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El trimestre económico

versão On-line ISSN 2448-718Xversão impressa ISSN 0041-3011

El trimestre econ vol.88 no.349 Ciudad de México Jan./Mar. 2021  Epub 18-Jun-2021

https://doi.org/10.20430/ete.v88i349.1207 

Otras voces

¿A qué se llama y con qué fin se critica al capitalismo?*

What is, and to what end do we criticize, capitalism?

Elmar Altvater* 

*Elmar Altvater (1938-2018), Instituto Otto-Suhr, Universidad Libre de Berlín, Alemania.


Resumen:

Con base en una célebre frase del filósofo Friedrich Schiller respecto de la historia universal, Elmar Altvater se pregunta de manera homónima sobre el capitalismo y reflexiona sobre la importancia de criticarlo. Analiza las transformaciones de este sistema económico desde que se originó en el siglo XVIII y aborda críticamente su funcionamiento actual, así como las consecuencias que ha tenido, en particular su falta de sostenibilidad en un mediano plazo. Plantea la vital importancia de que este sistema no únicamente se estudie desde la economía, sino desde una perspectiva multidisciplinaria que incluya otras ciencias sociales, como la política y la sociología, además de las ciencias naturales, con el fin de abarcar al capitalismo desde todos sus ángulos y abrir espacio para nuevas ideas.

Palabras clave: capitalismo; sostenibilidad; Schiller; Marx; Engels; economía política

Abstract:

Based on a famous phrase by the philosopher Friedrich Schiller about universal history, Elmar Altvater makes the same question regarding capitalism and reflects on the importance of criticizing it. He analyzes the transformations of this economic system since its origins in the 18th century and critically addresses the functioning of current capitalism and its consequences, particularly its lack of sustainability in the medium term. He suggests the vital importance of studying this system, not only from an economic point of view, but from a multidisciplinary perspective that includes other social sciences such as politics and sociology, as well as natural sciences in order to comprise capitalism from all its angles and open spaces for new ideas.

Keywords: Capitalism; sustainability; Schiller; Marx; Engels; political economy

Quienes tengan alguna familiaridad con el empirismo británico y no hayan olvidado que en 2005 celebramos el “año de Schiller” sabrán que el título de esta plática de despedida parafrasea el discurso inaugural de Friedrich Schiller como catedrático en la Universidad de Jena, del 26 de mayo del año revolucionario de 1789.1 Schiller buscaba responder a una pregunta que él mismo se planteó: “¿a qué se llama y con qué fin se estudia la historia universal?”. Desde luego, al espíritu idealista no le interesaba en lo absoluto la crítica al capitalismo, al cual sólo le concedió formas desarticuladas y prototípicas, lo que se suma a otros motivos. Schiller quería mostrar la larga trayectoria progresiva de la historia universal que iba “del cavernícola asocial [...] al pensador erudito, al cosmopolita hombre ilustrado”. La intención de Schiller era estudiar “cómo es capaz nuestro espíritu de salir del estado de ignorancia” o, como lo formuló Kant en aquellos mismos años, cómo se libera de “su culpable incapacidad” (Kant, 2000: 25).

En este estudio, Schiller utilizó una matriz implícita de cuatro campos. Del lado de las abscisas, distinguió entre los “eruditos comepan” y las “mentes filosóficas”. De los primeros se puede decir que son generalmente asesores políticos, técnicos aplicados e ingeniosos, cuyo horizonte intelectual no va ni un poco más lejos que el de sus clientes. Hoy también deberíamos incluir a los investigadores independientes que van brincando de un proyecto a otro y se ocupan principalmente de redactar propuestas de investigación e informes. De la misma forma, tendríamos que considerar en esta categoría a la multitud de arribistas del gremio, quienes evitan criticar al capitalismo no porque éste se haya transformado hasta volverse irreconocible, sino, más bien, porque dicha crítica podría ser perjudicial para el avance de su carrera en el mundo académico. Es precisamente de estos “eruditos comepan” de quienes Schiller distinguió a aquellas mentes cuyas “aspiraciones se dirigen a la perfección del conocimiento”.

En las ordenadas de la matriz implícita encontramos, por un lado, la “suma de los acontecimientos históricos”, así como la historia universal, la cual aporta un “principio teleológico a la historia del mundo” y se esfuerza por reconocer cómo el presente se produce de forma histórica. No sorprende que Schiller se situara a sí mismo en el campo de la matriz donde la mente filosófica estudia la historia universal. Los otros tres campos no son su tema; se los deja a los “eruditos comepan”. No se da cuenta de que las “mentes filosóficas”, con su perspectiva histórica universal, requieren la matriz completa para su propio trabajo y, en consecuencia, necesitan las tareas técnicas de los eruditos comepan y los resultados de los proyectos financiados con fondos externos. La redundancia es necesaria para la evolución del conocimiento, de la misma manera que los quintales de castañas crecen de frutos de los cuales puede crecer un nuevo árbol. La educación de élite y los centros académicos de excelencia son siempre los señalamientos en los callejones sin salida del progreso, de los cuales únicamente es posible escapar dando marcha atrás. El conocimiento y la ignorancia son gemelos, como veremos más adelante.

