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Letras históricas

versión On-line ISSN 2448-8372versión impresa ISSN 2007-1140

Let. hist.  no.14 Guadalajara mar. 2016

 

Entramados

El estudio de la historia para el perfeccionamiento político y moral. Droysen y Nietzsche

The Study of History for the Political and Moral Perfectioning. Droysen and Nietzsche

Francisco Miguel Ortiz Delgado1 

1Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Filosofía y Letras, México. Circuito Interior. Ciudad Universitaria, s/n. C.P. 04510. México.


Resumen:

En la actualidad se considera que el historiador no debe hacer su trabajo pensando en lograr influencia política. No obstante, durante el siglo XIX, así como en épocas previas, se tuvo una postura diferente. Nuestra reflexión se centra en dos obras decimonónicas conspicuas sobre la disciplina histórica: la Histórica de Johann G. Droysen y la II intempestiva de Friedrich Nietzsche. Este artículo se adentra en el papel moralizante que ambos autores adjudicaron al estudio de la historia, así como en las causas por las cuales postularon que la historia lleva a una superación personal que a su vez repercute en el ámbito político.

Palabras clave: política; disciplina histórica; historiografía; moral; progreso

Abstract:

Nowadays it is considered that the historian must not elaborate his works thinking to achieve an influence on the politics. Nevertheless, during the XIX century and previously, has been a different approach. Our reflection focus on two conspicuous works of the nineteenth century about the historical discipline: Historik by Johann G. Droysen and On the use and abuse of history for life by Friedrich Nietzsche. This article dives on the moral role given to the study of history, as well as dives on the causes, postulated by both thinkers, that explain why history leads to a personal overcoming. Overcoming that subsequently rebound on the political issue.

Key words: policy; historical discipline; historiography; moral; progress

El planteamiento según el cual el estudio de los hechos históricos es útil para la mejora de las actividades políticas fue una idea promovida tanto por Droysen como por Nietzsche, con sus notables diferencias y motivaciones. Este texto está dividido en tres secciones que, pensadas en aras de la claridad, permitirán apreciar mejor lo que afirman los dos autores sobre la vinculación que tiene el estudio de la historia con la política y la moral. En la primera sección revisamos a Droysen, en la segunda a Nietzsche, y en la tercera ofrecemos algunas conclusiones en las que resaltamos y enumeramos los principales puntos en común de ambos autores con respecto a sus concepciones del estudio de la historia.

El caso de Johan Gustav Droysen

En su obra Histórica (Gundriss der Historik), publicada en 1858, la historia funciona como base de inspiración para la mejora de la vida individual; es, pues, una herramienta educativa, cultural y pragmática especialmente útil para los políticos, porque les ofrece modelos a seguir. Los gobernantes buscan, cuando carecen de una base ideológica, un nuevo modelo por medio del cual sustentar sus acciones. Para Droysen ese modelo proviene de los personajes del pasado que han realizado acciones encomiables.

La incidencia del estudio de la historia en el ámbito ético es evidente según el teórico Reinhart Koselleck: “El ‘poder de la historia’ del que hablara Droysen para esbozar su fuerza moral supraindividual se extendía o aplicaba como concepto porque seguía siendo insustituible”.2 Aquí se ve la historia como una categoría semi- o completamente metafísica análoga a la que esbozó Wilhelm Friedrich Hegel, porque se habla de ella como una entidad universal y abstracta que puede rectificar el camino de la humanidad. Pero, a diferencia de Hegel, según Droysen la historia no rectifica a la humanidad de forma determinista, la rectificación es una posibilidad. Así, no se puede llegar a identificar la historia con el camino o el sentido de la humanidad, como lo hace la postura hegeliana en un sentido fuerte, pues esta postura llega a aseverar (hacia 1821) que en la historia universal obtiene “su derecho absoluto aquel momento necesario de la Idea del Espíritu universal, [...momento en el que] el pueblo que lo encarna y las acciones de ese pueblo consiguen su realización, felicidad y gloria”.3 Para Droysen, el estudio de la historia como devenir conforma una posible herramienta para conseguir los propósitos políticos más elevados, al ser su materia de análisis una fuerza “meta-individual” capaz de moralizar y de ejercer una influencia ineluctable e insustituible en los seres humanos, incluyendo evidentemente a los gobernantes.

Droysen señala la gran importancia del ámbito político para el ser humano, siguiendo el camino trazado por Aristóteles,4 que considera que sin la política las personas no pueden sobrevivir. “El hombre requiere de las comunidades morales... para proteger la precariedad y el desamparo de su ser natural, para complementarlo y superarlo”.5 Ese afán de superación es lo que recomienda a cualquier individuo. El consejo recae con más fuerza en los políticos, al ser ellos los más necesitados o “deseosos” de superación. Se puede sintetizar la utilidad de la historia para la política con la siguiente sentencia del historiador: “La tarea de una lección universitaria sobre política… tiene que ser desarrollar las organizaciones estatales en lo interno y en lo externo a partir del concepto de poder”.6 La directriz es clara: conocer el arte de la política por el medio exclusivo del estudio del pasado.

Droysen fue consecuente con su postura al combinar la actividad académica con las constantes funciones políticas; fue miembro del Parlamento de Fráncfort, miembro del Parlamento nacional alemán, y también participó en la redacción de la Constitución del país.7 Pero la postura de Droysen no radica en la mera adjudicación a la historia de una función ramplonamente utilitarista, como diría Luis González y González; se trata de algo mucho más profundo. Para el alemán, la historia, magistra vitae (maestra de la vida), no es una maestra útil o utilitarista que coloca “ante nuestros ojos los frutos mejores del árbol humano”8 como una mera exhibición, sino que es una magistra vitae moral, reflexiva y profunda, pues nos da la posibilidad de hacer un provechoso y diverso uso de los ejemplos que se dan a través de “los frutos mejores” del pasado.

