I. El contexto del autor: ¿Quién era el marxista crítico del marxismo?
La formación profesional de Assadourian es una excepción en el contexto del ambiente intelectual de los historiadores profesionales de su época: armenio de origen, educado en el seno de una familia que había sobrevivido al crimen masivo, creció en un barrio obrero vinculado con los ferrocarriles donde su padre dirigía un taller de torno para la fabricación de piezas y refacciones. Ese origen modesto, en una familia numerosa, se vio beneficiado por la política social del peronismo, que amplió la participación de los sectores populares en la educación superior.
Egresado con honores del prestigioso Colegio Nacional de Monserrat, se postuló a la licenciatura en historia en la Universidad Nacional de Córdoba, donde se distinguió académicamente y llegó a ser presidente del Centro de Estudiantes de Filosofía de la Federación Universitaria de Córdoba (CEFYL/ FUC), a la vez que se iniciaba en la militancia política en el Partido Comunista Argentino (PCA), guiado por los consejos y las enseñanzas de José “Pancho” Aricó, quien lo inició en la lectura de los textos de Marx. Desde entonces, el vínculo con el grupo Pasado y Presente -encabezado por Aricó, Portantiero y Schmucler- fue importante en su formación, ya que se consideró “identificado” con sus posiciones teóricas y, en algunos casos, políticas.1
Sería decisivo para su profesionalización, sin embargo, el reclutamiento de parte de Ceferino Garzón Maceda -uno de los más cultos y dedicados historiadores económicos de su época- para trabajar como ayudante de investigación en archivos locales, adonde acudía invariablemente y cuyos resultados pueden ya advertirse en sus primeros trabajos sobre la esclavitud en Córdoba, la cual devendría en tema de su tesis de licenciatura. Con el rigor en la investigación impuesto por Garzón Maceda se asoció el privilegio de acceder a la Biblioteca del Instituto de Historia, en la que dispuso de la bibliografía europea y americana más importante y actualizada, bajo la dirección de aquél. Esto lo obligó a leer en inglés los trabajos de la Escuela de Berkeley, así como en francés lo discutido en Annales.2
La decisión de seguir su maestría en la Universidad Católica de Chile, por recomendación del propio Garzón Maceda a los historiadores Rolando Mellafe y Álvaro Jara, le permitió inscribirse en el momento intelectual y político de la Unidad Popular, al desempeñarse como profesor del Departamento de Historia Económica y Social de America Latina, en el Instituto de Historia de la Universidad Católica de Chile. Años más tarde, poco antes del golpe de Estado, volvería a Córdoba.
Los años sucesivos, en medio de la incertidumbre y con el amargo sabor de la derrota, lo alertaron sobre el proceso de descomposición de la política argentina. Poco más tarde habría de sufrir el secuestro y la desaparición de dos de sus hermanas, lo que marcó su decisión de dejar Argentina. Sin embargo, México no estuvo en su horizonte hasta que la contingencia política sudamericana y la invitación para desempeñarse como profesor de historia económica en El Colegio de México lo trajeron al que sería su espacio de reflexión académica. Ya en el país, apenas inmigrado y por invitación de Enrique Semo, compartió su experiencia docente en la recién creada División de Estudios Superiores en la Escuela de Economía de la UNAM, la cual nació como un centro académico que reunió una notable diversidad de intelectuales asilados en México.3
El antecedente relevante lo conformaron los viajes realizados a México en 1974, en contextos intelectuales muy distintos. El primero, en julio, corresponde a nuestro texto de estudio, cuando asistió en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM al Primer Congreso de la Asociación de Historiadores de América Latina y del Caribe, realizado por la iniciativa de Andrea Sánchez Quintanar, Suzy Castor y Juan Brom, en el marco del naciente latinoamericanismo académico. El segundo viaje, en septiembre de ese mismo año, fue por el Congreso Internacional de Americanistas realizado en el Museo Nacional de Antropología, donde presentó un trabajo fundacional de la nueva historiografía económica latinoamericana: “La producción de la renta en la esfera de la encomienda” (Sempat Assadourian, 1974).4
Para entonces, Assadourian ya era un historiador apreciado por sus aportaciones sobre los circuitos mercantiles surandinos, especialmente por sus trabajos sobre la integración y la desintegración espacial, donde la posición de la minería del Potosí le permitió formalizar un modelo de interpretación sobre el carácter autógeno de la dinámica económica e instituir las categorías de renta en trabajo y transferencia de plusvalor como elementos mensurables e historiables de la exacción minera colonial. Su interpretación ponía en movimiento el modelo marxista con un detenido y bien documentado argumento, fundado en estudios empíricos propios.5
Otro momento importante de su visibilidad teórica, previa a sus investigaciones sobre el espacio económico, remite a dos textos que implicaron sendos ejercicios críticos. El primer trabajo es la crítica que hizo a Leonardo Paso, el dirigente, historiador y divulgador del PCA,6 en el texto “Una agresión a la historia en el nombre del marxismo” (Sempat Assadourian, 1964), donde Assadourian ponía en entredicho la pertinencia del manejo conceptual de la teoría comunista de la historia y sus capacidades como historiador, al reclamar desde una posición del profesional que exige rigor antes que complacencia de argumentos.7 Dicho sea de paso, el episodio propició su expulsión del partido político en el que militaba.
