SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.89 número353El pensamiento de la CEPAL y los dilemas para la transformación de México índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

Links relacionados

  • No hay artículos similaresSimilares en SciELO

Compartir


El trimestre económico

versión On-line ISSN 2448-718Xversión impresa ISSN 0041-3011

El trimestre econ vol.89 no.353 Ciudad de México ene./mar. 2022  Epub 13-Jun-2022

https://doi.org/10.20430/ete.v89i353.1408 

Clásicos de la economía

La periferia latinoamericana en el sistema global del capitalismo

The Latin American periphery in the global system of capitalism

Raúl Prebisch* 

*Raúl Prebisch (1901-1986), economista estructuralista argentino, Argentina.


Resumen

Este artículo constituye una apretada síntesis de las principales ideas del autor, las que se despliegan en tres ámbitos íntimamente vinculados entre sí. Por un lado, retoma su antigua preocupación por las relaciones entre centros y periferia analizándola a la luz de algunos rasgos salientes de la situación contemporánea; el tema tiene, a su juicio, la mayor significación, porque la naturaleza de esas relaciones condiciona, limita y orienta las modalidades y posibilidades de desarrollo de los países de América Latina. Por otro, penetra en el estudio de la dinámica interna del capitalismo periférico con el objeto de desentrañar sus principales componentes, contradicciones y tendencias. En este sentido, afirma que sus propias contradicciones internas impulsan al capitalismo periférico hacia crisis estructurales, de las cuales sólo consigue salir al apelar a regímenes políticos autoritarios. De esta tesis deriva un corolario que constituye el punto de partida del tercer ámbito de su pensamiento: una solución estable y democrática de esas crisis estructurales requiere una transformación profunda de los fundamentos del capitalismo periférico, en especial, de sus formas predominantes de apropiación y uso del excedente. Como una contribución a las reflexiones sobre este controvertido tema, esboza los lineamientos de su teoría de la transformación, los que se orientan por la esperanza de encontrar una síntesis entre los ideales liberales y socialistas.

Palabras clave: centro-periferia; capitalismo; papel del Estado; desarrollo económico; estructuralismo

Abstract

This article constitutes a tight synthesis of the main ideas of the author, which unfold in three areas closely related to each other. On the one hand, he takes up his old concern for the relations between centers and periphery, analyzing it in the light of some salient features of the contemporary situation. In his opinion, the subject has the greatest significance because the nature of these relationships conditions limits and guides the modalities and possibilities of development of the Latin American countries. On the other hand, he penetrates the study of the internal dynamics of peripheral capitalism to unravel its main components, contradictions, and tendencies. In this sense, he affirms that its internal contradictions drive peripheral capitalism towards structural crises, from which it only manages to emerge by appealing to authoritarian political regimes. From this thesis derives a conclusion that constitutes the starting point of the third area of his thought: a stable and democratic solution to these structural crises requires a profound transformation of the foundations of peripheral capitalism, especially of its predominant forms of appropriation and use of the surplus. As a contribution to the reflections on this controversial topic, it outlines the guidelines of the theory of its transformation, which are guided by the hope of finding a synthesis between liberal and socialist ideals.

Clasificación JEL: N16; O11; P16

Keywords: Center-periphery; capitalism; role of the state; economic development; structuralism

JEL codes: N16; O11; P16

I. La dinámica de los centros

El desarrollo periférico es parte integrante del sistema mundial del capitalismo, pero se desenvuelve en condiciones muy diferentes de las de los centros, de donde surge la especificidad del capitalismo periférico. La técnica tiene en ello un papel primordial. Conforme se desenvuelve en los centros, sobrevienen continuas mutaciones en su estructura social, como así también en los países periféricos. Cuando penetra en ellos esa misma técnica, con gran retardo, se modifican en forma correspondiente las relaciones entre estos últimos países y aquellos centros. Mediante esas continuas mutaciones nótense ciertas constantes de gran significación. Mencionaremos las principales.

