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El trimestre económico

versión On-line ISSN 2448-718Xversión impresa ISSN 0041-3011

El trimestre econ vol.87 no.348 Ciudad de México oct./dic. 2020  Epub 05-Mar-2021

https://doi.org/10.20430/ete.v87i348.1173 

Artículos

Julio López Gallardo (1941-2020). Algunos recuerdos

Julio López Gallardo (1941-2020). Some memories

José Valenzuela Feijóo* 

*Departamento de Economía, Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa (correo electrónico: jovafe@prodigy.net.mx).


Resumen

Esta nota recuerda tiempos clave de la vida y la obra de Julio López Gallardo, el gran economista latinoamericano recientemente fallecido. Apunta a momentos históricos como el Chile de Allende, el golpe militar de Pinochet y el asilo político de Julio López Gallardo en México, donde adoptó la nacionalidad. Se refiere en especial a los fundamentos teóricos que moldearon su actividad académica, básicamente asociados a M. Kalecki, el gran economista polaco, de quien se considera su más destacado discípulo.

Palabras clave: Julio López Gallardo; Salvador Allende; Miguel Enríquez, Marx; Kalecki; Keynes; capitalismo; empleo; demanda efectiva

Abstract

This text recollects key moments of the life and work of Julio López Gallardo, the recently deceased great Latin American economist. It points to historical moments such as Allende’s Chile, Pinochet’s military coup, and Julio López Gallardo’s political asylum in Mexico, where he adopted the nationality. It refers especially to the theoretical foundations that shaped his academic activity, associated with M. Kalecki, the great Polish economist, of whom he is considered his most outstanding disciple.

Keywords: Julio López Gallardo; Salvador Allende; Miguel Enríquez; Marx; Kalecki; Keynes; capitalism; employment; effective demand

¿Qué misteriosa fuerza de gravedad hizo caer

la hoja de papel que estaba en la mesa?

X. Villaurrutia

La adolescencia: el Barros Arana

Conocí a Julio (que venía de Osorno, del frío sur chileno, hijo de Julio y de Ernestina) mientras cursábamos el equivalente a las “preparatorias” mexicanas. Fue en el ya mítico Internado Nacional Barros Arana, de Santiago. No coincidimos en salón, pero entablamos alguna amistad. Lo recuerdo por su lengua ágil e ingeniosa, por su vestir algo desastrado, por su afición al billar y las novelas policiales. Por esos patios centenarios, valga apuntar, pasaron matemáticos, médicos e ingenieros insignes; poetas geniales, como Nicanor Parra, y un rutilante grupo de economistas de talla latinoamericana: Jorge Ahumada, Pedro Vuskovic, Osvaldo Sunkel y varios más. Tuvimos compañeros notables: Óscar Cuéllar (jurista y sociólogo), Pío García (diplomático y politólogo), Máximo Lira (matemático insigne, ingeniero y economista), Luis Maira (internacionalista y político brillante), los Ward Cantwell (José y Lee, matemático e ingeniero, respectivamente), Federico Schopf, el gran poeta de nuestra generación.

Con todos ellos nos seguimos juntando de uno u otro modo, en éste u otro lugar del mundo (creo que, mucho después, Óscar Cuéllar decía que “nos globalizaron a la fuerza”), y siempre cantando el himno de nuestro gran colegio: “¡dondequiera la vida nos llame / como hermanos sabremos obrar. / Y honraremos tu nombre, internado, /combatiendo en las lides del bien”. Vaya que Julio le hizo honor a tan hermosos versos.