El siguiente texto relevante corresponde a su crítica al modelo de economía-mundo y al temprano capitalismo americano de André Gunder Frank; fue publicado en la segunda época de Cuadernos de Pasado y Presente, constituido ya como referente de un “marxismo abierto”, bajo la conducción de Aricó, a la sazón también expulsado del Partido Comunista.8
Son dos antecedentes relevantes, pues atienden otros momentos de vivencia política y circunstancias teóricas diferenciadas: por una parte, la crítica a Paso estaba inscrita en una discusión propiamente argentina que marcaba una distancia respecto de la teoría política del PCA y del peronismo, mientras que el segundo texto lo dedicó a una crítica histórica del voluntarismo político en el concepto “capitalismo temprano”, que proclamaba el momento de supuesta “madurez revolucionaria”, la cual ya permeaba en el ambiente intelectual en la historiografía americanista. El alcance de cada texto se definía, qué duda cabe, por su contexto de ideas y de vivencia política identificado con un pensamiento grupal, y en ello se inscribe su importancia como “intervenciones intelectuales” en un debate entre la disciplina de conocimiento y la política.9
II. El texto en su contexto
Como ya adelantamos, el texto de Assadourian fue leído en ocasión del Primer Encuentro de Historiadores Latinoamericanos, cuando se puede datar la irrupción organizada de historiadores identificados con un amplio espectro de la izquierda latinoamericana, asentada en México por razones políticas, y también un evento anticipatorio de lo que sería más tarde una corriente del latinoamericanismo en las disciplinas universitarias.10
En esa ocasión, Sempat Assadourian (1974/2020) presentó un texto crítico, anticipatorio del ocaso del marxismo académico en el campo de la historia, que tituló “El problema de la práctica teórica en la producción marxista”, y el cual ha permanecido inédito hasta ahora.
Cuando se escribió, atendía a la convocatoria por considerarla “animada de un sugerente y positivo sentido” que permitiría reflexionar sobre “el trabajo y el papel del historiador en nuestro inmenso territorio latinoamericano enlazado por sus procesos y sus movimientos del pasado y por un común destino de liberación a cumplir” (Sempat Assadourian, 1974/2020: 838).
En su crítica, Assadourian advertía de su interés por el valor de dicha producción “mediante la decodificación, en los planos político y metodológico, de su sistema referencial y del hábito de seguir ciertos procedimientos viciosos en el trabajo”. Esto es, los planos de su análisis se inscriben en una corriente de interpretación presente del futuro, pero observan su fragilidad en fuentes y estrategias narrativas resultantes de determinadas formas de “hacer historia”. Su intención, en ese momento, era “rectificar nuestra práctica” con el propósito “de constituir el trabajo histórico marxista como una constante y progresiva producción de conocimiento real”.
La noción de momento importa para el autor, ya que sostenía que la historia del marxismo tiene un “carácter esencialmente oscilatorio”, donde los “periodos estáticos” se advierten en una “teoría sacralizada” y los dinámicos por la “teoría en movimiento progresivo”. Sin embargo, dicho movimiento no depende de manera exclusiva del avance puramente reflexivo, sino también del “contacto móvil con los concretos de la abstracción que se traducen en práctica teórica y la investigación empírica produce escritura teórica, nuevos conocimientos” (Sempat Assadourian, 1974/2020: 843).
El momento en que se escribe el texto es un “movimiento progresivo” en el campo del conocimiento social y supone un desafío para el pensamiento marxista, previamente acotado por la visión althusseriana del corte epistemológico logrado por Marx, que puso la teoría social en el campo del conocimiento científico y cuya categoría esencial es la de “modo de producción” capitalista y sus formas precedentes.