La dinámica de los centros, si bien tiene considerable influencia en el desarrollo periférico, es de alcance limitado, debido a la índole centrípeta del capitalismo. En efecto, esa dinámica solamente impulsa al desarrollo periférico en la medida que atañe al interés de los grupos dominantes de los centros. La índole centrípeta del capitalismo se manifiesta persistentemente en las relaciones entre los centros y la periferia. En los primeros se origina el progreso técnico y tiende a concentrarse en ellos el fruto de la creciente productividad que trae consigo. En favor de la demanda creciente que acompaña al incremento de productividad, se concentra también allí la industrialización, aguijoneada por incesantes innovaciones tecnológicas que diversifican más y más la producción de bienes y servicios.

Así, pues, en el curso espontáneo del desarrollo la periferia tiende a quedar al margen de ese proceso de industrialización en la evolución histórica del capitalismo. Más que un designio de exclusión, este fenómeno es la consecuencia del juego de las leyes del mercado en el plano internacional. Más tarde, cuando se industrializa a consecuencia de crisis internacionales, la periferia tiende también a quedar excluida del caudaloso intercambio industrial de los centros. La periferia ha tenido que aprender a exportar manufacturas y lo está haciendo notablemente por su propio esfuerzo, puesto que las trasnacionales han contribuido mucho más a la internacionalización de las formas de consumo que a la internacionalización de la producción mediante el intercambio con los centros.

De esta manera se explica en gran parte la tendencia inmanente al desequilibrio exterior que se ha presentado y continúa haciéndolo en el desarrollo periférico: se ha tratado de contrarrestar esta tendencia con la sustitución de importaciones primero y después mediante la exportación de manufacturas.

Los centros distan mucho de estimular las exportaciones de manufacturas de la periferia mediante ciertos cambios en su estructura productiva. En la medida en que no se abren sus puertas a aquéllas, obligan a la periferia a continuar con la sustitución de importaciones. Ésta no responde a una preferencia doctrinaria: es una imposición de la índole centrípeta del capitalismo. Sólo que se ha venido cumpliendo dentro de estrechos compartimentos nacionales de una periferia fragmentada, en desmedro de su economicidad y del vigor del desarrollo.

El interés económico de los grupos dominantes de los centros se combina con intereses estratégicos, ideológicos y políticos que forman en ellos una constelación de donde dimanan obstinados fenómenos de dependencia en las relaciones centro-periferia. En estas relaciones se articula el interés económico de los grupos dominantes de los centros con los de los países periféricos, y en el juego de estas relaciones de poder gravita vigorosamente la superioridad técnica y económica de los primeros. Las mutaciones estructurales que acompañan a la evolución y la propagación de la técnica tienen gran importancia. En la periferia, además de la significación de estas mutaciones en su propio desarrollo, ellas traen con el andar del tiempo ciertas presiones perturbadoras cuando las tendencias conflictivas internas que caracterizan el desarrollo desbordan hacia los centros y suscitan ahí la reacción adversa de aquella constelación hegemónica. Patente manifestación de los fenómenos de dependencia.

Sigue prevaleciendo en los centros, lo mismo que en la periferia, el interés económico de los grupos dominantes. No podría negarse su eficacia en el ámbito del mercado, en los planos tanto nacional como internacional. Pero el mercado, a pesar de su enorme importancia económica y política, no es, ni podría ser, el supremo regulador del desarrollo de la periferia y sus relaciones con los centros. Ello es muy claro en la crisis presente de estos últimos. El mercado no ha podido responder a la ambivalencia de la técnica. Ha sido ésta un factor imponderable de bienestar maternal, pero ha traído también la explotación irresponsable de recursos naturales agotables y el deterioro impresionante de la biosfera, aparte de otras graves consecuencias.

Tampoco han resuelto las leyes del mercado las grandes fallas en las relaciones centro-periferia. Ni mucho menos las tendencias excluyentes y conflictivas del desarrollo periférico.

Hay que combinar las decisiones individuales en el mercado con decisiones colectivas fuera del mercado que se sobrepongan al interés de los grupos dominantes. Pero se necesita en todo ello una gran visión, una visión transformadora, tanto en el desarrollo periférico como en las relaciones con los centros. Visión inspirada en designios éticos de largo alcance en que se conjuguen previsoramente consideraciones económicas, sociales y políticas.