La presuposición de que estudiar los hechos grandiosos del pasado lleva a una mejora moral de los individuos está presente en los más diversos historiadores del siglo xix, desde el historiador francés del pueblo y de los héroes Adolphe Thiers, hasta el investigador suizo de la cultura y del arte Jacob Burckhardt. Hipólito Taine escribía hacia 1865 que la Historia “lleva un registro tan exacto de las variaciones morales”,9 que por ello nos permite moralizarnos. Presuposición que en la actualidad se ataca a veces con denuedo. El caso es que para Droysen y Nietzsche, el crecimiento moral conlleva un crecimiento moral político. Según ellos, estudiar la historia significa no sólo una gran fuente de inspiración para los políticos, sino también una moralización de sus actividades, lo cual implica que, para saber cuáles acontecimientos pretéritos pueden moralizar, se debe juzgar esos acontecimientos y a quienes los llevaron a cabo. Nótese que lo dicho es una postura opuesta a lo que ahora se supone debe hacer un estudioso profesional del pasado. Se opone, por ejemplo, a la crítica de Marc Bloch contra la concepción del historiador como un juez “de los infiernos”.10

Koselleck establece que Droysen se inscribe en “la tradición kantiana, [porque] define el espacio y el tiempo como «registros de nuestra concepción» y declara que su sistema de signos «como tal» no descansa en el mundo exterior”.11 Empero, Droysen no sólo adoptó “la perspectiva trascendental kantiana” en el ámbito perceptual-epistemológico, también adoptó la perspectiva ética kantiana. Pues, según proponemos, su análisis del Yo y del devenir posee, como en el filósofo del xviii, una carga ética. El historiador es heredero de las ideas ilustradas de Kant no sólo porque concibe un progresar trascendental, sino porque le da a ese progreso, en tanto humano, una connotación moral. Como Kant, concibe que la humanidad haya de “avanzar en su estado de ilustración”12 y, si no se avanza o se impide el avance hacia ese estado, entonces se está siendo inhumano, inmoral, antinatural. Fue con estos adjetivos de carga moral con los que calificó Kant a los gobiernos o políticos que impiden la ilustración de sus gobernados.

La voluntad de Droysen

Una cuestión que explica aún más por qué Droysen consideraba que el estudio de los hechos de los grandes personajes creaba la posibilidad de una mejora y de un cambio moral en los que hacían ese estudio, es porque tomó la “voluntad” humana como esencial en el comportamiento de las personas. Por medio de esa categoría conceptual llamada “voluntad” negó al predeterminismo y al causalismo exacerbados. Para Droysen lo único certero, en una interpretación psicológica de la historia, es aquello que compete directamente al actor o al testigo de un hecho; entonces, es la voluntad de los poderosos y los políticos lo que los historiadores y el público en general deben analizar para comprender el pasado, porque los poderosos y sus cercanos son, por lo general, los únicos que experimentan y viven los “grandes” acontecimientos históricos de manera directa y en primera fila.

Droysen imprime gran énfasis en que la moral y la capacidad volitiva son ejes de la historia. Donde la familia es la “expresión más íntima del ser moral”, y la estirpe o la tribu es como la unidad de varias familias o clanes, lo que llevará a una organización más elaborada y acabada. La sociedad, el bienestar, el derecho o la economía, que son productos de las organizaciones más complejas, son también funciones del mundo ético, porque determinan la totalidad de la vida del individuo, incluyendo su actuar en la palestra “de la lucha histórica, en donde… cabe toda la dureza del egoísmo, de las pasiones y de los intereses”.13 La voluntad individual se transforma en voluntad familiar y ésta, a su vez, en una voluntad del clan, para luego acabar en una posible voluntad universal, quizá de la propia historia que, según vimos, puede incidir a su vez en la voluntad de los individuos. Y todas esas voluntades se sobreponen o intentan sobreponerse al egoísmo moral, pues dichas voluntades son también estimuladas, según Droysen, por las ideas, “las fuerzas impulsoras espirituales” de las acciones humanas,14 que empujan a las almas a tratar de elevarse libremente por sobre las realidades prácticas.15

Los grandes individuos

Aceptar que existen personajes que son mejores que otros, en cualquier aspecto, pero especialmente el moral, hace posible recomendar imitarlos. Pues si existen individuos que son mejores y más grandiosos que otros y que han logrado metas más elevadas, insignes, famosas, trascendentes, elogiables, maravillosas, dignas de recordar (nótese que todos estos adjetivos han sido empleados por historiadores y cronistas para describir los hechos que rescatan -y justificar por qué son rescatados- en sus textos, pues esos mismos adjetivos los “hacen” dignos de ser rescatados), luego, por sentido común o por lógica, habría que emular a esos individuos. Y habría que imitar con mayor énfasis a los “buenos” líderes y políticos. Lo que fue la materia prima por excelencia, durante mucho tiempo, de la disciplina histórica, es decir, los hechos “dignos de ser recordados”, puede ser considerada como la mejor materia del pasado para ser imitada en el presente, siempre y cuando consista esa materia prima de hechos insignes y moralmente buenos.

El hecho de hacer énfasis en las actividades de los individuos insignes no significa la propugnación de un análisis puramente psicologista de la historia. Droysen apostó por poner límites a la interpretación psicológica del devenir histórico, para él la historia está llena de individualidades psicológicas, de grandes personas que marcaron indeleblemente a la sociedad, pero jamás ponderaremos con total exactitud el papel que cada una desempeñó. En el desarrollo humano participaron personalidades que trascendieron, pero su trascendencia no es mesurable con exactitud:

El suceso o los sucesos de los que tenemos materiales no son, empero, tan transparentes que podamos contemplar panorámicamente todos los momentos que cooperaron y en cierto modo sustraerlos para decir que lo que queda va a la cuenta de sus motivos, de su talento, de su carácter, o pertenece a la autodeterminación espontánea.16

Lo anterior no implica que no se deba intentar juzgar los actos de los individuos del pasado sino que siempre hay que considerar que hay un límite para conocer y juzgar las razones de sus acciones. Pese a que Droysen afirmó que hay grandes individuos en la historia, tales individuos tampoco comprenden completamente cuanto sucede alrededor. Su papel principal es actuar, no comprender históricamente; ellos por lo común no conocen ni conocerán las repercusiones “históricas” de lo que sucede a su alrededor ni de sus actos. Lo único certero es lo que -les- “compete directamente”.