Estudios universitarios

Entramos a la Universidad de Chile, Facultad de Economía. Allí tuvimos algunos profesores “monetaristas” émulos de Milton Friedman y, en macro, algunos keynesianos en la onda de la IS/LM de Hicks-Hansen. Pero lo predominante o lo que más nos interesaba era el “estructuralismo cepalino”. Asistimos a clases con Aníbal Pinto, Jorge Ahumada y Pedro Vuskovic (que nos daba Estadística y Programación Económica); con Carlos Oyarzún, Osvaldo Sunkel y Celso Furtado, y hasta a unas cuantas horas con Prebisch. Alguna vez escuchamos a Noyola, el gran economista de México, y asistimos a unas grandes polémicas en que Pinto destrozaba a los enviados del Fondo Monetario Internacional (FMI) de la época. Eran rutilantes y casi siempre nos dejaban con la boca literalmente abierta. En esos tiempos, la atmósfera era curiosa, muy diferente a la neoliberal: si alguien hablaba de libre mercado y competencia, nos causaba una mezcla de risa y de lástima. En los primeros años, Julio siguió con su antiguo modo: estudiar sólo lo necesario, salvo uno que otro tema. Sufrió la pérdida de su mamá en el terrible terremoto de mayo de 1960 (de 9.5 grados, el mayor de la historia). Pero ya en los últimos años encendió sus motores y empezó a estudiar más y más, y sus calificaciones fueron las máximas. Como decía nuestro común amigo Guillermo Pavez (quien con Pablo Mandler dirigía al grupo de los “samuráis”), el López “tenía lo que no se compra en las boticas”: un talento excepcional.

Varsovia y Moscú

Terminada la licenciatura, yo me fui al Instituto Latinoamericano de Planificación Económica y Social (ILPES) de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), y Julio, al sector público. Al año o antes nos llegó una invitación de la Universidad de Concepción, donde estaban Pedro Paz y A. Guardia, los jóvenes Benjamín Toro y Gerardo Fujii. Formamos un muy lindo equipo de trabajo. Pero nos faltaba un mayor nivel de estudios. Julio se casó con Judith Villavicencio (arquitecta, luego gran especialista en planificación urbana) y partió a Polonia, a la Escuela Central de Planificación, con profesores como Lange, W. Brus, Laski y el que llegaría a ser su gran gurú: Michał Kalecki. Yo, algo al este, a la Lomonosov de Moscú, para estudiar El capital con A. Mansilla (quien les enseñó esa obra a Fidel, Che Guevara y a casi toda la plana mayor de la revolución) y el muy brillante N. Jéssin, por acá del todo desconocido. Para no acomplejarme con Julio, intentaba entender (con nulos resultados) a Novoshilov y Kantorovich. Si lo cuento es porque nos carteábamos cada mes y así recibí verdaderos ensayos de gran agudeza. No los conservé, entre otras razones porque a veces empleábamos palabrotas nada académicas, discutíamos de temas non sanctos y Julio me ordenó, con tono típico, quemar todo, pues “qué iban a decir nuestros biógrafos”. En fin, creo que la regué. Pero me acuerdo de algo: “no vas a comparar a Chopin con Lenin. Si éste apedreaba el piano”. Respuesta: “mmm, según la Inés Armand, parece que tocaba bastante bien”. Cuando terminó en Polonia, Julio se fue a Roma, donde estudió con Sylos Labini, Spaventa y algunos seguidores de Sraffa. Al cabo, volvió a Chile con un bagaje intelectual notable.

Concepción

¿Qué hacía de Concepción una ciudad tan atractiva? No era sólo su belleza física, al lado del majestuoso Bío-Bío, que ya desembocaba en el océano Pacífico; sus casas, de buen gusto y nunca ostentosas, y su cultura laica y racionalista. Pero había algo más decisivo: en la ciudad las capas medias burocráticas eran escasas y, como la industria era fuerte, uno se encontraba con las dos clases fundamentales, la burguesía industrial y la clase trabajadora a ella ligada, frente a frente, sin intermediarios, velos o colchones amortiguadores. Tal vez por eso era una ciudad socialmente más limpia, más franca y menos propensa a las “transas”.

Ese clima se transmitía a la universidad. Sus profesores eran de alto nivel y sus alumnos, rápidos de mente, manejaban una sólida estructura lógica, nunca agachones. Ahí la única autoridad era la razón. Algo del “élan ilustrado”, del “aufklärung” de Kant, sobrevolaba los verdes prados de esa universidad. Nos tocó ahí conocer a una figura ilustre, el rector don Edgardo Enríquez Frödden, quien era como la encarnación de la sabiduría y la más alta nobleza humana; también a su hijo, Miguel Enríquez, por esos años brillante estudiante de medicina y que ya despuntaba como un líder político excepcional. En esos tiempos el lema de los estudiantes y buena parte de los profesores era “estudiar y luchar”. El conocimiento sólido al servicio del cambio radical y popular. Ésa fue una experiencia extraordinaria, sólo posible en esos tiempos y en ese contexto. Digamos también: allí uno conocía lo mejor de la clase obrera industrial, se daba cuenta de su gran capacidad de organización y, al final de cuentas, de por qué debía ser la fuerza social dirigente del proceso transformador.