II. La dinámica interna del capitalismo periférico

La dinámica de los centros no tiende a penetrar profundamente en la estructura social de la periferia: es una dinámica limitada. En contraste con todo ello, los centros propagan e irradian en la periferia sus técnicas, formas de consumo y existencia, sus instituciones, ideas e ideologías. El capitalismo periférico se inspira cada vez más en los centros y tiende a desenvolverse a su imagen y semejanza.

Este desarrollo imitativo se desenvuelve tardíamente en una estructura social que presenta importantes disparidades con la estructura evolucionada de los centros. La técnica penetra gracias a la acumulación de capital, así en medios físicos como en formación humana. A medida que se desenvuelve este proceso, se operan continuas mutaciones en dicha estructura, la cual abarca una serie de estructuras parciales vinculadas entre sí por estrechas relaciones de interdependencia: las estructuras técnicas, productivas y ocupacionales, la estructura de poder y la estructura distributiva. El análisis de esas mutaciones es indispensable para desentrañar la compleja dinámica interna del capitalismo periférico.

1. Mutaciones estructurales, excedente y acumulación

La penetración de la técnica va incorporando capas sucesivas de creciente productividad y eficacia que se superponen a capas técnicas precedentes de menor productividad y eficacia, aunque en el fondo de esta estructura técnica suelen persistir todavía capas precapitalistas o semicapitalistas. Estos cambios en la estructura técnica van acompañados de transformaciones en la estructura de ocupación, pues la fuerza de trabajo se desplaza continuamente desde las capas de menor a las de mayor productividad. Pero la estructura de ingresos no evoluciona de manera coherente con los cambios técnicos y ocupacionales. Así, pues, la gran masa de la fuerza de trabajo que se emplea con creciente productividad no aumenta correlativamente sus remuneraciones en el juego de las fuerzas del mercado.

Esto se explica por la competencia regresiva de la fuerza de trabajo que se encuentra en las capas técnicas de baja productividad o está desocupada. Sólo se transfiere parte del fruto del progreso técnico a una proporción limitada de la fuerza de trabajo que, sobre todo por su poder social, ha podido adquirir las calificaciones cada vez mayores exigidas por la técnica.

La parte del fruto de la creciente productividad que no se transfiere constituye el excedente, que es apropiado principalmente por los estratos sociales superiores, quienes concentran la mayor parte del capital en bienes físicos, así como la propiedad de la tierra. Se trata de un fenómeno estructural. El excedente no tiende a desaparecer mediante el descenso de los precios por la competencia entre empresas -aunque fuera irrestricta-, sino que se retiene y circula en ellas. Se trata de un fenómeno estructural y dinámico.

El crecimiento de la producción de bienes finales, gracias a la continua acumulación de capital, exige acrecentar anticipadamente la producción en proceso, de la cual surgirán cierto tiempo después los bienes finales. Para ello las empresas pagan crecientes ingresos, de donde surge la mayor demanda que absorbe, sin descensos de precio, la oferta final aumentada por el incremento de la productividad. A la índole estructural del excedente se agrega, pues, su carácter dinámico.

En verdad, los ingresos que así se pagan en las sucesivas etapas del proceso (incluido el excedente), gracias a la creación de dinero, son muy superiores a los requeridos para que los precios no desciendan. Esto se explica porque sólo una parte de tales ingresos se traduce inmediatamente en demanda de bienes finales. Otra parte se desvía hacia la demanda de servicios, así en el mercado como en la órbita del Estado; circula allí y retorna gradualmente hacia la demanda de bienes. Además de los ingresos que se pagan a los factores productivos, las empresas adquieren bienes importados, y así los países de donde provienen recuperan los ingresos que pagaron en su producción más el excedente correspondiente. Con las exportaciones ocurre lo contrario.

No hay correspondencia estricta entre la demanda de bienes y la oferta, pero los desajustes se corrigen espontáneamente o por la intervención previsora y correctiva de la autoridad monetaria cuando no se ha desenvuelto aún el poder de compartimiento del excedente.