I. La anatomía de la sociedad burguesa

Karl Marx, un hombre culto, conocía bien el discurso inaugural de Schiller como académico, además de sus otros textos, que su amigo Friedrich Engels calificaba de “exaltaciones burguesas” (Marx y Engels, 1962a: 281). Ciertamente hay similitudes en las interpretaciones de la historia elaboradas por Schiller y por Marx. Schiller caracteriza al historiador universal como aquel que “a partir de la situación mundial más reciente, avanza en sentido contrario hacia el origen de las cosas”. En la introducción de Una contribución a la crítica de la economía política, Marx observa que “la anatomía del ser humano” es “una clave para entender la anatomía del mono. Las manifestaciones de formas superiores en las especies animales subordinadas solamente pueden comprenderse una vez que se entiende la categoría misma de la superioridad. De esta manera, la economía burguesa provee la clave de las antiguas, etcétera”, pero “de ninguna manera” esto es así en el caso del “tipo de economistas que difuminan todas las particularidades históricas y en todos los tipos de sociedades ven a la sociedad burguesa”, agrega a modo de aviso (Marx y Engels, 1961: 636). A propósito, casi 100 años después, Karl Polanyi hizo la misma crítica sobre la falta de perspectiva histórica de la economía burguesa en su discusión con la obra de Adam Smith (Polanyi, 2017).

Para cuando escribió Una contribución a la crítica de la economía política en 1857, Marx ya conocía el capitalismo en su estado de desarrollo más avanzado por su experiencia en Inglaterra. Igualmente, Friedrich Engels había escrito La situación de la clase obrera en Inglaterra (1845), libro en el que describía las miserables condiciones de trabajo y de vida del proletariado. Marx se encontraba en conflicto con las autoridades prusianas y se vio forzado a sufrir el destino de los migrantes. Además, el Manifiesto del Partido Comunista (1848) se había publicado casi 10 años antes que Una contribución a la crítica de la economía política.

En el Manifiesto del Partido Comunista, por un lado, se entona un himno al progreso del orden burgués en comparación con la apatía de la vida rural durante el feudalismo europeo. Por otra parte, Marx y Engels analizan con absoluta agudeza las tendencias del capitalismo hacia la crisis, así como su destructividad, y, sobre todo, muestran que el capitalismo no es en modo alguno una estructura social que yace al final de una secuencia progresiva de las civilizaciones en la historia universal. La sociedad capitalista tuvo un inicio y tendrá un final, pues habrá de convertirse en un obstáculo para el progreso y la emancipación de la humanidad. Por esta razón se vuelve sumamente necesario que los miembros del proletariado se unan sin importar las fronteras nacionales y dinamiten sus propias cadenas mediante una acción colectiva de clase, incluso si se trata de cadenas bañadas en oro. El capitalismo surgió de una revolución social histórica de trascendencia universal, de la cual la Revolución política de 1789 sólo constituye un episodio, y habrá de ver su fin mediante una revolución social liderada por el proletariado en ciernes.

En lo que al desarrollo del capitalismo se refiere, Inglaterra es la nación precursora desde cualquier perspectiva de donde se vea. Tanto el desarrollo económico y la exhibición de poder imperial como las fallas tectónicas de la sociedad, la miseria y la destrucción de las condiciones de vida proyectan para “los países menos desarrollados tan sólo la imagen de su propio futuro”. Marx hizo esta observación en el prólogo a la primera edición del primer volumen de El capital, en 1867. Esto bien lo pudo haber escrito un teórico de la modernización de la década de los sesenta del siglo XX o de la época de la transformación sistémica, hacia 1989, sobre todo si consideramos que Marx agrega que “una nación debe y puede aprender de las demás” (Marx y Engels, 1962b: 12 y 15). Dicha idea podría ser el lema de los “compradores de regímenes” que operan bajo los representantes actuales del concepto de las variedades del capitalismo. Sin embargo, nos encontramos también con la referencia a que, como consecuencia de “la expansión de los mercados nacionales al mercado global, ahora factible y cada día más establecida”, se instauró una nueva fase en el desarrollo histórico, y con ella surgió una nueva unidad de análisis: el mercado mundial, el sistema-mundo capitalista que comprende a las naciones (Marx y Engels, 1978: 56). El establecimiento de un mercado mundial y la “propagación” del modo de producción capitalista “vienen dados directamente en la noción del capital”, escribió Marx en los Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (1857-1858) (Marx, 1974: 311). En consecuencia, el capitalismo puede concebirse como capitalismo nacional y, por lo tanto, también ser objeto de comparaciones como tal, siempre y cuando no se lleve hasta sus últimas consecuencias, es decir, mientras el modo de producción capitalista no se vuelva global.

II. La explosión de la riqueza

El sistema global se transforma a medida que aumenta el número de naciones que sigue el modelo de las sociedades capitalistas más desarrolladas. Esto resulta evidente en la actualidad. El planeta es demasiado pequeño para satisfacer todas las demandas de recursos de las naciones emergentes, o para soportar la cantidad creciente de desechos, de aguas residuales y de aire contaminado, en resumen, los residuos de la producción del sistema capitalista. Esto quiere decir, de forma amargamente irónica, que necesitamos no uno sino cinco planetas para que realmente sea posible propagar el modo de operación y el estilo de vida de la modernidad capitalista en todo el mundo. De este modo, la competencia en los mercados se vuelve cada vez más intensa y los esfuerzos de las empresas por ser capaces de competir desatan una verdadera carrera de ratas: una “carrera de poseídos”. Únicamente unas pocas naciones se encuentran en el podio; muchas van a parar a la cuneta durante el rally, y sólo pueden salir de ahí con dificultades -y muchas veces jamás lo logran-.