Tiempos de Allende y la Unidad Popular

Ya con Allende en el gobierno, Julio, el agudísimo Benjamín Toro y el que escribe nos trasladamos al Centro de Estudios Socio-Económicos (CESO) de la Universidad de Chile. Allí estuvimos junto a notables como Theotonio Dos Santos, André Gunder Frank, Ruy Mauro Marini, Roberto Pizarro y otros. De hecho, vimos nacer la “teoría de la dependencia”. Pero lo más emocionante y apasionante estaba en las calles y las fábricas, en las luchas populares. Allí aprendimos que mientras más radicales sean los propósitos del cambio, más radical y sólida debe ser la teoría que exige esa práctica. En ese marco, no hay espacio para los análisis puñeteros y de metafísica barata (hoy tan de moda en el “establecimiento” académico). Y se capta en un minuto lo vacío de las disquisiciones walrasianas y lo iluminador que pueden ser las tesis de, por ejemplo, Feldman, de un Preobrazhenski o de su opuesto Bujarin. En breve, se trata de retomar los problemas clave: ¿cuánto invertir y dónde?, ¿cuánto elevar el consumo?, ¿qué papel asignar al mercado interno, a los externos?, ¿cuál es el “horizonte de planeación” a manejar? También lo idiota que es proclamar al Estado como “representante del bien común” y lo indispensable que es volver a las tesis de Lenin sobre el Estado y sobre la revolución. En fin, es en esos “momentos estelares” cuando uno aprende quién es quién en materias de teoría, qué es valioso y qué es basura pura y engañosa.

La derrota ciertamente fue muy dolorosa. Pero creo que todos los que de una u otra manera participamos en el proceso hoy, con todo ese dolor, reconoceríamos que ésa fue la etapa más feliz y plena de nuestras vidas. Como bien decía Schiller, “sólo los grandes asuntos remueven el alma humana; en mezquino espacio el alma se apoca; se engrandece con sólo aspirar a un alto fin”.

El exilio

En el momento del golpe Julio era alto dirigente del partido Movimiento de Acción Popular Unitaria (MAPU),1 y decidió quedarse para organizar la resistencia. Pero el MAPU había quedado casi destruido y muy disperso. Sin aparato orgánico, la tarea era más que difícil y los servicios de inteligencia de la dictadura -la siniestra Dirección de Inteligencia Nacional (Dina)- empezaron a acorralarlo. Decidió salir de Chile y se refugió en países solidarios. Ahí respiró y empezó a prepararse para volver y empujar la resistencia a la dictadura. Entre otras cosas, le limaron los dedos y le cambiaron algo la cara. Me acuerdo que por esos días Alejandro Schejtman, gran amigo y gran agrarista, decía que lo habían dejado demasiado feo y que Judith, su esposa, debería pedirle el divorcio. Julio contestaba: “miren bien, miren bien, ¿no les recuerdo a Alain Delon?”.

Desgraciadamente, la situación de Chile y la internacional ya eran muy desfavorables y esa vuelta sólo se tradujo en un desgaste mayor y con muy pocos resultados. Llegó a Venezuela ya con su familia. Luego, en 1978 se trasladó a Cuba.

México: la nueva patria

Luego de vivir un año en la muy solidaria Cuba, Julio y su familia terminaron por instalarse y echar raíces en México (“México, has abierto las puertas y las manos / al errante, al herido, / al desterrado, al héroe”, cantaba Neruda). Corría 1979 y se incorporó a la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), en su Facultad de Economía. Recibió el afecto generoso de amigos como Arturo Huerta, Emilio Caballero y Eduardo González, a quienes en ese tiempo llamábamos la División del Norte. Retomó la vida académica y fue desarrollando cada vez con más agudeza y rigor sus capacidades teóricas y de análisis concretos, en especial sobre los problemas económicos de México. Digamos también que en la UNAM se reencontró con un viejo amigo: Gerardo Fujii, y muy pronto adoptó la nacionalidad mexicana.