En esto Assadourian es crítico: la visión de Marx es incompleta, ya que legó “signos indicativos” donde hay desiguales desarrollos de su caracterización “parcelados y truncos”, pero que “uno concibe y siente como un increíble arsenal de hipótesis deslumbrantes”. Puesto que resulta incompleto, por su carácter de “valor cualitativo de las hipótesis”, debe entenderse como un desafío que implica dotarlas de “permanentes ajuste y rectificación de sus elementos, mediante la investigación de los concretos más expresivos”. En ello funda su confianza de que “la abstracción se traduce en práctica teórica y la investigación empírica produce escritura teórica, nuevos conocimientos”.
La escritura teórica, como aspiración del historiador marxista, se aparta de la reproducción teórica sin investigación empírica toda vez que los objetos de realidad histórica no son aprehensibles, exclusivamente, por la potencia del pensamiento abstracto, aunque éste se encuentre rigurosamente formulado. Assadourian recurre a la recomendación de Georges Lefebvre, quien apelaba a que una vez asentadas las hipótesis “se debía interrogar de nuevo al mundo exterior para comprobarlas o no”. Hasta aquí se reconoce que la decisión del marxismo es retornar a los textos, como una interioridad teórica proclamada por Althusser y Balibar,11 pero insuficiente para la producción de conocimiento, ya que se limita sólo a los textos clásicos sin acudir a sus desarrollos posteriores y a la creatividad de la investigación.
Para Assadourian, el mejor ejemplo de dicha aspiración se podía encontrar en el trabajo de Witold Kula (1974), Teoría económica del sistema feudal, el cual es “un hermoso e ideal modelo de trabajo, que sabe sustantivar la producción de conocimiento histórico como práctica teórica marxista”. El referente ejemplar, sin embargo, no había sido replicado en la historiografía marxista latinoamericana.
Volviendo al tema de los modos de producción, para el autor hay tres escalas del problema. En primer lugar, los “tiempos históricos” refieren a la coexistencia de ciclos sobrepuestos, concurrencia de temporalidades que producen distintos “cambios de cualidad”, para lo cual “resulte conveniente interrogarnos con mayor asiduidad sobre la parte más escondida de la relación entre los tiempos, o sea, la posible existencia de una regla invariante que va ajustando entre sí, con un alto grado de simultaneidad, los tiempos de todas las partes”: una interdependencia de los tiempos “que obran, sin deliberación ni cálculo, en un solo tiempo estructurante” (Sempat Assadourian, 1974/2020: 845). En segundo lugar, la “visibilidad” metafórica de la temporalidad se expresa en la escala de observación de la dinámica del tiempo, donde el tiempo económico se manifiesta como determinado/determinante del tiempo coyuntural y el ciclo corto, reducidos por una lectura mecanicista de los trabajo de Labrousse que “debe volver a ser interpretado y aplicado con el máximo rigor”. La tercera escala es la noción de continuidad/ ruptura, la cual dispuso a los marxistas a considerar los niveles de cortes temporales, donde la totalidad orgánica mantiene su continuidad y los cortes parciales derivan en un cambio radical. Assadourian es escéptico respecto de las posturas de Althusser y Vilar, quienes divergen en la dimensión de la ruptura histórica, ya que la autonomía relativa de una escala supone un vector invariable para la totalidad orgánica.
Aquí nuestro autor, apartándose de las indicaciones teóricas, nos advierte que en tanto “no encontremos sugerencias más convincentes, deberíamos tentar la aventura de experimentar con exploraciones propias, por más modestas que sean”. Y en ello da un giro desde la preocupación por el “modo de producción”, en tanto categoría totalizadora, al de “relaciones de producción como complejo nuclear de la totalidad orgánica” (Sempat Assadourian, 1974/2020: 847). Esta inflexión marcaría una ruptura entre los historiadores marxistas preocupados por la naturaleza de los vínculos sociales de la producción y los que privilegiaban los modos orgánicos de la producción precapitalista.12
Aquí se pregunta sobre la existencia de investigaciones que refrenden esta conclusión teórica, habida cuenta de que las citas de Marx y Lenin eran, en ese momento, “moneda corriente”, pero sin haber noticia de investigación inédita que “constituida como práctica teórica marxista, haya encarado como corresponde el conocimiento concreto de nuestras anteriores relaciones de producción. Lo que no deja de ser un vulgar contrasentido”. A saber, se pretendía escribir una historia marxista sin historiografía marxista previa, por lo menos como la reclamaba Assadourian, quien señalaba ese momento como de una precariedad específica al carecer de una narrativa orgánicamente articulada entre teoría y análisis empírico que produjera una escritura teórica, entendida como producción de conocimiento propio.