Ahora, en este contexto surgen varias preguntas. ¿Qué es lo que lleva al capitalismo hasta sus últimas consecuencias? ¿Cuál es el verdadero motor de “la tendencia propagandística” capitalista? Difícilmente se trata aquí de la reflexión de una mente filosófica, sino más bien de procesos prácticos de transformación social. En éstos fueron decisivas las nuevas técnicas de la Revolución industrial, el uso generalizado de las fuentes de energía fósiles, es decir, lo que Marx designó como “la subsunción real del trabajo al capital”. De hecho, esta singularidad se puede ver en que la lenta evolución de todas las formas de vida y de las sociedades desde la Revolución industrial haya sido superada por el crecimiento acelerado de la economía. El estadístico noruego Angus Maddison (2001) hizo un “estudio del milenio” para la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) donde calculó que el crecimiento anual de la economía desde la Revolución industrial hasta el día de hoy ha sido de alrededor de 2.2%; es decir, se trata de un crecimiento más de 10 veces mayor que el crecimiento económico que tuvo lugar en los dos milenios anteriores.

Sobre la época anterior a la Revolución industrial, el historiador de la economía Carlo M. Cipolla escribe que ésta “se caracterizó por una continuidad fundamental” que se mantuvo “incluso tras cambios tan profundos como lo fueron el ascenso y la caída del Imperio romano, del islam y de las dinastías chinas”. Cipolla (1980: 2) cita al filósofo de la ciencia británico Conrad Hal Waddington:

Si un antiguo romano hubiera regresado al mundo ochocientos años más tarde, se habría encontrado con una época que hubiera podido comprender sin mayores dificultades. Horacio no se hubiera sentido fuera de lugar si hubiera sido huésped de Horace Walpole,2 y Catulo se hubiera sentido como en casa en el Londres del siglo XVIII: entre sus carros, damas y noches alumbradas por lámparas de gas.

Esta continuidad, como añade Cipolla, “se interrumpió entre 1750 y 1850 [...] El año de 1850 marcó el momento en el que el pasado ya no pasó más: murió”.

Las tecnologías industriales que surgieron como consecuencia del dominio mundial del racionalismo europeo, así como las fuerzas que éstas movilizaron resultaron ser de enorme utilidad para la conformación social del capitalismo. Las energías fósiles pasaron a ocupar el lugar de los recursos bióticos. El crecimiento económico se encuentra en la actualidad inscrito en la estructura social como acumulación del capital. En absoluto contraste con las sociedades precapitalistas, es completamente normal que las economías se adentren en crisis y los políticos entren en pánico cuando hay una carencia de crecimiento económico. Se adora al crecimiento económico como a un fetiche, pese a que esta adoración cobra una factura alta, ya que se transgreden límites sociales y ecológicos. El “proceso de destrucción”, sobre el que advierte Marx al final del capítulo sobre la “gran industria” en el primer volumen de El capital, no trae consigo el rayo de esperanza de la destrucción creativa, como lo imaginó Joseph A. Schumpeter cuando volvió la mirada hacia las innovaciones tecnológicas. La acumulación capitalista, más bien, socava “todas las fuentes de riqueza” -dicho de otra forma, “la tierra y a los trabajadores”- (Marx y Engels, 1962b: 529). No es posible entender el proceso económico de acumulación y crecimiento mientras sus destructivos efectos secundarios en términos sociales y ecológicos permanezcan del otro lado del horizonte de los intereses científicos. Sólo quienes estudien la relación entre política, sociedad, economía y naturaleza -en otras palabras, las relaciones sociales con lo natural- podrán entender las dinámicas y las contradicciones del capitalismo, es decir, su historia universal.

El anterior es un problema adecuado para la mente filosófica, la cual debe trabajar inevitablemente entre las fronteras disciplinarias. Esta situación resulta en que sea poco apreciada entre los eruditos comepan, quienes la presionan para que acate los límites de la disciplina. En su análisis sobre la teoría de la cultura “enérgica” de Wilhelm Ostwald, Max Weber dijo lo siguiente sobre estas mentes transfronterizas: “Tengo buenos fundamentos para no lanzarles piedras a las personas que dan algún paso en falso cuando cruzan los ceñidos límites de su especialidad, pues hoy en día estas experimentaciones con los marcos conceptuales propios en regiones fronterizas y vecinas son progresivamente inevitables y, por lo tanto, es fácil cometer errores” (Weber, 1985: 424). Éste es un lema que debería enmarcarse y colocarse en los escritorios de todos los politólogos y científicos.

III. El autismo de la economía de mercado capitalista

En su estudio de la relación entre economía, política, sociedad y naturaleza, Marx realizó una contribución interdisciplinaria invaluable al desarrollar la categoría del carácter doble de las mercancías, del trabajo y de la producción. Los procesos económicos son, al mismo tiempo, de creación de valor y de uso; por lo tanto, tienen lugar en la esfera “monetaria”, en el espacio económico moldeado por el capitalismo, y constituyen modificaciones de las materias primas y las energías. Es decir, son transformaciones de la naturaleza externa de los seres humanos y, en consecuencia, también de su naturaleza interna. Tal carácter dual de las actividades sociales rara vez -y en realidad nunca- se toma en cuenta en las teorías económicas de las corrientes principales.