La tenacidad lo acompañó ya toda su vida: se proponía algo y lo cumplía. Era como una maquinita que nunca paraba y, con una tenacidad impresionante, terminaba por cumplir las tareas más complicadas. Si necesitaba mejorar en tal o cual tema, en el manejo de tales o cuales técnicas matemáticas o econométricas, se encerraba y al cabo ya era un buen especialista en el tema. Asimismo, su comprensión global o de conjunto sobre la macroeconomía kaleckiana se hizo más sabia y profunda. ¡Y seguía leyendo novelas policiales!

Kalecki

Como paráfrasis de los chinos de Mao, bien podríamos decir que para Julio el polaco Kalecki era su “sol rojo”. Y quien fue, junto a otros grandes como A. Bhaduri, G. R. Feiwel, M. Sawyer y J. Toporowski, uno de sus mayores discípulos.

Tal vez la hipótesis medular de Kalecki es la encerrada en su famoso enunciado: “los capitalistas ganan lo que gastan”. Supongamos, para simplificar al máximo, una economía cerrada (sin sector externo), privada (sin gobierno) y sin gastos improductivos. Bajo estas condiciones, las ganancias del capital vienen determinadas por los montos de la inversión y el consumo de los capitalistas. De aquí el famoso apotegma de que “ganan lo que gastan”. La hipótesis, a simple vista, no es fácil de digerir: el sentido común diría que las cosas son al revés y que uno gasta de acuerdo con sus ingresos. O sea, una línea de causalidad inversa (la cual, por lo demás, es la dominante en el caso de los asalariados). En este marco uno también podría preguntar: si los capitalistas gastan más y más, ¿también se elevarían sus ganancias más y más? La respuesta sería no. Surgiría lo que Joan Robinson llamaba “barrera inflacionaria”. ¿Por qué? Las causas podrían ser diversas: surgen inelasticidades de oferta, de materias primas, de máquinas, de capacidades de producción que, en cierto tramo, devienen rígidas, etc. O bien, la desocupación cae y se eleva el poder de regateo de los trabajadores asalariados. Suben los salarios y los empresarios (suponiendo estructuras monopólicas) trasladan esos mayores costos a los precios. Emerge así una espiral inflacionaria, la cual -aparte de muchos otros problemas- debe terminar con la derrota de uno de los dos contendientes (la inflación es la expresión y el resultado de la lucha de clases, decía el francés Henri Aujac). Para nuestros fines, interesa subrayar lo obvio: el gasto capitalista no crea los productos (esto lo hace el trabajo productivo), pero sí incentiva su producción, para más o para menos. La clave radica en entender que hay un excedente económico a vender; o sea, es un producto excedente el que se transforma o no en dinero, según el nivel de los gastos capitalistas en consumo e inversión. Es el famoso problema de la realización del producto-mercancías, de su transformación en dinero. El gasto capitalista por sí mismo no genera el producto excedente. El nivel de éste responde a otras causas. Lo que sí provoca ese gasto es la conversión del producto excedente en dinero, en plusvalía realizada. El movimiento es del tipo mercancía (M) a dinero (D). O sea, M deviene D. Llamamos GK a los gastos capitalistas y PE al producto excedente; tendríamos que, si GK > PE, se daría un crecimiento del ingreso nacional y de PE (con ciertas restricciones referidas a la tasa de empleo y los salarios reales). Al revés, si GK < PE, caen el ingreso nacional y el PE: crisis de realización. Por eso, Marx decía que en el capitalismo sólo se produce lo que genera ganancias. O, según Kalecki, “el sistema capitalista no es un régimen ‘armonioso’, cuyo propósito sea la satisfacción de las necesidades de sus ciudadanos, sino un régimen ‘antagónico’ que consiste en asegurar ganancias a los capitalistas” -véase “El problema de la demanda efectiva en Tugan Baranovski y Rosa Luxemburgo” (Kalecki, 1977)-. Esta exigencia del capital, que nunca se debe olvidar, supone: 1) producir un excedente (como productos-mercancías) que no quede en manos de sus productores, la clase trabajadora; 2) vender a “precios normales” ese excedente de productos. De este modo, el excedente se transforma en dinero, en ganancias contantes y sonantes. Se pasa, entonces, de la plusvalía potencial a la plusvalía realizada.