La desigual distribución del ingreso en favor de los estratos superiores promueve en ellos la imitación de las formas de consumo de los centros. La sociedad privilegiada de consumo que así se desenvuelve significa un considerable desperdicio del potencial de acumulación de capital.

Este desperdicio no sólo se manifiesta en la cuantía del capital, sino también en su composición. En efecto, gracias a las técnicas que acrecientan la productividad y el ingreso, y en estrecha combinación con aquéllas, se emplean técnicas que diversifican incesantemente la producción de bienes y servicios. Al ocurrir este cambio en la estructura productiva, junto con otras formas de inversión, se eleva la proporción de capital no reproductivo sin que se acreciente la productividad ni se multiplique el empleo, en detrimento del capital reproductivo necesario para impulsar el desarrollo.

Estos fenómenos inherentes a la lógica interna del capitalismo de los centros acontecen prematuramente en la periferia debido a la gran desigualdad distributiva. A todo esto, y en desmedro de la acumulación, se agrega la succión exagerada de ingresos por parte de los centros, especialmente por obra de las trasnacionales, en virtud de su superioridad técnica y económica y el poder hegemónico de aquéllos.

Esta insuficiente y frustrada acumulación de capital reproductivo, que se agrava por la tendencia a la hipertrofia del Estado y el crecimiento extraordinario de la población, explica primordialmente que el sistema no pueda absorber con intensidad los estratos inferiores de la estructura social y actuar frente a otras manifestaciones de redundancia de fuerza de trabajo. Tal es la tendencia excluyente del sistema.

En la agricultura prevalecen dichos estratos inferiores, y como la demanda de bienes agrícolas apenas diversifica, la fuerza de trabajo tiende a desplazarse hacia otras actividades. Sin embargo, debido a la insuficiencia absorbente del sistema, acontece un grave fenómeno de redundancia que explica el deterioro relativo de los ingresos de la fuerza de trabajo en la agricultura.

Mientras perdura esa insuficiencia absorbente, el progreso técnico de la agricultura no tiene la virtud de elevar esos ingresos y corregir su deterioro relativo. Antes bien, tiende a perjudicar la relación de precios cuando la producción sobrepasa la demanda. Tal es la tendencia que suele presentarse sobre todo en las exportaciones agrícolas y que lleva a frenar su expansión en desmedro del desarrollo.

2. Cambios en la estructura del poder y crisis del sistema

Conforme la técnica va penetrando en la estructura social, sobrevienen mutaciones que se reflejan en la estructura del poder. Se amplían los estratos intermedios y, a medida que avanza el proceso de democratización, su poder sindical y político se despliega y contrapone cada vez más al poder económico de quienes, sobre todo en los estratos superiores, concentran la mayor parte de los medios productivos. Asimismo, en esos estratos se encuentra principalmente la fuerza de trabajo con poder social. Estas relaciones de poder entre estratos superiores e intermedios se manifiestan tanto en la órbita del mercado como en la del Estado. Se desenvuelve de esta manera una presión cada vez mayor para compartir los frutos del incremento de productividad. A medida que este compartimiento se consigue, tiende a extenderse socialmente hacia abajo la imitación de las formas de consumo de los centros, especialmente en los estratos intermedios. Pero el privilegio se concentra particularmente en los estratos superiores.

Esta doble presión se manifiesta en gran parte mediante un aumento de las remuneraciones de la fuerza de trabajo, sea para mejorar su participación en el fruto de la productividad o para resarcirse de la incidencia desfavorable de ciertos factores, sobre todo de las cargas fiscales que recaen, directa o indirectamente, sobre aquélla, y con las cuales el Estado hace frente a la tendencia a su crecimiento.

El poder burocrático y el militar tienen su propia dinámica en el aparato del Estado, apoyada en el poder político, principalmente de los estratos intermedios, y en favor de ella se despliegan las actividades estatales más allá de consideraciones de economicidad, en lo que concierne tanto a la cuantía y la diversificación de sus servicios como a la absorción espuria de fuerza de trabajo. De esta manera, el Estado, mediante el crecimiento del empleo y los servicios sociales, trata de corregir la insuficiencia absorbente del sistema y su inequidad distributiva, lo cual es un factor importante en su hipertrofia.