Esto sucede porque la teoría económica eligió como su objeto de estudio una economía de mercado capitalista “desarraigada” de los contextos sociales y naturales, y desprovista de un espacio y un tiempo concretos; un mundo de bienes escasos y Homines economici que actúan con una racionalidad europea, tan autista como aquello que la red de economistas postautistas critica del neoclasicismo y el neoliberalismo. El carácter doble del trabajo, la producción y los productos que Marx descubrió exige una ciencia que comprenda los procesos económicos como una parte más de las transformaciones sociales, políticas y naturales, una ciencia sistémica, por decirlo de algún modo, o mejor aún: holística. La economía política es una sociología crítica que debe tender puentes hacia las ciencias naturales y considerar campos como la física termodinámica, por ejemplo. La economía política es una ciencia para trabajadores transfronterizos de la disciplina.

En su célebre y muchas veces malentendido capítulo sobre el carácter fetichista de las mercancías y el dinero, Marx demuestra a qué grado la economía mundial adquiere la apariencia de una coacción necesaria que se impone a las personas, pese a que ellas mismas la crean, como al feitiço (el concepto de fetiche proviene originalmente del portugués).3 La apariencia de objetividad de esta coacción se ha arraigado profundamente en la consciencia, así como en el subconsciente de las personas. Todos y cada uno de los analistas que nos deleitan en la televisión con los secretos del mundo de las finanzas son fetichistas: “la voz de su amo”.4 Y los amos son los mercados, sobre todo los financieros. Éstos reciben un trato de sujetos pensantes: incluso son venerados como tales. Los mercados hablan, exigen y esperan, amenazan y castigan, satisfacen y decepcionan. Con sus señales, puntos de referencia, marcadores y evaluaciones por pares, son la medida de todas las cosas.

IV. Los “molinos de Satanás” de los mercados desarraigados

El desarraigo de los mercados de la sociedad, la política y la naturaleza es un fenómeno reciente, como lo explica Karl Polanyi en su obra de 1944 La gran transformación: Los orígenes políticos y económicos de nuestro tiempo. Antes del periodo revolucionario que fue el siglo XVIII, la economía estaba integrada en la totalidad de la historia humana y, por lo tanto, no podía existir independientemente de la sociedad ni mutar a una coacción económica. Esto explica, en cierta medida, el lento avance del desarrollo económico anterior a la Revolución industrial. Los mercados independientes y desarraigados de la sociedad son “molinos de Satanás”. Es posible entrever el poder de los molinos de Satanás al leer las novelas de Charles Dickens sobre la miseria de la clase trabajadora -por ejemplo, Oliver Twist (1838)- o las de Émile Zola sobre las crisis financieras tempranas -El dinero (1891)-, o, igualmente, si se presta atención a los informes de los inspectores de fábricas que cita frecuentemente Marx en El capital para ilustrar su crítica a la economía política. Así también es posible entender la amargura que se manifiesta en la ya citada referencia al final del 13° capítulo de El capital sobre la destrucción de “todas las fuentes de riqueza, de la naturaleza y del trabajo vivo”.

No obstante, tampoco existe una cara opuesta luminosa, es decir, la dinámica única del capitalismo de la historia de la humanidad, pues la estructura social del capitalismo, el funcionamiento de los mercados desarraigados, el racionalismo europeo -que se puede manifestar en la tecnología moderna de los sistemas industrializados- y el uso extendido de las fuentes de energía fósiles son inherentes. Alain Lipietz designó esta congruencia sistémica como una coincidencia o un “hallazgo histórico” afortunado. De esta manera fueron posibles la enorme aceleración del desarrollo y las transformaciones radicales de la economía y la sociedad, de la política y la cultura que postula Cipolla, y, por último, pero no menos importante, de la naturaleza del planeta Tierra. Todo lo que es posible será también realidad, dijo Günther Anders. Los “creadores” que se encuentran entre nosotros se están ocupando de ello. A partir de entonces, el sistema-mundo capitalista pudo crecer de forma muy acelerada en el tiempo y expandirse ampliamente en el espacio.

Mientras tanto, las plantas de molienda de los molinos de Satanás siguen su curso, funcionando mediante energías fósiles y nucleares. Sin embargo, existen movimientos sociales y políticos en contra de la destrucción de la fuerza de trabajo y la naturaleza. Karl Polanyi también describe estos movimientos. Las sociedades o, mejor dicho, los movimientos sociales como los sindicatos se defienden, y el sistema de instituciones políticas se transforma a partir de movimientos evolutivos y rara vez revolucionarios (tan difícil es andar erguido, observa Ernst Bloch) para echarle arena al engranaje de los molinos de Satanás. El Estado está “dominado” por reglas para la protección de la fuerza de trabajo, como escribe Marx en el capítulo sobre la lucha por la jornada laboral en El capital. Fue la lucha de las clases trabajadoras organizadas en partidos y sindicatos la que consiguió el establecimiento del Estado de bienestar moderno. Con éste vino más tarde la llamada “ambigü̈edad del reformismo”: los logros conquistados tras los conflictos en torno a la regulación estatal social deben ser defendidos en el interior del sistema de las instituciones estatales en contra de las fuerzas que no cesan de empujar la rueda de la historia hacia atrás y que tienen la intención de materializar el destino del capital mediante el cumplimiento de las “coacciones” de los mercados.