Para Assadourian, la lectura de interpretaciones marxistas de la historia latinoamericana “deja como balance el sentimiento mortífero y melancólico de haber liquidado el sentido de un trabajo duro y difícil, de haber ahogado en un charco de hojas toda la potencia y la complejidad de los procesos históricos”. Desde esta perspectiva, el autor parece situado en un páramo de conocimiento en contraste con la hojarasca de discursos teóricos irrelevantes para el conocimiento del pasado: es el “territorio de la teoría sacralizada”.
Frente a ello, prefiere identificarse con una búsqueda de formación interdisciplinaria y la “frecuencia del impulso para aumentar el conocimiento de la obra de Marx y sobre los textos y los debates que originan las lecturas actuales de aquél”. Asegura que con “este grupo -con el cual me identifico-”, sin embargo “existe todavía un nivel oscuro” donde la formación teórica “acabó por encerrarse en la reiteración del discurso abstracto, en un círculo verbalizado” que no parece encontrar otro sendero de salida que no sea “tener la convicción y el ánimo para traducirlo en el archivo […] experimentar la reflexión teórica inscripta en la pesquisa cotidiana” (Sempat Assadourian, 1974/2020: 849).
Dicha pesquisa implica conocer la literatura de la época y sus conexiones internas con el pensamiento clásico referencial de Marx y con la información coetánea que éste consultó, particularmente en los Grundrisse, donde nuestro autor considera que puede verse su oficio de historiador.13
Assadourian nos remite, en este caso, al ejemplo referido por Vilar sobre el estudio de Marx de la crisis monetaria de 1857, en las páginas de The Economist, donde el autor de El capital asociaba el pensamiento clásico con la crítica de su época. Esta evidencia, acota nuestro autor, es la naturaleza de toda indagatoria marxista: “Marx fascina e inquieta tanto por la cualidad de la reflexión teórica como por la cantidad de investigaciones concretas acumuladas. Entre las dos cosas, la comunicación se establece sin pausas; ambas rotan y se confunden en su calidad de determinantes y determinadas” (Sempat Assadourian, 1974/2020: 850).
III. El testimonio del pasado como “irremediable hueco” del historiador
Con el punto de vista en que la producción teórica es inseparable de la experiencia del trabajo documental, los “problemas que suscita el archivo” (cursivas del autor) son el punto de partida de toda reflexión que aspire a la producción de nuevos conocimientos. Es ahí donde el trabajo de “elaborar el documento”, en el cual intervienen varias operaciones que consisten en “la rigurosa valoración de las fuentes para distinguir el concreto”, el “diseño del modelo” y “la combinatoria indispensable de fuentes para verificar sus elementos”, aparece como dificultad específicamente del historiador.
Para Assadourian, la preocupación es dar una “resonancia del problema” determinado en el archivo, para entender su relevancia en la escritura teórica de la historiografía marxista, ya que, en ausencia de una rigurosa investigación propia, se acude al “saber prestado” de la “producción histórica factual”, que implica y ampara lo mismo al revisionismo, la visión liberal o una “nueva escuela”, los cuales comparten un empirismo de raíz idealista.
En un triple nivel advierte esta falencia: primero, en conceder a la historia factual la “categoría de conocimiento en sí”; segundo, en modelar las explicaciones al acudir al determinante político jurídico de dominación, “con una constelación de datos que se abstraen de una sola fuente: la normativa jurídica”; tercero, cuando a los historiadores “se les ocurre tomar conciencia interpretativa del concreto, al solicitar a la producción factual la luz que lo transparenta” (cursivas del autor). En todo ello, sostiene, se “futiliza la teoría”, pues se convierte en “la dócil sirviente del superfluo y tendencioso experimentador marxista” (Sempat Assadourian, 1974/2020: 851), lo que da por resultado una “producción histórica con forma marxista” reducida a un proceso de producción de recetas ideológicas.