Exprésese lo anterior en pocas palabras: la distribución del fruto de la creciente productividad del sistema es fundamentalmente el resultado del juego cambiante de las relaciones de poder, sin excluir, desde luego, las diferencias individuales de capacidad y dinamismo.

A medida que se fortalece el poder de compartimiento de la fuerza de trabajo y ésta adquiere aptitud de resarcirse de las cargas fiscales y de la incidencia de otros factores, el aumento de remuneraciones tiende a sobrepasar la disminución de los costos de las empresas provenientes de sucesivos incrementos de productividad. El exceso tiende entonces a trasladarse a los precios, y a ello siguen nuevos aumentos de remuneraciones en la consabida espiral inflacionaria. En tales condiciones, para que pueda absorberse la oferta, acrecentada por el mayor costo, es indispensable que la demanda y los ingresos de donde surge crezcan correlativamente.

Si la autoridad monetaria se resiste a la creación necesaria de dinero, a fin de evitar o contrarrestar la espiral, se vuelve insuficiente el crecimiento de la demanda para hacer frente al de la producción final. Sobreviene el receso de la economía y este fenómeno se prolonga hasta que aquélla cambie de actitud y los precios puedan subir conforme a los mayores costos. El alza de precios permite que el excedente vuelva a subir por nuevos aumentos de productividad, pero sólo momentáneamente, pues la elevación posterior de las remuneraciones lo comprime otra vez. Se resiente, así, la acumulación con adversas consecuencias sobre el desarrollo, además de los trastornos que trae consigo la exacerbación de la pugna distributiva.

Adviértase, sin embargo, que estos fenómenos ocurren cuando gracias al proceso de democratización se desenvuelve cada vez más el poder sindical y político de la fuerza de trabajo, tanto en la órbita del mercado como en la del Estado, y los gastos de éste se elevan cada vez más por su propia dinámica. En tales condiciones la espiral se vuelve inherente al desarrollo periférico. Las reglas convencionales del juego monetario resultan impotentes para evitarla o suprimirla. Tales normas tienen gran validez cuando no existe -o es muy incipiente- el poder redistributivo (de compartimiento y resarcimiento). Esto ocurre cuando el proceso de democratización es muy débil o se encuentra trabado o manipulado por los grupos dominantes: democracia aparente y no sustantiva.

Tal es la índole de la crisis del sistema cuando el juego arbitrario de relaciones de poder cobra gran impulso. Acontece este fenómeno en el curso avanzado del desarrollo periférico. La crisis del sistema puede postergarse por un tiempo más o menos largo, sobre todo cuando se dispone de cuantiosos recursos provenientes de la explotación de una riqueza natural no renovable.

El poder político de los estratos superiores, que parecía ir declinando con el avance democrático, irrumpe nuevamente cuando los trastornos provocados por la crisis inflacionaria traen consigo el desquicio económico y la desintegración social. Sobreviene entonces el empleo de la fuerza, que permite quebrar el poder sindical y político de los estratos desfavorecidos.

Si quienes tienen el poder militar en sus manos no se encuentran necesariamente bajo el dominio del poder económico y político de los estratos superiores, cabe preguntarse por qué intervienen para servir a la sociedad privilegiada de consumo. Hay, por cierto, aquí un juego complejo de factores. No obstante, la explicación fundamental radica en que, al tener los estratos superiores la clave dinámica de tal sistema -esto es, la capacidad de acumular capital-, se impone dejarles hacer en el afán de restablecer la regularidad del desarrollo. Pero es ingente el costo social, además del costo político.

Acontece, en efecto, la quiebra del liberalismo democrático mientras suelen florecer las ideas del liberalismo económico, un liberalismo falseado que, lejos de traer la difusión de los frutos del desarrollo, consolida flagrantemente la inequidad social.