De aquí que los Estados de bienestar modernos sean vehículos formidables para la integración de los movimientos sociales. Asimismo, a medida que los Estados de bienestar se siguieron desarrollando hasta convertirse en Estados intervencionistas, principalmente en la época posterior a la segunda Guerra Mundial, pudieron ocuparse de las crisis de la economía capitalista por medio del dinero, el poder y el derecho. No obstante, el Estado de bienestar intervencionista es simultáneamente un Estado-nación. Como nos enseñaron los debates sobre el “fordismo”, influidos por las teorías de la regulación, dicho Estado funcionó relativamente bien durante algunas décadas en el siglo XX -hasta los años setenta en los países industrializados-, si bien no estuvo libre de crisis ni conflictos. Sin embargo, desde aquel entonces el mundo ha atravesado un proceso de transformación profundo. Surge la consciencia de que los movimientos opositores a los molinos de Satanás fueron moderados por el Estado-nación. Empero, como el personaje de Sansón en la Biblia cuando le cortan el pelo,5 el Estado perdió la fuerza de la regulación política a medida que la “tendencia propagandística del establecimiento del mercado mundial” dejó de “estar dada” solamente en el concepto del capital y saltó a la realidad del capitalismo. “Es la globalización, estúpido.”6 Desde aproximadamente mediados de los años setenta la globalización ha socavado las regulaciones sociales de los Estados nacionales. El contra-movimiento político de Polanyi en oposición a los molinos de Satanás que representan los mercados desarraigados se bloquea o se desvive infructuosamente. Aumenta el desempleo en los mercados de trabajo alrededor del mundo. Las relaciones laborales normales del trabajo formal se erosionan y la economía informal se extiende. Crece el número de ocupaciones precarias. Con ello se cumplen las condiciones necesarias para que desaparezca lo que Ralf Dahrendorf llamó “el compromiso institucionalizado entre las clases”, y, más aún, para que sus restos terminen políticamente liquidados. Esto sucedió en la República Federal de Alemania con las reformas Hartz.7 También los mercados financieros son como una muela de molino en la que pueden caer y perderse sociedades enteras. Las crisis financieras de las décadas pasadas en Asia, Rusia o América Latina le han costado a la población actual de dichas regiones entre 20 y 60% del producto nacional.

V. Poder y consenso

Este golpe de timón en el desarrollo que se dio desde los años setenta ha transformado radicalmente las estructuras de poder a nivel mundial. El concepto de hegemonía de Antonio Gramsci resulta particularmente fructífero y útil para comprender estos cambios. La hegemonía no descansa únicamente sobre el poder, sino también en el consenso. Esta idea coincide con la terminología de Weber sobre la dominación y la obediencia. Weber emplea una definición maravillosamente clara: por “dominio” debemos entender aquí el estado de las cosas: que una voluntad manifiesta (“el mandato”) de los “dominadores” busca influir en el actuar de los demás (los “dominados”) y, en efecto, también en la manera en que este actuar se desarrolla en un grado socialmente relevante, como si los dominados hubieran hecho del mandato, por sí mismo, la prioridad de su actuar (“la obediencia”) (Weber, 2014).

Es así como la hegemonía tiene dos sujetos activos: los dominadores, quienes tienen a su disposición los medios económicos, militares, etc., y los dominados, quienes tienen como objetivo alcanzar compromisos mediante sus prácticas sociales y políticas. Es verdad que el consenso se institucionaliza; sin embargo, no se instituye como un constructo de larga duración, si bien no hay que subestimar la persistencia de las instituciones. Hoy en día, en las ciencias políticas y sociales se acostumbra analizar las relaciones dialécticas y activas entre dominar y ser dominado con la categoría foucaultiana de gubernamentalidad.8 El “lugar” social de las disputas por la hegemonía es, ante todo, la sociedad civil.9

No obstante, a nivel mundial actúan no sólo actores de la sociedad civil, sino sobre todo Estados, organizaciones internacionales y actores del mercado, es decir, consorcios y fondos que operan de manera trasnacional. Esto quiere decir que Max Weber (2014) tenía razón cuando, en su definición del poder, puso un énfasis especial en la importancia de su dimensión económica:

la dominación es [...] un caso particular del poder [...] La disposición sobre los bienes económicos y, por lo tanto, sobre el poder económico [es] una consecuencia común, y con frecuencia sistemática e intencionada, del dominio y, del mismo modo, es con frecuencia uno de sus medios más importantes. No todas las formas de “dominación” hacen uso de medios de poder económico para su fundación y conservación, aunque éste es en la gran mayoría de ellos precisamente la forma de dominación más importante de cualquier tipo, y con frecuencia lo es a tal grado que la forma de usar los medios económicos con el fin de conservar el dominio influye, por su parte, de manera determinante en la estructura de dominación.