Pese a todo, Assadourian no renuncia a la pretensión de construir un discurso propio, distante y crítico de la historia como “territorio” de la hegemonía burguesa, aun cuando reconoce que una práctica teórica alternativa del conocimiento político científico será marginal a la clase subalterna y “propiedad de vanguardias-islas o de las direcciones populares”, pero que no sería insólito que ocurriese. La escritura de la historia marxista como contraideología es una falsa producción de conocimiento, ya que, concluye:
En buenas cuentas, entonces, se trata de cambiar el signo político científico que marca a la actual historiografía marxista. Sentando la tesis de que una parte importante de nuestro trabajo debe estar encaminado a la producción de conocimiento histórico fuera del sistema, en vez de destinarlo a la producción de contraideología con los elementos dados por el empirismo idealista [Sempat Assadourian, 1974/2020: 853].
El sentido de lo político no invalida, empero, la búsqueda de una “ciencia marxista de la historia” que evite la segmentación o la sacralización y aprecie la “significación profesional y política del archivo” donde, con base en Foucault, se considere el momento de surgimiento de una multiplicidad de enunciados que disparan la reflexión y donde reside “el sistema general de la formación y de la transformación de los enunciados” (Foucault, 1969: 222).
IV. La tradición intelectual de adscripción
La articulación de la crítica ensayada por Assadourian al marxismo latinoamericano carece, explícitamente, de un diagnóstico que implique autores específicos o distinga corrientes particulares, porque sus señalamientos apuntan a la ausencia de una historiografía marxista que se inscriba en los términos referenciales de su propuesta.
El contexto de sus reflexiones se sitúa de manera más precisa en las referencias a Marx, específicamente a El capital y a La ideología alemana, en virtud de que se interesa más puntualmente por el momento que vive la teoría marxista que ejercía mayor influencia: la visión estructuralista de Louis Althusser y Étienne Balibar en el campo de la filosofía. En su deriva epistemológica remite a Gaston Bachelard sobre el principio de la negación, como práctica de la crítica al conocimiento científico, y a Gilles Deleuze y Félix Guattari, para anotar el fenómeno de la pulsión en el conocimiento.
Empero, para recuperar el método de investigación de Marx, se dirige a los Grundrisse, más específicamente al texto publicado como “Formaciones económicas precapitalistas”.14 En otra escala remite a historiadores y antropólogos marxistas de la tradición francesa como Pierre Vilar, Ernest Labrousse y Maurice Godelier, a la vez que refiere a los debates en el campo del marxismo anglosajón entre Maurice Dobb, Paul Sweezy y Eric J. Hobsbawm. Los términos de referencia sólo le permiten ejemplificar cómo estas dos tradiciones, inscritas en el campo del marxismo, han planteado grandes problemas que suponen desafíos de reinterpretación para la historiografía marxista latinoamericana.
Las referencias a la teoría de la modernización cepalina o la crítica de la teoría de la dependencia subyacen al texto, toda vez que ya habían sido ensayadas en otros textos que conforman la producción crítica precedente, a la teoría política de la historia en Leonardo Paso y a la visión exógena y determinista de André Gunder Frank sobre la hipótesis de la dependencia. Eso no cancela que sus referencias al marxismo vayan por el camino de los conceptos, ya sean los “modos de producción”, donde enfatiza la versión ortodoxa, o bien el revisionismo crítico del marxismo italiano, dado a conocer a través de Cuadernos de Pasado y Presente (Crespo, 2008; Aricó, 1988).
Es aquí donde se encuentra una rápida referencia del autor al “grupo con quien me identifico”, esto es a Pasado y Presente y a su conducción teórica por Aricó, quien publicaría más tarde en Marx y América Latina una revisión profunda y sin concesiones a la visión eurocéntrica del pensamiento marxiano. Así, entonces, Assadourian se inscribe en un colectivo de pensamiento, apartado de la izquierda orgánica tradicional, que emprendió un camino de reflexión crítica frente al marxismo dominante desde pensadores heterodoxos y debates clásicos y contemporáneos en el pensamiento marxista.
