formación académica en el mundo andino y mis experiencias interdisciplinarias. Elementos claves de la misma son el “punto de vista del creyente”, sistema religioso, campo religioso, quantum energético y eficacia simbólica; propongo una antropología de las religiones desarrollada desde el Sur, con base en los intereses y preocupaciones de México y América Latina, que no descarta los aportes de investigadores de otras latitudes, pero al igual, que ellos, preocupados por resolver sus grandes problemas”, nosotros debemos definir “nuestros grandes problemas” y tratar de resolverlos.

Conclusión no concluyente

Recuerdo un comentario que hizo en un homenaje Gonzalo Aguirre Beltrán. “Muchas veces cuando se hace un homenaje es para que el investigador se retire, yo ya llevo tres y aquí sigo”, terminó de decir entre las carcajadas de los asistentes en un homenaje que le hacían en el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS), hace como 30 años. Muy satisfecho por una reseña que escribiera sobre su libro Lenguas vernáculas. Su uso y desuso en la enseñanza [1983] decía que yo era “el único argentino que entendía lo que escribía, que al menos entendía algo sobre México”. Un claro mensaje a otros colegas con los que estoy compartiendo estas páginas de Cuicuilco, no sé si entusiasmarme o preocuparme por el comentario. Así es el gremio antropológico en México y “Aquí nos tocó vivir”, diría Cristina Pacheco.

Ahora estoy terminando la redacción de un libro donde continúo mis aportes en antropología de las religiones y tengo en marcha una investigación sobre la reestructuración y reorganización del Totonacapan durante el siglo XVII. También sigo con mis investigaciones sobre aspectos cuantitativos del campo religioso y cuestiones similares. Estoy orientando tesis en distintos niveles académicos muy interesantes. Mantenemos nuestra estrategia de alta divulgación, impulsamos un diplomado en Antropología e Historia de las Religiones, organizamos un seminario permanente y tratamos de responder a entrevistas de carácter periodístico sobre los temas de nuestra especialidad. Hacemos honor a la misión del INAH: protección, investigación, docencia y divulgación del patrimonio cultural.

Un grupo de académicos de la ENAH nos embarcamos en rescatar el carácter interdisciplinario de la ENAH y fundamos el Posgrado en Ciencias Antropológicas. Estamos trabajando con la primera generación.

Sólo me queda agradecer esta oportunidad y “hasta la próxima”.

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Recibido: 28 de Mayo de 2017; Aprobado: 12 de Septiembre de 2017

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