En este marco, también podemos ver: si la tasa de plusvalía es demasiado elevada, su porción respecto del ingreso nacional (o valor agregado) será muy alta.2 Luego, será muy difícil que los gastos capitalistas tengan la capacidad de realizar todo ese excedente. Emerge una crisis, en este caso porque la tasa de plusvalía es demasiado alta.

Kalecki (1943) también plantea: el sistema, con una adecuada política económica, sí podría llegar a una situación de pleno empleo. Incluso sin reducir las ganancias del capital industrial (aunque sí afectando, por la menor tasa de interés, al grupo que denomina “rentista”). Pero esta situación rompería rápidamente la “disciplina” y el sometimiento de la clase obrera. Y señala: “los líderes del mundo de los negocios aprecian más la ‘disciplina de las fábricas’ y la ‘estabilidad política’ que las ganancias mismas. Su instinto de clase les advierte que la ocupación plena duradera es una situación enfermiza desde su punto de vista, y que el desempleo es parte integrante del sistema capitalista normal” (en “Aspectos políticos de la ocupación plena”).

Luego, Kalecki se pregunta: ¿y si hubiera un movimiento político con la fuerza suficiente para imponer un capitalismo de pleno empleo? Contesta con base en Joan Robinson: “todo gobierno que tuviese tanto el poder como el deseo de remediar los principales defectos del sistema capitalista tendría la voluntad y el poder para abolirlo por completo”.3

Breve alcance sobre un eslabón perdido

Valga ahora una mínima alusión a un problema que no es menor: Kalecki, al igual que otros economistas que se guían por Marx (como Bowles, D. Gordon y otros), nunca trabajó con mediciones en valor: sólo usaba precios. Dicen que la llamada “teoría del valor” le provocaba “alergias”. Sabiendo lo que de ella se decía, por ejemplo, en muchos manuales de triste historia la reacción a esas versiones ultraescolásticas parece justificada. En la versión vulgar: 1) se confunden teoría del valor y ley del valor; 2) a la ley del valor se la designa como “ley básica” o fundamental; 3) se dice que su misión es explicar los precios relativos, y 4) se especifica: los precios relativos (por ejemplo, pa/pb) los determinan los valores de cambio (WUa/WUb). O sea, pa/pb = WUa/WUb. Esta versión, muy extendida, coloca en calidad de “ley fundamental” a una que opera en el espacio de la circulación. Es decir, tenemos que: 1) contraviene toda la teoría más general de Marx, según la cual el espacio determinante es el de las relaciones de producción directas y no el circulatorio; 2) tal determinación de los precios es empíricamente errónea (por lo menos insuficiente);4 3) conceptualmente, la ley del valor, como ley básica, debe ser la que explica la conversión del trabajo privado en trabajo social, o sea, la emergencia del valor.

Pues bien, el valor producido puede ser transferido. Y esto tiene lugar cuando el sistema de valor es diferente del sistema de precios. Si usamos nuestra igualdad simplificada para dos mercancías, a y b, tenemos que WUa/WUb = pa/pb. O sea, los valores de cambio coinciden con los precios relativos. También podemos escribir que, en este caso, no hay transferencia de valor. Esto es, pa = (pb)(WUa/WUb). O bien, si sucede que: pa > (pb)(WUa/WUb), habrá transferencias de valor desde b hacia a. En cambio, si pa < (pb)(WUa/WUb), las transferencias de valor irán desde a hacia b.