Nos encontramos ahora en la arena que estudia e investiga la “economía política internacional”. Siguiendo a Friedrich Schiller, debemos preguntarnos aquí ¿con qué fin la economía política internacional se ocupa de esta investigación? Se puede responder lo siguiente de manera general: para observar las transformaciones de las estructuras de poder sociales, políticas y económicas; para comprender las transformaciones de las condiciones de reproducción de la violencia y la reacción contra ésta o las disputas por la hegemonía en el sistema-mundo capitalista. Algo que en este espacio sólo cabe mencionar es que una respuesta tan amplia hace necesarias una segmentación del tema; una discusión crítica del concepto y la realidad del capitalismo, así como una serie de preguntas sobre el método.

VI. La capacidad de apropiación y la finitud de los recursos

¿En qué se basa el poder económico en un orden mundial determinado por el capitalismo? En primer lugar, en el derecho de propiedad de los medios de producción; en los patrimonios monetarios y las infraestructuras de producción, y en las propiedades inmobiliarias. Es decir, en la disposición de la tierra y los territorios, y, ahora más que nunca, en la propiedad intelectual; todo ello regulado mediante tratados nacionales e internacionales -desde la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI) hasta la Organización Mundial del Comercio (OMC), el Acuerdo General sobre el Comercio de Servicios (AGCS) y los miles de tratados bilaterales de inversiones (TBI)-. La propiedad no es una categoría estática y primordialmente jurídica. No tiene valor sin el acto de la apropiación y, en consecuencia, todo depende de que se garantice el proceso de la apropiación de un excedente, de una plusvalía en la producción y la acumulación. El excedente se reparte en la esfera de la distribución mediante los mecanismos económicos del mercado. Es por esto que es común escuchar a las naciones más poderosas en el mercado mundial entonar la cantaleta del libre mercado, sobre todo una vez que han “pateado” al suelo la escalera por medio de la cual otras naciones, obedeciendo la doctrina de las teorías modernizadoras, pensaban seguir sus pasos -como comenta el economista coreano-británico Ha-Joon Chang (2011) cuando cita al alemán Friedrich List, opositor de la doctrina clásica del libre comercio-. Cada ronda de negociaciones de la OMC es una cátedra sobre el libre comercio como ideología y como una política de intereses brutal con la que los países y los bloques económicos ricos les dan gato por liebre a los países pobres, como ocurrió recientemente en Hong Kong. Es así que no debería de extrañar a nadie que los beneficios comerciales calculados por las organizaciones internacionales recaigan abrumadoramente en las naciones ricas, mientras que a los países pobres que participan en el comercio internacional sólo les quedan migajas.

Con tal de garantizar la apropiación, los poderosos también están dispuestos a movilizar fuerzas políticas militares; es decir, no dependen solamente de la “presión externa de la competencia” del mercado o de la “fuerza silenciosa de las relaciones económicas” (Marx y Engels, 1962b: 366 y 765). La historia de la violencia en el capitalismo es demasiado larga para contarse en un discurso de despedida, además de que acabaría con cualquier ápice de alegría que hubiera en este espacio. Somos testigos de una era de violencia, terror, torturas y guerras. El sistema-mundo capitalista parece estarse hundiendo en un caos dantesco. Éste es el pronóstico analítico de los proponentes de la teoría del sistema-mundo, como Immanuel Wallerstein; desafortunadamente, quisiera señalar aquí de forma prescriptiva, no se trata de una predicción desatinada.

Una razón importante para dicho pronóstico es que el “hallazgo histórico” afortunado, la congruencia entre racionalidad, tecnología, mercado, estructuras capitalistas y fuentes de energía fósiles, se está desvaneciendo, pues el petróleo y otros combustibles fósiles se están acabando. Muchos hablan de que en pocos años pasará el punto culminante de la industria de extracción de petróleo (peak oil). Es cierto que sigue habiendo este recurso, pero los yacimientos que se descubren cada año no son suficientes para satisfacer su demanda anual, de modo que las reservas van declinando. Esto sucede en el contexto de una demanda creciente de petróleo, pues todos los países recientemente industrializados, como la India y China, se han vuelto dependientes del impulso al crecimiento, así como de las condiciones del modelo de consumo y movilidad occidentales. Por su parte, los países que ya se encuentran en un estado de industrialización avanzado en América del Norte y Europa Occidental no parecen realmente dispuestos a reducir su demanda.10

Ya hoy en día nos encontramos con una probada amarga de los conflictos que podrían resultar de la situación mencionada en el párrafo anterior: un ejemplo es el existente en torno al proyecto del gasoducto que atravesará el mar Báltico para conectar directamente Rusia y Alemania; otro es la disputa entre Rusia y Ucrania por los derechos de tránsito y los precios del gas natural. Además de esto, se están agudizando los enfrentamientos sobre la formación de precios y la moneda para llevar a cabo las cuentas petroleras. Como sucedió a principios del siglo XIX, ha comenzado un nuevo Gran Juego;11 esta vez, gira en torno al acceso a los recursos petroleros y a su distribución. Sin embargo, en esta ocasión el “campo de batalla” no se limita a la región del Cáucaso, sino que alcanza dimensiones globales: desde América Latina, donde Hugo Chávez intenta imponer una integración económica latinoamericana mediante redes de energía continentales tras el fracaso del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), hasta Asia Oriental, donde China construye un gasoducto que conecta a este país con Asia Central. Así, se esperan enfrentamientos violentos. El Gran Juego es un juego de suma cero, y eso lo entienden muy bien los Estados Unidos: su unilateralismo tiene un fundamento sumamente racional, y no se trata de una maña del gobierno especialmente reaccionario de George W. Bush.