Como es sabido, tras su exilio en México José Aricó emprendió la tarea de publicar la Biblioteca del Pensamiento Socialista en Siglo XXI Editores, donde apareció una nueva edición crítica de El capital a partir de la edición alemana de Marx-Engels Werke, así como los Grundrisse -complementado con el texto de Román Rosdolsky-, que produjeron un replanteamiento de la teoría marxista de los modos de producción, su secuencia y la señalada continuidad/discontinuidad.15
Empero, la disputa de Assadourian por remitir a la construcción de una nueva historiografía marxista desde los enunciados del archivo lo llevó a adentrarse en la investigación documental y reflexionar sobre la organización espacial de la economía colonial, donde habría de hacer un aporte fundamental a la historiografía económica colonial en el que prescindió del uso explícito de las categorías marxistas, pero construyó los conceptos desde las fuentes, el pensamiento de época y la reconstrucción cuantitativa de los circuitos de circulación de la renta producida, y enfatizó en el hecho colonial como una apropiación del plusvalor indígena y de la formación de los mercados internos americanos, particularmente en el espacio andino.16
Hay una continuidad entre producir una escritura teórica, fincada en la investigación propia, y la renuncia a centrar la práctica discursiva en la crítica ideológica. Sin embargo, hay también un abandono de la voluntad de producir conocimiento con las categorías del marxismo clásico, remitirse a los debates teóricos o referir su crítica a una determinada estrategia de escritura marxista.
¿Qué explicaría el abandono de la convocatoria a la producción teórica marxista en la historia para nuestro autor? Adelanto tres hipótesis: primero, el momento teórico que encuentra su salida de Argentina, después de la muerte de Perón y la persecución política de la que fue blanco el pensamiento crítico; segundo, el contexto de inscripción institucional en el medio académico mexicano, particularmente ambiguo en sus contornos intelectuales y políticos; tercero, la exigencia autoimpuesta de desarrollar un programa de investigación empírica con fuentes novohispanas y peruanas en diálogo con sus experiencias previas.17
Su refugio en El Colegio de México, dedicado a la enseñanza de historia económica entre economistas formados en una tradición neoclásica, generó un espacio de incomodidad teórica, pero no le representó ningún límite a su pensamiento. No hay registro, sin embargo, de un diálogo con los historiadores marxistas mexicanos con preocupaciones análogas, aunque adscritos a tradiciones intelectuales distintas, a pesar de que Assadourian conoció el proyecto de la revista Historia y Sociedad en su segunda época, ya dirigida por Enrique Semo y Roger Bartra, donde algunos temas como los “modos de producción” fueron discutidos casi simultáneamente que en Cuadernos de Pasado y Presente, con significativas diferencias de énfasis entre teoría e investigación.18
V. El “vacío de escucha” y la ausencia de réplica
No he encontrado evidencia de que su presentación en aquel verano de 1974 haya generado reacciones adversas ni diálogo teórico. Antes bien, se produjo un “vacío de escucha” que no produjo en ese momento ninguna discusión relevante. En sucesivas entrevistas, el autor nos ha referido que advirtió en México un clima académico muy activo y cosmopolita que se nutrió del exilio, la amplitud y la expansión de sus universidades, la generosidad del Estado y la existencia de comunidades académicas plenamente emplazadas en sus instituciones, como el Seminario de Historia Económica y Social, coordinado por Enrique Florescano, en la Dirección de Estudios Históricos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
La historia económica era una disciplina que gozaba de buena reputación entre economistas e historiadores, pero su práctica estaba especialmente referida a la difusión del marxismo en los planes de estudio y a un ejercicio doctrinario concurrente al clima de movilización política universitaria.19
Sin embargo, es también el momento en que las instituciones de investigación profesionalizaron el trabajo del historiador y ofrecieron condiciones para el trabajo documental, particularmente con la mudanza del Archivo General de la Nación a Lecumberri, con la creación del Sistema Nacional de Archivos y la modernización de la Biblioteca Nacional, que trasladó sus instalaciones a Ciudad Universitaria de la UNAM.
Las condiciones pusieron a los historiadores económicos, no sólo marxistas, ante la posibilidad de cumplir una agenda de investigación en la centralidad de los archivos y en la posibilidad de problematizar el pasado con un nuevo arsenal teórico y diferentes modelos interpretativos. Nuestra interpretación es que, apenas los historiadores marxistas abandonaron el debate puramente conceptual, salvo tenaces excepciones, en su mayoría renunciaron al trabajo de investigación empírica bajo el impulso de la teoría marxista.
En la década de los ochenta la investigación eclipsó el discurso conceptual marxista, multiplicó los temas de interés y produjo un virtuoso retorno al archivo que devino en eclecticismo teórico. Será en la década de los noventa cuando los esfuerzos de ese retorno al documento, con un distinto arsenal teórico, darían frutos maduros y pondrían a la historiografía económica mexicana en un nivel de productiva calidad y conocimiento crítico del pasado. La crítica al marxismo doctrinario quizá fue, en su momento, un elemento decisivo para contar con un nuevo discurso sobre el futuro latinoamericano desde la historia económica (Ibarra, 2003).