Medir en valores y pasar de éstos a los precios no es fácil. Pero la dificultad no justifica no hacerlo. Y no por desviarse de alguna pseudobiblia (¡Marx era ateo!), sino porque hay problemas muy relevantes que quedan sin explicar. Por ejemplo:

  1. El impacto de los sectores improductivos queda en suspenso: ¿qué pasa con las ganancias del capital comercial, del bancario y similares? ¿Ellos generan valor agregado o sólo se apropian de él? Para el mismo problema de la realización, este aspecto es clave. Por ejemplo, en el capitalismo contemporáneo el papel de los gastos improductivos en la realización del excedente es cada vez mayor: el sistema sobrevive y evita su derrumbe, con cargo a un despilfarro descomunal: en los Estados Unidos, el consumo capitalista más el consumo de asalariados improductivos en 2007 (vísperas de la gran crisis) llega a explicar un brutal 65% del excedente generado.

  2. El caso de las estructuras monopólicas genera otro problema: ¿cómo explicar las altas tasas de ganancia (superiores a la media) de las ramas oligopólicas sin considerar las bajas (inferiores a la tasa media) de los sectores no monopólicos? Para abreviar nos permitimos algunos supuestos extremos. Denominamos a al sector monopólico y b al no monopólico. Si (ga) es la tasa de ganancia del sector monopólico, (gb) del no monopólico y (gm), la tasa media de ganancia (para toda la economía), tendríamos que (ga) > (gm) > gb. También recordemos una expresión previa: (pa)/(pb) = WUa/WUb, la cual supone estricta correspondencia entre el sistema de valor y el sistema de precios. Pero esta situación es muy improbable. Lo usual sería que opere alguna desigualdad, por ejemplo, (pa) > (pb)(WUa/WUb), lo cual implica transferencias de valor desde b hacia a. O sea, desde los sectores no monopólicos a los monopólicos. En consecuencia, subiría el cociente (ga)/(gm) o “grado de monopolio”. También sabemos que, por definición, el valor unitario es igual al inverso de la productividad del trabajo ramal (F). Esto es, WUa = 1/Fa. Por consiguiente, podemos escribir: [pa/pb] = [Fb/Fa]. Pero esta igualdad para nada es usual, mucho menos en condiciones de monopolio. En esta fase del capitalismo [pa/pb] > [Fb/Fa] sería lo usual, lo que implica transferencias de valor en favor del sector a, el monopólico. Supongamos que los precios no se mueven en ninguno de los dos sectores, el monopólico y el competitivo. En términos de variaciones, el cociente [pa/pb] sería igual a uno, y podemos suponer que la productividad en a sube más rápido que en el sector b. Por ende, el cociente [Fb/Fa], en términos de variaciones, será inferior a uno. En consecuencia: 1) hay transferencias de valor desde el sector no monopólico al monopólico; 2) se eleva la tasa de ganancia del sector a y desciende la del sector b. En corto: se eleva el grado de monopolio.

En suma, el estudio de temas clave, como el papel de los gastos improductivos y el funcionamiento de las estructuras monopólicas, se ve altamente beneficiado si también se involucra la dimensión del valor.

Tiempos de cambio y desilusión

El derrumbe del campo socialista, la desintegración de las izquierdas, el auge neoliberal y las propias experiencias personales provocaron en Julio un escepticismo no menor. Dejó de creer en una alternativa de tipo socialista (identificada ésta con el ejemplo soviético) y llegó a pensar que sólo se podía aspirar a un capitalismo más o menos democrático, de cortes socialdemócrata en lo político y keynesiano en lo económico.5 Se acercó al ala “progre” del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y ahí hizo buenas amistades con economistas como Rolando Cordera, David Ibarra y Carlos Tello. También entabló una fuerte amistad con Martín Puchet, “oriental” de pura cepa. Para algunos, el giro a la derecha fue excesivo, pero al cabo recuperó la brújula crítica, si no frente al capitalismo, por lo menos con su modalidad neoliberal. Y como suele suceder, el giro político dejó sus huellas en el trabajo teórico: de un Kalecki cercano a Marx pasó a un Kalecki más próximo a Keynes. En todo caso, con su sempiterno buen olfato, nunca se deslizó al extremo subjetivismo de un Paul Davidson, y si bien asimiló a Minsky, nunca pensó que las variables financieras fueran la clave de cruz del funcionamiento de la economía. En López las variables reales siempre fueron consideradas como las más determinantes. También se debe destacar: en sus trabajos siempre integró un sólido conocimiento de las técnicas estadísticas y econométricas, y las manejó al servicio de la teoría, no como subterfugio para evitarla u ocultar la ignorancia: “medir sin teoría”, como lo denominara Koopmans. Hacia 2014 Julio se acogió a retiro de la UNAM, pero mantuvo valiosos nexos académicos.