No se ha logrado aún en la periferia latinoamericana asentar sólidamente el liberalismo democrático. Bien conocemos sus vicisitudes, sus avances promisorios y sus penosos retrocesos. Pero el pasado no sabría explicarlo todo; aparecen nuevos y complejos elementos a medida que se operan las mutaciones de la estructura social. El empleo de la fuerza adquiere una significación distinta de la que poseía en otros tiempos: traer ese divorcio entre el bilateralismo democrático y el liberalismo económico, a pesar de haber surgido de la misma vertiente filosófica.

3. La gran paradoja del excedente

De las consideraciones previas se desprenden conclusiones muy importantes, acaso las más importantes de nuestra interpretación del capitalismo periférico. El excedente está sujeto a dos movimientos opuestos. Por un lado, crece por incrementos sucesivos de productividad; por otro, decrece por la presión de compartimiento proveniente de la órbita del mercado y del Estado. El sistema funciona regularmente mientras crece en forma continua el excedente como resultado de esos dos movimientos. Gracias a ello, los estratos superiores, que concentran la mayor parte de los medios productivos, pueden acrecentar la acumulación de capital y a la vez su consumo privilegiado. Tienen en sus manos la clave dinámica del sistema.

Esta condición esencial se cumple mientras el compartimiento del excedente, tanto en la órbita del mercado como en la del Estado en el juego de relaciones de poder, se hace a expensas de sucesivos incrementos de productividad. El excedente seguirá aumentando, si bien con un ritmo decreciente. Pero el compartimiento no puede pasar el límite más allá del cual el excedente comenzaría a decrecer. Sin embargo, en ese límite éste habría llegado a su más elevada proporción en relación con el producto global. ¿Por qué no podría seguir mejorando el compartimiento cuando habría gran margen para hacerlo comprimiendo el excedente?

Aquí está el punto vulnerable del régimen de distribución y acumulación, pues si la presión de compartimiento sobrepasa al incremento de productividad, el alza del costo de los bienes lleva a las empresas a elevar los precios.

No hay duda de que el excedente global permitiría un compartimiento mucho mayor a expensas de su cuantía, pero nada hay en el sistema que lleve a hacerlo. Se concibe que las empresas tomen una parte del excedente y lo transfieran a la fuerza de trabajo sin elevar los costos; se trataría de una participación directa en el excedente. Pero el sistema no funciona así. La elevación de las remuneraciones, más allá del incremento de productividad, eleva los costos con las consecuencias mencionadas.

Ahora bien, no toda la presión de compartimiento se manifiesta en alza de remuneraciones. Como se ha dicho, el Estado, a fin de compartir el excedente, acude a cargas que recaen sobre la fuerza de trabajo y llevan a ésta a resarcirse mediante mayores remuneraciones. Pero el Estado tiene también la posibilidad de recurrir a impuestos que graven directamente el excedente o los ingresos de grupos sociales de los estratos superiores que no tienen capacidad para resarcirse. Estos impuestos no se trasladan a los costos, pero si su cuantía comprime el excedente, se debilita el ritmo de acumulación y de crecimiento, lo que acentúa las tendencias excluyentes y conflictivas.

Por donde se mire este problema, no tiene solución dentro del sistema, toda vez que se fortalece el poder de redistribución en el curso avanzado del proceso de democratización. O se cae en la espiral inflacionaria, si el compartimiento redunda en aumento de los costos de producción -lo cual, además del trastorno que la espiral trae consigo, vulnera la dinámica del excedente-, o se toma directamente una parte del excedente, también con consecuencias dinámicas adversas, que tarde o temprano deberán resolverse con expedientes inflacionarios. Por más que se piense, las reglas del juego del capitalismo periférico no permiten atacar sus dos grandes fallas. Ni su sentido excluyente, que sólo podría corregirse con una más intensa acumulación de capital a expensas de los estratos privilegiados y de los ingresos que se transfieren a los centros, ni su sentido conflictivo, que se acentúa cada vez más en el juego irrestricto de relaciones de poder.

Hay en todo esto una gran paradoja. Cuando se acrecienta el excedente hasta llegar a sus máximas dimensiones y continúa la presión de compartimiento, el sistema reacciona al tratar de seguir acrecentando el excedente, y para lograr este objetivo se recurre al empleo de la fuerza. Sin embargo, éste no es una solución; no existe otro remedio que la transformación del sistema.