La falta de comprensión completa de un suceso en el momento del suceso, por parte de cualquier persona, implica quizás una falla en la relación entre el pensamiento humano y la actividad empírica, una imperfección epistemológica de la percepción del tiempo y el espacio que no permite a una persona saber todo lo que acontece en un determinado momento y lugar. El soldado en una batalla medieval no sabe todo lo que sucede a su alrededor, quizá nada más sabe que en ese instante está combatiendo cuerpo a cuerpo con un enemigo. Y esa falla epistemológica para la comprensión de los sucesos que experimentamos se magnifica cuando se trata de los gobernantes. La incomprensión de éstos ante lo que sucede los puede llevar, y de hecho los lleva, a decisiones catastróficas para un gran número de personas. Por lo que podemos concluir, como lo hizo Lord Acton cuando hablaba de la ciencia política en 1877: todas las controversias y riñas entre los políticos involucran la moral, y esos conflictos jamás se solucionan con demostraciones de buena voluntad.17 La incomprensión de los sucesos cotidianos por parte de un político, así como la incomprensión de sus enemigos, aliados y gobernados conducirían a decisiones inmorales. De todos modos, con fallas epistemológicas o sin ellas, para Droysen los individuos que inciden en la historia lo hacen moralmente.

El conocimiento de la disciplina histórica

La acumulación de saberes y de conocimientos sobre el pasado que determinados intelectuales del siglo XIX y de todos los tiempos han poseído, o al que han aspirado, fue vista por Droysen como inútil si no era aplicada en la vida cotidiana. ¿Y qué significa esto? Entre otras cosas, que tenía una postura acorde a la de un gran historiador más de la época, Ernest Renan, quien hacia 1882 criticaba a la filosofía moderna del XIX. Decía que ésta “conoce la ley de los entusiasmos pasajeros de la opinión”,18 es decir, que no tenía en verdad profundidad ni impulsaba la comprensión real de los hechos naturales y humanos. El punto lleva a concluir que para nuestro historiador alemán no hay que realizar una memorización excesiva de la historia o la filosofía, como tampoco un estudio superficial de ellas o uno producto del esnobismo, de aquellos que se interesan por investigar temas que están de moda o utilizan metodologías popularizadas recientemente.

Droysen se opone a concebir el material histórico como “una fábula convencional” emanada de la mera necesidad moderna de acumular cultura con mayor sencillez. Para el historiador no se debe comprimir las épocas históricas para hacer de ellas un curso fácil de asimilar para los estudiantes, como tanto vemos en los programas educativos más novedosos; lo que a su ver realmente se necesita es la “comprensión”. Ésta es una categoría esencial para el autor, pues comprender es la actividad característica e inherente del ser humano. Todas las actividades intelectuales del ser humano deben dirigirse a la comprensión, y ésta debe ser el objetivo primordial de cualquier estudio sobre el pasado, ya sea en la educación básica o la indagación profunda. Para conocer las implicaciones de ese estudio del pasado el historiador alemán distingue una cultura humana y una cultura técnica o económica; la primera posee un sentido clásico de humanismo y una predominante cualidad ética debidas a su profunda comprensión de la historia y a su actitud reflexiva, y la segunda es la que poseen los hombres o sociedades toscos que carecen de un sentido histórico. Comprender la historia y lograr la cultura verdaderamente humana no es sólo repetir con palabras lo acontecido, sino que es profundizar más hondo y entender espiritualmente.

En su valoración del Estado como materia de estudio de la disciplina histórica, Droysen concluye que el Estado no es el fruto más altamente desarrollado de la vida del derecho, ni que resume en sí mismo como elementos todas las formas de la conformación del derecho. El autor no quería “fijar como principio exclusivo un factor interveniente [sic, como la política, el Estado, o cualquier otro], al igual que si la fisiología quisiera, por ejemplo, reducir todos los procesos fisiológicos a la circulación de la sangre”.19 En otras palabras, el autor no concibe, como se había hecho durante cientos de años, que el único aspecto o el más importante ámbito que debe estudiar la historia sea el político. Otros historiadores europeos de la época también se alejan de la idea de concebir lo político como el aspecto más importante que la historia debe estudiar. Como es el caso del mencionado Burckhardt, quien plantea la existencia no de una sino de “tres potencias” para el análisis histórico de una sociedad o de la humanidad en conjunto; esas potencias son el Estado, la religión y la cultura, y éstas son producto de tres necesidades: la política, la metafísica y la cultural-espiritual, respectivamente. Pero para Burckhardt sólo las potencias del Estado y de la religión son “estables”, siendo la cultura algo diferente, un aspecto que es móvil, libre, sin coacción.20

Lo mencionado no significa, ni mucho menos, que Droysen y Burckhardt se distancien del estudio de lo político, ni que conciban ese ámbito como uno que se le ha dado una excesiva atención, ni que recomiende que cese el análisis de los gobernantes y los militares. Lo que hicieron fue colocar otros aspectos de la existencia del ser humano como materia de estudio del mismo nivel que lo político. La cuestión estatal, como las demás cuestiones que conforman la historia, pueden ser estudiadas para mejorar la vida personal. Pero el caso es que Droysen recomienda que, para ser buen político, había que estudiar principalmente historia política; de no hacerlo, podía suceder lo mismo que con los políticos franceses de la época de la Revolución, quienes, a decir de Tocqueville, al observar “tantas instituciones irregulares y extrañas, hijas de otros tiempos, …fácilmente cobraban aversión por las cosas antiguas y la tradición, y, como era natural, se veían obligados a desear reconstruir la sociedad de su tiempo de acuerdo con un plan enteramente nuevo, que cada uno trazaba teniendo como guía única su razón”.21 No es de extrañar que, a partir del siglo XIX, los políticos se interesaran cada vez menos en el pasado, pues ante los cambios y “progresos” vertiginosos lo que interesó a partir de entonces fue construir un mejor futuro. Fue una tendencia que ciertos intelectuales criticaron, pues ¿cómo construir el futuro con base en nada, sin tomar en cuenta el pasado? Es una crítica que ha disminuido en los últimos tiempos.

Para la comprensión de la historia se necesita conceder importancia a más de un solo factor. Congruente con lo anterior, Droysen dividió los aspectos humanos en: a) las comunidades prácticas, que son la economía, la sociedad, el derecho y la familia y b) las comunidades ideales, que son la religión, la lengua y el arte. Cada una de esas comunidades son formas del trabajo histórico, ninguna está por encima de otra. Sólo tomadas en conjunto nos proveerán de una idea de lo que es el desarrollo de la humanidad. Además de esos dos grupos de comunidades se deben considerar, para el estudio del pasado, las causas finales, que son las voluntades y las ideologías, pues éstas son las que contienen la intencionalidad o telos de los actos de cada ser humano. Y también considerar a las causas materiales, que son las condiciones geográficas y naturales en las que se desarrolló un pueblo. Así se corrobora que para nuestro estudioso el análisis privativo del aspecto político-estatal-jurídico de la historia no es suficiente para un avance académico e intelectual de la disciplina histórica.