En sus años mexicanos en la UNAM, su labor académica impresiona por su cantidad y alta calidad. Aborda temas importantes y lo hace con gran pericia. También se debe destacar que casi siempre en sus trabajos aparece algún profesional joven: él formaba y estimulaba a los (las) que mostraban inquietud y seriedad. De sus libros quisiéramos destacar el que escribió con el francés M. Assous, con el título Michal Kalecki (2010). Un texto magistral que ojalá pronto aparezca en español.

Despedida

Para los que tuvimos la suerte de ser sus amigos, no sólo nos queda la fortuna de haber estado cerca de un economista mayor, de un auténtico grande. También, y con fuerza redoblada, haber compartido con “el Julius”, con el amigo del alma, el que a veces parecía reírse de todo, empezando por él mismo. Haber compartido cuitas, haber escuchado su “lengua de lija”, sus dichos y humor a veces buñuelesco, sus gestos y ojos turnios o en simple blanco, todo lo que hoy, sin darnos cuenta, seguimos imitando. En fin, estaba su gran humanidad, la que tanto enriqueció nuestras vidas.

Hablamos por teléfono creo que por febrero o marzo de este año. Me preguntó una y otra vez por mi salud y de él me dijo que esperaba optimista unos resultados de laboratorio. Su voz era firme y plena, lo que me dejó confiado y feliz. Pero ya sabemos que todo se fue por otra ruta. En verdad -después me quedó claro- llamó para despedirse. Me recomendó un ensayo de Steindl, agregando que “había abandonado la economía” (lo que, por supuesto, no le creí) y que estaba leyendo sólo literatura, en especial a Stefan Zweig y su notable El mundo de ayer. Me recordó que su segundo nombre era Stefan, justamente como homenaje al gran escritor austriaco. Insistió en que me cuidara y se despidió con su sempiterno “bechitos Pepucho”. Fueron, para mí, sus últimas palabras.

Para Judith (esposa), Manuela y Antonia (hijas)

Referencias bibliográficas

Bhaduri, A. (1990). Macroeconomía. La dinámica de la producción de mercancías. México: Fondo de Cultura Económica. [ Links ]

Kalecki, M. (1943). Political aspects of full employment. Political Quarterly, 14(4), 347-356. [ Links ]

Kalecki, M. (1977). Ensayos escogidos sobre dinámica de la economía capitalista. México: Fondo de Cultura Económica . [ Links ]

Keynes, J. M. (1988). Ensayos de persuasión. Barcelona: Crítica. [ Links ]

López Gallardo, J. (2008). La economía de Michal Kalecki y el capitalismo actual. México: Fondo de Cultura Económica . [ Links ]

López Gallardo, J., y Assous, M. (2010). Michal Kalecki. Hampshire, Reino Unido: Palgrave Macmillan. [ Links ]

Robinson, J. (1936). The Trade Cycle, by R. F. Harrod. The Economic Journal, 46(184), 691-693. [ Links ]

1 En Concepción tuvo un corto paso por una organización de corte maoísta (“pecados de juventud”). Luego, pasó a militar con el MAPU, grupo cristiano que venía de la juventud democristiana y que, dentro de la Unidad Popular de Allende, se situaba en su ala izquierda, alguna vez hasta cercana al Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR). En el semanario del MAPU, Julio escribía análisis políticos en los que aplicaba con gran lucidez la metodología de Mao Tse-Tung.

2

López señala que, en sus clases, Kalecki hablaba de “tasa de explotación” y la definía como plusvalía (P) sobre ingreso nacional (YN). O sea que parte del valor agregado total queda en manos de los capitalistas trabajadores, un indicador que, apuntando al mismo fenómeno, podría ser hasta más gráfico que el empleado por Marx. Para éste, la tasa de plusvalía (p), es igual al cociente entre la plusvalía anual (P) y el capital variable gastado en el año (V). Por consiguiente, podemos escribir:

(pra) = P / YN  = p / (1 + p)

Donde (pra) es la “tasa de explotación” de Kalecki y también lo que Nemchinov, el gran economista ruso, en sus apuntes sobre planificación definía como “potencial de reproducción ampliada”. En breve, no hay problemas para aplicar una u otra definición.