4. Crisis del sistema y empleo de la fuerza

Debido a la índole del sistema, en el curso avanzado del desarrollo periférico y del proceso de democratización no resulta posible conjurar la tendencia a la crisis, pues en la lógica interna del sistema no hay forma perdurable de evitar que la presión de compartimiento perjudique el papel dinámico del excedente y lleve fatalmente a la espiral inflacionaria.

El restablecimiento de la dinámica del sistema, que se procura conseguir con el empleo de la fuerza, está expuesto a graves perturbaciones en las cuales suelen combinarse ciertas inconsistencias teóricas con incongruencias prácticas. Sin embargo, si el sistema es manejado con destreza, sobre todo en condiciones exteriores favorables, podrían lograrse altas tasas de acumulación y de desarrollo con notable prosperidad de los estratos sociales favorecidos, pero a costa de una fuerte compresión de los ingresos de una parte considerable de la fuerza de trabajo.

Sin embargo, se estaría muy lejos de corregir a fondo la índole excluyente y conflictiva del sistema. Al reanudarse tarde o temprano el proceso de democratización, la presión de compartimiento tendería a llevar al sistema a un nuevo ciclo político, agravado por la deformación que habría sufrido la estructura productiva para responder a la exaltación de la sociedad privilegiada de consumo.

III. Hacia una teoría de la transformación

1. Las dos opciones transformadoras

El régimen de acumulación y distribución del fruto del progreso técnico no obedece a ningún principio regulador desde el punto de vista del interés colectivo. Si es arbitraria la apropiación cuando imperan las leyes del mercado, también lo es la redistribución cuando el poder político y sindical se contrapone a aquellas leyes. Por ello es imprescindible que el Estado regule el uso social del excedente, para acrecentar el ritmo de acumulación y corregir progresivamente las disparidades distributivas de carácter estructural, distintas en gran medida de las disparidades funcionales.

En el fondo sólo hay dos formas en que el Estado puede ejercer su acción reguladora: que tome en sus manos la propiedad y la gestión de los medios productivos, de donde surge el excedente, o que use el excedente con racionalidad colectiva sin concentrar la propiedad en sus manos.

Tratándose de dos opciones fundamentalmente diferentes por su significación política y económica, me inclino por la segunda, debido a dos consideraciones primordiales. Por un lado, porque las grandes fallas del sistema no radican en la propiedad privada en sí misma, sino en la apropiación privada del excedente y en las consecuencias nocivas de la concentración de los medios productivos. Por otro, porque la primera opción es incompatible con el concepto primordial de democracia y de derechos humanos que le es inherente, en tanto que la segunda hace posible la plena compatibilidad de este concepto, en la teoría y en la praxis, con el vigor del desarrollo y la equidad distributiva.

2. La difusión del capital y la gestión autónoma

La transformación del sistema exige, ineludiblemente, elevar el ritmo de acumulación de capital reproductivo sobre todo a expensas del consumo de los estratos superiores. El uso social del excedente permite hacerlo al difundir la propiedad del capital a la fuerza de trabajo gracias al excedente de las grandes empresas que concentran la mayor parte de los medios productivos. En el resto de las empresas la mayor acumulación se haría por los mismos propietarios, pero a medida que se sube en la escala de capital, una proporción creciente tendría que corresponder a la fuerza de trabajo, a fin de evitar la concentración.

El cambio en la composición social del capital, que así iría aconteciendo en las grandes empresas, tendría que ir acompañado por la participación progresiva del capital hasta llegar a la gestión autónoma. Ciertos principios de este tipo de gestión podrían seguirse también en las empresas del Estado en condiciones especiales que los justifiquen.

Estos lineamientos atañen a países que han llegado a fases avanzadas de su desarrollo; en fases menos avanzadas el uso social del excedente podría asumir formas diferentes. De todos modos, en uno y otro caso habría que establecer adecuados incentivos para que tales transformaciones puedan cumplirse sin grandes trastornos. Esta última preocupación podría llevar a soluciones intermedias, una de las cuales podría consistir en promover la mayor acumulación, aun en las grandes empresas, en las mismas manos en que se realiza actualmente, acompañada de medidas de redistribución de una parte del excedente.