El devenir del pasado humano

La concepción de Droysen del desenvolvimiento humano la encontramos en su propia definición de historia “la suma de lo que ha acontecido en el decurso del tiempo en la medida y hasta donde pueda llegar nuestro saber de ella”, y posee la misma idea de continuidad que en su antecesor del XVIII Johan Herder o que su contemporáneo Burckhardt.

Droysen lleva a un mayor nivel de precisión lo citado, especifica que cada época histórica se amplía y se complementa por su predecesora, así como conservaba, inconsciente o conscientemente, características de culturas anteriores, como puntualiza Burckhardt. Tiene razón, pues la historia no deja de ser una continuidad, aunque con recurrentes y continuos cambios. Su postura recuerda la de otro historiador y filósofo alemán de finales del XVIII y principios del XIX, Wilhelm von Humboldt, quien hace notar hacia 1792 que en el devenir histórico “se conserva aquello que, siendo lo único eterno e imperecedero, sobrevive al pasajero material de su autor: la provisión de ideas que el mundo anterior da en herencia al mundo posterior”.22 La cuestión de lo que permanece, lo imperecedero, la tradición, es útil para el desenvolvimiento político; los gobernantes deben tener presente que el poder no siempre les permite revertir o perpetuar el curso de la historia, las costumbres, inercia o cambios inevitables de y en las sociedades.

La historia no puede “escribirse” o dirigirse al gusto de cada poderoso porque no posee una vulnerabilidad determinante y absoluta ante el poder. Creemos que las fuerzas que Droysen llamó “culturales” y que están conformadas por los aspectos ideales, como la lengua, el arte, la ciencia, la verdad, la religión y la filosofía, y por los aspectos prácticos como la sociedad, el derecho, el poder y la economía, satisfacen todos los tipos de influencias que pueden tener los seres humanos.

Para Droysen, cada una de las configuraciones vividas, ideales y prácticas, aparecen como un momento en la suma del devenir23 y componen la totalidad moral del individuo, en otras palabras, la intelección general del tiempo y de la serie infinita del devenir progresivo, que es el contenido discreto de la historia,24 constituye la cualidad moral y moralizante de la misma historia. La progresión en la historia es de naturaleza moral.

Kant aducía que los políticos de una nación no debían modificar sus leyes si con ello impedían su avance racional;25 estorbar ese avance sería una inmoralidad. Droysen secundaría lo dicho por Kant, y agregaría que con el estudio del pasado se tendría un buen manual para determinar con certeza cómo proceder, tanto en la legislación como en otras áreas vinculadas a la ética.

El caso de Friedrich Nietzsche

Ahora veamos la postura de Nietzsche con respecto al vínculo entre el pasado y la política, principalmente en su II intempestiva o Sobre la utilidad y el progreso de la historia para la vida, publicada en 1874. Ahí, al igual que Droysen, asegura que la historia puede ser utilizada en provecho propio, así como para el provecho de los gobernantes y de los gobernados. El provecho se puede dar en tres sentidos principales: A) Para “actuar y esforzarse”, gracias a la historia monumental. B) Para “conservar y venerar”, esto con la historia anticuaria. C) Para “liberarse”, con la historia crítica.

Tanto la denominada historia monumental, como la anticuaria y la crítica, funcionan como catalizadoras de actos sobresalientes, para sustentar o perpetuar los grandes hechos y personajes las dos primeras, así como para inspirarse para atacar y derrocar a los supuestos grandes hombres la última. La historia les puede servir a los poderosos y a cualquiera que quiera ser “superior” al aplicarla a sus propias vidas cotidianas para tener una actitud crítica saludable ante el pasado o el presente, para buscar grandes ejemplos que imitar, entre otras cosas, según veremos planteó Nietzsche.

La historia es moralmente saludable.

El filósofo recomienda reiteradamente emplear el pasado para nuestra utilidad, pues no concibe un mejor uso para él. Agrega que la investigación histórica no tiene que quedarse en un mero afán académico de erudición, de descubrimientos y de explicaciones, porque la historia puede inspirar hasta a épocas enteras; “nuestra época está orgullosa de su sentido histórico”,26 afirmó en El Anticristo (1888). Para Nietzsche el estudio de la historia debe ser un acto moralizador que secunde al progreso personal al otorgarnos el escalpelo crítico que eliminará moralidades caducas e inapropiadas para los individuos (como la moral “de esclavos” judeocristiana).

También en este filósofo la historia puede cumplir la función de magistra vitae que le adjudicó Cicerón. Puede cumplir la función de la mal llamada “historia pragmática, [por] no sé quién; historia edificante o didáctica, [por] no sé cuántos, y [por] los irreverentes, historia de bronce”.27 Afirmamos que la historia en realidad es mal llamada “edificante”, “didáctica”, etc., porque creemos que, al final de cuentas y en consonancia con las ideas de Droysen y Nietzsche, cualquier historia que se escriba o esté escrita puede ser pragmática, edificante, didáctica, inspiradora, broncínea, etc., por más “objetiva” o “desapasionada” o “crítica” que se pretenda. Lo aceptemos o no, lo deseemos o no, los hechos del pasado que son relatados y observables en cualquier texto, libro académico, artículo “objetivo”, película conmovedora, revista científica, fotografía amateur, documental, entre muchos otros medios, pueden servir de motivación política porque pueden impulsar el actuar o el no actuar diario de los gobernantes (y gobernados) al ofrecer representaciones de sublimes, deleznables o mediocres personajes y actos del pasado.

Y, aunado a lo anterior, la supuesta objetividad de los profesionales de la historia sería inútil para la vida según la postura de Nietzsche, pues, como comenta Polivanoff, “tal objetividad… termina convirtiéndose en dañina para la vida, pues, por más que lo intente el hombre…, no puede colocarse por fuera [de la historia] y juzgarla fríamente, porque es algo que lo involucra”.28 En cambio, juzgar apasionadamente la historia, en cualquiera de sus versiones (la monumental, la reverencial o anticuaria, la crítica), puede conducir al perfeccionamiento moral de las personas.