La ya discutida congruencia entre el capitalismo y la explotación de las fuentes de energía fósiles se revela ahora como una trampa. Las energías fósiles tienen una medida natural. A esto se refería, con toda la razón, el Club de Roma a principios de los años setenta,12 incluso si se equivocó en cuanto a los elementos cuantitativos. La disponibilidad y la capacidad que tienen los sistemas naturales para procesar los productos de la combustión, principalmente el dióxido de carbono, son limitadas. Pero el sistema social capitalista es autorreferencial y, en consecuencia, desmedido: es un “autómata” que, como escribió Karl Marx, posee “la cualidad secreta innata [...] de generar plusvalía en una progresión geométrica” (Marx y Engels, 1964: 412). Esta desmesura es un tema de preocupación desde Aristóteles, quien se vio en la necesidad de distinguir entre la economía doméstica moderada (y natural) y la economía financiera desmedida (y antinatural).

Desde la perspectiva de la historia universal, el diagnóstico del presente como parte de la historia de larga duración (usando la expresión de Fernand Braudel)13 del capitalismo global desde la Revolución industrial saca a la luz una paradoja extraordinariamente relevante en términos políticos. A medida que el crecimiento en el tiempo y la expansión en el espacio del modo de producción capitalista comienzan a encontrarse con límites, la necesidad de superarlos se vuelve cada vez más apremiante. Esta necesidad de superación de los límites al capitalismo ha sido adoptada incluso en los catálogos normativos de la “buena gobernanza”, y ésta se valora con base en qué tanto puede un gobierno incrementar las tasas de crecimiento. Esta paradoja ya no se puede resolver mediante la crítica inmanente o ideológica. Lo que se necesita es una crítica materialista que, además de las formas de pensamiento, examine las relaciones sociales de las que surgen las ideologías.

VII. Ciencia chatarra: la prueba del pudín

No voy a concluir este discurso de despedida sin explicar por qué he estado soltando tantos nombres a lo largo de esta reflexión. No lo he hecho con el fin de simular erudición ni de caer en la fanfarronería académica -la cual Wolf Wagner, en este mismo instituto, ha criticado por más de 30 años-. Más bien, los pensadores de nuestra disciplina a los que he mencionado son, como ya lo dijo Marx, los gigantes en cuyos hombros nosotros nos paramos. Sería un error desdeñarlos, pues nos alimentamos de su acervo de conocimientos. Es necesario que volvamos a acostumbrarnos a leer con interés, discutir con curiosidad, plantear preguntas y escribir de forma crítica, del mismo modo que debemos tener presente la importancia de cocinar bien, de comer y beber bien: la ciencia chatarra, como la comida chatarra, mejor se la dejamos a la derecha. No vamos sólo tras el pan, como los eruditos comepan; queremos también un buen postre: un pudín, por ejemplo.

Pero ¿en qué consiste la prueba del pudín? Como dice el dicho: en comerlo. Solamente probándolo podemos determinar qué tan bien sabe el pudín. Es así de sencillo. Este refrán inglés, que es común encontrar en proverbios británicos, lo tomé de una obra de Friedrich Engels. En su tratado “Sobre el materialismo histórico” (1892-1893), Engels incluye una cita de Fausto de Goethe (1977: 142): “En el principio era la Acción”, y agrega: “la acción humana ya había resuelto el problema mucho antes de que la perspicacia humana lo descubriera. La prueba del pudín consiste en probarlo” (Marx y Engels, 1977: 296). Ahora, con el fin de utilizar criterios de calidad para hablar de comida, los tejidos nerviosos del gusto, las células relacionadas con los sentidos y la mente misma se deben aguzar, además de que se deben reunir y comparar múltiples experiencias: es necesario tener una “mente filosófica” y ser un sibarita culinario. Entonces surge una respuesta aparentemente sencilla a la pregunta ¿a qué se llama y con qué fin se critica al capitalismo? Criticamos al capitalismo con una intención pragmática porque debemos transformar al mundo si queremos que se preserve. La historia no ha llegado a su final. Hay alternativas. Es necesario imaginarlas, llevarlas a cabo y luchar por su materialización en la práctica social, que hoy en día es una praxis interconectada a nivel mundial.

VIII. Teóricos en el estudio y prácticos en la política

La dimensión práctica de la crítica al capitalismo debería poder explicarse y estudiarse. Es decir, este discurso de despedida podría convertirse en el preludio de un discurso inaugural al estilo de Schiller. Quizás esta afirmación sorprenda al lector; sin embargo, es pertinente leer aquí lo que dijo Michel de Montaigne (1533-1592) acerca del asombro o la admiración en el tercer libro de sus Ensayos -específicamente en su ensayo número XI: “De los cojos”-: “la admiración es el fundamento de toda filosofía; la investigación, el progreso; la ignorancia, el fin. Y hasta existe alguna ignorancia sólida y generosa que nada debe en honor ni en vigor a la ciencia, la cual, para ser concebida, no exige menos ciencia que para penetrar la ciencia misma”.14 Nos esmeramos en nuestros análisis de las dinámicas capitalistas echando mano de las capacidades intelectuales que tenemos a nuestra disposición. En este proceso crece nuestra sabiduría, pero también nuestra ignorancia. Nicolás de Cusa resumió esta idea en su concepto paradójico de la docta ignorantia o ignorancia docta.15 De este modo, es decepcionante darse cuenta de que la crítica al capitalismo no es un conocimiento completamente certero que sólo es necesario transformar en praxis.