3 La postura anticapitalista de Kalecki se opone completamente a la de Keynes. Éste, a quien debemos agradecer su franqueza, decía que en el conflicto capitalismo-socialismo sería “preferible morir en la última trinchera por el capitalismo”. También apuntaba: “la lucha de clases me encontrará del lado de la burguesía educada” (Keynes, 1988). En otro texto escribe que El capital de Marx (que nunca leyó, salvo unos cortos párrafos sobre el D-M-D’ que le leyera Joan Robinson) es “un texto económico obsoleto, que no sólo es científicamente erróneo sino sin interés o aplicación para el mundo moderno”. Y agrega: “¿cómo puedo adoptar un credo que, prefiriendo el tallo a la hoja, exalta al proletariado grosero (o ‘zafio’) por encima del burgués y de la intelectualidad que, con los defectos que sean, posee la calidad de vida y siembra con seguridad la semilla de todo el progreso humano?”. Keynes a veces caía en estos exabruptos. Era demasiado lord: bastantes veces recaía en el dandysmo y en los modos de Wilde. El enojo de Schumpeter (que era bastante más leído y conocía muy bien a Marx) fue entendible.

4 Se puede escribir: [pa/pb] = f [(WUa/WUb), β]; donde β indica otros factores que inciden en los precios, como la composición orgánica, la relación capital fijo a circulante, el grado de monopolio, los términos de intercambio con el exterior, etc. El dogmatismo vulgar se refugia en la distinción entre esencia (interioridad del fenómeno) y apariencia (la exterioridad), y pasa a despreciar olímpicamente esta dimensión. Olvida, nada menos, que si no se conecta la esencia con la apariencia, se transforma la primera en un ente metafísico inasible. Los filósofos latinoamericanos de “izquierda” (¿?) son especialistas en estas taumaturgias. Y, de hecho, liquidan a la teoría económica de Marx, de la cual no conocen “ni un pepino”.

5 Cuando cambian las preferencias políticas suelen cambiar las preferencias teóricas y los temas que se investigan. Luego, al acercar a Kalecki a Keynes se debe olvidar el afán anticapitalista de Kalecki. El capitalismo se asume como un dato que, en el mejor de los casos, se podría tornar “más humano” (¿?). Por ende, la presencia de Marx se vuelve muy incómoda. Este afán por separar a Kalecki de Marx y Rosa Luxemburgo engendra juicios sorprendentes. Por ejemplo, indica que la noción kaleckiana de que el gasto (déficit) público tiene el potencial de elevar las ganancias capitalistas es del todo ajena a lo que denomina “marxismo ortodoxo” (López Gallardo, 2008). ¿Por qué? Porque el Estado es una institución de la superestructura y ésta no puede afectar a la base (¿?). Este marxismo, por lo vulgar, parece sacado del Plural de O. Paz y E. Krause. En verdad, es difícil encontrar un sistema teórico que enfatice más y entienda mejor el papel del Estado. Pero hay algo más, ¿por qué olvidar la tesis fundamental de Kalecki en estos respectos? El capital puede saber cómo llegar al pleno empleo, pero no lo buscará: le es disfuncional. En verdad hablar de un capitalismo dinámico y relativamente equitativo en los tiempos del neoliberalismo salinista es hasta poco elegante. Amit Bhaduri (1990: 12) pedía percibir y recuperar “el carácter radical que adquiere la economía keynesiana cuando se aborda con la ayuda de Marx y Kalecki”, algo que en términos de poder explicativo abre una ruta muy fecunda. Valga agregar: cuando Julio emigró a Francia, también empezó a recuperar su agudo espíritu crítico y su muy alto nivel teórico. Y en 2018 votó por AMLO y tenía buenas ilusiones sobre el nuevo gobierno.

Recibido: 08 de Junio de 2020; Aprobado: 16 de Julio de 2020

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