Para sustentar la idea de una historia que moraliza también al político, Nietzsche recuerda las palabras del historiador Polibio y dice de éste que “define la historia política como la justa preparación al gobierno de un Estado, así como una maestra extraordinaria que, a través del recuerdo de los infortunios de los otros, nos exhorta a soportar con firmeza las veleidades de la fortuna”.29 La aserción de Polibio concluye que cualquier persona que desee dedicarse a la política, y desee ejercerla de una manera correcta, está obligada a estudiar historia política. Un mandamiento que se ha transformado en utópico e improcedente en los siglos XX y XXI.

Con probabilidad el más categórico ejemplo de la historia como estimuladora de una mejora personal lo encontró Nietzsche en la antigüedad griega (no olvidemos su formación filológica). En particular, su admiración por el politeísmo y por la gran cultura griega le proveyó de valor para postular una vuelta a aquella antigüedad. Considera que los griegos tenían una vitalidad muy superior a la decadente civilización del siglo XIX. Herbert Frey afirma que en varias de sus obras podemos ver esa tendencia, pues “las reflexiones de Nietzsche giran en torno a cómo aprovechar en el presente las enseñanzas de los antiguos griegos”30 desde 1872.

Para Nietzsche, a diferencia de Droysen, la voluntad de los individuos grandiosos, que derrumbaron cercos mentales, morales e ideológicos, sí es lo que más peso tiene en el devenir histórico y a lo que mayor atención debiera prestarle quien estudie los hechos del pasado, porque fue la voluntad de esos grandes personajes la que realizó los verdaderos cambios significativos en el devenir. ¿Y qué de la voluntad del pueblo o el individuo común? Si las masas tuvieran voluntades éstas serían “copias borrosas [de las voluntades de] los grandes hombres”,31 respondería el filósofo; aunado a ello, es común que las masas sigan la voluntad de un individuo en particular.

Burckhardt y Nietzsche

La voluntad y un cierto espíritu de libertad son categorías que desarrolló por igual Jacob Burckhardt, en las cuales Nietzsche se inspiró para el posterior desarrollo de sus ideas;32 el camarada suizo del filósofo escribió: “Son pocos los individuos que logran encontrar el punto de Arquímedes al margen de los acontecimientos y consiguen ‘superar espiritualmente’ las cosas que les rodean”.33 Ese punto de Arquímedes se logra con la voluntad individual de hacer prevalecer en sí mismo el espíritu de libertad que ha permitido a poquísimas personas sustraerse a la oposición o al apoyo de los “nuevos” poderes que derrumban las construcciones históricas, como las religiones antiguas, las clases privilegiadas, las constituciones, entre otras.

Es notable la similitud de la postura de Nietzsche con la de Burckhardt en tanto que ambos piensan en: 1) la necesidad de la superación de lo histórico, 2) esa superación se logra mediante la voluntad individual, superación que lleva a obtener la libertad (debemos anotar que el historiador suizo, al describir la época “moderna”, coloca como una de sus características primordiales el individualismo),34 3) sólo unos pocos logran superar las fuerzas históricas, porque 4) éstas carecen de una forma única reconocible, ya que son tanto optimistas como pesimistas, tanto creadoras como destructoras, tanto oscuras como diáfanas; en una palabra, sin sentido.

“Cuando una tosca masa ha encontrado algún pensamiento perfectamente adecuado, …lo defiende obstinadamente, y lo continúa arrastrando a través de los siglos; desde entonces el fundador y descubridor de ese pensamiento comienza a convertirse en alguien grande.”35 Nietzsche nos explica así el origen de las ideologías, como son ciertas corrientes del pensamiento, religiones, “filosofías”, nacionalismos, entre otros, a través de la creatividad, el genio y la voluntad de algún individuo particular. Tomemos el nacionalismo: éste no es para el filósofo más que una “fiebre” que el pueblo sufre o quiere sufrir, y, por ello, criticó a ciertos historiadores alemanes de su época (Sybel y Treitschke) por fomentar el “torpe” chauvinismo germano. La voluntad para nuestro estudioso lo es todo; principio y fin del cambio histórico. Sin ella las sociedades o la humanidad por entero se anquilosarían. La posición nietzscheana nos permite considerar que la “voluntad” se trata de una categoría que hay que volver a visitar y a la que hay que darle su puesto justo, sin sobrevaloraciones ni infravaloraciones, dentro del análisis histórico.

La historia para los grandes individuos y los deseosos de poder.

La historia tiene su utilidad sólo cuando son estudiados los grandes individuos, pues su utilidad proviene únicamente de conocer a esos individuos, para imitarlos. En relación a ello podemos citar un comentario afín hecho por el escritor y comentarista de la historia de los grandes personajes, Lev Tolstoi, hacia 1869: “Cuanto más elevado se encuentra el hombre en la escala social, más ligado se encuentra con los que están en un plano superior, más poder tiene sobre los otros”,36 la forma como ese poder ha sido bien ejercido es lo que, según la visión de Nietzsche, hay que estudiar. El buen desempeño del poder fue lo que convirtió a los individuos “comunes” en “grandes” hombres.

Por el contrario, si os adentráis en la vida e historia de los grandes hombres, aprenderéis de ello que el supremo imperativo es alcanzar la madurez y huir de esta impuesta educación paralizante de nuestro tiempo, que precisamente concibe su utilidad en impediros alcanzar dicha madurez con el fin de dominar y explotar a los inmaduros.37

El polemista francés Maurice de Joly, en 1864, puso en boca de su ficticio Maquiavelo una recomendación que es concordante con las de Nietzsche, y que puede ser de suma trascendencia para la politología y la filosofía política; dice así: los individuos en el poder deben prestar atención a “gente que conozca a fondo todos los secretos, todos los resortes de la vida social, que hable todas las lenguas, que haya estudiado al hombre en todos los ámbitos”.38 ¿Acaso no es muy similar esta descripción de los dirigentes ideales a la descripción que establece cómo debería de ser, en su amplitud de conocimientos, el historiador profesional contemporáneo, ideal al que alude Luis González y González en El oficio de historiar?39 Por lo que, ¿el gobernante debe de rodearse de historiadores, además de economistas, inversionistas, administradores, según agrega después el Maquiavelo imaginario? La respuesta de Nietzsche a la segunda pregunta sería un “sí”, pero sólo sería un “sí” si el político en verdad aspira a superarse, a eliminar su mediocridad. Aunque nuestro filósofo puntualizaría que el político no sólo debería rodearse de expertos y conocedores del hombre en todos los ámbitos, sino que él mismo debe conocer directamente el pasado humano, pero principalmente para emplear ese pasado en provecho propio.