Sin embargo, una noticia buena y esperanzadora es que el conocimiento sobre la ignorancia docta -a diferencia de la necedad, desafortunadamente extendida y, francamente, epidémica- abre espacios de libertad para la práctica política y, en consecuencia, para nuevos conocimientos teóricos en la investigación colectiva.

Referencias bibliográficas

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*Publicado originalmente como E. Altvater (2006). Was heißt und zu welchem Ende betreiben wir Kapitalismuskritik? Blätter für deutsche und internationale Politik, 6(4), S. 457-468. Recuperado de: https://www.blaetter.de/ausgabe/2006/april/was-heisst-und-zu-welchem-ende-betreiben-wir-kapitalismuskritik. Este texto reproduce el discurso que dio Elmar Altvater el 18 de enero de 2006 en su despedida del Instituto Otto-Suhr de Ciencia Política de la Universidad Libre de Berlín. [Traducción del alemán al español por Bárbara Pérez Curiel.

1El discurso al que se refiere Altvater se titula “¿A qué se llama y con qué fin se estudia la historia universal?”; se puede encontrar en español en Schiller (1956). [Nota de la traductora.]

2Horace Walpole (1717-1797), escritor británico (autor de El castillo de Otranto, 1764) y IV conde de Orford. [Nota de la traductora.]

3“Hechizo”, en portugués. [Nota de la traductora.]

4“His master’s voice”, en el original. Esta frase hace referencia a la pintura homónima del artista inglés Francis Barraud, en la que un perro llamado Nipper escucha atento a un fonógrafo de cilindro del que proviene la voz grabada de su amo. [Nota de la traductora.]

5“Libro de los jueces”, en el Antiguo Testamento capítulos 12 a 16. [Nota de la traductora.]

6“It’s the globalization, stupid”, en el texto original. Esta cita hace referencia a una famosa frase acuñada en 1992 por James Carville, estratega de la campaña presidencial del ex mandatario estadunidense Bill Clinton, en su contienda contra George H. W. Bush. [Nota de la traductora.]

7En 2002 el antecesor de Angela Merkel como canciller alemán, el socialdemócrata Gerhard Schröder, aprobó el proyecto de reforma laboral Agenda 2010, también conocido como las reformas Hartz, por Peter Hartz, presidente de la comisión de expertos que las ideó. Hartz también era jefe de personal de la multinacional Volkswagen en 2007, cuando fue condenado a prisión por corrupción. [Nota de la traductora.]

8Michel Foucault elaboró el concepto de la gouvernementalité o gubernamentalidad en los primeros años de la década de los ochenta. [Nota de la traductora.]

9Las transformaciones socioeconómicas y políticas que han tenido lugar a partir de la primera mitad del siglo XX se iluminan de pronto cuando recordamos que, ya en los años veinte, Theodor Geiger había elaborado una cartografía de la empresa —y jamás de la “sociedad civil”— como “sitio cardinal” de los conflictos sociales.

10Para más detalle, véase Altvater (2005a, 2005b, 2006).

11“Great Game”, en el original. Este concepto hace referencia a una época de rivalidades entre los intereses expansionistas del Imperio británico y el Imperio ruso en Asia Central. El Gran Juego tuvo lugar a lo largo del siglo XIX y se extendió a los primeros años del XX. [Nota de la traductora.]

12El Club de Roma es una organización no gubernamental establecida en 1968 en dicha ciudad por figuras prominentes de los ámbitos científico, político, económico y financiero. En 1972 comisionó el famoso reporte Los límites al crecimiento, que advertía sobre la necesidad de desacelerar la producción a niveles sostenibles para el planeta. [Nota de la traductora.]

13La corriente historiográfica francesa de la Escuela de los Annales, a la que perteneció Braudel, utiliza la noción de longue durée o larga duración para hacer referencia a una perspectiva histórica que se enfoca en estructuras amplias en lugar de eventos de escala temporal más corta. [Nota de la traductora.]

14Michel de Montaigne, “De los cojos”, en Ensayos de Montaigne seguidos de todas sus cartas conocidas hasta el día, vols. I y II, Constantino Román y Salamero (trad.), Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, Alicante, 2003. Edición digital basada en la de Ensayos de Montaigne seguidos de todas sus cartas conocidas hasta el día, vol. 2, Casa Editorial Garnier Hermanos, París, 1912. Recuperado de: http://www.cervantesvirtual.com/nd/ark:/59851/bmcqz259 [Nota de la traductora.]

15El filósofo y teólogo medieval Nicolás de Cusa desarrolló este concepto en su ensayo La docta ignorancia (1440). Se puede consultar en español en Nicolás de Cusa, La docta ignorancia, Manuel Fuentes Benot (trad. y pról.), Aguilar, Buenos Aires, 1957.

Recibido: 12 de Junio de 2020; Aprobado: 04 de Agosto de 2020

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