3. El mercado y la planeación

En el nuevo sistema todas las empresas, cualquiera que fuera su índole, podrían desenvolverse libremente en el mercado, de acuerdo con ciertas condiciones básicas de carácter impersonal establecidas por la acción reguladora del Estado, tanto en lo que concierne al uso social del excedente como a otras responsabilidades de aquél. Esta acción reguladora tiene que cumplir objetivos que el mercado no puede conseguir por sí mismo, pero que le permitirán lograr una gran eficacia económica, social y ecológica.

Los criterios que orienten la acción reguladora del Estado deben establecerse por medio de la planeación democrática. Planeación significa racionalidad colectiva, y ésta exige que el excedente se destine a acumular y redistribuir, así como a gastos e inversiones del Estado. La acumulación y la redistribución están unidas estrechamente, pues al absorberse con creciente productividad la fuerza de trabajo de los estratos inferiores, así como la que el sistema emplea espuriamente, irían mejorando progresivamente la productividad y los ingresos. Se trata de una redistribución dinámica, acompañada de otras formas directas de mejoramiento social en respuesta a perentorias necesidades.

La planeación exige una tarea técnica de la mayor importancia que no podría realizarse sin un alto grado de autonomía funcional, pero se trata de una tarea técnica, no tecnocrática, pues tiene que subordinarse a decisiones políticas tomadas democráticamente. Todo ello exige también transformaciones constitucionales en los mecanismos del Estado y nuevas reglas de juego que aseguren tanto estabilidad en el uso social del excedente como flexibilidad para responder a cambios importantes en la realidad.

4. Síntesis entre socialismo, liberalismo y estructura del poder

La opción transformadora que se esboza en estas páginas representa una síntesis entre socialismo y liberalismo; socialismo en cuanto serán materia de decisión colectiva el ritmo de acumulación y la corrección de las disparidades estructurales en la distribución del ingreso, y liberalismo, respecto de que la asignación de capital para responder a la demanda se realizará libremente en el mercado según decisiones individuales. Libertad económica, unida estrechamente a la libertad política en su versión filosófica primigenia.

Esta opción, como la que concentra la propiedad y la regulación en el Estado, requiere cambios muy importantes en la estructura del poder político. En el curso de las mutaciones de la estructura social, al poder de los estratos superiores se contrapone el poder redistributivo de los estratos intermedios y, eventualmente, el de los inferiores. Pero este poder redistributivo termina por estrellarse con aquel otro en la dinámica del sistema. Sin embargo, la crisis del sistema abre paso a su transformación, pues vuelve posible abatir el poder de los estratos superiores.

Estos cambios en la estructura del poder no podrían trasponer los límites de la periferia, pues las relaciones de poder entre ella y los centros, bajo la hegemonía de estos últimos, sobre todo del centro dinámico principal del capitalismo, no podrían transformarse a fondo por la sola acción periférica. El poder de los centros es considerable, y carece además de sentido de previsión, como lo están demostrando los graves trastornos de la biosfera. Acaso ellos tengan la virtud -como ha solido acontecer en las grandes crisis de la historia- de persuadir a los centros acerca de la necesidad de un gran sentido de previsión en sus relaciones con la periferia, también de un gran sentido de contención de su propio poder. Me inclino a pensar que de haberlo tenido el centro dinámico principal del capitalismo, se habría evitado acaso el desquicio monetario internacional.

Se ha desvanecido el mito de la expansión planetaria del capitalismo, lo mismo que el del desarrollo de la periferia a imagen y semejanza de los centros. También se está desvaneciendo el mito de la virtud reguladora de las leyes del mercado. Se necesitan grandes transformaciones, pero hay que saber para qué, cómo y para quién se transforma. Se requiere también una teoría de la transformación. Estas páginas, inspiradas por una gran necesidad de controversia y esclarecimiento, se proponen contribuir a la formulación de esa teoría.

Creative Commons License Este es un artículo publicado en acceso abierto bajo una licencia Creative Commons