La crítica de Nietzsche hacia la erudición histórica es también más aguda y acre que la de Droysen. El individuo que acumula demasiado saber histórico se entorpece, se enferma y se debilita, porque “lo histórico y lo ahistórico son en igual medida necesarios para la salud de un individuo, de un pueblo o de una cultura”.40 Y es que, según Paul Ricoeur, lo ahistórico o no-histórico significa en Nietzsche un poder que “está asociado al ‘arte y fuerza de olvidar’ y de encerrarse en un horizonte limitado”.41 Aquel que desconoce o tiene el poder para olvidar y superar su historia posee también otras grandes cualidades, pues “pese a todas sus injusticias y errores, conservará una insuperable salud y vigor y alegrará cualquier mirada”.42 (Había que tener, pues, un equilibrio cotidiano entre lo histórico y lo ahistórico, ambas cuestiones son útiles para vigorizar la existencia). Un dechado de grupo de individuos ahistóricos fue el de aquellos bárbaros que pudieron destruir al Imperio Romano por, siguiendo la teoría nietzscheana, precisamente estar inmersos en una dinámica ahistórica que consistía en que su pasado, sus tradiciones, sus costumbres, no les pesaban y, por ende, poseían un carácter irrespetuoso y hostil ante las antiquísimas instituciones de sus enemigos romanos. De este modo ellos pudieron revigorizar y regenerar a la civilización europea, según opinión también de Stuart Mill (hacia 1859).43 Para Nietzsche el exceso de conocimiento histórico no hace a una persona mejor moralmente, sino, en ocasiones, lo contrario, porque muchas veces “el hombre intenta levantarse con todas sus fuerzas de ese gran y pesado lastre que es su pasado”44 y debe levantarse para utilizar ese pasado en su provecho propio.

Además, el estudio de todos los aspectos de la historia, y no sólo del político, es apropiado para emplear la historia en provecho propio. El pasado, en sus múltiples aspectos, tan variados como hay actividades humanas, puede inspirar y sigue inspirando para la creación y el perfeccionamiento moral. Lo dicho es una verdad que con dificultad puede ser refutada o minimizada. Los historiadores no deben olvidar que sus escritos, lo deseen o no, y sin importar su objetividad o subjetividad, influirán a individuos ajenos a su disciplina y los influirán de maneras por lo general impredecibles. Pese al predominio del estudio del ámbito político en la historiografía del siglo xix, Droysen y Nietszche tuvieron conciencia que el análisis de ese aspecto no era suficiente para una comprensión o visión completa de la historia. Aunque resaltan las grandes acciones políticas de los grandes individuos históricos, también subrayan las de los grandes individuos del ámbito artístico, cultural, filosófico, académico, etc. Reiteramos, Nietzsche asegura que la historia puede usarse para provecho propio si la vemos con ojo crítico, el estudio de la historia sirve para destruir precisamente esas construcciones históricas que pesan y esclavizan, o sirve para inspirarnos para realizar grandes actos que otorguen salud moral. Y cuando se refiere a la utilización de la historia, con seguridad alude al uso de cualquier tipo de historia, no sólo de la historia política. Por ello es que el filósofo menciona a literatos como ejemplos de individuos que utilizaron la historia para su provecho:

La Historia pertenece, sobre todo, al que quiere actuar, al poderoso, a aquel que mantiene una gran lucha y necesita modelos, maestros o consuelo, mientras que, paralelamente, no es capaz de encontrarlos ni en sus camaradas ni en su presente. Así, por ejemplo, perteneció a Schiller. Nuestro tiempo es tan malo, como dijo Goethe, que el poeta no encuentra a su alrededor ninguna naturaleza adecuada.45

Al mencionar al poderoso, nuestro pensador señala al poderoso en cualquier ámbito. Al afirmar que necesita “modelos, maestros o consuelo”, se refiere a modelos en cualquier área histórica, ya sea la económica, la artística, la religiosa, y cualquier otra, y no únicamente a ejemplos dentro de la historia política. Lo mismo vale para encontrar maestros, consolaciones o inspiraciones; cada persona los encontrará en hombres y mujeres grandiosos dentro de cualquier ámbito humano.

El progreso nietzscheano

Por último, Nietzsche defiende en su II intempestiva, o al menos suscribe, la existencia de un específico progreso. Progreso que para él se da primordialmente en las personas, no en la Historia como devenir, la cual en realidad para él es caótica, nihilista, sin un sentido y sin un fin. Es decir, nuestro autor estuvo en oposición a las filosofías de la historia de tipo kantiano, que propugnan que la humanidad, como conjunto, logra un progreso moral. Kant sí creía que el planeta completo algún día saldría del “caótico atolladero de las actuales relaciones estatales”,46 pensaba que la paz universal, la llegada de la civilización y la ilustración a todas partes era uno de los fines de la historia, y sugería métodos para llegar a eso, lo cual, precisamente, le otorga sentido y significado. Nietzsche, en cambio, sí aceptaba que había un progreso, pero era un progreso personal y limitado, y no existía para el devenir humano en su conjunto, pues el devenir en conjunto carece de sentido.

La concepción nietzscheana del devenir histórico como carente de un fin, de un progreso, sin teleología, también tiene su origen en las ideas de Burckhardt. El historiador suizo considera que las filosofías de la historia con cronologías y etapas definidas del progreso humano, como las de Hegel o Comte, son, a lo más, meras historias de la cultura universal. No se puede concebir, según Burckhardt, que el conjunto del pasado humano sólo haya existido en función de nuestro tiempo, no se debe concebir que nuestra época sea la más acabada, la más perfecta o la última dentro del devenir humano.47 La perspectiva de que la época actual es la mejor de todas es una perspectiva que Nietzsche también atacaría, un ataque que sobresale, aunque no sea precisamente original, en el siglo XIX, por ser un siglo en que se experimentó gran entusiasmo por el -supuesto- progreso general de la civilización como conjunto. Por ejemplo, Taine en 1865 elogiaba el progreso material de las civilizaciones “avanzadas” porque permitía dominar la naturaleza, mientras que las sociedades “primitivas” estaban a merced de la naturaleza.48 Para Nietzsche, en cambio, el progreso personal-moral de alguien es independiente del progreso material de la civilización; si no, ¿cómo pudieron los griegos arcaicos, los presocráticos a los que tanto admiraba, tener un espíritu tan libre, tan original?

Tanto Burckhardt como Nietzsche se oponen con firmeza a las filosofías de la historia como la hegeliana, en especial se oponen a la división de la humanidad en etapas progresivas delimitadas, como la división que hizo Hegel de los mundos de la historia universal en oriental, griega, romana y germánica.49 No existe tal tipo de divisiones evolutivas e idealistas de la humanidad para Nietzsche. Éste y Burckhardt concuerdan con otro historiador decimonónico ya mencionado, Renan, quien afirmó hacia 1882 que la fórmula de Hegel (la idea del Espíritu Universal poseedor de una teleología racional), “que ha sido en su hora la opinión más elevada acerca del mundo, hace ahora reír”.50 Se trata del ataque del positivismo historiográfico de Renan contra el idealismo, el cual, según vemos, Nietzsche también ataca a través de su voluntarismo y su existencialismo.

Sin embargo, el aspecto progresivo de la vida individual, aspecto de su vitalismo y su existencialismo, lo vemos aprobado por Nietzsche. Tal actitud progresiva podía ser, no obstante, incluso ahistórica o alejada de la reflexión o el estudio del pasado. Con respecto al afán y la obcecación con el progreso material del siglo XIX, Nietzsche señala que

hoy queremos más bien satisfacernos con nuestra ignorancia desde el fondo de nuestros corazones y volvernos hombres activos, hombres de progreso, veneradores del proceso. Puede ser que nuestra estima por la historia sólo sea un prejuicio occidental. ¡Mientras no nos quedemos quietos y progresemos como mínimo dentro de este prejuicio…!51

Había que progresar aunque fuera en ese mismo tradicional gusto, afición y ensimismamiento occidental por la historia. Con lo citado es posible negar la postura de los estudiosos que ven en Nietzsche a un filósofo antiprogresista radical. Para él, la Historia como entidad “metafísica” no progresa -es caótica-, pero el ser humano, en su historia individual y social, sí lo hace, sí puede superarse o progresar. Por supuesto que critica el progreso material, pero no el moral, y aun cuando criticara cierto progreso metafísico, tecnológico u otro, como lo hicieran en pleno XIX Tocqueville, Burckhardt, Schopenhauer, Kierkegaard52 o Tolstoi. Nietzsche no negaba la existencia de todo progreso. “Porque todo lo que puede recorrer ¡alguna vez deberá recorrer aún este largo camino hacia adelante!”,53 gritaba el profeta Zaratustra.

Nietzsche y Droysen equiparados

Los dos autores concibieron la historia o el pasado humano como un elemento que incide en la política más pragmática. La incidencia se sigue del hecho de que los discursos historiográficos, las reflexiones sobre la historia y los hechos e individuos del pasado son partes intrínsecas de la cultura y de la ideología de toda persona y, por ello, son de utilidad en su vida cotidiana.

Son múltiples las maneras en que se ha llegado a la construcción de visiones que explican de forma congruente a la Humanidad en su totalidad. Tales visiones pueden ser construidas por historiadores, cronistas, filósofos, teóricos, críticos, científicos sociales o cualquier individuo no especializado. Podemos criticar tales visiones, abarcadoras o unidimensionales, sistemáticas o sencillas, metafísicas o positivas, pero tal crítica tampoco es una mala señal, sino una muy buena para proseguir en el análisis de la historia y de la Historia como totalidad. El desarrollo humano es demasiado vasto y rico para ser considerado de manera unívoca; las visiones y los sistemas de quienes ya han analizado ese desarrollo proveen de guías, tanto en la indagación de la disciplina histórica, teórica o filosófica, como en la vida personal, para emanciparnos del encasillamiento o la manera estrecha de ver la disciplina histórica y sus fines.

Ambos textos estudiados, pese a sus distancias en perspectivas y en la forma de abordar la disciplina histórica, plantean puntos análogos sobre el estudio de la historia y su repercusión en la política. Esos puntos, si así se lo planteara el lector, pueden servir de guías, no sólo para abordar a la historia, sino igualmente para la vida del día a día. Aquí recopilamos y repasamos esos puntos similares que hemos encontrado. La historia, tanto para Droysen como para Nietzsche, tiene:

  1. Uso político. Para los dos tudescos el estudio de la historia sirve para los propósitos políticos más sublimes, puesto que los grandes hechos del pasado pueden servir, y sirven de hecho, como una inigualable fuente de inspiración para los gobernantes. Los grandes hechos pueden impulsar a los líderes del presente a emular a los del pasado. Nuestros estudiosos alemanes concordarían con Arnaldo Córdova en considerar que “la esencia de la historia, como análisis y enjuiciamiento de los hechos pasados, consiste en hacer del pasado mismo un problema del presente”.54 Y se hace un problema del presente porque éste exige y obtiene del pasado paradigmas de actuación política.

  2. Uso moral. El estudio de la historia sirve para la mejora moral de cualquier individuo que la analice. Al encontrar casos de actuaciones edificantes en el pasado, la historia moraliza tanto a los individuos dedicados a la política como al resto de las personas que la estudien. Se puede concluir lo que Hayden White afirma sobre Nietzsche, y que igualmente se puede aplicar en menor medida a Droysen: “En su opinión [de Nietzsche], el estudio de la historia no debía ser nunca meramente un fin en sí mismo sino que debería de servir siempre como medio para algún fin o propósito vital”,55 ya que los individuos “requerían diferentes visiones de la historia para justificar los diferentes proyectos que tenían que emprender a fin de realizar su humanidad con plenitud.”56 Aquel propósito vital es plenamente moral, pues cualquier “justificación” de los propósitos personales, vitales, se enmarca dentro de un sistema ético previamente existente o de uno creado ex profeso.

  3. La “voluntad” individual como eje político y moral. Los dos pensadores creían que la “voluntad” era un estímulo político y moral. Interpretaban los acontecimientos históricos como debidos principalmente a la voluntad de los grandes personajes; la política va a lograr mejores resultados si se tiene ello en mente.

  4. Los grandes individuos como motor de su desenvolvimiento. Afirmaron la existencia de grandes hombres (y mujeres) en la historia. A ellos era a quienes se tenía que imitar. Esa imitación la debían practicar con énfasis especial los políticos, porque éstos tienen una gran influencia en el resto de la población.

  5. La erudición como detractora. Criticaron la erudición histórica de su época, que para ellos no conducía a ninguna mejora moral o política. Se debía estudiar la historia de manera mesurada y, en especial, reflexiva. La acumulación de conocimiento sólo disminuye el espíritu humano e inhibe la reflexión. Para Droysen la mejor actividad investigativa del ser humano es la “comprensión”, categoría que permitiría superarnos a nosotros mismos. Para Nietzsche, gran parte del crecimiento personal radica en la lucha per se contra lo académico-erudito, por eso exclamó de sí mismo que “¡por primera vez en la historia alguien se enfrentaba a la erudición académica!”57 La mera acumulación de saberes no es provechosa ni para la disciplina histórica ni para uno mismo.

  6. Múltiples áreas de estudio de igual importancia que el área política. Pese a que en el siglo XIX el estudio de la historia significaba predominantemente estudio de la historia política, tanto Droysen como Nietzsche aseguraron que el análisis exclusivo del ámbito político no es suficiente para un crecimiento personal, académico o moral. Es indispensable que los gobernantes analicen por igual la historia cultural, artística, religiosa, entre otras, y las vidas de los individuos sobresalientes en los diferentes ámbitos humanos.

  7. Progreso(s). Como hijos de la Ilustración, aceptaron la existencia de un progreso político, económico, moral, filosófico, etc., en el ámbito personal y social. La disciplina histórica o la historiografía pueden brindar, a través de sus relatos de hechos insignes, medios para que los gobernantes puedan llevar a sus pueblos un progreso de cualquier índole. Empero, la Historia, como devenir o totalidad, sólo en Droysen tendría un cierto progreso general, en cambio, en Nietzsche la Historia carece completamente de un rumbo, de una dirección, de un avance.

A la recurrente pregunta sobre si la reflexión sobre el pasado, la historiografía, o los diferentes relatos sobre el pasado deberían de mantenerse alejados de la política, ambos pensadores responden con una negativa categórica. En realidad ellos hicieron teoría de la historia para incidir en la política pragmática.

Los dos consideraron que los discursos historiográficos y las reflexiones sobre los hechos e individuos del pasado son partes intrínsecas de la cultura y de la ideología de cada una de las personas y, precisamente por ello, repercuten en sus vidas cotidianas, y así tienen también una repercusión directa en la vida política.

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2 Koselleck, historia/Historia, p. 145.

3 Hegel, Filosofía del derecho, p. 331.

4 Aristóteles, La Política, sección 1.1252a, en Aristotle’s Politics, p. 25.

5 Droysen, Histórica, p. 246.

6 Droysen, Histórica, p. 321.

7Enciclopedia universal ilustrada, p. 2254.

8 González y González, Todo es historia, p. 24.

9 Taine, Filosofía del arte, p. 469.

10 Bloch, Introducción a la historia, p. 136.

11 Koselleck, Los estratos del tiempo, p. 95.

12 Kant, Filosofía de la historia, p. 32.

13 Droysen, Histórica, pp. 294, 310 y 311.

14 Rüssen, “La escritura de la historia”, p. 242.

15 Droysen, Histórica, p. 294.

16 Droysen, Histórica, p. 212.

17 Acton, Historia de la libertad.

18 Renan, Marco Aurelio, p. 195.

19 Droysen, Histórica, p. 310.

20 Burckhardt, Reflexiones, p. 70.

21 Tocqueville, El Antiguo Régimen, p. 251.

22 Humboldt, “Sobre las leyes”, p. 4.

23 Droysen, Histórica, p. 16.

24 Droysen, Histórica, p. 16.

25 Kant, Filosofía de la historia, p. 33.

26 Nietzsche, El Anticristo, p. 74.

27 González y González, El oficio de historiar, p. 99.

28 Polivanoff, “Historia, olvido y perdón.”, p. 93.

29 Nietzsche, II intempestiva, p. 53.

30 Frey, Nietzsche, Eros y Occidente, p. 118.

31 Nietzsche, Sobre la utilidad y el progreso de la historia para la vida, p. 124.

32Asimismo, en la forma expositiva de sus trabajos Nietzsche se asemeja a La civilización del Renacimiento en Italia de Burckhardt (así como a Tocqueville, aunque desconocemos si la similitud con éste es meramente incidental). Hayden White refiere al respecto de la narratividad de la historia de Bruckhardt y Tocqueville lo siguiente: “They refused to tell a story about the past, or, rather, they did not tell a story with well-marked beginning, middle, and end phases; they did not impose upon the processes that interested them the form that we normally associate with storytelling” (véase White, “The value of narrativity”). Nietzsche escribió algunos de sus libros, si no es que todos, sin la forma de narración de una historia. Tal es el caso de Cómo filosofar a martillazos, Más allá del bien y del mal, El Anticristo, e incluyendo Así habló Zaratrusta. Incluso en su Nacimiento de la tragedia, que es un estudio histórico y filológico, no emplea la narración “tradicional” del historiador.

33 Burckhardt, Reflexiones, p. 49.

34 Burke, Historia y teoría social, p. 159.

35 Nietzsche, II intempestiva, p. 125.

36 Tolstoi, Guerra y paz, p. 328.

37 Nietzsche, II intempestiva, p. 9

38 Joly, Diálogo en el infierno, p. 59.

39 González y González, El oficio de historiar, pp. 136-144.

40 Nietzsche, II intempestiva, p. 45.

41 Ricoeur, La memoria, p. 384.

42 Nietzsche, II intempestiva, p. 45.

43 Mill, Sobre la libertad, p. 176.

44 Nietzsche, II intempestiva, p. 41.

45 Nietzsche, II intempestiva, p. 52.

46 Kant, Filosofía de la historia, p. 57.

47 Burckhardt, Reflexiones, p. 45.

48 Taine, Filosofía del arte, p. 309.

49Hegel, Filosofía del derecho, p. 335.

50 Renan, Marco Aurelio, p. 59.

51 Nietzsche, II intempestiva, p. 51.

52 Trejo, “El progreso”, p. 49.

53 Nietzsche, Así hablaba Zaratustra, p. 100.

54 Córdova, “La historia, maestra de la política”, p. 131.

55 Las cursivas son del autor. White, Metahistoria, p. 316.

56 White, Metahistoria, p. 316.

57 Nietzsche, El nacimiento de la tragedia, citado en White, Metahistoria, p. 318.

Recibido: 08 de Julio de 2014; Aprobado: 17 de Junio de 2015

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